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INDICE CAPITULOS BLOQUE 3:
INDICE CAPITULOS BLOQUE 3:
18. ESPERA
19. CORAZA
20. AGONÍA
21. GENES
22. LIBERTAD
23. ÉL
24. CRISTAL
25. CELOS
26. FRÍO
27. NOTICIA
19. CORAZA
20. AGONÍA
21. GENES
22. LIBERTAD
23. ÉL
24. CRISTAL
25. CELOS
26. FRÍO
27. NOTICIA
ESPERA
La lluvia que había empezado
a caer repiqueteaba contra el cristal del ventanal de mi habitación. Lo azotaba
casi con rabia y angustia, como si el negro cielo se uniera a mis sentimientos
y quisiera reflejar lo que pasaba dentro de mí. Todavía llevaba puesta su camiseta;
la despegué de mi pecho para levantarla un poco e inhalé su maravilloso olor.
Mientras esperaba al amparo de la oscuridad de la noche, sentada en el
banco-arcón de la ventana, mamá picó a la puerta y la abrió.
―¿Quieres que te prepare
algo, cielo? ―me preguntó, visiblemente preocupada.
Esta era la quinta vez que
me lo había preguntado desde que mi familia había regresado con las manos
vacías. No habían encontrado rastro del licántropo. Ni de Jacob. Parecía que se
los hubiese tragado la tierra. Para colmo, la lluvia había tapado cualquier
pista de los dos. Aun así, papá y Emmett salieron a buscarle.
―No, gracias ―murmuré sin
ganas, inspirando su aroma de nuevo y apretando el cojín que tenía en el
estómago.
Mamá se quedó en silencio,
mirándome, y al cabo de un rato se acercó a mí para sentarse a mi lado.
―¿Sabes? Estamos muy sorprendidos
por tu transformación ―dijo, se notaba que para distraerme un poco―. Es
increíble. Nahuel dice que a él y a sus hermanas nunca les ha pasado eso.
―¿No? Bueno, siempre he sido
un bicho raro ―suspiré.
―No eres ningún bicho raro.
Eres especial, y eso es bueno ―apartó mi pelo hacia atrás y me dio un beso en
la mejilla―. Además, puede que los semivampiros reaccionéis de esa manera tan
extrema y excepcional al veros en serio peligro. Seguramente la vida de Nahuel
y sus hermanas nunca haya peligrado.
―Puede ser, no sé ―volví a
exhalar, desganada.
No entendía por qué me había
pasado eso, pero la verdad es que en estos momentos no me apetecía pensar en
ello. Ni en eso, ni en nada. Mi cabeza no estaba para otra cosa que no fuera
esperar a Jake.
―Esta mañana tu padre
regresó por segunda vez al claro, pero siguió sin encontrar tu chaqueta. Creemos
que el licántropo pudo haberla robado para tener tu olor y poder seguirte.
―Eso demuestra que ese
monstruo es muy hábil, si pudo robarla rodeado de vampiros ―contesté sin dejar
de mirar al exterior.
―Estábamos distraídos con el
partido.
―No es tan primario como
decía papá. Tiene que ser más listo, ni siquiera detectamos su asqueroso olor ―señalé―.
Hasta sabe conducir.
Y Jacob estaba ahí fuera
solo con ese licántropo. Abracé más fuerte el cojín para que no saltara el nudo
de mi garganta.
―Volverá, ya lo verás ―me
susurró ella al darse cuenta, arrimando mi cabeza a su hombro para que la
apoyara―. Jacob es más fuerte de lo que todos creen ―afirmó, acariciándome la
sien.
―Lo sé. Pero todavía estaba
débil por darme su sangre ―sollocé.
―Ha sido muy valiente ―declaró
con un murmullo―. Tu padre y yo le estaremos eternamente agradecidos por
salvarte la vida.
Nos quedamos mirando al exterior
sin decir nada durante un rato, escuchando los golpeteos de la lluvia en el vidrio
y escrutando las sombras de los árboles para ver si veíamos algo bermejo que se
moviera.
Mi cerebro no paraba de dar
vueltas. Ya eran las cuatro menos veinte de la mañana, ¿por qué tardaba tanto?
Seguía fuera, bajo la lluvia, tal vez enfrentándose a esa cosa por mí. Me dio
otro agudo pinchazo en el estómago y apreté un poco más el cojín. No podía quitarme
de la cabeza la ira que había experimentado cuando me había encontrado con él y
se había fijado en mi blusa rota. Sus ojos clamaban venganza. Yo le había dicho
que no me había tocado, sin embargo, el hecho de que lo intentara le había
vuelto loco; había estallado, como yo al darme cuenta de lo que quería ese
licántropo. Me acordé de lo que había sentido cuando la pulsera había vibrado
en mi horrible encuentro con ese engendro. Mi aro de cuero rojizo me había
revelado que, de algún modo, yo pertenecía a Jacob. No en un sentido literal ni
posesivo, por descontado, puesto que nadie es propiedad de nadie, pero yo
sentía que, de alguna manera que no lograba comprender, solo era suya. Y por
eso me había transformado en un vampiro, lo había hecho ante todo por defender
esa idea. ¿Sentiría él lo mismo, que era mío? ¿O tal vez también sentiría que
yo era suya? ¿Por eso había reaccionado así? Y si lo sintiera, ¿sería únicamente
porque estaba imprimado? ¿Por eso había ido tras él para matarle? Entonces, mi
corazón dio un vuelco cuando recordé lo que me había dicho justo antes de
desvanecerme. Todavía podía sentir su ardiente susurro en mis labios.
―Me quiere ―me desvelé a mí
misma con sorpresa, haciéndome eco de mis propios pensamientos, sin darme
cuenta de la presencia de mi madre.
―¿Qué? ―preguntó esta sin
comprender.
Empecé a sentir los fuertes
latidos retumbando en mi pecho, lo hacían con tanto ímpetu, que mi madre
probablemente también podía sentirlos reverberar. La pulsera comenzó a hacerme
cosquillas, aunque no sabía qué intentaba decirme en esta ocasión, ya que Jacob
no estaba allí.
―Me… me lo dijo ―erguí la
cabeza instantáneamente―. Y yo… no le pude contestar… No me dio tiempo.
―¿De qué estás hablando?
Me levanté y me puse a
pasear nerviosamente frente al largo arcón de madera, con mi madre mirándome
confusa, aferrando la almohadilla contra mi pecho para calmar la taquicardia.
La pulsera no paraba de hacerme cosquillas en mi muñeca.
―No se lo dije porque… yo
no… ―me paré y metí mis dedos entre mi pelo, mirando al suelo, reparando en lo
idiota que había sido todo el tiempo por no ver lo evidente. Mi aro dejó de
vibrar, esa era la prueba definitiva―. Dios, soy una estúpida ―pensé en alto―.
No me había dado cuenta de mis verdaderos sentimientos hasta ese momento…, y
luego, todo fue tan rápido… Ahora está tras ese licántropo y no lo sabe… ―un
hilo de pánico dominó mi mente por un instante―. ¿Y si no le vuelvo a ver y no
puedo decírselo? Tiene que saberlo…
―¿Decirle el qué? ―interrogó
mamá con impaciencia.
―Que le quiero ―confesé,
casi haciéndolo para mí misma, al tiempo que levantaba la vista para mirarla
con ojos clarividentes.
Se hizo un silencio en la
habitación en el que ambas sostuvimos nuestras pupilas.
―Claro que le quieres ―murmuró
mi madre al fin―. Es tu mejor amigo, es normal que le quieras.
Me senté a su lado de nuevo.
―No, no es solo eso. Es algo
mucho más fuerte ―afirmé con seguridad. Me giré hacia la ventana y miré al
bosque oscuro y lluvioso―. No entendía lo que me pasaba ―admití entre susurros―,
creía que solo era atracción y no quería hacerle daño, pero cuando me roza con
sus dedos, cuando siento sus labios cerca de los míos, con solo mirarme… todo
mi cuerpo se vuelve loco; mi corazón late a mil por hora, siento las mariposas
en mi estómago, me quedo sin respiración, no puedo apartar mis ojos de los
suyos. Y ahora sé que la verdadera razón es porque le quiero. Todo el deseo que
siento por él no es solo por atracción física, es por amor. No deseo solamente
su cuerpo, le deseo a él. A él ―volví mi rostro y miré con determinación a mi
madre, que en ese momento estaba como atónita―. Cuando me iba a morir, en lo
único que pensaba era en verle por última vez, en morirme en sus brazos, en
besarle… ―roté la cabeza otra vez para mirar por el cristal―. Le amo con toda
mi alma y, cuando vuelva, se lo diré para que por fin estemos juntos para
siempre.
―¿Estás segura de que es
amor y que sería para siempre? ―me preguntó mamá de repente.
―¿Cómo? ―volví el rostro
hacia ella.
No entendí su pregunta, ¿acaso
no me había escuchado? La vibración fuerte de mi pulsera me sobresaltó y me
quedé perpleja. ¿Qué…?
―Eres muy impulsiva. Hace
unas horas pensabas que solo era… atracción ―le costó soltar el vocablo―
y ahora dices que le amas. ¿Y si se lo dices y luego todo se reduce a lo
primero? Quiero decir, que a veces es muy fácil confundir los sentimientos, y a
lo mejor lo que te pasa es que te sientes muy atraída hacia él; eso sumado a
que le quieres como tu mejor amigo y que ahora mismo estás muy preocupada.
―Pero yo le…
―Tienes que tener muy en
cuenta que Jacob está imprimado de ti ―me cortó, cogiéndome la mano―. Si
empezarais una relación, no sería como con otro chico cualquiera. Si luego te
dieras cuenta de que no era lo que tú pensabas y cortaras con él, le harías
muchísimo daño, ¿entiendes? ―me acarició la cabeza y me metió el pelo detrás de
las orejas―. Él no puede alejarse y olvidarse de ti para seguir su vida como
los demás chicos, siempre estará contigo, a tu lado. Y eso tiene que ser muy
duro, sufriría muchísimo. Es como ofrecerle comida a un hambriento, dejar que
la pruebe y después quitársela para que siga pasando hambre por el resto de su
vida. Por eso tienes que estar muy segura de tus sentimientos y, la verdad,
despertarse pensando que te atrae y acostarse pensando que le amas, no me
parece del todo fiable.
―¿Y todo lo que siento
cuando estoy con él? Eso tiene que significar algo, ¿no? ―respondí, un tanto
ofendida por sus dudas y por seguir notando la vibración de mi aro de cuero.
―Sí, ¿y cómo sabes que no lo
sentirías con otro chico? ―fruncí el ceño, desorientada. No sabía adónde quería
llegar mi madre, no obstante, el mensaje de mi pulsera era claro. Dejé que
siguiera hablando para comprobarlo―. Tengo que reconocer que, aparte de ser muy
buena persona, Jacob es muy guapo y tiene un cuerpo de escándalo, pero en
realidad es el único chico al que conoces y no te despegas de él. Por eso te dije
el otro día que me gustaría que salieras con otros chicos. Sería bueno que
comprobaras si tus sentimientos son los correctos, y si trataras con otros
chicos, podrías compararlos, ¿no te parece?
Levanté la mirada de mi
pulsera para observarla a ella.
―Cuando dices otros chicos,
¿te refieres a Nahuel? ―quise saber, un poco enfadada.
Mamá me miró fijamente.
―Cuando digo otros chicos,
quiero decir otros chicos ―me contestó con voz seca. Entonces, y para mi total
asombro, empezó a regañarme―. Pero Nahuel me parece una buena opción a
considerar, y es una pena que haya venido hasta aquí desde tan lejos para
conocerte mejor y tú pases de él. Lleva aquí varios días y no le has hecho ni
caso. Le dijiste que saldrías otra vez con él y no has vuelto a mencionarle nada.
―He estado muy ocupada estos
días ―le repliqué bruscamente.
―Ese es el problema, que
siempre estás muy ocupada cuando estás con Jacob. Todo tu mundo gira en torno a
él ―argumentó, irritada.
―¿Y en torno a quién gira el
tuyo, mamá? ―le critiqué de forma acerada―. Dime una cosa, ¿cómo supiste tú que
papá era el hombre de tu vida, si solo saliste con él? Tú no probaste ni
comparaste con nadie más. Pero, claro, me imagino que a ti no te hizo falta.
Nada más verle, supiste que era tu amor eterno ―le solté con ironía.
―Pues sí ―me respondió sin
un ápice de duda en su semblante de porcelana.
Puse los ojos en blanco ante
tanto amor perfecto.
―Pues yo también lo sé ―le
rebatí, molesta―. Amo a Jacob, y pienso decírselo en cuanto llegue.
―No, no lo harás ―me
contestó con un aire imperativo.
―¿Es que me lo vas a
prohibir? ―le pregunté, incrédula y cabreada.
―Si tengo que hacerlo, lo
haré ―me advirtió en un tono monocorde―. Aunque preferiría que no me obligaras.
―¿Ah, sí? ¿Y cómo vas a
impedírmelo?
―Tengo varias opciones, no
querrás oírlas ―amenazó con expresión fría.
Me quedé a cuadros,
observando su rostro de mármol en el que solo se reflejaba la sombra de las
gotas de lluvia que rodaban por el cristal. La pulsera vibraba sin parar, igual
que un móvil. Me levanté y me puse delante de ella, clavándole la mirada con
firmeza.
―¿Qué problema tienes, mamá?
¿Por qué quieres separarnos? ―le acusé, poniendo la mano sobre mi aro de cuero.
―¿Cómo dices? ―al parecer,
ahora la incrédula era ella.
―No quieres que estemos
juntos, ¿por qué? ―exigí saber.
―¡No digas tonterías! ―exclamó,
enfadada, poniéndose de pie frente a mí―. Por supuesto que me gustaría que
terminarais juntos, no hay nadie mejor para ti que él. Créeme, eso lo sé muy
bien.
―¿Entonces? ―me crucé de
brazos para escuchar su contestación.
―Sabes que tú eres lo
primero, pero Jacob es una de las personas más importantes para mí y, en este
caso, está en desventaja. No quiero que sufra si luego es un mero capricho y
cambias de opinión ―iba a abrir la boca, pero ella alzó la mano para seguir
hablando―. Aunque ahora eres una mujercita, hace solo dos meses eras una niña.
No sé por qué tienes tanta prisa. Los dos tenéis una vida muy larga por delante
para tomar una decisión. Lo único que te pido es que esperes, que salgas con
otros chicos, que te tomes tu tiempo y que compruebes bien esos sentimientos
que tienes hacia él. Si después resulta que son verdaderos, desde luego que me
alegraré. Os quiero a los dos y deseo vuestra felicidad.
La pulsera dejó de vibrar,
aunque yo cerré el puño con fuerza.
―Bueno, vale, lo que tú
digas ―resoplé, fingiendo hacer caso omiso a su discurso para zanjar el asunto
de una vez―. ¿Puedo estar sola, por favor?
En lo único que podía pensar
mi cerebro en ese momento era en esperar a Jake. No tenía fuerzas ni ganas para
discutir con mi madre, y menos de este tema.
―Claro ―suspiró. Me dio un
beso en la frente y se dirigió a la puerta―. Piensa en lo que te he dicho, ¿de
acuerdo? ―y después cerró con un suave y casi imperceptible movimiento.
Me senté, enfadada, en el
banco-arcón para seguir mirando por la ventana y agarré mi cojín. Me concentré
en indagar entre las sombras de los árboles, buscando algún indicio de mi lobo pardo
rojizo.
Ahora la lluvia caía con más
fuerza, vapuleando el vidrio con desesperación. El agua arrollaba por la
cristalera, formando pequeños meandros, y me tapaba algo la visión.
Escuché la puerta de la
entrada y las voces de mi familia hablando con mi padre y con Emmett.
Me levanté y salí de mi
cuarto a toda velocidad para bajar al salón, casi volaba escaleras abajo.
―¡¿Le habéis encontrado?! ―pregunté
con inquietud, antes de pisar el último escalón.
Mi padre me miró con el
rostro frustrado y negó con la cabeza.
―Esta lluvia ha borrado todo
el rastro ―se quejó Em, sacudiéndose el pelo empapado.
Rosalie les dio unas toallas
para que se secaran.
Asentí, con un enorme nudo
en la faringe, y me subí de nuevo a mi cuarto.
Me volví a sentar en el
largo arcón a esperar, con las lágrimas ya rebosando de mis ojos. Apreté el
cojín contra mi estómago para amortiguar los cortantes pinchazos.
Tic, tac, tic, tac, tic, tac…
Cuando miré el reloj de mi
mesilla eran las cuatro y media. Estaba agotada después de un día tan plagado
de emociones, pero no tenía ni pizca de sueño. Mis ojos no se despegaban del
bosque, solo querían estudiar los árboles entre la oscuridad.
De pronto, se produjo un
movimiento en las hojas de la espesa vegetación y mi alma resucitó de su
angustia cuando mi impresionante lobo rojizo emergió de ellas.
Antes de que a mi padre le
diera tiempo de subir para avisarme, ya estaba en el salón abriendo la puerta
de la entrada.
Salí disparada y salté las
escaleras del porche para correr hacia Jacob, que estaba detrás de un árbol
bajo la densa capa de lluvia.
―¡Jake! ―chillé, llorando,
lanzándome a sus brazos.
―¡Nessie! ―exclamó,
recibiéndome y abrazándome con fuerza.
―¿Estás bien? ―me despegué
un poco para observarle y tocarle la cara.
―Sí ―asintió, y me abrazo de
nuevo―. Te estás mojando.
Inspiré su maravilloso olor
y empecé a darle efusivos besos en el cuello, en la mejilla, en la frente, en
la otra mejilla, en la barbilla y, cuando le tocaba el turno a sus labios…, me
detuve. Nos quedamos mirándonos a los ojos y, antes de que me atraparan los
suyos, le abracé otra vez.
―¿Dónde has estado? Estaba
muy preocupada por ti ―sollocé, regañándole un poco.
―Te lo contaré mañana ―murmuró―.
Ahora estoy hecho polvo y necesito dormir.
Me iba a separar de él para
que pudiéramos marcharnos a casa, pero no me dejó. Entonces, levantó su mano y
me tapó los ojos.
―¿Qué pasa? ―pregunté sin
comprender nada mientras intentaba quitársela.
―Tienes que girarte, estoy
desnudo.
―Oh ―mis mejillas se
encendieron bajo su palma mojada.
―No me habrás visto nada,
¿verdad?
Si él supiera…
―No, qué va…
…hoy no, pensé. La imagen de Jacob en el río se proyectó en
mis párpados cubiertos. Sonreí de satisfacción para mis adentros.
―Bien ―me giró y retiró su
mano mientras me alejaba de su escondite. Abrí los ojos y vi a toda mi familia
en el porche. La sangre ya no me entraba en la cara. Mi padre llevaba unos
pantalones de Jacob y se empezó a acercar con el gesto tenso, seguramente al
ver mis pensamientos―. Le he pedido a tu padre mentalmente que me traiga unos
pantalones para que no tuvieras que subir tú a por ellos.
Me apoyé en el lado opuesto
del tronco en el que se ocultaba.
―Buena idea ―suspiré.
Papá llegó y me echó una
mirada de esas que dicen tenemos que hablar, jovencita. Carraspeó y le
dio la prenda a Jacob.
―Gracias, tío. ¡Arg! Genial,
están empapados ―protestó.
―Oye, encima no te quejes ―le
respondió mi padre―. Yo también estoy pillando una buena mojadura por
traértelos, aparte de la que cogí antes junto con Em por ir a buscarte.
―¿A buscarme? ―Jacob
apareció y me agarró de la mano para encaminarnos hacia la casa.
Aferré esos dedos como si
fuese la primera vez que lo hubiera hecho en toda mi vida. No pensaba soltarlos
jamás.
―Sí, menudo susto nos has
dado a todos ―declaró papá mientras subíamos las escaleras del porche, que ya
estaba vacío.
―¿A ti también? ―se rio con
incredulidad.
Papá frenó en seco,
obligándonos a parar a sus espaldas, y se giró para mirar a Jacob.
―Aunque no lo creas, después
de todos estos años aguantándote te tengo un poco de aprecio, como mascota,
claro ―Jake puso los ojos en blanco―. Y sobre todo está Renesmee; sé que voy a
tener que soportarte por muchos, muchos, muchos años, así que no me queda otro
remedio que intentar que no me caigas tan mal ―sonrió con una mueca forzada.
―Sí, yo también te quiero ―le
contestó Jake con una sonrisa socarrona.
Mi padre suspiró con
resignación y entró en casa. En el salón, tan solo quedaba mi madre, Emmett y
Rose.
―En fin, así que lo seguiste
hasta las montañas de Olympic, ¿eh?
―Sí, pero esa cosa es muy
rápida. Se colgaba de los árboles y acabé perdiéndole.
Justo cuando Jacob se iba a repantigar
en el sofá, Rosalie extendió una toalla a la velocidad de la luz. Me arrastró
con él y me senté a su lado.
―¿Fuiste hasta las montañas
de Olympic? ―le pregunté, sorprendida y un tanto asustada.
Apoyó la cabeza en el
respaldo y cerró los ojos.
―No pude pillarle…, pero lo
haré… ―masculló, durmiéndose.
―Será mejor que duerma en tu
cama ―sugirió mi padre, para mi sorpresa.
―¿Puede? ―interrogué,
boquiabierta del regocijo.
―¡Edward! ―desaprobó mamá.
―Creo que, por todo lo que
ha hecho hoy, se merece dormir en una cama, y no tenemos más que la de
Renesmee, que es muy grande. También está la de Nahuel, pero, como
comprenderás, no vamos a mandarle allí con lo mal que se llevan. Además,
mírale, está exhausto. No se despertará hasta mañana por la tarde, seguro.
―¡Pobre angelito! ―se
compadeció Emmett con una enorme sonrisa.
―El muy idiota está poniendo
el sofá perdido ―añadió Rosalie.
―De acuerdo ―cedió mi madre
a regañadientes.
―Jake, Jake ―le llamé para
despertarle mientras le daba unos meneos en el brazo.
Se levantó de un brinco sin
soltar mi mano y, sin querer, me alzó a mí también.
―¿Qué? ―murmuró, aturdido y
algo desorientado. Miró su amarre y entonces se dio cuenta de dónde estaba.
―Vamos a la cama ―le dije,
sonriendo con intención a mi madre.
Esta se cruzó de brazos,
enfadada.
―Ah, sí ―contestó con un
bostezo.
―Hasta mañana. Que lo paséis
bien ―soltó Emmett, riéndose, cuando nos dirigíamos a la escalera.
Jacob frunció el ceño sin
comprender la broma y Rosalie le dio un codazo a su novio para reñirle. Mi madre
le miró cabreada.
―Renesmee ―me llamó esta.
Nos giramos los dos―. Piensa en lo que hemos hablado, ¿vale?
No le dije nada. Me volví y
remolqué a Jacob, que ya se le cerraban los ojos otra vez, para subir las
escaleras.
Cuando llegamos al vestíbulo
de la última planta, escuché las protestas de Rosalie y me fijé en que iba
descalzo. Tenía los pies llenos de barro y había puesto la nívea alfombra del
sofá perdida. En realidad, todo él estaba bastante sucio.
―Será mejor que te des una
ducha antes de echarte en la cama ―le dije, entrando en mi dormitorio.
Jacob abrió los ojos de
golpe.
―¿En la cama? ―preguntó,
estupefacto.
―Sí, mi padre te deja dormir
en mi cama porque ha visto que estabas muy cansado, y como mi cuarto es el
único que la tiene…
―Un momento, un momento ―me
interrumpió, gesticulando con las manos―. ¿Edward me deja dormir en tu cama?
¿Seguro que se encuentra bien?
―Me has salvado la vida,
dejarte dormir en una cama es lo mínimo que puede hacer ―afirmé, metiéndome en
el vestidor para cogerle otros pantalones secos.
―Vale, guay ―sonrió
abiertamente―. La verdad es que me vendrá genial dormir en un colchón.
―Toma ―le entregué el
pantalón y una camiseta―. Dúchate, no quiero que me la manches de barro y
tierra.
―A sus órdenes ―bromeó,
haciendo el saludo militar.
Cogió las prendas y salió de
la habitación.
Mientras Jacob se duchaba,
yo entré en mi vestidor. Me quité la ropa empapada y me sequé el cuerpo y el
pelo con una toalla, para ponerme el camisón. Después, limpié con la misma las
zonas del suelo de la habitación que estaban manchadas de barro y la tiré en el
cesto de la ropa sucia.
Me metí en la cama y me
quedé sentada, esperándole. Empecé a acicalar mi pelo húmedo. Lo ponía de lado,
luego lo cambiaba y ponía dos mechones hacia delante, hacia atrás, otra vez
hacia delante…
No entendía por qué estaba
tan nerviosa, ya había dormido con él dos veces, y solamente íbamos a hacer
eso, dormir. Solo que en esta ocasión…
Pegué un pequeño bote cuando
Jacob picó a la puerta.
―¿Puedo pasar? ―su voz salió
de la fina rendija que había abierto.
―Sí, claro.
Entró y se quedó pegado a la
puerta cuando la cerró, con su profunda mirada clavada en mí. Comencé a notar
las taquicardias en mi pecho.
―¿Qué pasa? ―pregunté,
inquieta.
Jacob salió de su nube y se rio.
―Nada, es que esta imagen la
he soñado muchas veces y me preguntaba si no estaría durmiendo.
Noté cómo mis pómulos se
ruborizaban.
Se acercó al lecho y colocó
el edredón hacia arriba. Cuando vi que se disponía a tumbarse sobre la colcha,
le interpuse mi mano.
―¿Qué haces?
―Echarme ―respondió,
extrañado―. ¿No habías dicho que dormía en tu cama?
―Ah… Sí, sí ―murmuré,
avergonzada.
¿En qué estaría yo pensando?
¿Por qué me había imaginado que iba a dormir dentro de mi cama?
Jacob se tumbó boca arriba,
sobre la colcha, y me extendió el brazo para que me acurrucara junto a él.
Apagué la luz de la
lamparita de mi mesilla y así lo hice.
―Buenas noches ―susurró,
dándome un beso en la cabeza.
―Buenas noches ―le contesté
con un bisbiseo, dándole un beso en la mejilla.
Me quedé clavada con el
rostro arrimado a su cara. ¿Qué pasaba si me levantaba un poco y le daba un
beso en los labios? En este momento estábamos solos, podría aprovechar para
decirle lo que sentía por él y todo sería muy fácil. Cuando nos levantáramos,
seríamos novios. Las mariposas empezaron a revolotear al evocar esa idea.
―Jake, ¿estás dormido? ―cuchicheé.
Al no recibir respuesta, me
incorporé y verifiqué que ya lo estaba, profundamente.
Observé su rostro entre la
oscuridad y sonreí. Parecía tan relajado, tan vulnerable. No había rastro de
preocupación en él.
Sin embargo, la sonrisa se
me borró de sopetón cuando recordé el discurso de mi madre. Sus palabras
rebotaban en mi cabeza como una pelota de goma. Rechiné los dientes de la
rabia. ¿Acaso me estaba diciendo que yo no sabría quererle? ¿Es que ella se
creía la única que no quería que él sufriera? Por supuesto que yo tampoco
quería que lo hiciera, quería verle feliz.
Mientras seguía mirando su
rostro, se hizo un silencio en mi mente y la rabia se transformó. Comencé a
sentirme rara, confusa; aunque había intentado evitarlas, sus palabras me
habían hecho daño.
Yo no quería que ese
semblante cambiara nunca. Lo quería ver feliz para siempre. Pero, ¿y si yo no
podía hacerle feliz? ¿Y si yo no era suficiente para él? ¿Era eso lo que mi
madre había insinuado?
Mirándole más detenidamente
me daba cuenta de que tal vez él era demasiado para mí. Podía ser el sueño de
cualquier chica. ¿Y qué pasaría si no sabía quererle y mis sentimientos
cambiaban, como ella había dicho? Jacob estaba imprimado, sus sentimientos
siempre serían los mismos; no obstante, yo no dejaba de ser medio humana,
imperfecta, con sus dudas y temores. ¿Podía ser que acabase convirtiéndome en
algo destructivo para él? En realidad, ya lo estaba siendo. Había ido tras el
licántropo por mi culpa, poniendo su vida en peligro. Y también lo había hecho
dándome de beber su sangre, ¿cuántas veces más iba a arriesgarse por mí? Ya
tenía bastante con las docenas de vampiros que iban por sus bosques; y con los
Vulturis, tendría que enfrentarse a ellos dentro de seis meses. ¿Qué pasaría si
él se sacrificaba tanto por mí y luego yo no le correspondía como se merecía? Mi
amor por él podía apagarse, como ocurría en tantas parejas, por lo que fuera, a
veces esas cosas ocurrían sin motivo. Entonces él sufriría muchísimo, para
siempre, y eso no podría soportarlo, no me lo perdonaría jamás. No podía
permitirlo, de ninguna manera. No podía ser tan egoísta. Le amaba, sí, ahora lo
sabía, le amaba con toda mi alma, y él era lo primero y más importante para mí,
más que yo misma.
Una sensación helada me
atravesó el pecho cuando mi mente vio la única salida, la más segura para él:
si fuera su mejor amiga para siempre, él no sufriría nunca. Todo seguiría como
antes. Nos habíamos acercado demasiado el uno al otro, ya estábamos rozando la
frontera, y eso no era bueno para él. Tenía que alejarme algo de Jake para no
hacerle sufrir en el futuro. Si no le ponía el plato de comida, no sufriría.
Mamá tenía razón, yo era demasiado impulsiva, tenía que controlarme, aunque me
costara infinitamente, y sabía que iba a ser así. Se me incrustó un nudo
gigante en la garganta y un agudo pinchazo se asentó en mi corazón ante
semejante sacrificio, porque toda mi alma me pedía a gritos que le despertara y
le confesara mis sentimientos, pero ya no podía hacerlo. Mi alma tendría que
ser fuerte y sacrificarse por él. Tendría que renunciar a Jacob, a tenerle de
esa manera. Tendría que renunciar a sus caricias, a sus suaves dedos rozándome,
a sus labios, a mis adorados e intensos ojos negros…
Apreté la mano contra mi
pecho cuando el dolor se intensificó y me dejó sin respiración.
Tengo que ser fuerte, pensé, tengo que hacerlo por él.
Pero tenía que decírselo,
aunque solo fuera una vez. Sería la única que mencionaría esas palabras en toda
mi vida, y lo haría de la misma forma que lo había hecho él antes de que me
desvaneciera en el aparcamiento. Acerqué mi rostro al suyo mientras las
lágrimas ya se deslizaban por mis mejillas.
―Te quiero ―le susurré en
los labios.
Luego, tuve que obligar a mi
boca a posarse en su mejilla y hundí el rostro sobre la almohada para llorar en
silencio mientras mis puños se aferraban a ella con fuerza.
CORAZA
Cuando me desperté, lo
primero que hice fue tocar el otro lado de la cama, pero Jacob ya no estaba.
Seguramente se había ido de patrulla. Miré mi despertador. Era la una y diez de
la tarde. Por lo visto, mis padres me habían dejado dormir y no asistir al
instituto ese jueves. Me quedé mirando al techo con una enorme sensación de
desazón en el pecho, todavía tenía resaca por lo que había decidido de
madrugada. Me aovillé, mirando el hueco dejado por Jacob. Su efluvio había
impregnado mi almohada y me llegaba. Me incorporé para olerla mejor y hundí el
rostro justo en ese sitio. Cuando las lágrimas empezaban a salir de nuevo,
alguien picó a la puerta.
―¿Se puede pasar? ―preguntó
Nahuel desde fuera.
―Sí, pasa ―contesté,
secándome las mejillas y sentándome.
Nahuel entró portando una
bandeja repleta de comida y la posó sobre mis piernas.
―Te he traído algo de comer.
Pensé que quizás tendrías hambre, ya que ayer no cenaste nada y hoy tampoco has
desayunado.
―Oh, gracias. Siéntate, si
quieres ―le dije, señalándole el otro lado, pero mis ojos se dolieron cuando se
sentó en el hueco de Jacob―. Tiene... tiene muy buena pinta, ¿lo has hecho tú? ―le
pregunté para distraerme, aunque era cierto.
―Sí, Huilen me enseñó a
cocinar este plato. En realidad, es lo único que sé cocinar ―reconoció, un poco
sonrojado―. Espero que te guste.
Le di un bocado y lo
saboreé.
―Está muy rico ―admití con
una sonrisa un tanto desvaída, pues no tenía muchas ganas de sonreír. Me fijé
en la rosa roja que había junto al plato―. ¿Y esto? ―la alcé para olerla.
―Un detalle. Creí que te
alegraría un poco, después de pasarte toda la noche llorando en sueños…
―¿Llorando en sueños? ―repetí,
sorprendida.
―Sí, es que en esta casa
todos tenemos muy buen oído y desde el salón se te escuchaba…, bueno ―carraspeó,
visiblemente incómodo―, gimotear el nombre de tu pe… de Jacob ―rectificó.
Se me subieron los colores a
la cara.
―¿Di-dije el nombre de Jacob
mientras lloraba en sueños? ―murmuré, avergonzada; si era así, él lo habría
oído, por supuesto.
―Sí, en bastantes ocasiones ―suspiró―.
Tu padre estuvo a punto de subir un par de veces, pero luego se quedaba quieto
como esperando algo y al instante dejabas de llorar. Con eso ya se quedaba más
tranquilo.
Me olí el camisón. Estaba
empapado del efluvio de Jacob y era bastante intenso, por lo que deduje que si
había dejado de llorar, era porque él me había consolado abrazándome o algo.
Sin duda, me había llegado su aroma hasta en sueños y eso me había calmado.
―¿Qué te parece si salimos
hoy? ―me propuso de repente.
Pestañeé, saliendo de mis
pensamientos.
―¿Qué? ¿Salir hoy?
―Así te animas un poco. ¿Te
gusta el arte?
―Bueno, mi padre me ha
enseñado algo ―le respondí, encogiéndome de hombros.
―Podíamos ir al Museo de
Arte de Seattle. He leído en el periódico que tienen una nueva exposición. ¿Has
estado alguna vez allí?
―Pues, no ―reconocí.
―Bien. Entonces, después de
que te acabes eso, iremos.
Inmediatamente, pensé en
Jacob. Volvería por la tarde de patrullar con las manadas, y tenía tantas ganas
de verle… Pero también recordé lo que me había propuesto de madrugada, y esta
era una buena ocasión para alejarme un poco de él, así no le haría daño. Aunque
el pinchazo en mi corazón volvió, me aferré a la bandeja y lo solté en contra
de su voluntad.
―Vale ―acepté, intentando
sonreír―. Termino esto tan rico y me arreglo.
―De acuerdo ―él sí sonrió
satisfecho mientras se levantaba y se dirigía a la puerta―. Te espero abajo,
entonces.
En cuanto cerró la puerta,
me llevé la mano al pecho.
Cogí el vaso de agua de la
bandeja y me lo bebí de unos pocos tragos. Empecé a comer impulsivamente el
plato que me había preparado Nahuel, para que no me diera tiempo a pensar.
Después, y del mismo modo en que me metí la comida, me levanté, me duché y me
arreglé para salir. Lo hice todo con rapidez y sin dejar que mi cabeza rondase
en nada más que en las simples acciones que estaba llevando a cabo.
Bajé las escaleras a todo
meter y llegué al salón, donde me esperaban Nahuel y mis padres. Nuestro
invitado no era el único que sonreía de felicidad. Mamá estaba pletórica, había
ganado en su discusión de anoche. En cambio, me sorprendió el matiz que había
en el rostro de mi padre. Detrás de su sonrisa, había algo apenado y dolorido.
¿Sería porque sabía lo que me dolía a mí mi propia decisión? No pensar, no
pensar, me dije mentalmente.
―Ya estoy, ¿nos vamos? ―le
dije a Nahuel con una sonrisa puesta.
―Claro.
Después de dar un beso de
despedida a mis padres, salí por la puerta con paso diligente y él me siguió.
Alice volvió a dejarle su
Ferrari, aunque esta vez fuimos más rápido que la salida del domingo pasado. Me
imaginé que se debía a que Seattle está más lejos y había que apretar el
acelerador para perder el menor tiempo posible. La imagen de Jacob conduciendo
ese coche quería entrar en mi cabeza.
―¿Te importa si pongo
música? ―solté de pronto.
―Como tú quieras.
Abrí el departamento de CDs
de Alice y rebusqué entre los discos. Encontré uno de ópera y lo puse en el
reproductor.
―¿Te gusta Pavarotti? ―me
preguntó, extrañado―. Pensaba que ahora te gustaba más el rock.
―Bueno, este disco no está
mal ―le respondí.
Pavarotti tenía el
suficiente chorro de voz para que mi cerebro no pudiera concentrarse ni pensar
en nada más. Subí el volumen y miré por la ventanilla para centrarme en el
paisaje.
Una vez en el museo, Nahuel
me explicó muchas cosas de arte mientras observábamos las obras. Sabía
muchísimo, puesto que le encantaba, y en la selva tenía mucho tiempo libre para
leerse montañas y montañas de libros sobre pintores, estilos, esculturas… Eso
me sirvió para mantener mi cabeza ocupada.
Nos pasamos toda la tarde en
el museo y salimos para tomar algo a una cafetería cercana.
―¿Te ha gustado la
exposición? ―me preguntó Nahuel, después de pedirle a la camarera nuestras
bebidas.
―Sí, mucho. Pero no sabía
que tenían tantas cosas expuestas.
―No se puede ver todo en una
tarde. Podíamos volver otro día, si te apetece ―sugirió con una blanca sonrisa.
―El domingo ―propuse
automáticamente.
El domingo era un día
perfecto. Jacob patrullaba por la mañana, si me pasaba todo el día con Nahuel,
no tendría que estar a solas con él por la tarde. Así no le haría daño.
―De acuerdo ―su sonrisa se ensanchó―.
Iremos este domingo.
La camarera trajo las
bebidas y las posó en la mesa. Nahuel extendió el dinero para pagar la
consumición.
―No, espera ―saqué la
cartera de mi cazadora, pero la camarera ya se había marchado―. Tienes que
dejarme pagar algo, las entradas eran bastante caras ―me quejé.
―Hoy invito yo ―contestó,
poniéndome una pajita en mi vaso.
―Vale, pero el domingo pago
yo ―agité mi refresco con la pajita y le di un sorbo.
―Ok ―se quedó un rato en
silencio, mirándome―. Dime una cosa, ¿te ha pasado algo con Jacob?
El último sorbo se me
atragantó y me dio una pequeña tos.
―¿Por qué lo dices? ―intenté
disimular.
―Me parece raro que ahora
accedas a salir conmigo sin tenerle en cuenta. Además, ayer llorabas…
―No me apetece hablar de eso
―le corté tajantemente―. No hemos discutido, ni nada, si es lo que quieres
saber.
No me apetecía nada hablar
del tema. El dolor se aferró en mi pecho y tuve que volver a beber para
mitigarlo un poco.
―Perdona, no quería
ofenderte.
Levanté la vista,
sintiéndome culpable por contestarle de esa manera, después de todo, había sido
muy amable conmigo durante todo el día.
―No, perdóname tú. No quería
ser tan brusca.
―No importa ―se hizo otro
mutismo en el que yo miré por la ventana―. Quiero que sepas que quiero salir
contigo, Renesmee ―me soltó de repente―. Es decir, si tú quieres.
Me quedé un poco cortada. La
verdad es que eso no estaba en mis planes.
―Verás, yo no voy a salir
con nadie ―le respondí con educación.
Le dio unos sorbos a su
bebida tranquilamente.
―¿Puedo hacerte una
pregunta?
―Claro ―me encogí de
hombros.
―¿Jacob y tú sois… novios? ―le costó decir la palabra.
La pregunta me pilló por
sorpresa. Tuve que beber para aplacar a mi pobre corazón. Solo escuchar su
nombre mezclado con ese vocablo imposible de realizar, me helaba el alma.
―No ―reconocí con un hilo de
voz.
―Bien, entonces puedes salir
con alguien, ¿no?
―No es eso. Es que a mí no
me apetece salir con nadie ―le expliqué.
―Que él esté imprimado de
ti, no significa que no puedas quedar con otra gente. Él no tiene ningún
derecho sobre ti, así que no puede decir nada ―me dijo muy cortés.
Crucé los brazos en el pecho
para aliviarme.
―No, no lo tiene… ―murmuré,
casi era un lamento dirigido a mí misma por no poder cumplir ese deseo.
―Entonces, ¿saldrás conmigo
de vez en cuando? ―me preguntó, sacándose una rosa de la chaqueta y
ofreciéndomela.
Pestañeé, sorprendida, y
sonreí, halagada.
―¿Es que también sabes de
magia? ―cogí la flor y la olí.
―Algo así ―contestó con una
sonrisa deslumbrante―. ¿Qué me dices? ¿Saldrás conmigo?
Me quedé mirando la rosa,
pensativa.
―Si salimos más veces, será
solamente como amigos ―le aclaré, por si acaso.
―Por supuesto ―aceptó,
encantado.
Cuando llegamos a casa,
Jacob me esperaba en el porche. Estaba apoyado en la pared, con las manos en los
bolsillos, y parecía preocupado.
Tuve que obligarme a mí
misma a cubrirme el corazón para no caer en la tentación de seguir mi impulso
de ir corriendo a abrazarle, como si le vendase los ojos para que no tuviera
que ver semejante agonía.
Jacob extendió su mano para
que se la cogiera, así tiraría de mí y me abrazaría, pero frunció el ceño,
extrañado, cuando pasé a su lado sin hacerlo.
―Hola, Jake ―le saludé como
si nada, aunque los pinchazos en mi estómago eran brutales―. ¿Qué tal?
Nahuel entró detrás de mí
con una sonrisa triunfadora y Jacob le gruñó a su paso.
―Hola ―saludé a Alice,
Jasper, Emmett y Rosalie, que se encontraban en el salón viendo la tele.
Me correspondieron
saludándome con la mano.
―¿Dónde están mis padres?
―En su cabaña ―respondió
Alice, sonriendo con picardía. Puse los ojos en blanco―. Tu madre parecía muy
contenta hoy.
Jacob traspasó la puerta
como una exhalación y se colocó a mi lado.
―¿Cómo que qué tal? ―me
preguntó, enfadado―. ¿Dónde has estado? Estaba muy preocupado por ti, ¿sabes?
―¿A ti qué más te da? ―le
replicó Nahuel.
―Oye, tú no te metas en esto
―le contestó Jacob, apretando los dientes―. Estoy hablando con ella.
―He salido con Nahuel y
hemos ido a Seattle ―le respondí lo más tranquila que pude, de camino a la
cocina.
―¿A Seattle? ―repitió,
sorprendido, siguiéndome.
―Sí, al Museo de Arte, para
más señas ―apuntilló Nahuel con una sonrisita de autosuficiencia, detrás de
nosotros.
―¿En qué estabas pensando,
Nessie? ―protestó, nervioso, con la mano en la cabeza―. ¿Y si hubiera aparecido
ese licántropo? Yo no estaba allí para protegerte.
―Estaba conmigo. Yo la
hubiera protegido ―intervino nuestro invitado.
―Venga ya ―replicó Jacob,
irritado, parándose en seco―. ¿Sabes cómo es ese bicho?
―Perdona, pero yo también sé
pelear. Estoy acostumbrado a matar animales de gran tamaño en la selva y…
Jacob le ignoró y se puso
delante de mí.
―¿Sabes lo preocupado que
estaba por ti? ―murmuró, cogiéndome por los hombros para forzarme a parar en la
puerta de la cocina.
Sus ojos reflejaban y
verificaban lo que estaba diciendo. Empezaban a llamarme, a decirme que le
abrazara, que le acariciara, que le besara. Me pedían a gritos que le dijera
que le amaba, que le necesitaba, que yo era suya, que siempre estaríamos
juntos. Pero esto último no podía garantizarlo, ya que seguramente no era buena
para él. Si terminaba haciéndole daño, sus pupilas volverían a estar
angustiadas, solo que para siempre. Tenía que ser fuerte. Tenía que hacerlo por
él. No podía seguir mirando sus ojos, me dolía demasiado, el corazón se me
encogía en el pecho.
Bajé la mirada y busqué una
salida rápida, algo que me aportara valor y entereza, algo que protegiera mi corazón
para que estuviera resguardado y a salvo. Tenía que taparlo, no dejarlo al
descubierto y que se viera vulnerable y débil, Jacob no podía verlo así o no
sería capaz de llevar a cabo mi misión.
Entonces, solo encontré una
coraza para envolverlo.
―Pues no tenías que estarlo ―le
contesté con rudeza, apartándole para que me dejara pasar―. No me imagino a un
licántropo en el museo.
Jacob se quedó parado en la
puerta con la misma expresión que cuando entré por la de casa, pero enseguida
se puso a mi altura.
―¿Por qué estás enfadada
conmigo? ―me preguntó, molesto.
―No estoy enfadada ―respondí
sin mirarle.
Saqué un vaso de tubo del armario
y lo llené de agua para meter la rosa. Jacob se quedó mirándola y frunció los
labios con rabia.
―¿Qué le has dicho? ―le gruñó
a Nahuel, que estaba detrás de nosotros―. ¿Te has inventado alguna mentira para
que salga contigo hoy?
―No me ha hecho falta ―presumió
este con una sonrisa altiva―. Y tampoco para que salga conmigo el domingo, ella
me lo ha propuesto.
―¿Cómo? ―se giró hacia mí,
algo descompuesto―. ¿Le… le has pedido que salga contigo el domingo?
Cogí otro vaso y también lo
llené de agua, pero este para bebérmelo.
―Bueno, me apetecía ―me
encogí de hombros―. Hay muchas cosas que ver en el museo.
―Nessie, ya hemos hablado de
esto ―empezó a quejarse, otra vez nervioso―. Ya te dije que este tío…
―Ay, Jake ―suspiré, como
cansada―. No empieces con tus cosas.
Dejé el vaso en la meseta y
me dirigí al salón. Jacob me siguió y me agarró del brazo para detenerme.
―Quiero hablar contigo ―me
pidió, cabreado.
―¿Por qué no la sueltas y la
dejas en paz? ―protestó Nahuel, cogiéndole del suyo.
―¡Ya te dije que no te
metas! ―rugió Jacob, soltándome para darle un empujón.
Nahuel salió disparado hacia
atrás y se estampó contra la pared. Los paneles de madera que recubrían esa
parte se quebraron con el choque. Este se incorporó y se puso en posición de
ataque, retirando el labio para enseñar los dientes.
Jasper se levantó y, en una
fracción de segundo, estaba entre los dos, utilizando su influencia mental para
que se relajaran los ánimos.
―Adelante, ¿por qué no
intentas morderme? ―le retó Jacob, gesticulando con los dedos para que se
acercase―. Atrévete a tocarme otra vez, maldita garrapata.
―¡Chucho asqueroso! ―masculló
Nahuel, rechinando los dientes.
―Eso es, vamos, muestra tu
verdadera personalidad ―siguió él, provocándole.
―¡Basta! ―ordenó Jasper.
―¡Jacob, te has pasado! ―le
di un pequeño codazo para apartarle y corrí hacia Nahuel, verificando que no
estuviese herido.
―¡Ha empezado él! ―protestó.
―Pídele disculpas ahora
mismo ―le mandé, enfadada.
―Ni hablar ―contestó,
riéndose con insolencia, mientras caminaba hacia el sofá.
Se repantigó tan tranquilo,
con chulería, y cogió el mando de la tele para poner un partido.
―Eres igual que un crío ―le
criticó Alice.
Jacob se cruzó de brazos y
no le hizo ni caso.
Suspiré, cansada.
―Lo siento, ¿te ha hecho
daño? ―le pregunté a Nahuel.
―No, no te preocupes.
―¿No vienes a sentarte
conmigo, Nessie? ―escuché que me demandaba Jacob.
―No, me voy a la cama ―le
respondí con voz seca.
―¿No quieres oír lo que me
contó Charlie del torso y la cabeza? ―me pinchó, sonriente.
Eso había llamado mi
atención, y la del resto de mi familia también. Todos se giraron hacia él y yo
me dirigí con rapidez al sofá.
―¿Ya se sabe algo? ―quise
saber, sentándome junto a él.
Nahuel se acomodó en el
sillón de al lado y ambos se dedicaron unas miradas de advertencia.
―La cabeza es de una mujer,
así que eran dos personas ―empezó a explicar―, y fueron víctimas del mismo
asesino. Los dos fueron descuartizados con algo dentado, serrado, y con una
fuerza bestial. Según los forenses, el torso fue abierto con un cuchillo o un
bisturí muy afilado, ya que fue rajado de un solo movimiento.
―Dientes aserrados, garras
como cuchillas. Eso coincide con…
―Sí. Yo también estoy seguro
de que fue ese asqueroso licántropo ―me cortó―. Ayer, cuando iba tras él, pude
comprobar sus cuchillas.
―¿Cómo que pudiste
comprobarlo? ―no me gustaba nada esa frase.
―Bueno, verás. Estaba
persiguiendo a esa cosa, ¿no? ―comenzó a gesticular con las manos para montar
mejor su película. Rosalie ya estaba poniendo los ojos en blanco, desesperada
por los rodeos que siempre daba Jake para contar algo―. Corríamos a toda
velocidad entre los árboles, porque ya te digo que es muy rápido, y entonces,
de repente se gira hacia mí y ¡zas! ―hizo el gesto de un zarpazo―. Si no llego
a saltar a tiempo, me raja en dos ―mi semblante se iba poniendo blanco a cada
instante―. Menos mal que tengo buenos reflejos y solo me tajó un poco.
―¿Te… te tajó?
―Sí, nah, un poco aquí ―se
señaló el costado con la mano.
―¿Dónde? ―inquirí, asustada,
mientras le levantaba la camiseta para mirarle.
―Aquí ―dijo, frotándose la
zona con el dedo―, pero, ¿ves? Ya no tengo nada, así que no te preocupes.
―¿Que no me preocupe? ―murmuré.
―Eres un idiota, Jacob ―le
regañó Alice―. Podía haberte matado, lo sabes, ¿no?
―Tenías que haber esperado
por Edward y por mí ―expuso Emmett―. Tres son mejor que uno.
―Pues estuve a punto de
pillarle ―se defendió él―. Pero luego se subió a los árboles como un mono y se
me escapó ―resopló con chasco―. Podía haber cambiado de fase y seguirle como
humano ―dijo, pensativo, como si lo estuviera teniendo en cuenta para futuras
veces.
―¡Ni se te ocurra! ―le reñí,
inquieta―. Además, no vas a volver a perseguirle, y menos tú solo.
Jake puso los ojos en blanco
y suspiró.
―Bueno, tengo algo más ―continuó,
reprendiéndome con la mirada―. Al parecer, han aparecido más cuerpos
descuartizados en los alrededores de Port Angeles y de Seattle ―recalcó,
cambiando la vista hacia Nahuel. Acto seguido volvió a mirarme―, por lo que
deduzco que su radio de acción es mucho más amplio de lo que pensábamos.
―¿Ta-también en Seattle? ―tartamudeé.
―Eso es muy lejos ―afirmó
Jasper―. Es raro, cambia de territorio muy deprisa.
―Está buscando una buena
zona de caza ―declaró Emmett.
―No lo entiendo ―dijo Alice.
―Es un cazador, un
depredador ―aclaró él―. Seguramente está catando el tipo y número de
presas y valorando los posibles contrincantes que pueda tener, para fijar su
radio. Actúa solo, no va en manada como los metamorfos, así que tiene que
asegurarse un buen territorio sin enemigos potenciales a la vista.
―Exacto ―ratificó Jacob―.
Por eso tenemos que estar alerta hasta que se quede en un sitio. Después,
podremos atraparle con más facilidad.
―Aún no ha trascendido a la
prensa. Eso nos facilitará las cosas ―manifestó Jasper.
―Sí, pero tiene a la policía
en jaque y están bastante mosqueados, habrá que ir con cuidado. Charlie hace lo
que puede aquí en Forks, pero no tiene influencia en otros sitios ―expresó
Jacob, pasándome el brazo por los hombros.
Mi tío asintió con gesto
reflexivo.
―Bueno, me voy a cenar ―dije,
retirando el brazo de Jake y levantándome para ir a la cocina―. ¿Quieres cenar
algo, Nahuel?
Jacob se levantó como una
exhalación y se quedó a mi lado, mirando a este con desplante.
―No, gracias ―contestó el
invitado―. Me reservaré para cazar algo mañana.
―Como quieras.
Entré en la cocina, con Jake
detrás de mí, y abrí la nevera.
―¿Te apetece un plato
combinado o algo así? ―le pregunté mientras ojeaba el interior del frigorífico.
―Vale ―aprobó, sacando el
mantel del cajón de la mesa―. Ah, casi se me olvida. Esta tarde me llamó
Brenda.
Uno de los huevos que
llevaba en la mano se me cayó al suelo.
―Mierda ―mascullé, posando
el resto de los huevos en la meseta.
Saqué un paño del armario
bajo el fregadero, lo mojé y lo escurrí.
―Espera, ya lo limpio yo ―me
dijo, quitándome el paño―. Tú vete friendo eso.
Tiró los trozos de cáscara a
la basura y empezó a pasar el suelo. Saqué la sartén, vertí aceite y encendí la
vitrocerámica.
―Me dijo que se te había
olvidado la mochila y las compras en el coche de… ¿cómo se llaman?
¿Por qué solo se acordaba
del nombre de Brenda?
―Alison y Jennifer ―le
recordé, aparentando normalidad.
―Sí, eso ―se acercó al
fregadero para aclarar el paño―. Pero no te preocupes, ella se encargó de
guardarlo todo y ya me lo dio. Lo tienes en tu habitación.
Mi respiración se contuvo
automáticamente.
―¿Cómo que ya te lo dio? ―mi
voz empezó a sonar algo irritada.
―Como tú no estabas ―me echó
en cara―, quedamos en el instituto y me lo dio todo ―se apoyó de lado en la
meseta, con las manos en los bolsillos, y se quedó mirándome.
―¿Te preguntaron por mí? ―inquirí
para intentar sonsacarle más información sin que se me notara.
―¿Quién?
―¿Quién va a ser? Mis amigas
―resoplé.
―Ah, no estaban allí.
Solamente vino Brenda ―se encogió de hombros―. Le dije que estabas enferma,
aunque no me preguntó nada, la verdad.
Desvié la mirada. Empecé a
repiquetear los dedos en la encimera, esperando a que se calentara el aceite de
una vez. Sin embargo, lo único que se calentaba era mi cabeza. Intenté no
pensar en ello, pero la imagen de Brenda tonteando con Jacob se instaló en mi
cerebro sin poder evitarlo y todos mis celos estallaron.
¿Cómo es que Brenda le había
llamado? ¿Por qué tenía su teléfono? El aire se me salió sonoramente de los
pulmones cuando caí en ello. Esa descarada había rebuscado en mi mochila y
había cotilleado en mi agenda. Ahora tenía su número, seguro que le llamaba
hasta la saciedad, hasta que consiguiera su objetivo. Ya había logrado quedar
con él a solas, a saber qué le había dicho. Rechiné los dientes con rabia.
Jacob cogió una manzana del
frutero y empezó a jugar con ella, lanzándola arriba y abajo.
―Estuvimos charlando hasta
que se nos hizo tarde, así que la llevé a casa en la moto ―comentó tan
tranquilo.
―¿Que la llevaste a casa? ―le
pregunté, sin poder ocultar mi molestia.
Y encima, en la moto. Ya me
la imaginaba bien amarrada a él, babeando, sobándolo entero. Mis muelas estaban
a punto de romperse.
―Tiene una casa muy bonita,
su cuarto es una pasada.
―¡¿Entraste en su cuarto?! ―bufé,
enfadada. Para mi asombro, se rio con satisfacción―. ¡Jacob, no se de qué te
ríes! ¡A mí no me hace ni pizca de gracia!
―¡Era una broma! ―siguió
carcajeándose.
―Eres un idiota ―le recriminé,
mirándole con cara de odio.
―Ese aceite creo que ya está
caliente ―señaló la sartén con el dedo sin dejar de sonreír.
Me giré hacia la
vitrocerámica, airada, y bajé un poco la temperatura.
―Estaban todas tus amigas ―me
explicó, dejando la manzana en su sitio―. Brenda me dio las cosas y me fui.
Aunque no le miraba, podía
notar sus penetrantes ojos clavados en mí y empecé a ponerme nerviosa. Agarré
un huevo y lo eché tan deprisa, que se me rompió en la sartén.
―Vaya, hombre ―me quejé.
Jacob cogió la espumadera y
lo sacó, depositándolo en un plato. Se arrimó a mí por detrás y tomó otro
huevo. Estaba demasiado cerca, tenía que alejarle, mi corazón ya empezaba a
palpitar alocadamente. Me cogió la mano izquierda y me lo pasó, rodándolo con
delicadeza por mi palma. Colocó sus manos sobre el dorso de las mías, a modo de
marioneta, y me hizo cascar el huevo dándole un golpecito con el borde de la
sartén para abrirlo y dejarlo caer en el aceite.
Las dos cáscaras acabaron
sobre la vitrocerámica, se me resbalaron de las manos cuando acercó su frente a
mi sien y entrelazó sus dedos con los míos.
―Hoy te he echado mucho de
menos ―me susurró en el oído a la vez que cruzaba nuestros brazos y me pegaba a
él.
Todo el vello se me puso de
punta al sentir su ardiente aliento, y mi cuerpo y la pulsera comenzaron a
reaccionar como siempre.
Tenía que pararlo, tenía que
pararlo. Si no, le haría mucho daño. Cerré los ojos y apreté los párpados con
fuerza. Tenía que cubrir mi corazón otra vez con la coraza para que me fuera
más fácil no sucumbir. Respiré hondo y me obligué a no pensar.
―Se me está pasando el huevo
―dije, soltándome bruscamente de su abrazo. Cogí la espumadera y lo saqué para
dejarlo en el plato―. Jake, si te quedas ahí, no puedo hacer la cena ―protesté,
al ver que seguía detrás de mí.
―Perdona ―contestó con gesto
contrariado, poniéndose a un lado.
Eché otros dos huevos;
huevos que también se me rompieron.
―Creo que será mejor que los
fría yo y tu vayas haciendo el puré de patata ―señaló, quitándome la
espumadera.
―Antes voy a poner la mesa ―recogí
el mantel y me dirigí a la puerta de la cocina.
―¿Adónde vas? ―preguntó,
extrañado.
―Me apetece cenar en el
salón.
―Pero si no hay mesa ―me
recordó―. Tu padre se la cargó, ¿no te acuerdas?
―Ah, sí. Es verdad ―me mordí
el labio, pensativa.
No me quedaba otro remedio
que cenar a solas con él.
Puse la mesa y terminamos de
hacer la cena. Como siempre se sentaba junto a mí, no le tenía enfrente y mis ojos
no enfocaban a los suyos. La mesa era grande, así que ni siquiera nos
tocábamos, ya me había encargado de poner los platos lo suficientemente
separados. No obstante, Jacob corrió su silla un poco para acercarse más a mí y
no me quedó otro remedio que aguantar mi sufrimiento toda la cena para evitar
sus atrayentes roces mientras me contaba todo lo que había hecho en el día.
Acabamos de cenar y fregué
los platos a toda prisa para subir a mi habitación de igual modo.
Le dije a Jake que estaba
muy cansada y que quería dormir, para que no entrara en mi dormitorio, aunque
no tenía ni pizca de sueño. Él se limitó a asentir con un movimiento de cabeza.
Me invadió el dolor en el pecho cuando cerré la puerta y se quedó en el pasillo
con el rostro insatisfecho y confuso.
Me apoyé en la puerta,
pensando que esto me iba a parecer imposible. Odiaba verle así, tan preocupado
y confundido. Sabía que tarde o temprano tendría que aclararle las cosas,
hablar con él para decirle que no podíamos ser más que amigos, pero también me
daba cuenta de que todavía no estaba preparada para enfrentarme a eso. Si se lo
decía ahora, él no se rendiría tan fácilmente, intentaría convencerme y lo
conseguiría. Eso era seguro, mi corazón sucumbiría sin dudarlo, mi coraza aún
no era tan fuerte como para soportar semejante embiste. Tendría que esperar un
poco hasta fortalecerme y después se lo diría. Le mentiría, si era necesario,
diciéndole que no le quería. Con el tiempo, él lo aceptaría, a mí se me pasaría
y seríamos mejores amigos como siempre. Podríamos estar así toda la vida y
entonces él no sufriría por mí jamás, porque no le habría dado ningún plato a
probar.
Toda la vida así, se me escapó pensar.
Un nudo se aferró
brutalmente a mi garganta y mi corazón sufrió un intenso pinchazo.
Se me pasará, no pensar, no pensar, gritó mi mente mientras me llevaba la mano al pecho.
Me separé con rapidez de la
puerta y me dirigí al vestidor para ponerme el camisón con el mismo impulso. Me
metí en la cama y apagué la luz de mi mesilla. Obligué a mis ojos a cerrarse y
a que se mantuvieran así, pero se abrieron de repente cuando percibí el efluvio
de Jacob. Estaba por mi camisón, por mi edredón y por mi almohada.
Mi cuerpo se giró solo para
echarse en su hueco y mi rostro se hundió en la almohada para inhalar su olor
con añoranza.
Se me pasará,
me repetí, aovillándome para cubrir mi dolorido corazón.
No sirvió de nada. Mi mente
pegó otro grito de rabia y el nudo reventó en mi faringe, dejando escapar todas
las lágrimas.
AGONÍA
El final de esa semana y las
dos y media siguientes pasaron extremadamente despacio, o eso me pareció a mí.
Las clases se me habían hecho eternas. Tal vez se debía a que esas lecciones me
las sabía bastante bien, aunque, en honor a la verdad, más bien se debía a que
me había pasado las horas pensando en Jacob.
Jacob, Jacob, Jacob.
Ese era mi único
pensamiento. Por la mañana, Jacob. Por la tarde, Jacob. Por la noche, Jacob.
Jacob hasta en sueños.
No sabía cuánto tiempo me
iba a llevar olvidarme de él en ese sentido, pero tenía que ser fuerte. Me pasé
los días diciéndome eso.
Tenía que hablar con Jake, y
necesitaba ser de hierro. Sin embargo, era tan difícil. Tan solo mantener las
distancias ya me parecía imposible, no solamente por él, sino porque yo misma
le necesitaba. Adoraba sus abrazos, que me cogiera de la mano, que me
acariciara… En la primera semana, ya echaba muchísimo de menos todas esas
cosas. Pero sabía que si me rendía a todo eso, mi corazón también lo haría. No
podría resistir ni un roce de sus dedos, me lanzaría a sus labios sin pensarlo.
Jacob era mi droga y no podía ni probarla.
Se me pasará, no pensar, no pensar, me repetía una y otra vez.
Cuando salí de clase, Jake
me esperaba apoyado en su moto, como siempre. Estaba guapísimo con esos
vaqueros y esa camiseta negra, o eso me parecía a mí. El corazón ya me daba
tumbos, así que respiré hondo, me despedí de mis amigas y me acerqué a él.
―Hola, preciosa ―me saludó,
sonriendo, cogiéndome la cintura con la mano.
Él sí que era guapo.
Me separé disimuladamente
para coger el casco, que colgaba del manillar, y su sonrisa se desvaneció.
―Hola, ¿cómo te ha ido el
día? ―le pregunté, sonriéndole yo―. ¿Habéis despedazado a muchos vampiros?
―A unos cuantos ―volvió a
sonreír, aunque esta vez su sonrisa era más apagada.
¡Cómo me apetecía lanzarme a
sus brazos para que sonriera del todo!
Me puse el casco para que no
pudiera ver mi cara compungida.
―¿Nos vamos? ―propuse.
―Claro.
Mientras él se subía a la
moto, me fijé en mis amigas para despedirme de ellas con la mano. Brenda estaba
disfrutando con esto. Se la veía contentísima con mi cambio de actitud hacia
Jake. Apreté los dientes de la rabia y me monté. Ni siquiera podía agarrarme a
él como a mí me gustaba, solamente me sujetaba a su cintura, y eso me ponía más
de los nervios, porque la veía sonriendo con descarada satisfacción.
Durante el viaje a casa, su
sonrisa desvaída me hizo pensar en que se lo tenía que decir ya. Jacob me
notaba esquiva, rara, por supuesto, y eso le tenía preocupado. No podía dejar
pasar más tiempo. Tenía que aclararle las cosas, cuanto antes, mejor.
Pasamos los últimos árboles
del sendero y aparcó la moto delante del edificio.
Jacob se bajó después que yo
y empezó a encaminarse hacia el porche.
―Espera ―le llamé. Se dio la
vuelta para mirarme―. Quiero… quiero hablar contigo. ¿Podemos dar un paseo?
Sus cejas se fruncieron para
adoptar una expresión de extrañeza.
―¿Hablar? ―inquirió.
―Sí. Vamos a dar un paseo,
¿vale?
Se quedó un momento mudo,
mirándome con igual semblante.
―De acuerdo ―contestó al
fin.
Se acercó a mí y comenzamos
a andar para adentrarnos en el bosque.
Estaba tan nerviosa, que las
manos me temblaban. Las metí en los bolsillos de mi cazadora. Estuvimos
caminando en silencio durante un rato, hasta que nos paramos en una zona menos
arbolada.
―Bueno, ¿qué pasa? ―preguntó,
reposando la espalda contra un árbol para tenerme de frente.
Todas las noches que había
pasado en vela pensando en cómo decírselo, no sirvieron de nada. Me quedé en
blanco al tenerle delante y tuve que improvisar sobre la marcha.
―Es sobre nosotros ―murmuré,
frotándome las manos con nerviosismo.
―¿Sobre nosotros? ―su rostro
volvió a extrañarse.
―Yo no… ―agaché la cabeza
para no ver sus ojos. El corazón se me iba a salir del pecho, parecía que se
negaba a que soltara las palabras―. Yo quiero… que seamos amigos… para siempre.
Su rostro se quedó pensativo
durante unos segundos mientras me estudiaba con la mirada.
―Espera, espera. ¿Qué me
estás intentando decir? ―preguntó, despegándose del tronco―. Ya somos amigos.
Le di la espalda, evitando
sus ojos, exigiéndome a mí misma que fuera fuerte.
―Sí, pero… lo que quiero
decir es que… quiero que seamos amigos para siempre… Solo amigos.
Jacob se quedó en silencio,
sin moverse.
―¿Solo amigos? ―repitió,
confuso―. ¿Eso quiere decir que… no quieres que seamos algo más?
―Sí ―susurré.
Tragué saliva para retener
el nudo gigante de mi garganta.
Se hizo otro incómodo silencio.
―¿Es que he hecho algo mal?
¿Te he agobiado o algo? ―interrogó, ansioso, acercándose a mí por detrás―. Lo…
lo siento si te ha molestado alguna cosa. Me tomaré las cosas con más calma, no
me importa esperar lo que sea.
Lo que me faltaba es que él se
sintiera culpable. ¿De qué? ¿De ser demasiado maravilloso?
―No, no es eso ―le contesté―.
Yo no quiero que esperes por mí. No estaremos juntos nunca, no del modo que tú
quieres ―me obligué a decir con un murmullo.
―¿Qué estás diciendo? ―cuestionó,
dándome la vuelta por los hombros. Sus ojos estaban confusos, perdidos. Tuve
que bajar la mirada para no echarme a llorar―. Creí que te gustaba, tú me lo
dijiste, ¿recuerdas?
―Te dije que me atraías, y
me he dado cuenta de que solo era eso ―mentí como pude.
―No te creo ―afirmó con
seguridad, sujetándome por los brazos―. Creo que sientes lo mismo que yo cuando
estamos a punto de besarnos, o cuando nos acariciamos o nos rozamos con los
dedos. Tú también sientes esa energía, lo sé. No me creo que todo eso no
signifique nada para ti.
Él sentía lo mismo que yo
con todas esas cosas. Y la energía. Mi corazón ya empezaba a palpitar como un
loco otra vez. Tenía que pararlo, tenía que usar mi coraza. Obligué a mi boca a
calumniar.
―Yo no siento nada por ti de
la forma que tú quieres. Te quiero como mi mejor amigo, pero nada más, y no va
a pasar nada jamás. Tendrías que buscarte a una buena chica que te quiera.
Me aparté de sus manos, pero
cuando me disponía a girarme de nuevo, me agarró por la muñeca y me pegó a él.
―No ―protestó,
encarcelándome con su otro brazo para que no pudiera escaparme―. Mientes.
―Jake, por favor… ―imploré
con un murmullo, mandando a mis ojos que se apartaran de los suyos.
―Estamos hechos el uno para
el otro y tú también lo sabes, también lo sientes, lo sé ―declaró, apretando mi
muñeca con ansia.
―Suéltame, me haces daño ―le
dije mientras intentaba zafarme.
Me miró con ojos resueltos y
decididos. Ya sabía lo que iba a hacer. Mi pulsera me hacía cosquillas sin
parar, sin embargo, yo no podía corresponderle. Acercó su rostro con rapidez e
intentó ensamblar sus labios a los míos. Mis buenos reflejos hicieron que solo
consiguiera besarme en la comisura.
Aun así, noté los
estremecimientos por todo mi cuerpo, mis labios se morían por girarse y unirse
a los suyos. Me enfadé conmigo misma por no saber pararle, por no poder hacer
las cosas mejor. Eso hizo que le empujara con rabia y él se apartó.
―¡Te quiero solamente como
un amigo, Jacob! ―le escupí, furiosa, aunque el estómago empezó a llenárseme de
pinchazos―. ¡Tienes que aceptar que no vamos a ser nada más nunca! ¡¿Me oyes?!
¡Nunca!
Me llevé un sobresalto
cuando se volteó hacia un árbol y le dio un fuerte puñetazo a una rama. Esta se
rompió y salió despedida entre astillas.
Pero los pinchazos
regresaron y se volvieron más agudos cuando se giró otra vez y vi su rostro.
Algo se me clavó en el corazón cuando vi sus ojos llenos de dudas, confusos, dolidos,
heridos. Cada vista era una puñalada.
―Jake, perdóname, yo…
Jacob se alejó lentamente
hacia atrás, con el semblante bañado en amargura y angustia, y se volvió para
echar a correr a toda velocidad entre la espesura del bosque.
―¡No, espera! ―grité,
corriendo detrás de él.
Fue inútil. Cuando avancé un
poco, sus ropas estaban hechas pedazos en el suelo. Ahora corría como lobo y ya
no podía alcanzarle.
Me apoyé en un pino, los
clavazos se retorcían con saña. Eran tan insoportables, que comencé a marearme,
así que me eché en el suelo y me aovillé entre las húmedas hojas.
¿Adónde había ido? ¿Cuándo
volvería? ¿Y si no regresaba nunca? No, eso no podía pasar. Él tenía que
volver, tenía que volver.
Mi respiración se agitó de
tal modo, que llegó un punto en el que me hacía daño inspirar el aire. Gemí de
dolor y me llevé la mano al pecho. Nuestro vínculo era tan fuerte, que el
separarnos de este modo parecía que me matara. Va a volver, va a volver, me dije. Los gemidos pronto se
transformaron en llanto y eso me alivió un poco. Lloré en voz alta, con rabia y
agonía. ¿Por qué lo había hecho tan mal? Ahora estaba por ahí, sufriendo por mi
culpa. Precisamente lo que yo no quería.
Agarré un puñado de hojas y
apreté el puño con furia. ¿Cómo podía ser tan mala persona? Deberíamos estar
juntos para siempre. Si mis sentimientos cambiaran con el tiempo, tendría que
aguantarme y seguir con él. Todo con tal de que Jacob no sufriera jamás. Si él
era feliz, yo lo sería también, aunque ya no le quisiera de esa forma. Pero, en
el fondo, sabía que eso tampoco era justo para él. Porque se merecía a alguien
mejor que yo, alguien que lo amase para siempre, alguien que supiera quererle,
que fuera suficiente para él. Y yo no lo era. Acababa de quedar demostrado.
Volví a gemir de dolor al sentir otro punzón y lloré desconsoladamente.
Unas manos me recogieron del
suelo, arrastrándome a unos brazos y a un torso conocidos pero no deseados. No
eran mis adoradas y cálidas manos, ni mi pecho caliente y cómodo. Aun así,
hundí el rostro en el pétreo hombro de mi padre.
―Esto me recuerda a algo ―oí
que murmuraba mi madre.
―Sí, a veces se parece tanto
a ti ―le contestó papá.
―¿Qué ha pasado, cielo? ¿Y
Jacob? ―no dije ni una palabra. El dolor era demasiado profundo―. Edward, ¿qué
le pasa?
Sentí los fríos dedos de
mamá acariciándome la cabeza.
Papá no le respondió. Me
imaginé que lo hacía por respeto hacia mí, lo cual me pareció un buen detalle,
aunque sabía que se lo acabaría contando sin mi presencia.
En unos pocos minutos, ya
estábamos en casa. Mi padre me subió a mi habitación y me dejó aovillada en la
cama.
―Cielo, ¿qué ha pasado? ―insistía
mamá, preocupada.
Me tapé la cara con la
almohada para seguir llorando sin control.
―Es mejor que la dejemos
sola, Bella ―le cuchicheó él―. Déjala que se desahogue.
No se oyó nada más, así que
supuse que mi madre había asentido y que habían salido del dormitorio. Eché un
ojo para verificarlo y volví a hundirme en la almohada.
Me sentía tan mal, que si me
hubiera caído un rayo encima no me habría hecho ni cosquillas. ¿Es que tenía
que hacerle daño de todas, todas? Intenté consolarme a mí misma diciéndome que
se le pasaría con el tiempo, que era por su bien, y era verdad, pero, ¿y si no
volvía? El cuchillo que tenía clavado se hincó más profundamente y me encogí de
los dolores. Me quedé sin respiración durante un instante.
¿Por qué me pasaba esto?
¿Por qué lo sentía tan real? Parecía que alguien me agarrara el corazón con la
mano y lo estrujara hasta dejarlo seco. ¿Tan extremadamente fuerte era nuestro
vínculo? ¿Estaría Jacob pasando por lo mismo?
Se me pasará.
Esa frase que antes me repetía tanto en mi cabeza, ahora me parecía
tremendamente egoísta. Me merecía esto y más, cuanto peor lo pasara, mejor.
Esta agonía era poco castigo si él sufría por mi culpa. Solo recordar su rostro
lleno de angustia y tristeza, me impedía respirar.
No sé cuántas horas estuve
llorando sobre mi almohada, pero cuando me calmé un poco, algo hizo que me
levantara de repente y me dirigí al vestidor. Cogí uno de sus pantalones y se
los dejé doblados en mi puerta. Lo hice sin pensar, ni siquiera sabía si iba a
regresar, pero fue un acto reflejo de esperanza. Por alguna razón, seguía
notando mi enorme vínculo con él. Tenía que aferrarme a eso. Tenía que
significar algo. Él volvería, sentía a Jacob dentro de mí, a mi lado.
Me aovillé en la cama de
nuevo, sin dejar de mirar a la puerta ni un instante, sin pestañear, por si se
movía la manilla y entraba en mi cuarto.
Volverá, me
dije.
Sin embargo, cuando la media
noche pasó y él no apareció por allí, mis ojos se rindieron y desbordaron sus
lágrimas otra vez.
―Nessie, Nessie ―escuché el
cuchicheo de una voz ronca mientras una mano me daba suaves meneos.
Era mi voz favorita.
Abrí los ojos de sopetón y
le vi sentado en la cama, junto a mí.
―¡Jake! ―me incorporé,
llorando, y le abracé con fuerza.
No pude remediar abrazarle,
mi cuerpo se lanzó a él automáticamente, aunque, dadas las circunstancias,
podía permitirme una pequeña licencia. En cuanto mis brazos rodearon su cuello
y mi rostro se hundió en su hombro desnudo y caliente, todos los dolores y la
agonía de mi corazón desaparecieron como por arte de magia. Aun así, me fue
imposible no llorar. Casi me parecía un sueño tenerle conmigo y estar entre sus
brazos. No me lo merecía. Inspiré su olor para asegurarme de que no estaba
soñando.
Qué bien olía.
―Nessie ―murmuró, apretando
su abrazo.
Me separó, sujetándome por
los brazos, para secarme las lágrimas. Cómo me apetecía besar esos labios que
tan cerca estaban. Solamente tendría que estirarme un poco y podrían ser míos.
Pude contenerme cuando empezó a hablar, sus palabras me distrajeron lo
suficiente.
―Lo siento ―empezó a
susurrar, mirándome fijamente a los ojos. Podía ver los suyos perfectamente,
puesto que esa noche había luna llena e iluminaba toda la habitación con su
luz. Ese iris negro tenía un brillo especial con ese reflejo blanco. Su rostro
me pareció todavía más hermoso y tuve que obligarme a respirar y a reprimir
todos mis deseos. Ni qué decir tiene que la pulsera ya llevaba un rato vibrando
suave―. Perdóname por lo de esta tarde, no tenía que haber reaccionado así, fui
un bruto. No quería hacerte daño, sabes que es lo último que haría, ¿verdad?
Tampoco tenía que haberme ido de ese modo. Sé que has estado muy preocupada, lo
siento. Me marché y te dejé sola. Si te llega a pasar algo yo…
―No, perdóname tú ―le
interrumpí―, fui muy brusca contigo.
―No importa. Lo único que
quiero es decirte una cosa ―cogió aire y siguió hablando―. He estado pensando
en la conversación que tuvimos en nuestro tronco el día que te enteraste de mi
imprimación. Te dije que yo estoy en este mundo para ti de la forma que tú quieras
―me recordó―, y así será. Si lo que realmente quieres es que sea como tu amigo,
lo respetaré y seremos solamente amigos. Te prometí que siempre estaría a tu
lado y lo voy a cumplir. Pero también te digo que voy a esperar por ti.
―No, Jake. Ya te dije…
Me silenció poniéndome los
dedos en la boca. El vello se me puso de punta.
―Déjame terminar ―bajó la
mano y suspiró. Yo aproveché para tomar aire―. Estoy imprimado de ti, ninguna
otra podría sustituirte nunca. ¿Te acuerdas de lo que te conté de Sam y Emily? ―asentí
al recordarlo―. Si no fueran pareja, él seguiría a su lado como su amigo, pero jamás
amaría a ninguna otra mujer. Sería imposible, ahora lo entiendo. Y eso es lo
que haría yo si lo que me dijiste fuera cierto, pero no soy idiota, sé que sí
te gusto. Por eso no me voy a rendir, lucharé hasta el final.
Esto no iba bien.
―Me gustabas, pero ya no me
gustas ―le mentí con un susurro, bajando la mirada.
Colocó su mano en mi
barbilla y me levantó la cara para que le mirase a los ojos. Mis pupilas no
pudieron evitarlo.
―Sí, sí que te gusto ―refutó
después de observarme durante un par de segundos.
―Jake… ―intenté protestar,
volviendo la vista hacia abajo.
―No entiendo por qué haces
esto, pero no pienso rendirme ―afirmó con ojos decididos―. Lucharé por ti.
No podía negar que en el
fondo me moría de ganas de que lo hiciera. Sin embargo, no podía permitirlo. Él
no tenía que sufrir.
―Yo no quiero que luches,
quiero que seas feliz ―le confesé, siguiendo el hilo de mis pensamientos.
―Soy feliz luchando por ti.
Si no lo hiciera, sería un desgraciado, ¿entiendes? Tengo que hacerlo.
―Te pasarás la vida
esperando, Jake ―le advertí―. No pierdas el tiempo conmigo, soy una causa
perdida para ti.
―No me importa esperar,
tengo mucha paciencia y nada que perder. Además, me encantan los retos
difíciles, ya lo sabes ―aseguró, sonriendo a medias.
Suspiré, cansada. En
realidad, no sé de qué me extrañaba. Sabía que él no se iba a rendir
fácilmente. Tendría que resistirme y alejarme de él con todas mis fuerzas para
que, con el tiempo, se diera por vencido.
―¿Vas a volver a salir con
esa garrapata? ―me preguntó de repente.
―Sí, este fin de semana ―le
contesté, un poco apurada.
―¿Otra vez? ―resopló―. Has
salido con él los tres últimos fines de semana. ¿Cuándo vas a quedar conmigo?
―A ti te veo todos los días.
―Pero no son citas. Yo
también quiero salir contigo.
―¿Quieres una cita? ―cuestioné,
un tanto sorprendida.
―Sí. Quiero que salgamos un
día. O una noche, mejor ―me contestó, sonriendo con esa sonrisa suya que a la
luz de la luna todavía se veía más blanca.
Era tan tentador y…
peligroso.
―Jake, no voy a salir
contigo ―le avisé con tono serio.
―¿Es que con ese tío sales
en serio? ―quiso saber, algo irritado.
―No, solamente somos amigos ―admití.
―Entonces, creo que tú y yo
también podemos tener una cita como amigos, ¿no te parece? ―rebatió―. Creo que
yo me la merezco más que él.
―No creo que sea buena idea.
―¿Por qué no?
―Contigo es diferente.
―¿Ah, sí? ―enarcó las cejas
para que le diera una respuesta.
―Después de lo que me has
dicho ahora, ¿cómo voy a salir contigo? No quiero que te hagas ilusiones en
vano ―le respondí con convicción.
―¿Y ese parásito no se hace
ilusiones en vano, también? ¿O es que las suyas no van a ser en vano? ―me
preguntó con acidez.
―Solo salimos como amigos y
él lo sabe. Ya se lo dejé claro ―le expliqué.
―Sí, ya lo veo. Por eso te
regala rosas y todo eso ―rebatió con ironía.
―Bueno, me da igual lo que
pienses ―resoplé―. No voy a tener ninguna cita contigo. Punto.
―Vale, vale. Nada de citas
conmigo ―aceptó a regañadientes, poniéndose en pie para dirigirse al
banco-arcón.
Se sentó de lado, con la
pierna doblada encima del asiento, y apoyó su antebrazo en la rodilla. Estuvo
un rato en silencio, mirando el bosque por la ventana.
Sin darme cuenta, me quedé
mirándole embobada. El blanco foco nocturno iluminaba su cuerpo sublime y lo
llenaba de luces y sombras. Su rostro, su cuello, sus hombros, sus brazos, su torso,
sus piernas, hasta sus manos y sus pies, todo era perfecto y hermoso en él. Ni
siquiera la nívea luz conseguía endurecer su tez sedosa y lisa, su piel suave y
tersa. Podría quedarme así para siempre, observándole, y no me cansaría jamás.
¿O sí?
Ese hombre estaba imprimado
de mí, podía ser mío si quisiera, tan solo tenía que levantarme, sentarme a su
lado y besarle. Tres acciones que deseaba hacer con todas mis fuerzas. Y ahí
estaba mi agonía, porque tenía esa ansiada opción, pero no podía escogerla.
Mantener las distancias con Jacob iba a ser un calvario, todo me atraía hacia
él, como la fuerza de la gravedad atrae a cada uno de los elementos al centro
de la Tierra. Evitarle era algo contra natura, como nadar contra corriente un
torrente potentísimo que me arrastraba hacia él, como intentar escalar una gigantesca
cascada de agua.
―Esta noche hay luna llena ―comentó
sin dejar de mirar por el cristal, rompiendo el mutismo y mis pensamientos.
―Sí, ya… ya me he fijado ―le
contesté, recuperándome de la visión que tenía delante.
―Me pregunto si esa cosa
será un licántropo de verdad ―murmuró―. Las veces que nos encontramos con él no
había luna llena.
―Si no lo es, se le parece
bastante. Tendremos que esperar a que lleguen Carlisle y Esme de París ―dije,
levantándome.
Entré en el vestidor y
empecé a desnudarme.
―Espero que puedan averiguar
algo. ¿Sabes cuándo van a volver? ―escuché que me preguntaba desde fuera.
―Ni idea ―me puse el camisón―.
Mi padre dice que se van a quedar una temporada larga con su amigo, puede que
un par de meses ―apagué la luz y salí del pequeño cuarto―. Al parecer, tienen
mucho que investigar.
Jacob suspiró y volvió a
mirar por la cristalera mientras me metía en la cama.
―Estaremos vigilando, por si
se le ocurre acercarse por aquí ―dijo con el semblante serio.
Doblé mis piernas y las
rodeé con mis brazos.
―Bueno ―se levantó y se
acercó a mi cama―, te dejo dormir.
Se inclinó hacia mí,
apoyándose en el lecho con las manos, y acercó el rostro a mi mejilla. Aparté
un poco el mío antes de que sus labios la tocaran y se quedó quieto, hasta que
trasladó su beso a mi coronilla.
―Hasta mañana ―me susurró en
el pelo.
―Hasta mañana.
Rozó su frente en mi cabeza al
incorporarse y salió de la habitación.
En cuanto cerró la puerta,
me tumbé y me llevé la mano al pecho. El corazón aún me latía a mil por hora y
ni siquiera me había tocado.
Sí, esto iba a ser toda una
agonía.
GENES
Ese viernes Jake me esperaba
a la salida del instituto, como siempre. Hacía dos meses que le había puesto la
luna de atrás al coche; me traía y venía a recogerme casi todos los días en su
Golf, a pesar de tener la parte trasera bastante destrozada. Yo prefería la
moto, pues así me era más fácil evitarle, podía mantener mejor las distancias
agarrada a su espalda, pero enero en Forks es de lo más lluvioso y frío.
Sonaba raro, pero no me
gustaba nada que la época de exámenes hubiera pasado. Antes podía ponerle eso
de excusa para no quedarme a solas con él, se suponía que tenía que estudiar y
necesitaba concentrarme. También habían pasado El Día de Acción de Gracias y
las Navidades, fechas en las que siempre habíamos estado rodeados de gente.
Este año la casa se había llenado, habían venido Tania, Kate y Garrett a
visitarnos, aunque Carlisle y Esme se quedaron en París para pasarlas con Louis
y su esposa, que habían insistido mucho. Mis padres, Jacob y yo pasamos la
nochebuena en casa de Charlie, como todos los años, con Billy, la familia
Clearwater, Sam, Emily y sus niños. Todos esos acontecimientos me habían tenido
lo suficientemente distraída y había podido mantener las distancias con Jake,
pero desde que habían pasado, tenía que buscarme la vida. Los fines de semana
no me preocupaban, ya los tenía ocupados porque salía con Nahuel. Ya habíamos
recorrido todos los museos de Seattle, me llevaba a comer, a visitar sitios
paisajísticos; cualquier cosa servía para no pensar en Jacob.
Nada más despedirme de mis
amigas, me dirigí al vehículo y, como venía haciendo últimamente, me subí al
coche, saludando a Jake sin abrazarle. Brenda estaba encantada al percatarse de
mi alejamiento de Jacob. A este, en cambio, no le hacía ni pizca de gracia mi
repentino cambio de actitud de estos tres meses y medio.
Como seguía poniéndome muy
nerviosa cuando él se acercaba, siempre me pasaba el viaje en coche
acribillándole a preguntas sobre las manadas. Ahora sabía los cotilleos de
todos los miembros. El último y más sonado era el enamoramiento de Leah.
Llevaba un par de meses saliendo con un chico de la reserva de los makah, que
por supuesto, no sabía que estaba con una loba. Ese era uno de los chistes malos
que los chicos le hacían a la pobre. Cuando ya no había novedades de mi
particular prensa del corazón, me dedicaba a contarle cada una de las cosas y
detalles que había hecho yo en clase. Así llegábamos al instituto o a casa,
donde estábamos rodeados de gente, y no le daba opción a acercarse a mí
demasiado.
Hoy estaba muy contenta. Mis
abuelos volvían de París, por fin.
Cuando entramos en casa,
Carlisle y Esme ya habían llegado. Venían repletos de regalos. Nos trajeron
ropa para todos, incluidos Jacob y Nahuel. Esme me dio mi bolsa después de los
saludos y efusivos abrazos, eran modelos exclusivos de la última moda de Paris.
A Alice casi se le salían los ojos de las órbitas cuando vio la suya. Nada más
abrirla, se subió volando a su habitación para probarse sus prendas.
Jacob, en cambio, lo miró un
poco por encima e hizo una mueca de aceptación. Posó la bolsa en la nueva mesa
de cristal y se dirigió hacia Carlisle, que en ese momento hablaba con mis
padres.
―¿Qué habéis averiguado? ―preguntó
sin rodeos.
Mis padres se miraron y
suspiraron.
―Jacob, podías ser más
educado y dar las gracias primero, ¿no te parece? ―le sugirió mamá.
―Gracias. ¿Qué habéis
averiguado?
Mi madre puso los ojos en
blanco. Carlisle y Esme, sin embargo, se rieron. Parecía que lo hubieran echado
de menos y todo.
Me acerqué a ellos para
escuchar mejor la conversación.
Alice bajó por las escaleras
como una bala, señal de que lo había oído, y se puso a nuestro lado, junto con
el resto de mi familia.
―Hemos descubierto cosas muy
interesantes ―dijo Carlisle―. Y tengo una sorpresa, pero primero tengo que
explicar que esa criatura es un licántropo.
―Eso ya lo sabíamos ―resopló
Jake.
―Sí, pero este es peculiar ―contestó
mi abuelo, sacando unos papeles de su maletín―, por eso no nos encajaban algunas
cosas.
―¿Peculiar? ―pregunté.
―Mi amigo es científico ―explicó,
mirando los folios― y ha descubierto que ese licántropo sufre una mutación.
Colocó las hojas extendidas
encima de la mesa, tenían unos dibujos de hombres lobo.
―¿Una mutación? ―Nahuel se
unió a nosotros.
Jacob le gruñó y se arrimó
más a mí.
―¿A cuál de estos se parecía
el que te atacó, Nessie?
Me fijé en cada uno de los
dibujos. El estómago se me retorció cuando lo vi.
―A este… ―afirmé,
señalándolo con el dedo.
―A lo largo de la historia
se han hecho muchas barbaridades con la genética ―empezó a exponer, recogiendo
el resto de folios para dejar solamente el que yo había señalado―. Los humanos
con los de su misma especie y los animales. Los seres como nosotros con los
demás seres sobrenaturales. Todo para buscar criaturas perfectas que les fueran
útiles, o simplemente para experimentar o crear nuevas especies, jugando a ser
Dios.
―Venga, Doc. No se enrolle ―protestó
Jacob.
―Lo siento, es que este tema
me apasiona ―carraspeó y siguió hablando―. Ya sabéis que los humanos tienen 23
pares de cromosomas, los vampiros tenemos 25 y los metamorfos como vosotros ―señaló
a Jake con la mano― 24. Pues bien, los licántropos tienen 22 pares de
cromosomas, pero este en concreto tiene 24, por una mutación genética.
―¿Y eso que quiere decir? ―quiso
saber Jacob, impaciente.
―Estos licántropos no se
podrían considerar como Hijos de la Luna al pie de la letra. La transformación
completa se lleva a cabo las noches de luna llena, pero siguen siendo hombres
lobo el resto del tiempo, aunque no del todo. Tanto de día como de noche son
hombres lobo a medias, se podría decir.
―Hombres gigantes cubiertos
de pelo, con dientes afilados y garras como cuchillas ―comenté, haciéndome eco
del horrible recuerdo que tenía de aquella bestia.
―Sí, exacto. Por eso nos
despistaba que os hubiera perseguido aquel día sin haber luna llena ―confirmó
Carlisle.
Jacob intentó cogerme de la
mano, pero la aparté y disimulé metiendo las mías en los bolsillos de mi
chaqueta. Se quedó con una expresión frustrada y yo miré a otro lado para no
verle ese rostro que me rompía el alma.
―Los Hijos de la Luna basan
la continuidad de su especie en infectar a otros ―siguió mi abuelo―. Sus
mordiscos son extremadamente venenosos.
―¿Qué pasaría si me mordiera
a mí uno de esos? ―preguntó Jake con demasiada curiosidad―. Yo ya soy un lobo.
―En tu caso es diferente ―mi
mejor amigo sonrió, pero enseguida le cambió la cara―. No te transformarías,
desde luego, pero te transmitiría la rabia y morirías sin remedio alguno ―empecé
a temblar al recordar mis horripilantes pesadillas. Mi mano reclamaba la suya,
pero tenía que contenerme―. Su saliva es muy tóxica, el veneno se mezclaría con
tu sangre y se extendería por tu cuerpo rápidamente. Esta rabia es enormemente
mortal y dolorosa. La muerte llegaría más tarde o más temprano, dependiendo de
lo fuerte que fuera tu organismo, y...
―Vale, Doc. Creo que ya me
ha quedado claro ―interrumpió Jacob al ver mi cara de espanto.
Mi abuelo me miró, asintió y
continuó su exposición.
―Pues bien, el licántropo
del que hablamos también tiene otra peculiaridad que lo diferencia del resto.
La continuidad de su especie no se basa únicamente en infectar a otros, estos,
además…
―¡No! ―exclamó papá,
horrorizado, adelantándose a lo que Carlisle estaba a punto de decir.
―¡Edward, ¿qué ocurre?! ―voceó
mamá.
―¿Qué pasa? ―exigió saber
Jake, conteniéndose.
Mi abuelo le observó como
con cautela.
―Estos licántropos son
capaces de reproducirse y criar.
Las manos de Jacob ya
vibraban.
―Explíquese ―pidió, apretando
los dientes.
Sin duda, ya se imaginaba
por dónde iban los tiros, y yo también. Esta vez no pude evitar sacar la mano,
sin embargo, logré controlarme un poco y me enganché a su brazo.
―Lo siento Edward, pero
tengo que explicarlo de este modo para que me entiendan todos ―papá asintió con
el rostro grave y aferró la mano de mi madre con fuerza. Carlisle miró a Jacob―.
Estas criaturas no son del todo racionales, actúan movidos por sus instintos
animales. Para él, Nessie es una hembra, una candidata para aparearse.
―¡¿Qué?! ―gritó mamá,
histérica.
Esme se llevó la mano a la
boca, horrorizada.
Jacob se desprendió de mí de
una sacudida y empezó a pasear nerviosamente, con las manos en la nuca.
―Lo mataré ―gruñó―. ¡Lo
mataré! ―bramó acto seguido, dirigiéndose ya a la puerta con el cuerpo atacado
de espasmos.
Papá se lanzó como un rayo y
se interpuso, sujetándole por los hombros.
―¡Jacob, contrólate! ¡Ya has
oído qué pasará si te muerde!
―Déjame pasar, Edward ―ordenó
este con furia contenida, rechinando los dientes.
Tenía una mirada amenazadora
clavada en la salida, respiraba aceleradamente y apretaba los puños con una
fuerza brutal, probablemente para no explotar delante de mi padre y no hacerle
daño.
―¡Jake, por favor! ―le
rogué, poniéndome junto a mi padre.
―Tengo que acabar con él ―afirmó,
siguiendo con su conducta―. Ya lo ha intentado. No quiero que se acerque a ella
lo más mínimo.
―Y yo no quiero que mi hija
se quede viuda antes de tiempo ―declaró mi padre, mirándole fijamente con
convicción.
Jacob trasladó
inmediatamente su mirada a los dorados ojos de mi padre y su semblante cambió.
Todo su cuerpo se relajó al instante.
Los colores se me subieron a
la cara de sopetón. ¿Cómo que viuda? ¿Es que creía que Jake y yo…?
―Nosotros no… ―intenté
decir, pero no me dejaron.
―Sí ―mi padre contestó a la
pregunta mental de Jake con la misma certeza―. Eso ya no te lo puedo decir, no
me está permitido ―le volvió a responder, mirándome a mí.
―¿De qué estáis hablando? ―inquirimos
mamá y yo a la vez.
―Te tomo la palabra, no te
olvides ―le advirtió Jacob sin apartar los ojos de los suyos, haciendo caso
omiso a nuestra pregunta.
Papá asintió.
―Vamos, Jacob ―le exhortó mi
padre, haciéndole un gesto con la mano.
Fruncí el ceño. ¿De qué iba
todo esto? De lo que estaba segura, es que se trataba de mí.
Regresamos junto al resto de
mi familia para seguir escuchando a Carlisle. Nahuel tenía una expresión
extraña, al parecer, no le había gustado nada el comentario de mi padre.
―¿Y por qué Nessie? ―preguntó
Alice, poniendo un poco de orden después de la abrupta interrupción.
Mi abuelo tosió para seguir
su explicación.
―Como ya he dicho, estos
licántropos también se pueden reproducir para perpetuar su existencia. No
obstante, no pueden hacerlo con cualquier especie. Tienen que hacerlo con la
suya o, en su defecto, con otra lo más parecida posible, genéticamente
hablando. Bien, Nessie también tiene 24 pares de cromosomas.
―Pero ella es mitad vampiro.
No son compatibles ―censuró Nahuel con cara de repugnancia―. Saldría una
aberración, una mezcla, no otro licántropo.
Jacob le miró de reojo, con
recelo.
De repente, mi padre se
adelantó a los próximos pensamientos de mi abuelo y lo miró con los ojos como
platos. Después, osciló la cara hacia Jake y yo y nos observó con el mismo
semblante. ¿Qué pasaba? Mamá también se percató de esto.
―Con Nessie sí podría
reproducirse ―qué palabra más fea me parecía, sobre todo hablando de
licántropos. Me dio un escalofrío del asco. Nahuel parecía estar pensando lo
mismo que yo―. En la genética, prevalece el gen más fuerte; así se preserva la
especie y se fortalece, aunque en esto todo son probabilidades y siempre hay
excepciones, pero estas son mínimas ―le aclaró Carlisle―. Bien, por alguna
razón que no logro comprender, ella es más humana que vampiro. Sin embargo, aunque
sus genes humanos son más numerosos, su organismo le daría preferencia a los de
vampiro para la reproducción, porque, en la mezcla genética con su pareja,
tendrían más posibilidades de ganar que sus genes humanos, hablando en términos
coloquiales, son más fuertes. Pero es que, además, sus genes de vampiro son…
especiales ―ahora mi padre no era el único con ese semblante―. No obstante, en
la mezcla con los que producen la licantropía, saldrían perdiendo, ya que siempre
estarían en desventaja por su menor porcentaje, por lo que podría nacer otro
licántropo perfectamente. Lo mismo sucedería con un metamorfo. Si Jacob y ella
se reprodujeran, podrían tener cachorritos metamorfos.
La sangre se me volvió a
subir a la cara. ¿Por qué había tenido que poner ese ejemplo? A Jake, en
cambio, el semblante de antes le cambió de sopetón. Ahora sonreía abiertamente,
mirando a Nahuel con satisfacción y orgullo.
―¿No se puede equivocar,
Carlisle? Ella es como yo, tiene que ser mitad humana y mitad vampiro, al
cincuenta por ciento ―dijo nuestro invitado.
―¿No lo has oído? Ella no es
como tú, estúpido ―le increpó Jacob, mirándole de arriba abajo con desprecio.
―Te aseguro que es así, mi
querido Nahuel. Yo mismo analicé su sangre cuando nació, y comprobé sus genes.
Tenía mucha curiosidad, porque me parecían fascinantes sus coincidencias y
semejanzas con Jacob cuando estaba en el vientre de Bella ―la cara de Nahuel se
puso pálida―. No obstante, me habían quedado pendientes cosas que no me
cuadraban, y su transformación también me sorprendió, así que me tomé la
libertad de llevar las muestras de su sangre y las que tenía de Jacob a París
para consultarlo con mi amigo Louis ―se dirigió a mi mejor amigo un tanto
avergonzado―. Espero que no te moleste.
―Para nada, siga ―contestó
Jake, sonriendo abiertamente; estaba disfrutando con esto.
―Ahora viene la sorpresa de
la que os hablaba al principio. Después de un primer estudio de los genes de
Nessie, del que obtuvimos pocas respuestas y muy confusas, nos pusimos a
investigar lo del licántropo, ya que era más urgente. Como no tenía muestras de
este, utilicé las de Jacob para comparar, para ver si eso nos daba alguna
pista. Y lo que nos llevamos fue una gran sorpresa con la que no contábamos.
Esa respuesta que buscábamos para los genes de Nessie. Estuvimos investigándolo
a fondo, consultando con otros amigos científicos especializados en el mundo de
la genética, cerciorándonos. Y nos quedamos aún más maravillados cuando
descubrimos que los genes de Nessie eran más parecidos a los de Jacob que a los
de cualquier semivampiro ―todos nos quedamos de piedra, hasta Jake. Carlisle
volvió a carraspear para seguir―. Bien, los genes metamorfos solamente los
tienen activos los varones, con algunas excepciones, como en el caso de Leah,
debido a su esterilidad, sin embargo, ellos se reproducen con humanas y su
especie se mantiene sin ningún problema.
»No obstante, en el caso de Nessie
es diferente. Ella es una fémina, pero es igual que Jacob: sus genes también
están activos, son casi idénticos a los suyos y es completamente fértil ―toda
mi familia, incluida yo, estábamos alucinando―. De hecho, su cuerpo puede
llegar a transformarse, como le pasa a él. Me di cuenta el día que se enfrentó
a ese licántropo, cuando Edward me lo contó.
―¿Quiere decir que ella es
una especie de metamorfo como yo? ―interrogó Jake con ojos centelleantes.
―Sin ninguna duda ―confirmó
mi abuelo. A todos se nos quedó la mandíbula colgando, menos a Jacob, que
sonreía maravillado―. Lo único que os diferencia es algún matiz. No sé cómo
explicarlo ―mi abuelo se llevó la mano a la barbilla con gesto reflexivo y
después siguió hablando―. Hay unas divergencias pequeñas, pero claras.
»Primera divergencia:
vuestros genes tienen una parte humana bastante fuerte, pero el resto de tus
genes van ligados al mundo lupino, mientras que los de ella lo están al mundo
vampiro, por decirlo así. Por eso, cuando tú te transformas lo haces en un lobo,
y cuando ella lo hace se convierte en vampiro.
Mis padres no daban crédito
a lo que estaban escuchando. Se miraban confusos y atónitos.
―Segunda divergencia:
mientras que tú cambias de fase a tu antojo, ella solo responde a estímulos muy
fuertes, ya que su cuerpo necesita de mucho esfuerzo para la transformación y
gasta mucha energía en el proceso. Aunque su mecanismo de metamorfosis es prácticamente
el mismo que el tuyo.
»Tercera divergencia: tú
puedes transformarte en un…, permíteme que lo diga así, en un animal de verdad,
en un lobo completo, y puedes quedarte como tal el tiempo que quieras, puedes
sobrevivir perfectamente viviendo como un lobo, porque es otro ser vivo de
sangre caliente, tu organismo no soporta otro cambio que el de la
transformación propiamente dicha. En cambio Nessie no llega a transformarse del
todo, debido a lo que acabo de comentar antes. Su organismo no soportaría un
cambio íntegro, porque no se transforma en otro ser vivo. El corazón de los
vampiros no late, no tenemos sangre, no respiramos. Cuando se transforma, una
parte de ella no deja de ser humana. Su corazón no puede dejar de latir, sigue
llevando sangre en sus venas, sigue respirando. Esto produce cierto
antagonismo, porque, en el momento en que se transforma, su organismo demanda
las necesidades características de un vampiro. Si no bebe sangre, su cuerpo
empieza a tomar la suya propia y podría morir, como bien sabes.
―Y en cuanto toma sangre, su
organismo se estabiliza y vuelve a ser medio humana, ¿no es eso? ―adivinó Jake
con una sonrisa de alegría enorme.
―Exacto ―ratificó Carlisle―.
Para que lo entendáis, la sangre le proporciona la energía necesaria para que
su organismo produzca su propio plasma, su corazón vuelve a latir con fuerza y
todo vuelve a la normalidad, aunque es un poco más complejo.
No me podía creer lo que
estaba escuchando. ¿Yo era un metamorfo? Bueno, ya tenía más que asumido que
era un bicho raro, así que pronto ese sentimiento empezó a transformarse en un
cierto alivio. Porque por fin entendía muchas cosas, como mi transformación.
Claro, y según Carlisle, yo era más humana que vampiro, por eso no era tan
rápida y fuerte como Nahuel o Jacob. De ahí que mi temperatura corporal fuera más
baja que la de ellos.
―Pero, aun así, ella siempre
será más compatible con un semivampiro que con un licántropo o un metamorfo ―debatió
Nahuel.
―Se puede reproducir con los
tres. Pero si tenemos que hablar de compatibilidad genética, he de decir que
sería más compatible con un metamorfo que con ningún otro.
―Es imposible ―discrepó
Nahuel con el rostro desencajado.
―Como dijo Jacob, ella es un
metamorfo. En realidad, si aplicáramos un término justo, sería un semivampiro
metamorfo, única en su especie ―aclaró mi abuelo. Jake no cabía en sí de gozo,
a diferencia de nuestro invitado, que se iba poniendo verde por momentos. Mi
familia estaba muda de estupefacción―. Nessie es especial. Sus genes de vampiro
son metamorfos. Si hablamos de perpetuar su especie, el más compatible para
ella sería otro metamorfo.
Jacob se carcajeó y me elevó
por el aire con un abrazo que me pilló completamente desprevenida y no pude
evitar. Cuando por fin me dejó en el suelo, pude separarme de él. No le dio ni
la más mínima importancia a mi gesto, de lo contento que estaba.
―¿Por eso no puedo verle el
futuro? ―preguntó Alice, pestañeando sin parar.
―No lo sé ―dudó mi abuelo―.
Puede ser, aunque también puede ser porque, de algún modo, está unida a Jacob
de por vida.
Eso seguro.
―¿Cómo es posible? Ella
nació de una humana y un vampiro, como yo. Y yo no me transformo en vampiro,
siempre soy un semivampiro ―Nahuel no daba crédito a lo que estaba escuchando.
―Ya lo dijiste tú una vez,
la naturaleza es sabia ―le recordó Jake con una sonrisa de revancha.
―No sé por qué es así,
Nahuel ―le respondió Carlisle―. Es lo que nos dejó a todos atónitos y
desconcertados. Es el único caso que se conoce en el mundo. Solamente sabemos
que sus genes sufrieron una metamorfosis cuando se formó el cigoto, que es
cuando se hace el intercambio genético de los padres. Puede que interviniera la
magia, como en el caso de nuestros amigos de La Push ―mi abuelo sonrió a Jake.
Mis padres seguían
observándose sin comprender nada.
―Es por nuestro vínculo ―declaró
Jacob con una enorme sonrisa―. Ya lo dijo el Viejo Quil, nuestro vínculo es
increíblemente fuerte, y ya entonces era así.
No pude evitar
corresponderle la sonrisa, ya que eso era una verdad como un templo. Aunque
fuera como amigos, siempre estaríamos juntos.
―Puede que ese viejo tenga
razón ―dijo Alice, mirando al techo, pensativa, con los brazos cruzados―.
Cuando Bella estaba embarazada y tú no estabas cerca, me daban unos dolores de
cabeza terribles. Pero entrabas por la puerta y se me pasaban de inmediato,
eras como un analgésico. Tal vez tenga que ver con esa conexión vuestra.
―¿Sí? ―miré a mi madre,
gratamente sorprendida―. Nunca me lo habías contado.
―Bueno, es que nunca surgió
el tema, y tampoco me parecía tan importante ―mi madre se encogió de hombros.
Pues a mí sí que me lo
parecía. Ni siquiera había nacido y ya estábamos conectados. Me puse a pensar
en ello un rato.
―Billy dice que la
imprimación también tiene que ver con la reproducción y la genética ―siguió
Jake, todo orgulloso―. La chica de la que nos imprimamos es nuestra alma gemela
en todo ―entonces, me miró con tanta intención, que no pude evitar ponerme roja
de nuevo―, y eso incluye la reproducción. Ella lleva los mejores genes para perpetuar
mi linaje y fortalecerlo.
―Eso todavía está por ver ―intervino
Nahuel con irritación.
―Si Nessie y yo nos
reprodujéramos y tuviéramos hijos, ¿qué tendríamos? ―preguntó Jacob, encantado
de la vida, haciendo caso omiso al comentario de nuestro invitado.
Nahuel volvió a torcer el
gesto.
Mi cara sufrió otro colapso
de sangre. ¿Por qué le daba ahora por preguntar algo como eso? La comisura del
labio de mi padre se elevó un poco, al parecer, a él le hacía gracia. Seguro
que se partía de la risa por dentro al escuchar todos nuestros pensamientos.
Hoy tendría de qué cotillear con mi madre.
―Veamos. Esto es como el
color de ojos o las características que se heredan de los padres, siempre ganan
los más fuertes. En vuestro caso, si es un varón, prevalecerán los genes
paternos, y si es una hembra, los de la madre. Me explico. Si tuvierais un
niño, los genes paternos de metamorfo prevalecerían sobre los de metamorfo de
vampiro, ya que estarían activos y serían más numerosos, luego saldría otro
cachorrito de lobo ―Jake sonrió satisfecho―. En cambio, si tuvierais una niña, los
genes metamorfos paternos no estarían activos, así que prevalecerían los metamorfos
maternos de vampiro y saldría otra semivampiro con las mismas características
que Nessie, con igual proporción de genes y conservando la mutación genética
que ella tiene. Aunque, además, esa niña también sería portadora del gen
paterno, que solo se activaría en futuros descendientes varones.
―Tendríamos una niña
preciosa ―susurró Jacob para sí, mirándome embobado.
Me enganché a sus ojos
durante un instante y tuve que obligarme a girar el rostro cuando las mariposas
querían echar a volar en mi estómago y mis mejillas se encendían.
―¿Y si se reprodujera
conmigo? ―quiso saber Nahuel.
¿Por qué hablaban de
reproducirse? Yo no tenía pensado reproducirme con nadie. Ya me estaba cansando
de tanta reproducción. Jacob le miró con mala cara.
―En este caso, tendríais
solamente semivampiros, fuera niño o niña. Pero su especie única no se
perpetuaría, ya que esos genes tan especiales nunca tendrían preferencia al ser
inferiores en número a los tuyos; se quedarían en un punto muerto y se
perderían.
»Lo mismo sucedería con un
humano. No sería igual que con la especie de Jacob; ellos están adaptados para
poder procrear con humanas y perpetuar su especie, porque el primer quileute
que se transformó no nació como metamorfo, ocurrió después, y la metamorfosis
se adaptó a su morfología y genética. Pero no es ese el caso de Nessie. Ella
nació con esa mutación. Si ella se reprodujera con un humano y se hiciera el
intercambio genético, saldrían ganando los genes humanos, al ser mayores en
número, y nacería otro humano. Podría nacer un semivampiro metamorfo, pero la
probabilidad sería muy pequeña y sería menos vampiro, es decir, esos genes serían
aún menos numerosos y se irían perdiendo con las futuras generaciones, cada vez
serían más débiles. Podría asemejarse a una persona mulata que se reprodujera
con una persona blanca. Su hijo podría nacer con la piel oscura, pero esos
casos son excepcionales, lo más normal es que saliera más blanco y que las
futuras generaciones terminaran siendo blancas del todo, si se siguen
reproduciendo con personas blancas, claro.
»En el intercambio genético con
un vampiro, ganarían los genes vampiro por ser más numerosos y más fuertes. La
posibilidad de que naciera un semivampiro metamorfo sería imposible, ya que los
genes de vampiro siempre serían más fuertes que los metamorfos maternos de
vampiro, así que nacería otro vampiro. En este caso, si naciera una hembra,
nacería estéril, como lo es cualquier mujer vampiro, por lo que ya no habría
posibilidad de línea sucesoria genética; y si naciera un varón, este podría
tener descendencia, siempre y cuando se reprodujera con hembras que no fueran
vampiro, por supuesto, pero esos genes metamorfo de vampiro también se
perderían.
»Sin embargo, con un
metamorfo sus genes siempre perdurarían, como habéis escuchado. Por eso digo
que, genéticamente y para conservar su especie, el más compatible es otro
metamorfo ―Carlisle sacó otro folio de su maletín y carraspeó―. Me he permitido
hacer un esquema de todo esto para que lo comprendáis. Lo he
simplificado todo lo que he podido.
Jacob agarró el papel y lo
observó. Sus cejas bajaron con extrañeza al ver tanto símbolo y nos lo pasó a
los demás. Todos estudiamos el folio con detenimiento y asombro. La verdad es
que parecía un jeroglífico.
―¿Y de qué serviría
perpetuar eso? ―cuestionó nuestro invitado cuando terminó de mirarlo―. Quiero
decir, que lo mejor sería encauzar las cosas a su estado normal.
―¿Qué significa eso de normal? ―inquirió Jake, enfadado.
―No está bien crear nuevas
especies ―contestó Nahuel, tajante.
Jacob no fue el único al que
no le gustó ese comentario. Mamá tampoco parecía muy conforme.
―No es lo mismo que lo que
hizo tu padre, si es eso a lo que te refieres ―intervino ella, un tanto
ofendida―. No voy a negar que todo esto es muy raro, pero ha sido una selección
natural, sus genes cambiaron solos sin que nadie tomara parte. Si ha sido así,
tiene que ser por algo ―y sus ojos se escaparon por un instante hacia Jake,
como si viera en él algún tipo de respuesta.
Eso hizo que mis pupilas
también me llevaran a Jacob irremediablemente y mi mente empezara a enlazar las
razones de mi mutación con él, con su imprimación, con nuestro vínculo. Aparté
la mirada rápidamente cuando mi corazón tembló.
Ahora el molesto parecía
Nahuel.
―En la naturaleza a veces se
producen este tipo de casos, aunque cuando se produce una anomalía genética, la
criatura nace estéril. No obstante, lo extraordinario en este es que ella se
puede reproducir sin ningún problema, su sistema reproductivo está
perfectamente ―explicó Carlisle.
―Volviendo al tema del
licántropo ―interrumpió Alice, poniendo orden de nuevo―. ¿A qué se debe su
mutación genética? ¿También se produjo sola, como en el caso de Nessie?
―No, alguien tuvo que
manipular sus genes para variarlos. Louis y yo estuvimos mucho tiempo metidos
en su biblioteca, buscando información, y descubrimos varios tipos de
experimentos con licántropos. Estos en cuestión se crearon en Suramérica.
―¿En Suramérica? ―interrogó
Jacob, mirando con sospecha a Nahuel.
―A mí no me mires ―contestó
el aludido, irritado―. Jamás he oído nada de estos licántropos.
―De los licántropos que
antes os he enseñado, estos son los más peligrosos ―continuó mi abuelo―. Tanto,
que solo se les puede matar cortándoles la cabeza.
―¿Ya está? ―se mofó Jake,
enarcando una ceja―. ¿Solo tengo que arrancarle la cabeza?
―No es tan fácil, Jacob ―le
advirtió mi padre―. Los licántropos son muy escurridizos, impredecibles, son
muy rápidos y agresivos.
―Bueno, me da igual. Acabaré
con él en cuanto tenga oportunidad ―afirmó mi mejor amigo con seguridad, cosa
que a mí me daba mucho miedo.
―Acabaremos con él ―le
corrigió papá―. Tú no irás solo.
Jake puso los ojos en blanco
y suspiró.
―Sí, vale, vale.
Mi padre no se quedó muy
convencido, lo que me indicaba que Jake no lo iba a dejar así por así. Todavía
quería vengarse por lo que me había intentado hacer ese monstruo.
Todos nos quedamos expectantes,
esperando a que hablara Carlisle. Todos menos papá, que ya estaba recogiendo su
bolsa de ropa del suelo.
―Ya he terminado ―dijo mi
abuelo por fin―. Es todo lo que he averiguado.
―Y ha sido bastante ―le
contestó Jacob con una amplia sonrisa―. La verdad es que ha sido muy aclarador,
sobre todo para algunas personas ―declaró, mirando a Nahuel con provocación.
Este le correspondió con
hastío y cogió su bolsa para subirse a su habitación, enfadado.
―Seguiremos vigilando la
zona, por si acaso quiere acercarse a Nessie ―sentenció Jasper.
Mi familia al completo
asintió y empezaron a disgregarse por la casa. Unos subieron a sus dormitorios
a probarse la ropa nueva y otros se quedaron charlando animadamente con
Carlisle y Esme.
―Hace mucho que no vamos de
caza, ¿te apetece ir? ―me propuso Jacob.
Ir de caza con él no suponía
un riesgo, ya que no había peligro si le abrazaba o le acariciaba en su forma
lobuna. Además, la verdad es que me apetecía bastante un poco de sangre.
―Sí ―acepté con una sonrisa.
―Genial ―respondió con otra.
Cómo me gustaba esa sonrisa.
Aparté la vista de él y tragué saliva cuando empezaba a quedarme sin aire. No pensar, no pensar, me dije.
―Voy a mi habitación a
ponerme algo más cómodo ―conseguí murmurar.
―Vale.
Me acerqué a mis padres y les
dije lo que íbamos a hacer. Subí a mi dormitorio y me puse el primer chándal
que encontré. Cuando bajé al salón, Jake estaba a los pies de la escalera,
esperándome.
LIBERTAD
―¿Ya estás? ―me preguntó.
―Sí.
―Bien, vamos.
Antes de que le diera tiempo
a cogerme de la mano, me adelanté y salí volando de la casa.
Jacob me alcanzó enseguida,
ni siquiera había entrado en el bosque.
―¿Es que tienes prisa? ―inquirió
mientras corríamos.
―Sí, tengo hambre ―disimulé.
―Bueno, entonces voy a
transformarme ya, espera.
Nos paramos en una zona bien
arbolada y se ocultó tras un enorme abeto para cambiar de fase.
No sé por qué las imágenes
de Jacob en el río vinieron a mi cabeza sin querer y no se querían marchar.
Tuve que cerrar los ojos con fuerza y golpearme un poco con los puños para
lograr que se fueran. Cuando paré y los abrí, Jake estaba sentado delante de mí,
mirándome extrañado, con su enorme cabeza ladeada. Emitió un gañido a modo de
pregunta. Me había criado con él, así que entendía totalmente su lenguaje,
sabía de sobra lo que me quería preguntar: ¿qué
estás haciendo, loca?
―Había… una mosca y la
estaba espantando ―mentí con el rostro algo enrojecido.
Fue lo primero que se me
ocurrió. Jacob profirió otros profundos gruñidos. Ahora se estaba riendo.
Se levantó y me hizo una
señal con la cabeza para que empezáramos la caza.
―Sí, venga. A ver quién
pilla la pieza más grande.
Solo fui capaz de ver un
borrón rojizo que se alejaba de mí a toda velocidad. Aceleré el paso para ver
si le alcanzaba, pero ya había desaparecido. De pronto, salió de detrás de una
roca, abalanzándose a mis pies. Había estado agazapado, esperando la ocasión
para saltar delante de mí. Pegué un brinco del susto, pasándole por encima, y
se puso a mi altura, carcajeándose. Le di un manotazo en la cabeza y galopamos
juntos.
Continuamos por el este y
llegamos al río; avanzamos siguiendo su cauce. Jacob lo atravesó, dando saltos
en el agua, y siguió por la otra orilla. Nos mirábamos, riéndonos, para ver
quién lo cruzaba primero y perseguía al otro. Como yo no cedí, mi lobo se metió
en el río de nuevo y se puso junto a mí, chapoteando con las patas para
mojarme.
―¡Jake! ―protesté entre
risas―. ¡Ahora verás!
Arranqué una rama corta y
gruesa y se la lancé para darle en el lomo. Por supuesto, él también era
rapidísimo de reflejos y la esquivó sin ningún problema. El palo acabó en la
otra orilla. Jacob se alejó hacia allí, cogió la rama con la boca y me la trajo
igual que si fuera un perro, solo que, este, partiéndose de la risa.
―¿Ah, sí? ¿Quieres jugar? ―le
pregunté con provocación.
Mi lobo se sentó, moviendo
la cola, y profirió un ladrido. Solo le faltaba levantar las patas delanteras y
ponerse a saltar. Se estaba quedando conmigo, el muy…
―De acuerdo. ¡Tráemelo! ―grité,
a la vez que le lanzaba el palo a la otra orilla.
El agua me salpicó por todos
sitios cuando Jake salió despedido a por él. Lo cogió, volvió a atravesar el
río y me lo dejó en el suelo.
―En la mano ―le ordené―. Si
no, no habrá premio.
Jake empezó a dar vueltas a
mi alrededor, esperando con ansia a que le lanzara el palo otra vez.
Se lo lancé y, antes de que
el palo tocara tierra, lo atrapó al vuelo con un grácil y elevado salto.
Regresó raudo a mi posición
y me lo dejó en la mano.
Se sentó, jadeando con la
lengua fuera, esperando a su premio.
―Está bien, te lo mereces.
Metió la lengua en la boca
con un gañido y acercó su enorme cabeza. Comencé a acariciársela entre las
orejas y después seguí con los dedos para rascarle los laterales. Eso le
encantaba. Empezó a prorrumpir su zumbido monocorde con la garganta y ladeó la
cabeza para que le rascara más a fondo. Solté una risilla cuando la levantó
para que siguiera por su cuello, tenía una cara de felicidad…
―Bueno, creo que ya está
bien así, ¿no? ―concluí, retirando mi mano.
Jacob se levantó y se echó
sobre mí con tanta efusividad, que me caí en el suelo. No me hice daño, puesto
que el terreno estaba lleno de hojas y era bastante mullido. Comenzó a darme
lametones en la cara mientras me encarcelaba con sus patas delanteras.
―¡Aj, Jake! ―me quejé, riéndome
sin parar, intentando interponer mis manos―. ¡Te vas a enterar!
Como era imposible zafarme
de su lengua, rodeé lo que pude de su grueso cuello con mis brazos y le intenté
hacer una llave estilo lobuno, barriendo sus patas con mis piernas para que se cayera.
Sin embargo, derribar cuatro poderosas patas es de lo más difícil, aparte de su
enorme tamaño y su peso, aunque al final lo conseguí porque se dejó ganar.
Jacob se carcajeó cuando me eché encima de su costado y le agarré la mandíbula
con las manos. Abrió sus fauces para defenderse, dándome suaves mordiscos.
Parecía que estaba jugando con un perro gigante.
No obstante, mi lucha era
inútil. Se levantó, tirándome hacia atrás, y volvió a los lametones. Me
arrastré como pude y conseguí escaparme para esconderme detrás de los árboles.
Jacob me perseguía y yo le esquivaba, metiéndome entre los pinos y abetos. Esto
me traía recuerdos de mi corta infancia, cuando jugábamos.
Galopé lo más rápido que
daban mis piernas para que no me cogiera, pero era imposible. En cuanto tuvo
oportunidad, me alcanzó. Me empujó levemente con la cabeza hacia delante y se
puso a trotar a mi lado. Me paré de la risa y él se quedó frente a mí con una
sonrisa lobuna muy típica en él.
―Me rindo. Es imposible
ganarte ―admití, sonriéndole.
Me acarició la cara con el
hocico, emitiendo su ronroneo lupino. Le abracé por el cuello y apoyé mi
mejilla en su frente.
Nos quedamos así un rato,
hasta que detectamos otro efluvio y unos suculentos latidos de corazón. Sus
expresivos ojos negros y los míos se encontraron durante un instante y los dos
salimos despedidos hacia esa zona. La competición era la competición.
Me alejé de Jacob y nos
dispersamos. Divisé el grupo de ciervos de cola negra. Le eché el ojo a uno de
ellos, era grande y parecía muy apetitoso. Me lancé a él con mucho sigilo, pero
con igual fuerza. No tuvo tanta suerte como el resto de sus compañeros, que
consiguieron escapar. El pobre animal se retorció cuando le clavé los dientes
en la yugular para asfixiarlo, sin embargo, lo controlé sin problema y conseguí
llevar a cabo mi objetivo sin hacerle sufrir más que lo justo.
Me senté junto a un árbol
con mi caza y, cuando estaba a punto de hincarle los dientes de nuevo para
beberme su sangre, Jacob llegó con otro ciervo bastante más grande que el mío.
―¡No puede ser! ―me quejé
con frustración.
Se rio con sus gruñidos
guturales y se echó a mi lado. Le desgarró el abdomen con los dientes y empezó
a comérselo.
Estuvimos en silencio hasta
que nos quedamos saciados con nuestro plato
y después él empezó a limpiarse la sangre. Yo no me había manchado nada, puesto
que tenía mis trucos para sujetar bien a la presa y beberme su sangre sin que
derramara una gota.
Apoyé mi espalda en el tronco
y me quedé observando a Jake, pensando en lo rapidísimo que era. Aunque,
claro, él estaba hecho para poder
perseguir vampiros.
―Tiene que ser genial correr
a esa velocidad ―le dije al cabo de un rato―. Ojalá pudiera saber qué se
siente.
Jacob levantó su cabeza y se
quedó mirándome un momento, pensativo. Luego, se incorporó y se fue detrás de
un árbol.
Regresó a los pocos segundos
como humano.
―¿Quieres probarlo? ―me
ofreció con una sonrisa.
―¿Podría hacerlo? ―pregunté,
sorprendida.
―Si me prometes que te
agarrarás muy bien y que no te vas a caer, podrías montar sobre mí.
―Te prometo que me agarraré
tan fuerte que igual te dejo sin pelo ―afirmé, emocionada.
―Bueno, tampoco te pases ―se
rio―. No hace falta tanto, con que te sujetes y no te caigas bastará. ¿Te
atreves?
―¡Sí! ―exclamé,
entusiasmada, poniéndome en pie.
Se me escapó un pequeño
abrazo que enseguida solventé antes de que él pudiera rodearme con sus brazos.
Jacob sonrió satisfecho al ver mi efusividad.
―Vale, voy a cambiar de fase
y te montas.
Volvió a esconderse y, en
menos de un minuto, regresó otra vez en su forma lupina.
Se echó delante de mí,
invitándome a montar con un sonido de su garganta.
Coloqué mi pie en su hombro
para subirme, pero era tan grande, que mi otra pierna no me daba para alzarme.
Jacob me ayudó, empujándome con su hocico, y por fin pude sentarme sobre su
lomo.
Gañó para decirme que me
amarrara bien. Me puse cómoda, agarré dos puñados de pelo entre sus paletas y
me aferré con fuerza a ellos, asegurándome de que no se me resbalaban de las
manos.
―Ya está.
La sensación fue
impresionante cuando mi enorme lobo se alzó y se puso en pie. Estaba altísimo,
o eso me parecía. Desde mis ojos al suelo, debía de haber más de dos metros y
medio. Recordé la única vez que me había subido a su lomo. Había sido hacía ya
seis años, con la visita de los Vulturis. Mamá me había puesto sobre Jacob para
que huyéramos juntos, porque pensaba que no íbamos a salir de aquella. En aquel
entonces, la sensación de altura también me había parecido extraordinaria,
aunque no le había prestado mucha atención, dadas las horribles circunstancias.
Jake empezó a correr,
primero con un trote y, cuando comprobó que estaba bien asegurada, siguió al
galope hasta que alcanzó muchísima velocidad.
No sé qué marcaría un
velocímetro, pero en un segundo íbamos tan deprisa, que el viento no azotaba mi
pelo, tiraba de él hacia atrás sin darle opción de chocar contra mi espalda. Si
fuera una simple humana, no hubiera podido ni respirar. Los árboles se
convirtieron en rayas marrones y bermejas, pero Jacob los esquivaba con mucha
habilidad y destreza, ni siquiera chocábamos con las ramas. Tan solo se
escuchaba el zumbido de la vegetación a nuestro lado, las vertiginosas pisadas
de sus patas y su respiración pausada y tranquila, constante. No parecía que
estuviese haciendo esfuerzo alguno.
A pesar de la extremada
velocidad, su marcha era tan suave, flexible, amortiguada y plácida, que estaba
comodísima. El viento no le daba tregua a mi cara, pero la sensación de
libertad era enorme; la moto, a su lado, se quedaba en un mero triciclo. La
altura, el vertiginoso aire, la velocidad. Me sentía libre, como un pájaro que
planea y, aunque ya lo estaba haciendo, quería volar más alto. Me incliné hacia
delante para colocarme en una postura ecuestre, ergonómica.
―¡Más deprisa! ¡Más deprisa!
―grité, eufórica.
Jake se carcajeó y aceleró
aún más.
Ahora no corríamos, casi
volábamos de verdad. No entendía cómo sus patas todavía tocaban la tierra. Me
sentía como si fuera sobre un caballo con alas, solo que más grande e
infinitamente e increíblemente más rápido. Mi adrenalina corría por mis venas
tan veloz como nosotros, era tanta, que me reía de felicidad. En ese momento, solo
estábamos Jacob, yo y el viento. La libertad.
Sí, con Jacob siempre sería
libre, con él podía escaparme y volar muy, muy alto. Casi podía tocar el cielo,
si estiraba mi brazo.
Llegamos a un acantilado
desde donde se veía el mar y lo recorrimos durante un rato a un paso algo más
lento. El cielo se había despejado un poco, como si el astro rey quisiera
mostrarnos toda su belleza. La puesta de sol se reflejaba en las nubes grises
de alrededor, iluminándolas de distintas tonalidades azafranadas, y en el agua
los destellos jugaban con las ondas y las olas. Jake disminuyó la velocidad y
se paró frente a las vistas para que pudiéramos observarlas. Fue entonces
cuando me percaté de que estábamos sobre la playa en forma de media luna de La
Push.
La puesta de sol y la playa
me recordaron la boda de Paul y Rachel. Dentro de dos semanas, Jacob y yo
estaríamos ahí abajo, siendo los padrinos de boda. Y yo todavía no me había
comprado un vestido.
El mar se veía grisáceo, con
tintes brillantes y naranjas, precioso. El aire era una suave brisa helada,
aunque yo no tenía ni gota de frío en el lomo de Jacob. El rojizo sol comenzó a
esconderse en el horizonte marino, lentamente, parecía que se hundiera en el
agua, hasta que se sumergió del todo.
Las patas de Jake iniciaron
el trote de nuevo, había que regresar antes de que anocheciera del todo.
En dos segundos, estábamos en
el bosque volando otra vez y volvió a invadirme la adrenalina y la enorme
sensación de libertad. Hasta que mi lobo empezó a aminorar la marcha
gradualmente y llegamos de nuevo al punto de partida.
Se volvió a echar en el
suelo y me bajé de su lomo, aún desbordada de alegría.
Se incorporó y se dirigió al
árbol para cambiar de fase. En un abrir y cerrar de ojos, salió exultante.
―¿Te ha gustado? ―me
preguntó con sus ojos relucientes y brillantes mientras se acercaba a mí.
―¡Ha sido increíble! ―exclamé,
lanzándome a sus brazos.
Esta vez, me abrazó con
fuerza y no me pude escapar. Tampoco hice amago de apartarme, estaba tan
excitada por la carrera, que me dejé llevar un poco y no fui capaz de evitar
arrimarme a su cuello para inhalar su fantástico efluvio. Era el de siempre, no
había sudado ni lo más mínimo, pero su aroma me gustaba tanto y echaba tanto de
menos olerle así de cerca…
―Vaya, si llego a saber que
ibas a reaccionar así, lo hubiéramos hecho antes ―murmuró.
Me aparté de él ipso facto.
Jacob apoyó su espalda
contra un árbol, con las manos en los bolsillos, mientras se reía. De pronto, me
clavó su profunda mirada y su rostro se puso más serio.
―¿Qué opinas de lo que acaba
de contarnos Carlisle? ¿No te parece increíble que tú y yo seamos…?
Sí, era increíble, ni yo
misma entendía el porqué. Bueno, en realidad sí que lo sabía, lo sabía
perfectamente. Pero no quería pensar en eso, me daba miedo escuchar esas
conclusiones tan evidentes que mi mente ya había empezado a fraguar antes y que
ponían en peligro mi coraza. Era mejor no hacerlo.
―Son coincidencias, nada más
―le corté con nerviosismo, bajando mis pupilas para no tener que toparme con las
suyas. No sé qué sería peor―. ¿Y tu camiseta? ―le pregunté, apartando también
la mirada del imán de su pecho desnudo.
―Ahí detrás ―señaló con la
cabeza el árbol donde había cambiado de fase.
―¿Y qué hace ahí? ―le
critiqué―. ¿Por qué no te la pones?
―¿Es que te molesta que esté
así? ―se rio.
―Me da completamente igual ―mentí―.
Por mí, como si vas desnudo ―volví a mentir.
―Bueno, ya que lo dices…
Sacó las manos de los
bolsillos y se desabrochó el botón del pantalón. Mis ojos se abrieron como platos
cuando comenzó a bajarse la cremallera, sabía que no usaba ropa interior.
―¡Jake! ―protesté, roja como
un tomate.
Sus carcajadas retumbaron en
todos los árboles del bosque.
―¡No te rías! ¡Y ponte la
camiseta, por favor! ―le regañé, enfadada.
―Vale, vale ―aceptó, sin
dejar de reírse.
Se acercó al árbol, recogió
la camiseta del suelo y se la puso.
―¿Mejor así? ―me preguntó,
dirigiéndose a mí con los brazos abiertos―. ¿Ya estás más cómoda?
―Sí, así mejor.
Se rio de nuevo y reposó en
el árbol otra vez.
―No sabía que me ibas a
montar tan bien. ¿Pasaste miedo o algo?
―¿Estás de broma? Fue
alucinante ―le confesé, emocionada, descansando en el tronco de enfrente―. La
sensación de libertad es impresionante.
―Y eso que no corrí a tope.
―¿No? ―ahora sí que estaba
alucinada.
―Claro que no, ¿crees que
estoy loco? ―se despegó de su árbol y se encaminó hacia mí―. Si llego a correr
a todo lo que dan mis patas, no podrías agarrarte y te caerías ―aseguró con su
sonrisa torcida.
Se acercó a mí y apoyó la
mano en mi árbol.
―¿Y tú qué sabes? ―cuestioné,
girándome para ponerme detrás del tronco―. No me costó nada montarte, y eso que
ibas rapidísimo.
―Eso no es nada comparado
con lo que puedo hacer ―presumió, dando la vuelta al árbol para ponerse frente
a mí―. Te caerías seguro.
Me alejé de él y me puse en
otro árbol que había al lado de ese.
―Tendrás que demostrármelo ―le
reté con una sonrisa.
―Cuando quieras ―aceptó con
otra, aproximándose a mí.
Antes de que consiguiera
cogerme la mano, volví a girarme y me escondí tras el pino.
―Pero tendrás que correr
todo lo que puedas ―le indiqué, asomándome.
―Ya veremos cómo se te da la
cosa ―contestó, sujetándose con la mano para dar la vuelta al árbol de un solo
balanceo―. Si veo que te manejas bien, puede que lo haga.
―Espero que luego no te
rajes ―dije, rotando el tronco otra vez.
―Espero que la que no te
rajes seas tú ―contraatacó con su sonrisa torcida, girando el pino con rapidez
para cogerme la mano―. No quiero que te pongas a chillar, ni nada por el
estilo. Pasaría una vergüenza terrible.
―Descuida, eso no va a pasar
―le anuncié, sonriente, soltándome con suavidad mientras me alejaba unos pasos
de él.
―¿Es que quieres jugar? ―me
preguntó, avanzando hacia mí con una sonrisa pícara.
―No ―respondí, riéndome, a
la vez que retrocedía.
―Entonces, ¿por qué no te
quedas quieta? ―inquirió, acelerando sus pasos―. ¿No sabes que si no quieres
que te cace un lobo, lo peor que puedes hacer es echar a correr?
Pero yo no lo pude evitar,
fue dicho y hecho. En dos segundos, estaba corriendo entre risas con Jacob
persiguiéndome en ese bosque ya nocturno.
―¡No, Jake! ―intenté
protestar.
―¡Pues no corras! ―gritó
detrás de mí―. ¿No ves que te voy a coger?
―¡Ni lo sueñes!
Me adentré en una zona más
arbolada y oscura y me fui metiendo entre los árboles para que no pudiera
alcanzarme, aunque él los esquivaba con facilidad.
Tenía razón. Por mucho que
corrí, me atrapó. En un parpadeo, se puso delante de mí para hacerme un placaje
con uno de sus abrazos. La fuerza de mi carrera era tal, que, del empuje, nos
caímos rodando sobre la mullida alfombra de hojas y terminé sobre él. Antes de
que me diera tiempo a levantarme, me dio la vuelta y me sujetó por las muñecas.
―Te atrapé, Caperucita ―murmuró―.
Y ahora, ¿qué haré contigo? ¿Te comeré?
Aunque mi coraza era de
hierro después de estos tres meses y medio, no pude evitar ponerme algo
nerviosa.
―Me soltarás y me dejarás ir
―le recomendé con voz firme.
―¿Tú crees? Pero yo soy el
malo, no puedo hacer eso ―me susurró, entrelazando sus dedos a los míos.
Apenas le veía el rostro por
la oscuridad, sin embargo, la pulsera empezó a hacer de las suyas. Empujé sus
manos hacia arriba para intentar que me soltara, pero él no me dejó, y yo
tampoco lo hice con demasiado brío.
―Ya es de noche. Tenemos que
volver a casa ―dije con un hilo de voz mientras mis dedos se aferraban a los
suyos inconscientemente.
La silueta de su rostro empezó a acercarse.
Tenía que detenerlo, aunque mi cuerpo se negara…
―¿Qué estáis haciendo? ―preguntó
de repente mi madre, con un tono de espanto.
Jacob se incorporó
inmediatamente de un salto y me ayudó a levantarme, murmurando algo
ininteligible, con cara de malas pulgas.
―¿Qué haces aquí? ―protestó
cuando terminó su listado de palabrotas y maldiciones―. ¿No tendrías que estar
con tu marido en la cabaña o algo?
―He venido a buscaros ―contestó
ella, visiblemente molesta―. Ya es de noche y tardabais mucho.
―Está conmigo, ¿no? Sabes
que está a salvo.
―Sí, ya lo veo. Se te veía
muy atento ―replicó mamá con ironía―. ¿Qué pasa si hubiera venido ese
licántropo, Jacob? ¿Te has parado a pensarlo? ―interrogó, nerviosa―. ¡Imagínate
lo que hubiera pasado!
―Tranquilízate, ¿vale? ―bufó
Jake―. ¿Crees que soy tonto? A ese bicho podría olerle a kilómetros de
distancia y te aseguro que no está por aquí.
―Bueno, da igual. Tampoco
creo que un bosque por la noche sea el sitio más adecuado para que retocéis, la
verdad ―espetó ella, furiosa.
―No estábamos haciendo nada ―protesté
con mi rostro enrojecido.
―¿Retozar? No estábamos
retozando ―alegó él, enfadado―. Solamente estábamos jugando, nada más.
Me llevé un sobresalto
cuando la pulsera empezó a vibrar fuerte.
―¡Una cosa lleva a la otra,
Jacob! ―gritó ella casi a la vez, moviéndose de aquí para allá.
¿Qué le pasaba? ¿Por qué se
ponía así de histérica?
―¡No iba a pasar nada! ―exclamé,
cabreada.
―¡No es eso lo que yo vi! ―censuró,
parándose en seco para mirarme.
No me gustó nada su
expresión. Por alguna razón, me pareció que escondía algo, algo que no sabía lo
que era, pero que me chocó muchísimo. Además, la pulsera vibraba y vibraba.
―Quiero hablar contigo a
solas ―le pidió ella, acercándose a él y agarrándole por el antebrazo.
Ese gesto de autoridad
tampoco me gustó en absoluto.
―No tengo nada que hablar
contigo ―rechazó Jacob, soltándose de un solo movimiento―. Tienes que aceptar
que Nessie es mayor de edad y punto.
―Eso ya lo sé, pero quiero
hablar contigo igualmente ―le dijo, esta vez sujetándole por los hombros con
ansiedad.
―¿Por qué estás tan pesada?
No tengo ganas de escuchar un sermón, así que no, gracias ―volvió a rechazar
él, intentando soltarse de sus frías manos.
Pero ella no las apartaba.
―Solo será un momento ―imploró
mi madre.
Estaba demasiado cerca de
él, demasiado. La pulsera vibraba tan fuerte, que parecía que tenía la muñeca
dormida del enérgico hormigueo. No me gustaba nada la forma en que le miraba y
le tocaba, había algo raro. No miraba de esa forma a Jasper o a Emmett. No lo
hacía con ese… anhelo, sí, anhelo. Una llama de fuego se clavó en mi columna
vertebral, explotó en mi estómago y salió despedido por mi boca.
―No le toques ―escupí con
rabia mientras apretaba los puños.
Mi madre y Jacob giraron los
rostros para mirarme con expresiones diferentes. Ella con confusión, él
sorprendido.
No sé lo que vio mi madre.
Se apartó de Jake al instante y yo corrí para ponerme delante de él.
―No le voy a hacer daño ―murmuró
ella, desconcertada.
No, desde luego que no. Eso
ya lo sabía yo.
Me acerqué un paso a ella y
le pegué la mano a la cara.
¡Es mío!, le chilló mi subconsciente sin que mi cerebro le
diera orden alguna.
Me la apartó de un manotazo
y las dos nos miramos desafiantes.
―Te equivocas ―me contestó
ella con tono monocorde.
¡¿Que me equivocaba?!
―¿Qué está pasan…?
Jacob se quedó sin habla
cuando vio mis manos temblorosas. Una enorme lengua de fuego recorrió mi
espalda de abajo arriba y empecé a notar cómo mi sangre empezaba a enfriarse.
―Tú no los querías, pero yo
sí. Por eso los cogí, porque siempre fueron míos, no tuyos ―soltó mi boca, sin
saber por qué.
―¿Cómo? ―mamá parecía
turbada por mi reacción y mis palabras.
Ni siquiera yo sabía su significado,
ni la razón por la que lo había dicho. Jake se colocó entre nosotras y me
sujetó la cara entre sus ardientes manos.
―Nessie, mírame ―pero yo no
podía despegar los ojos de mi madre, que en ese momento me miraba asustada y
aturdida―. Mírame ―me ordenó, dándome un suave meneo. Mis pupilas se movieron
hacia las suyas―. Tienes que tranquilizarte, ¿vale? ―murmuró―. Inspira
profundamente y suelta el aire muy despacio.
El calor de sus manos y el
que desprendía su cuerpo, tan cerca del mío, me tranquilizó de algún modo. Hice
lo que me mandó unas cuantas veces y los temblores cesaron. Mi sangre volvió a
fluir caliente.
―¿Se… se iba a transformar?
―quiso saber mi madre, todavía sobrecogida.
―Sí, pero ya pasó todo,
¿verdad? ―contestó él, acariciándome la mejilla.
―Sí ―me aparté de él, un
poco desorientada y abochornada―. Yo no… no sé qué me ha pasado.
―Carlisle dijo que
respondías a estímulos muy fuertes. Creo que ya sé qué estímulos son esos ―afirmó
mamá con una especie de sonrisa de rendición.
―¿Qué estímulos, si no ha
pasado nada? ―interrogó Jacob, extrañado.
―Yo no…
―Creo que has
malinterpretado mi frase ―me cortó ella con tono conciliador―. No te decía que
no fuera verdad, te decía que te estás equivocando sobre mí, en relación a lo
que me dijiste mentalmente. No sé cómo has podido pensar eso.
―¿De qué va esto? ―inquirió
él, molesto.
¿Podía ser? Pues claro. Era
mi madre. Mi madre. ¿En qué estaba yo pensando? ¿Cómo podía haberme puesto
celosa de mi propia madre? Me estaba volviendo loca, seguro. ¿Podía ser que
fuera extremadamente celosa, tanto como para volverse enfermizo? Estar celosa
de Brenda ya era algo normal, pero ella se le insinuaba y todo eso. Sin
embargo, mi madre… Por Dios, mamá estaba enamoradísima de mi padre. Nunca había
visto a nadie quererse de ese modo. Jacob y ella eran amigos de siempre. Y,
aparte de eso, él no era mío, era libre, ¿no? ¿Por qué me ponía así, hasta el
punto de casi transformarme? ¿Y si me pasaba algún día en el instituto con
Brenda? Aunque, nunca había estado celosa de Leah, por ejemplo, aun habiéndome
contado que Jacob le había gustado, y eso que patrullaban juntos. Si te parabas
a pensarlo, se pasaba más horas con ella que conmigo. No obstante, con Leah no
me ponía nada celosa, ella era su hermana de manada, como los demás chicos. Y
mi madre también lo era, en cierto modo. Ella misma me había dicho que Jacob
era una de las personas más importantes de su vida. Pero es que, esa forma de tocarle
y mirarle…
―Perdóname si he hecho algo
que te ha molestado ―se disculpó ella con el rostro lleno de arrepentimiento,
rompiendo mi nube de reflexiones.
Fantástico, ahora me sentía
culpable.
―No, perdóname tú ―le
corregí, aún un poco desconcertada―. No sé por qué hice eso.
―Bueno, no ha pasado nada,
cielo ―dijo mamá con una sonrisa perfecta para quitarle hierro al asunto―. A lo
mejor tienes que aprender a controlarlo, como hace Jacob.
―Sí, puede ser ―asentí.
Mamá se acercó a mí, me dio
un abrazo y se puso de puntillas para darme un beso en la frente.
―Te quiero ―me susurró―. Sé
que a veces soy un poco pesada, pero no quiero que te pase nada.
―Lo sé ―suspiré―. Yo también
te quiero ―admití, besándole también en la frente.
―Siempre serás mi pequeña
pateadora ―me sonrió y me acarició la cara con sus gélidas manos.
―Ah, ¿eso quiere decir que
lo sigo siendo? ―bromeé.
Mamá fingió pensar y luego
respondió.
―Un poco, sí ―la empujé en
el brazo en broma y se rio con su risa celestial mientras empezábamos a caminar
hacia casa―. Aunque ahora de pequeña no tienes nada ―se rio, alzando la mano
para comparar su altura con la mía―. Has vuelto a crecer otro poco.
―Mediré 1,73, no es para
tanto.
―1,75, para ser exactos ―me
corrigió.
Le dediqué una mueca a su
perfeccionismo.
―Desde luego, las mujeres
sois muy raras ―resopló Jacob a nuestras espaldas, un tanto malhumorado―. Os
ponéis como fieras y a los cinco minutos sois las mejores amigas del mundo. No
entiendo nada.
ÉL
No sé por qué estaba tan
nerviosa. Todo estaba bajo control. Mi familia al completo y Nahuel se iban a
ir de caza por los alrededores para vigilar por si venía el licántropo, y Jacob
tenía patrulla con la manada.
Miré el reloj por enésima
vez y el timbre sonó. El aula se convirtió en un jaleo de voces y de sillas
arrastrándose.
Contrastando con mi
nerviosismo, ese viernes todo el mundo estaba contentísimo. Por la tarde no
había clase, porque había una feria de libros, aunque se veía que la gente iba
a pasar de ir. Mis amigas y yo habíamos decidido quedar para hacer un trabajo
de Lengua juntas. Era un trabajo muy importante que puntuaba para nota y las
cinco teníamos el mismo profesor. Pero ninguna tenía la casa disponible,
excepto yo.
Por eso habíamos quedado en
ir a mi enorme y desproporcionada casa, y tuve que hacerle un poco la pelota a
mi familia para conseguir que se fueran. Este fue el plan:
El jueves le pedí a mamá,
Alice y Rosalie que vinieran conmigo a Port Angeles. Tenía que comprarme el
vestido para la boda de Paul y Rachel, que ya era ese sábado.
Me arrepentí al poco tiempo
de estar allí. Por mucho que le expliqué a la tía Alice cómo era una boda
quileute, estaba empeñada en que me llevara un modelazo ajustado que requería
de mucha maña para metérselo y pedía unos zapatos con un altísimo tacón de aguja.
Menos mal que mi madre salió en mi defensa.
Quería algo bonito, pero
cómodo, que me permitiera caminar bien por la arena, ya que todo se celebraba
en ese medio, y que no tuviera que estar pendiente del vestido toda la noche.
Lo malo es que, a un par de días de la ceremonia, es muy difícil encontrar
justo lo que te gusta, quién me mandaría a mí esperar tanto. Pensaba que era
más fácil encontrar algo sencillo para una boda en la playa, que algo más
elegante para una boda convencional. Me equivoqué. Nos recorrimos casi todas
las tiendas de la ciudad ―o eso me pareció a mí― y no encontraba nada. Rosalie
insistió en marcharnos a Seattle. Según ella, si me subía a la espalda de mamá,
estaríamos allí en muy poco tiempo. Sin embargo, pensar en que me tenía que
recorrer más tiendas, ya me ponía mala.
Al final, entramos en una
pequeña boutique, en la que Alice ni siquiera había reparado, y vi mi
salvación. Me llevé un vestido azul sin mangas, de corte sencillo, por encima
de la rodilla y con un escote en pico, y una chaqueta de tela a juego, con una
manga afrancesada que tenía un botón para que la pudiera desabrochar y alargar
por si tenía frío.
Eso sí, Alice no se quedó
con las ganas de comprarme unas medias con sus correspondientes ligueros, unos
zapatos de tacón y un bolsito de mano. Decía que, hasta que llegara a la playa,
era imprescindible llevar estos dos últimos y que luego ya me los podía quitar.
Me lo llevé también para rematar mi faena de peloteo.
Todo esto sirvió para que
matara dos pájaros de un tiro. Conseguí mi vestido y me dejaron traer a mis amigas
a casa sin que hubiera vampiros a la vista.
Helen y yo salimos en busca
del resto de las chicas y, cuando nos reunimos con ellas, nos dirigimos al
aparcamiento para ir en el Ford Explorer de las gemelas.
Llegamos a casa después de
seguir mis indicaciones, estaban alucinadas por el extraño y angosto trayecto,
y se quedaron aún más atónitas cuando la vieron, al pasar los últimos árboles.
―¡Es genial! ―exclamó Helen,
bajándose del coche.
―Sí, demasiado ―suspiré.
Mientras subíamos las
escaleras del porche, observé por el rabillo del ojo que mi padre estaba
escondido detrás de un árbol, comprobando que todo iba bien. Le dije
mentalmente que era así cuando abrí la puerta de casa, asintió y se perdió
entre la espesura del bosque.
Entramos y mis amigas se quedaron
boquiabiertas. El enorme piano de cola blanco que destacaba en la esquina del
salón les encantó. Les dije que era mi primo Edward el que tocaba y
omití que yo también; si les decía que yo sabía, querrían que les tocara alguna
pieza y, la verdad, no tenía ganas de hacerlo. Me vi obligada a enseñarles toda
la casa para que me dejaran tranquila. Helen se moría de curiosidad por ver el
hogar del famoso y guapo Doctor Cullen. No tuve problema en disimular algunas
cosas. Se suponía que el despacho de Carlisle, que era donde ahora dormía
Nahuel, era el dormitorio de mis abuelos, que para ellas eran mis tíos. Les
pareció impresionante y les expliqué algunos de los cuadros, omitiendo pequeños
detalles, claro, como el cuadro de los Vulturis y todo eso. Las demás
habitaciones no tenían camas, así que dedujeron cuál era mi dormitorio y
estuvimos un buen rato en él. A Brenda le fascinó mi surtido vestidor, pero
cuando reparó en la ropa de Jacob casi se le caen los ojos. Salió del cuartito
y se quedó observando mi colosal cama. No sé lo que pensó, pero me dio
exactamente lo mismo, más bien me reí en mi fuero interno.
Mi escritorio era grande,
pero no entrábamos todas, así que las conduje de nuevo al salón y nos sentamos
en la enorme mesa rectangular de cristal para empezar el trabajo. Parecíamos
una comitiva o un jurado, sentadas en la misma hilera a lo largo de la mesa.
Para mi desgracia, Brenda se sentó a mi izquierda.
―Voy a por un refresco,
¿queréis tomar algo? ―les ofrecí.
―Sí, yo quiero otro. De lo
que tengas, da igual ―contestó Helen.
―Nosotras también ―dijeron
las gemelas al unísono.
―Y yo ―asintió Brenda.
Me levanté de mi silla y me
dirigí a la cocina. Abrí la nevera y parpadeé de la sorpresa. Alguien la había
rellenado de refrescos, cervezas sin alcohol y comida. ¿Es que se creían que
iba a dar una fiesta o algo? Aun así, sonreí ante el esfuerzo y la dedicación
de mi familia. Me sentí un poco mal por haberles echado en cierto modo, aunque
no podía ser de otra manera. A ver cómo les explicaba yo a mis amigas que mis tíos y mis primos no habían envejecido en seis años. Cogí cinco refrescos de
limón y volví al salón.
―Si alguien quiere comer
algo, solo tiene que pedirlo ―les comenté mientras les ponía las latas en la
mesa―. Mis abue… Mis tíos ―rectifiqué con rapidez― son unos exagerados y han
llenado la nevera.
―De momento no, gracias ―respondió
Helen, abriendo su refresco.
Jennifer y Alison negaron
con la cabeza, sonriendo. Debían de estar sedientas, porque ya estaban
bebiendo.
―Hay que guardar la línea,
chica ―suspiró Brenda―. Pero gracias igualmente.
Bueno, por lo menos era
agradecida.
Me senté en mi sitio y le
quité la hebilla a mi lata para darle unos pocos tragos. La verdad es que yo
también tenía sed, y eso que el día era frío y húmedo.
―Bien, a trabajar se ha
dicho ―exhaló Helen, estirando los dedos hacia delante.
Abrí el libro por el
capítulo dedicado al trabajo y empecé a escribir el borrador en mi cuaderno.
No llevaba ni medio párrafo,
cuando la puerta de casa se abrió y Jacob pasó a la estancia. Iba sin camiseta
y entró tan tranquilo, mirando por la ventana distraído y caminando con las
manos en los bolsillos de sus pantalones cortos. Mis amigas levantaron la
cabeza de sus libretas y sus mandíbulas colgaron hasta la mesa. A Brenda se le
cayó el bolígrafo, las gemelas dejaron de escribir a la vez y el chicle de
Helen fue a parar encima de su folio. Ninguna de ellas pareció reparar en que
también iba descalzo. Yo me quedé sin respiración. ¿Es que, por muy visto que
lo tuviera, no me cansaría nunca de mirarle? En cambio, estaba tan guapo, que
parecía que se aproximase a cámara lenta, como uno de esos anuncios de la
televisión.
Jacob se paró en seco cuando
se percató de nuestra presencia. Luego, se acercó, sonriendo, y apoyó sus manos
en la mesa para inclinarse un poco hacia nosotras.
―Hola, chicas. No sabía que
estabais aquí.
Ninguna pudo contestar.
Todas nos quedamos absortas al tener ese cuerpazo tan cerca, y no le quitamos
ojo.
―Te… te lo había dicho, ¿no
te acuerdas? ―conseguí murmurar, exigiendo a mi vista a bajar al libro para apartarse
de su torso y de sus ojos.
―Sí, pero yo creía que ibais
a estudiar en tu cuarto.
―No entrábamos, así que nos
bajamos al salón ―cogí mi bolígrafo y me puse a garabatear para disimular.
―Ah, ya.
―¿No tenías que… trabajar?
―le pregunté.
―Hoy he terminado pronto.
―¿En qué trabajas? ―inquirió
Brenda, mirándole de arriba abajo, deslumbrada.
―Soy… mecánico ―respondió
Jacob, hábilmente.
―Mecánico… ―repitió ella,
aún más fascinada.
A saber qué se estaba
imaginando esa mente calenturienta. Por el modo en que le miraba, podía
imaginármelo. Mis dientes rechinaron involuntariamente.
―Bueno, os dejo trabajar ―se
despegó de la mesa y se encaminó hacia la cocina, seguido por las miradas de
mis amigas―. ¡Arg, qué sed tengo! ―se quejó, entrando por la puerta―. Me bebería
el río de ahí fuera… Vaya, aquí hay para un regimiento…
Se oyó cómo abría una lata.
Poco después, salió de la cocina tranquilamente para subir por las escaleras.
Todas estaban atentas a sus movimientos, excepto yo, que intentaba concentrarme
en hacer bien mis garabatos, aunque ni eso era capaz de hacer. Las cabezas de
mis amigas se giraron súbitamente de las escaleras hacia mí.
―¡Está como un cañón! ―exclamó
Brenda en voz baja.
La muy idiota ignoraba que,
por muy bajo que lo dijera, Jacob la escucharía perfectamente desde mi cuarto.
Después no habría quién le aguantase. Y lo peor es que lo usaría para quedarse
conmigo. Intenté no darle importancia para seguir con mi tarea.
―Sí, bueno, no está mal ―disimulé,
escribiendo mi nombre en la libreta una y otra vez.
―¡¿Qué estás diciendo?! ―ahora
era Helen la que exclamaba―. O estás cegarata, o estás loca, una de dos.
Sí, estaba loca, eso seguro.
―No, simplemente estoy
acostumbrada, eso es todo ―me encogí de hombros.
―¿Es que se pasea por aquí
siempre de esta guisa, aunque haga frío como hoy? ―me preguntó Brenda con ojos
maravillados y expectantes.
Sin duda, sería capaz de
venir a mi casa todos los días con alguna excusa con tal de ver así a Jacob, ya
la conocía bastante.
―Claro que no ―le respondí.
―Entonces, ¿por qué dices
que estás acostumbrada? ―quiso saber, extrañada.
Antes de que me diera tiempo
a contestar, Jacob bajó por las escaleras, con camiseta y calzado, y entró en
la cocina de nuevo.
Suspiré aliviada en mi mente
al verle completamente vestido, sin embargo, Brenda no le quitaba el ojo de
encima en ningún momento, lo desnudaba con la mirada. El resto de mis amigas
volvieron al trabajo. También le echaban un vistazo de vez en cuando, pero por
lo menos eran más discretas y se cortaban un poco.
Mi mejor amigo salió de la
cocina con un refresco y se sentó a mi derecha para mirar una revista de
mecánica.
―No te molesto aquí, ¿no?
―No, claro que no ―le dije
con una sonrisa que él correspondió con otra.
Bajé la mirada hacia mi
libro y volví al trabajo de Lengua. Copié las frases y procuré concentrarme
para empezar a analizarlas, pero mi aguda vista periférica me lo impedía.
Apreté tanto, que mi bolígrafo se hundió en la hoja al ver a Brenda de reojo.
Se había reclinado hacia delante para observar mejor a Jacob y jugaba con su
pluma, metiéndola en la boca, fingiendo una insinuación inocente. La muy
descarada…
Era el colmo, hasta en mi
propia casa. Vale que yo no fuera suficiente para él, pero ella mucho menos.
Ahora se iba a enterar.
―Jake, ¿me puedes ayudar? ―le
pedí, poniéndole mi libro delante, sobre su revista.
―¿Ayudarte? ―miró el texto,
extrañado―. ¿Con esto?
―Sí, es que no lo entiendo ―le
dije, arrimándome bien a él.
―¿Tú? ―cuestionó con una
sonrisa de incredulidad.
―Por favor ―cuchicheé,
mirándole con ojos suplicantes.
―Bueno…, vale ―murmuró―. Lo
que pasa es que no sé si me acordaré muy bien. Hace tanto de esto…
Se inclinó un poco para leer
la frase con atención y yo acerqué mi cabeza a la suya. Podía notar cómo Brenda
ya echaba humo.
―¿Cuál es el complemento
indirecto?
―Veamos… Bah, esta es muy
fácil. En este caso es se ―afirmó,
señalando el vocablo con el dedo.
Vaya, había acertado. Al
parecer, Lengua se le daba bien.
―Ah, claro. ¿Y el
complemento… ―me quedé sin respiración cuando alcé la vista y sus ojos negros
se clavaron en los míos. Hacía cuatro meses que no los veía tan de cerca―…directo?
―conseguí musitar, después de tragar saliva.
―Lo ―me contestó con un susurro.
Esta era la primera vez en cuatro
meses que le veía el rostro tan próximo y con tanta luz. En este momento, me
parecía que había pasado demasiado tiempo, una eternidad.
Sus ojos eran más preciosos
y penetrantes que nunca. Él estaba más guapo que nunca. Él era más maravilloso
que nunca.
Bajé la mirada ―esta vez con
urgencia―, me alejé de su rostro, recogí mi libro y volví a mi posición. Tuve
que hacer uso de toda la barrera de mi coraza de hierro para lograrlo.
―Gracias ―le dije sin
mirarle.
―¿Ya? ―preguntó,
sorprendido.
―Sí, gracias ―reiteré.
―Bueno, de nada. Si te ha
servido de algo ―declaró, levantando su revista para leerla.
―Sí.
Cogí mi lata y bebí unos
cuantos tragos.
Miré a Brenda de soslayo.
Ahora estaba concentradísima en su libro, con el ceño fruncido. Sí, sí que me
había servido. Sonreí, triunfante, y me sumergí en mi cuaderno mucho más
relajada.
El trabajo no era muy
difícil, así que no tardamos mucho en terminarlo. En un par de horas, ya lo
teníamos pasado a limpio y todo. Eso me venía de perlas, puesto que el día
siguiente lo tenía bastante ocupado con la boda y el domingo quería descansar.
Aunque insistí en que se
quedaran un poco más ―no quería quedarme a solas con Jacob―, mis amigas
decidieron que era hora de marcharse, las gemelas tenían que estar temprano en
casa.
Brenda era la única que
quería seguir allí, por supuesto, pero no le quedaba otro remedio que irse, el
coche era de Jennifer y Alison. Además, tenía que trabajar en el Ocean. Hoy invitaban a licores o algo
así y no se marchó tranquila hasta que le propuso a Jacob que fuera a verla.
No hizo falta que este
contestara. Helen la arrastró hacia el exterior, me guiñó el ojo y cerró la
puerta. Pudimos oír las protestas de Brenda desde el porche hasta el coche.
Ahora estaba a solas con él.
Los dos de pie, frente a la puerta, solos.
Jacob giró el rostro para
mirarme. Bajé mis pupilas al suelo y me dirigí a la mesa. Empecé a colocar las
sillas, que ya estaban en su sitio, nerviosamente.
―Mañana te lleva Charlie,
¿no? ―me preguntó.
―Sí.
―No creo que te vea hasta la
ceremonia. Rachel me ha mandado hacer un montón de cosas ―resopló.
Caminó en mi dirección,
despacio, y se apoyó en la mesa.
―No te preocupes. Estaré con
Charlie y los Clearwater.
Cogí mi cuaderno y mis
cosas, pero noté su intensa mirada clavada en mí y mi nerviosismo aumentó. Mis
torpes y medio humanas manos perdieron reflejos y todo se me cayó. Los folios
de mi trabajo se dispersaron en el suelo.
―Genial ―me quejé.
Metí mi pelo detrás de las
orejas y me acuclillé para recoger aquel desastre.
―Espera, te ayudo.
Se agachó y empezó a
ayudarme con las hojas. Aunque no apartaba la vista del suelo, podía sentir mi
sien muy cerca de la suya. Cuando Jacob se estiró un poco para alcanzar un
folio, se rozaron accidentalmente y el vello se me puso de punta. Intenté
evitarlo con todas mis fuerzas, pero ya solo pude concentrarme en eso, hacía
mucho que no lo sentía. Mi mano buscaba las hojas como si lo hiciera a ciegas,
hasta que la suya se posó encima. Mis ojos se alzaron sin pedirme permiso y,
por un instante, se engancharon con anhelo en los suyos. Entonces, mi coraza de
hierro vaciló un poco y me asusté.
Me levanté rápidamente, dejando
caer todos los folios que había recogido, y me alejé de él. Jacob se puso en
pie con lentitud, estudiándome con la mirada.
―Nessie, quiero hablar
contigo ―me pidió, dando la vuelta a la mesa para no pisar las hojas y ponerse
frente a mí.
―No ―contesté con un
murmullo, girándome.
―Por favor ―imploró con
impaciencia, sujetándome el hombro por detrás.
En ese momento, mi familia
entró por la puerta como una estampida de vampiros y vi el cielo abierto. Me
zafé de él y me dirigí a ellos para
saludarles efusivamente.
Jacob me miró enfadado y
entró en la cocina. Mi corazón se encogió bajo su coraza.
Mi padre se acercó a mí y me
llevó detrás del piano.
―Sé que no es de mi
incumbencia, pero creo sinceramente que te estás equivocando ―me susurró muy
bajito, mirándome con sus dulces ojos dorados, tristes.
―Papá ―suspiré a modo de
queja.
―Yo pasé por algo parecido
una vez y te digo…
―No tengo ganas de
discursos, ¿vale? ―protesté, alejándome de él―. Ahora no, por favor.
―Está bien ―exhaló, dejando
caer la mano.
Me aproximé a la zona de la
mesa y recogí todos los folios del suelo. Antes de que me pusiera a ordenar mi
trabajo, Jacob salió de la cocina en dirección a las escaleras.
―¿Adónde vas? ―le pregunté
con curiosidad.
―Me voy a dormir ―contestó,
aún enfadado.
―¿Ya? Pero si no has cenado…
―No tengo hambre ―dijo,
subiendo los peldaños.
Me quedé mirando un rato la
escalera con cara de tonta para ver si bajaba, mordiéndome el labio con
inquietud.
Giré mi rostro y me centré
en ordenar mi trabajo, pero no daba pie con bola. Terminé tirando los papeles
encima de la mesa, desesperada. Ya los ordenaría.
―Me voy a la cama ―comuniqué
a mi familia.
―¿Ya? ―interrogó mamá―. Si
no has cenado.
―No tengo hambre ―respondí,
subiendo las escaleras.
Cuando llegué al vestíbulo
de la tercera planta, Jacob estaba apoyado en la pared, esperándome, con la
vista pensativa clavada en el suelo. Se incorporó al verme y se quedó
aguardando mi llegada con los brazos en jarra, moviéndose nervioso.
Respiré hondo y me acerqué a
él.
―Yo… solo… Solo quería darte
las buenas noches antes de transformarme ―murmuró.
Él también odiaba estar
enfadado, como yo.
―Ah. Sí, claro ―le sonreí
mientras abría la puerta de mi dormitorio y la traspasaba hacia atrás―. Buenas
noches, Jake.
Asintió, suspirando por la
nariz, no muy conforme, y cerré suavemente.
Me apoyé en la puerta,
apretándome fuerte el pecho con la mano, y, como todas las noches, me dirigí al
vestidor apresuradamente y sin pensar para ponerme el camisón.
A la mañana siguiente,
respiré tranquila cuando miré por la cristalera de mi dormitorio y vi el día
soleado. Había alguna nube, pero se veía el sol. Casi me parecía un milagro,
con el día tan horrible y frío que había sido el anterior. Rachel y Paul habían
tenido mucha suerte, no iba a llover en su boda. Sí, aquí en Forks, eso era
todo un prodigio.
Jacob ya se había marchado.
Hoy se iba de patrulla con su manada por la mañana, ya que por la tarde tenía
que ayudar a Billy y a Rachel con los últimos preparativos de la boda, así que
no le vería hasta la ceremonia.
Después de ducharme y
adecentarme un poco, bajé a desayunar. Se me hizo muy raro hacerlo yo sola y,
como era para mí únicamente, no me preparé nada especial, unos pocos cereales.
Recogí lo poco que había
ensuciado de la cocina y me dirigí al salón. Nahuel me esperaba sentado en el
sofá.
―Buenos días, ¿qué tal has
dormido? ―me preguntó, sonriente.
Mal, como todas estas ciento
veintinueve noches.
―Bien, aunque estaba un poco
nerviosa, la verdad ―mentí y después reconocí―. ¿Dónde está todo el mundo? ―quise
saber cuando me percaté de que no había nadie en el edificio.
―Se han ido… de excursión ―respondió.
―¿De excursión?
Qué raro. Nadie me había
dicho nada.
―Sí, me dijeron que vendrían
a mediodía.
―Ah.
―¿Te apetece hacer algo hoy?
―Hoy será imposible. Tengo toda
la tarde ocupada. Rosalie quiere hacerme un peinado especial para la boda y
tengo que dejar que Alice experimente con mi cara para maquillarme ―resoplé―.
Bueno, si llegan a tiempo, claro ―fruncí el ceño, extrañada.
Nahuel se rio.
―¿Y qué te parece si damos
un paseo ahora? ―me propuso.
―¿Ahora? Vale ―acepté―. Un
paseo me vendrá bien para relajarme.
―De acuerdo ―dijo,
levantándose de su asiento―. Vamos, entonces.
Me hizo un gesto con la mano
para que yo pasara delante de él y salimos de la casa.
Nos adentramos en el bosque
en silencio, con paso tranquilo. Arranqué una ramita fina y larga y la usé para
entretenerme un poco con ella. Me salió una risilla interna cuando recordé el
juego del palo con Jacob de hacía dos semanas.
―¿Por qué te pone tan
nerviosa esta boda? ―me preguntó de repente, trayéndome de vuelta a la Tierra.
―Bueno, en las bodas todo el
mundo está un poco nervioso, ¿no? Además, en esta Jacob y yo somos los
padrinos. Supongo que también será por eso ―me encogí de hombros.
―¿Es la primera vez que vas
a una boda quileute?
―No, qué va. Ya estuvimos en
la de Sam y Emily hace tres años ―sonreí al evocarla―. Son unas ceremonias
preciosas, al atardecer, con la luz del sol… No sé, tienen algo que me parece
tan mágico ―confesé―. Siempre me han encantado estas bodas.
―¿Tanto te gustan?
―Pues sí.
―¿Más que las
convencionales?
―Sí, mucho más.
―¿Cómo te gustaría que fuese
la tuya?
―¿Mi… mi boda? ―me quedé un
poco sorprendida ante su pregunta―. No sé qué decirte, la verdad. Ni siquiera
sé si me casaré algún día…
Me dio un vuelco al corazón
cuando vi que habíamos llegado a mi rincón favorito. Hacía mucho que no venía
aquí con Jacob.
Nahuel se paró en seco
frente a mí. En su mirada había algo que me asustaba un poco.
―Renesmee, me gustaría que
vinieras conmigo a Chile ―me espetó de sopetón, cogiéndome de la mano.
La ramita se me cayó al
suelo y me quedé sin habla. Esto no me lo esperaba para nada.
―¿Irme contigo? ―murmuré.
―Sí, allí podría enseñarte
muchas cosas. Después podríamos viajar y nos podríamos instalar donde tú
quisieras…
―Espera, espera ―le corté,
confusa―. ¿Qué me intentas decir? No… no te entiendo.
No sé por qué lo pregunté.
No quería oír la respuesta, ya me la imaginaba y no me hacía ni pizca de
gracia.
―Quiero que seas mi esposa,
Renesmee.
Noté cómo me quedaba de
piedra. ¿Por qué me pedía esto? Nos conocíamos de muy poco tiempo.
―Yo no… Te dije que si
salíamos, era solamente como amigos ―intenté soltarme de su mano con
delicadeza, no quería herir sus sentimientos, pero no me dejó―. Creí que había
quedado claro.
Nahuel se aproximó un paso
hacia mí y, cuando retrocedí, mi espalda se vio atrapada contra un árbol.
Podía ver nuestro tronco
enfrente de mí. Ese tronco en el que Jacob y yo habíamos pasado tanto tiempo
juntos.
―Me gustas mucho, Renesmee ―murmuró,
acariciando mi mejilla.
Mi cara reaccionó con
retracción y la pulsera empezó a vibrar fuerte.
―Pero yo solo te veo como un
amigo, Nahuel ―afirmé.
―Los sentimientos aparecen
con el tiempo ―sostuvo con voz dulce―. Lo único que te pido es que te vengas
conmigo una temporada para conocernos más a fondo, en mi medio. Si no te gusto,
puedes volver cuando tú quieras.
¿Podía ser? Al principio
veía a Jacob como un amigo. Aunque, claro, no era un simple amigo, era mi mejor
amigo, y yo era una niña pequeña. En cuanto crecí, lo empecé a ver de otro
modo.
―Yo, no sé…
―Con el tiempo, te gustaré ―susurró,
empezando a acercar su rostro al mío.
Mi primera reacción
instintiva fue de rechazo, pero, ¿y si era verdad? ¿Podía ser que me gustase
algún día, como me había pasado con Jacob? No, Jacob era especial, él… Me
regañé a mí misma. Jacob, Jacob, Jacob, otra vez ese goteo en mi mente. ¿Por
qué me tenía que acordar tanto de él en un momento como este? Él y yo nunca
estaríamos juntos, ¿qué tenía de malo si lo intentaba con otra persona? Es más,
tenía que intentarlo, tenía que olvidarme de él de una vez por todas.
El rostro de Nahuel cada vez
estaba más cerca. Apreté los puños con fuerza, preparada para aceptar su beso,
sin hacer caso de la pulsera. No pasaba nada por probar. Puede que me gustase.
No obstante, mis ojos no
podían apartarse de aquel tronco, ese rincón tan mágico y especial. De repente,
todo estaba oscuro y parecía que un foco iluminara ese rincón, como si fuera el
escenario de un teatro esperando a que sus verdaderos protagonistas entraran en
escena.
Ese sitio era una especie de
santuario para nosotros. ¿Iba a besarme allí con otro? ¿Con nuestro tronco como
testigo de mi traición? Me volví a reñir a mí misma. ¿Qué traición? No, yo no
estaba traicionando a nadie.
Nahuel pegó su frente a la
mía. Me empecé a poner nerviosa, pero no del modo que yo esperaba; me sentía
muy incómoda. Esos labios no eran los suyos, no era su rostro, ni sus ojos
negros que ayer me miraban tan de cerca. Ahora mismo, no sentía absolutamente
nada. No habían mariposas, ni energía, ni latidos descontrolados, nada. Solo
contrariedad y desasosiego.
Sí, había una traición, y
era conmigo misma; y un engaño hacia el chico que tenía delante en este
instante y que tampoco se lo merecía. Nahuel no era él, era otro,
como podría serlo cualquiera. Él era Jacob. Solo Jacob. Jacob, Jacob,
Jacob. Infinitamente Jacob.
Mi rostro se giró
automáticamente antes de que esos labios extraños se arrimaran a los míos e
interpuse mis manos en su torso para pararle. Nahuel se quedó quieto con su
boca a un palmo y me escapé de sus brazos. Mi aro de cuero por fin me concedió
una tregua y dejó de vibrar.
―Lo siento, no puedo ―murmuré,
llevándome la mano al corazón.
―Es por él, ¿verdad? ―quiso
saber, con el semblante claramente decepcionado.
Al ver su rostro, reparé en
lo mal que lo había hecho todo. Estaba tan concentrada en olvidarme de Jacob,
que, sin querer y sin darme cuenta, le había utilizado durante estos cuatro
meses. Ahora me sentía tan culpable y tan mala persona, que me apetecía que
cayera un rayo y me fulminara de lleno.
―Sí ―admití con un susurro.
Nahuel se apoyó en el árbol
y suspiró con frustración.
―Perdóname ―intenté paliar,
avergonzada por mi sucesión de errores―. No quería que te hicieras ilusiones.
Tenía que haber sabido que algo así podía pasar.
―Eso no me importa, sabía
dónde me metía. Es solo que no lo entiendo ―declaró, serio―. ¿Es que te vas a
quedar toda la vida sola porque no puedas estar con él?
Mi mano se aferró con más
fuerza a mi sudadera y mi pulsera comenzó a vibrar otra vez, cosa que ya me
desconcertó un poco.
―No… no lo sé. De lo que sí
estoy segura es que todavía no estoy preparada para estar con nadie ―le
confesé.
―Mi oferta sigue en pie ―anunció
con decisión, acercándose a mí otra vez.
―No me voy a marchar
contigo, lo siento ―le aclaré―. No puedo estar lejos de Jacob.
―Tú no tienes la culpa de
que él esté imprimado de ti, tienes que vivir tu vida ―afirmó, alzando la mano
para acariciarme la mejilla de nuevo; aparté el rostro para que no lo tocara y
su mano quedo suspendida en el aire, hasta que la bajó.
―No, no es eso. Soy yo la
que no puedo estar sin él ―le expliqué.
―Sabes que nunca podréis
estar juntos ―me dijo con sobriedad―. Tú no eres adecuada para él, tienes que
aceptarlo.
Mi corazón se retorció al
tener que escuchar tan amarga verdad. Yo misma sabía que era así, sin embargo,
fue especialmente duro oírlo en boca de otra persona.
―Lo sé… ―reconocí con un
nudo en la garganta―. Pero, aun así, estaré a su lado como su mejor amiga para
siempre.
―Eso solamente te hará daño.
Lo mejor es que te vengas conmigo ―repitió con obstinación.
―Lo siento, Nahuel ―murmuré,
mirándole a los ojos con convicción―. Nunca le dejaré.
―Piénsatelo, por lo menos.
Esperaré hasta entonces.
Sabía que la culpa era mía,
pero, por alguna razón, no me gustaba su tono de obcecado empecinamiento, ni la
insistencia de mi pulsera. Tendría que aceptar mi rechazo, le gustase o no.
―No tienes que esperar. Mi
decisión ya está tomada ―le aseguré.
―Está bien. Te daré más
tiempo, entiendo que todavía es pronto ―insistió, terco.
―No, Nahuel. No voy a pensar
nada. No me voy a ir contigo, lo tengo decidido ―ratifiqué, un poco molesta por
su insistencia―. Y ahora, si me disculpas, me quiero ir a casa. Tengo que
preparar algunas cosas para la boda.
Comencé a caminar.
―Renesmee ―me llamó. Me paré
y me giré―. Te acompaño, no quiero que vayas sola.
―Está bien ―asentí, cansada.
Esperé hasta que llegó a mi
lado, y nos encaminamos hacia mi casa con paso ligero y en un incómodo
silencio. Cuando llegamos, fue un alivio ver que mi familia ya había regresado
de su excursión. Saludé a todo el mundo y me subí a mi cuarto para poner a
punto mi vestuario.
CRISTAL
―¡No, eso no! ―protesté
enérgicamente―. ¡No quiero parecer un cuadro!
―¿Te quieres callar y
dejarme trabajar? ―resopló Alice, cansada de mis continuos movimientos faciales―.
Ya verás cómo no pareces ningún cuadro, este maquillaje es muy suave, casi no
se nota.
―Si no se nota, ¿para qué me
lo voy a echar? ―critiqué.
Alice suspiró, frustrada.
―Ya verás cómo te deja. Vas
a estar preciosa ―le apoyó mamá.
―Gracias, cielo ―le
agradeció mi tía con una sonrisa de satisfacción perfecta.
―Bueno, pero no me eches
mucho ―cedí a regañadientes.
―Que no… No seas pesadita,
¿quieres? ―masculló―. Y ahora relaja la cara para que pueda extendértelo bien.
Hacer eso con mi tía Rosalie
dándome tirones supersónicos en el pelo, iba a ser un poco difícil. Ya la había
avisado de que no quería recogidos ni nada complicado. A saber lo que me estaba
haciendo, para colmo, no me dejaban verme en el espejo. Suspiré para mis
adentros y cerré los ojos, dejándome hacer sin remedio.
―Ya está ―dijo Rosalie.
―¿Ya? ―pregunté,
sorprendida.
Si solo habían pasado cinco
minutos.
―Yo también he terminado ―anunció
Alice, dando un último retoque como si de un pintor se tratase.
―Estás maravillosa, cariño ―declaró
Esme, dejando ver sus hoyuelos al sonreír.
―Mírate, ya verás ―dijo
mamá, señalando el espejo con la cabeza.
Me giré y parpadeé,
asombrada.
Mi tía Alice no me había
recargado para nada. Mi rostro ya lo era, para qué nos íbamos a engañar, pero
ahora parecía de porcelana fina. Me había maquillado los párpados con unos
contrastes de azules que hacían resaltar el color café con leche de mis ojos,
rematados solamente con un poquito de rimel, y en los labios me había puesto un
sencillo brillo.
―Me encanta, Alice ―reconocí,
sonriendo abiertamente.
―¿Lo ves? ―esta pegó un
saltito, dando palmaditas, y luego se inclinó, sujetándome por los hombros para
mirarme a través del espejo―. No te he recargado nada. Además, pensé que a
Jacob le gustaría algo así.
El maquillaje no fue
suficiente para disimular el rojo súbito que coloreó mi cara.
―Eso no…
―Bueno, y ahora mírate el
pelo ―me cortó Rosalie, ansiosa porque viera su creación.
Me pasó el espejo de mano y
me miré por detrás.
Mi pelo lucía liso. No, lisísimo.
Y capeado. Ahora se veía un poco más largo, me llegaba hasta la cintura.
Brillaba como nunca antes, parecía bronce de verdad, y estaba mucho más sedoso
y suave que normalmente.
―¡Está genial, Rose! ―exclamé―.
¿Qué le has echado? ¿Cuándo me lo has cortado?
―¿Te gusta así? Porque si
no, te cambio el peinado.
―No, me encanta ―reiteré con
alegría, pasándome los dedos entre el pelo.
Mi tía se rio con
complacencia.
―No te corté mucho, solo te
arreglé un poco las capas, con el pelo liso se notan más. Te eché mascarilla,
un líquido alisador y, por último, un poquito de cera para un acabado perfecto.
―¿Te ha costado mucho
alisarlo? ―quise saber para futuras veces.
―Para nada ―afirmó―. Tus
rizos ya no son lo que eran. De pequeña lo tenías bastante rizado, sin embargo,
ahora tu rizo es mucho más abierto. Podrías llevarlo liso cuando quisieras.
―Qué guay ―me sonreí ante el
espejo.
―Deja que te vea ―dijo
Alice, quitándome la toalla de los hombros y tomándome de las manos para
ayudarme a ponerme de pie. Me alzó un brazo y me hizo dar una vuelta como si
fuera una bailarina para observarme, mientras ambas nos reíamos―. Sí, estás
preciosa ―entonces, levantó un poco mi vestido―. Y las medias y los ligueros
son lo más. ¿Ves qué bonitas hacen tus piernas?
―Bueno, pero eso no se lo va
a ver nadie. No sé por qué te has empeñado en que se lo pusiera, podía haberse
puesto un panty ―criticó mi madre.
―Nunca se sabe. A lo mejor
Jacob…
Alice cerró el pico en
cuanto mamá le miró con cara de asesina, así que no me hizo falta abrir el mío
para protestar, aunque de poco me iba a servir, porque los colores me
traicionaban.
―Charlie está a punto de
llegar ―anunció Esme―. Puedo oír su coche.
―Sí, es cierto ―confirmó mamá―.
Venga, cielo. Vamos abajo para recibirle, ya verás cuando te vea.
Me atusé un poco el pelo y
me eché un último vistazo. Salimos las cinco del baño y bajamos las escaleras
hasta el salón.
Mis tíos, Carlisle, mi padre
y Nahuel sonrieron al verme.
―Vaya, estás realmente
preciosa ―me susurró papá cuando llegué a su lado, y me dio un beso en la
mejilla―. Espero que ese lobo sepa comportarse esta noche ―dijo con el rostro
más serio.
―Papá ―protesté con un
cuchicheo entre dientes, otra vez colorada.
¿Por qué les daba a algunos por
pensar que iba a pasar algo entre Jacob y yo?
―Seguro que aprovecha que yo
no puedo ir hasta allí ―me contestó―. Menos mal que va Charlie.
―No va a pasar nada, entre
otras cosas, porque estaremos rodeados de gente, así que puedes quedarte
tranquilo.
―Como si eso fuera un
impedimento para él ―suspiró.
―¿Qué quieres decir? ―pregunté,
extrañada.
―Nada ―volvió a espirar―.
Oh, Charlie ya está aquí.
Acto seguido, se oyó el
coche de mi abuelo pasando los árboles y aparcando frente al porche.
Mamá fue a recibirle y le abrió
la puerta.
―Hola, papá ―le saludó, dándole
un efusivo abrazo.
―Hola, hija ―mi abuelo le
dio un beso y se quedó mirándome boquiabierto―. ¡Cariño, estás impresionante!
Se acercó y me dio otro beso
a mí. Casi parecía que tenía miedo a tocarme, como si me fuera a romper o algo.
―Gracias, abuelo ―y le devolví
el beso.
―Bueno, ya veo que estás
lista. ¿Nos vamos ya?
Me agarré de su brazo y
sonreí.
―Cuando quieras.
El sol ya estaba bajo,
preparado para su puesta en escena, como el director de una orquesta que espera
quieto con la batuta hasta que da paso a la obra. Los escarpados acantilados de
las islas, que se veían algo más pequeñas debido a la distancia que había desde
el extremo sur de la medialuna de la playa en el que nos encontrábamos, estaban
bañados por los rayos naranjas del astro rey, contrastando con las zonas
oscuras que quedaban en sombra.
Había un murmullo
generalizado de excitación. Yo estaba hecha un flan. Estaba en mi puesto, junto
a Paul, esperando a que llegara la novia. Charlie tenía mi chaqueta; me la
había quitado, pues al lado de la enorme hoguera y del novio, que desprendía
calor por los cuatro costados de lo nervioso que estaba, me estaba asando.
Hasta que Rachel no llegara,
todos los ojos estaban puestos en nosotros y eso me hacía estar más
intranquila. Jacob no estaba, porque era el encargado de empujar la silla de
Billy por la pasarela de tablones de madera que habían colocado sobre la arena
para que pudiera llevar a su hija hasta el altar.
El Viejo Quil también
esperaba de pie, apoyado sobre su bastón de castaño, frente a nosotros. Iba
ataviado con un traje tradicional quileute y no hacía más que mirar al
horizonte del mar y a la puesta de sol con preocupación, seguramente estaba calculando
el tiempo que tendría para dar su discurso nupcial.
Una de las dos damas de
honor, encargadas de tirar pétalos ante el paso de la novia, era Rebecca, la
otra hermana de Jacob y gemela de Rachel. Como estaba casada con un surfista
samoano y vivía en Hawai, solamente venía una vez al año, en verano, con su
marido y sus tres críos ―según Jake, monstruitos― a pasar un par de
semanas a La Push para estar con su familia. Ella no había sabido de mi
existencia hasta hoy, ya que no sabía nada de lobos gigantes ni vampiros. Ahora
que mi crecimiento se había estabilizado bastante y ya no había peligro, Billy
me había presentado como una amiga de Jacob. Tampoco le pudo decir que era la
nieta de Charlie, ya que se suponía que ella era un año mayor que mi madre y,
claro, teniendo en cuenta que yo aparentaba casi veinte años y mi madre tendría
que tener veinticinco, las cuentas no salían. Era un poco tímida, pero me cayó
bien.
Algunos miembros de las
manadas no estaban, tenían guardia por el bosque, aunque se habían repartido
los relevos para que ninguno faltara a la boda.
Miré a mi lado para ver cómo
estaba el novio. Paul rozaba el histerismo. Se balanceaba, impaciente, moviendo
las manos sin parar, sin saber qué hacer con ellas. Quitando eso, estaba muy
guapo. Los novios quileute también iban de blanco. Llevaba una camisa de lino
color hueso, de manga larga, que caía sobre unos pantalones a juego, e iba
descalzo, como todos los presentes.
De repente, la pequeña
orquesta empezó a tocar la marcha nupcial quileute ―una sencilla música
tradicional india tocada con instrumentos típicos de viento y percusión― y el
rostro de Paul se iluminó como si viera el sol por primera vez.
Giré la cabeza para fijarme
en la novia, al igual que el resto de invitados, pero mis ojos tropezaron en el
camino con otro objetivo y se quedaron inamovibles en él.
Mis pupilas no se apartaron
en ningún momento de Jacob entre aquel reflujo de pétalos rojos y rosas, ni
siquiera reparé en cómo iba Rachel, y mucho menos en sus damas de honor. Me pareció
que estaba guapísimo. Iba igual que Paul, solo que su camisa era marrón oscuro
y sus pantalones eran de color crudo. Estaba elegante e informal al mismo
tiempo. Noté que mi cara reflejaba mi deslumbramiento, sin poder hacer nada
para evitarlo. Tuve que recordarme a mí misma que tomara aire para no ahogarme.
Sin embargo, el oxígeno se
me quedó en la mitad de la garganta en el momento en que Jacob me vio y clavó
sus ojos en mí. Se quedó mirándome embobado, como yo a él, y hubo un momento en
que se paró con la silla en mitad de la pasarela, hasta que su hermana le dio
un pisotón para que siguiera la marcha.
Cuando llegaron al altar, solamente
sé que Rachel iba de blanco, tenía muy cerca a Jake como para fijarme en nada
más. Billy dejó a su hija con Paul, y Jacob lo condujo hasta la fila de
invitados para colocarse después en su puesto, junto a su hermana.
Paul y Rachel se cogieron de
la mano sin dejar de mirarse y nosotros nos quedamos un paso por detrás.
Intenté dominarme, pero se
me escapó una mirada que planeaba fugaz y que Jacob atrapó sin ningún problema
con la suya; otra vez me quedé sin respiración.
El Viejo Quil carraspeó para
llamar la atención de los cuatro y bajé de mi nube, apartando mis ojos
rápidamente hacia el suelo, ruborizada. Aferré mi bolsito de mano con fuerza,
como si así fuera a transmitírmela a mí.
―Queridos hermanos y amigos ―empezó
el Viejo Quil, con su tono majestuoso―, estamos reunidos frente a esta hoguera
y esta puesta de sol para dar paso al nacimiento de algo nuevo y maravilloso ―hizo
una pequeña pausa en la que se oyó el chasquido del fuego―. Desde el principio
de los tiempos, todos los elementos de la tierra, el aire y el agua han tenido
y tienen un ciclo. Con el sol como testigo y símbolo ―alzó la mano para señalar
el astro rey, que ya empezaba a ocultarse en el mar―, hoy se cierra uno para
dar comienzo a otro más hermoso y prodigioso. Rachel y Paul van a iniciar una
vida juntos… van a forjar los cimientos de… que les dará…
Sus palabras se iban
apagando en mi cerebro conforme mis ojos se alzaban y miraban de reojo a Jacob;
hasta que todo se quedó en silencio. Mi mente solamente se centró en la imagen
que mis pupilas le proyectaban.
Los leños que formaban la
pira pertenecían al bosque, así que las llamas eran rojas. El enorme fuego y la
puesta de sol creaban un ambiente mágico y romántico. Los reflejos naranjas de
ambos se reflejaban en sus ojos negros y en su rostro perfecto. Con cada
chasquido de la hoguera, salía una explosión de chispas, parecían luciérnagas
bailando a su alrededor.
Mi aro de cuero vibró
suavemente. Por un momento, me imaginé en el puesto de Rachel, con Jacob
haciendo el papel de Paul. Mi corazón pegó un salto al ver la película en mi
cabeza y mi rostro se volvió hacia él para verla más nítida. Jake iba entero de
un blanco roto, el color del lino resaltaba aún más su preciosa tez cobriza, y
el níveo color de mi vestido y de mi corona de flores se reflejaba en la sedosa
piel de su rostro y en sus ojos cuando me observaban, felices. Era la boda que
yo quería, nuestra boda. Jacob se percató de mi cara atontada y giró la suya
para clavar sus ojos en los míos con una mirada nueva. Mi pequeño bolso se me
cayó en la arena cuando adiviné que él estaba pensando lo mismo que yo. Era
como si me mirase en un espejo y saliera él.
El sol se hundió del todo en
el agua y las llamas permanecieron para hacer las veces de una vela colosal.
Todo desapareció, quedamos Jacob y yo, los dos solos, con la danza de las
luciérnagas de fuego rodeándonos, incitándonos a que nos acercáramos.
Un golpe sordo me sobresaltó
y regresé al planeta Tierra. Giré mi rostro súbitamente y las palabras del
Viejo Quil sonaron altas y claras. Michael y Nathan, dos de los chicos de la
manada de Sam, habían echado más leña y estaban azuzando el fuego para que no
se apagase. Las chispas y cenizas volaron hacia arriba, apagándose en su camino
al oscuro cielo. Cuando terminé de despejarme del todo y volví a prestar
atención a los novios, Rachel estaba acabando de ponerle el anillo a Paul en el
dedo ―anillo que terminaría colgando de la cinta de cuero de su tobillo al día
siguiente― y él hizo lo mismo con ella.
―Yo os declaro marido y
mujer. Puedes besar a tu esposa ―concluyó el Viejo Quil.
Paul y Rachel obedecieron
encantados y todo el mundo aplaudió. Los integrantes de las dos manadas también
aullaban y se reían.
Unos farolillos, extendidos sobre
nuestras cabezas como una telaraña que se sujetaba con una serie de postes de
madera, se encendieron y las chicas solteras empezaron a congregarse corriendo
para el lanzamiento del ramo. Me quedé mirando cómo se peleaban las unas con
las otras para coger el mejor sitio. Al final, ya fuera en una boda
convencional o en una quileute, las chicas solteras eran chicas solteras.
―¡Venga, Nessie! ―me instó
el Viejo Quil―. ¡Te vas a perder el lanzamiento! ¡Corre, corre! ―me azuzó,
empujándome hacia la muchedumbre.
Sin quererlo, me vi entre
todas esas muchachas. Ahí estaba yo, en primer plano, en una situación que no
me interesaba para nada. Leah esperaba su momento con ansia, se notaba su
reciente enamoramiento. Me moví un poco y me puse en el extremo más alejado del
tumulto.
Rachel nos dio la espalda y
lanzó su ramo hacia atrás.
Genial.
―¡Demonios, qué suerte,
Nessie! ―exclamó Leah cuando vio el ramo en mis manos.
―Ya te digo ―suspiré.
Rachel se giró y me guiñó el
ojo. Me lo había lanzado a propósito. Estupendo, ahora estaba tan roja como la
hoguera. Menos mal que parecía el reflejo de la misma y podía disimular.
Jacob me sonrió y mi rostro
se encendió aún más. Iban a salirme chispas, también, como siguiera así.
Esas chicas y las prometidas
de los componentes imprimados de la manada me rodearon para hacerme bromas y felicitarme.
Lo que faltaba.
―Bueno, bueno, ¿puedo hablar
con ella? ―protestó Jake, haciéndose hueco entre la madeja de cuerpos.
―Sí, claro. Ahora tendréis
mucho de lo que hablar ―contestó Sarah con una risilla.
Todas las chicas salieron en
estampida, riéndose.
―Toma, tu bolso.
―Ah, gracias.
Lo cogí, otra vez ruborizada
al recordar la razón por la que se me había caído.
―No te lo he podido decir
antes, pero estás… Estás preciosa ―murmuró, mirándome alelado.
―Tú también estás muy guapo ―reconocí,
escapándoseme una sonrisa bobalicona.
―Sí, ¡si supieras qué calor
tengo! ―resopló, poniendo los brazos en jarra.
―Pues súbete un poco las
mangas. A ver, cógeme esto ―le di el bolsito y el ramo, y le así una de las
muñecas.
Le fui doblando la manga
para subírsela y repetí la acción con el otro brazo.
―Qué bolso más pequeño, ¿te
entra algo aquí? ―se rio, levantándolo para mirarlo.
―El móvil y las llaves de
casa.
Escuché las risillas de las
chicas al vernos y me separé de él.
―Bueno, chicos ―irrumpió
Charlie―. Tenéis que iros a la mesa, los novios ya se van a sentar para cenar.
―¿Ya? ¿No se sacan fotos, ni
nada?
―Cariño, han sacado fotos
durante toda la ceremonia, ¿no lo has visto? ―me informó mi abuelo.
La verdad es que ni me había
dado cuenta. Gemí para mis adentros cuando caí en la cuenta de que saldría
mirando a Jacob con cara de atontada en todas las fotografías.
―Vamos… vamos a cenar ―dije
para cambiar de tema.
Agarré a Charlie del brazo y
los tres nos dirigimos a la pequeña carpa instalada en la arena.
Jacob y yo nos sentamos en
la mesa junto al reciente matrimonio. Yo junto a Paul y él junto a Rachel.
La cena fue una sucesión de
platos compuestos de salmón, mariscos y otro tipo de pescados, hechos por
algunas mujeres de la tribu, entre las que destacaba Sue, que era muy buena
cocinera. Charlie le guiñaba el ojo a su novia, orgulloso, cuando esta pasaba
por su lado con algún plato.
Billy no hacía más que
reírse de las anécdotas que Jake y Paul contaban de sus peleas y luchas con
vampiros. Yo no le veía tanta gracia, y Rachel tampoco.
Después de que Billy diera
unos golpecitos en su vaso y pronunciara un pequeño y emotivo discurso en el
que no faltaron los típicos besos y abrazos paternos a su hija, los novios
procedieron a cortar la enorme tarta de cinco pisos y se pasó a la entrega de
regalos. Cada uno dio lo que pudo. Unos entregaron sobres con dinero, otros
regalaron objetos artesanales y otras cosas.
Jacob y yo no nos
complicamos, le dimos nuestro sobre con una suma de dinero que pusimos entre
los dos por partes iguales. Jake había insistido en que lo ponía todo él, pero
me negué en rotundo. Le llegué a decir que si no era así, no iba a la boda. Así
que no le quedó otro remedio que aceptar.
El momento del baile llegó
pronto y la multitud salió a la verbena. La pequeña orquesta empezó a tocar y
Paul y Rachel abrieron el primer baile alrededor de la hoguera. Luego, se unió
más gente.
Había barra libre, así que
Jacob y yo nos acercamos para tomar algo. Estaba abarrotada, lo cual era genial
para mantener mis distancias con él. Los chicos que estaban allí se juntaron a
nosotros y me rodearon. Jake frunció el ceño y resopló.
―¡Nessie, estás guapísima! ―exclamó
Seth con su sonrisa animosa de siempre―. Si fueras morena, ya serías perfecta.
―Gracias, vosotros también.
Estáis todos muy guapos ―admití.
―Oye, ¿qué quieres, que te
lo pido? ―se ofreció Isaac.
―Un refresco de limón.
―¡Uno de limón! ―gritó la
voz de Shubael, que estaba delante de Isaac.
―¡Eh, que se lo iba a pedir
yo! ―protestó este, intentando apartarlo.
―¡A ti qué más te da, si es
barra libre! ―le replicó su hermano de manada, forcejeando para que no se le
pusiera delante―. ¡Seguro que si lo tuvieras que pagar…!
Jacob consiguió ponerse a mi
lado.
―Nessie, ¿quieres…
―…bailar? ―le cortó Thomas.
Este agarró el vaso de
cartón que me iba a pasar Shubael, se lo dio a Jacob y me condujo hacia la
playa, empujándome suavemente con la mano en la espalda.
―¡Eh! ―protestaron Jacob y
Shubael a la vez.
Jake miró a Thomas con cara
de malas pulgas y le devolvió el vaso a Shubael para iniciar la marcha hacia
nosotros, que ya estábamos bailando.
Rachel le interceptó.
―Jacob, tienes que bailar esta
conmigo.
―Ah. Sí, claro.
La canción terminó y Jake se
encaminó hacia mí. Nada más sonar la siguiente, vi que se me acercaba Cheran con
los brazos extendidos y corrí hacia él para bailar. Jacob se paró en seco y
resopló. Poco le duró el descanso. Rebecca lo agarró y le obligó a danzar por
la pista de arena con ella.
No me costó mucho mantenerme
ocupada bailando, los hermanos de Jake hacían cola para bailar con la madrina,
aunque las chicas también se peleaban por bailar con el padrino. Mientras
bailaba con Jared, hubo un momento en que le perdí de vista. La canción terminó
y este se marchó para bailar con Kim.
Le busqué con la mirada en
la zona de la barra, pero tampoco estaba. Me dio un escalofrío, la noche era
bastante fría. Bajé las mangas de mi chaqueta y me froté los brazos. Cuando
estaba a punto de comenzar otra canción, algo me sujetó por detrás, tapándome
la boca, y me arrastró a toda velocidad hacia los árboles que limitaban con la
playa.
Mientras intentaba proferir
unos chillidos, el brazo que me aferraba me dio la vuelta para descubrirme la
verdad.
―Soy yo, Nessie ―cuchicheó
Jacob, retirándome su mano de la boca.
―¡Jake, me has asustado! ―grité
en voz baja.
Quil, Embry y Seth se
asomaron para ver qué pasaba. Jacob les saludó con la mano y los tres
asintieron sonrientes para volver al baile.
―¿Qué pasa? ―quise saber.
―Nada, solo quería bailar
contigo.
Aquí solos, demasiado
peligroso.
―¿Y para eso me traes aquí? ―suspiré
y negué con la cabeza―. Podemos bailar ahí fuera, pero ahora no puedo. Le he
prometido un baile a Charlie.
Me disponía a dar la vuelta,
pero Jacob me agarró de la muñeca para impedírmelo.
―¿Por qué huyes de mí,
Nessie? ―protestó, enfadado, obligándome a quedarme frente a él.
―No huyo de ti ―afirmé con
seguridad, deshaciéndome de su amarre―. Es que hay mucha gente con la que tengo
que bailar, soy la madrina de boda.
―No estoy hablando de eso y
lo sabes ―señaló, frunciendo el ceño―. Llevas huyendo de mí desde que empezaste
a salir con esa garrapata.
Ahora sí que se ponía
peligroso. Tenía que salir de allí ya.
―No es verdad. Me parece que
lo que te pasa es que estás celoso ―le critiqué, girándome.
―Por supuesto que lo estoy ―reconoció,
impaciente. Se aproximó un paso y me sujetó por los hombros para ponerme otra
vez delante de él―. Cada vez que te veo con ese tipejo me muero de celos ―reconoció, matizando la palabra con un
rechinamiento de dientes―. No lo soporto.
Se acercó otro poco más a mí
y yo retrocedí, quitando sus manos de mis hombros.
Miró a un lado, algo
agitado, llevándose la mano a la nuca. De repente, volvió el rostro hacia mí y
se quedó mirándome fijamente.
―¿Te gusta ese tipo? ―me
preguntó, decidido.
Su actitud y su pregunta me
pillaron por sorpresa.
―No quiero hablar de esto ―le
dije, iniciando mi huida.
―Ah, no. Claro que sí ―exigió,
enfadado, abalanzándose hacia mí para cortarme el paso―. Vamos hablar de esto
de una vez por todas.
Me aferró por los brazos y
tuve que poner mis manos en su torso para mantenerle lejos.
―¿Te gusta? ―repitió.
―Es un chico muy agradable ―contesté
con voz segura, zafándome de sus manos.
Por lo menos, antes lo era.
―Venga ya, Nessie ―empezó a
acercarse a mí despacio, con paso firme―. ¿Agradable? Ni siquiera te atrae ―llevé
mis pasos hacia atrás, pero él no se detenía―. En cambio, yo sí te gusto,
¿verdad?
―Ya te dije que no ―le
respondí, retrocediendo.
―Mientes. Tienes miedo de
algo, por eso no quieres estar a solas conmigo ―adivinó―. No me dejas abrazarte,
ni tocarte, ni mirarte a los ojos.
―Los amigos no hacen esas
cosas ―alegué.
―Oigo cómo lloras por mí
todas las noches ―atestiguó―. Susurras mi nombre todo el tiempo, y cuando entro
en tu cuarto, siempre te veo agarrada a la almohada, llorando en sueños. ¿Eso
lo hacen las amigas?
―¿Tú… tú me oyes llorar?
¿Entras… en mi habitación? ―interrogué, sorprendida y ruborizada.
―Todas las noches, cuando me
llamas en sueños ―mi cara se iba quedando a cuadros a medida que hablaba―.
Entro, me siento a tu lado y te seco las lágrimas. Luego, parece que te calmas
y dejas de llorar, así que me vuelvo al pasillo para que tu padre no me mate.
No sabes lo impotente que me siento.
Mis pies se movían
torpemente, de lo pasmada que estaba. Había entrado todas las noches para
consolarme, sabía que lloraba por él. Seguramente el roce de sus dedos y su
olor era lo que me calmaba.
―Dime la verdad, Nessie ―se
paró para mirarme a los ojos. Aparté la mirada y me fijé en la espesura del
bosque―. ¿En serio quieres que seamos solamente amigos?
―Sí ―afirmé lo más segura
que fui capaz.
Frunció el ceño más
profundamente y caminó hacia mí con voluntad y apresuramiento, tuve que dar
marcha atrás con rapidez.
Mis piernas se detuvieron
cuando se toparon con un árbol, y me quedé atrapada entre este y Jacob, que ya
me había encarcelado con sus brazos al apoyar sus manos contra el ancho tronco.
Llevó sus dedos a mi mejilla
para acariciarla y los bajó lentamente para rozarme el cuello.
―¿Acaso no sientes nada
cuando hago esto? ―me preguntó en voz baja.
Todo el vello se me puso de
punta con esa caricia.
―Jake, por favor… ―imploré
con un hilo de voz para que se alejara.
―Llevas cuatro meses
rehuyéndome, ya me he cansado ―murmuró con ansiedad, pegando su frente a la
mía.
Una fisura apareció en mi
coraza y mi corazón sufrió un espasmo para latir alocadamente. Lo hacía a
trompicones, como si se hubiera olvidado de cómo tenía que palpitar y estuviera
aprendiendo a hacerlo de nuevo. La pulsera cobró vida y empezó a hacerme
cosquillas en la muñeca, se notaba que había esperado este momento con ansia. Aun
así, conseguí ladear un poco la cara.
―Siempre evitas mi mirada,
pero hoy no te dejaré ―me obligó a girar el rostro, con la mano, y clavó sus
pupilas en las mías con determinación―. Mírame a los ojos y dime que no me
quieres.
Las mariposas que había
enterrado todos estos meses resucitaron de repente al volver a ver mis adorados
y profundos ojos negros tan decididos y tan cerca. Salieron de lo más profundo
de mis entrañas y explotaron, haciendo que cada una de ellas se multiplicara
por mil. Toda mi coraza de hierro se resquebrajó en pedacitos como un simple
cristal.
Ahora no tenía protección,
mi blando corazón estaba al descubierto, se veía débil y vulnerable. Amarré mis
manos al tronco para obligarlas a no rendirse mientras Jacob seguía con las
suyas apoyadas para no dejarme escapar.
―Dime que no me quieres y no
te molestaré más ―murmuró al ver que yo no contestaba―. Lo aceptaré y seremos
solamente amigos para siempre.
Intenté decírselo, pero no
fui capaz. Me quedé muda, hipnotizada por sus resueltos ojos y por esa energía
que ya empezaba a rodearnos y que tanto había echado de menos. La pulsera
vibraba como loca, incitándome a ceder. Sus pupilas me llamaban, me reclamaban
como nunca antes.
―Es mejor que no estemos
juntos ―me forcé a decir con un murmullo.
―¿Por qué piensas eso? ―inquirió,
confuso―. ¿Es que crees que no te haría feliz?
―No, no eres tú. Soy yo ―confesé―.
No soy buena para ti. Soy destructiva, al final te haré daño.
―¿Qué estás diciendo? Eres
lo mejor que me ha pasado en la vida. Lo único que me hace daño es no estar
contigo ―garantizó con ojos seguros. Acto seguido, susurró―. Cada minuto que
estoy sin ti, muero un poco.
―Lo nuestro no puede ser… ―contesté,
convenciéndome a mí misma.
―Sí. Sí puede ―acarició mi
sien con su frente y empecé a hiperventilar sin poder evitarlo―. Somos almas
gemelas. Estamos hechos el uno para el otro, hasta eres un metamorfo como yo,
¿no lo ves? Hemos nacido para estar juntos.
―Si no sale bien, te haré
mucho daño ―le dije, intentando parecer convincente―. Yo no soy como tú, puede
que cuando pase el tiempo, todo se acabe. Y entonces tú sufrirás, no puedo
permitirlo.
―Si no sale bien, al menos
lo habremos intentado ―me susurró, volviendo a mis pupilas con determinación―,
y a mí siempre me quedará eso. No estaré toda la vida preguntándome qué habría
pasado y qué podía haber hecho. Además, esto es algo que tenemos que decidir
los dos, ¿no te parece? No es justo que tomes esa decisión por mí. Tengo
derecho a intentarlo ―acercó su rostro a mi mejilla―. Y yo quiero intentarlo.
Quiero que seas mi chica.
Las mariposas volvieron a
volar histéricas por mi estómago.
―No hagas esto… ―le supliqué
a modo de advertencia―. O acabaré haciéndote vivir un infierno.
―Me da igual. Si ese es el
precio que tengo que pagar, aunque sea para estar contigo un solo día, lo pagaré
con mucho gusto ―el calor de su aliento hizo que todo el vello se me pusiera de
punta otra vez y mis ojos se cerraron en respuesta―. Pero eso no va a pasar. No
tengas miedo, todo saldrá bien. Sé que tú también me quieres.
―No, no te quiero… ―mentí
con la poca voz que mi garganta me dejó proferir.
―Sí, sí me quieres ―me
contradijo con confianza a la vez que besaba mi mejilla con sus calientes
labios.
―No… ―intenté negar, aunque
ya me deshacía.
Empezó a bajar para recorrer
mi mandíbula y pasó a besarme el cuello. Toda mi alma se estremeció y aferré
mis manos al tronco con tanto ímpetu, que hice saltar unos trozos de corteza
sin querer.
―Entonces, dime que pare y
te dejaré ir ―susurró sin dejar de besármelo.
Mi cabeza se alzó sola
cuando su boca siguió y se deslizó por mi garganta. El aire ya se me salía de los
pulmones con audibles suspiros.
―Te deseo, Nessie… ―susurró
con anhelo, metiendo su mano entre mi pelo para amarrarlo.
Reptó por todo mi cuello con
pasión. La agitada respiración de ambos pasó a ser jadeante y mis uñas se
clavaron en el árbol.
Sabía que tenía que
frenarle, pero no podía. No quería que parase. Yo también le deseaba con toda
mi alma. El deseo que sentía por él seguía siendo inmenso e incontenible y
había renacido fuerte; en realidad, nunca se había ido. Había intentado taparlo
con mi coraza, retenerlo, pero todo había sido inútil. Yo siempre sería una
adicta a mi droga, a mi Jacob, y esta recaída era más intensa y dulce que nunca
como para poder resistirme. Ahora que lo había vuelto a saborear, era muy tarde
para echarse atrás y dejarlo otra vez. Por fin estaba con él, con sus labios,
sus manos, sus ojos, su ardor. Quería sentirlo por todo mi cuerpo, lo
necesitaba como el oxígeno, lo había ansiado toda mi vida. En ese mismo momento,
me di cuenta de que yo sería suya hasta el fin de mis días y la mota que me
quedaba de voluntad se derritió como un trozo de hielo en llamas. Ahora lo
quería todo para mí. Podía hacer conmigo lo que quisiera, yo me entregaría a él
sin dudarlo ni un segundo. La pulsera dejó de vibrar ante mi rendición.
El frío que había tenido
antes pasó a ser fuego, ahora todo mi cuerpo ardía junto con el suyo. Quería
que sus labios, su aliento y su lengua siguieran y quemaran mi cuello del todo.
Me despegué del tronco, obligándole a retroceder un paso, y me quité la
chaqueta, dejándola caer al suelo. Mis manos también se aferraron con avidez en
su pelo y en su espalda para acercarle más a mí y él colocó las suyas en mi
cintura más baja, apretándome contra su cuerpo. Me estremecí y exhalé
audiblemente al notarle tan adosado.
Dejó mi garganta y subió su
rostro para volver a pegarlo al mío. Nos clavamos la mirada el uno al otro,
ambos estábamos hambrientos y respirábamos agitadamente. Intentó abalanzar su
boca a la mía, pero retiré mi cara un poco hacia atrás y no le dejé. Todavía
no. Antes quería hacer una cosa que llevaba ansiando demasiado tiempo.
Arrastré mis manos hacia su
camisa, se la desabroché con agilidad y la abrí para dejar su impresionante
torso a la vista. Su respiración se aceleró aún más cuando deslicé mis palmas
despacio, empezando por abajo y subiendo con calma hasta su pecho, parándome a
tocar cada músculo, sintiendo su ardiente y tersa piel. Alcé mis insaciables
pupilas para que se volvieran a enganchar con sus ojos y arrimé mi frente a la
suya, acariciándosela con efusividad.
Lancé mis sedientos labios a
los suyos, pero ahora fue él el que los apartó antes de que llegara a tocarlos.
Era su turno.
Bajó la corta cremallera de
mi escote y comenzó a tocarme el pecho con su ferviente mano. El tejido del
sujetador era tan fino y su encaje tan transparente, que sentí sus caricias
como si no lo llevara puesto. Mis bronquios se excitaron y mi cuerpo se arqueó,
quedando mi cabeza hacia atrás, mientras él me sujetaba con la otra mano. Su
palma se arrastró segura por mi pecho y mi garganta, y llevó sus dedos hasta
mis labios para rozarlos con las yemas. Las besé y las lamí con furor, igual
que si fueran su boca.
La mano que tenía en mi
espalda me empujó hacia él con suavidad, aunque con firmeza, y nuestros rostros
se unieron de nuevo.
Aflojó un poco su presa,
colocando sus manos en mi cintura, y me mordió el lóbulo de la oreja, a la vez
que mis manos se perdían por su pecho y su cuello. Volví a palpitar cuando noté
su tórrida lengua. Su boca se movió hasta mi mejilla y me besó más despacio,
para seguir por mi mandíbula y mi barbilla con besos cortos y dulces. Escaló
sin prisa, hasta que por fin deslizó su labio inferior por los míos. Lo hizo
una sola vez, lentamente, de abajo arriba, elevando mi labio superior a su
paso, deleitándose en ese primer contacto. Todo mi ser se estremeció, jadeé al
sentir su abrasador aliento y el tacto de su labio, era extremadamente suave y
muy ardiente. Las revolucionadas mariposas hicieron explotar mi estómago y mi
corazón, ahora estaban en el Cielo. Sí, yo sería suya para siempre, ya no tenía
ninguna duda. Mis manos se repartieron entre su nuca y su espalda y me pegué más
a él.
En cuanto terminó, me moría
por sentir su boca otra vez. Acerqué mi labio para que hiciera lo mismo que
había hecho el suyo. Lo deslicé por sus suaves labios, rozándolos muy despacio,
de abajo arriba. Algo centelleó en mi mente, como el flash de una cámara
fotográfica que mostraba una serie de imágenes que pasaban a una velocidad
vertiginosa y que no conseguía ver bien. Nuestros ávidos alientos estaban
mezclados y se tocaban, ya se besaban con pasión. Mi corazón latía a mil por
hora, anheloso, y la energía que nos atraía hacia el otro cada vez era más
fuerte, más intensa. Entreabrimos más nuestras bocas y nuestros labios
empezaron a rozarse, moviéndose juntos.
Las imágenes desaparecieron
súbitamente; un conocido y fuerte carraspeo, tan inesperado como inoportuno,
nos hizo pegar un bote a los dos, del sobresalto, y nos tuvimos que separar de
inmediato. Me subí la cremallera de mi escote al instante y recogí mi chaqueta
del suelo, completamente ruborizada.
Charlie nos miraba
visiblemente enfadado y murmuraba algo ininteligible.
―¿Puedo bailar con mi nieta?
―preguntó al fin.
―Claro ―contestó Jacob,
sonriendo tan tranquilo.
Mi abuelo se acercó y
observó su camisa abierta con expresión malhumorada. Resopló y me tomó de la
mano, echándole una mirada asesina.
Mientras caminábamos, me solté
de Charlie para ponerme la chaqueta y miré hacia atrás. Jake estaba apoyado de
lado en el árbol, con las manos en los bolsillos de su pantalón de lino color
crudo, su camisa aún estaba abierta y me sonreía con esa sonrisa torcida suya
que me volvía loca. Mis mariposas revolotearon con ahínco, estaban impacientes
por rematar ese beso, me incitaban para que diera la vuelta y me lanzara a sus
brazos. En cambio, le sonreí tímidamente y volví la vista al frente.
―Nessie ―me llamó.
Mi rostro se giró de nuevo
antes de que terminara de pronunciar mi nombre y me paré en seco. Charlie
volvió a resoplar.
―Dime.
―¿Bailarás conmigo la
próxima canción?
―Bailaré contigo todas las
que quieras ―le contesté.
Nos sonreímos, mirándonos
atontados durante unos segundos. Mi abuelo tuvo que cogerme de la mano otra vez
para reanudar la marcha. No dejé de mirarle hasta que salimos a la playa y le
perdí de vista.
Charlie y yo nos adentramos
un poco en la pista de arena y nos pusimos a bailar.
Jacob salió de la arboleda,
con la camisa ya abrochada, y se apoyó en otro árbol para mirarme. En cuanto
terminara mi baile con Charlie, iría corriendo a sus brazos para terminar ese
beso.
Mi cara se llenó de chasco
cuando vi que las otras chicas lo rodeaban y se lo llevaban a la fuerza a la
arena para bailar con él. Todas querían bailar con el padrino de boda. Aquí era
costumbre bailar con los padrinos para tener suerte en el amor o algo así. Sin
embargo, solté una risilla. Era gracioso ver cómo un chico tan alto y fuerte
era dominado y reducido por unas cuantas muchachas sin poder hacer nada.
Lo malo es que tenía toda la
pinta de que ya no habría remate de beso. Entre su fila de chicas y la mía de
chicos para bailar, y la más que posible vigilancia a partir de ahora de
Charlie, iba a ser misión imposible. Para colmo, Jacob no dormía en mi casa
esta noche. Tenía que ayudar a desmontar todo y tenía patrulla por la mañana,
así que ya se quedaba en su casa a dormir; de paso, le hacía compañía a Billy, que
últimamente siempre dormía solo. Suspiré para mis adentros y me centré en el
baile con mi abuelo.
Charlie se fijó en que no le
quitaba ojo a Jacob y volvió a murmurar.
―¿Puedo preguntarte algo? ―soltó
finalmente.
―Claro ―contesté, aunque no
estaba tan segura, a juzgar por su expresión crítica.
―¿Tu madre…? ¿Tu madre…? ―de
repente, la cara de Charlie confirió un tono enrojecido que iba pasando al rojo
chillón por momentos―. ¿Tu madre te ha hablado de sexo?
―¡Charlie, tú no, por favor!
―exclamé, completamente avergonzada.
―Está bien, está bien ―refunfuñó―.
Es solo que antes… tú y Jacob…, bueno, ¿no iríais a…?
―Mamá ya me ha hablado de
todo eso ―le atajé la frase y, de paso, me ahorré la terrible vergüenza de
escucharla al completo.
―Pero, ¿ya habéis…? Quiero
decir, ¿alguna vez…?
―¡Abuelo! ―protesté, roja
como el fuego de la hoguera, que seguía encendida.
―Lo único que quiero es que
tengáis cuidado, eso es todo ―respondió con un tono pretendidamente tolerante.
Luego, empezó a hablar con rapidez, atropellando las palabras―. Sé que Jacob es
un chico muy atractivo y también sé que está imprimado de ti, o como se diga,
Sue ya me ha explicado todo eso de la… imprimación. Pero aunque ahora eres toda
una mujer hecha y derecha, no dejo de pensar que hace unos pocos meses eras una
niña, y me cuesta, Nessie, me cuesta ―murmuró algo que no entendí y resopló―.
Bueno, prefiero no pensar en tu crecimiento, no quiero saber nada de eso.
―No hemos hecho nada ―confesé
a regañadientes para que se quedara más tranquilo.
Suspiró, aliviado, y
asintió. Entonces, me pilló mirando a Jake otra vez y, por alguna razón, sonrió.
―Jacob te gusta mucho, ¿no? ―me
preguntó de repente, ya relajado.
Mi cara sufrió otro baño de
sangre.
―Sí ―reconocí tímidamente,
mirando a nuestros pies.
Mi abuelo se rio entre
dientes.
―¿Y estáis juntos?
Me quedé un poco pensativa.
¿Lo estábamos? Bueno, después de ese corto beso era una tontería negar la
evidencia de mi rendición.
―Sí ―asentí con una sonrisa
tonta mientras seguía mirando al suelo.
―Bueno, supongo que esto ya
se veía venir, siempre habéis sido inseparables. Me alegro ―declaró, sonriente―.
Jacob es el hijo de mi mejor amigo, para mí es como un sobrino, casi un hijo. Es
un gran chico ―de pronto, su rostro cambió―. Aunque un poco avispado, por lo
que veo. Tu padre tenía razón cuando me dijo que lo tuviera vigilado.
El aire se me salió
audiblemente de los pulmones.
―¿Papá te dijo que lo
vigilaras? ―quise saber, indignada.
―Y creo que hizo bien ―afirmó,
más serio.
En ese momento, la que
resopló fui yo.
La música dejó de sonar y
Charlie me soltó.
―Tenemos que irnos ―me
anunció.
―¿Ya?
Miré a Jake, que
correspondió mi mirada y me hizo un gesto con la mano para que me acercara.
Pero en cuanto di un paso, otra vez fue rodeado por la masa de chicas
desesperadas por tener suerte en el amor.
Y yo también me quedé
desesperada, porque me parecía que no iba a tener la suerte de poder terminar
ese beso.
CELOS
Me dio exactamente igual
cuando, desde mi cama, vi el cielo cubierto a través de la cristalera. Hoy no
me hacía falta el sol para ser feliz, ya tenía el mío personal, con el que
había quedado esta misma tarde.
Al final, casi no me pude
despedir de Jake, de tantos bailes que tenía que bailar con las chicas.
Hablamos lo justo para decirnos que nos veíamos esta tarde y poco más. Charlie
me trajo a casa.
Esta noche fue la primera en
cuatro meses en la que dormí mejor, aunque tardé en hacerlo. Estaba tan
emocionada por lo que había pasado, que no paré de darle vueltas a la cabeza,
las mariposas me invadían de vez en cuando y el sueño se iba. Estaba un poco
muerta de miedo, la verdad, puesto que seguía sin saber si yo podía ser buena
para él, pero aun así, me di cuenta de una cosa en la que no había reparado
hasta ahora. ¿Qué pasaba con las parejas de La Push? Mientras bailaba con los
chicos y miraba a Jake para ver si tenía oportunidad de acercarme, me fijé en
las novias de los imprimados. Ellas estaban tan felices, estaban con ellos sin
importarles el qué pasará, sabían que estarían juntos toda la vida. ¿Por qué no
iba a hacer yo lo mismo? Estaba harta de nadar contra esa potente corriente que
me llevaba hacia Jacob, harta de intentar escalar esa enorme cascada. ¿Qué
tenía de malo si me dejaba llevar hasta él? ¿Por qué iba a ser peor que Rachel,
Kim, Emily, Ruth, Martha, Sarah, Eve o Jemima? Y ahora ya había probado el roce
de sus labios, el tacto de sus manos en mi piel… Solo de pensarlo, todo mi
cuerpo se estremecía de nuevo. Era demasiado tarde para echarse atrás y
renunciar a él. Me negaba en rotundo. Jake tenía razón, teníamos que
intentarlo. Él quería hacerlo y yo no podía quitarle ese derecho. Además,
también quería darme una oportunidad a mí misma. Lo necesitaba. Estos meses habían
sido una época de oscuridad y ahora por fin volvía a ver el sol. Jacob y yo
estaríamos juntos para siempre. Hoy remataría ese beso y sería su chica de
todas, todas.
Una sonrisa tonta curvó mis
labios. Di la vuelta para ponerme boca arriba, me estiré y me levanté de un
brinco.
Dancé hacia el vestidor.
―A ver…, qué me pongo hoy… ―murmuré
con voz alegre.
Cogí mi blusa favorita, esa
azul claro que le encantaba a Jacob, unos vaqueros ajustados y una chaqueta
azul marino. Abrí el cajón de la ropa interior para tomar uno de mis conjuntos
y salí del cuartito, canturreando, para dirigirme al baño.
Después de darme una
relajante y cantarina ducha, me vestí y me desenredé el pelo.
―¡Rosalie! ―voceé, asomando
la cabeza por la puerta del baño―. ¡Rose!
Quería que me peinara y me
dejara el pelo perfecto para esta tarde.
―¡Rose! ―volví a gritar.
Resoplé al ver que no venía
y me encaminé hacia las escaleras para bajar al salón.
El único que estaba allí era
Nahuel, que estaba sentado en el sofá, leyendo el periódico.
―Buenos días ―me saludó, un
tanto serio.
―Buenos días. ¿Has visto a
Rosalie por algún sitio? ―le pregunté desde el primer peldaño de la escalera.
―Tu familia no está. Hoy
también se han ido de excursión.
―¿De excursión? ¿Otra vez? ―interrogué,
extrañada.
Qué raro. ¿Dos días seguidos
de excursión? ¿Y por qué no me habían dicho nada, ni se habían llevado a
Nahuel?
Suspiré audiblemente,
enfadada. Ya lo entendía. Esto debía de ser alguna treta para que me quedara a
solas con él. Ya era el colmo.
Pues yo no tenía ninguna
intención de darle baza, y menos después de lo que me había dicho ayer y de su
comportamiento obcecado.
Me di la vuelta y subí hasta
mi dormitorio para hacer la cama. Después, me metí en el baño y empecé a
secarme el pelo con el secador.
Opté por secármelo agachando
la cabeza, era más rápido. Tenía demasiado pelo y no tenía la habilidad de
Rose, si no lo hacía así, tardaría la mañana entera y no tenía tanta paciencia.
Me doblé hacia delante y
comencé a pasar el aire caliente del secador por todo el cabello, dejando que
se secara y tomara forma libremente. A medida que lo secaba, iban apareciendo
mis suaves rizos. Cuando me cansé y me parecía que estaba suficientemente seco,
me incorporé con un solo movimiento, llevando toda mi melena hacia atrás. La
pulsera vibró fuerte casi a la vez.
Pegué un bote del susto al
ver a Nahuel apoyado en la puerta del baño, mirándome. Tenía una mirada
extraña.
―¿Qué haces ahí? Me has
asustado.
―Has quedado con él, ¿no? ―me
preguntó de repente.
Parecía irritado. La pulsera
seguía vibrando.
―Eso no es de tu incumbencia
―le respondí, molesta por su actitud.
―Por supuesto que lo es ―me
contradijo, indignado―. No me gusta que mi futura esposa…
―Espera, espera ―le corté,
enojada―. Creí que ayer había quedado claro que no me voy a ir contigo, y mucho
menos casarme.
―Eso todavía está por ver ―afirmó,
para mi incrédulo asombro.
¿Qué le pasaba? ¿Estaba
sordo o qué?
―No hay nada que ver ―le
repliqué, cabreada y con seguridad. Ya me estaba molestando de verdad su
terquedad―. No me voy a marchar contigo. No me voy a casar
contigo, ¿te ha quedado claro? ―le reiteré, matizando las negaciones.
Cogí el peine y empecé a
pasármelo por el pelo, airada. Mi aro de cuero rojizo seguía vibrando, cosa que
no me gustaba nada. Eso significaba que Nahuel iba a seguir insistiendo.
―No me gusta que salgas con
otro, y menos con él ―soltó por esa boquita.
Espiré con incredulidad por
lo que mis oídos estaban escuchando. ¿Quién se creía que era, mi novio? ¿Cuándo
le había dicho yo eso? Era increíble.
―¿Otro? ―me giré, enfadada,
y le miré fijamente a los ojos con contundencia―. El único otro que hay
aquí eres tú. Y yo puedo salir con quien quiera. Es más, creo que tú y yo no
vamos a quedar más, visto lo visto.
De pronto, su semblante
cambió.
―Perdona, no quería parecer
impertinente ―dijo, ahora con voz arrepentida.
Fruncí el ceño, confusa por
su repentino cambio de humor.
―Pues lo has sido, y mucho ―le
reproché.
―Perdóname ―repitió.
Le observé durante un
instante, parecía arrepentido de verdad. Incluso la pulsera dejó de vibrar.
―Está bien ―suspiré
finalmente.
Me miré en el espejo para
seguir peinándome.
―¿Puedo hacerte una
pregunta? ―inquirió con voz tranquila.
―Depende ―señalé.
―¿Te gusta desde siempre?
Me giré para observarle otra
vez. Mi aro no me avisaba de nada y su rostro parecía pacífico y sosegado.
―Solamente te voy a contar
una cosa ―me apoyé en la pared y comencé a hablar con calma―. Era muy
pequeñita, todavía no hablaba, pero lo recuerdo muy bien. Jake me había llevado
al bosque para enseñarme las flores y las ardillas, me encantaba verlas
correteando por los árboles. Estaba sentada en su regazo, en nuestro tronco,
observando una. No sé por qué, me quedé mirándole fijamente y ya no le hice
caso a la ardilla. Yo creo que ya me parecía guapo en aquel entonces. Jacob,
le dije. Fue mi primera palabra, pero la pronuncié a la perfección, llevaba
mucho tiempo queriendo decirla. Bajó el rostro y me miró sorprendido, no se lo
creía. ¿Qué has dicho?, me preguntó. Jacob, le repetí. Se
emocionó y me levantó con los brazos mientras nos reíamos los dos y yo
pataleaba entusiasmada en el aire. Luego, me dijo que tenía que ser un secreto,
nuestro pequeño secreto, que tenía que aprender a decir mamá, para que
ella creyera que era mi primera palabra y no se disgustara. Así que se pasó
toda la tarde repitiéndome mamá hasta que supe decirla bien ―me reí al
evocar la escena―. Sí, creo que me gusta desde siempre.
―¿Pasó algo esta noche? ―me
preguntó, cambiando el ambiente por completo.
La pulsera empezó a vibrar
fuerte de nuevo.
―¿Cómo? ―entrecerré los
ojos, confusa por su giro de conducta.
¿Qué era esto? Parecía el Dr.
Jekyll y Mr. Hide.
―Bueno, he notado un cambio
de actitud en ti con respecto a él, en comparación con ayer. Esta mañana te has
levantado muy contenta ―me dijo con un aire crítico.
―Pues sí ―le confesé, harta
de sus giros de humor―. Y sí, estoy muy contenta por ello. Jacob y yo…
―Jacob no es bueno para ti ―me
interrumpió con brusquedad―. En cambio, yo sí.
No me gustaba nada su tono,
además mi aro vibraba, nervioso.
―¿Qué quieres decir? ―le
pregunté, enfadada por ese comentario.
―Él y tú sois de especies
diferentes, por mucho que diga Carlisle ―empecé
a quedarme atónita conforme hablaba―. Tú eres un semivampiro y él…, bueno, él
es un perro ―dijo con cara de repulsión―. ¿Cómo vas a…? ―hizo otra mueca
de hastío―. Lo natural es que estés con otro semivampiro, hay que seguir el
curso de la naturaleza. No puedes estar con un animal, es asqueroso...
―¡Retira lo que has dicho! ―espeté
con rabia.
―¿Cómo? ¿Es que no quieres
escuchar la verdad? ―soltó, mordaz.
―Jacob no es un perro ―escupí,
apretando los dientes―, pero si lo fuera, lo preferiría mucho antes que a ti.
―¡Qué dices, insensata! ―bufó,
furioso, agarrándome por los brazos.
―¡Suéltame! ―gruñí con
cólera retenida, clavándole mis ojos amenazadores en los suyos.
Ya notaba el calor
recorriendo mi espalda y mis manos temblorosas. Me soltó al percatarse de mi
inminente y más que posible cambio de estado.
―Soy un semivampiro
metamorfo, como puedes ver ―le indiqué, por si no le había quedado claro―. Y
Jacob es un metamorfo, no somos diferentes en absoluto. Más bien todo lo contrario.
Estamos hechos el uno para el otro.
―¡No! ―gritó, negándolo con
la cabeza. Me volvió a agarrar de los brazos y me arrimó a él―. ¡Eres como yo!
¡Tienes que ser mía, llevo muchos años esperando a una semivampiro que no fuera
mi hermana! ¡Ahora que te he encontrado, no pienso irme con las manos vacías!
―¡No me toques! ―le chillé, empujándole contra la pared―. ¡Nunca seré tuya! ¡Yo siempre seré de Jacob!
¡Solamente de Jacob!
―¿Ah, sí? ¿Y crees que Jacob
es solo tuyo? ―cuestionó con voz incisiva―. ¡Pobre infeliz!
―¿Qué? ―exclamé sin entender.
―¿Por qué crees que Jacob se
imprimó de ti, Renesmee? ―siguió con la
misma entonación―. ¿Por qué
crees que estaba aquí el día en que naciste? ¿Quieres saber la verdad? Apuesto
a que tu querido perro no te la ha contado.
―¡¿Qué estás diciendo?! ―quise saber, muy irritada.
―Tu perro estaba enamorado de
tu madre ―espetó con ferocidad.
Las palabras hicieron eco en mi cerebro, rebotaron en las paredes de
mi cabeza y retumbaron para volver a repetirse con furia. Mi corazón se quedó
petrificado y me quedé paralizada en el sitio sin poder reaccionar.
Nahuel se dio cuenta de mi expresión horrorizada y siguió su cruel
discurso.
―En realidad, los dos estaban
enamorados. Tu madre también estaba enamorada de él, pero lo estaba más de tu
padre y al final escogió a este último. Cuando se casaron y Jacob se enteró de
que tu madre estaba embarazada, se puso como loco. Vino para acabar con todos,
incluida tú ―mi semblante se iba tornando
agónico conforme escuchaba su alocución y mi corazón se retorcía como si
alguien intentara arrancármelo de cuajo―. Si no os
mató, fue por proteger a tu madre de la otra manada, que querían acabar con
ella por estar embarazada de ti. Cuando naciste y te vio, se imprimó de ti, pero
solo lo hizo porque te parecías mucho a Bella. Tus ojos son iguales a los de
ella cuando era humana. Él sigue enamorado de ella, y tu madre también lo está
de él. Sin embargo, tu madre nunca dejará a tu padre, este siempre estará por
encima de él. Por eso Jacob está contigo, le recuerdas a tu madre, es una forma
de estar con ella.
Todo mi cuerpo, incluida mi mente, se quedó en estado de shock y mudo,
completamente vacío. En cambio, mi pulsera parecía que gritaba.
―Mientes ―murmuré, intentando convencerme a mí misma de que
eso era una horrible mentira.
―Alice me lo dijo cuando
vinieron a buscarnos hace seis años. Yo no entendía por qué se había imprimado
de ti uno de los enormes lobos que iban a estar en el claro con nosotros y ella
me lo contó todo. Pregúntale a ella, si quieres ―explicó, tajante.
No hubiera dudado nunca, sin embargo, había cosas que sí me encajaban
y eso no hacía otra cosa que abrumarme más. Empecé a pasear, inquieta, metiendo
los dedos entre el pelo. Mis ojos bajaron al suelo, confusos y dolidos,
buscando una respuesta, una salida que no encontraban.
―Todos los perros son fieles
a su primer amo ―apostilló con
arrogancia―. Abre los ojos de una vez,
Renesmee. Puede que tú le gustes, pero ellos siguen enamorados. Siempre que
Bella quiera, él correrá a sus brazos.
Mi cabeza y mi corazón ya no aguantaban más.
―¡Cállate! ―le grité a la vez que me llevaba las manos a los
oídos.
En ese momento, la puerta del salón se abrió y un jaleo de voces
invadió la casa.
Salí del baño a toda velocidad, empujando con el codo a Nahuel para
que me dejara pasar, y bajé hasta el salón.
Busqué a Alice con la mirada, pero no estaba. Solamente se encontraba
Emmett, que estaba sentado en el sofá.
―¿Dónde está Alice? ―le pregunté con nerviosismo.
Nahuel apareció por las escaleras y se dirigió hasta el sillón
contiguo para sentarse tan tranquilo a leer el periódico. Rechiné los dientes
con rabia al ver otra vez al Dr. Jekyll. Menudo hipócrita.
―Se ha ido con Jasper… de
compras ―me contestó. Se quedó
mirándome, extrañado―. ¿Te pasa
algo?
―¿Eh? No, no. ¿Y mis padres?
―Tu padre está con Carlisle
en… ―se paró a pensar durante una
fracción de segundo―, siguen de
excursión. Esme está en su habitación y tu madre se fue a la cabaña, tenía cosas
que hacer.
Me mordí el labio. ¿Y si se lo preguntaba a Emmett? Él tenía que saber
algo.
Abrí la boca y Rosalie apareció de la nada para agarrar a su novio del
brazo, obligándole a levantarse del sofá.
―¿Te apetece un oso? ―le preguntó―. Con tanto ajetreo,
estoy muerta de hambre.
―Sí, vamos ―contestó él todo sonriente.
Antes de que me diera tiempo a pestañear, salieron volando de la casa.
Nahuel se levantó para hablarme otra vez, pero no le di oportunidad.
Me di la vuelta con rapidez y subí las escaleras corriendo hacia mi dormitorio.
Cerré la puerta de un portazo y caminé nerviosamente por la
habitación.
No puede ser verdad, no puede ser verdad, me repetía en mi mente una
y otra vez.
Quería creer que eran trucos sucios de Nahuel, oscuras argucias para que
me olvidara de Jacob. No obstante, mi cerebro seguía encajando cosas, sobre todo
respecto a mi madre. Si era cierto que habían estado enamorados ―tan solo pensar en la palabra, ya me hacía daño―, ¿podía ser que siguieran estándolo? Me llevé la
mano al pecho. No, Jacob no. Él me quería. Me había besado esa misma noche, y
había sido tan mágico. Además, nunca le había visto mirando a mi madre de otra forma
que no fuera como a una hermana. Sin embargo, ella…
Recordé la forma en que le había mirado aquella noche en el bosque y
el calor empezó a subirme por la espalda. No había otra explicación. Ahora lo
veía todo claro, todo cuadraba, como las piezas de un puzzle.
Se había arrimado demasiado a él, le había tocado y mirado con anhelo.
Un anhelo oculto y de añoranza. No había sido un brote tonto de celos míos, no
había entendido mal su frase. Yo le había advertido que era mío y ella
respondió con un arrebato, se le había escapado. Te equivocas, me
contestó. Sí, lo quería para ella. La que tenía celos era ella. Por supuesto
que no iba a dejar a mi padre, estaba demasiado enamorada de él, pero todavía
seguía estándolo de Jacob también. No había podido olvidarse de él del todo.
Por eso no soportaba verle conmigo. Por eso aparecía continuamente, en los
momentos más oportunos. No era por casualidad. Nos espiaba.
Me acordé, además, del episodio de la pulsera. Cómo me encajaba todo
ahora. Apreté los puños con fuerza. Le había enseñado las imágenes de mi mente
y eso la había vuelto loca. No era porque le preocupara mi abrupto paso de niña
a mujer, era porque estaba celosa de mí. No soportaba que yo deseara a Jacob,
que pudiera tocarle o besarle, que pudiera tenerle. Por eso mi pulsera había
vibrado primero fuerte y explotado después. Me había estado avisando todo este
tiempo y yo no había entendido bien su mensaje. No quería alejarnos porque no
aceptara que ya no fuera una niña, quería separarnos porque no aguantaba que yo
estuviera con él. No estaba celosa de Jacob, estaba celosa de mí. El Viejo Quil
lo había dicho muy claro. La pulsera
vibraba fuerte para avisar de que había algo o alguien que nos quería separar,
y lo hacía impetuosamente, descargando su energía, cuando ya se convertía en un
peligro inminente. La pulsera nunca se equivocaba.
Mi aro de cuero también
había vibrado la noche en que le confesé que quería a Jacob. Me llevé la mano a
la cabeza, exhalando enfadada. ¡Qué estúpida había sido! Apoyé las manos en el escritorio
y arrugué unos folios al recordar la conversación que habíamos tenido. Por
supuesto, mi madre tenía razón en todo lo que me había dicho, pero lo que no me
gustaba nada era el trasfondo de sus palabras, el porqué me lo había dicho.
Podía haberse alegrado y ya estaba. Podía haberme dado ánimos, decirme que se
alegraba por mí, decirme que yo era buena para él, aunque me hubiera avisado de
todo eso de la imprimación de Jacob y lo que suponía. O podía no haberse metido
en nada y respetar el curso de las cosas, igual que hacía mi padre. Jacob es
una de las personas más importantes para mí, me había dicho. Rechiné los
dientes con rabia. Y tanto que lo era.
Agarré los folios y los lancé, furiosa, esparciéndolos por toda la
habitación. ¿Cómo había sido tan tonta y no haberme dado cuenta antes?
Me senté en el suelo, rendida, y apoyé la espalda en el escritorio. Me
eché a llorar sin control, hundiendo mi rostro en los brazos. ¿Por qué me hacía
esto mi madre? Era mi madre, sabía que ella me quería. Tendría que haber otra
explicación, pero no encontraba ninguna. Y el hecho de que fuera ella, mi
propia madre, hacía que me doliera mucho más. Podía soportar que hubieran
estado enamorados, podía entenderlo, después de todo, eso era el pasado y ahora
las cosas eran bien distintas. Sin embargo, que ella siguiera enamorada de él
ahora y, además, estándolo también de mi padre, al cual no iba a dejar ni
muerta, no lo comprendía. ¿Qué quería de Jacob, si no se iba a separar de mi
padre jamás? Y pobre papá. ¿Sabría él algo de esto? Con lo bueno que era,
seguro que lo pasaría por alto con tal de que ella fuera feliz. ¿Se podía
querer a dos personas a la vez? A mí me parecía imposible, yo solamente tenía
ojos para Jacob.
Abrí el cajón del escritorio que tenía a mi lado y saqué el guardapelo
dorado que mi madre me había regalado cuando era pequeña. Jacob y yo teníamos
que huir y me lo había dado para que tuviera un recuerdo de ellos. Más que mi propia vida, rezaba en
francés. Me quedé mirándolo un buen rato, observando la foto de su interior en
la que salía junto a mis padres.
Entonces, me di cuenta de una cosa, al recordar algo. Algo que ella me
repetía hasta la saciedad. Mi madre me quería, yo era lo primero para ella. Sí,
mi madre nos espiaba y aparecía de repente, no podía evitarlo, tal vez sus
celos eran demasiado fuertes, pero al final siempre había ese matiz de sincero
arrepentimiento en sus ojos dorados. Lo último que haría sería hacerme daño,
sin embargo, sabía que me lo podía hacer si me alejaba de Jacob, por eso se sentía
fatal después de hacer esas apariciones o discutir conmigo. Esto era un shock
para mí, pero tampoco debía de ser fácil ni plato de buen gusto sentirse celosa
de tu propia hija sin poder evitarlo. También amaba a mi padre por encima de
todas las cosas, más que a su propia vida, de hecho, la había sacrificado para
estar con él toda la eternidad. Debía de estar pasándolo muy mal por esos
sentimientos, debía de estar muy confusa. Aunque yo seguía sin comprender qué
pretendía.
Me puse en pie, un poco más tranquila, y guardé el medallón en el
cajón. Cogí la bola de agua que Carlisle y Esme me habían traído de París.
Dentro, había una réplica de la Torre Eiffel en miniatura. La agité y las
pequeñas bolitas blancas se revolvieron en el líquido, cayendo sobre la
figurita como si fuera nieve.
Me acerqué a la cristalera para observar el frondoso bosque. ¿Qué iba
a hacer a partir de ahora? ¿Debería hablar con mi madre? Eso sería lo mejor,
Jacob y yo íbamos a estar juntos y ella tendría que aceptarlo. Ella tendría que
olvidarse de Jacob para siempre. Y yo tendría que hacerlo con mucho tacto,
tampoco quería hacerla daño, aunque aún me sentía dolida y un poco consternada.
Esto era tan difícil y extraño…
Le di otra vuelta a la bola y la puse al trasluz para mirar el contraste
de reflejos que pasaban a través del cristal de la esfera.
Mientras miraba cómo caían las bolitas, un movimiento captó mi
atención en el bosque. Allí, no muy lejos, vi a mi madre. Paseaba nerviosamente
de aquí para allá. Se paró al ver algo y caminó hacia atrás, quedando oculta
entre unos árboles que no me dejaban observar bien debido a sus copas.
El coche de Jacob apareció y aparcó delante de la casa, mi corazón sufrió
una descarga eléctrica. Salió del vehículo y se dirigía veloz en dirección al porche,
pero, entonces, se detuvo y se giró a mirar a donde estaba mi madre. Ella le
había llamado. Estaba esperando por él.
Jacob caminó hacia allí. No podía ver del todo, por culpa de esas
dichosas hojas y ramas. De pronto, mi corazón sufrió la caída de un rayo y la
bola se me resbaló al suelo cuando vi que él se quitaba la camiseta y se
acercaba a ella. El estruendo de la esfera al estrellarse y romperse en pedazos
me pareció ensordecedor. El agua de su interior y los cristales se
desparramaron por la superficie del forjado y la figurita se quedó sobre la
superficie, sola, vacía, sin nieve.
Me pegué a la ventana para ver mejor. Mi respiración era tan agitada,
que mi aliento empañaba el cristal. ¿Qué estaba pasando? No conseguía ver bien.
Me desplacé con inquietud a la esquina de la cristalera para ver desde
otro ángulo, sin embargo, no se podía ver nada. Solo hojas, ramas y más
vegetación. En ese momento, una pequeña brisa movió las copas de los árboles y
conseguí ver algo. Era parte de la espalda desnuda de Jacob y, sobre su hombro,
la mano de mi madre. El viento colocó de nuevo las hojas y la vista se tapó
otra vez.
Me caí sentada en el suelo, junto a la ventana, llevándome la mano al
estómago de los brutales pinchazos que me daban.
Esto no podía estar pasando, no podía ser verdad. Jacob no… El destino
no podía ser tan cruel conmigo.
FRÍO
Mi rostro se volvió a girar hacia la ventana.
Me levanté de sopetón cuando vi que Jacob se dirigía a la casa
mientras se iba poniendo la camiseta por el camino.
Paseé, histérica, por la habitación. ¿Qué iba a hacer? ¿Cómo iba a
reaccionar? ¿Qué había pasado? Ni siquiera sabía a ciencia cierta lo que había
pasado. Estaba muy confusa y aturdida.
Alguien picó a la puerta y pegué un bote del sobresalto. Esme asomó la
cabeza por la abertura.
―Hola, cielo. He oído un
ruido ―sus ojos bajaron hasta el
suelo―. ¿Qué ha pasado? ―preguntó al ver los folios tirados y la bola de agua
rota.
―Na-nada ―tartamudeé, llevándome la mano al pelo, nerviosa.
Jacob iba a subir y yo no sabía cómo iba a responder―. Se me cayó la bola al suelo y se rompió.
―Bueno, no tiene importancia,
solo era un souvenir. No te preocupes, te lo recogeré en un momento.
¡No! Podía escuchar a Jacob entrando por la puerta. Esme tenía que
salir de allí ya.
―Déjalo, abuela ―le dije, empujándola lo más suave que pude hacia la
salida―. Ya lo hago yo luego.
―Bueno, de acuerdo ―contestó, algo extrañada.
Cerré la puerta y resoplé. Abrí para asegurarme de que se había ido,
así era. Escuché su voz en el salón, estaba hablando con Jacob.
Salí de mi cuarto y me encerré en el baño. Abrí el grifo y me lavé la
cara. Necesitaba un poco de frescor en mi rostro para aclararme las ideas. ¿Qué
había pasado? ¿Podía ser que Jacob también siguiera…? Mi estómago sufrió un
pinchazo de nuevo, mi mente no quería ni pronunciar la palabra.
―Nessie ―oí que me llamaba desde el pasillo. Parecía muy
contento, demasiado―. ¿Dónde estás?
―E-estoy en el baño ―tartamudeé otra vez.
Ni siquiera sé cómo pudo salirme la voz, del nudo que tenía en la
tráquea.
―Ah, te espero en tu habita…
¿Qué ha pasado aquí?
―¡No! ―exclamé, nerviosa, con las manos entre mi pelo una
vez más―. Espérame en el salón, ya
bajo yo ahora.
―Bueno, vale. Pero no tardes
mucho. Esme se ha ido al despacho de Carlisle y no me apetece estar con esa
garrapata a solas.
―Sí, no te preocupes.
Escuché sus pasos por el pasillo y por las escaleras.
Me miré en el espejo sin fijarme en nada en particular y me volví a
lavar la cara. Estaba tan desconcertada, tan confusa, con tantos sentimientos
embarullados, que no sabía qué hacer. Me sequé el rostro, respiré hondo y salí
del baño para bajar al salón.
Nahuel estaba en el sofá, seguía leyendo el periódico, mientras que
Jake me esperaba en la puerta de la entrada.
―¿Ya estás? ―me preguntó con sus ojos centelleantes.
La verdad es que él parecía muy tranquilo, aunque muy emocionado.
¿Sería por mí o… por mi madre?
―Sí ―murmuré, confundida.
Jake me dio un efusivo abrazo, me cogió de la mano con una expresión
triunfante y, sin dirigirle ni una palabra a Nahuel, salimos de la casa.
Me condujo a donde tenía el Golf estacionado y nos subimos.
―¿Te apetece que vayamos a La
Push? ―me preguntó, poniendo el
coche en marcha.
―Sí, vale ―acepté, aún hecha un lío.
―Genial, así me ayudarás en
el garaje ―dijo, sonriéndome―. Tengo una defensa nueva y se la quiero poner hoy
al coche. Es lo único que me queda para que mi Golf quede perfecto otra vez.
Su maravillosa sonrisa también parecía sincera.
Encendí el estéreo y puse algo de música mientras le miraba de reojo. Parecía
tan contento…, como si antes no hubiera pasado nada malo. Estaba desconcertada
y confusa. ¿Podía ser que me hubiera equivocado? Sin embargo, lo que había
visto, lo había visto. Jake se había quitado la camiseta y la mano de mi madre…
Cerré los ojos y miré por la ventanilla. Lo mejor era que hablara con él,
seguro que había una explicación para todo.
El vehículo se movía con velocidad por el sendero, tanto, que llegamos
enseguida a la carretera asfaltada. Jacob se conocía bien el trayecto. El
parabrisas empezó a llenarse de gotitas que pronto se convirtieron en una
avalancha de agua.
―¡Uf! ¡Cómo se ha puesto a
llover! ―exclamó, activando los
limpiaparabrisas.
―¿Qué… qué tal el día? ¿Ha
pasado algo… fuera de lo común? ―interrogué para
ver cómo reaccionaba.
―¿Algo fuera de lo común? ―Jake se rio―. Sí, bueno.
Que esta mañana Rachel y Paul se han ido de luna de miel y por fin me quitaré a
esa bestia de encima, aunque solamente sea una semana. ¡Menudo descanso! ―exclamó, riéndose.
―¿Y nada más? ―azucé.
―¿Te parece poco? ―se rio de nuevo―. Esto debería
celebrarlo. ¡Una semana sin Paul a la vista! ―se carcajeó con satisfacción.
―¿No te has encontrado con
nadie? ―le pregunté con segundas
para ver si lo pillaba.
No lo pilló.
―Bueno, hoy no han venido
vampiros. Ha sido una mañana bastante aburrida, la verdad ―resopló, casi decepcionado. De pronto, su rostro se
iluminó―. Pero tenías que haber
visto lo de hace dos días. ¡Buf! Vinieron una docena de vampiros. Sam y yo
estábamos en el bosque con nuestras manadas y tuvimos que llamarlos a todos
para emplearnos a fondo. No por nada, sino porque no queríamos correr riesgos,
ya sabes ―se encogió de hombros y
siguió con su relato.
Ya no pude hablar, su historia me enganchó tanto, que cuando me di
cuenta, llegamos a su casa y estábamos aparcando el coche en el garaje.
―Bueno, ¿me ayudas a
colocarle la defensa nueva al coche? ―me preguntó,
cerrando la puerta del vehículo.
―Sí, claro.
Salí del Golf y me puse detrás de él mientras recogía la pieza del
suelo.
¿Qué debía hacer? Estaba tan nerviosa. Ni siquiera sabía por dónde
empezar a preguntarle.
―Toma, sujétame esto un
momento ―me dijo, pasándome una caja
de herramientas.
Se la cogí y esperé. Levantó la defensa y nos dirigimos a la parte
trasera del coche. Me quité la chaqueta y empezamos a trabajar.
Esto no lo había hecho nunca, no obstante, se nos daba muy bien hacer
las cosas juntos, siempre nos compenetrábamos a la perfección. Parecíamos un
equipo mecánico de Fórmula 1 en los
boxes, todo lo hacíamos con rapidez y solvencia. Con solo mirarle, ya sabía lo
que quería y cómo lo quería. Por eso le encantaba trabajar conmigo, además de
que nos lo pasábamos muy bien.
Sin embargo, en esta ocasión mi diversión se vio muy empañada. Mi
cabeza no hacía más que dar vueltas, no sé ni cómo pude ayudarle. En poco
tiempo, teníamos la defensa colocada.
―¡Ha quedado genial! ―exclamó, elevándome los pies del suelo con un abrazo
de oso―. ¡Somos unas máquinas!
―Sí ―contesté, riéndome por su contagioso entusiasmo.
Me dejó en el suelo y me arrimó a él. Mi corazón empezó a latir como
loco cuando acercó su rostro al mío y me clavó sus intensos ojazos negros. La
pulsera empezó a hacer de las suyas.
―Hacemos un buen equipo, ¿no
crees? ―murmuró.
―Sí ―admití con un murmullo.
―¿Has pensado en lo que pasó
anoche? ―me susurró en los labios―. Porque yo no he podido dormir, me moría por volver
a verte…
Sus labios comenzaron a buscar los míos. Y yo me moría por besarle de
nuevo, por rematar ese beso, pero lo que tenía en mi cabeza reclamaba urgencia.
―Sí, he pensado mucho ―aparté la cara ligeramente y me separé de él sin
brusquedad―. Y quiero hablar contigo de
una cosa.
―¿Qué pasa? ―inquirió, algo confuso por mi comportamiento.
No sabía por dónde empezar, así que lo mejor era ir al principio, al
origen de mis conclusiones. Así todo saldría rodado por mi boca.
―Creo que mi madre está
celosa ―le solté de sopetón.
―¿Es que te preocupa eso? ―preguntó,
aún confundido―. No tienes por qué, acabará aceptándolo. Estoy acostumbrado, ha
tenido celos de mí desde que naciste.
No me había entendido.
―No. Está celosa de mí ―le
aclaré.
―¿Celosa… de ti? ―su
expresión cambió de la confusión a la incredulidad―. Venga ya ―se rio,
sentándose en el banco formado por cajas de refrescos.
Su risa me ofendió un poco,
yo no le veía la gracia.
―Es verdad, he visto cómo
nos mira cuando estamos juntos ―tragué saliva y seguí hablando―. Creo que
todavía siente… algo por ti ―mi voz se fue quebrando a medida que pronunciaba
esas palabras―. Sé que…estabais… enamorados.
Jake se quedó paralizado
durante un momento, su semblante sonriente fue cambiando progresivamente hasta
quedarse con una expresión seria. Después, se levantó lentamente, clavándome la
mirada para estudiarme el rostro.
―¿Quién te ha contado eso? ―preguntó
en tono monocorde.
Así que era cierto. Un
balazo helado atravesó mi corazón y este se rompió en mil pedazos, igual que le
había pasado a mi bola de agua al estrellarse contra el suelo.
―Ella… estaba… enamorada de
ti… ―casi me lo afirmaba a mí misma.
―Eso fue hace mucho tiempo ―me
contestó con cautela.
―Y tú… también… lo estabas…
de ella ―ni siquiera quería pronunciar la palabra enamorado.
Mis dolidos ojos bajaron al
suelo, buscando respuestas desesperadamente otra vez, y las piernas me
empezaron a temblar levemente. Un pinchazo agudo me atacó al estómago. Me quedé
tan pálida, que Jacob se dio cuenta.
―Eso ya no importa. Ahora… ―intentó
cogerme la mano, pero la aparté con brusquedad.
―Os… queríais ―le corté. La
imagen de detrás de los árboles empezaba a aparecer nítida y clara ante mis
ojos. Apreté los dientes y mi voz empezó a adquirir una nota de rabia―. Los dos
estabais… Y ahora… seguís…
―Estaba más enamorada de tu
padre. Lo escogió a él ―me habló nervioso, como intentando convencerme de algo―.
Tenía que ser así, ¿entiendes?
―No ―negué con la cabeza―,
no lo entiendo ―apreté los dientes de nuevo.
―Nessie, si no me hubiera
enamorado de tu madre, no me habría imprimado de ti.
Intentó que sus palabras
sonaran dulces, pero se clavaron en mi pecho una por una, como si cada una de
ellas me hubiera dado una profunda puñalada en el corazón, produciéndome una
enorme herida.
El dolor era tan intenso,
que me dejó sin respiración y no podía ni hablar. No quería ni mirarle, me
hacía daño. Me di la vuelta y salí disparada del garaje hacia el bosque, sin
rumbo ni dirección. Lo hice tan deprisa, que las playeras se quedaron por el
camino.
La lluvia caía con una
fuerza brutal, me golpeaba, casi pinchaba, y el viento de la carrera azotaba mi
pelo, pegándolo a mi rostro, pero yo solo quería correr. Quería correr para
borrar esa imagen que ya había empezado a formarse en mi mente y que no se iba.
La herida era tan grande,
que hubiera salido la sangre a borbotones, pero, en vez de eso, entraba frío
por ella. Un frío que congelaba mi corazón y empezaba a extenderse por los
demás órganos.
Oí sus pasos corriendo
detrás de mí y aceleré. Él también lo hizo.
―¡Nessie! ¡Nessie, espera!
¡No lo has entendido! ¡Ya no siento nada por ella! ¡Escúchame, por favor! ¡Deja
que te lo explique! ―gritó.
Ya era demasiado tarde. Mi
mente había corrido una tupida cortina frente a mis ojos y ya no veía otra
cosa. Lo único que veía era a mi madre y a Jacob juntos, abrazándose,
besándose. El frío se apoderó de un ramalazo de todo mi cuerpo, desde mi tronco
hasta mi cabeza y mis miembros, como un latigazo, tan helado, que parecía que
quemaba y, aunque corría aún más rápido, la imagen no se iba. Podía sentir cómo
mi parte de vampiro reclamaba su parte. Se hacía cada vez más fuerte. Mi sangre
se volvía gélida a cada instante, con cada latido de mi roto corazón.
―¡Nessie!
La ira sustituyó al dolor.
Así podía soportarlo mejor. Sentía odio. Odio por mi madre. No quería ni
llamarla así. Porque tenía lo que yo más quería en el mundo. Sí, ahora lo sabía
con certeza. Ya no había dudas. Yo amaba a Jacob, estaba locamente enamorada de
él, lo había estado desde que era una niña y lo estaría mi vida entera. Todas
las neuronas de mi cerebro lo sabían.
Pero el darme cuenta de eso solo
consiguió que el dolor resurgiera de nuevo, porque Jacob no podía ser mío.
Nunca lo sería, porque él seguía enamorado de ella. Ella lo tenía. Volvió la intensa ira y un rugido
retumbó en mi garganta al pensar esta última palabra, salió desde mi estómago
hasta mi boca, raspándome la faringe y la lengua a su paso.
Jacob me había mentido todo
el tiempo. No me quería a mí. Se había imprimado porque yo le recordaba a ella.
Cuando me miraba a mí, la miraba a ella.
Noté que la pulsera me
llamaba. Otra vez. Vibraba como nunca lo había hecho y ahora quemaba, ardía. Ardía
como si fuera de fuego y apretaba mi muñeca como si quisiera sujetarme.
Intenté quitármela. El nudo
parecía normal, sin embargo, fui incapaz de deshacerlo. Cuando tiraba de un
extremo para aflojarlo, el otro se apretaba solo, además, me quemaba los dedos.
Lo dejé por imposible. Ya la cortaría o la arrancaría después.
―¡Nessie, espera!
Empecé a divisar la playa y
me dirigí hacia allí. No sabía adónde iba, pero tenía que huir. Huiría lejos,
muy lejos. Nadie sabría de mí jamás, no volverían a verme.
Ahora la lluvia la sentía
caliente al contacto con mi helado cuerpo. Estaba tan gélido, que el frío ya
formaba parte de mí. Incluso la arena mojada, que ya empezaba a pisar, me
parecía un suelo lleno de brasas. Oí a Jacob a unos pasos detrás de mí, me
estaba alcanzando.
―¡Nessie, te quiero! ¡Te quiero
a ti, solo a ti, siempre has sido tú!
¡Estoy enamorado de ti! ¡Siempre ha sido de ti!
Las palabras fueron de un
impacto tal, que fui reduciendo la velocidad hasta pararme por completo en
mitad de la húmeda y blanda playa. Él también se quedó quieto a mis espaldas.
Parecían sinceras, ya que habían sonado cálidas cuando se metieron en mi oído,
pero no me deje engañar. Sabía que no me las estaba diciendo a mí. Solo estaba
fingiendo.
Me volví hacia él con
rapidez y le siseé con rabia.
―¡Mentiroso! ―gruñí entre
dientes.
―¡Es verdad y lo sabes! ¡Si
no, ¿por qué te has detenido?! ―gritó, enfadado.
¿Es que no iba a parar de
mentirme? ¿Por qué no me dejaba en paz, sola con mi dolor? La ira tomó mi mente
y quería hablar por mí. Mi cuerpo se negaba a soltar aquellas palabras, ni
pensarlas podía, pero me obligué a decirlas aunque me arrancaran las cuerdas
vocales a su paso y no pudiera volver a hablar en la vida. Sin saber cómo, las
escupí con los dientes apretados.
―Te odio, Jacob Black. ¡Te odio!
Su rostro se llenó de furia
y empezó a caminar hacia mí.
Cuando dio la segunda
zancada, empecé a girarme. Me iría corriendo para siempre y no le volvería a
ver jamás.
Antes de que me diera tiempo
a levantar el pie, me agarró de la muñeca y tiró hacia él, obligando a mi
cuerpo a estamparse contra el suyo. Me sujetó la cintura con una mano y la
espalda con la otra, encarcelándome con sus enormes brazos para que no pudiera
retroceder, y pegó sus labios a los míos sin que me diera tiempo a reaccionar.
Sus labios eran tan
ardientes, que me abrasaban, pero los míos no hicieron amago de apartarse de
ellos. En vez de eso, mis brazos se lanzaron para rodear su cuello con una
violencia inusitada y mis dedos se agarraron con avidez a su pelo mojado para
acercarle más a mí. Nuestros labios se movían juntos con ferocidad e intensidad
mientras jadeábamos con la misma fuerza. Los suyos actuaban con furia, los míos
con ira. Ira, porque no me besaba a mí, quería besarla a ella, de ahí su
enfado.
Volví a ver la imagen de la
cortina. Algo instintivo estalló celoso dentro de mí de repente. Un
pensamiento, una certeza. La certeza de que él tenía que ser mío. No. Él era mío. ¡Mío, mío, mío!, se repetía de manera enfermiza una y otra vez en
mi cabeza. Estaba imprimado de mí, así que no lo dejaría para nadie. Podía
tenerle, si quisiera. Podía pertenecerme. Pero no así. Él tenía que amarme a
mí. Tenía que corresponderme el beso a mí. Le obligaría, si hacía falta. Seguí
besándole con ira para llevar a cabo mi propósito.
Se produjo un cambio en mi
cuerpo cuando algo caliente empezó a correr por mis venas. Me estremecí cuando
lo sentí y, de pronto, helada como era mi piel en ese instante, tuve la
sensación de que en realidad tenía muchísimo frío. Sin embargo, ese calor no
quemaba, me aliviaba. Sus labios ya no se movían con furia, pero yo seguía
viendo la imagen de la cortina delante de mis ojos y solamente ese calor la
hacía vacilar. Anhelaba ese calor, lo quería, lo necesitaba, lo deseaba.
Metí mi fría lengua en su
boca, buscando con ansia algo más ardiente, y él no se opuso, sino que hizo lo
mismo con la suya. Su lengua calentó la cavidad de mi boca y su aliento
abrasador se introdujo por mi laringe, llegando hasta mi estómago. Un gemido sordo
salió de mi garganta al notar el placentero calor. La cortina comenzaba a
desvanecerse un poco.
Empecé a notar la calidez de
su cuerpo adosado al mío. Bajé las manos hasta su cintura y las metí por debajo
de su camiseta empapada, las arrastré para tocar la piel de su espalda. Todo él
estaba mojado, pero estaba muy caliente. Me pegué más a Jacob, apresándole con
mis manos, con tanto ímpetu, que le clavé las uñas sin darme cuenta. Aun así,
no se movió ni un centímetro. Metió sus manos bajo mi blusa y me estremecí
cuando las deslizó con suavidad, acariciando mi cintura y subiendo por mi
espalda hasta que me apretó con fuerza contra él. Ya no había ni un milímetro
entre nosotros, no podíamos estar más juntos.
El calor fue extendiéndose
poco a poco, ganando la batalla al frío. Lo noté mezclándose con mi sangre,
descongelándola, corriendo por mis venas, hasta que llegó al corazón, que era
lo único que seguía helado. Mi corazón empezó a calentarse lentamente mientras
nos seguíamos besando. Los labios de Jacob eran tan suaves como la noche anterior
y se movían sin furia ninguna. No había rastro de ella. Ahora era otra cosa,
algo muy cálido y extremadamente placentero.
La cortina empezó a
ondularse, como queriendo abrirse. El calor llevaba algo consigo, un mensaje.
Llevaba un sentimiento. Un sentimiento que era lo único que podía curar a mi
herido corazón. Eran los sentimientos de Jacob, lo que sentía por mí. El calor
se clavó en mi corazón, obligándole a sentir ese mensaje. La fina capa de hielo
que quedaba se quebró y estalló en miles de cristales gracias al entendimiento.
El sentimiento era amor. Amor verdadero. Jacob me amaba. Estaba imprimado,
pero, además, estaba enamorado de mí.
De ti, repitió y recalcó el calor. En
ese mismo instante, me di cuenta de que Jacob no era el que me correspondía el
beso. Era yo la que le correspondía el suyo, porque había sido él el que lo
había empezado.
Retiré mis manos de su
espalda y las subí a su cuello para abrazarle y acariciarle con deseo. Ahora
nos besábamos con amor y pasión. Esa energía mágica y hechizante que nos envolvía
era intensísima. Nuestros labios se movían muy juntos, acompasados,
entrelazados, sin errores ni dudas. Parecía que mi boca estuviera hecha para la
suya, y viceversa. Mi cuerpo estaba invadido por las mariposas, que volaban
histéricas, y ahora mi corazón latía con tanto furor, que mi pecho palpitaba
con cada acelerado latido.
La pulsera ya no me quemaba,
dejó de vibrar y se aflojó.
La cortina de mis ojos se
desvaneció y pude ver con suma claridad, con una vista cristalina, la visión
que mostraba al otro lado. Las imágenes se abrieron ante mí, retrocediendo en
el tiempo, como rebobinando hacia atrás a cámara rápida. Hasta que se pararon
en una escena.
Era yo. Me vi a mí en el
vientre de mi madre. Ella me daba cariño y calor acariciando su barriga, pero,
aun con todo, yo sentía frío. Me vi oyendo una voz cálida y ronca y cómo me
hacía sentir. Mi corazón se aceleraba y se ponía como loco. Ya no tenía frío
cuando esa voz estaba cerca. La amaba, lo sabía. Tenía que ser mía. No, ya lo
era. Era para mí. Vi cómo los sentimientos que mi madre tenía hacia esa voz
pasaban a mí a través del conducto umbilical para albergarse en mi pecho y
unirse a los míos. No le pertenecían, nunca le habían pertenecido. Y ella
parecía no quererlos, había escogido otros; yo sí los quería, así que, en
cierto modo, se los arrebaté, los hice míos también. Me pertenecían, siempre me
habían pertenecido. Yo amaba a esa voz y era mía. Guardé el resto de
sentimientos que aún era incapaz de comprender bajo llave en mi pequeño corazón.
Al ver esta imagen,
desapareció todo odio hacia ella, porque, sin darse cuenta, me había regalado
lo mejor que existía en el universo. Solo sentía amor hacia mi madre, pero
también pena. Pena, porque entendía que tuviera celos al ver lo que podía haber
sido suyo y no pudo coger. Paradojas de la vida, Jacob se había convertido en
su amor imposible al amar más a mi padre. Aunque escogió a este último y ahora
fuera la mujer más feliz del mundo, su amor imposible me lo había quedado yo.
Siempre había sido mío.
Seguí mirando la visión. Esta
vez, me vi fuera del vientre. Mi padre me sujetaba para llevarme a los brazos
de mi madre. Por el camino, sentí el calor y vi al chico de la voz de espaldas.
Intenté cogerle el brazo para tocarle, pero no pude porque se apartó, tan solo
pude inhalar su maravilloso olor.
La visión volvió a cambiar
de escena. Vi que estaba en brazos de Rosalie y que me elevaba por el aire. Me
divertía, pero no era lo que buscaba, no era lo que quería. Levanté la vista
nada más detectar su efluvio, lo reconocí al instante, y, por fin, le vi el
rostro. Estaba agachado en las escaleras, preparado para saltar. Clavé la
mirada en él, en sus ojos. Esos ojos antes desconocidos que había anhelado ver
desde el primer día en que escuché su voz y noté su calor. Sus grandes ojos
negros me parecieron preciosos, brillantes, penetrantes y dulces al mismo
tiempo. Él también se quedó mirándome y ya no pude apartar la vista.
Quería que fuera mío, le
amaba, lo sabía. Lo pensé con todas mis fuerzas.
De repente, vi con los ojos
de Jacob. Vi cómo todas las cuerdas que lo ataban a este mundo ―el amor por mi
madre, el amor por Billy, el odio hacia sus enemigos, la manada, él mismo― se
cortaban y se elevaban por el aire como si fueran amarrados a muchos globos, y
quedaban flotando en el espacio. Vi cómo un montón de fuerzas, como un millón
de cables de acero, lo enganchaban a mí, haciéndole girar a mi alrededor como
si yo fuera el centro de su universo.
Y entonces, de pronto, vi
cómo sucedía algo increíble, mágico y maravilloso.
Un clic se oyó en mi cabeza, como si este beso fuera la fuerza que girara
la llave que abría lo que había guardado estos años en mi corazón, y salieron
todos esos sentimientos multiplicados infinitamente para mostrarse al fin ante
mí.
Vi cómo mis cuerdas también
se habían soltado en aquel mismo instante en que miré sus ojos por vez primera.
Sentía su reclamo, quería hacerme suya. Vi cómo mis cables de acero se lanzaban
a él para engancharlo y yo también me ponía a girar a su alrededor. En ese
momento, lo hacíamos los dos. Yo giraba a su alrededor y él, a su vez, al mío. Él
también era el centro de mi universo. Dos constelaciones moviéndose unidas en
un baile armónico, como si fueran una. Yo también me había imprimado, lo había
estado toda mi vida, desde que le vi por primera vez.
Abrí mis ojos llenos de
lágrimas cuando se fue la visión y, a pesar de que mis labios no querían
despegarse de los suyos, terminó el beso. Me perdí en sus profundos y
brillantes ojos negros y él en los míos. Nos quedamos mirándonos en silencio,
con las frentes unidas.
Por su mirada lo supe. Mis
pensamientos fueron de tal intensidad, los grité tan alto, que esta vez no hizo
falta el contacto de mi mano con su rostro, lo había visto todo con solo
rozarnos. Había visto cada uno de mis pensamientos y visiones desde que posó
sus labios en los míos.
Esto era un despertar. Mi
despertar. Yo había estado dormida todos estos años y ahora me había
despertado, había abierto los ojos y podía verlo todo con total lucidez.
Habíamos estado conectados toda la vida, los dos estábamos imprimados y nuestro
amor era para siempre. Nuestro vínculo era infinitamente fuerte e irrompible,
ya lo era incluso antes de que yo naciera. Estábamos destinados, habíamos
nacido para estar juntos. El uno había nacido para el otro, literalmente. Ambos
nos pertenecíamos y nos amábamos, nadie nos separaría jamás.
Susurramos nuestros nombres,
maravillados por esta prodigiosa revelación, y nos abrazamos, apretándonos con
fuerza, bajo aquella intensa lluvia.
NOTICIA
Sí, sentada como las niñas grandes encima de Jacob, en el sofá de su casa,
se estaba comodísima. Y muy calentita.
Mientras él me contaba y me explicaba todo lo que había pasado años
atrás con mi madre, nuestras ropas se secaban en la secadora del pequeño cuarto
de baño. Jacob se había cambiado y me había dejado unos pantalones de chándal y
una camiseta que me quedaban enormes, pero eran suyos y olían tan bien…
―Y eso es lo que pasó ―dijo para concluir su explicación, metiéndome el
pelo, todavía húmedo, detrás de las orejas―. Tu madre
escogió a tu padre e hizo bien. Bueno, en realidad no lo escogió, porque tenía
muy claro desde el principio con quién quería estar, yo no tenía nada que
hacer. Pero tenía que ser así, ¿entiendes? Es el destino. Todo lo que hice me
llevó hasta ti. Por eso te dije que si no me hubiera enamorado de tu madre, no
podría haberme imprimado de ti. No hubiera estado en tu casa para verte por
primera vez y puede que nunca nos hubiéramos encontrado. Las cosas tenían que
suceder de ese modo para que tú y yo termináramos juntos, esa conexión y esa
dependencia mutua que sentíamos tu madre y yo era por ti, tú y yo ya estábamos
conectados entonces, incluso antes de que nacieras. Los dos hemos visto la
prueba hoy ―acercó su rostro al mío y me
quedé sin respiración cuando clavó mis adorados y profundos ojos negros en los
míos―. Ya no siento nada por tu
madre. Para mí es como mi hermana, la quiero igual que a Rachel o a Rebecca, es
el mismo sentimiento. Estoy más que enamorado de ti y tú eres lo que más me
importa del mundo ―me susurró.
Sus labios y los míos se encontraron y se besaron con efusividad. Me
costó mucho, pero tenía que separarme de su boca para que la mía hablara.
―Me lo tenías que haber
contado antes ―le regañé con un poso de
reproche―. Nos hubiéramos ahorrado
esta mojadura ―bromeé al final.
―Ya lo sé, pero no era fácil,
¿sabes? ―me contestó con su tono
burlón―. No es nada fácil coger a
la chica que quieres que sea tu novia y decirle: “Hola, preciosa. Te quiero,
estoy locamente enamorado de ti. Ah, por cierto, primero estuve enamorado de tu
madre”.
―Dicho así, no, desde luego ―me reí―. Hay otras
formas de decirlo.
―Sí, sí, vale, lo siento ―se rindió―. Tenía que
habértelo contado antes, pero no encontraba el momento ni la forma de decírtelo
―entonces, me miró con
preocupación―. ¿Me perdonas?
―No sé… ―acerqué mi rostro al suyo y comencé a darle besos
cortos que él correspondió de buena gana. Los besos pasaron a ser más largos y
las mariposas de mi estómago empezaron a agitarse de nuevo―. Sí, creo que te perdono… ―ronroneé en sus labios, ya sin aire.
Nos besamos durante un buen rato, hasta que los dos nos obligamos a
separar nuestros labios cuando la cosa comenzó a subir de tono. Billy estaba al
llegar.
Ambos respiramos hondo para recomponernos.
―Dime una cosa ―murmuró, peinándome con los dedos―. Eso no te afectará, ¿verdad? Quiero decir, que fue
hace mucho tiempo y quiero que tengas muy, muy claro que ya no siento nada por
tu madre, solo lo que te he dicho antes, que es como una hermana para mí.
―No preocupes ―le sonreí―. Sé que me
dices la verdad. Sé que ya no la quieres en ese sentido. Pero ella está celosa ―le revelé, metiendo mis dedos entre su pelo, también
húmedo, para acariciarle―. Mamá sí que
siente algo por ti todavía ―suspiré.
―Eso ya te digo que es
imposible ―afirmó con seguridad―. Los sentimientos de tu madre hacia mí
desaparecieron cuando naciste, ya te lo he explicado. Y tus padres están muy
enamorados. Tu madre está muy enamorada de tu padre.
―Sí, ya lo sé. Pero no se ha
olvidado de ti del todo.
―Nessie, eso no…
―Mi pulsera vibra fuerte
cuando ella se pone celosa ―le corté con
tranquilidad―. Mi pulsera nunca falla.
Jacob se quedó pensativo, sabía que eso era verdad.
―No sé, yo no he notado nada ―contestó con gesto extrañado.
―Cuando llegaste a casa, te
vi desde la ventana ―declaré―. Ella te estaba esperando en el bosque ―muy nerviosa, añadí en mi
mente―, y después te llamó para que te acercaras.
―Ah, sí ―recordó.
―¿Por qué te quitaste la
camiseta? ―quise saber, con el ceño un
poco fruncido.
―¿Cómo? ―preguntó él sin comprender.
―Te acercaste a ella y te
quitaste la camiseta.
Observó mi expresión molesta y me sonrió con su sonrisa torcida, esa
que me volvía loca.
―¿Estás celosa? ―agachó la cabeza y se empezó a reír. Cuando acabó,
la levantó de nuevo para mirarme sonriente―. ¿Por eso te
enfadaste tanto antes? ¿De verdad pensaste que tu madre y yo…?
―Jake, hablo en serio ―le corté, ahora enfadada.
Suspiró con alegría.
―Me estaba tomando medidas ―respondió sin dejar de sonreír.
―¿Medidas? ―inquirí, perpleja.
―Rachel y Paul se han ido de luna
de miel a México, y resulta que el inteligentísimo y cultísimo de tu padre
conoce un restaurante muy lujoso y guay allí ―empezó a aclarar―. Tu madre
quería regalarles algo especial que ellos no se pudieran permitir, así que tus
padres les han pagado una cena romántica a todo lujo para no sé qué día. Pero
en ese restaurante no se puede entrar sin un traje de etiqueta y, como Paul no
tiene y es imposible que encuentre uno de su talla en ninguna tienda, Bella lo
va a encargar a un diseñador que conoce para mandárselo por correo urgente. Le
corría prisa y Paul no estaba, así que me llamó y me dijo que me quitara la
camiseta para tomarme unas medidas, quería hacerse una idea y mandárselas hoy
al modisto ese ―se quedó
mirándome con cierto aire triunfal.
Fruncí los labios, pensativa. Para tomar medidas no hacía falta que se
quitara la camiseta, no tenía por qué habérselo pedido. Y, además, a ella no le
hacía falta medirle con un metro.
Suspiré para mis adentros. No quería pensar más en el tema, y tampoco
estropear este momento tan dulce. Lo mejor era cambiar de conversación. Además,
eso ya no importaba, por fin estábamos juntos y eso era lo importante.
―Así que se han ido a México ―rodeé su cuello con mis brazos y me arrimé bien a él;
esto era el paraíso.
―Pues sí. A Rachel le hacía
mucha ilusión y Paul no le puede negar nada, ya sabes.
―Sí, lo sé muy bien ―afirmé con una abierta sonrisa.
Jake me correspondió con otra.
―Todavía estoy flipando por
lo de tu imprimación.
―Ya ves, el Viejo Quil tenía
razón en eso de nuestro vínculo. Por eso la pulsera vibraba suave ―manifesté, acariciando su frente con la mía―. Me estaba haciendo señales para que te besara y
así me diera cuenta de que estaba imprimada de ti.
―Menos mal que soy un genio y
creé una pulsera tan lista, porque si
tengo que esperar a que tú te lances… ―bromeó.
―Muy gracioso ―le contesté, pellizcándole la mejilla.
Me quitó la mano y forcejeamos un poco en broma mientras nos reíamos.
Al final, mis manos terminaron apresadas en la parte trasera de mi cintura y
Jacob me pegó a él. Nuestros rostros se quedaron juntos y mis mariposas
volvieron a volar emocionadas.
―Estos cuatro meses casi me
vuelvo loco ―me susurró en los labios―. Te he echado muchísimo de menos.
Su abrasador aliento ya se introducía por mi boca y mi respiración
empezaba a acelerarse.
―Y yo a ti ―confesé con un hilo de voz.
―Eso ya lo sabía ―murmuró, sonriendo.
Mis manos se soltaron de las suyas para regresar a su cuello.
―Te quiero, Jake ―susurré, rozando su boca con mis labios.
Eso era decir poco, pero era la primera vez que se lo decía.
―Te quiero, Nessie ―me susurró también, besándome muy despacio.
Otra vez estaba en el cielo, junto a las mariposas.
La vuelta a casa se me hizo demasiado rápida, a pesar de que Jake no
pisó nada el acelerador para prolongar el viaje y estar más tiempo a solas
conmigo.
Jacob y yo entramos en la vivienda cogidos de la mano, y saludamos
como si nada. Pero no escapó a los ojos de nadie, y menos siendo vampiros, claro.
Después de habernos visto durante estos meses agónicos de alejamiento, a
ninguno de los allí presentes se le escapó nuestro repentino apego y resplandor
de felicidad. Nos sentamos en el sofá, donde, cómo no, se encontraba Emmett y
su mando a distancia, Rosalie, Alice y Jasper.
El primero en abrir la veda fue Emmett.
―Bueno, ¿ya es oficial? ―preguntó con una sonrisa que se le iba a salir de la
cara.
Nahuel, que estaba sentado en el sillón contiguo a Jasper, se quedó
mirando fijamente a Jacob, a la expectativa.
Jake no dijo ni una palabra. Me agarró por la cintura y, pillándome
totalmente desprevenida, empezó a besarme delante de todos, aunque él solo
quería mostrárselo a Nahuel.
Ni siquiera pude ponerme colorada. Todos mis sentidos estaban
atontados por las sensaciones que me producían sus labios y esa hechizante
energía que siempre notaba cuando nos mirábamos pero que ahora también sentía
cuando nos besábamos, solo que esta era todavía más intensa. Hubo un carraspeo
generalizado cuando el beso se prolongó demasiado y no se terminaba.
―Ya veo que sí ―apuntó Emmett, riéndose.
Jacob separó los labios de los míos y me miró, sonriendo con
satisfacción. Después le dedicó una mirada orgullosa a Nahuel. Este se levantó,
airado, y salió de la casa.
―Adiós a la garrapata ―soltó con regocijo, echándose sobre el respaldo con
las manos en la nuca.
No me preocupó nada que se fuera. Todo lo contrario. Después de cómo
se había comportado conmigo y de todas las cosas horribles que me había dicho
sobre Jacob, debería de caerle la cara de vergüenza. Me reí para mis adentros
con algo de malicia. El tiro le había salido por la culata.
Me recliné sobre el costado de Jacob y él me pasó el brazo por el
hombro.
―Se ha ido el Dr. Jekyll ―le dije a mi novio.
Novio, qué bien sonaba. Se me escapó una sonrisilla de felicidad.
―¿El Dr. Jekyll? ―inquirió con un aire algo jocoso.
Alice y Jasper me miraban sin entender.
―Ya te lo explicaré ―le cuchicheé al oído.
―Y a mí también ―intervino mi padre con el semblante extrañado por lo
que había visto en lo poco que yo había
recordado, mientras se sentaba.
Ya te lo contaré, pero ahora no, le contesté en mi mente.
Papá suspiró, un tanto intranquilo, y asintió, serio.
Mamá se sentó en uno de los brazos del sillón pegado a nosotros, junto
a mi padre, y este le pasó el brazo por la cintura. Carlisle y Esme hicieron lo
mismo en el otro sillón, donde antes se había sentado Nahuel.
Ahora éramos la comidilla de la casa.
―Así que por fin sois novios ―observó mi madre con una sonrisa.
¿Por fin? ¿Primero era que esperara y ahora era por fin?
Mi padre me miró otra vez extrañado por mi pensamiento.
¡Ups! Tendría que tener cuidado delante de él con lo que pasaba por mi
mente en relación al delicado tema de celos de mi madre.
―Sí ―reconocí abiertamente.
Jacob y yo nos miramos sonrientes.
―¿Qué ha pasado en esa boda? ―preguntó ella, riéndose.
―Lo que tenía que pasar. Nos
besamos ―contestó Jake sin cortarse
un pelo.
Mis mejillas se encendieron. ¿Realmente era necesario contarlo delante
de todos? Me sentía como si estuviéramos en uno de esos reality shows de la tele, solo faltaban los vítores y los aplausos.
―¡Ya era hora! ―exclamó Em, carcajeándose.
Bueno, estaba Emmett.
―Pero lo fuerte ha pasado hoy
―siguió Jake, haciendo caso
omiso a la burla de mi tío.
―¿Cómo que lo fuerte? ―la cara de mi madre cambió de repente, casi parecía más pálida de lo
normal.
―No te asustes, ¿vale? No van
por ahí los tiros ―le aclaró él,
antes de que empezara a ponerse histérica―. Lo fuerte es
que ella también está imprimada de mí.
Se hizo un corto silencio en el que todo el mundo parpadeó, perplejo y
sorprendido. Al ver que nadie preguntaba, Jake siguió su explicación.
―Lo descubrimos con el beso
de hoy, que fue mucho más… ―se paró a
pensar dos segundos y me miró. Le hice una mueca para que no se pasase―, mucho más… largo
―suavizó―, y Nessie tuvo unas visiones que nos lo revelaron.
Digo nos porque yo también las vi.
El rostro de Jake era el vivo retrato de la satisfacción y la
felicidad, con una motita de orgullo personal. El mío iba a empezar a escupir
lava de un momento a otro.
Mamá me miró atónita.
―¿Estás… estás imprimada de
Jacob?
Aferré la mano de este ―cómo la había
echado de menos―, entrelacé sus
dedos con los míos y me lancé, ya de tirados al río…
―Sí ―reconocí―. Sabía que lo
que sentía por él era muy fuerte, pero no me di cuenta hasta hoy de que era
eso. Estoy imprimada de él desde el día en que nací y le vi por primera vez ―revelé con algo de timidez―. Bueno, en realidad, ya le quería cuando estaba en
tu barriga.
―¿En mi barriga ya le
querías? ―mamá no daba crédito a lo
que estaba escuchando, sin embargo, y para mi asombro, parecía gratamente
sorprendida.
―¿Quieres que te lo muestre?
No sé cómo explicarlo con palabras.
Le pregunté por si acaso. Tampoco quería restregárselo, no dejaba de
ser mi madre y la quería con locura. Sabía que debía de tener un lío de
sentimientos encontrados en la cabeza ―por un lado,
era feliz por mí, y por otro, estaba celosa―, lo tenía que
estar pasando mal y me daba pena.
―Claro ―aceptó, toda sonriente.
Me despegué de Jake y ambas nos incorporamos para que pudiera ponerle
la mano en la cara.
Le mostré cuando notaba que ella acariciaba su vientre para darme
cariño y calor, pero que yo seguía sintiendo frío. Entonces, oía la voz cálida
de Jacob, ya no tenía frío y mi pequeño corazón latía a mil por hora cuando
estaba cerca. Ya le amaba, sabía que era mío.
Omití ciertos detalles, no quería que viese todo lo que sabía sobre su
amor imposible hacia Jake y que se sintiese mal. Aparte de que mi padre también
lo estaba viendo, claro.
―Es increíble ―exclamó papá, alucinado―. Es como ver una ecografía, pero en movimiento, con
sentimientos y sensaciones.
―Sí, es la primera vez que la
veo en mi vientre ―murmuró mamá,
algo emocionada―. Qué pequeñita
eras. No sabía que ya sintieras todo eso ―me dijo,
acariciando mi mejilla.
Sonreí al verla tan feliz y le cogí de la mano.
Seguí mi incursión mental, enseñándole el resto de mis visiones:
cuando intenté tocar a Jacob y no pude, cuando estaba en los brazos de Rosalie
y vi sus grandes e intensos ojos negros por primera vez, la imprimación de
Jake, hasta que terminé con la escena de la mía. Yo giraba a su alrededor y él, a su vez, al mío.
Mis padres sonrieron, sorprendidos y maravillados. No era lo mismo
contarlo con palabras, que ver las imágenes y comprender los sentimientos.
―No entendía muy bien cómo
era esto de la imprimación, cómo ocurría y qué se sentía ―admitió mi padre, fascinado―. Es impresionante este nivel de conexión y
adoración.
―Pues ahora ya lo sabes ―le respondió Jake, sonriendo con satisfacción―. Y en nuestro caso es el doble.
―¡Yo quiero, yo quiero! ―pidió Alice, dando palmaditas sin parar, de la
emoción.
Puse los ojos en blanco, preparándome para las reposiciones que
tendría que hacer. Y así fue. Tuve que ir uno por uno, mostrando el corto que
mi mente ya había grabado. Empecé con Alice, pasando por Jasper, Carlisle,
Esme, Emmett y terminé, al fin, con Rosalie.
―Esto ya me lo temía. Ahora
lo entiendo todo ―suspiró esta
última cuando retiré mi mano de su rostro―. Yo ya
sospechaba algo.
―¿Tú? ―cuestionó Jake―. Pero si tú no
tienes ni idea de imprimaciones.
Me senté junto a Jacob otra vez y nos cogimos de la mano.
―Ya lo sé, idiota ―gruñó. Después, su rostro adquirió un tinte de
petulancia―. No obstante, sabía que
había algo.
―¿Por qué lo dices? ―quiso saber mi madre.
―Yo fui la primera que lo vi
todo ―desveló mi tía.
―¿Tú viste la imprimación de
Renesmee? ―le preguntó mamá.
―Más o menos. Cuando le
estaba dando el biberón de sangre a Nessie, ella estaba bastante intranquila ―empezó a explicar con una nota de resignación―. No lo tomaba bien, así que la levanté arriba y
abajo varias veces para jugar un poco con ella, a ver si así se relajaba un
poco ―miró a Jacob y suspiró.
»Entonces, en una de las
veces que la levanté, la niña se quedó embobada mirando algo, parecía
maravillada, como si hubiera visto un diamante enorme y muy brillante. Me giré
y vi que era él ―señaló a Jacob
con desdén―. Pensé que la reacción de
Nessie se debía a la sed, que lo veía como un posible aperitivo, pues él estaba
manchado con tu sangre por todas partes. Pero el muy tonto también la miraba de
la misma forma y eso me chocó. Se acercó a ella sin dejar de mirarla y yo la
aparté, no entendía nada, no sabía si la quería hacer daño. En cambio, y para
mi asombro, ella extendió sus bracitos hacia él y se me revolvió un poco. Aun
así, la mantuve alejada de él, seguía sin fiarme.
»Pero lo peor vino cuando él
también los extendió hacia la niña. Nessie se puso a llorar como una loca y
empezó a agitar las piernecitas, desesperada, se inclinó con sus pequeños
brazos abiertos para que la cogiera. En ese momento, me di cuenta de que había
algo extraño, aunque no era malo, más bien al revés ―miró a mi madre como defendiéndose―. Por eso se la pasé, si no hubiera visto esa
conexión entre ellos, esa especie de amor a primera vista, no lo hubiera hecho,
créeme ―mamá asintió para
tranquilizarla; tenía una de esas sonrisas tontas cuando se escucha una
historia bonita―. Además, la
niña no paraba de llorar y yo no sabía qué hacer para que se callase; aparte de
que el olor de tu sangre ya me estaba dominando otra vez y empecé a temer ser
yo quien la hiciese daño.
»Cuando Jacob la cogió, la
niña dejó de llorar automáticamente. Se quedaron un rato mirándose atontados.
Luego, ella le puso la manita en la cara y él se sorprendió, después se quedó
más atontado todavía. Yo no entendía nada, todavía no sabía lo del don de
Nessie. Le debió de preguntar cómo se llamaba, porque él contestó: Jacob. No sé lo que le dijo después, él
le sonrió con su cara de idiota, se sentó y empezó a darle el biberón. Para mi
asombro, la niña tragó como una loca y se lo terminó en poco tiempo. Vi que no
había ningún peligro, así que me quedé un poco más tranquila y me marché
volando de allí hacia el bosque, para saciar mi sed.
»A partir de ahí, ya sabéis
el resto. No había forma de separarles, me era casi imposible estar con ella
sin que él estuviera rondando alrededor ―le dedicó una
mirada de resquemor a Jacob y después sonrió al resto del público.
―Me gustas ―espetó Jacob.
―¿Qué? ―bufó Rosalie con cara de asco.
Jake puso los ojos en blanco.
―Tú no, estúpida ―replicó él con el mismo gesto―. Me gustas,
eso fue lo que me dijo.
―¿Te dije eso? ―le pregunté, mirándole sonriente.
―Sí. Bueno, no con palabras,
claro, no sabías hablar, pero me lo hiciste saber ―me respondió con otra sonrisa.
Vaya, qué lanzada era yo entonces.
―Ahora comprendo la
metamorfosis que sufrió Nessie cuando se formó el cigoto ―habló Carlisle, dirigiéndose a Jake―. Al final tenías razón, Jacob. Vuestro vínculo es
tan fuerte, que la magia actuó y lo cambió todo.
―¡Tachán! ―exclamó Jacob,
haciendo un gesto con los brazos―. ¡Magia de La
Push!
―¿Le ha pasado a alguien más?
―inquirió mamá―. Quiero decir, que se hayan imprimado los dos.
―No. Según mi viejo, es la
primera vez que se da un caso como el nuestro ―contestó él―. Tendremos que
hacerle una visita al Viejo Quil para ver qué nos cuenta.
―Billy nos dijo que era una
imprimación mutua o algo así ―seguí yo.
Todavía tenía grabado en la retina lo contentísimo que se había puesto
cuando nos había visto juntos y se lo habíamos contado, hacía apenas un par de
horas. Solo le faltó saltar de la silla y ponerse a bailar.
―¡Ua! ¡Vaya tapón! ―gritó Emmett de repente.
―Ponlo más alto, no se oye ―protestó Jake, intentando cogerle el mando a
distancia a mi tío, cosa que era imposible.
Em subió el volumen de la televisión para seguir viendo el partido de
baloncesto. Al parecer, su nivel de atención hacia la conversación se había ido
mermando a medida que avanzaba el juego.
―¿Cómo van? ―ahora Jacob se le había unido.
―57 a 60 ―le contestó Emmett sin quitar ojo a la tele.
―¡Uf! Está muy ajustado.
Jacob se inclinó hacia delante sin soltar mi mano para ver mejor el
partido, pero le pareció que estaba muy lejos de mí y volvió a apoyar la
espalda en el respaldo.
―¡Triple! ―voceó Emmett, levantando los brazos en el aire.
―Mierda. Venga, venga ―animó Jacob, como si los que salían jugando en la
televisión fueran a oírle.
―Acabaremos dándoos una
paliza ―se mofó Em.
―¿Qué dices? Este año
jugaremos los Playoffs ―aseguró Jake. Emmett soltó una de esas carcajadas
que retumbaban en toda la casa―. Ya lo verás.
El que ríe el último, ríe mejor.
―¿Quieres apostar? ―le provocó mi tío.
Me quedé mirándole embelesada durante su discusión de apuestas y
baloncesto con Emmett. No me podía creer que por fin estuviéramos juntos, que
pudiera coger su mano, abrazarle y besarle siempre que quisiera, después de la
agonía que había pasado.
No obstante, mi rostro de felicidad cambió cuando lo giré y pillé a
mis padres observándome con una expresión afligida, casi atormentada. Fue un
instante, ya que sus semblantes se transformaron inmediatamente y los dos me sonrieron
con real regocijo. Sin embargo, mamá seguía aferrando la mano de mi padre con
fuerza.
Mientras la señora Smith explicaba su larga y tediosa lección sobre la
Guerra de la Independencia, yo pensaba en Jacob. Tenía unas ganas horribles de
que sonara el último timbre para salir y lanzarme a sus brazos, y eso que
acababa de estar con él. Lo malo es que todavía estaba en la primera clase.
Suspiré y me dediqué a hacer garabatos en mi cuaderno.
Helen me pasó una de sus notitas, me la puso delante para que la viera
bien, aunque ya me había percatado de sobra. La abrí y leí:
Suspiros, suspiros y más suspiros. Bueno, ya me
estás contando lo que ha pasado con Jacob este fin de semana. Y no me digas que
nada, he visto cómo os besabais en el coche.
Mi rostro sufrió un tsunami
de sangre. Cuando lo giré para mirarla, Helen tenía sus ojos dorados falsos
clavados en mí, expectantes.
Volví a suspirar, escribí en
el mismo papel y se lo pasé.
Está bien, Jacob y yo estamos juntos, ¿contenta?
¡Quiero que me lo cuentes todo! ¿Cómo fue?
¿Cuándo? ¿Es que terminasteis enrollándoos en la boda?
Nos miramos y a las dos se
nos escapó una risilla tonta.
Bueno, más o menos. El pase definitivo fue ayer.
De tanto ver baloncesto el
día anterior, ya se me había pegado algo.
Ya verás cuando se entere Brenda, ja, ja. No le
digas nada. Podías darle una “sorpresita” al salir de clase.
Me parecía un poco
maquiavélico, pero después de todo lo que se había alegrado cuando Jake y yo
nos habíamos alejado…
Sí, puede que lo haga.
Volvimos a reírnos, esta vez
un poco más alto. La señora Smith se dio cuenta y paró su explicación.
―Señorita Cullen y señorita
Spencer ―escondí la nota en el bolsillo de mi chaqueta. Toda la clase se giró
para mirarnos―. ¿Tienen algo de lo que reírse? Porque si es así, podían
compartirlo con todos, ¿no les parece?
―No, no ―respondimos a la
vez.
―Bien ―se giró, mirándonos
con advertencia, y siguió su aburrida explicación en la pizarra.
Nos miramos otra vez,
mordiéndonos el labio, sonrientes, y nos concentramos en la lección.
El resto de clases pasaron
excesivamente despacio. En el almuerzo no le dijimos ni una palabra a Brenda, y
tampoco a las gemelas, para que no se les escapara.
Cuando por fin sonó el
último timbre, tuve que reprimir mis enormes ganas de salir corriendo por el
pasillo hacia Jacob. En vez de eso, me quedé con Helen, esperando al resto de
nuestras amigas para que saliéramos todas juntas. Quería ver la reacción de
Brenda.
Podía olerle a medida que
llegábamos a la puerta. Mis mariposas ya no podían más, iban a salir volando de
un momento a otro para llevarme junto a él. Nada más traspasar el umbral,
Brenda ya se puso en acción. Se abrió la chaqueta, tonteó con el pelo y le echó
unas cuantas miraditas.
Jacob me estaba esperando
apoyado en su moto, con su camiseta marrón y sus pantalones vaqueros cortos.
Estaba tan guapo… Nada más verme, me enseñó su espléndida sonrisa.
Ya no aguantaba más.
Sin despedirme de mis
amigas, salí disparada hacia él. Tuve que frenarme para no correr como un
semivampiro.
Tiré mi mochila al suelo
para abalanzar mis brazos a su cuello y él me abrazó con vigor, apretándome
contra su cuerpo. Nos empezamos a besar con entusiasmo, habían pasado
demasiadas horas sin vernos.
Sus labios ya eran un
afrodisíaco para mí, era imposible soltarlos. No podía creerme lo tonta que
había sido todos estos meses al evitarlos. Solo sentir su tórrido aliento en mi
boca, ya me hacía estremecer. Había desperdiciado mucho tiempo y me había
perdido un montón de besos.
Bueno, todo era cuestión de
recuperarlos…
Wiiiii gracias a dios subiste el capitulo :D
ResponderEliminarlo estaba esperando desde hace mucho!
Esta buenisiiimooo , como todos los capitulos que publicas!
te doy un consejo... NO DEJES DE ESCRIBIR estas historias lo haces muy bien (: sigue asi ^^
esperare con ansias el siguiente capitulo , me muero de curiosidad por sabes que pasara con Nessie y Jacob.
Bueno me despido de ti dandote las gracias por este maravilloso capitulo
Chaitoooo ♥
Hola Tamara,
ResponderEliminarLa verdad es que tenías razón cuando nos dijiste que ahora venían muchas sorpresas. Después de leer estos 5 capítulos, me he quedado con sentimientos encontrados hacia cada uno de los personajes.
En primer lugar, me encantó la escena cuando Nessie descubre que ama a Jacob con toda su alma, para luego sentirme abrumada cuando le dice a él, que solo quiere ser su amiga. Después, pude sentir yo también toda esa agonía de ambos.
Me dejó sin palabras la grandeza de las palabras de Jake al decirle que respetaría su decisión pero que también lucharía por ella.
Disfruté un mundo con el episodio que habla sobre el origen genético de ambos y lo parecido que son. También me llené de satisfacción y alegría cuando Edward le dijo a Jacob “no quiero que mi hija se quede viuda antes de tiempo”… esas palabras me dan la esperanza de pensar que terminaran juntos al final!.
Ahora bien, en las últimas escenas del capítulo “Libertad”, me parece ver que Jake ha decidido cambiar su estrategia para conquistar a Nessie, eso me gustó. Lo que no logré entender bien fue la actitud de Bella hacia Jacob, probablemente se sienta culpable todavía por haberle hecho daño al no corresponderle en sus sentimientos, no lo sé… seguramente lo sabré más adelante!...
Así que, te felicito nuevamente porque eres realmente una gran escritora, logras transmitir al lector todos esos sentimientos que viven cada uno de los personajes.
Un beso grande,
Isa
¡HOLA, GUAPISIMAS!XD
ResponderEliminarBueno, en primer lugar quiero daros las gracias por seguir ahi, ¡me animais muchisimo! ;-) Me alegro de que os guste, porque os aseguro que este libro lo he escrito con el corazon. Yo misma sentia lo que sentian Nessie y Jacob, lo juro XDD
Perdonad por la falta de acentos, es que este teclado no se que tiene que no me deja ponerlos...
Bueno, como he visto que el asunto de Bella preocupa un poco, voy a aclarar algunas cosillas ^^
Para empezar, quiero explicar que vais a encontrar a una Bella un poco rara, pero todo tiene una explicacion que se desvelara a lo largo del libro ;-). Solo os dire que esta atravesando por una crisis personal (que no con Edward) que la lleva a tener una serie de sentimientos encontrados que ni ella misma comprende y que la hace sentirse muy mal, ademas de que no puede controlar ciertos arrebatos. Pero todo esto ya se vera a lo largo de la historia. Tambien teneis que daros cuenta de la actitud de Edward al respecto, eso es por algo ;-)
Tambien quiero que tengais en cuenta el por que de las reacciones de Nessie. Ella no es una adolescente normal, en un mes y medio, ha pasado de ser una niña de 12 años a ser una adolescente-mujer de 17 o mas, puesto que aparenta mas ^^ . Aunque es muy inteligente, no ha tenido apenas experiencias en la vida, puesto que solamente ha vivido 6 años ^^ y eso hace que haya sentimientos que aun no conoce, etc.
Me gustaria que os pusierais en el lugar de todos los personajes, porque aqui no se trata de buenos o malos, sino de sentimientos. Habra reacciones de Nessie hacia su madre que tampoco puede controlar (como ha pasado en el capitulo "Libertad"). Ella no sabe por lo que Bella esta pasando (como ya dije, ni la propia Bella lo sabe, por eso tampoco habla con su hija), solamente ve las extrañas actitudes de su madre y sus raros celos, es por eso que ella tampoco sabe como tiene que reaccionar, ya que por un lado le da rabia, pero por otro si ve que a su madre le pasa algo y le da pena de ella. Todo esto ya se ira viendo con el tiempo. Y tambien quiero que tengais en cuenta que no es facil coger a tu madre y hablar con ella de un tema tan delicado como ese (ya os dareis cuenta de que hablo cuando sigais leyendo XD), bueno, por lo menos a mi no me lo parece XDD
Si, Jacob ha cambiado de estrategia, porque, como le dijo a Nessie, respeta su decision, pero tampoco es tonto XDD y, por supuesto, hara lo que sea para estar con ella, ya que sabe que ella tambien siente algo por el.
Y nada mas, creo XD
Solo decir que me gusta mucho que dejeis aqui vuestras dudas, comentarios, criticas o lo que querais, porque asi me dais la oportunidad de aclarar las cosas o explicar mi punto de vista ;-)
Bueno, no me enrollo mas.
Espero que os siga gustando, os voy a dejar mas capis, a ver que os parecen ;-D
UN BESAZO A LAS DOS!!
Y GRACIAS!!
Hola Tamara,
ResponderEliminar¡Realmente me he quedado sin palabras después de leer estos nuevos capítulos que nos has obsequiado!...
Es extraordinario ver como plasmas de manera tan sublime cada una de las sensaciones que se van desarrollando en Nessie y Jacob, mirando su mundo desde tu propia perspectiva. Verdaderamente lo has escrito con el corazón y sintiendo cada una de ellas. ¡Me siento profundamente conmovida!
Permíteme decirte que tienes una gran sensibilidad para captar y apreciar las cosas más sencillas y hermosas de la vida. Esto se evidencia cuando narras la escena de la playa y realizas la semejanza entre el paisaje y la música describiéndola como: “El sol ya estaba bajo, preparado para su puesta en escena, como el director de una orquesta que espera quieto con la batuta hasta que da paso a la obra”, o en la imagen de la gran fogata diciendo: “Con cada chasquido de la hoguera, salía una explosión de chispas, parecían luciérnagas bailando a su alrededor”, por nombrarte algunas.
¡Cada descripción es como un dibujo que pretende provocar en la imaginación de nosotros los lectores, una impresión similar a la percibida por tus sentidos al observar la realidad, eres realmente brillante!…
El tiempo que te ha tomado hacer esta obra (casi un año), demuestra el cuidado que has tenido para no dejar pasar por alto cada detalle y eso se traduce en una obra de calidad.
¡Mil gracias por darnos también la oportunidad de darte nuestras opiniones; pienso al igual que tú, que nadie es enteramente bueno, ni enteramente malo, somos seres con sentimientos!...
Sigo “enganchada” a tu Historia…
Un beso grande.
Isa
HOLA! Déjame decirte isafer que estoy TOTALMENTE de acuerdo contigo...
ResponderEliminarTamara la manera que cuentas la historia es realmente impresionante, me siento realmente cautivada por esta magnifica historia. Si sigues así te convertirás es una excelente escritora.
Déjame confesarte que estoy maravillada no me canso de leerla, nunca he leído algo parecido, es la primera vez que me siento tan identificada con una historia.
Déjame felicitarte de nuevo, y te doy las gracias por dedicarle tu tiempo a esto.
Seguiré esperando con inquietud los próximos capítulos (:
Espero que se ponga más interesante de lo que ya es
Bueno me despido de ti dándote de nuevo las GRACIAS por hacer esta historia
Un beso enorme ♥
¡¡Muchisimas gracias a todas! :º)
ResponderEliminarBueno, es que yo no me se explicar de otro modo XDD Asi es como lo ve mi cabeza y asi es como lo tengo que describir :)
Muchas gracias por ponerme estas cosas tan bonitas, haceis que realmente merezca la pena escribir ;)
Os pondre mas capis ahora mismo XD
A ver que os parecen ^^
Un lameton a modo de besazo para todas!!!
hola de nuevoo :
ResponderEliminarguau encerio es la historia que mas me a atrapado me encanto escribes tan detalladamente que no se te escapa nadita de nada fue tan hermoso ( en algunas partes llore y en otras no sabes como me carcajee como lo de jake con rosalie) de verdad es muy lindo y porfavor NO dejes de escribir pork ya me atrapo y creo que ya me obsesione :3
gracias sigue asi :D
¡Hola. albajamille! ^^
ResponderEliminarMuchas gracias por ponerme esto tan bonito :º) y tambien por leerme!
Seguire poniendoos mas capis, y espero que os gusten ^^
Un besazo!!
Hola Tamara me encanta lo que leo, me haces imaginar situaciones con tus capitulos, definitivamente me he enviciado, habrá algun liugar donde lo pueda descargar y asi poder seguir leyendo??? Muchas gracias por compartir con nosotros tu don para escribir y sobre todo transmitir....
ResponderEliminarHola!!!
EliminarMuchas gracias por eso tan bonito que me pones =º) Me hace muy feliz que te esté gustando tanto, porque yo lo escribí con toda mi alma.
Pues si quieres los libros, sólo tienes que dejarme tu email aquí o mandarme un mensaje a mi correo: tgp7904@hotmail.com, y yo te los envío enseguida ;) Por supuesto, los libros son para uso totalmente personal, es decir, para que los leáis, no para colgarlos en ningún otro sitio, ¿vale? ;)
Bueno, ya me dices ;)
Un lameton lobuno para tí!!!
Hola me encantan tus libros deberian hacer una serie o publicar un libro como este .Es genial me gustaria que me lo enviaras por correo mi corre es :
ResponderEliminarsilvana_stefa@hotmail.com
te agradeceria mucho k me lo enviaras
otra vez gracias y adios
Hola, silvana stefanía!!!
EliminarMuchísimas gracias por darme una oportunidad y leerme, me hace muy feliz tener nuevos lectores!!! Muchas gracias por tu comentario, me halaga un montón. Ojalá hicieran una película o una serie con mis libros, sería mi sueño, jajaja. En fin, de ilusiones se vive, ¿no te parece? ^^
Ya te envié los libros, espero que te lleguen bien y que los guardes con cariño, ¿eh? ;)
Lametones!!!
Hola! Cuánto más leo más me apasionan aixx.. me podrías pasar los libros por hotmail please:D? --> noeemy.17@hotmail.com
ResponderEliminarAcabo de enviarte los libros, Noemi, espero que te lleguen sin problemas ;)
EliminarLametones!!!
holaa quee buenos libros de verdad que me he vuelto fan je ^^ Exito que tienes un gran futuro como escritora y ammm un favor puedes enviarmelos a mi correo que de verdad son un tesoro es:
ResponderEliminarthjb_ekaulitz@hotmail.com
tee lo agradeceria muchooo saludos!!
Hola, **jAdE eVeLyN**!!
EliminarMuchísimas gracias por darme una oportunidad y leerme, me hace muy feliz tener nuevos lectores!!! Muchas gracias por tu comentario, eso de que son un tesoro me halaga un montón *-* Para mí lo son, claro, sean buenos o malos, me ha costado mucho escribirlos, jeje =P Me alegro de que a ti te gusten tanto =º)
Ya te envié los libros, espero que te lleguen bien y que los guardes con cariño, ¿eh? ;)
Lametones!!!
muchas graciias =D!! claro que los guardare con cariñoo jee mii novioo se cree hombre loboo XP y le fascinaran seguroo !! no tanto como amii claro jaja saludos!
ResponderEliminarEstoy...enganchadísimaaa
ResponderEliminarAins, qué ilusión me hace, en serio =º)
EliminarEspero que el resto de la historia te siga gustando.
Lametones!!!
Hola chica! Bueno primero q nada me quito el sombrero delante de ti, este libro es magnífico no paró de reír y de sonreír jajaja es una excelente historia, además haz respetado perfectamente el carácter y emociones de los personajes de myer , y te lo dice alguien q se sabe literal cada punto y coma de la saga de crepúsculo :) pero bueno sólo te quiero pedir q me lo mandes a mi correo porfa porq lo quiero imprimir por si lo quiero volver a leer después :) este es mi correo eri_hist_selva_24@hotmail.com, q gran talento espero tenerlo en mis manos Pronto, gracias y de nuevo Felicidades
ResponderEliminar¡Hola, guapísima!
EliminarGuau, muchísimas gracias por esas palabras tan bonitas que me has dejado en tu comentario, eres un cielo, como Nessie =) Muchas gracias por darme una oportunidad y leer mi historia!! Me alegro de que te guste mi particular continuación. Sí, la verdad es que he intentado respetar la personalidad de los personajes, es muy gratificante ver que lo notáis ;) Sobre enviarte el libro, no te envío sólo Despertar, sino que también te mando su continuación: Nueva Era I. Profecía y Nueva Era II. Comienzo ;) Espero que te lleguen sin problemas y que los guardes con cariño ;) Imprimirlos te van a salir por un pastón, pero puedes hacerlo poco a poco, si quieres ;)
Bueno, y nada más, que muchísimas gracias por leerme!!!
Lametones y ¡¡FELIZ NAVIDAD!!
Yo también quiero recuperar el tiempo perdido … cuando encuentre mi lobo :c
ResponderEliminarPero tengo esperanza :D
Bueno q buena la historia me hicistes sufrir,llorar,sonrojar y más
Buena a leer lo q sigue
Me encanta, se los juro... pero quien lo escribió reprobó biología!!... osea... como q si nace niña van a prevalecer los genes de la ladre y vise versa... porfa si no saben de un tema no hablne de eso que me dio dolor de cabeza leer esa parte...
ResponderEliminarHola,
EliminarEn primer lugar me gustaría darte las gracias por darle una oportunidad a mi libro, siempre me encanta tener lectores nuevos.
Sobre los genes, bueno, para empezar, y como simple nota aclaratoria, decir que este, como los libros de Stephenie Meyer, es un libro de FANTASÍA y CIENCIA FICCIÓN. Naturalmente, y como es obvio, no soy bióloga, aunque sí, aprobé Biología en el Instituto (hace ya bastantes años, por cierto), y sé que algo así no se daría en la vida real, pero si vuelves a leer el capítulo, verás que si sucede eso con los genes de Nessie es porque ha habido una mutación genética donde la magia también ha actuado, y por esa razón que la fantasía nos brinda si Nessie y Jacob tienen una niña, sería una semivampiro metamorfo como su madre, y si tienen un niño, sería un lobito. Eso es lo bonito de la fantasía, que puede ocurrir de todo. Gracias a la fantasía, tenemos vampiros, hombres lobo, metamorfos, magos y demás seres que en la realidad no existen, sin embargo, a quienes nos gusta este tipo de literatura nos gusta creer que en ese instante de la lectura esos seres existen, y nos lo creemos sin más, porque es lo bonito de la fantasía, creérsela por muy inverosímil que sea. Ahora, si nos ponemos en plan "tiquismiquis", podemos decir que un hombre jamás podría transformarse en un lobo gigante y después volver a convertirse en hombre, que un cuerpo humano nunca soportaría un cambio físico y morfológico tan grande e imposible, o que un vampiro jamás podría tener relaciones sexuales con nadie, y mucho menos dejar embarazada a una mujer (no hace falta que te explique el porqué, ¿verdad?), pero todo eso lo leemos y nos lo creemos. Y si nos ponemos más “tiquismiquis” todavía, podemos decir que los vampiros no existen, ni los lobos gigantes, y entonces nos quedaríamos sin historia fantástica que leer. Así que no se trata de saber de un tema, se trata de meterse en la historia, en la fantasía, y darse cuenta de que en ese mundo, todo es posible, hasta las mutaciones genéticas.
Un saludo de la autora.