Hola, mis guerreros ♥
Respondiendo a vuestras preguntas, espero tener OESTE para finales de primavera. Me estoy esforzando y trabajando mucho para que sea así, espero tenerlo listo pronto. ¡Paciencia!
De momento, y para que el tiempo pase un poquito más despacio, os dejo un fragmento de NORTE para que lo comentéis, si queréis ;) Un beso para todos, y muchas gracias por vuestro interés ♥
DESCARGA NORTE: http://www.bubok.es/libros/219589/Los-Cuatro-Puntos-Cardinales-Norte-1-novela-de-la-saga
«Mientras me acercaba a uno de los lados de la cama, observé el dormitorio una vez más. ¿Sería esta la habitación de mi madre? Tal vez había sido la de soltera, porque si los guerreros no podían subir a los aposentos, mi padre no habría podido hacerlo, así que ellos debían de tener otra casa o residencia para ambos cuando se casaron. Aunque no sé por qué me daba que antes de eso mi padre se colaba continuamente en esta habitación. Eso me hizo sonreír.
De repente, un ruido en una de las ventanas me sobresaltó, haciendo que me girase con precipitación.
―July, soy Nathan, ¿puedo pasar? ―cuchicheó éste detrás de la cortina.
¿Qué hacía él aquí? ¿Y qué hacía tras la ventana de un tercer piso?
Tomé aire para recuperarme de la impresión.
―Jesús, Nathan, me has dado un susto de muerte ―resoplé.
―Perdona, no tenía otra forma de hacerlo. Apaga la luz ―me pidió con otro bisbiseo.
¿Cómo? ¿Para qué quería que apagase la luz?
―¿Qué? ―parpadeé.
―Apaga la luz.
―¿Para qué? ―inquirí, desconfiada.
―Diablos, July, tú apaga la luz, no discutas ―refunfuñó, sin moverse de detrás de las cortinas.
―Vale, vale ―acepté, a regañadientes.
Busqué el interruptor con la vista y tuve la suerte de encontrarlo junto a la mesita de noche. Me acerqué al mismo y apagué la dichosa luz. La habitación se quedó completamente en penumbra durante unos segundos y no se escuchó absolutamente nada.
―Ya puedes encender ―me avisó, y esta vez se le oía dentro.
Volví a darle al interruptor y la lámpara del techo iluminó el dormitorio con su acogedora luz. Cuando me giré, encontré a Nathan a un par de metros de mí, clavándome su intensa y enigmática mirada gris. Un látigo me azotó por dentro, extendiendo un alocado hormigueo por todo mi abdomen, y el nerviosismo de mi pecho fue sustituido súbitamente por los golpetazos que mi desbocado corazón propinaba con sus latidos.
―¿Qué… qué haces aquí? ―musité, nerviosa.
―Quería saber cómo estabas, si estabas bien y eso ―declaró sin dejar de clavar sus ojos en los míos.
Mi estómago y mi corazón no se calmaban.
―Estoy bien, gracias ―conseguí decir sin que me temblase demasiado la voz―. ¿Cómo… cómo has subido hasta aquí? ¿Y cómo has abierto la ventana? ―inquirí con una mezcla de asombro e inquietud.
Ni siquiera se había escuchado un ruido cuando lo había hecho, tan sólo el de sus nudillos tocando al cristal.
―Soy un ninja, ¿recuerdas? ―contestó, esbozando una sonrisa torcida. Luego, observó mi camisón y se rio―. Madre mía, ¿qué haces con eso? Pareces un fantasma.
Me miré otra vez y mi risa se escapó para unirse a la suya. Sí, parecía un fantasma.
―Sí, la verdad es que sí. Esto es como el camisón de mi abuela ―reí.
Él soltó otra risilla más, acompasándola con la mía.
Un momento, ¿estaba riéndome con Nathan?
Ambos nos miramos y nuestras risas se apagaron, sin embargo, su semblante, además, se transformó para adquirir una inopinada expresión de preocupación e inquietud.
―July, no vayas a esa misión ―me rogó de pronto, acercándose a mí hasta que quedó justo delante―. Es muy peligroso, aún estás a tiempo de echarte atrás.
Mis cejas bajaron con extrañeza. ¿A qué venía eso?
―Ya te lo dije, Nathan, tengo que ir, es mi deber ―le recordé―. Ahora sé que este es mi pueblo.
―Tu padre intentó alejarte de todo esto, ¿vas a tirarlo todo por la borda? ―discutió, algo ofuscado.
―Sí, mi padre intentó alejarme de esto, pero él tampoco se marchó conmigo lejos del bosque, sino que siguió sirviendo aquí en el Norte ―rebatí, molesta por su insistencia―. Sabes tan bien como yo que mi padre sentía que tenía un deber para con las Tierras del Norte, por eso nunca se alejó del bosque, tenía que cumplir con su deber. Y yo también tengo mi deber aquí, tú lo sabes y mi padre lo sabía. Tú mismo lo dijiste, él quería alejarme del bosque hasta que terminase con Kádar, pero una vez que lo hiciera, ya tendría que dejarme formar parte de esto. Además, ya soy mayorcita como para tomar mis propias decisiones, ni siquiera él me hubiera convencido de lo contrario.
―Maldita sea, July ―masculló, girándose hacia un lado con nerviosismo mientras sus brazos se ponían en jarra. Se quedó un rato en silencio, momento que yo respeté. Después, se volteó hacia mí de nuevo y me miró, mordiéndose el labio, pensativo―. Está bien ―accedió, aunque dejando caer los brazos nada a gusto―. Pero no te separarás de mí en ningún momento, ¿de acuerdo? Quiero tenerte a la vista siempre. Los protectores manejan bien la espada, pero no tienen ni idea de lo que se mueve por el bosque, no estarás protegida del todo si nosotros no estamos cerca de ti.
―Está bien ―asentí, tragando saliva.
Nathan me observó durante un breve instante en el que sus ojos grises se clavaron en los míos para estudiar mi preocupada expresión. Estaba tan próximo, que su penetrante y engatusadora fragancia ya se introducía por ni nariz, y eso, más su misteriosa mirada, ya empezaban a hipnotizarme. Era inexplicable, no entendía por qué producían este efecto en mí, pero así era…
―Es peligroso y quiero que lo sepas, pero no quiero que estés asustada, ¿vale? No te pasará nada ―manifestó, hablándome con suavidad.
―¿Cómo lo sabes? ―mi voz fue incapaz de salir con más fuerza y mis pupilas se negaban a despegarse de las suyas.
―Porque yo siempre te protegeré ―prometió una vez más con un murmullo que hizo que mi estómago temblase al tiempo que sus ojos reclamaban aún más a los míos.
Intenté tomar aire con normalidad.
―¿Por qué me proteges tanto? ―me atreví a preguntar, susurrando las palabras. Su magnética mirada me tenía cada vez más atrapada, era irresistible―. ¿Es… es sólo por… mi padre?
En cuanto formulé la pregunta, me arrepentí. No sé por qué lo había preguntado. En realidad, no me importaba la respuesta, mejor dicho, prefería no saberla.
―La promesa no se la hice a tu padre ―le dio tiempo a responder con otro murmullo.
Obligué a mis pupilas a que se separasen de las suyas y giré el rostro para no tener que verlas, sintiendo ese alocado y revoltoso hormigueo en mi estómago que ya agitaba mi respiración.
―No importa ―zanjé, tratando de que mi organismo volviera a la normalidad lo antes posible―. No… no te preocupes, no me separaré de vosotros.
Utilicé el plural, ya que me pareció más correcto y menos dado a malas interpretaciones.
Nathan asintió, agachando la cabeza, y su nariz dejó escapar un leve suspiro.
―Bueno, me voy ―dijo, dándose la vuelta hacia la ventana―. Sólo quería ver cómo estabas.
Mi vista se alzó hacia él de forma súbita.
―Espera ―le pedí repentinamente.
¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué no dejaba que se marchase?
Él se giró para observarme sin entender, inquiriendo con esa mirada profunda. Mi propio corazón se aceleró, desconcertado por mi reacción, y me quedé parada durante un par de segundos como una tonta, esperando que se me ocurriese algo que soltar.
―¿Igor… Igor te ha regañado mucho? ―fue lo único que pudieron hacer mis neuronas.
Su boca desplegó una ligera sonrisa rebelde y traviesa, como si ya estuviera acostumbrado a esos rapapolvos.
―No veas la bronca que me ha caído ―rio, quitándole importancia.
―Lo siento, ha sido por mi culpa ―lamenté, mordiéndome el labio inferior.
―Tú no tienes la culpa ―afirmó, enganchándome con esos ojos grises otra vez―. Entrar en la ciudad contigo fue decisión mía.
Yo me refería a cogerle de la mano, pero preferí dejarlo pasar y asentí.
Se dio la vuelta de nuevo y su pie avanzó un paso hacia la ventana.
―Espera ―escupió mi boca una vez más, cogiéndole por el brazo para detenerle.
Mierda, ¿por qué lo hacía otra vez? ¿Por qué no dejaba que se fuera? Sin embargo, en esta ocasión la pregunta se respondió a sí misma. No quería estar sola, y Nathan…, bueno, no sé por qué, pero él… él desprendía algo que me daba seguridad…
Se giró por segunda vez, todavía más extrañado que antes, y mi mano le soltó mientras mis mejillas se ruborizaban.
―Yo… ―mi vista se escondió en el suelo―, bueno, tengo… tengo más preguntas ―y mis ojos se escaparon ellos solos para mirarle.
Idiota. ¿No se me ocurría nada mejor que decir?
―¿Más preguntas? ―el ceño de Nathan bajó, extrañado―. ¿Más preguntas sobre qué?
―Sobre… todo esto ―se me ocurrió.
Él me miró y su labio se curvó hacia arriba, como si ya hubiera adivinado que tenía ganas de charlar con él para no estar sola. Luego, caminó y se sentó en la cama con tranquilidad.
―Vale, pues dispara ―me instó, apoyando las manos en el colchón cuando se dejó caer hacia atrás.
Mi mente tuvo que rebuscar algo rápidamente, y para darle tiempo, posé el bastón en la mesita y me senté a su lado, girada hacia él para verle mejor.
―Bueno, es que…, cuando veníamos hacia aquí, me dijiste que había gente por todo el mundo con dones ―empecé a inquirir al mismo tiempo que mi propio cerebro iba formulándose la reflexión―. Dijiste que los dones son una especie de llave que permite la entrada al Bosque de los Cuatro Puntos Cardinales. Pero si esa gente está en otras partes del mundo, ¿cómo es posible que entren en este bosque? Ellos no están en Wilmington.
―Ellos entran por otros bosques mágicos ―sonrió―. Quiero decir, que existen bosques mágicos como el de Wilmington en muchas partes del mundo. La entrada se les presenta en esos bosques, pero cuando la traspasan, todos entran en esta dimensión, todos entran en el Bosque de los Cuatro Puntos Cardinales, aunque por diferentes sitios.
―Ah ―asentí, bajando la vista al suelo.
―¿Qué más quieres saber? ―inquirió.
Tuve que pensar con rapidez de nuevo. No tardé en encontrar otra pregunta.
―¿Qué son esos espectros que me persiguen?
Nathan se puso más serio y se tomó un par de segundos para contestar.
―Son espíritus.
―¿Espíritus? ―ahora el tema sí que captaba mi atención de verdad.
―Las Tierras del Oeste están llenas de espíritus ―empezó a explicarme―. Kádar se aprovecha de ellos para formar su repugnante ejército.
―¿Por eso tienen ese rostro de calavera?
―Bueno, en realidad, sólo tú puedes verles el rostro, porque eres una sacerdotisa, pero nosotros solamente vemos la negrura de una capucha vacía ―me reveló, para mi asombro―. Sí, supongo que por eso tienen ese careto.
Volví a tragar saliva.
―¿Crees que intentarán hacerme algo durante nuestro viaje? ―quise saber, algo asustada.
Nathan se incorporó, quedándose sentado frente a mí, muy cerca. Sus ojos volvieron a atraparme y su arrebatadora fragancia se olió con mucha más intensidad. Mi estómago vibró, impetuoso, extendiendo ese alocado hormigueo por todo mi cuerpo. No podía evitar que él siguiera haciéndome sentir incómoda cuando estaba demasiado próximo. Sin embargo, tampoco quería que se fuera.
―No dejaré que te toquen ni un pelo ―afirmó con determinación.
De una forma incomprensible, todo mi abdomen se estremeció de nuevo, quedándome sin respiración, y tuve que forzarme a inspirar el aire para no ahogarme completamente. No entendía por qué Nathan quería protegerme de este modo. Quizá se debía a que, de alguna forma, se sentía en deuda con mi padre, aunque la promesa que me había hecho de niños me la había hecho a mí, como él mismo había dicho antes…
Mi corazón se agitó y el hormigueo de mi estómago aumentó de nivel, pero otra cosa vino a mi cabeza al recordar esa promesa.
Entonces, me di cuenta de que estábamos solos, en un lugar tranquilo, y que tal vez ya no encontrase momento mejor para saber la verdad de una vez por todas sobre el día de mi pesadilla.
―¿Qué pasó… ese día, Nathan? ―por fin, me atreví a preguntárselo.
No hizo falta que le explicara nada. Él enseguida supo a qué día me estaba refiriendo.
―¿De veras quieres saber qué pasó? ―murmuró.
―Necesito saberlo ―confesé, arriesgándome a mantener mi mirada con la suya para suplicarle.
Él permaneció callado un momento, pero al final habló.
―Corriste hacia el bosque, y tu padre y yo intentamos impedir que entrases en él ―empezó a contarme, bajando la mirada y pronunciando cada murmurada palabra con pausa y delicadeza. Aproveché para coger fuerzas, tomando aire―. Pero llegamos tarde. Ya tenías doce años, así que una de las entradas del bosque se presentó ante ti. Ni siquiera te enteraste, estabas demasiado obcecada buscando la pelota de béisbol y la atravesaste sin darte cuenta. En cuanto lo hiciste, un espectro de Kádar apareció, ya llevaba esperándote desde el día de tu cumpleaños ―su voz, aunque intentó continuar con esa suavidad, sonó con resquemor.
Mi mente empezó a visionar cada una de las escenas que Nathan me relataba, como si él estuviera tirando de un hilo y todo saliera de la parte que albergaba mis recuerdos más recónditos. El dolor que apresaba mi pecho me hacía daño, era como si tuviera algo dentro a punto de estallar, pero necesitaba saber la verdad para liberarlo todo.
La revelación de Nathan se convirtió en un mutismo.
―Sigue. Por favor ―le rogué con lágrimas en los ojos.
Su mirada continuó sin alzarse.
―Tu padre y yo entramos a tiempo para ponernos a luchar, pero todo fue muy rápido, y yo todavía era un crío, inexperto… ―lamentó, haciendo una negación con la cabeza a modo de reproche a sí mismo―. El espectro se lanzó a por ti, y entonces…
―Papá me empujó ―seguí yo, embargada por la tremenda emoción que me sobrecogió―. Mi pierna se rompió, pero me… me salvó la vida. Entregó su vida por mí.
Nathan volvió a quedarse en silencio y sus ojos se alzaron para fijarse a los míos con algo de sorpresa.
―Sí, él… él te salvó la vida ―me confirmó finalmente, con otro murmullo―. Tu padre siempre entregó su vida por ti.
No pude evitar romper a llorar. Agaché la cabeza y levanté mis manos para tapar mis ojos, pensando que así mis lágrimas iban a reprimirse, pero todo fue inútil.
De pronto, como aquel día en el bosque, Nathan me llevó a su pecho, donde mi mejilla descansó, amoldándose perfectamente a ese cálido y acogedor rincón, y sus brazos envolvieron mi espalda para estrecharme de una forma con la que jamás me había abrazado nadie. Sólo él. Sólo él lo había hecho en una ocasión, aquélla ocasión, y ahora volvía a repetirse. No entendía por qué era así, aunque tampoco tenía ganas de buscar respuestas, sólo sé que el dolor era muy fuerte y que le necesitaba con toda mi alma, porque sólo ese abrazo era capaz de aplacarlo un poco. Inexplicablemente, irremediablemente, sólo Nathan conseguía hacerlo.
Volví a sentirme segura entre sus brazos, protegida… Eso hizo que todo el tormento de mi pecho explotase libremente por fin, porque siempre había creído que llorar me hacía vulnerable y débil, pero ahora me sentía resguardada, estaba en un lugar seguro, a salvo, como si siempre hubiera estado esperando esos brazos fuertes y protectores. Mi rostro se giró para hundirlo en su pecho y mis manos se aferraron a su camisa negra, dando rienda suelta a todo el dolor y la rabia que llevaba acumulados desde niña.
Él no dijo nada y siguió dejando que mis lágrimas se desahogasen en su torso, apretándome con mimo y dulzura. Jamás había llorado así por mi padre, ni siquiera durante su funeral. Recordaba ese día como si fuera hoy. Nathan se había sentado a mi lado en la iglesia, había intentado tomar mi mano, pero yo estaba enfadada por todo y con todo, y sobre todo con él, injustamente, así que se la había rechazado. Dios mío, y cómo necesitaba su acogedor abrazo en estos momentos.
Ahora entendía por qué Nathan me había parecido un ángel el día de mi desmayo. Lo era, era un ángel, mi ángel… Mi ángel protector.
―Nathan… ―lloré, apretando su camisa en mis puños.
―Estoy aquí ―susurró, y sus dedos comenzaron a meter detrás de mi oreja el cabello que se había soltado de mi coleta.
―¿Por qué tuvo que morir? ―sollocé con rabia.
―No lo sé ―musitó sin dejar de arrullarme con sus dedos.
―Yo tuve la culpa ―afirmé entre mis lágrimas, enfadada―, si no hubiera entrado en el bosque…
―No, ni hablar ―me cortó Nathan, cogiéndome de los brazos para que mi rostro saliese de su pecho y le mirase. No tuve más remedio que hacerlo. Sus ojos grises engancharon a los míos con certeza y me fue imposible apartar la vista de ellos―. Tú no tuviste la culpa, ¿me oyes? El único culpable que hay es Kádar, sólo él, quiero que eso te quede muy claro.
―Pero si yo no hubiera entrado en…
Las yemas de sus dedos se posaron en mis labios para que no siguiera y mi voz se extinguió en mi garganta. Después, llevó el dorso de los mismos a mis mejillas y me enjugó las lágrimas con unas caricias delicadas y dulces. Sus manos eran suaves y cálidas, y todo el vello se me puso de punta al sentirlas por la piel de mi rostro, pasando inmediatamente a ese cosquilleo que recorría todo mi abdomen. Me quedé sin respiración por un instante. Yo misma me di cuenta de que le estaba mirando embobada, sin embargo, fui completamente incapaz de dejar de observar esos ojos grises enigmáticos e intensos, además, su embaucadora fragancia era verdaderamente atrayente.
―El único culpable es Kádar ―repitió con un murmullo, sin darle tregua a mis pupilas.
Escuchar esa frase con ese firme convencimiento fue otra liberación para mí. Asentí, rompiendo a llorar de nuevo, y él empujó mi cabeza con suavidad para que mi mejilla reposara en ese rincón perfecto, envolviéndome con sus brazos. Ahora podía llorar a gusto en ese lugar seguro, a salvo.
―Le echo tanto de menos ―sollocé.
―Lo sé, yo también le echo mucho de menos ―admitió, susurrante, metiéndome el pelo detrás de la oreja de nuevo―. Pero también sé una cosa. Tu padre murió feliz ―afirmó, otra vez con una firme convicción―. Murió feliz al ver que tú te habías salvado.
Esas palabras me recordaron a otra parte de mi pesadilla y me sobrecogí al evocarla, aunque la emoción sustituyó enseguida a ese sentimiento. Mi padre yacía en el suelo sin vida, pero él seguía mirándome, y lo que más me había impactado había sido la expresión con que lo hacía. Sí, su rostro estaba feliz, me miraba con felicidad. Jamás supe el por qué. Hasta ahora.
―Nathan… ―lloré, emocionada, pasando mis manos hacia su espalda al tiempo que mis dedos se afanaban en apretarme contra él.
Era extraño, pero ahora necesitaba sentirle muy cerca. Él era la única conexión con mi padre que tenía, ya que, aparte de mi madre y del también fallecido William Sullivan, nadie había estado tan unido a él ni le conocía tan bien como Nathan, ni siquiera mi familia o yo misma. Los brazos de Nathan me correspondieron, ciñéndome aún más. Eso me hizo sentir mejor, sentía a mi padre más próximo.
―Si él estuviera aquí ahora, querría que tú también fueras feliz ―aseguró, como si mi progenitor estuviera hablándole en estos momentos para que me pasara un mensaje―. Haz que su sacrificio mereciera la pena, July, deja de atormentarte y vive. Eso es lo que él quiere que hagas.
Al escuchar esas palabras, mi garganta dejó salir la emoción en voz alta y mis lloros se transformaron en un desahogo puro y duro. Por fin mi alma empezaba a sentirse algo aliviada. Mis dedos se aferraron aún más a su espalda y los suyos continuaron pasando por los mechones sueltos de mi cabello con ternura, haciendo que me fuera relajando paulatinamente. Poco a poco fui entrando en un estado de trance, aunque no podía dejar de llorar, era como si todos estos años hubiera guardado todas las lágrimas en un embalse y ahora hubiera sido abierto.
No sé cuánto rato pasó. Nathan continuó consolándome en silencio mientras mis lágrimas siguieron derramándose por mi cara sin cuartel, hasta que perdí la noción del tiempo».