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domingo, 31 de julio de 2011

NUEVA ERA. CAPITULO 54: ¡¿Y AHORA ME PIDE ESTO?! INCREIBLE



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NO DUDEIS EN DEJAR VUESTROS COMENTARIOS, PREGUNTAS, ETC, YO CONTESTARE A TODO GUSTOSAMENTE ^^




NUEVA ERA II. COMIENZO 1ª Parte (Continuacion de "NUEVA ERA. PROFECÍA")
Para leer este fic, primero tienes que leer "Despertar", que se encuentra en los 7 bloques situados a la derecha de este blog, y "Nueva Era I. Profecía". Si no, no te enteraras de nada 😉


CAPITULOS:

PARTE UNO: COMIENZO:

RENESMEE:

43. DESPEDIDA: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/07/nueva-era-capitulo-43-despedida.html
44. COMIENZO: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/07/nueva-era-capitulo-44-comienzo.html
45. CELEBRACION: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/07/nueva-era-capitulo-45-celebracion.html
46. FUEGO: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/07/nueva-era-capitulo-46-fuego.html
47. NADAR: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/07/nueva-era-capitulo-47-nadar.html
48. EXTRAÑO: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/07/este-es-el-segundo-capitulo-de-hoy-para_26.html
49. REY Y REINA: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/07/nueva-era-capitulo-49-rey-y-reina.html
50. EN CASA: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/07/nueva-era-capitulo-50-en-casa.html
51. BUSQUEDA: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/07/nueva-era-capitulo-51-busqueda.html

JACOB:

52. HAY QUE VER LAS VUELTAS QUE DA LA VIDA: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/07/nueva-era-capitulo-52-hay-que-ver-las.html
53. DIOS, ESTO ES PARA TIRARSE UN TIRO: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/07/nueva-era-capitulo-53-dios-esto-es-para.html


¡¿Y AHORA ME PIDE ESTO?!
INCREÍBLE


Después de atravesar un montón de pasadizos de piedra gris que eran tan tenebrosos y espeluznantes como los cuatro chupasangres que me acompañaban, el Zanahorio se detuvo frente a una puerta de madera.
Suspiré, cansado, ya que no habíamos hecho más que subir escaleras y caminar por túneles sombríos y oscuros que giraban en una esquina y después en otra. Esquina, pasillo, esquina, pasillo, esquina, pasillo… ¡Uf!
El pelirrojo abrió la puerta, que estaba cerrada con llave, corrió una especie de mampara de madera y mantuvo la puerta abierta para que pasase la Pitufina. Esta ladeó la cara arrogantemente y pasó por el hueco, haciendo sonar sus tacones con brío. Las dos sanguijuelas que me escoltaban lo hicieron bien pegados a mí cuando me tocó mi turno, y eso que tuve que agacharme un poco para poder pasar, y Enguerrand pasó detrás de nosotros, cerrando la puerta con llave y corriendo la madera de nuevo para ocultarla.
Ya no estaba encadenado, pero esos dos desgraciados no se separaban de mí ni un instante. Malditos…
Al otro lado de la puerta, el decorado se transformó por completo.
Salimos a un pasillo ancho muy adornado, pijo y hortera cuyas paredes estaban revestidas de paneles de madera ―uno de esos paneles era lo que había corrido el pelirrojo―. Estas sostenían unos cuadros con paisajes que estaban iluminados con luces fuertes, seguramente los muy estrambóticos los habían colgado para simular las inexistentes ventanas. Sí, menudos horteras. Y no contentos con eso, mis pies descalzos pisaban unas moquetas verdes más feas que Picio. En fin, no entendía mucho de decoración, pero esto estaba tan pasado de moda como los propios Vulturis, incluso llegué a preguntarme de qué siglo serían todos estos elementos decorativos.
Al final del corredor se encontraban dos puertas revestidas de lo que supuse era oro, pero no nos dirigimos hacia ellas. Enguerrand se detuvo en mitad del pasillo y desplazó otro panel que escondía otra puerta de madera. Esta no estaba cerrada con llave, así que simplemente la abrió y esperó a que la canija sádica pasara otra vez.
Detrás de ella lo hicimos el resto, y una vez más, yo tuve que agacharme un poco. El vestíbulo diáfano al que fuimos a dar volvía a ser lúgubre y tenebroso, al igual que esos pasadizos por los que habíamos pasado antes, cuyas paredes de piedra eran de esa tonalidad cenicienta y ennegrecida. Esa antesala no era muy grande, así que no tardamos nada en salir a otra estancia redonda que era mucho más amplia y sombría. Lo único que la decoraba eran tres tronos de madera maciza que se distribuían a lo largo de la curva de la pared que los precedía. La forma y la pared de piedra de la habitación hacían que me recordara a esas torres de los castillos que salen en las películas, sí, esas donde encierran a las princesas.
Un reflejo involuntario me hizo rechinar los dientes, porque ese mismo pensamiento me hizo recordar el encierro de mi ángel. Ella había estado encarcelada en una torreta, seguro que como esta, aunque mucho más pequeña…
―¡Jacob! ¡Mi querido amigo! ―exclamó de pronto una voz en la oscuridad de esa habitación, haciéndome salir súbitamente de ese negro pensamiento.
¿Amigo? ¿Pero de qué iba? Otra vez aplasté las muelas.
La tenue luz exterior tan solo entraba por las rendijas de una ventana que quedaba en lo alto de la pared arqueada, así que el lugar estaba lleno de sombras. De ellas emergió el líder de los Vulturis, caminando con paso presto hacia mí.
Me contuve. Me moría de ganas de aniquilarle allí mismo, pero no era tan idiota. Tenía todas las de perder. No me podía transformar y estaba solo; y tenía que volver. Mi prioridad absoluta era Nessie, tenía que regresar con vida para estar a su lado. Eso sí, no pensaba callarme nada.
―Aro ―sonreí de manera sombría―. Si pudiera transformarme, te arrancaría la cabeza ahora mismo ―declaré con furia contenida.
Automáticamente, los dos chupasangres que me escoltaban se agazaparon, a la defensiva. Los únicos que se quedaron inmóviles fueron la Pitufina y el pelirrojo.
Aro les hizo un pequeño asentimiento con la cabeza y esos dos idiotas se relajaron al instante, adoptando una postura prácticamente militar.
―Lo sé ―rio con una risa musical, dando una suave palmada con esas manos tísicas y secas―. Por eso hemos tomado precauciones ―en ese momento, sentí ese cordón de mi cuello como si fuera de fuego―. Has de perdonarme, pero no podía exponerme a semejante peligro, como comprenderás.
Bueno, por lo menos era sincero; al menos, en esto.
De pronto, revoloteó y se plantó a mi lado, pero no para dirigirse a mí. Los dos guardias que me controlaban lo hicieron con más atención.
―¡Jane, estás muy hermosa esta mañana! ―exclamó ese viejo chiflado, agarrando a la canija de las manos para abrirle los brazos y observarla mejor.
―Gracias, maestro ―sonrió ella, muy complacida.
―Verdaderamente bella, ¿no te lo parece, Jacob? ―y giró su semblante momificado hacia mí, haciendo ladear el cuerpecillo de la canija para esperar una respuesta.
La Pitufina hizo lo mismo, alzando una ceja con encopetamiento.
―No ―respondí sin más.
La ceja de la rubia enana cayó en picado.
―Oh ―murmuró Aro, soltando las manos de la Pitufina.
―¿Dónde está mi mujer? ―exigí saber, furioso. Los temblores de mi cuerpo ya eran evidentes―. Si la habéis hecho daño, juro que…
―Jane, querida ―me interrumpió, sin despegar sus lechosos ojos de mí―, dejadnos a solas.
La aludida le miró un tanto sorprendida. Osciló sus ojos un segundo para observarme a mí como si no se creyese que Aro le estuviese pidiendo eso, momento que aproveché para dedicarle una mirada de odio, y los regresó a su maestro, llenos de resignación.
―Sí, maestro ―aceptó finalmente, haciendo una pequeña reverencia.
Les hizo un gesto con la cabeza al resto y los cuatro se marcharon por donde vinieron. Ni siquiera me giré para mirar, pero se escuchó cómo cerraban la puerta del vestíbulo a sus espaldas.
―No he tenido oportunidad de darte mi más sincera enhorabuena por tu matrimonio ―dijo.
―¿Dónde está Nessie? ―exigí de nuevo.
Usé ese nombre, ya que ese vejestorio loco había hurgado en mi mente en nuestro último encuentro y sabía de sobra que yo la llamaba así.
―Ella está bien, supongo ―afirmó, dándose la vuelta para dar un paso hacia esos anticuados tronos.
―¿Supones? ―percibí, enfadado.
Sus pies se detuvieron y se giró hacia mí, quedándose justo al frente.
―Solamente fuimos a buscarte a ti, así que me imagino que ella estará bien ―se explicó.
No, aunque no la hubieran cogido, Nessie no estaría bien. Su estómago estaría lleno de pinchazos, como estaba el mío en estos momentos, y estaría muy, muy preocupada por mí. Su agonía era mi agonía, su espera era mi espera, su desesperación era mi desesperación. Y tan solo imaginármela llorando de preocupación por mí, hacía que la ira ya desgarrara mis entrañas.
―Por tu bien espero que me estés diciendo la verdad ―le avisé, clavándole una mirada amenazadora―. Puede que ahora no pueda transformarme por culpa de esta porquería de cordón, pero en cuanto pueda, juro que si la hacéis el mínimo roce os aniquilaré a todos.
El chupasangres se quedó mirándome durante un instante.
―No has de dudar de mí, mi querido amigo ―aseguró, enseñándome esos asquerosos dientes a modo de sonrisa falsa―. Yo siempre digo la verdad ―sí, claro, y yo me lo tragaba―. Además, he de corregirte, si me permites. Más bien es una pequeña aclaración ―hizo una pausa y yo le miré expectante―. No dudo que terminaras con todos nosotros si pudieras transformarte, de hecho, como ya dije antes, hemos tomado nuestras precauciones, como ves. Pero nosotros podríamos hacerlo contigo antes de que pudieras convertirte en lobo. En realidad, podíamos haberte matado ya y no lo hemos hecho ―y su barbilla se levantó, sosteniendo esa estúpida sonrisa arrogante.
El que hizo la pausa ahora fui yo, sin apartar mis amenazadores ojos de los suyos.
―¿Qué quieres decir? ―pregunté en tono monocorde.
―No estás aquí como prisionero ―declaró―. Eres mi invitado.
―¿Tu invitado? ―alcé las cejas con incredulidad por lo que estaba escuchando―. ¿Me arrancáis de Forks, separándome de mi mujer, me traéis hasta aquí sedado y me encarceláis, y me dices que soy tu invitado? ¿Así es como tratáis a los invitados aquí?
―Sí, lo sé, lo sé, no sabes cuánto lo lamento ―se disculpó, arrugando su careto de papel cebolla en una mueca de fingido malestar―. Te pido disculpas por esas formas tan poco ortodoxas, sin embargo, no teníamos opción, mi querido amigo, tú jamás hubieras accedido a venir de otro modo.
―Deja de llamarme amigo ―mascullé, apretando los dientes―. Me habéis puesto cadenas, y, encima, esa estúpida enana ha estado acosándome.
―Oh, Jane ―reparó, haciendo negaciones con condescendencia―. Pobrecilla, realmente se siente muy… atraída por ti ―y sonrió como si nada.
Viejo hipócrita.
―¿Pobrecilla? ―no podía creer lo que mis oídos estaban escuchando y no pude evitar que se me escapara esa acidez por la garganta―. Esa arpía ha intentado besarme, y tú sabías que iba a hacerlo ―protesté, muy irritado―. Hace dos años mi relación con Nessie os parecía una aberración, ¿y ahora le permites a esa canija que me acose? ―chisté.
―Desde luego que no lo sabía ―contestó con sorpresa―. El… intentar besarte no estaba dentro de los planes de Jane, esa intención debió de surgir en el acto ―y se rio con otro sonido musical. Esto era el colmo―. Tendré que mantener una charla con ella, por supuesto. Sin embargo, he de decir que debo ser indulgente en este caso. Jane siempre nos ha sido muy leal, ha dedicado su vida exclusivamente a servirnos, y, sinceramente, no la culpo por un momento de debilidad. Por supuesto, el que el único hombre en el que se haya fijado hasta ahora sea un metamorfo me desagrada, pero creía que solo era un mero capricho juvenil sin importancia. No obstante, he de reconocer que no me parece tan extraño que se haya encaprichado contigo. He podido ver en sus pensamientos que le pareces muy diferente a lo que ella está acostumbrada a ver, se quedó realmente impresionada contigo en nuestro encuentro de aquel valle, y no la culpo, eres el Gran Lobo. Además, no sería tan compasivo si no hubiera visto en ella que su lealtad hacia nosotros sigue siendo inquebrantable ―afirmó, haciendo gala de esa inmodestia que le caracterizaba―. Sin embargo, estoy verdaderamente avergonzado de no haber visto venir esto, te pido disculpas por esa incómoda anécdota.
Cínico. En fin, esperaba que solo se quedase en eso, aunque en estos momentos tenía otras prioridades.
―Bueno, eso ahora mismo me importa una mierda ―dije, cabreado―. Quiero saber dónde están Edward, Bella, Alice y Jasper, ¿qué has hecho con ellos? ¿También les tienes en una celda, como a Ryam y a mí?
El Vulturis se quedó observándome un momento con ese semblante de chiflado lleno de un entendimiento que me extrañó. Parecía que ya se esperase estas preguntas.
―No están aquí ―respondió finalmente.
―Mientes ―gruñí.
―Ojalá fuese así, mi querido Jacob, pero no lo es. Me hubiera gustado poder actuar antes para evitarlo, yo mismo les hubiese alojado aquí para que esta desgracia no hubiera ocurrido, sin embargo, no hemos podido evitarlo.
―¿De qué estás hablando? ―quise saber, nervioso por esa respuesta tan inquietante.
―No somos nosotros quienes les retenemos ―hizo una pausa que me pareció eterna―. Son Stefan y Vladimir.
Noté cómo mi boca se iba quedando colgando poco a poco a medida que iba asimilando esas palabras y me iba dando cuenta del asunto.
―¿Cómo dices? ―murmuré.
―Vladimir y Stefan tenían un imperio un poco menos poderoso que el nuestro hace unos cuantos siglos ―empezó a contarme, iniciando un paseíllo por la habitación―. Sus formas y acciones eran demasiado peligrosas para nuestro mundo, y cometieron un delito imperdonable, así que nos vimos obligados a intervenir ―se giró hacia mí para mirarme con un semblante que interpretaba gravedad a la perfección―. No nos quedó más remedio que terminar con su imperio ―se dio la vuelta de nuevo y dio un par de pasos más―. Desde entonces, siempre han buscado venganza.
―¿Y qué tienen que ver los Cullen con todo esto? ―inquirí, frunciendo el ceño con extrañeza.
Aro se dio la vuelta una vez más y se quedó quieto, clavándome esos ojos legañosos.
―Han permanecido ocultos todos estos siglos, esperando el momento oportuno para actuar. Y ese momento ha llegado ahora ―afirmó de forma sombría―. Se han rearmado, sabemos que cuentan con cientos de efectivos, entre los que se encuentran Edward, Bella, Alice y Jasper. Ese es el motivo por el cual los han retenido. Necesitan de sus dones para hacerse más fuertes.
―Espera, espera, espera ―le paré, haciendo unos nerviosos movimientos con las manos para que no siguiera―. ¿Estás diciendo que esos rumanos espeluznantes han cogido a los Cullen para que se unan a su ejército, y que ese ejército va a enfrentarse a vosotros?
―Exacto ―ratificó.
Me quedé de piedra. Pero ahora entendía otra cosa más. Sabía de sobra que ellos no se unirían jamás al ejército de Vladimir y Stefan, que eso no había sido gratuito, sino que había sido forzado. Esos dos eran los que habían cogido a Renée para chantajearles. Me callé esto último, claro, puede que Aro todavía no supiera de este asunto de Renée.
―Pero, ¿cómo han podido rearmarse tan rápido? ―murmuré, llevando mis dedos a mi nuca con nerviosismo mientras buscaba las respuestas en el suelo de piedra―. Cuando vinieron con nosotros al claro no disponían de ningún ejército…
―Por supuesto que no, en ese momento todavía no disponían de los servicios de Nikoláy, Ruslán y Razvan.
Mi rostro se alzó súbitamente para mirarle.
―¿Cómo? ―susurré, perplejo.
Sus pies volvieron a pasear.
―Nikoláy, Ruslán y Razvan se unieron a Vladimir y Stefan hace escasos años ―comenzó a explicarme―. Los rumanos ya estaban formando un ejército consistente en nómadas con los que nosotros habíamos impartido justicia, así que estos también tenían ansias de venganza. Sin embargo, esos nómadas no son suficientes para terminar con nosotros, como comprenderás ―se paró un instante para dedicarme una mirada de presunción y luego siguió paseando―. Necesitaban seres más fuertes, unos seres indestructibles capaces de regenerarse.
―Los gigantes ―adiviné, sorprendido.
Aro se detuvo de nuevo y su mirada ya asintió.
―No sabemos a ciencia cierta cómo dieron los unos con los otros, ni cómo se pusieron en contacto, el caso es que el aquelarre búlgaro se unió al rumano e hicieron una simbiosis ―siguió, iniciando otro paseíllo―. Vladimir y Stefan necesitaban los gigantes, los cuales se los podían proporcionar los tres magos; y Nikoláy, Ruslán y Razvan necesitaban de los rumanos para llegar a tener un imperio. Así que llegaron a un acuerdo para repartirse el poder y se aliaron.
»Hemos intentado que esa aberración de los gigantes no se llevara a cabo con la mayor discreción posible, pero nos ha resultado imposible detenerles, como ya sabrás.
―Sí, algo sé ―contesté con ironía―. Ya conozco al jefe de tus matones.
―Ahora, aunque Nikoláy, Ruslán y Razvan han fallecido, Vladimir y Stefan se han hecho fuertes ―continuó, pasando olímpicamente de mi comentario―. Disponen de ese ejército, de los Cullen y de los gigantes.
Eso último llamó mi atención.
―Entonces, ¿los gigantes no están aquí?
―Lamentablemente no pudimos hacernos con ellos ―reveló, haciendo unas negaciones con la cabeza con un lamento exagerado dibujado en su asqueroso semblante de papel cebolla.
―¿Y qué pasa con esos tres magos? ¿Por qué no los destruisteis, si sabíais lo que se traían entre manos? ―protesté.
―Nos resultó imposible ―se defendió, deteniéndose ante mí―. Nikoláy y Ruslán eran muy poderosos, yo mismo los escogí hace siglos, y Razvan también era bastante fuerte, por lo que tengo entendido ―ya, seguro―. Como he dicho, ahora ya se han rearmado, y disponen de esos gigantes y de nuestros queridos amigos los Cullen. Ese es el motivo por el cual te hemos hecho venir hasta aquí ―declaró.
―¿Para que mis lobos y yo vayamos a rescatar a los Cullen? ―mucho me extrañaba―. Nosotros iríamos igual.
La fina boca del Vulturis se curvó hacia arriba con una picardía maliciosa. Eso lo dijo todo.
―Para que os aliéis a nosotros.
Otra vez me quedé patidifuso.
―¿Aliarnos a vosotros? ―repetí, incrédulo―. ¿No queríais terminar con nosotros?
―Por supuesto que no, ¿cómo puedes pensar eso? ―rio, haciendo sonar sus cuerdas vocales con esa estúpida musicalidad.
Porque era cierto.
―No me tomes por tonto ―le dije, molesto―. Crees que esa estúpida profecía ha empezado, no creo que lo dejes así como así. Seguro que quieres matarme, ¿verdad?
―Me duele profundamente que pienses así, Jacob. Efectivamente, sé que esa profecía ha comenzado ―asintió―, pero te equivocas. Yo no soy como Nikoláy, Ruslán y Razvan. Sé que ellos intentaron matarte e invertir la profecía, seguramente tenían pensado traicionar a Vladimir y Stefan, al igual que hicieron con nosotros. Sin embargo, mi intención no es destruirte. Como te dije antes, ya lo hubiera hecho, si fuese así. Me interesa más una alianza.
―Ya te dije que no me tomes por tonto ―protesté, enfadado―. No hicisteis nada porque os interesaba que me quitaran del medio, ¿no es eso? ¿Y ahora me pides que nos aliemos?
―Si queréis rescatar a los Cullen necesitaréis de nuestra ayuda ―afirmó, ahora transformando ese asqueroso semblante para mostrar su verdadera cara―. Te aseguro que Vladimir y Stefan están muy bien escondidos, mi querido Jacob, jamás daríais con ellos, y, por tanto, nunca daríais con los Cullen. Solamente Demetri ha sido capaz de encontrarles, y solamente yo sé dónde se encuentran ―ahora sonrió con arrogancia―. Si vosotros nos ayudáis a vencer a Vladimir y Stefan, nosotros os ayudaremos a dar con los Cullen para que los rescatéis, y te aseguro que la recompensa valdrá la pena. Si nos ayudáis en este truculento e incómodo asunto, no solo obtendréis el rescate de los Cullen, sino que te garantizo que jamás volveréis a saber de nuestra existencia.
―Esto se llama chantaje ―critiqué.
―Llámalo simbiosis y alianza, mi querido amigo ―tornó―. Nosotros os necesitamos a vosotros y vosotros nos necesitáis a nosotros. Por supuesto, no diré dónde se encuentran hasta que no lleguemos al sitio, y si no nos acompañáis, no puedo garantizar la seguridad de los Cullen en la batalla ―y volvió a mostrarme esos dientes amarillentos.
Volví a rechinar los dientes al escuchar la palabra amigo. Porque yo no quería alianzas con los Vulturis, la sola idea me asqueaba. Pero la situación estaba más que clara. Me tenía bien cogido por donde no debía de cogerme. Odiaba ayudar a estos viejos decrépitos y pasados de rosca, pero, ¡maldita sea!, tan solo pensar en que le pasara algo a Bella y a los demás, me hervía la sangre. Ella era como mi hermana, y encima era la madre de Nessie, ¿iba a dejar que estos chupasangres le hicieran daño? Mierda. No podía permitirlo.
El Vulturis se dio cuenta de mi rostro enfrascado y habló de nuevo.
―Tómate tu tiempo para pensarlo. Aunque no demasiado, esa guerra comenzará pronto ―me reveló.
Iba a contestarle, pero, de repente, un ruido seco me sobresaltó e hizo que me girase para mirar a mis espaldas.
Mis ojos se abrieron como platos.
―¡Soltadme! ―gritó Nessie, revolviéndose en los sucios brazos de esas asquerosas sanguijuelas que me habían escoltado a mí antes, mientras entraban en ese pequeño y frío vestíbulo.
Jane apareció detrás de ellos, llevando arriba su semblante altanero.
―Nessie, ¿qué… qué haces aquí? ―murmuré, atónito.
Lo estaba demasiado, y no me dio tiempo ni a protestar por ese trato hacia ella.
Su hermoso rostro de porcelana se giró súbitamente al escuchar mi voz y sus dulces ojos se clavaron en los míos con una preocupación que me traspasó el alma.
―¡Jake! ―sollozó.
Consiguió zafarse de esos dos matones, o puede que Aro les hiciese una señal, no lo sé, porque ya no pude apartar la vista de ella.
Corrió hacia mí y, antes de que a mis estúpidas piernas les diese tiempo a reaccionar, se abalanzó a mis brazos para besarme con una efusividad que me fue totalmente imposible no corresponder. Me desperté de ese espejismo momentáneo y mis labios le correspondieron de la misma forma, rodeando su cintura y su espalda con mis manos para apretarla contra mi cuerpo.
Dios, cómo la había echado de menos. Su mano se metió entre mi pelo para que no me separase de ella nunca y la energía comenzó a fluir a nuestro alrededor con ganas. Pero, para nuestra desgracia, este no era el sitio ni el momento adecuado, y todo eso duró muy poco.


sábado, 30 de julio de 2011

NUEVA ERA. CAPITULO 53: DIOS, ESTO ES PARA PEGARSE UN TIRO




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NUEVA ERA II. COMIENZO 1ª Parte (Continuacion de "NUEVA ERA. PROFECÍA")
Para leer este fic, primero tienes que leer "Despertar", que se encuentra en los 7 bloques situados a la derecha de este blog, y "Nueva Era I. Profecía". Si no, no te enteraras de nada 😉


CAPITULOS:

PARTE UNO: COMIENZO:

RENESMEE:

43. DESPEDIDA: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/07/nueva-era-capitulo-43-despedida.html
44. COMIENZO: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/07/nueva-era-capitulo-44-comienzo.html
45. CELEBRACION: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/07/nueva-era-capitulo-45-celebracion.html
46. FUEGO: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/07/nueva-era-capitulo-46-fuego.html
47. NADAR: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/07/nueva-era-capitulo-47-nadar.html
48. EXTRAÑO: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/07/este-es-el-segundo-capitulo-de-hoy-para_26.html
49. REY Y REINA: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/07/nueva-era-capitulo-49-rey-y-reina.html
50. EN CASA: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/07/nueva-era-capitulo-50-en-casa.html
51. BUSQUEDA: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/07/nueva-era-capitulo-51-busqueda.html

JACOB:

52. HAY QUE VER LAS VUELTAS QUE DA LA VIDA: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/07/nueva-era-capitulo-52-hay-que-ver-las.html


DIOS, ESTO ES PARA
PEGARSE UN TIRO


Una de las llaves se metió en la cerradura y los tropecientos mil cerrojos se fueron corriendo uno por uno con una sucesión de sonidos contundentes, hasta que el último de ellos hizo su particular clack.
La puerta se abrió y yo tensé los gemelos de mis piernas a la vez que mi garganta ya emitía un gruñido de advertencia.
Entraron dos chupasangres de la guardia, ataviados con esas estúpidas y anticuadas capuchas grises, pero, para mi asombro, pasaron por delante de mis narices y se dirigieron a Ryam.
―¡Hey, ¿qué vais a hacer?! ―exigí saber, lanzando mis pies hacia ellos.
Pero alguien tiró de las cadenas de mis muñecas, haciendo que mis brazos se fueran hacia atrás y que me quedase clavado en el sitio, impidiéndome avanzar más allá.
―¡No, soltadme! ―gritó Ryam, luchando para que esas sanguijuelas no le cogieran por los brazos.
Me giré súbitamente, con cara de muy malas pulgas, y vi que ese alguien era otro vampiro que estaba agarrando mis cadenas con las dos manos, tensándolas para que yo no pudiese dar un paso más.
―¡Suéltame, asqueroso chupasangres! ―voceé, abalanzándome sobre él.
Pero esa sanguijuela saltó a un lado vertiginosamente, llevándose esas malditas cuerdas metálicas, y volvió a tirar de ellas con saña. No me dio tiempo a más. Los eslabones pasaron por las arandelas como auténticas balas, produciéndose un ruido chirriante, y mi cuerpo salió despedido hacia atrás, hasta que las cadenas llegaron a su final, que eran los grilletes de mis muñecas y mis tobillos. Mi espalda se estampó en la pared y el estruendo del impacto restalló en toda la mazmorra cuando este provocó un boquete en el muro que hizo que incluso se desprendieran trozos de piedras, las cuales terminaron desparramándose por el suelo. Me quedé pegado a la pared con los brazos y las piernas abiertas como si me tratase del objetivo de un truco de cuchillos.
Genial. Por supuesto, no me hice daño, y menos mal que mis pies se posaban en el suelo, pero esto, aparte de humillante, era frustrante y me ponía de más mala leche.
―¡Suéltame! ―grité, ya lleno de convulsiones y revolviéndome como podía.
Sin embargo, ese vampiro me tenía bien enganchado, y no me podía transformar. ¡Maldita sea!
―¡Dejadme! ―chilló Ryam con furia, casi a la vez que yo, también temblequeando.
Y entonces, mi cabeza se giró hacia él con rapidez y mis estupefactos ojos se abrieron como platos.
Su cuerpo pegó un estirón supersónico, empezando por sus brazos y sus piernas, para seguir por el tronco y la cabeza. Todo en él se ensanchó y adoptó una forma más musculosa, aunque las roturas de sus pantalones ya se adaptaban a su nueva condición, señal de que ya se había transformado con anterioridad, de ahí que no llevase camiseta y su pantalón ya estuviese hecho trizas. En un abrir y cerrar de ojos, ese chico más bien delgado de un metro ochenta pasó a ser un gigante forzudo de más de dos metros y medio. Guau. Menos mal que ya estaba más que acostumbrado a ver transformaciones.
Me fijé en que sus grilletes tenían algún tipo de sistema especial y que se ensancharon para amoldarse a sus nuevas muñecotas. Tiró de sus largas cadenas con ira, pero ni siquiera su fuerza podía con esos eslabones y con el anclaje de esas anillas.
Ryam abrió la bocaza, enseñando unos colmillos que también eran bastante considerables, y soltó un rugido en todo el careto de los chupasangres que intentaban llevárselo que a poco más y les quita hasta las capuchas de sus túnicas. Sí, en serio, fue bastante potente.
Pero el muy idiota no sabía luchar. Después de montar todo ese numerito, las dos sanguijuelas que le rodeaban saltaron hacia él y, con facilidad, abrieron las arandelas que le ataban a la pared para envolver su descomunal cuerpo con las cadenas a una velocidad increíble. En un segundo, Ryam parecía un canelón de cadenas.
Imbécil. Bueno, aunque yo tampoco estaba para hablar, la verdad. Él parecería un canelón metálico, pero yo parecía la atracción de una feria. Guay. Vaya par de estúpidos…
―¡Soltadme! ―volvió a reclamar Ryam, zarandeándose inútilmente entre las manos de sus opresores.
El muy tonto lo único que iba a conseguir era caerse al suelo, y a ver cómo se levantaba después.
―¡¿Qué vais a hacer con él?! ―exigí saber.
―Tranquilo, no venimos a por el gigante ―habló uno de esos chupasangres que habían envuelto a Ryam―. Solo es… para que te quedes a solas.
―¿A solas? ―inquirí, bajando las cejas con extrañeza.
Ya no me hicieron ni caso. Uno de esos vampiros empujó a Ryam, cuyos hombros cayeron sobre los brazos de su compañero, y lo cogió por las piernas. Hicieron mutis por el foro, llevándose al gigante como si fuese una enorme alfombra enroscada mientras él gruñía y los insultaba sin parar, revolviéndose para nada.
Se marcharon de la celda de esa guisa, pero la sanguijuela que me retenía a mí se quedó para seguir sosteniendo mis cadenas. Mis ojos se clavaron en él con furia y el muy cobarde apartó la mirada.
De repente, otro espectro encapuchado entró por el hueco de la puerta. Llevaba esa capucha casi negra puesta para ocultar su rostro, pero por el color de su capa y por su tamaño supe quién era enseguida.
―Hombre, pero si es mi amiga la Pitufina ―le dije con acidez―. ¿Qué pasa? ¿Vienes a torturarme un rato?
Mi mote no debió de gustarle mucho, porque se giró hacia mí, me miró con sobriedad y retiró su capucha hacia atrás para enseñarme un alzamiento de ceja altivo.
Inspiré profundamente por la nariz ese asqueroso aire lleno de acidez repelente, sí, diablos, era realmente repugnante, pero necesitaba oxígeno para prepararme psicológicamente con el fin de resistir su tortura, por muy sucio que este estuviera.
Pero, para mi sorpresa, no me hizo nada. Se dio la vuelta, dirigiéndose al otro chupasangres, y ella tomó las riendas de mis cadenas. Su compañero se piró con rapidez cuando ella le dedicó una mirada amenazadora, y cerró la puerta a sus espaldas.
Entonces, volvió sus encarnados ojos hacia mí.
―¿Qué vais a hacer con Ryam? ―quise saber.
―Tranquilo, tu amigo estará aquí pronto, no le haremos nada ―declaró―. Solo quería estar a solas contigo.
¿Qué demonios era esto? ¿Acaso venía a sonsacarme algún tipo de información o algo?
―No tengo nada que decirte ―le advertí, clavándole otra mirada agresiva.
―No vengo… ―sus pupilas bajaron por mi cuerpo y su ceja se volvió a alzar, aunque esta vez con una aprobación y una satisfacción evidentes, a lo que se sumó la curvatura de su boca, para terminar subiendo hasta mi rostro de nuevo―…a torturarte.
Glups. Esto no me gustaba nada, pero nada de nada.
―Hay muchos tipos de tortura ―le contesté, otra vez con un tono ácido, para ver si así se daba por aludida.
Mierda. No se dio por aludida.
Se acercó lentamente, poniendo una mano por delante de la otra como si escalase por las cadenas, con ese mismo semblante de antes y se quedó a un paso de mí.
―Solo he venido para llevarte ante Aro, pero he de reconocer que también he aprovechado para verte ―reveló, repasándome con esa mirada de nuevo.
Ugh, su manera de mirarme me daba escalofríos. No sé por qué, pero esa mirada, claramente lasciva, me ponía de los nervios.
Me di cuenta de que llevaba unos tacones considerables, pero ni con esos zancos me alcanzaba.
―Bueno, pues ya me has visto, así que pírate y llévame a ver a Aro ―le espeté.
Otra vez, pasó de mis palabras.
Una de sus manos soltó las cadenas y la elevó hacia mí.
Me revolví, aprovechando ese desenganche, y traté de zafarme. Conseguí que mis brazos y mis piernas se despegasen un poco de la pared, pero maldita sea, esa rubia canija era más fuerte que yo y, por más que lo intenté, me resultó imposible separarme más. La Pitufina sonrió con malicia, parecía disfrutar con esto, y le dio un tirón a las cadenas con esa sola mano, haciendo que mis extremidades volvieran a espachurrarse en el paramento de piedra.
Maldita sea, esto era más humillante todavía.
―Déjame en paz ―mascullé, apretando los dientes.
Se rio en voz alta, con una risa cantarina. ¿Qué le pasaba? ¿Acaso se había vuelto loca o qué? Hasta que por fin cerró la boca y se dejó de reír. Entonces el escalofrío que me dio fue peor.
Clavó sus libidinosos ojos en los míos y volvió a alzar la mano hacia mí. Ahora fue mi espalda la que buscó la pared para pegarse.
Mierda, genial, lo sabía. Sabía que esta víbora se sentía atraída por mí, aunque jamás imaginé que llegase a estos extremos. Esto era lo que me faltaba.
―No se te ocurra tocarme ―gruñí, rechinando la dentadura con más fuerza mientras hundía el ceño sobre los ojos.
Como antes, le dio exactamente lo mismo. Me dio un respingo cuando su mano se posó sobre uno de mis brazos, aunque ella también notó la gran diferencia de temperatura y la apartó con un poco de sorpresa.
―Tu piel está muy caliente ―se dio cuenta la lista de ella, elevando su labio todavía más. Genial, encima, parecía que eso le gustaba―. Sin embargo, es extremadamente suave.
No tardó nada en llevarla de nuevo a mi antebrazo. Esto era para pegarse un tiro, pero la cosa empeoró cuando comenzó a arrastrarla hacia arriba, pasando por mi bíceps para seguir en busca de mi hombro.
―Quita tu sucia mano de ahí ―le avisé sin despegar mis muelas a la vez que me revolvía para impedirlo, aunque inútilmente, para mi desgracia.
―El Gran Lobo. Eres tan fuerte… ―murmuró sin despegar su mano de mi hombro, desviando esa sucia mirada hacia mi torso―. Y no me refiero a fuerza física, por supuesto ―se burló, riéndose con desdén.
No voy a mencionar el tipo de insultos que se me pasaron por la cabeza, esos sí que eran demasiado fuertes.
―No me toques ―le repetí, gruñéndole con ganas.
―¿Por qué no? ―preguntó, para mi sorpresa.
¿Me estaba tomando el pelo?
―Porque no quiero que me toques, ¿te enteras? ―le bufé, más que enfadado.
Mi respuesta no le gustó nada.
―Tú querrás lo que yo quiera ―rebatió, irritada.
¿Pero de qué iba?
―No puedes obligarme ―afirmé con determinación.
―Deberías sentirte afortunado, muchos otros hombres querrían estar en tu lugar ahora mismo ―aseguró, levantando la barbilla con petulancia y orgullo.
¡Ja! Eso era gracioso. Podía resarcirme con eso un rato, pero me contuve, todavía era un caballero.
―Siento desilusionarte, pero las mujeres vampiro no me atraen nada de nada ―le espeté, arrastrando las palabras con maldad.
―Eso no lo sabes si nunca has probado con una ―manifestó en ese tono orgulloso.
Ni hablar.
―Créeme, lo sé ―aseguré, hablando con un poco de chulería. Lo siento, pero me salía sola―. No sois mi tipo, solo vuestro olor me da asco.
―Tú tampoco es que huelas a rosas, precisamente ―dijo, arrugando esa nariz de niña pequeña. Sin embargo, enseguida dejó de retorcer su semblante para repasarme otra vez―. Pero, en cambio, cada vez que te veo, mi vista se agrada sumamente. Para ser mitad humano, mitad animal, eres realmente hermoso.
Guay.
―Decíais que era aberrante que un hombre lobo estuviera con un semivampiro, ¿y ahora vienes tú hasta aquí para magrearme? ―le reproché a la cara, hundiendo el ceño en los ojos―. ¿Qué pensará Aro cuando vea esto en tu mente? ¿No tienes miedo de que te mate?
―No te equivoques, lobo ―me paró, mirándome fijamente con esos ojos rojos, cabreados―. El que yo me sienta atraída por ti no quiere decir que no te mate en un momento dado. Sigues siendo mi enemigo, y mi lealtad hacia los Vulturis es inquebrantable, Aro lo sabe ―aseguró, alzando la barbilla de nuevo.
―¿Entonces qué es lo que pretendes? ―inquirí, cansado de todo este circo humillante y absurdo―. ¿Por qué seguimos aquí y no me llevas ante Aro de una maldita vez?
Estaba deseando encontrarme con él cara a cara.
―Porque llevo esperando mucho tiempo para volver a verte ―confesó sin tapujo alguno. Genial―. Tengo que reconocer que me dejaste impresionada la primera vez que te vi, como humano, por supuesto ―matizó―. Eres realmente poderoso, tu poder espiritual es increíble, jamás he visto algo igual ―dijo, mirando mi cuerpo con deseo.
―Me importa una mierda cómo te quedases ―le escupí para que se pirase―. Quiero ver a Aro ya.
Pero no se piró.
―¿Crees que he venido hasta aquí solo para esto? ―se rio―. ¿Que me voy a conformar solo con mirarte?
Dios, esto no me podía estar pasando…
―Soy un hombre casado, felizmente casado, seguro que ya lo sabes ―le recordé con acidez.
Eso pareció molestarle especialmente, pero lo dejó pasar.
―Quiero que me beses ―exigió, mirándome con dureza.
Sí, esto era una pesadilla, seguro.
―¿Qué? ―no me lo podía creer.
Vamos, Jake, despierta…
―Quiero saber qué se siente al besar al Gran Lobo.
Se había vuelto chiflada.
―No pienso besarte ―afirmé, mirándola con cara de asco.
―Claro que me besarás ―aseguró, enfadada.
―Antes prefiero palmarla ―declaré, machacando mis muelas.
Solo de pensarlo, me daban escalofríos. Además, ante todo estaba Nessie. Me daba igual que fuera obligado, yo jamás besaría a otra mujer, y mucho menos a una chupasangres, vamos.
Para mi asombro, la rubia canija empezó a reírse.
―¿Tan malo es? ―preguntó, aún riéndose.
―Peor que eso. Me darían ganas de vomitar.
Su risa cesó.
―Quiero que me beses. Ahora ―exigió otra vez, seria.
―Jamás.
―Si no accedes, tendré que obligarte ―amenazó.
―Ya puedes empezar a torturarme. Jamás te besaré.
Se quedó mirándome con enfado durante un rato, pero luego su rostro desplegó una sonrisita maléfica.
―Podría torturar a tu… esposa ―le costó soltar la palabra, pero sus labios seguían sonriendo con malicia.
Una ráfaga de fuego me atravesó la espalda.
―No se te ocurra tocarla ―gruñí, mirándola con odio―. Si le tocas un solo pelo, juro que te mataré con mis propias manos.
Esa estúpida sonrisa se le borró de la cara al instante, aunque siguió en sus trece.
Su mano comenzó a descender por mi clavícula y mi cuerpo se llenó de respingos.
―¿No me has oído? Deja de tocarme ―mascullé, apretando los dientes con furia mientras intentaba que mi torso se apartara de su mano.
¡Mierda, era inútil!
―Eres muy diferente a todo lo que he visto. Eres fuerte, hermoso, cálido, la tez de tu piel es tan distinta… ―su asquerosa y helada palma siguió bajando para deslizarse por mi pecho―, y eres el poderoso Gran Lobo.
Mi cuerpo empezó a sentir la urgente necesidad de cambiar de fase. La lengua de fuego ya quería recorrer mi columna vertebral y los temblores de mis manos comenzaron a hacer acto de presencia.
―¡He dicho que no me toques! ―le voceé en todo el careto.
Entonces, su mano se despegó súbitamente de mi piel y sus encarnados ojos se clavaron en los míos, entornándolos con furia.
Me dio completamente igual.
―¡No quiero que me toques con tus asquerosas manos! ―solté con ira―. ¡Yo solamente le pertenezco a Nessie, ¿me oyes?! ¡Estoy locamente enamorado de ella, soy suyo, solo suyo, jamás dejaré que otra mujer me toque y jamás tocaré a otra mujer! ¡Y mucho menos a un miserable piojo como tú!
De pronto, un rayo eléctrico se clavó en mi cuerpo, atravesando todas mis entrañas con saña. Intenté evitarlo por todos los medios, pero en ese momento me fue imposible no gritar, el dolor era demasiado insoportable. Mis manos se cerraron en puños y mis propios brazos tensaron las cadenas cuando noté ese dolor punzante en cada uno de mis órganos, pero me quedé sin aire por un instante cuando lo sentí en el corazón. Este era peor que aquel que había sentido con ese maldito hechizo de Razvan, era como si me estuviese clavando un puñal y lo estuviera retorciendo una y otra vez. Ese cuchillo invisible se desplazó por mis tripas, desgarrándolas, y pasé a agonizar. Mientras yo me retorcía a su antojo y apretaba mis muelas para que mi garganta se reprimiese un poco, ella sonreía con satisfacción. ¡Maldita bruja! Verme sufrir parecía despertar en ella algún tipo de placer sádico, así que obligué a mi boca a que se callase y conseguí que solamente salieran unos gemidos sordos.
―El Gran Lobo a mi disposición ―dijo con esa misma sonrisa―. Me encanta ese collar, ¿a ti no?
Su burla hizo que me cabrease más, pero ni siquiera podía hablar.
―Zorra… ―logré articular casi sin voz, aunque con odio, mientras me doblaba de dolor.
―En nuestro último enfrentamiento me humillaste delante de todos, pero ahora lo pagarás caro ―aseguró, entrecerrando más sus ojos de bruja a la vez que sonreía con arrogancia―. He esperado mucho tiempo para verte así, y también para tenerte ―siguió, hablando con ansia―. Quiero ver cómo te arrodillas ante mí y me suplicas que te bese.
¡Bruja chiflada!
―¡Nunca! ―volví a vociferar.
―¿Te gustaría que le hiciese esto a tu mujercita? ―amenazó, entornando esos ojos rabiosos todavía más y utilizando esa palabra con un tono que me sacó de quicio―. ¿Vas a permitir que sufra solo por no entregarme un beso?
La ira recorrió mi espalda otra vez y logré alzar el rostro para clavarle una mirada de profunda inquina.
―¡Si la tocas, te mataré! ―grité, tirando de las cadenas con furia incontrolada.
Mi fuerza aumentó considerablemente de una forma súbita y mis brazos consiguieron despegarse de la pared, por mucho que ella tiró para impedirlo.
Eso la desquició aún más.
Aumentó la intensidad de su ataque y mi cuerpo sufrió otra sucesión de convulsiones, pero no me amilané, apreté los dientes y resistí el dolor.
―Si no me besas, la mataré yo a ella ―amenazó, rabiada.
―¡No te atrevas a tocarla! ―repetí, gritando más fuerte.
Noté cómo mi espíritu de Gran Lobo se revolvía en mi interior con cólera. Si se le ocurría rozarla, la mataría. La mataría a ella y a todos los chupasangres de este asqueroso agujero, lo juraba por mi vida. NADIE volvería jamás a osar a hacerla daño. ¡NADIE!
De pronto, noté cómo mi poder espiritual hacía acto de presencia en mí. Al principio me extrañó, porque ese Ezequiel me había dicho que mi espíritu de Gran Lobo no podía actuar si lo que me impedía transformarme era algo físico, como era este estúpido cordón metálico, pero enseguida comprendí el porqué de esta excepción. Sí, ahora mi espíritu de Gran Lobo me estaba permitiendo usar su poder en mi forma humana, y la razón era muy sencilla: Nessie. Ella era la fuerza que impulsaba a mi espíritu, ella era mi guía y mi luz, ella era la que me proporcionaba poder, la que lo incrementaba. Mi espíritu de Gran Lobo jamás permitiría que le pasara nada a Nessie, y esto era una amenaza clara. Pero también sabía que solamente me daría una única oportunidad.
La rubia canija elevó su ataque un poco más, desesperada por mis negativas a acceder a su loca petición. Sin embargo, comencé a ver sus rayos láser de color rojo con total claridad. Estos se estaban clavando en mi cerebro con saña, engañándolo para que sintiera ese cuchillo invisible por todas partes. No perdí más tiempo. Hice emanar mi poder espiritual y extendí ese círculo brillante hacia fuera. En cuanto el círculo tocó esos rayos rojos, Estos se deshicieron como si fueran una simple brisa y mi cuerpo por fin se relajó.
Sin embargo, todavía no sabía cómo demonios hacer para extender esa elipse que lo fulminaba todo ―me moría de ganas de terminar con esta arpía de una vez por todas―, y, encima, como me temía, esto era una excepción, mi espíritu de Gran Lobo solamente me permitía extender mi círculo brillante para protegerme.
La Pitufina se quedó paralizada, mirándome perpleja. Pero la muy estúpida volvió a intentarlo.
Entornó sus ojos otra vez y dos rayos rojos salieron hacia mi frente. No llegaron a tocarla. Mi círculo se encargó de pararle los pies sin ningún problema.
―¿Cómo… es posible? ―exhaló sin poder creérselo.
―Jamás olvides que soy el Gran Lobo ―por una vez, presumí de serlo.
―Entonces, es cierto, la profecía ya ha empezado ―se sorprendió, aunque me repasó con más ganas que antes.
Estupendo, esto le ponía más, al parecer. Enana chiflada.
―Ahora suelta esas malditas cadenas y llévame ante Aro ―le exigí, tirando de las mismas para despegarme de una maldita vez de esa pared.
No me dejó, por supuesto. Su labio se volvió a curvar hacia arriba con petulancia.
―Tu poder espiritual no te hace más fuerte que yo, me refiero físicamente ―y su barbilla se alzó con presunción.
Esto era desesperante. Ya estaba harto.
―¡Suéltame de una maldita vez! ―le ordené, furioso.
Como una cobra, se abalanzó hacia mí para rodear mi cuello con su brazo suelto, tirando de mí. Intenté impedirlo con todas mis fuerzas, de veras, pero la muy chiflada era más fuerte que yo y consiguió que mi columna vertebral se doblara hacia ella.
―Quiero saber qué se siente al besar al Gran Lobo ―dijo con una voz ansiosa mientras acercaba mi rostro a su asqueroso semblante.
Su mano había soltado un tramo de las cadenas para que mi cuerpo se arqueara, así que mis manos quedaron más libres y pude interponerlas entre su cuerpo de mármol y el mío.
―¡Déjame, maldita bruja! ―voceé, forcejeando con ella todo lo que pude para que mi espalda no se doblase más mientras mi cuerpo se llenaba de convulsiones incontroladas.
Maldita sea. Esta era la segunda vez que me manoseaba y me intentaba besar una mujer vampiro, aunque, claro, la otra vez había sido una de mis mejores amigas y eso había hecho que pudiese reprimir mis impulsos de transformación. ¿Pero qué coño les pasaba? Se suponía que mi olor les tenía que resultar repelente, ¿no? Pues menos mal, porque si no…
De repente, la enana tarada me soltó súbitamente, así como a mis cadenas, y me empujó hacia la pared. Mi espalda se estrelló contra la misma, pero ni mucho menos fue como antes, simplemente choqué. Por fin, mis brazos y mis piernas quedaron más o menos libres; seguían encadenados, pero por lo menos no estaban pegados al paramento.
―¿Qué haces aquí? ―exigió que le dijera alguien.
Giré mi cara hacia la misma dirección a la que miraban sus desquiciados ojos y lo vi.
―Aro está esperando ―le comunicó Enguerrand, dedicándole una mirada claramente censuradora.
¡Uf! Era la primera vez en toda mi vida que me alegraba de ver a ese pelirrojo.
El Zanahorio osciló las pupilas hacia mí para observarme y después se dio la vuelta hacia la puerta.
―Enguerrand ―le llamó la Pitufina en un tono sobrio y mandón.
Este giró medio cuerpo para observarla.
―Espero que esto que has visto no salga de aquí ―le dijo con una voz y unos ojos amenazantes.
El chupasangres pelirrojo se quedó en silencio un par de segundos mientras correspondía su mirada.
―Creo que este metamorfo te gusta demasiado y que te estás dejando llevar por tus sentimientos ―declaró, regio.
―No sé a qué te refieres ―le respondió ella, levantando la cabeza con orgullo.
―No te encapriches demasiado con él ―le soltó―. Es peligroso.
¿Encapricharse? Puaj, lo que me faltaba.
La Pitufina no le quemó con los ojos de milagro.
―Estás equivocado ―replicó ella―. Solo estaba jugando con él, y Aro ya lo sabe, por supuesto.
¿Jugando? Pues menos mal. Y encima, ¿ese vejestorio tarado lo sabía y se lo había permitido? Chisté con indignación.
El pelirrojo tardó un segundo en contestarla.
―No lo digo por Aro, lo digo por ti ―le espetó a la cara, ya girándose otra vez hacia la salida―. No debes encapricharte con él, el Gran Lobo es demasiado para ti.
La rubia canija rechinó los dientes.
―Jamás vuelvas a hablarme así, te lo advierto ―contestó ella, rabiada.
―Aro está esperando ―repitió él, ignorando totalmente su amenaza.
Las muelas de la enana rechinaron de nuevo y el pelirrojo salió por la puerta.
―¡Guardias! ―voceó él desde fuera.
Y los dos chupasangres que se habían llevado a Ryam entraron en la mazmorra.