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jueves, 29 de septiembre de 2011

NUEVA ERA. CAPITULO 90: APOYO



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NUEVA ERA II. COMIENZO 2ª Parte (Continuacion de "NUEVA ERA II. COMIENZO 1ª Parte").

Para leer este fic, primero tienes que leer el anterior "Despertar", que se encuentra en los 7 bloques situados a la derecha de este blog, "Nueva Era I. Profecía" y "Nueva Era II. Comienzo 1ª Parte". Si no, no te enterarás de nada 😏


CAPITULOS:

PARTE DOS: NUEVA ERA

RENESMEE:

77. ACAMPADA: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/08/nueva-era-capitulo-77-acampada.html
78. EL LAGO: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/09/nueva-era-capitulo-78-el-lago.html
79. EN MEDIO: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/09/nueva-era-capitulo-79-en-medio.html
80. LICÁNTROPO: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/09/nueva-era-capitulo-80-licantropo.html
81: DECISIÓN: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/09/nueva-era-capitulo-81-decision.html
82. CUMPLEAÑOS: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/09/nueva-era-capitulo-82-cumpleanos.html
83. IRRUPCIÓN: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/09/nueva-era-capitulo-83-irrupcion.html
84. REENCUENTRO: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/09/nueva-era-capitulo-84-reencuentro.html
85. GRIPE: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/09/nueva-era-capitulo-85-gripe.html
86. FALLO: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/09/nueva-era-capitulo-86-fallo.html
87. GIRO: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/09/nueva-era-capitulo-87-giro.html
88. BUENA Y MALA: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/09/nueva-era-capitulo-88-buena-y-mala.html
89. FELICITACIONES Y PLANES: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/09/nueva-era-capitulo-89-felicitaciones-y.html


APOYO


Después de que Carlisle me tomara una muestra de sangre con el fin de llevarla a su casa de Forks para analizarla, Jacob y yo salimos de nuestro hogar y nos dirigimos a la vivienda del Viejo Quil, dando un tranquilo e íntimo paseo por la playa de First Beach, cogidos de la mano. Bueno, íntimo era un decir, claro, porque mi familia se había quedado en casa, ya que no podían salir del perímetro, pero todos los alrededores estaban siendo controlados por algunos de los miembros de la manada, y aunque Jacob no se despegaba de mí, nosotros mismos estábamos siendo vigilados en todo momento, por si acaso. Era una sensación realmente incómoda, la verdad, pero no me quedaba más remedio que aguantarme.
―Esto terminará pronto ―me alentó Jake, pasándome el brazo por los hombros para arrimarme más a él. Como siempre, parecía que me leía la mente―. Pillaremos a esas sanguijuelas y todo volverá a la normalidad.
―Eso espero ―suspiré.
El océano quería demostrarnos su poderío mandando un fuerte oleaje hacia la orilla. Un grupo de agitadas gaviotas, que se abalanzaban a por los peces que chocaban contra las rocas y quedaban aturdidos, no era lo único que amenizaba nuestro paseo. El sonido de las olas rompiendo en la arena era continuo y contundente, y estas dejaban un rastro de espuma blanca en su vuelta hacia el mar, como último vestigio de su invasión. El cielo estaba encapotado con una densa capa de nubes grises que comenzó a descargar una suave pero insistente llovizna. La alfombra de piedras lisas que cubría la arena no tardó en empaparse.
―Mierda, tenía que haber cogido un paraguas ―se lamentó mi chico, apretándome contra él, como si así fuera a mojarme menos.
Aunque el calor que emanaba de su cuerpo era muy acogedor.
―No pasa nada, estoy bien ―sonreí, rodeándole con mis brazos y dándole un beso en la mejilla.
Seguimos caminando de esa guisa por la playa en forma de media luna, aunque más deprisa, hasta que llegamos a la casita de color verde apagado del Viejo Quil.
Jacob dio dos toques en la puerta y, como siempre, pasó a la vivienda sin más, conmigo de la mano. Atravesamos el pequeño vestíbulo y entramos en esa sala en la que ya nos esperaban todos los miembros del Consejo. El Viejo Quil estaba en su anticuada butaca, Billy había aparcado su silla de ruedas a un lado y Sam y Sue ya se encontraban sentados en sus correspondientes banquetas. Sam ya no era el jefe de la tribu, por tanto, teóricamente ya no tendría que pertenecer al Consejo, pero Jacob sabía lo importante que era todo esto para él, así que había exigido que lo siguiera siendo. Nadie puso pegas, ya que su presencia y su experiencia siempre eran muy bienvenidas.
Todos los presentes ya nos habían felicitado, excepto el Viejo Quil, que se apresuró a hacerlo en cuanto nos vio aparecer.
―Enhorabuena ―exclamó con una sonrisa de satisfacción enorme y un orgullo que desbordaba honorabilidad por todos sitios. La cara de Billy también reflejaba una luminosidad especial―. Me alegro de que por fin os decidierais a tener un hijo.
Bueno, decidir, decidir…
―Gracias, Quil ―agradeció Jake por ambos, llevándome hacia el sofá.
Nos sentamos sin que Jacob soltara mi mano. Jake solía venir a menudo, puesto que, también en teoría, era el jefe de la tribu y ahora formaba parte del Consejo, así que tenía que asistir a las reuniones que tenían lugar aquí. Pero yo no estaba acostumbrada, y esto me recordaba a aquella visita de hace años para hablar de mi pulsera. Era la misma estampa, aunque ahora las cosas eran bien distintas y el motivo por el cual veníamos también.
―Me siento muy feliz ―afirmó el Viejo Quil―. Siempre es una alegría la llegada de un hijo, pero en este caso doblemente, pues será un varón, según tengo entendido, ¿no es así?
―Sí, es un niño ―le ratificó Jacob, sonriendo.
―Es estupendo ―aprobó con entusiasmo―. Será un futuro Alfa.
Billy sonrió con satisfacción al volver a escuchar eso.
―Sí, pero de eso quería hablaros precisamente ―dijo Jake, después de mirarme.
―¿Qué ocurre? ―intuyó el anciano Quil Ateara al ver nuestros rostros, cambiando el suyo automáticamente.
―Se trata de Razvan y esos magos ―empezó a explicar mi chico, en un tono de gravedad―. Bueno, es un poco largo de contar, pero sabemos que quieren evitar… el nacimiento del bebé ―sus dientes chirriaron al final de la frase―. Nessie y mi hijo corren peligro.
Mi suegro tampoco pudo evitar que sus muelas se apretasen.
―¿Y por qué quieren eso? ―preguntó el Viejo Quil.
Jacob le explicó todo el asunto con pelos y señales, y el semblante del Viejo Quil fue adquiriendo más seriedad y gravedad conforme escuchaba, aunque no fue el único. Billy seguía rechinando los dientes de tanto en cuanto.
―Por eso necesitamos hacer una excepción del tratado con los Cullen, para poder proteger mejor a Nessie y al bebé ―concluyó Jacob.
―¿A qué te refieres con excepción? ―se notó que ya esa palabra no le hizo mucha gracia al Viejo Quil.
―Les necesito en los bosques ―aclaró Jake, mirándole fijamente.
―Eso no puede ser, lo sabes ―se opuso el anciano, frunciendo su arrugado ceño al tiempo que apoyaba las dos manos en su bastón de castaño―. El tratado tiene que cumplirse, es lo que acordamos.
Billy, Sam y Sue escuchaban atentamente. Ellos estaban de acuerdo con Jacob, sin duda, pero para hacer esa excepción con el tratado tenía que ser un consenso unánime. Si el Viejo Quil se negaba, no teníamos nada que hacer.
―Ya, lo sé, pero solo será momentáneamente, hasta que demos caza a esas sanguijuelas y las liquidemos ―alegó Jacob nerviosamente―. Después las cosas volverán a su cauce.
―No les necesitáis ―rebatió el Viejo Quil―. La manada es lo suficientemente fuerte como para afrontar tal peligro.
―Vamos, Quil, con ellos tendríamos más ventaja ―discutió mi chico, bajando las cejas hasta los ojos―. Ellos pueden subirse a los árboles, pueden manejarse en las alturas.
―Y vosotros conocéis este territorio mejor que nadie.
―Por eso debemos unir nuestras fuerzas ―continuó Jacob―. Si nos mezclamos, si nos compaginamos, esos chupasangres magos no tendrán nada que hacer.
―Jamás hemos necesitado la ayuda de nadie ―soltó el anciano, malhumorado.
―Nessie y el bebé forman parte de su familia, también quieren protegerlos. Están en su derecho de hacerlo ―alegó Jake, enfadado―. Además, nosotros les hemos ayudado muchas veces y ellos se sienten en deuda, es una forma de pago ―se inventó acto seguido, a ver si con eso el Viejo Quil daba su brazo a torcer.
―No tienen nada que pagar ―espetó él con necedad.
―Mira, ¿sabes qué? Me da igual lo que digas. Se trata de mi mujer y mi hijo, Quil, y haré todo lo que esté en mi mano para protegerles ―aseguró Jake, rechinando los dientes―. Me gustaría que el Consejo, que mi gente, me apoyase en algo como esto, pero si no es así yo seguiré adelante igualmente.
―¿Acaso me estás diciendo que tú vas a modificar ese tratado sin nuestro permiso? ―ahora el entrecejo del Viejo Quil se hundió sobre sus caídos párpados.
La mano de mi chico apretó la mía.
―Así es ―asintió sin ningún titubeo, clavándole una mirada de profunda determinación y hablando de igual modo―. Soy el Gran Lobo, jamás olvides eso. Soy el que más autoridad tiene de los que estamos aquí, lo sabes. Nunca he utilizado esto, porque no me gusta, sabes que lo odio, pero lo haré ahora si con esto protejo a mi familia ―no era el momento, por supuesto, pero supe que esa denominación de familia se refería a mí y a nuestro hijo y no pude evitar que mis mariposas saltaran, emocionadas, al escucharle―. Ellos son lo más importante para mí, y haré lo que sea para protegerles, lo que sea ―su tono salió rabioso y sus muelas rechinaron de nuevo―. Si cuento con vuestro apoyo, me sentiré muy orgulloso y me haréis feliz, y quiero tenerlo, por eso he venido hasta aquí; pero si no cuento con él, seguiré con esto igualmente, por mucho que me disguste la situación. Cuento con el apoyo de la manada, lo sabes de sobra, ellos me seguirán allí donde yo vaya, y eso es suficiente para mí.
―No sé lo que saldrá de aquí, pero yo te apoyo ―declaró Sam, asintiendo mientras le miraba con honorabilidad y respeto―. Haré todo lo que me pidas que haga.
―Gracias, Sam ―le dijo Jake sin cambiar su postura y actitud.
―Y yo también, por supuesto ―le siguió Billy―. Lo siento, Quil, pero también se trata de mi familia.
―Creo que Jacob tiene razón, Quil ―manifestó Sue, observando al anciano con suma seriedad―. Todos haríamos lo mismo en su lugar.
―No me gusta ―refunfuñó el anciano, aunque su semblante ya no era tan terco como antes―. Si todos hiciéramos lo mismo, como dices tú, las leyes y los tratados serían como las semillas de un diente de león, que con un soplido se esparcen por el aire.
―Este es un caso especial ―afirmó Sam―. Jacob es el Gran Lobo, y su esposa lleva al futuro Alfa en su vientre, a un futuro Príncipe de los Lobos. Es nuestra obligación ceder a su petición, es más, esto deberíamos tomarlo como un honor.
El Viejo Quil masculló algo ininteligible mientras miraba a un lado con evidente disgusto.
―Bueno, me da igual ―soltó Jake, cabreado, levantándose con precipitación. El tirón de su mano hizo que yo también me tuviera que poner de pie―. Haré esa excepción del tratado, con tu apoyo o sin él.
Jacob echó a andar hacia la puerta en grandes zancadas, tirando de mí.
―Espera ―le pidió el Viejo Quil. Todavía parecía malhumorado, pero su voz sonó a rendición. Eso hizo que Jake se detuviera y se girara para mirarle―. Está bien, tienes mi apoyo ―cedió finalmente, aunque a regañadientes―. Eres el Gran Lobo y no lo necesitas, pero el consenso es unánime.
Mi chico se quedó observándole un momento, con esa preciosa mirada penetrante e intensa.
―Bien. Gracias ―le respondió con el mismo semblante.
Se dio la vuelta y seguimos nuestro camino hacia la puerta.
―Espera, hijo ―se escuchó decir a Billy.
Nos paramos de nuevo y vimos cómo mi suegro giraba las ruedas hacia nosotros, pasando a ese canijo vestíbulo donde ya casi no entrábamos.
―Llevad un paraguas, llueve bastante ―nos ofreció, sacando uno del viejo paragüero de la entrada.
El rostro de Billy mostró una media sonrisa satisfecha cuando nos hizo entrega del paraguas, confesando a las claras lo orgulloso que se sentía de su hijo.
―Gracias, papá ―le agradeció Jacob, aunque supe que no era por el paraguas.
Billy asintió y yo le sonreí.
Salimos de casa del Viejo Quil en silencio y Jacob abrió el susodicho paraguas, que, por cierto, era tan grande que podría cubrir a tres metamorfos perfectamente. Lo alzó para taparnos, me agarré de su brazo y bajamos los dos peldaños del porche para pasar a la arena de First Beach.
Continuamos de ese modo un rato más, caminando por esa alfombra de piedrecillas y arena mojadas. La llovizna se había transformado en una lluvia en toda regla, así que esta enseguida empapó el oscuro paraguas. Las gotas rebosaban del mismo sin descanso, resbalando por los bordes hasta iniciar una caída libre hacia la arena.
Miré a Jake, ya que estaba muy callado. Sus ojos estaban enfrascados en el terreno arenoso, enfadados. No pude evitar sentirme un poco culpable. Ya sabía que no era culpa mía, desde luego, pero el hecho de que se tratase de mi familia y de mí, de que Jacob tuviera que enfrentarse a alguien de su tribu por nosotros, ya era suficiente como para hacerme sentir mal.
―Siento mucho que hayas tenido que pasar por esta situación ―murmuré, mordiéndome el labio.
Jacob giró el rostro hacia mí deprisa.
―No tienes que sentir nada, no es culpa tuya ―declaró, como siempre ya adivinando lo que pasaba por mi cabeza.
―Sí, lo sé. Pero el que sea por mi familia y por mí…
Mi chico se detuvo y yo tuve que hacer lo mismo.
―Tú eres mi familia ―afirmó, enganchándome con sus grandes ojos negros y brillantes, penetrantes y dulces al mismo tiempo, esos ojazos que tanto adoraba. Mis mariposas batieron sus alas sin remedio, por él, pero también por sus palabras―. Lo eres desde siempre, desde que naciste, y ahora el bebé forma parte de ella, de nosotros. Vosotros sois lo más importante para mí, y me enfrentaré a quien sea para defenderos ―entonces, su rostro cambió a uno más alegre y desenfadado―. Lo malo es que tu familia también entra en el lote, qué le voy a hacer ―e hizo una mueca.
Sonreí. Jake siempre conseguía que las cosas parecieran tan fáciles.
―No te metas con ellos ―le advertí en broma, sin dejar de sonreír.
Nuestros pies comenzaron a moverse de nuevo por la arena.
―No me meto, pero mira, ¿sabes lo que nos espera ahora? Un olor insoportable en casa, unos invitados que no duermen nunca y, lo peor de todo, un lector de mentes permanente. Menudo tostón ―bromeó, mostrándome una sonrisita.
―Ja, ja ―articulé con ironía, si bien no pude reprimir que mis labios siguieran alzados hacia arriba.
Pero, de pronto, su frase me hizo caer en algo. Lo peor de todo es que no íbamos a tener intimidad para nada. O sea, para nada, nada. Puse cara de dolor.
―¿Qué pasa? ―inquirió Jake, preocupado.
―Nada, nada ―le calmé, palmeando su brazo.
Mejor que no se plantease esto de momento.
El hueco que dejaban los árboles lindantes con la playa y que daba entrada a nuestro jardín ya se divisaba, no muy lejos.
―¿Crees que el Viejo Quil se ha enfadado mucho por esto? ―pregunté para cambiar de tema.
―Me da lo mismo ―contestó, llevando su vista al frente y poniéndose serio otra vez―. Es un cabezota. Nunca he visto a nadie tan terco como él ―resopló.
―Espero que no te traiga problemas ―me mordí el labio de nuevo.
―No te preocupes ―me tranquilizó―. Es muy cabezota y algo cascarrabias, pero se le pasará pronto. Siempre hace lo mismo. Además, sabe que yo haría esa excepción con el tratado igualmente, así que no le queda más remedio que aguantarse ―y soltó una risilla maléfica.
―Es que, como te vi tan serio…
―Porque su actitud me da mucha rabia, ¿entiendes? ―explicó, propinándole un pequeño puntapié a uno de los cantos rodados de la arena, el cual chocó con suavidad contra uno de los troncos blanquecinos―. Es muy terco, siempre está con el mismo rollo. Entiendo que tenemos que proteger a la tribu y todo eso, pero ya sabe de sobra que tu familia no es peligrosa, y aun así sigue poniendo trabas para todo. Ya lo hizo el día de nuestra boda. Casi tengo que ponerme de rodillas y suplicarle para que al final accediera a que pudiesen pisar la playa.
―Ya, pero, ¿sabes? Aunque se trate de mi familia, no le culpo. Es muy mayor, y desde que era un niño seguro que ha escuchado toda clase de historias y leyendas sobre vampiros. Es lo que le han inculcado, lo que lleva creyendo toda su vida. Además, a excepción de ese casi nulo trato que ha tenido con mi familia, jamás ha tenido contacto con ningún otro vampiro. Solo conoce las acciones de los malos, lo que le han contado, y encima todos los días escuchará las aventuras de los chicos con esos nómadas que vienen hasta aquí. Si te paras a pensar, es lógico que no se fíe de ninguno ―opiné.
―Sí, si en eso te doy la razón ―asintió, mirando al nublado horizonte del océano, a su otro lado―. Pero también tiene que entender que para mí ya no es la tribu, ni siquiera la manada, para mí lo más importante eres tú y ahora también el bebé, sois lo primero de mi lista de prioridades ―su enfado iba creciendo conforme hablaba―. Lo sabe de sobra, sabe todo lo que siento por ti, lo fuerte que es nuestro vínculo. Y si tengo que saltarme alguna regla para protegeros, me la saltaré sin pestañear.
―Vale, vale, no te enfades ―intenté calmarle.
Volvió la vista al frente.
―No me cabreo, es… indignación, ¿comprendes? ―matizó, todavía algo exaltado, aunque ya estaba más tranquilo.
Suspiró.
―Bueno, ya le conoces. Seguro que esta noche se lo piensa mejor y mañana ya está contigo al cien por cien ―le sonreí, arrimándome más a él mientras seguíamos nuestro camino―. Es muy cabezota, porque ya está mayor, pero te tiene mucho respeto y sabe que tienes razón. Al final cedió, ¿lo ves?
Jacob giró el rostro hacia mí y me enseñó esa maravillosa sonrisa. Era tan blanca y deslumbrante, que hasta iluminaba ese día tan oscuro y tétrico.
―No sé cómo lo haces, pero siempre consigues tranquilizarme, ¿sabes? ―confesó.
―Te conozco bien ―aseguré con una risilla.
―Sí ―admitió, riéndose.
Dios, era tan guapo…
Le obligué a parar, tirando de su brazo para ponerle frente a mí, y llevé mi rostro al suyo para besarle con una rapidez que le pilló completamente por sorpresa. Eso no impidió que sus labios acompasaran a los míos inmediatamente. Su corazón también se aceleró, como el mío, y mi estómago se vio invadido por ese más que conocido, alocado y frenético cosquilleo. Ambos nos besamos con entusiasmo, entrelazando nuestras bocas con ganas mientras la energía mágica que siempre nos acompañaba comenzaba a fluir a nuestro alrededor. Solté su brazo. Mis manos fueron subiendo por su pecho y terminaron rodeando su cuello para pegarme a su ardiente cuerpo. Su mano suelta se aferró a mi cintura enseguida, pero el paraguas se le fue escurriendo de la otra sin remedio, hasta que cayó hacia atrás y acabó en la arena cuando terminamos entregándonos completamente y sus brazos pasaron a envolver mi espalda con ímpetu.
Los besos pasaron a ser más apasionados, si cabe, y creo que a Jacob esto también le recordó a nuestro segundo beso, aquel que nos hizo darnos cuenta de que yo estaba imprimada, como él. La lluvia caía sobre nosotros, empapándonos, pero, como en aquella ocasión, no nos importó en absoluto. Su camiseta estaba totalmente mojada, todo él estaba mojado, su corto pelo, su rostro, sus labios, sin embargo, su cuerpo caliente caldeaba al mío, y lo único que podía sentir eran sus tórridos besos, esa energía, a él…
Pero, desgraciadamente, sabíamos que teníamos que terminar ese maravilloso beso. Mi familia nos esperaba en casa, es más, mi padre seguramente ya estaba al tanto de lo que estábamos haciendo, y eso era muy incómodo. Ya se me había olvidado lo incómodo que era. Por no mencionar que los lobos que merodeaban alrededor seguramente también lo estaban viendo.
Reuní todas mis fuerzas y, casi de mal humor por tener que hacerlo, me obligué a despegar mi boca de la suya. Me costó un triunfo, porque todo me incitaba a no parar, pero con mucho esfuerzo, lo conseguí. Ninguno separó su frente de la del otro, pero ambos tuvimos que respirar bien hondo. Fui capaz de recuperar el aliento después de un rato.
―Sí que sabes cómo tranquilizarme ―murmuró, haciendo una pequeña broma para dejar que la energía se disipase del todo.
―Sí ―le sonreí.
Entonces, se dio cuenta de algo.
―Mierda, estás empapada ―dijo, separándose de mí para recoger el paraguas de la arena.
Todavía estaba abierto, así que solamente tuvo que alzarlo sobre nosotros.
―No importa ―me encogí de hombros.
―Vamos a casa ―sugirió, pasando su cálido brazo sobre mis hombros para que no cogiera frío al tiempo que comenzaba a andar―. Será mejor que te des una ducha bien caliente y que te pongas algo seco.
Caminamos con presteza por la playa y por fin llegamos a la entrada de nuestro jardín. Aunque no hacía falta, porque, por supuesto, yo era muy ágil, Jacob me ayudó a subir ese pequeño montículo que separaba el césped de la arena. Atravesamos el tramo de hierba y nos resguardamos en el pequeño porche de nuestra casa, donde Jake ya cerró ese enorme paraguas, apoyándolo en la pared.
No hizo falta que mi mano llegase al pomo de la puerta. Mi padre abrió ipso facto y, por su cara, deduje que no le hacía mucha gracia mi mojadura.
―Sí, será mejor que vayas a darte esa ducha caliente ahora mismo ―me recomendó, y sus pupilas oscilaron con regañina hacia mi chico.
Puse los ojos en blanco.
―Papá, estoy bien ―suspiré, pasando al interior.
Jacob me siguió, ignorando su riña muda, y mi progenitor cerró la puerta.
―¿Qué te ha dicho el Consejo? ―quiso saber Carlisle, que asomó la cabeza por el salón, junto a Emmett y Jasper.
―Tenéis vía libre ―anunció Jacob escuetamente.
Mi abuelo y mis tíos sonrieron con satisfacción.
―Estarás contento, chucho, mira qué mojadura trae ―protestó Rosalie, que ya traía una toalla. Mi tía se puso a secarme el pelo con la misma―. Si no sabes utilizar un paraguas…
―Cierra ese pico, rubia ―le gruñó Jacob, cortándole.
―Estoy bien ―repetí, apartándome de esas manos que frotaban mi cabeza a toda velocidad―. Voy a ducharme ―suspiré otra vez.
Tiré de Jake y comencé a subir las escaleras. Llegamos al vestíbulo superior y lo conduje hacia el baño con la idea de ducharnos juntos. Pero alguien se interpuso en nuestro camino.
―Mira qué revistas he comprado en el aeropuerto, de la que veníamos ―exclamó Alice, que salió de la habitación del ordenador como una exhalación.
Eran revistas de bebés, premamá y todas esas cosas.
―¿Pero cuántas cosas te ha dado tiempo a comprar? ―pestañeé, perpleja.
Ya no me hizo ni caso.
―Ven, mientras te duchas, te leo un artículo muy interesante que viene aquí ―dijo, separándome de Jake para agarrarse de mi brazo.
Parecía tan ilusionada, que me dio pena decirle que no, la verdad. Mientras ella parloteaba y me arrastraba hacia el baño, giré la mitad de mi cuerpo y miré a Jacob, mordiéndome el labio.
―Creo que me cambiaré de ropa y me tumbaré en la cama para relajarme un poco ―farfulló, dirigiéndose a nuestro dormitorio―. Te espero allí.
Sí, estaba claro que nuestra intimidad se había terminado. Y, encima, todavía quedaban nueve meses…, aunque esperaba que esta situación durase mucho menos.
Eso esperaba…


martes, 27 de septiembre de 2011

NUEVA ERA. CAPITULO 89: FELICITACIONES Y PLANES



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NUEVA ERA II. COMIENZO 2ª Parte (Continuacion de "NUEVA ERA II. COMIENZO 1ª Parte").

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PARTE DOS: NUEVA ERA

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FELICITACIONES
Y PLANES


Se montó una algarabía enorme cuando les dimos la noticia a Quil, Embry y el resto de los chicos de la manada que habían venido a casa.
―¡Enhorabuena, tío! ―reía Embry mientras abrazaba a Jacob.
―¡Ven aquí! ¡Dame un abrazo! ―le pedía Quil entre carcajadas alegres.
No solo ellos nos felicitaron. Jake y yo nos vimos repentinamente envueltos en entusiastas abrazos y animosas felicitaciones por parte del resto de los metamorfos que allí se encontraban. Cheran incluso salió al porche, se transformó y les dio la noticia a los lobos que en esos momentos estaban patrullando. Al cabo de dos segundos, un coro de aullidos se propagó por el aire con ímpetu y alegría, aunque seguramente alertaron a media tribu y a toda la Península de Olympic.
No fue así con la segunda parte de la noticia. Su entusiasmo se vio enfocado en otra dirección: en proteger a la mujer e hijo del Gran Lobo. Los chicos no tardaron en organizarse para salir a vigilar los alrededores, aunque se turnaban para también estar en nuestra vivienda, ya que no querían perderse la fiesta que se montó después. Sí, la casa se llenó de gente en un santiamén. Las chicas y mujeres de los miembros de la manada ya habían sido avisadas, Dios sabe por quién, y aparecieron con multitud de cosas para felicitarnos. Flores, bombones, tentempiés, dulces e incluso una tarta de nata y chocolate invadieron la cocina con rapidez, aunque esa comida no duró mucho tiempo. Los siempre hambrientos lobos no pusieron ninguna pega cuando lo posé en la mesa del saloncito para que comieran.
Rachel y Paul se encargaron de darle la noticia a Billy, y este se lo dijo a Charlie, aunque creo que mi abuelo ya lo sabía, por boca de Seth o Sue. Mis cuñados llegaron primero y vinieron con Andrew y Zoe, los cuales se unieron en sus juegos a los hijos de Sam y Emily: Joshua, Ethan y la tan buscada niña, Ruth, que era un par de meses más pequeña que los mellizos de Paul y Rachel. Charlie fue el encargado de traer a Billy, aunque también les acompañaba Sue. Billy rebosaba orgullo y felicidad por todas partes, como mi abuelo.
―¡Felicidades! ―exclamó Charlie con la boca a punto de romperse, de sonreír tanto.
Me dio un efusivo abrazo y un cariñoso beso en la frente y después se arrojó a Jacob para abrazarle mientras palmeaba su espalda con ímpetu y se reía.
―Y a ti también, Charlie. Vas a ser bisabuelo ―le recordó Jake.
Las manos de mi abuelo se quedaron tiesas sobre la espalda de mi chico y su rostro se quedó enfrascado durante un instante. Se me escapó una risilla. Pobre Charlie.
Mientras ya se despegaba de Jacob, siguiendo con esa expresión, Billy aprovechó para felicitarme.
―Enhorabuena ―me sonrió, extendiendo los brazos.
Le correspondí la sonrisa, me agaché y le abracé.
―Gracias, Billy ―le di un beso en la mejilla y le dejé libre para que abrazara a Jake.
―Felicidades, hijo ―le dijo al principio, sonriente. Sin embargo, su rostro cambió repentinamente―. Aunque he tenido que enterarme por tu hermana ―le reprochó a su hijo acto seguido.
―Te iba a llamar, en serio, pero esto se llenó de gente y no me dio tiempo ―se defendió Jacob.
Billy suspiró con resignación, pero pronto su semblante se transformó otra vez, mostrando su inmensa alegría.
―Anda, ven aquí y abraza a tu viejo ―le instó con los brazos abiertos, utilizando esa palabra que Jacob tantas veces usaba para nombrarle.
―Vale ―sonrió mi chico, el cual se agachó y le abrazó.
―Ya verás cuando tu hijo te lo llame a ti.
―No te hagas ilusiones. Te recuerdo que yo siempre seré joven ―se rio Jake.
Billy se rio entre dientes, pero Charlie sacó su pañuelo y se secó la frente.
Leah se enteró la última, claro, pero también se presentó en nuestra casa, junto a Simon. Nos abrazó cariñosamente y nos felicitó, pero, eso sí, acto seguido Jake no se libró de la reprimenda por no habérselo contado en esa llamada. Y por supuesto, para su desgracia, no faltaron las típicas bromas de sus hermanos de manada. Todas las noticias y anécdotas, ya fueran grandes o pequeñas, corrían como la pólvora entre los lobos. Menos mal que Leah parecía estar muy acostumbrada a este tipo de cosas. Supongo que ella también podía ver pensamientos y recuerdos que utilizar en contra de los chicos para burlarse de ellos.
Aunque no todos los metamorfos que habían venido vigilaban por fuera, nuestra casita era el sitio más seguro en esos momentos, puesto que estaba llena de chicos lobo. Y lo más importante: el Gran Lobo también se encontraba con nosotros, conmigo, siempre a mi lado. No había lugar más seguro que ese, no había nadie más protegido que yo.
Cuando todo el mundo se marchó de casa, por fin pudimos disfrutar de algo de intimidad. No era una intimidad plena, claro, ya que a partir de ese mismo día la casa y los alrededores estaban bien vigilados de cerca. Lo que no me imaginaba es que todo, en ese aspecto, iba a ir a peor.
Los lobos seguían vigilando los alrededores cuando al día siguiente mi familia al completo, más Ezequiel y Teresa, llegaron a nuestro hogar. El timbre sonó y Jacob, siempre pegado a mí, y yo no tardamos en ir a abrir. Mi chico fue el que abrió la puerta, y la primera que se abalanzó hacia mí para abrazarme fue Alice, que prácticamente pasó olímpicamente de él y les quitó, incluso, su parte de protagonismo a mis padres.
―¡Enhorabuena, cielo! ―exclamó, abrazándome con ímpetu.
Me percaté de que iba cargada de bolsas cuando sus brazos me rodearon y las mismas chocaron contra mi cuerpo.
―¿Qué es todo esto? ―le pregunté, separándome de ella para mirarla.
―Ah, unos cuantos trapos que he comprado antes de venir ―declaró, haciéndose la inocente―. Nada, unos detallitos para el bebé.
Jasper apareció tras la puerta, cargando con dos bolsas más de Alice. Jacob puso los ojos en blanco.
―¿Ya? Pero si todavía estoy de trece días ―le dije, pestañeando.
―Empezamos pronto… ―masculló Jake por lo bajinis.
―Bueno, me apetecía ―se excusó ella, dejándole paso al resto de mi familia mientras se dirigía a Jake―. Enhorabuena, lobo ―le sonrió, asintiendo con la cabeza.
―Gracias, pequeñaja ―aceptó él, correspondiéndole la sonrisa.
Mis padres fueron los siguientes. Mamá se arrojó a mí para darme un apretado abrazo que, a poco, y me deja sin respiración.
―Felicidades, cariño ―murmuró toda emocionada al tiempo que sus brazos me achuchaban un poco más.
¡Uf! Ahora sí que me ahogaban.
―Mamá…, me estás…
―Oh, perdona ―se percató ella antes de que yo tuviera que terminar la frase. Se separó un poco de mí y me sonrió―. Mi niña va a ser mamá… ―murmuró, se notaba que con un nudo aferrado a su garganta―. Y está embarazada de una de las personas que más quiero del mundo ―y sus emocionados ojos oscilaron hacia Jake.
Se despegó de mí y se apresuró a abrazar a mi sonriente chico, que también la rodeó con sus brazos, riéndose, y le dio un beso en la cabeza.
―Enhorabuena, princesa ―mi padre hizo lo mismo conmigo, aunque no apretó tanto como mamá.
―Gracias, papá ―me separé un poco y le di un beso en la mejilla.
―Bueno, ¿dónde está mi sobrina? ―exclamó Emmett con alegría, y apartó a mi padre para abrazarme. Me dio otro abrazo impetuoso y me besó en la frente―. Felicidades, mami.
―Gracias ―reí.
Me dejó con rapidez y se dirigió a Jake.
―Así que al final voy a ser tío de un lobo, ¿eh? ―rio, haciendo chocar su mano contra la de Jacob.
―Ya veo que te mola ―sonrió este.
―Yo diría que demasiado ―resopló Rosalie. Luego, se giró, me tomó por los brazos y me sonrió―. Felicidades, cielo ―me dijo. Me dio un beso, un abrazo y se separó de mí para volver a sonreírme.
―Gracias, tía.
Su semblante cambió cuando lo dirigió a Jacob, que le dedicó una sonrisita orgullosa.
―Enhorabuena, chucho ―le dijo, fingiendo una cara de indiferencia.
―Muchas gracias, oh, diosa de la belleza inmortal ―se burló él, haciéndole una reverencia.
―Idiota ―farfulló mi tía.
―Enhorabuena a los dos ―nos felicitó Jasper con su discreción y elegancia de siempre.
Jasper no era un entusiasta de los abrazos y los besos, así que ese asentimiento de cabeza y esa media sonrisa ya era mucho para él.
―Gracias, Jazz ―le respondí yo por ambos, sonriéndole.
―Bueno, Jacob. No me queda más que darte mi enhorabuena ―le dijo mi padre, que le sonrió, aunque podía verse esa nota de añoranza en su impoluto y níveo rostro cuando dirigió su mirada a mí.
―Gracias, Edward ―sonrió mi marido, con sinceridad.
―Jamás pensé que acabaría emparentado con un lobo, y mucho menos que ese lobo fueras a ser tú ―confesó mi progenitor con resignación―. Y tampoco imaginé nunca que terminaría siendo el abuelo de un metamorfo ―de pronto, frunció el ceño, pensativo, como si acabara de darse cuenta de esto último.
Mi madre se colocó a su lado y tomó su mano.
―Ya ves ―Jacob sonrió de oreja a oreja―. ¿Y quién me iba a decir a mí que me iba a enamorar de una semivampiro hasta las trancas y que esta iba a ser tu hija? La vida da muchas vueltas, ¿eh?
―Cierto ―asintió mi padre, otra vez con resignación.
Me aferré a la mano de mi chico y le di un beso en los labios que me hubiera gustado que fuera más largo y efusivo, pero había tanta gente delante…
Carlisle y Esme habían esperado pacientemente a que todos los miembros de mi familia nos felicitasen, así que ellos no iban a ser menos, claro. Se acercaron a nosotros y se pusieron frente a los dos con rapidez, sonrientes.
―Enhorabuena, de corazón ―Esme nos abrazó a los dos y nos dio sendos besos en las mejillas.
―Felicidades ―le acompasó Carlisle―. Esto es una gran alegría para todos, no os imagináis cuánto.
―Gracias, Doc ―sonrió Jake.
De repente, me di cuenta de que Ezequiel y Teresa llevaban un buen rato esperando en la puerta. Ambos sonreían al ver toda esta estampa.
―Ezequiel, Teresa, no os quedéis ahí, pasad ―les insté, soltando la mano de Jacob para ir a buscarles a la puerta.
Sin embargo, Jake salió detrás de mí y se colocó a mi lado en un latido de corazón. No era por ellos, por supuesto, pero tenía que protegerme de cualquier posible ataque exterior. Los vampiros son rápidos y pueden aparecer de la nada, más cuando, además, son magos. Cualquier precaución era poca para él.
Le volví a coger de la mano y seguí avanzando hacia la puerta.
―Enhorabuena ―nos felicitó Ezequiel―. Veo que la profecía sigue su curso.
―Sí, eso parece ―asintió Jacob, sonriendo―. Pero, pasad, no os quedéis ahí plantados.
La pareja pasó al vestíbulo y Jake, prudentemente y echando un último vistazo afuera, cerró la puerta.
―Felicidades ―sonrió Teresa, abrazándome con fuerza―. Me alegro tanto por vosotros.
―Lo sé ―reí, frotando su espalda―. Gracias.
―Vamos al salón ―propuso Jake, provocando que me despegara de Teresa―. Estaremos más cómodos ―miró a todos los vampiros que nos rodeaban y suspiró―. Bueno, nosotros, porque vosotros como no tenéis que sentaros ni nada… ―e inició la marcha hacia el saloncito, tirando de mi mano.
―Sí, es mejor que te sientes y descanses ―me dijo mamá, siguiéndonos.
Puse los ojos en blanco.
―Solo estoy de trece días ―suspiré―. No estoy cansada.
Jacob y yo pasamos al salón, con mi familia y nuestros invitados detrás.
―Los primeros meses del embarazo son los más importantes y cruciales ―rebatió ella―. Es importante que descanses. Por cierto, ¿comes bien?
Mis pupilas se fueron hacia arriba de nuevo.
―El primer desayuno, por llamarlo así, porque no llega a meterse en el estómago casi nada, lo echa todo ―explicó Jacob―. Pero en cuanto vomita, baja a la cocina otra vez y come como una fiera hambrienta.
―Qué exagerado ―me reí.
Mis padres, Jacob y yo nos repartimos por el sofá como pudimos, ya que no era muy grande, y el resto prefirió quedarse de pie.
―Es verdad, no lo niegues ―sonrió, dándome un toque en la punta de la nariz con su dedo. Volvió el rostro hacia su público y siguió hablando para ellos―. Después de eso, come genial, por la tarde vomita otro poco, vuelve a llenarse el buche y cuando llega la noche, vomita una vez más y cena por dos.
―Qué interesante… ―murmuró Rose para sí, con asco.
―La alimentación es muy importante ―declaró Carlisle, ya ejerciendo de mi médico―. Confeccionaré una tabla de alimentos a tomar, para que la sigas. Y también tendré que hacerte controles rutinarios, análisis de sangre, etcétera.
Genial. Me parece que esta iba a ser la parte que menos me iba a gustar de mi embarazo.
―De acuerdo ―exhalé, qué remedio.
―¿Ingieres sangre? ―me preguntó.
Puaj. Solo con mencionarlo, ya me daba un asco terrible.
―No ―contesté, frunciendo el ceño con hastío.
Quiso darme una arcada, pero la controlé sin mayor problema.
―Mmm, ya veo ―murmuró Carlisle, pensativo.
―¿Crees que el hecho de que sea un bebé humano tiene algo que ver con ese asco que le ha cogido a la sangre de repente? ―inquirió Jacob.
―No estoy seguro ―admitió mi abuelo―. Las embarazadas repelen algunos alimentos, sobre todo durante el primer trimestre del embarazo, sin embargo, eso no quiere decir que estos sean perjudiciales para el feto. Simplemente son reacciones de su organismo debidas a desajustes hormonales y a los cambios que sufre su cuerpo. Sin embargo, en este caso no podría asegurarlo, ya que se trata de sangre ―subió su mano hasta la barbilla y adoptó un semblante reflexivo―. Puede que su organismo rechace la sangre, al albergar un feto humano. Aunque Nessie toma sangre y su cuerpo lo metaboliza a la perfección, no tendría por qué ser malo para el bebé, puesto que a él le llegarían las vitaminas, minerales y demás sustancias de la misma.
―Es interesante ―opinó mi padre.
―Sin duda ―coincidió Carlisle―. Tendré que estudiarlo con más detenimiento.
―O sea, que de momento no tomes sangre, por si acaso ―me dijo Jake.
―No tenía pensado hacerlo ―murmuré sin dejar de poner cara de asco.
―Tendríamos que comenzar a planear algo para proteger a Nessie, ¿no os parece? ―sugirió Jasper.
―Buena idea ―apoyó Jake, cambiando su sonriente rostro por uno serio.
―Hablando de eso, he traído una piedra mágica para cada uno, para mayor seguridad ―intervino Ezequiel, metiendo las manos en los bolsillos de su chaqueta para sacarlas.
Ezequiel nos fue entregando esas piedras elípticas y planas de color azul celeste. Jacob y yo nos metimos la nuestra en el bolsillo, nos miramos y él me dio un beso corto.
―Nosotros ya habíamos traído aquellas que nos entregaste hace tres años, cuando tuvimos que deshacernos de los hechizos de Razvan ―declaró Emmett, sacando una de ellas.
―Bien, perfecto ―aceptó Ezequiel―. Entonces sobran unas cuantas.
―Trae, las repartiré entre la manada ―le propuso Jacob.
―Ya he traído también para ellos ―sonrió Ezequiel, sacándose una bolsita de trapo del bolsillo de su pantalón―. Sabía a ciencia cierta que con una piedra era suficiente para toda la manada mientras estéis en fase lupina, por vuestra conexión telepática. No obstante, no es así cuando estáis en vuestra forma humana, así que preferí ser cauteloso y traer una para cada uno de vosotros, también ―y le pasó el saquito a Jacob.
―Ah, guay ―aprobó Jake, sonriente, cogiéndolo.
―Ezequiel está en todo ―alabó Teresa, mostrándole una sonrisa a su pareja al tiempo que acariciaba su mano.
―Se las entregaré ahora mismo, en cuanto terminemos esta charla ―afirmó mi chico, dejando la bolsa encima de la mesa roja que reposaba frente al sofá.
―¿Qué vamos a hacer? ―preguntó mamá, visiblemente nerviosa.
―He estado pensando en eso que dijiste ayer, Carlisle ―empezó Jake―. Ya sabes, en eso de ser vosotros los que vigilaseis los alrededores.
―¿Y bien? ―inquirió mi abuelo.
―Creo que tienes razón, aunque solo en parte ―matizó―. Verás, vosotros os podéis subir a los árboles y todo eso, pero nadie conoce estos bosques como nosotros. Lo que tendríamos que hacer es mezclarnos.
―¿Mezclarnos? ―repitió Jasper sin comprender.
―Sí, mezclarnos. Trabajar juntos. Lobos y chupasangres en el bosque, vigilando, y lobos y chupasangres escoltando y protegiendo a Nessie ―Rosalie suspiró con cansancio al escuchar esa denominación para ellos―. Nuestro olor no será problema. Podemos ocultarlo con uno de esos trucos de Ezequiel, así que podemos ser de gran ayuda en el bosque. Y vosotros podríais proteger mejor a Nessie cuando ella salga, no tenéis que transformaros, como nosotros. Seríais más… ―dudó, pero al final soltó esa palabra que había pensado― discretos.
―Estoy de acuerdo, excepto en esa última parte ―afirmó mi padre―. Renesmee no saldrá de aquí.
―¿Qué estás diciendo? ¿Que Nessie tiene que estar encerrada en casa durante nueve meses? ―criticó Jacob, algo indignado.
―Es por su seguridad ―declaró papá, firme―. Será más seguro para ella si no sale de casa.
Mi corazón se encogió por un instante. ¿Nueve meses? ¿Nueve meses… encerrada? No tenía comparación, desde luego, no tenía nada, nada que ver, porque esta era mi casa, mi cómoda y acogedora casita, mi hogar, e iba a estar con Jacob, pero ya había estado encerrada un año con anterioridad, y la perspectiva de no poder salir de aquí en nueve meses…
Mi mano apretó la de Jake, algo contrariada.
―Ni hablar ―se opuso Jacob, hablando con determinación―. No voy a permitir que mi mujer tenga que quedarse encerrada en casa durante nueve malditos meses por culpa de esas sanguijuelas. Nessie y el bebé estarán protegidos las veinticuatro horas, yo no me separaré de ellos ni un minuto.
Eso sí que me gustaba. Y mucho, muchísimo. Hace dos semanas deseaba que Jacob pudiera estar conmigo a todas horas, y mira tú por dónde, eso se iba a cumplir. No pude reprimir una sonrisilla de satisfacción.
―¿Y tu trabajo? ―preguntó mamá, mordiéndose el labio.
Se notaba que ella estaba al cincuenta por ciento con ellos dos. Mi padre puso una mueca pensativa antes de que a Jake le diera tiempo a decir lo que pasaba por su cabeza.
―Lo dejaré definitivamente ―afirmó él con seguridad―. Ya tengo mi propio taller casi a punto. De todas formas, no iba a tardar mucho más en hablar con el señor Farrow para despedirme.
―¿Te quedarás conmigo todo el tiempo? ―inquirí, mirándole con una alegría que no pude ocultar.
―Por supuesto, nena ―me sonrió él―. Nadie me despegará de ti. Seré una auténtica lapa.
―Eso me encanta ―admití, abrazándole para darle un efusivo aunque corto beso en los labios.
―Si es así, no me opondré ―accedió mi padre, por fin―. No obstante, pienso que Nessie debe salir lo menos posible.
―No saldré mucho, tranquilo ―le calmé, dándole unas palmaditas en el dorso de su mano, que reposaba sobre la rodilla de mamá.
―En realidad, tampoco le conviene quedarse en casa todos los días, Edward ―intervino Carlisle―. A las embarazadas también les conviene hacer algo de ejercicio, caminar. Y si es al aire libre, mejor.
―Y más adelante tendremos que asistir a esas clases de preparación al parto, digo yo ―siguió Jacob, hablando con entusiasmo―. Eso requiere salir de casa.
Me reí, porque yo todavía veía eso tan lejano.
―¿Podemos volver a centrarnos en nuestra conversación, por favor? ―pidió Jasper.
―Ah, sí, claro ―carraspeó Jake, volviendo a ponerse serio.
―Estoy de acuerdo con Jacob ―continuó mi tío―. Todo resultará más efectivo si unimos nuestras fuerzas. Ambas partes tenemos virtudes que los otros no tienen. Si las juntamos, las compartimos y las compaginamos, la protección será un éxito seguro.
―Esta tarde hablaré con el Consejo para convencerles de que se haga esa excepción al tratado ―manifestó mi chico.
―Bien, trata de que sea así ―imploró Carlisle.
Jake asintió.
―Yo prepararé unos hechizos para ocultar vuestro olor ―intervino Ezequiel, dirigiéndose a Jacob.
―Qué estupendo ―alabó Rosalie―. Se acabó ese repugnante olor a perro mojado.
―Estúpida. Eso también va por vosotros ―le increpó Jake, mirándola con ofensa―. Además, nosotros podremos olernos. Los que no podrán hacerlo serán esas sabandijas.
Rosalie frunció el ceño con disgusto.
―Bueno, bueno, ¿no vas a ver lo que le he comprado al bebé? ―irrumpió Alice de pronto, con los ojos abiertos de par en par, del entusiasmo, cambiando de tema totalmente.
Miré hacia abajo y vi las bolsas tiradas bajo mis pies. Ni siquiera me había dado cuenta de que las había dejado ahí.
―Sí, veamos qué nos traes ―dijo Jake, cogiendo una de ellas.
―Tú no ―se opuso ella―. Tiene que abrirlas Nessie.
―Oye, es mi hijo, ¿sabes? ―espetó él, enfadado―. Yo he puesto la semillita, así que algo tendré que ver, ¿no?
―Alice ―la regañé.
―Bueno, de acuerdo ―suspiró mi tía―. Ábrelos tú también.
Jake gruñó por lo bajo, pero respiró hondo para tranquilizarse y abrió la primera bolsa. Yo le ayudé a abrir el resto y lo fuimos colocando todo encima de la mesa. Era ropita de niño, ropa de verano. Camisetas minúsculas, pantalones cortos también en miniatura, incluso deportivas que parecían de juguete. Jake puso una mueca a modo de aprobación, no era tan pijo como él creía. Se notaba que Alice se había esforzado en que la ropa le gustase a Jacob.
―Alice, es precioso ―exclamé con alegría, levantándome para abrazarla.
―¿Te gusta? Bueno, quiero decir, ¿os gusta? ―corrigió, separándome para estudiar mi rostro.
El no poder ver nuestro futuro le desesperaba, por eso tenía que asegurarse de que lo que salía por mi boca era verdad al cien por cien.
―Sí, nos encanta. ¿Verdad, Jake? ―y me giré hacia él.
―Sí, reconozco que está guay ―asintió con una media sonrisa mientras cogía una pequeña sudadera para mirarla.
Era tan pequeña, que casi no se creía que fuera de verdad. Me volví hacia mi tía de nuevo.
―Nos gusta mucho. Gracias ―le di un beso en la mejilla.
―De nada. Ya os compraré más cosas ―afirmó, contenta y satisfecha.
Le di otro beso y otro abrazo, y finalmente me senté junto a Jacob para observar esa ropita con más detalle. A Jake se le caía la baba, no podía ocultarlo, pero yo tampoco pude evitar ese cosquilleo electrizante por todo mi cuerpo. De repente, tenía unas ganas enormes de que nuestro bebé ya naciera. Y todavía me quedaban nueve meses.
Nueve meses. Nueve meses de embarazo, de nuevas vivencias y emociones. Pero también nueve meses de vigilancia y protección. Lo bueno es que Jake iba a estar conmigo a todas horas. Sí, el Gran Lobo iba a protegernos, no iba a haber nadie más protegido que el bebé y yo.
Nueve meses.