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INDICE CAPITULOS BLOQUE 5:
34. FIESTA
35. LLAMADA
36. TENSIÓN
37. HUÍR
38. REGALOS
39. PLAYA
40. LUCHA
INDICE CAPITULOS BLOQUE 5:
34. FIESTA
35. LLAMADA
36. TENSIÓN
37. HUÍR
38. REGALOS
39. PLAYA
40. LUCHA
FIESTA
Las fiestas no entraban en
mi concepto de estar alerta y vigilantes, sin embargo, Jacob insistió en que
nos vendría bien un poco de diversión y, además, como era en La Push, rodeados
de enormes chicos lobo, sabíamos que no iba a haber ningún peligro.
La verdad es que necesitaba
un poco de distracción, estas últimas semanas no había hecho más que pensar en
el séquito de vampiros que querían llevarse a Jacob con sus jaulas y cadenas,
en la visita cada vez más cercana de los Vulturis, en el licántropo que me
acosaba y que seguía por los alrededores matando a gente inocente sin que
pudiéramos hacer nada… Sí, definitivamente, un poco de diversión me vendría
bien, de todas formas, tampoco hacíamos nada quedándonos en casa.
Con veinticuatro lobos
gigantes, no había sitio más seguro en el mundo que La Push, y eso también lo
sabía mi padre, por lo que accedió sin problemas a que fuéramos a la fiesta. Eso
sí, con un toque de queda que a él le pareció el más apropiado, pero que a
nosotros nos fastidió un poco.
La cafetería estaba
atestada, como siempre. Helen y yo tuvimos que estar un rato en la cola hasta
llegar a la comida. Cuando por fin llenamos nuestras bandejas, nos sentamos en
la mesa de siempre, con el resto de las chicas.
Lo primero que hice, como
llevaba haciendo últimamente, fue mirar a la persona que tenía enfrente. Brenda
seguía decaída, otro día más; el tema ya empezaba a preocuparme de verdad.
―Tim Morrey me ha invitado al
baile de fin de curso ―anunció Alison, toda emocionada.
La mesa se revolucionó en un
jolgorio de voces y risas, ya que Alison llevaba bastante tiempo detrás de ese
chico. Todas, excepto Brenda. Esta se limitó a sonreír sin ganas.
―¿Tan pronto? ―inquirió
Helen con entusiasmo.
―Bueno, es treinta de marzo.
Hasta el veinticinco de junio quedan tres meses, tampoco es tanto ―rebatí con
ironía.
―Muy graciosa ―contestó
Alison con retintín.
Nos reímos durante unos
segundos. Otra vez todas, menos Brenda.
―Yo creo que a mí me va a
invitar Justin Musset ―declaró Helen con sus ojos dorados falsos mirando con
picardía a la mesa de la ventana, donde estaba el mencionado―, aunque no me
quiero hacer ilusiones, por si acaso.
Irremediablemente, todas
giramos las cabezas hacia allí. El chico era mono, tenía una larga melena negra
lisa y vestía todo de negro, más al estilo heavy, que al gótico de Helen, pero aun así…
―Te pega ―afirmé, siguiendo
mis pensamientos―. Además, es bastante guapo.
Justin y sus amigos se
dieron cuenta de nuestro repaso y juicio y nos sonrieron. Volvimos las cabezas
ipso facto y nos reímos.
―Sí, a mí también me lo
parece ―manifestó ella―. Pero por eso no me quiero emocionar todavía. Es
pronto.
―Pues yo creo que le gustas ―atestigüé;
acto seguido, le di un sorbo a mi refresco.
―No quiero emocionarme ―repitió,
comiéndose una patata.
―A mí me lo va a pedir Kevin
Carroll, me lo han dicho sus amigos ―confesó Jennifer, algo ruborizada.
―Vaya, qué calladito te lo
tenías ―le amonesté en broma, tirándole una miga de pan.
Me sonrió con una mueca y me
respondió lanzándome un trozo más grande.
―A mí ni siquiera me miran ―me
quejé.
―Por supuesto que te miran,
eso te lo aseguro ―garantizó mi compañera de pupitre―. Lo que pasa es que
también miran a tu pedazo de novio y ninguno se atreve siquiera a acercarse a
ti.
―Eso es verdad ―sonreí.
―¿Vas a ir al baile con
Jacob? ―me preguntó Jennifer.
―¿Puede venir?
―Claro, si paga la entrada ―me
confirmó.
―No sé. Él tiene veintiún
años y yo… diecisiete ―tuve que pensar mi edad, debido a que había vuelto a
desarrollar otro poco y ya era más mayor―. A lo mejor nos ponen algún
impedimento, como yo todavía soy menor de edad. Y tampoco sé si le apetecerá
venir a un baile de instituto.
Mentí sobre su edad para que
no hubiera tanta diferencia entre nuestros años, ya que se suponía que yo tenía
que tener diecisiete. Si decía que Jacob en realidad tenía veintitrés, ya eran
seis años de diferencia. En cambio, así, eran cuatro años los que me llevaba,
lo cual no dejaba de ser verdad, porque yo realmente ya debía de tener como
unos veinte. Aunque Jacob aparentaba unos veinticinco…
Pusieron una cara un poco
rara, pero se lo tragaron.
―Sí, es cierto ―ratificó
ella―. No creo que al director le hiciera mucha gracia, os tendría vigilados
todo el baile.
―¿Y a ti, Brenda? ¿Te lo ha
pedido alguien? ―interrogó Alison.
Las cuatro miramos a la
aludida con expectación, aunque he de admitir que yo, además, con esperanza.
―Sí, un par de chicos ―respondió,
desvaída.
―¿Quién? ―inquirí, fingiendo
entusiasmo para ver si ella se animaba un poco.
―No sé cómo se llaman ―contestó,
encogiendo aún más sus caídos hombros.
―¿Y son guapos? ―seguí con
mi táctica.
―No sé, no me he fijado ―continuó
ella con su poco ánimo.
Las miradas de mis amigas
oscilaban de unas a otras con preocupación.
Sí, Brenda estaba hecha
polvo. Jacob era su chico ideal y se había dado cuenta, por fin, de que no
tenía nada que hacer porque estaba enamorado ―e imprimado― de mí. Y encima, yo
se lo había restregado por la cara durante semanas. Empecé a sentirme una
persona horrible y cruel. Yo era la culpable de su tristeza.
Sin embargo, ¿qué podía
hacer? Yo no podía evitar besarle cuando lo veía a la salida de clase después
de tantas horas sin estar a su lado. Si supiera que ambos estábamos imprimados,
sabría que nos era imposible no abrazarnos o besarnos. Tendría que aceptarlo
tarde o temprano. No obstante, verla así, tan decaída, me rompía el corazón.
Como no conociera a otro chico como Jacob…
Entonces, mi cabeza se
iluminó como una lámpara. La fiesta en La Push. Allí había chicos altos y
musculosos, estilo Jacob, por un tubo. Alguno le tendría que gustar, ¿no? Desde
luego, no eran tan guapos como él, o eso me parecía a mí, claro, pero…
―¿Te han vuelto a dar la
noche libre, Brenda? ―le pregunté.
―¿Eh? ―salió de su nube―.
Ah, sí.
―Esta noche Jacob y yo vamos
a una fiesta en La Push, ¿te apetece venir?
Las tres cabezas de mis
amigas se giraron hacia mí, estupefactas.
El rostro de Helen se
desfiguró con una mueca y empezó a negar levemente, advirtiéndome. La ignoré.
―No sé… ―respondió con
decaimiento.
―Venga, será divertido ―la
animé―. Habrá una hoguera, comida, música, chicos…
―recalqué―. Lo pasaremos bien.
―No sé… ―repitió.
Esto no iba bien. Tendría
que usar mi última arma, muy a mi pesar.
―Jacob me ha preguntado si
ibas a venir ―mentí, haciéndome la tonta―. Creo que quiere presentarte a alguno
de sus amigos.
Su rostro se llenó de luz en
un latido de corazón.
―¿Jacob te ha preguntado
eso?
Suspiré para mis adentros,
casi empezaba a arrepentirme de esto.
Helen se metió una patata en
la boca mientras miraba hacia otro lado, dándome a entender que ella ya me lo
había advertido y que no quería saber nada.
―Sí, quiere presentarte a
alguno de sus amigos ―reiteré.
―¿A qué hora quedamos?
Sí, ya me estaba
arrepintiendo…
―¿Seguro que esta es su
casa? ―protestó Jacob.
―Sí. Mira, ya sale.
―Ya era hora ―resopló.
Brenda cerró la puerta de su
casa y se acercó al coche con diligencia. Saludó a Jacob con la mano desde el
otro lado del parabrisas cuando pasó por delante del Golf, y este asintió con
una sonrisa forzada, todavía estaba irritado por tenernos esperando quince
minutos.
―Pórtate bien, ¿vale? ―le
advertí antes de que él abriera la manilla―. La pobre está pasando por una mala
racha.
―Sí, sí, ya me lo has dicho ―suspiró,
y abrió la puerta.
―Hola, Jacob ―saludó con
efusividad, asomando la cabeza por el hueco antes de que a él le diera tiempo a
salir.
―Hola ―respondimos los dos,
yo con un tono más alto de la cuenta para que me oyera bien.
Jake salió del coche, echó
su asiento hacia delante y mi amiga se subió, sentándose en la parte trasera
del Golf.
Mi novio volvió a montarse,
puso en marcha el motor y empezamos a avanzar por la calzada estrecha hasta que
salimos a la carretera de Forks.
―Perdonad si os he hecho
esperar un poco.
―¿Un poco? ―se quejó Jacob
con un cuchicheo.
Le di un pequeño codazo como
regañina.
―No importa, tampoco tenemos…
―antes de que terminara la frase, el coche aceleró y todo empezó a pasar a
nuestro lado a gran velocidad―…prisa. ¿Verdad, Jake? ―le insinué con intención.
―No, claro ―aceptó a
regañadientes.
El pie de Jacob se levantó
un poco del acelerador y las pocas casas que quedaban del pueblo pasaron más
despacio, aunque no mucho más.
Seguimos por la carretera de
La Push, hasta que llegamos a nuestro destino sin problema. Por supuesto,
Brenda se pasó todo el viaje insinuándose y haciéndole preguntas tontas a
Jacob, hubo un momento en el que estuve a punto de dejarla en el arcén, pero me
contuve. Todo fuera por no verla en ese estado vegetal por más tiempo.
Recé para que le gustase alguno de los chicos quileute, o por lo menos que se
divirtiera, tal vez así se animaba un poco.
Jacob aparcó cerca del
espigón y nos bajamos del coche para encaminarnos a la playa de First Beach,
donde ya se encontraban todos; se podía ver la hoguera y escuchar la música
desde allí.
Por el camino, se nos cruzó
un perro callejero y Brenda pegó un brinco, asustada, escondiéndose detrás de
Jacob. Y eso que era mediano.
―¿Qué pasa, no te gustan los
perros? ―le pregunté, al ver su reacción.
―No. Me dan un poco de
repelús, la verdad ―confesó.
Era un tanto paradójico. La
traía aquí, donde todos los chicos con los que íbamos a estar se convertían en
enormes lobos, si ella lo supiera... Jake también se dio cuenta de esto y se
empezó a carcajear, contagiándome la risa.
―¿Qué pasa? ―quiso saber
ella.
―No, nada ―le dije,
aguantándome todo lo que pude.
Jake me cogió de la mano y
seguimos caminando hasta que llegamos a la arena. Brenda me agarró del otro brazo,
separándome de él, disimulando una conversación que no tenía sentido alguno.
Siempre evitaba que mis amigas me tocaran, para que no notaran la alta
temperatura de mi piel, y siempre estaba atenta, pero en esta ocasión me pilló
totalmente desprevenida. Suspiré aliviada cuando me di cuenta de que llevaba la
cazadora y ella no me tocaba. Nos descalzamos, dejamos el calzado en el mismo
sitio que el resto y nos adentramos en la playa, en dirección a la hoguera verde
azulada.
Brenda se aferraba a mi
brazo como si fuera amiga mía de toda la vida, todo con tal de alejarme de Jake.
Suspiré para mis adentros, esta vez cansada. Sí, definitivamente, me estaba
arrepintiendo de esto. Empecé a dar por sentado que traerla a la fiesta para
que conociera a otros chicos era la mayor estupidez de mi vida, porque lo único
a lo que se iba a dedicar era a apartarme del mío.
Giré la cabeza hacia atrás y
miré con cara de arrepentimiento a Jacob, que caminaba solo detrás de nosotras,
con las manos en los bolsillos de su pantalón corto. Me dedicó una sonrisa de venganza.
Entonces, Brenda se paró de
repente y tuve que frenar en seco para no caerme de morros en la arena.
―Brenda, casi me caigo ―protesté.
No me hizo ni caso. Se quedó
asombrada, mirando algo con la boca abierta y una sonrisa que se le iba a salir
de la cara.
Miré en su dirección y me
quedé patidifusa. Jacob se puso a mi lado a observar lo mismo que veían mis
ojos.
―Se llama Seth ―le informé,
asiéndome a la mano de Jake con esperanzas.
―¿Seth? ―su sonrisa se
amplió todavía más.
El mencionado estaba jugando
con un balón de fútbol americano en la orilla, con Rephael y Cheran. Los tres
iban sin camiseta, sin embargo, por alguna razón, en el que más se fijó fue en
Seth. En cuanto Brenda vio sus músculos, ya no hubo más que decir. Me di cuenta
del porqué enseguida. Bien mirado, se podría decir que Seth tenía un aire a
Jacob, aunque no fuera tan guapo y fuerte como él, claro, al menos para mí, de
ahí que fuera el que más le gustase de todos los que allí estaban. ¿Su chico
ideal también podría ser Seth?
―¡Eh, Jacob! ―nos llamó Sam
desde la hoguera, haciéndonos gestos para que nos acercáramos.
Paul levantó el brazo,
enseñándonos un perrito caliente.
―¿No tenéis hambre? Porque
yo estoy muerto ―afirmó Jake, tirando de mí para que iniciásemos la caminata.
Mi amiga se unió a nuestra
marcha hacia la hoguera, encantada, sin dejar de echar miraditas en dirección a
Seth. Ya no me agarraba ni me comentaba temas absurdos, en realidad, ni
siquiera hablaba.
―¿Cómo va eso? ―nos saludó
Shubael―. Eh, Nessie, estás muy guapa esta noche ―me dijo, dándome un beso en
la mano.
―Gracias, tú siempre tan
cumplidor ―me reí.
―Sí, demasiado, diría yo ―resopló
Jake.
―¿Quién es tu amiga? ―quiso
saber.
―Me llamo Brenda ―contestó
ella, toda sonriente.
―Encantado, yo soy Shubael ―se
presentó, besando también su mano.
―Y yo Isaac ―se interpuso este,
quitando a su amigo para hacer lo mismo.
Los dos quileute se
enzarzaron en un forcejeo para hablar con Brenda.
―Dejadlo ya, ¿queréis? ―intervino
Emily―. Va a pensar que nunca habéis visto a una chica.
―Siempre intentando ligar ―se
mofó Rachel.
Brenda se rio, halagada por
todo el teatro. A ella se la notaba en su salsa. Mis esperanzas aumentaban cada
vez más.
―Bueno, te voy a presentar
al resto ―enuncié. Conforme iba pronunciando sus nombres, iban asintiendo con
la cabeza―. Estos son Sam y Emily, Paul y Rachel, Jared y Kim, Brady y Ruth,
Canaan y Sarah, Daniel y Martha, Jeremiah y Jemima, Aaron y Eve ―tomé aire para
seguir―, Quil, Embry, Collin, Matthew, Abel, Leah y… ―miré al novio de esta―,
lo siento, no sé tu nombre.
―Simon ―me contestó con una
sonrisa nívea.
Tenía que reconocerle el
gusto a Leah, era bastante guapo. Su melena lisa y negra caía justo sobre sus
hombros, tenía unos ojos de color castaño que brillaban alegres y, por su
sonrisa sincera, parecía agradable y simpático.
―Bueno, de paso, encantada ―le
dije, correspondiendo esa sonrisa.
―Lo mismo digo ―nos contestó
a las dos.
Mi amiga saludó con un encantada
general y nos sentamos en uno de los troncos blanquecinos que habían puesto de
asientos. Jacob nos pasó unos perritos y se sentó a mi lado.
―¿Todos los chicos de aquí
son así de grandes? ―me preguntó Brenda con un cuchicheo, mirándolos con
asombro.
―Pues como ves, sí ―me reí.
―¿Qué les dan de comer? ―se rio
ella también.
―Será esto ―levanté mi perrito
y nos reímos más―. Comen como limas, ya lo verás.
―Es mucha gente, no sé si me
acordaré del nombre de todos ―manifestó.
Y eso que faltaban Michael,
Nathan, Ivah y Thomas, que estaban de vigilancia por los alrededores.
―No te preocupes, ya te los
aprenderás.
―¿Y los tres que están
jugando en la orilla? Me dijiste que aquel de allí se llama Seth, ¿no? ―intentó
hacerse la tonta, pero se le notaba a leguas.
―Sí ―sonreí. Luego, señalé
con el dedo a los otros dos―. Ese es Rephael y el otro Cheran.
―Ah ―se comió un bocadito
del perrito para disimular y siguió hablando―. ¿Y no van a venir a comer nada?
Como siempre en Brenda, se
notaba que ese van en realidad era un va, en singular.
―Me imagino que sí.
―Ah ―y se volvió a comer un
trocito de comida sin dejar de mirar a la orilla.
―¿Cómo va la cosa? ―me
bisbiseó Jake al oído, poniéndome todo el vello de punta―. ¿Se lo está pasando
bien?
―De momento, parece que sí.
Oye, ¿por qué no llamas a Seth y a los otros para que vengan? ―se me ocurrió.
―¿Para qué? Si están
jugando, será porque no tienen mucha hambre. Ya vendrán.
―¿Tengo que explicártelo
todo? ―le insinué, señalando a Brenda con un ligero movimiento de cabeza.
―Ah, claro.
Jacob pegó un elevado
silbido, metiendo lo dedos en la boca, y les hizo una seña para que vinieran.
―Qué discreto… ―le eché en
cara con ironía.
―¿Y cómo quieres que les
llame? ―refunfuñó.
―No sé, vosotros tenéis muy
buen oído, ¿no? ―le contesté―. Podías haber usado otro método, no hacía falta
que se enterase toda la tribu.
―Vale, vale, no me di cuenta
―reconoció a regañadientes.
Entonces, a medida que los
tres chicos se acercaban, me percaté de algo en lo que no había pensado.
―¿Crees que saldrá bien? ―le
bisbiseé―. A lo mejor a Seth no le gusta Brenda.
―Yo diría más bien todo lo contrario,
mira eso ―aseguró Jacob, enarcando las cejas con asombro.
―¿Qué pasa? ―quise saber,
girando el rostro para mirar.
Se hizo un silencio en el
que solamente se escuchaba la música del radiocasete que había sobre la arena.
El perrito casi se me cae al
suelo cuando vi a Seth. Estaba plantado a dos metros de Brenda, boquiabierto,
con sus ojos de chocolate clavados en ella, mirándola maravillado y pasmado,
como si acabase de encontrar un tesoro.
Brenda le sonrió, para mi
asombro tímidamente y ruborizada, y él le correspondió la sonrisa con otra
deslumbrante.
―No me lo puedo creer ―le
murmuré a Jacob, moviendo las pestañas sin parar―. No me digas que Seth…
―Sí, se acaba de imprimar de
tu amiga ―me corroboró él, riéndose.
A mí no me hacía tanta
gracia. Esto no entraba dentro de mis planes. Había traído a Brenda para
levantarle el ánimo, para que conociera a otros chicos, bueno, y tenía que
reconocer que también para que se olvidase de mi Jacob de una vez, pero esto de
que uno de esos chicos se imprimara de ella…
Ahora el que me preocupaba
era Seth. ¿Y si para ella era solo un pasatiempo? Porque tratándose de ella…
Leah parecía tan sorprendida
y cauta como yo, estudiaba la nueva e imprevista situación con sumo interés.
Hubo un carraspeo
generalizado y la hoguera se llenó de murmullos de conversaciones otra vez,
como si no pasara nada. Jake les hizo una señal a Cheran y Rephael para que
siguieran a lo suyo, cosa que hicieron al ver la situación.
―¡Otro más! ―exclamó Isaac,
irritado.
―Nada, tío ―resopló Shubael―.
Ya no hay nada que hacer.
―Mejor nos retiramos ―suspiró
el primero.
Los dos quileutes se
apartaron, dejándole paso a Seth.
―Hola, me llamo Seth, ¿y tú?
―le preguntó, exultante.
―Brenda ―le respondió esta
con timidez.
No me lo podía creer.
¡Brenda colorada!
―Brenda… ―repitió él con un
murmullo, fascinado.
Jacob y yo le dimos otro
bocado a nuestros perritos, mirándoles de reojo con interés.
―¿Te sientas ahí conmigo? ―le
propuso Seth sin cortarse un pelo, señalando un tronco un poco más alejado―. Me
gustaría conocerte mejor.
Jacob volvió a levantar las
cejas sin creérselo.
―Sí, claro ―consintió ella,
encantada.
Los ojos se le iban a salir
de su sitio, de tanto fijarse en él.
Brenda se levantó sin
pensárselo dos veces y se fue con Seth sin ni siquiera mirarme, ya tenía bastante
con el torso aún desnudo de él.
―Hey, cuñado, pásame ese
perrito, anda ―pidió Paul, indicando con el dedo el último que quedaba.
―No me llames cuñado,
¿quieres? ―protestó Jacob.
Agarró el perrito y se lo
lanzó con malas formas. Paul se levantó y lo cogió en el aire con la boca.
―No hagáis el tonto, por
favor ―se quejó Rachel.
―Pareces un mono de circo ―se
carcajeó Jacob con malicia.
―Muy gracioso ―le contestó
Paul con la boca llena.
―¡Paul, por favor! ―gimió
Rachel con una mueca.
―Sí, cielito[1] ―le
dijo, dándole un beso en la mejilla.
―¿Cielito? ―se burló
Jake.
―Es que se me ha pegado algo
de México ―se excusó, dándole otro enorme mordisco a su perrito.
―Dios, mejor se te hubieran
pegado algunos modales a la mesa ―masculló Jacob con cara de asco―. Te estoy
viendo hasta las amígdalas.
Paul abrió más la boca,
enseñándole lo que había masticado.
―Eres un cerdo, tío ―se rio
mi novio con la misma cara.
―¡Paul! ―volvió a regañarle
Rachel, pegándole un manotazo en el brazo―. ¡Y tú Jacob, deja de pincharle! ¡Siempre
estáis igual, parecéis críos!
Jake se carcajeó y cogió una
cerveza sin alcohol del bidón con hielo en el que estaban.
―¿Quieres, cielito? ―me
ofreció, burlándose de Paul.
―¡Jacob! ―le riñó su
hermana.
―Vale, vale ―se rindió sin
dejar de reírse, después se aclaró la voz y se dirigió a mí―. En serio,
¿quieres una o prefieres un refresco de limón?
―Sí, una cerveza está bien ―acepté.
Agarró otra lata, la abrió,
me la dio y se sentó a mi lado. Me pasó el brazo por los hombros y me acurruqué
bien pegada a él. Comenzó a pasarme los dedos por el pelo y a acariciarme la
cabeza, estaba tan a gusto, que solamente me faltaba ronronear.
Le di unos cuantos tragos a
la cerveza y me puse a escuchar la conversación que mantenían todos sobre el
turno de ese día. Me extrañó que hablaran de eso delante de Simon. Creía que no
sabía nada del tema, pero luego Jacob me explicó al oído que había dejado que
Leah se lo contara todo. Después de todo, él se lo había contado a mi madre y
no le parecía mal que Leah hiciera lo mismo si ella lo creía conveniente.
Además, se fiaba de ella y de su criterio.
Lo pensé detenidamente
durante un instante. La propia Leah había sufrido en sus carnes lo que era no
saber nada y sentirse engañada cuando Sam empezó con las transformaciones y
desaparecía sin dar explicaciones. Supuse que ella no quería hacerle eso a su
pareja, lo cual me pareció totalmente comprensible.
―Vamos a jugar un poco,
¿alguien se apunta? ―propuso Quil junto a Embry, con el balón de fútbol
americano en las manos.
Algunos de los chicos ya
estaban esperando en la orilla.
―Sí, ¿por qué no? ―aceptó
Paul.
―Tengo ganas de machacar a
alguien ―asintió Sam, levantándose y estirándose.
―Hoy no te vas a librar ―le
dijo Jeremiah a Canaan, dándole un golpe en el brazo.
―Eso ya lo veremos ―le
contestó este.
―Apuesto diez pavos por
Jeremiah ―retó Jared.
―Yo por Canaan ―jugó
Matthew.
―Hecho ―los dos chocaron las
manos por el camino.
Los troncos de la hoguera
empezaron a quedarse más vacíos a medida que los metamorfos se iban hacia la
orilla en forma de media luna. Hasta Simon se marchó con ellos, aunque solo
para hacer de árbitro, ya que no se atrevía a jugar con esos enormes y fuertes
chicos que podían machacarle con un simple golpe.
―¿Y tú, Jake? ―inquirió
Quil.
―No, gracias. Estoy muy bien
aquí ―le respondió, todo sonriente, apretando su abrazo.
Sabía que eso era verdad,
pero sus pupilas negras no podían engañarme. Tenían ese brillo competitivo que
tienen todos los hombres cuando se trata de disputar algún partido.
―Vete, si quieres ―le animé―.
No seas tonto y pásatelo bien con los chicos, a mí no me importa.
―Me lo paso mejor contigo ―rebatió―.
Además, no quiero dejarte sola.
―¿Y nosotras qué somos?
¿Monigotes? ―se quejó Sarah.
―Ve a jugar, estaré muy bien
con las chicas ―le exhorté con una sonrisa sincera.
―Sí, déjala en nuestras
manos ―intervino Eve.
―¿De verdad? ¿No te importa?
―se aseguró, mirándome a los ojos para verificarlo.
―Sí, no te preocupes. Así
charlaré un poco con ellas de nuestras cosas.
―¿Qué cosas? ―preguntó con curiosidad.
―Cosas de chicas lobo ―le
respondí con una sonrisa más amplia.
―¿Quieres irte ya y
dejárnosla un rato? ―bufó Rachel.
―Vale, vale ―accedió
finalmente―. Bueno, preciosa, vendré enseguida ―prometió, para posar después
sus labios sobre los míos.
No sé qué me pasó, pero, de
una forma repentina y acalorada, mi boca empezó a buscar la suya con bastante
más ansiedad que normalmente, sin poder resistirme. Sentí un impulso y una
atracción tan fuerte como la que sentía con la tentación de su deliciosa
sangre. Mis manos se aferraron a su camiseta con avaricia, parecía que tuvieran
síndrome de abstinencia. Hubo una serie de carraspeos cuando no éramos capaces
de despegarnos.
Jacob tuvo más voluntad que
yo y al final consiguió separar sus labios.
―¿De verdad quieres que me vaya?
―me susurró.
Tuve que tomar aire para
centrarme de nuevo y poder hablar. ¿Qué me había pasado? Además, tenía un calor
horrible, parecía que tuviera fiebre.
―Sí, sí ―tragué saliva para
recuperarme del todo―. Pásatelo bien.
―Vale ―sonrió.
Me dio un beso corto ―en el
que mi cara se fue ella sola un poco hacia delante para que mis labios
intentaran retener a los suyos, aunque sin éxito―, se puso en pie y se alejó
con Quil y Embry hacia la orilla.
Me quité la cazadora y me
puse la lata fría en las mejillas. Las chicas me miraban y se reían con unas
risitas tontas. Era lo que me faltaba. Si no fuera porque mi cara ya parecía un
fogón, se hubiera notado mi enorme vergüenza. ¿Por qué había hecho eso?
La hoguera se convirtió en
un corrillo enseguida.
―¿Cómo es la chica de la que
se acaba de imprimar mi hermano? ―quiso saber Leah, observándoles con interés.
―Pues, es… ―todas se
quedaron mirándome, expectantes, mientras pensaba lo que iba a decir―, mi
amiga, ¿qué puedo decir? ―me reí.
Eso, ¿qué iba a decir? ¿Que
era una descarada y que le gustaba flirtear con los chicos? Desde luego, si yo
fuera la hermana de Seth, no me gustaría escuchar eso.
―Bueno, supongo que si Seth
se ha imprimado de ella, será una buena chica ―afirmó ella.
Lo único que se me ocurrió
en ese momento fue sonreír.
Mientras ellas seguían
conversando, eché un vistazo a la orilla para ver cómo jugaban Jacob y sus
hermanos. Se me escapó una risilla al verles tirándose unos encima de otros con
tal de conseguir el balón, estaban todos empapados y rebozados en arena.
Mi enorme calor se fue tan
súbitamente como vino, así que me puse la cazadora otra vez y le di unos tragos
a mi cerveza ahora caliente.
―¿Qué vas a hacer ahora,
Nessie? ―me preguntó Jemima.
―¿Cómo? ―no la entendí.
―Brenda va contigo al instituto,
¿no? ―siguió Sarah―. ¿Qué vas a hacer cuando se entere de todo? ¿Cómo crees que
se lo tomará?
¿Enterarse de todo?
―¿Por qué se iba a enterar? ―cuestioné,
sonriendo con tranquilidad.
―Los imprimados no le
guardan ningún secreto a sus parejas, ya lo sabes ―manifestó Eve.
―¿Parejas? Bueno, Seth y
Brenda solamente se están conociendo ―alegué.
―Sí, parece que se están
conociendo bastante bien ―se rio Emily, secundada por las demás, mientras
señalaba con la cabeza en dirección a Seth y Brenda.
Mi mandíbula se quedó
colgando cuando giré el rostro y vi a Brenda besándose con Seth.
―Ha caído como una mosca ―dijo
Martha, riéndose.
―No… no puede ser… ―murmuré.
―Yo también caí el primer
día ―reconoció Ruth―. En La Push, estos flechazos con los imprimados son bastante
habituales.
―Sí, menos Jacob y Nessie,
que tardaron lo suyo ―se burló Emily.
―Muy graciosa ―repliqué con
retintín―. No os riáis, esto es muy serio. Ahora Seth se lo contará todo,
¿sabéis lo que significa eso? Que también se enterará de que soy lo que soy ―me
lamenté en voz alta con una mueca de dolor.
―Tal vez si Jake habla con
Seth… ―intervino Leah―. Aunque no te garantizo nada, para un imprimado es casi
imposible no contárselo todo, bueno, tú lo sabes mejor que nadie.
Sí, lo sabía muy bien. Jacob
y yo no nos ocultábamos nada, no había secretos entre nosotros. Era imposible.
Otra duda inundó mi mente.
¿Y si para Brenda era un simple ligue de una noche? Aun así, Seth ya no podría
alejarse de ella, con lo cual seguirían viéndose como amigos o algo y se lo
acabaría contando igual, seguro. Sí, ella se iba a enterar de todas, todas. Y para
colmo, ahora también me preocupaba Seth.
¿Por qué todo me pasaba a
mí? ¿Se podía tener más mala suerte? ¿Qué iba a hacer cuando ella se enterase
de todo? ¿Cómo se lo tomaría? Lo más seguro es que saliera espantada. A lo
mejor tenía que dejar el instituto si ella no lo aceptaba o me cogía miedo. A
lo mejor se lo contaba a alguien. Otro problema más que añadir a mi lista de
preocupaciones. ¿Por qué la habría traído a la fiesta?
Me mordí el labio, temerosa
y dubitativa, mientras observaba la estampa de aquellos dos y pensaba en las
diferentes posibilidades que se me presentaban a partir de ahora.
Jacob, Sam y Paul vinieron
trotando y bromeando hasta la hoguera.
―Vaya ―exclamó Jake,
alucinado, cuando vio a la nueva pareja.
―Sí, definitivamente, Seth
es más listo que tú ―se mofó Sam.
―Qué simpático ―le contestó
él con ironía.
Se acercó a mí, me dio un
beso y se sentó a mi lado.
―Estás empapado ―le dije con
una sonrisa, acicalándole el pelo.
Jacob se quitó la camiseta,
la escurrió, la sacudió bien y la extendió a su lado, sobre la madera
blanquecina.
―Bah, esto seca pronto ―y me
pasó su brazo calentito y ya seco por los hombros―. Menuda suerte, ¿eh? Traes a
Brenda y Seth se imprima de ella. Y encima, él triunfa a la primera, hay que
ver...
―Tienes que hablar con Seth ―le
imploré, mordiéndome el labio de nuevo.
―¿Por qué? ¿Qué pasa? ―interrogó,
preocupado, al ver mi rostro.
―Mi secreto corre peligro.
LLAMADA
Me pasé el viaje de vuelta a
casa pensando en el tema, aunque Jacob ya había hablado con Seth y este le
había dicho que no nos preocupáramos, que aún era pronto, pero que cuando se lo
contara no iba a comentarle nada de lo mío, ya que no era asunto suyo y no
tenía por qué. Eso me alivió un poco, sin embargo, el riesgo de que Brenda se
enterase estaba ahí, y cuando supiera de la existencia de lobos gigantes y
vampiros, mucho más. Además, sabía que tarde o temprano, aunque fuera sin
querer, a Seth se le acabaría escapando algo.
Cuando me di cuenta, Jacob
estaba aparcando delante del porche. Habíamos llegado más pronto de lo
previsto, ya que Brenda se había quedado con Seth y él se iba a encargar de
llevarla a su casa. Hasta el día siguiente no me enteraría de si a ella le
interesaba él de verdad o era un simple capricho, porque pensaba preguntárselo,
vamos.
―No te preocupes ―me animó
Jake, adivinando mis pensamientos, mientras acariciaba mi nuca―. Seth sabe que
es tu secreto, no se meterá.
―Ya, pero, ¿y si se le
escapa?
―Si Brenda supera que su
chico sea un lobo, no creo que ya se asuste mucho de que su amiga sea mitad
vampiro ―alegó, riéndose.
―No te rías, a mí no me hace
gracia ―suspiré―. Además, de momento no es su chico, eso también me preocupa.
―Seth es mayorcito para
saber lo que hace, y creo que a Brenda le ha gustado de verdad ―afirmó con una
sonrisa―. Vamos, no niegues que es gracioso. Si ya le tenía miedo a ese perro
que se nos cruzó cuando llegamos a la playa, imagínatela cuando Seth se
transforme delante de ella la primera vez ―se carcajeó.
Su risa me contagió y la
sonrisa se me dibujó sola en la cara en cuanto mi mente se inventó la imagen de
la escena.
―La verdad es que sí, le va
a dar un patatús ―asentí entre risas, hundiendo mi rostro en su pecho.
Jacob me abrazó y yo le
rodeé con mis brazos, apoyando mi mejilla.
―Me gusta verte reír ―manifestó,
ahora más serio, pasándome los dedos por el pelo―. No quiero que te preocupes
por eso, ¿vale? Si Seth se ha imprimado de ella, es porque es la persona
adecuada para él, ya lo verás, es su alma gemela. Aceptará nuestros mundos, y a
ti también. Eres la persona más maravillosa del universo, ¿cómo no va a
hacerlo?
Me separé de su torso para
mirar a mis adorados ojazos negros y pasé mis brazos a su cuello.
―Tú sí que lo eres ―afirmé con
un murmullo―. Siempre consigues animarme.
―Solamente digo la verdad.
Le sonreí y uní mis labios a
los suyos.
De pronto, volvió a darme un
golpe de calor enorme y me pasó lo mismo que en la hoguera. Solo que, esta vez,
mi lengua se unió a mi boca y ambas se movieron frenéticamente entre jadeos,
sin que pudiera reprimirme. Lo que encontraban era mejor que beber su sangre. Mi
cuerpo se incorporó para pegarse y llegar mejor a él, tanto, que Jacob tuvo que
apoyar su espalda en la puerta del coche.
Y entonces, el calor se fue
otra vez de repente y ya pude controlarme. Separé mi boca de la suya, exhalando
con dificultad.
―Hoy estás especialmente
efusiva ―me susurró, respirando agitadamente, mientras acariciaba mi espalda
por dentro de mi camiseta.
Solo esa caricia ya me hacía
estremecer.
―Es que tenía mucho calor ―le
confesé.
―Pues el que tiene calor
ahora soy yo ―me sonrió.
―Lo siento ―murmuré,
completamente ruborizada, apartándome un poco de él y volviendo a mi sitio.
―¿Por qué? Me ha encantado ―admitió
con su sonrisa torcida, despegando su espalda de la puerta―. Además, como
despedida hasta mañana por la tarde está muy bien.
―¿Mañana por la tarde?
―Sí, mañana no puedo venir a
buscarte ―empezó a aclararme―. Tengo una reunión muy importante con el Consejo
a primera hora. Me han dicho que quieren ultimar algunos detalles de la visita
de los Vulturis y de los vampiros que me persiguen, aunque sé que lo que
realmente quieren es darme otro discursito sobre ese rollo de ser jefe de la
tribu ―resopló―. No me pude negar, lo siento.
―No importa ―le sonreí―. Ya
me llevará alguien, no te preocupes. Lo primero es lo primero ―dije, orgullosa.
Jacob puso los ojos en blanco y suspiró―. Bueno, tengo que irme. Mi madre ya
está en la ventana ―declaré con pesadumbre.
―Entonces, te veo por la
tarde a la salida de clase, ¿vale? ―me confirmó con su preciosa sonrisa,
metiéndome el pelo detrás de la oreja.
―Vale ―sonreí yo también.
Nos dimos otro beso, un poco
menos largo y efusivo, y salí del coche para meterme en mi casa.
Bajé las escaleras después
de lavarme los dientes y me dirigí al salón, donde me esperaba Emmett.
―¿Ya estás? ―me preguntó,
tirando la revista de caza que estaba leyendo encima de la mesita.
―Sí.
Mi tío se levantó del sofá y
salimos al porche para dirigirnos al garaje.
Aunque hoy no hacía calor,
en cuanto me dio la brisa me entró un sofoco terrible, y eso que era más bien fría
y se suponía que tomando el aire uno se refresca. No obstante, a mí me estaba
pasando justo lo contrario, cuanto más aire, más sofoco. Empecé a sentirme
rara. Me abaniqué con la mano, pero al final me tuve que quitar la chaqueta.
Me subí al Jeep de
Emmett, tiré la mochila y la chaqueta en
el asiento trasero y puse el aire acondicionado de inmediato, sin embargo, el
calor no se me iba y acabé subiéndolo casi a tope. El coche parecía un
congelador, pero Em no era el único que no lo notaba, parecía que mi cuerpo
tampoco respondía al frío.
Después de despedirme de mi
tío, salí del vehículo y me dispuse a dirigirme a la entrada del edificio,
donde me esperaban mis amigas.
Entonces, mientras caminaba
acalorada por el aparcamiento, pensando en lo que tenía que hablar con Brenda,
me paré en seco y comencé a olisquear el ambiente con entusiasmo sin ser capaz
de reprimirme, delante de las miradas atónitas de los demás estudiantes y del
propio Emmett.
―¿Pasa algo, Nessie? ―me
preguntó desde el coche, extrañado de no oler nada raro.
Al parecer, Em no percibía
nada, pero yo sí podía oler y distinguir perfectamente el efluvio de Jacob que
el viento del oeste me traía desde lejos, y olía algo diferente, pero muy, muy
bien. Demasiado bien. Tanto, que mi cuerpo se estaba encendiendo como una
llama. ¿Qué me estaba pasando? Inhalé más profundamente y mis ojos se cerraron
cuando todo el vello se me puso de punta, el aire me rozaba como si de una
caricia se tratase.
―¿Nessie? ―volvió a
interrogar mi tío con preocupación, a punto de salir del vehículo.
Abrí los ojos de sopetón,
parpadeando de lo confusa que estaba. Mis amigas me observaban desde la entrada
sin comprender nada. Yo estaba igual que ellas.
―No, nada ―le contesté por
fin a mi tío―. Solo estaba respirando el aire de primavera.
Me salió una risa tonta que
intentó disimular mi enorme vergüenza y me acerqué con paso diligente a mis
amigas. El sofoco seguía, el aroma seguía, y ya ni siquiera me acordaba de lo
que tenía que hablar con Brenda.
―¿Quién es ese? ―interrogó
Helen con curiosidad.
―¿Eh? Ah, mi primo.
―Es enorme ―murmuró ella con
asombro.
―¡Tía, lo de ayer fue
increíble! ―exclamó Brenda nada más llegar a su lado, recordándome lo que tenía
que comentarle.
Se arrimó a mí y se pasó
todo el recorrido del pasillo contándome lo maravilloso y perfecto que era
Seth. Helen y las gemelas tenían cara de resaberlo todo, Brenda ya se lo había
contado unas quinientas veces, seguro.
―Entonces, ¿Seth te
interesa? ―quise saber, abanicándome con uno de los cuadernos que había sacado
de mi mochila.
Parecía que dentro del
centro no se olía tan fuerte, aunque el calor no se iba.
―¿Bromeas? ¡Es mi hombre
ideal! ―volvió a exclamar.
Sí, en cuanto te enteres
de lo otro…, pensé.
El timbre sonó y la gente
comenzó a meterse en sus aulas.
―Tenemos que entrar, Nessie ―me
exhortó Helen.
―Bueno, ya hablamos en la
cafetería ―le dije a Brenda, que asintió, toda sonriente.
Suspiré para mis adentros.
Parecía emocionada, pero, claro, el día después era lógico. Habría que esperar
a que Seth le contara su secreto.
Mi compañera de pupitre y yo
entramos en clase de Trigonometría. Helen se pasó toda la hora dándome notas
con el fin de saber qué había ocurrido en la fiesta para que Brenda hubiera
cambiado de ánimo tan de repente.
Tuve que explicárselo ―a
medias, por supuesto― para que me dejara tranquila. La verdad es que no estaba
nada concentrada, las hojas de mi mano ya no calmaban mi gran sofoco.
En cuanto el señor Varner
terminó su clase, salimos y nos cambiamos al aula de al lado.
Alguien había abierto la
ventana, al parecer, yo no era la única que tenía calor. Sin embargo, eso no
hizo otra cosa más que empeorar mi situación. Ahora el aroma que traía el aire
entraba a sus anchas en el recinto al haber corriente y mi cuerpo empezó a
sentirse raro de nuevo.
Sí, olía muy bien. Era
extremadamente tentador, como el olor de su sangre fresca. No, mucho más
fuerte.
El señor Berty entró y posó
su maletín en la mesa.
No sé lo que hizo después.
Una ráfaga de viento entró
con brío, agitando las cortinas a su paso, y su incitante olor penetró por mi
nariz hasta clavarse en mi cerebro como un punzón candente. Un inmenso deseo se
apoderó de mi cuerpo y de mi mente, hasta el punto de que me costaba muchísimo
controlarlo, notaba mi piel ardiendo. Ahora no era una llama, mi organismo era
un fogonazo continuo. Mi cerebro captó por fin el mensaje, descifró el código
de barras que conformaba su excitante aroma. La mayoría de las barras eran las
de siempre, sin embargo, había otras que tenían algo añadido, eran señales, y
cada vez las sentía más claras y con más intensidad. Esa afrodisíaca fragancia
me llamaba, era un antojo apasionado que necesitaba saciar YA.
Ahora no tenía calor, estaba
en combustión. Di gracias de haberme puesto falda, así pude levantarla un poco.
También me desabroché dos botones de mi blusa y me abaniqué con energía. Vi por
el rabillo del ojo cómo me miraban algunos compañeros, pero estaba tan ocupada
intentando refrenarme, que me dio completamente igual.
Lo único que quería con
ansia era una cosa y tenía que esperar, aunque, ¿podría esperar hasta por la
tarde? Mi mente estaba completamente obsesionada, cegada, solamente estaba
concentrada en eso, no había sitio para nada más.
Las cortinas se agitaron
otra vez. No, no podía esperar. La atracción era demasiado intensa y poderosa.
Ya me tenía poseída del todo. Tenía que ir a ver a Jacob, tenía que contestar a
la llamada como fuera, donde fuera, eso no importaba en absoluto.
El timbre sonó y me levanté
de mi silla con celeridad. Metí mi chaqueta en la mochila y recogí el resto de
mis cosas.
Helen iba hablando mientras
caminábamos por el pasillo de camino a clase de Historia. Estaba comentando el
examen de Cálculo o algo así. Ya ni siquiera la escuchaba.
Tenía que ir a verle. La
llamada era muy fuerte. Ya no podía seguir evitándola.
―Esto… tengo que irme ―la
interrumpí―. No me encuentro muy bien.
Helen me miró preocupada.
―¿Qué te pasa? Se te ve muy
sofocada. ¿Tienes fiebre?
¿Fiebre? ¡Buf! Mi cuerpo
ardía.
Puse voz pusilánime para
terminar de rematar mi actuación.
―Sí, creo que sí ―me toqué
la frente con la mano―. Oye, ¿le dirás a la señora Smith que me encontraba mal?
―Claro.
―Gracias.
Me despedí con la mano y
salí lentamente por el pasillo, con la cabeza gacha, fingiendo mi malestar.
En cuanto salí por la
puerta, miré al frente y aceleré el paso. No sabía cómo, pero tenía que ir a su
casa como fuera. Sabía que estaba allí.
Me quité los zapatos y
avancé al trote por la carretera del pueblo. La gente que me encontraba a mi
paso se quedaba mirando como si vieran a una loca o algo así. No debe de ser
muy normal en Forks ver a una chica con falda y descalza galopando como si
estuviera en una maratón. En cuanto vi la linde del bosque, tiré los zapatos al
suelo y eché a correr lo más rápido que pude.
La falda se me enredaba en
las piernas conforme estas se movían y la mochila iba a trompicones en mi
espalda. El aire azotaba mi cara, agitando mi pelo hacia atrás, y los árboles
pasaban a mi lado como borrones de color bermejo, verde y marrón. Sin embargo,
ese viento no era suficiente para apagar mi fiebre, sino más bien todo lo contrario,
la avivaba mucho más, porque me servía su magnífico olor en bandeja. Esa
llamada salvaje y primitiva me reclamaba, me dominaba, hacía que ya no fuera la
dueña de mi cuerpo.
Me crucé a toda velocidad
con algunos lobos que estaban de patrulla, pero ni siquiera pude ver de quiénes
se trataban, ni si se habían fijado en mí. No me importaba. Seguí por el bosque
hasta que divisé la casa de Jacob. Moderé el paso y fui hasta allí.
La puerta estaba abierta,
como siempre. Entré en la vieja casa roja sin llamar, tiré la mochila al suelo
y apoyé la espalda en la puerta para cerrarla. Jacob estaba de pie, cambiando
de canal en la tele, o tal vez encendiéndola. Acababa de llegar de patrullar
con la manada, porque estaba descalzo.
Se quedó mirándome con una
mezcolanza de sentimientos en su rostro, encantado y a la vez extrañado de
verme allí a esas horas.
―¿Qué haces aquí, es que no
tenías clase? ¿Cómo has venido? ¿Por qué no me llam…?
Demasiadas preguntas y yo ya
no tenía tiempo. Se quedó mudo en cuanto pasé a su lado despacio, rozándole
lentamente y mirándole con ojos hambrientos mientras me dirigía a su cuarto.
Crucé su pequeño dormitorio ―casi
no había espacio, ya que la cama doble ocupaba casi toda la estancia― y me
quedé esperándole al fondo, con el lecho delante de mí. No tuve que esperar
nada.
Entró en la habitación,
raudo, con ojos más que decididos, cerrando la puerta de un portazo detrás de
él, sin mirar atrás. Me pegó a su cuerpo, cogiéndome por la parte más baja de
mi cintura, para besarme con deseo y yo lancé mis ansiosas manos a su cuello.
No podía más. De dos impetuosos
tirones, le rasgué la camiseta de arriba abajo y se la quité con un arrebato más
que desmesurado; él me ayudó, sacando los brazos. Sus manos regresaron a mi
espalda baja y yo empecé a acariciarle el torso con efusividad. Llevé mi boca y
mi lengua por su cuello y las bajé para que jugasen con las formas de sus
impresionantes músculos. La vaga luz del sol que entraba por las cortinas
iluminaba su cobriza piel y los hacía destacar más. Su pecho era tan grande,
que me podía perder en él, hoy me parecía más terso, cálido y sedoso al tacto
que nunca. Mi mano descendió, palpando bien sus abdominales, hasta que llegó al
cierre de su pantalón y, cuando lo abrí, la deslicé al interior del mismo.
Comprobé que él ya estaba tan encendido como yo. Un gemido sordo salió por su
boca y su respiración se intensificó con entusiasmo; arrastré después las dos manos
por detrás para quitárselo.
Mis caricias parecieron
excitarle sumamente y me aprisionó contra la pared que tenía detrás. Los besos
pasaron a ser mucho más ardientes y dinámicos. Nuestras lenguas se encontraban
y se perdían fervientemente mientras jadeábamos con pasión. Sus palmas se
deslizaron por mis muslos con avidez y alzaron mi falda en su ascenso. Pasé mi
tacto a la espalda, complaciéndome en sus amplios hombros y bajando hasta el final
de esta para adosarle más a mí.
Intentó desabrocharme el
tercer botón de mi blusa, pero sus dedos eran demasiado grandes para unos
botones tan pequeños, así que terminó abriéndomela de un solo tirón, haciendo
que estos salieran despedidos por toda la habitación. Me la quitó con un
movimiento enérgico y comenzó a besarme y a lamerme con hambre por el cuello.
Todo mi ser se estremeció al sentir su aliento ardiente en mi piel y metí mis
dedos entre su pelo. Mi lengua, mis dientes y mis labios recorrieron el suyo
cuando les llegó su turno, parándome a morderle el lóbulo de la oreja, y bajé
de nuevo por su garganta hasta que llegué a su hombro. Sus manos se movían con
entusiasmo por mi espalda, mi nuca y mi cintura. Volví a su cuello e inspiré
profundamente para olerle. Esa era la voz de la llamada. Su aroma era el de
siempre, solo que ahora estaba mezclado con algo, algo salvaje, casi animal,
que me excitaba muchísimo.
Me lancé a su boca, jadeando
indómitamente, igual que él. Me quitó el sujetador, arrancando el cierre de
cuajo sin ninguna dificultad, y yo me deshice del resto de mi ropa, dejándolo
caer todo en el suelo. Mientras nuestros labios se movían con ferocidad, sus
dedos se deslizaron delicadamente por mi garganta y bajaron hasta mi pecho. Me
acarició con su palma suave y caliente y después bajó su boca y su tórrida
lengua para recorrerlo bien. Me estremecí de nuevo con intensidad y mi cabeza
se apoyó en la pared. Aferré mis dedos a su pelo ansiosamente para que su boca
no parase nunca, a la vez que mi torso ya se movía apasionado, en total
colaboración con ella; sus dedos subieron hasta la mía, los besé y los lamí con
auténtico fervor. Dejó mi pecho y sus labios volvieron a los míos mientras
resbalaba sus manos hasta mi espalda más baja y se friccionaba contra mí con
avidez. Esta vez me excité el triple al notar su piel y espiré audiblemente.
Al abrir nuestras bocas, su
aliento abrasador se abría paso por mi garganta, haciendo que me sintiera arder
entera. Pero quería más, quería quemarme por completo.
Me dio la vuelta con
arrebato y se pegó a mí por detrás, arrinconándome contra el paramento.
Acarició mis caderas y arrimó su frente a mi sien al olerme. Metió su mano por
mi pelo y lo encerró con fuerza en un puño para hacerme girar el rostro hacia
el suyo. Eso me encendió enormemente y arrojé mis labios contra los suyos para
morderlos y lamerlos, completamente desbocada. Tiró de mi cabello hacia atrás,
obligándome con ello a levantar la barbilla, para mover su boca por mi cuello y
mi garganta mientras su otra mano se deslizaba por mi pecho y bajaba para
acariciar el interior de mi muslo. Todos sus ardientes contactos me estremecían
y los jadeos se volvieron bestiales. Coloqué mi mano sobre la que estaba en mi
pelo y entrelazamos los dedos. Regresó a mis labios, ya sedientos, y su otra mano
se movió justo hasta donde yo quería. Estaba tan mojada, que su dedo se
deslizaba con una libertad increíble. Esta vez gemí, acompasando sus
movimientos con mi cuerpo, y él se excitó más, apretándose contra mí.
Con un movimiento rápido y
apasionado, me giró de nuevo y me volvió a aprisionar, sujetándome por las
muñecas. Nuestros labios se movían bravíos y hambrientos, acompasados y sin
errores, porque él sabía lo que querían los míos y yo sabía lo que querían los
suyos.
Ya no teníamos tiempo para
ir la cama. Una vez que me soltó, llevé mis manos a su cuello y a su espalda
para agarrarme a él en el momento en que me levantó y me sujetó contra la pared
sin ningún esfuerzo.
―Jake… ―suspiré con placer
cuando empecé a sentirle dentro de mí.
Aunque los dos teníamos
mucha prisa, se unió a mí muy despacio, con mucha delicadeza, complaciéndose en
ese primer roce, siempre atento a cualquier microexpresión que le indicara que
yo sentía el más mínimo dolor en esta primera vez. Pero no hubo dolor alguno,
era como si mi vientre hubiera estado programado desde el principio de los tiempos
para este momento, esperándolo, ansiándolo, suplicándolo... Jacob era su dueño,
su único dueño. Él lo supo al instante, con tan solo observarme, haciendo gala
de nuestra telepatía, y dejó que toda su virilidad resbalara lentamente dentro
de mí, tomándome, poseyéndome... Nuestra primera unión fue muy fácil, y sirvió
una sola vez, nuestros cuerpos estaban hechos el uno para el otro, éramos dos
piezas bien engranadas que encajaban a la perfección, y yo llevaba esperándole
con ansia toda mi vida, mi cuerpo estaba más que receptivo.
Otro gemido rozó sus labios
al salir por mi boca cuando por fin se unió a mí del todo, y mi mano se asió a
su pelo con un anhelo desmedido, como si todo lo juntos que ya estábamos aún no
fuera suficiente. A él también se le escapó un gemido sordo.
Entrelazó del todo sus
labios con los míos, con dulzura, aunque respirando con furor.
Ahora éramos uno solo. No
hacían falta explicaciones, ni ataduras, ni matrimonio, ni papeles, nada.
Nuestro vínculo era muchísimo más fuerte que todo eso junto. Él ya era mío y yo
ya era suya. Por fin era suya del todo.
Comenzó a deslizarse muy
lento, otra vez atento, sin apartar su rostro del mío, mientras nuestras bocas
seguían rozándose, besándose, lamiéndose, aunque la mía también volvió a
suspirar su nombre de nuevo, y con movimientos rítmicos, fue aumentando la
velocidad poco a poco conforme se incrementaba nuestra excitación, hasta que se
convirtió en algo activo y dinámico; la energía mística que nos rodeaba era
realmente inmensa, electrizante, todo mi interior se estremecía con elevado
entusiasmo y los jadeos ya eran fervientes.
Su piel se humedeció y ese
aroma que me llamaba se intensificó al máximo. Por primera vez en mi vida, la
mía también empezó a sudar, tal era el ardor que corría por mis venas. Nuestros
intensificados efluvios se mezclaban al rozarse, aunque yo solamente estaba
hechizada con el suyo, el olor de su sudor me volvía completamente loca y mi
cuerpo se estremecía cada vez más con su apasionada actividad.
Su mirada estaba llena de
fuego, como la mía. Una llama flameaba, reflejándose en los míos. Su cuerpo me
quemaba, todo él me quemaba. Lo notaba, lo sentía, por todas partes. Lo único
que quería era notar ese fuego dentro de mí. Clavé mis sedientos dedos en su
piel para que aumentara el ritmo aún más y me uní a sus irrefrenables
movimientos de una forma frenética. Yo ya era fuego como él, y el fuego solo
provoca más fuego. Nuestra cadencia se volvió salvaje y espasmódica y todas las
sensaciones se multiplicaron por mil. Sentí cómo nuestra electrizante energía se
mezclaba a la vez con el inmenso placer que empezaba a extenderse por todo mi organismo,
y por fin se descargaba del todo, soltando toda su magia. Entonces, otra
energía, diferente a la anterior, atravesó mi cuerpo completamente; esta era
tan cálida, prodigiosa, maravillosa e indescriptible, que me poseyó entera, haciendo
que mi ser ya no fuera mío y se fundiera con el de Jacob. Sí, lo noté y lo supe
perfectamente, era su alma, que se unía a la mía para fundirse en una sola, y el
enorme placer que ya sentía, de repente se volvió infinitamente más inmenso y
duradero, transformándose en un clímax que tomó todo mi cuerpo, recorriéndolo
como la lava de un volcán que explosiona. La mezcla de sensaciones fue tan poderosa,
espiritual, mágica e intensa, que mis ojos no pudieron evitar cerrarse y dos
lágrimas rodaron por ambos lados de mi rostro. Gemimos más fuerte y me aferré a
su cabello y a su espalda con ansia, tanta, que mis uñas se clavaron en su piel,
aunque el olor de la sangre desapareció enseguida, las heridas se cerraron casi
instantáneamente. Por fin me sentía quemar por su fuego, por fin había
respondido a su llamada.
Nos quedamos quietos,
mirándonos maravillados, todavía unidos, respirando agitadamente. Mis dedos
continuaban en su espalda y entre su pelo, no quería separarme de él jamás. Las
palabras sobraban, ya nos lo habíamos dicho todo, y decir que nos amábamos con
locura se quedaba demasiado corto. Sabíamos que eso tan mágico que acababa de
ocurrir se debía a nuestro extraordinario vínculo, nuestras almas habían nacido
para estar juntas. Además, no teníamos tiempo, en nuestros ojos seguía
flameando la llama con viveza.
Volvió a deslizarse muy, muy
despacio, concienzudamente, clavando sus intensas y apasionadas pupilas en las
mías. En ese momento, mi cuerpo y mi epidermis estaban tan hipersensibles, que
mis piernas reaccionaron inmediatamente a la excitación de su roce y todo mi
ser palpitó de nuevo como antes sin que hiciera falta nada más; la energía
explotó y su alma se fundió con la mía, la lava me recorrió entera otra vez,
dominándome por completo, haciéndome gemir en sus labios y aferrarme a su piel
una vez más.
Pegó del todo su boca a la
mía, espirando con ímpetu, y comenzó a besarme lentamente con sus ardientes y
suaves labios, introduciendo su abrasador y delicioso aliento por mi garganta
mientras mis palmas acariciaban su espalda con mucha calma, palpando su piel minuciosamente.
Me dejó en el suelo y, sin
dejar de besarnos, lo impelí hacia la cama. Caímos conmigo encima. Me dio la
vuelta con cuidado y me colocó la cabeza en la almohada.
A partir de ahí, todo fue
muy fácil. Nuestras mentes ya sabían dónde había que besar, lamer, acariciar y
tocar al otro, era como si alguien lo hubiera grabado en ellas para que lo
utilizáramos en este momento. Mi cuerpo estaba hecho para el suyo y el suyo
estaba hecho para el mío. Nuestra completa sincronización casi telepática se
hizo patente más que nunca.
Esta vez hicimos el amor
despacio, disfrutando de cada beso y de cada caricia, de nuestra unión,
sintiéndonos bien el uno al otro. Ahora ya no había prisa. Por fin sentía su
piel pegada a la mía, sus manos, su lengua, sus labios, Jacob recorriendo todo
mi cuerpo. Y yo también hice lo propio con el suyo. Todas las veces que había
soñado que hacía el amor con él, que estaba entre sus brazos, que sentía sus
manos acariciándome con deseo y pasión, que sus ardientes labios me recorrían entera,
que su piel se rozaba con la mía, que lo sentía dentro de mí, todo, se había
quedado muy corto comparado con lo que sentía en esos momentos, porque, desde
luego, era algo físico, pero también había algo espiritual que lo intensificaba
al máximo y lo volvía mágico y maravilloso, increíble.
Pude comprobar cómo la
hechizante energía que giraba a nuestro alrededor siempre explotaba del todo
para elevarnos aún más y su alma se unía a la mía, haciéndonos sentir un placer
inmenso e indescriptible, lleno de magia. Y era tan fácil. No me hizo falta
morirme para que mi alma supiera qué era alcanzar el cielo junto a la suya,
aunque también tocamos el infierno, porque nuestro amor era así, tierno, dulce,
infinito, y de pronto se volvía indómito, bestial, salvaje. Jacob era pura raza
y pasión, pero también muy cálido, dulce, delicado, y su entusiasmo era muy
contagioso. Además, nuestra piel mojada impregnaba el ambiente de ese aroma que
nos llamaba y nos volvía completamente locos, y esa locura nos prendía una y otra
vez, hasta que el fuego se apoderaba de los dos y de la pequeña habitación,
arrasando con todo a su paso.
TENSIÓN
Mi cuerpo dejó de moverse
sobre el suyo cuando apagamos nuestra última llamarada, y mi frente reposó en su
frente mientras nuestros pulmones trabajaban sin cesar, intentando recuperarse.
Jacob acarició mi nuca y mi espalda y nos besamos con dulzura durante un rato,
más tranquilos.
Por primera vez, parecía que
mi fuego se había calmado un poco, y me encontraba totalmente relajada. Aunque
aún sentía el calor y la llamada de su efluvio, me sentía satisfecha, y el
inmenso e incontenible deseo había disminuido algo de intensidad, poco, pero lo
suficiente como para ser capaz por fin de controlarme. A Jacob parecía pasarle
igual que a mí.
Me bajé de mi maravilloso y
perfecto pedestal y Jake levantó su brazo para que me acurrucase a su lado a
descansar. Lo hice encantada, sonriendo de felicidad, que era lo que sentía en
esos momentos. Mi mano y mis dedos empezaron a jugar con las curvas de su
increíble y aún húmedo torso; sí, no había mujer más feliz en el universo que
yo, no había nada ni nadie mejor que Jacob.
Giró su rostro y lo acercó
hasta que nuestras frentes se rozaron. Sus ojos y los míos se engancharon por
un instante y ya nos lo dijimos todo. Aun así, alcé la mano y la puse en su
mejilla, dejándole ver todo lo que sentía mi alocado corazón. Jake jadeó y pegó
su rostro del todo.
―Acabas de describir lo que
yo siento ―susurró en mis labios; nos sonreímos y después los unimos por unos
minutos.
No hubo más palabras, ni
preguntas, nos conocíamos tan bien que no hacía falta. Ambos sabíamos lo que
pasaba por la mente del otro en estos momentos. Nuestros rostros de felicidad
plena y absoluta lo decían todo. Describían perfectamente lo especial, increíble,
mágica y maravillosa que había sido nuestra primera vez, no había suficientes
adjetivos para calificarla. Jake me apartó el pelo mojado de la cara y me dio
un beso en la frente.
―¿No tienes hambre? ―inquirió,
pasando sus dedos por la maraña de mi cabello.
Levanté un poco la barbilla
y comencé a besarle por la mandíbula.
―Sí, todavía tengo hambre ―ronroneé,
bajando a su cuello―, pero de otra clase… ¿Tú no?
―Uf. Si yo te contara ―afirmó
con un murmullo―. Tu olor me vuelve loco.
Me separé para mirarle con
sorpresa.
―¿Mi olor?
―Es muy fuerte. Tu olor es
inconfundible, nada más que pasaste por mi lado pude sentir la pulsión y ya no
me pude resistir.
Mis párpados se abrieron y
se cerraron con alegría. Él había sentido lo mismo.
―Yo también sentí la
llamada, pulsión o como se llame ―le confesé―, por eso vine hasta aquí sin
poder evitarlo.
―Por supuesto, ya te dije
que tienes instintos lupinos ―declaró con una enorme sonrisa.
―¿Esto es un instinto
lupino?
Jacob bajó su rostro para
mirarme.
―¿No te has dado cuenta? ―me
preguntó.
―¿De qué? ―quise saber, sin
entender.
―Bueno, suena fatal, pero
estás en celo, Nessie ―me reveló con su sonrisa torcida.
―¿En celo? ¿Me tomas el
pelo?
―Te lo aseguro ―asintió con
convicción.
Mi boca se quedó abierta,
sin embargo, algo dentro de mí sintió como si le hubieran quitado un peso de
encima al saber por fin qué me pasaba. Ahora todo encajaba.
―¿Y cómo lo sabes?
―Ya te he dicho que noté la
pulsión al instante ―me recordó, volviendo la vista al techo―. Nunca lo había
sentido, pero mi instinto supo enseguida lo que era y lo que tenía que hacer.
Tus señales son tan fuertes, que podría olerte a kilómetros de distancia.
―Pues tú también debes de
estarlo, porque yo te podía oler desde el instituto, creo que incluso desde mi
casa, y sentí tu llamada perfectamente ―expuse con una sonrisa.
―Los machos estamos en celo
todo el año, nena ―manifestó con otra sonrisa torcida―. Aquí la que manda es la
hembra. Seguro que yo estoy llamándote todo el año como un idiota ―se rio.
Me incorporé para echarme
boca abajo y apoyarme en su pecho, así le veía mejor el rostro.
―Pero si hueles distinto ―alegué.
―Eso es lo que te parece a
ti, pero mi olor te aseguro que es el mismo de siempre. Lo que pasa es que
ahora estás en celo y notas otros matices que normalmente no puedes.
Me acordé del código de
barras y de los matices diferentes que había percibido.
―Sí, debe ser verdad, porque
tu olor me vuelve completamente loca ―ronroneé, besando su cuello con ansia y
acariciando su torso de igual modo―. No puedo resistirme…
―Nessie… ―me llamó con un
susurro mientras su respiración empezaba a aumentar de intensidad―. Nada me
gustaría más, te lo aseguro, pero vamos a tener que dejarlo por hoy.
Levanté la vista para
mirarle extrañada y, por qué no decirlo, un poquito decepcionada.
―¿Por qué? ¿Ya no te
apetece?
―¡Uf, ¿que si no me
apetece?! ―exclamó en voz baja, recuperándose―. Soy el semental de la manada,
¿recuerdas? ―me dijo con una sonrisa un poco fanfarrona―. Mientras estés así,
puedo pasarme las veinticuatro horas haciéndote el amor. No te imaginas lo que
me está costando ahora mismo no abalanzarme sobre ti.
La sábana había terminado
por los suelos, así que mis pupilas enseguida lo comprobaron.
―Sí, ya lo veo ―sonreí,
satisfecha. Luego, alcé mi hambrienta mirada hacia la suya y pegué nuestros
rostros―. Veo que Quil y Embry no lo decían en broma ―murmuré en sus labios.
―Soy el Gran Lobo, nena ―presumió
con un susurro mientras acariciaba mi espalda―. Soy el que tiene los mejores
genes y mi cuerpo está preparado para transmitirlos bien.
―Sí, ya he comprobado que está
muy, muy preparado… ―bajé mi mirada de nuevo y sonreí en su boca, otra vez con
satisfacción―. ¿Y por qué no seguimos aprovechando eso ahora? ―le insinué,
dándole besos cortos y descendiendo la mano por su pecho.
―Bueno ―su boca se torció en
una sonrisa―, no sé si te has dado cuenta, pero ya está anocheciendo y mi viejo
está al caer. Además, llevamos todo el día en la cama, ni siquiera hemos comido,
y aunque soy un hombre lobo, no soy Superman,
preciosa. Necesito meterme algo en el estómago y descansar para recuperar
fuerzas.
Mi rostro sufrió un colapso
de sangre cuando analicé todas sus palabras, y me separé de sus labios. Había
venido a su casa sin reparar en Billy para nada y, después, ni me había
acordado de él.
―¡Billy! ¡¿No habrá estado
por aquí?!
―No. Hemos tenido suerte ―me
calmó―. Resulta que, justo hoy, Charlie tenía el día libre porque se lo debían
o algo así, y se fueron a pescar.
Suspiré, aliviada.
―No sabía que era tan tarde.
En realidad, se me ha pasado el tiempo volando ―reconocí, sonriéndole.
―Sí, a mí también ―se unió a
mi sonrisa.
Me percaté de que ahora nos
podíamos controlar porque mi celo había bajado un poco, al haberlo saciado
algo, aunque me asusté de que para ello hubiéramos tenido que emplear casi todo
el día y, aun así, yo seguía sintiendo su llamada.
―Va a ser un problema, si
esto dura demasiado ―declaré, siguiendo el hilo de mis pensamientos,
recostándome a su lado otra vez―. No sé cómo vamos a hacer, pero yo no puedo salir
corriendo de clase todos los días, y tú tienes tus responsabilidades, no puedes
dejar de patrullar de repente y dejar tirados a tus hermanos.
―Sí, vamos a tener que
aprender a controlarnos ―suscribió él con un suspiro―. Aunque yo diría que va a
ser imposible, ahora mismo me está costando un triunfo, y eso que tu olor ha
bajado de intensidad. Creo que será mejor que me de una ducha fría o algo, mi
padre no tardará mucho en llegar ―anunció.
―Y yo creo que primero voy a
comer algo, la verdad es que tengo un poco de hambre ―reconocí.
―Espera, prepararé unos
bocadillos para los dos, entonces ―me dio un beso y se incorporó para
levantarse.
Se puso los pantalones, se
quedó mirándome fijamente, repasándome de arriba abajo mientras se mordía el
labio, y se recostó a mi lado para darme otro beso.
―¿Te he dicho que te quiero?
―me susurró en la boca.
―Sí, unas mil veces ―sonreí,
rodeándole con mis brazos.
―Y… ¿que eres preciosa? ―murmuró,
deslizando su labio inferior por los míos con mucha, mucha calma.
―Unas quinientas… ―jadeé ya.
―Nena… ―susurró,
acomodándose entre mis piernas mientras me besaba con pasión.
―Jake…, tenemos que
controlarnos ―conseguí decir entre jadeos cuando soltó mis labios para reptar
por mi cuello, aunque mis manos no podían dejar de palpar su espalda y su nuca―.
Billy va a venir…
Le dije eso como última
opción, porque si él no paraba, desde luego yo no iba a hacerlo tampoco.
Y pareció funcionar. Jacob
dejó mi garganta y hundió el rostro en la almohada, junto a mi cabeza,
respirando a mil por hora.
―Sí, es verdad, perdona. Me
he dejado llevar un poco ―alzó la cara y me miró durante un rato, mordiéndose
el labio otra vez―. Esto me va a costar muchísimo, creo que me voy a dar esa
ducha fría ahora mismo.
Me dio otro beso corto
mientras le sonreía, se levantó y salió corriendo del pequeño dormitorio para
meterse en el baño.
Me abaniqué con la mano para
relajarme un poco y también me levanté de la cama. Recogí mi sostén y mi blusa
del suelo. Alcé mi sujetador y vi que el cierre estaba destrozado y que no se
podía arreglar. La blusa ni siquiera tenía botones, estaban desperdigados por
toda la habitación. Eran tan pequeños, que como para ponerse a buscarlos.
Seguramente terminarían en la bolsa del aspirador de Billy. La camiseta de
Jacob había quedado reducida a un trapo.
Me puse lo que quedaba de mi
ropa interior y abrí el pequeño armario de Jacob para cogerle una de sus
camisetas. Como todavía tenía bastante calor, escogí una sin mangas. Me quedaba
enorme, pero por lo menos me tapaba.
Abrí la ventana para que
ventilara un poco la habitación, recogí y organicé un poco aquel desastre y me
dirigí a la pequeña cocina. Cogí el pan de molde y lo que encontré por el
frigorífico para preparar unos sándwiches rápidos.
Unos brazos fuertes me
rodearon por detrás y Jacob se pegó a mí, besándome en la sien. Todo mi cuerpo
se estremeció y una de las láminas del pan que estaba untando de manteca de
cacahuete se me cayó en la encimera.
―Menos mal que se quedó boca
arriba.
―¡Qué hambre! ―exclamó,
metiendo el dedo en el tarro.
―¡No seas guarro, Jacob! ―le
regañé, riéndome, pegándole un manotazo en la mano.
Jacob la retiró,
carcajeándose, no sin haber conseguido antes su botín.
―Espera, ya sigo yo ―me
dijo, chupándose el dedo.
Jake untó el resto de los sándwiches,
ya que él no se conformaba con uno solo, y me pasó el mío.
Nos sentamos en la mesa
libro y empezamos a comer.
―Dices que me podrías oler a
kilómetros de distancia, pero la que te olí fui yo ―le piqué con una sonrisa,
después de tragarme mi primer bocado.
―El viento soplaba del
oeste, en tu dirección, por eso no me llegó tu efluvio. Si no, ya te diría yo.
Te habría sacado del instituto en volandas ―aseveró.
―¿Y cuánto me va a durar
esto? ¿Toda la primavera?
Di por hecho que mi celo era
en primavera, ya que normalmente es la época de reproducción de la mayoría de
las especies, y como era mi primera primavera como adulta, era evidente por qué
no me había pasado nunca.
―No tengo ni idea. Puede que
solamente sea hoy, o que dure unos días, una semana, dos…, quién sabe ―se encogió
de hombros―. Nunca le había pasado a nadie ―admitió, dándole un mordisco a su sándwich.
―¿No? ¿No le ha pasado a
ninguno de tus hermanos con sus chicas?
―Ellas son humanas, no
tienen instintos lupinos ―me explicó―. Tú, en cambio, sí los tienes. Es lo que
hablamos aquella vez de nuestro vínculo, ¿recuerdas?
―Dios, cuando corría por el
bosque de camino hacia aquí me crucé con algunos de los chicos ―me acordé, un
tanto asustada―. Los demás no podrán olerme, ¿no?
―¿Te persiguieron o algo? ―quiso
saber.
―No. Se quedaron mirándome
extrañados, eso sí ―le dije, mordiéndome el labio.
―Entonces no.
―¿Seguro?
―Sí, no te preocupes ―se rio―.
Si no te han seguido ni han tirado la puerta abajo, es porque tu olor no les
atrae. Solo me atrae a mí, porque eres mi hembra, solamente estás vinculada a
mí, solo estás en celo para mí ―su sonrisa se amplió, como si esto último
acabara de descubrirlo para él también y eso le satisficiera enormemente―. Seguramente
ellos ni siquiera pueden notar nada diferente, te huelen igual que siempre,
excepto cuando te transformas, claro, que hueles como yo.
Respiré tranquila.
―¿Y a Leah? ¿A ella no le
pasa?
―Es estéril.
―Oh ―ya no me acordaba.
Claro, si era una loba, era por eso―. O sea, que soy la única hembra que pasa
por esto ―interpreté a modo de queja, cogiendo mi vaso de agua para beber.
―Vamos, es muy guay ―sonrió
con satisfacción, pegándole otro bocado a su tercer sándwich.
―Sí, sobre todo para ti, no
te fastidia ―bromeé―. No es que no me guste, pero no sabes el apuro que tuve
que pasar en el instituto. Si esto sigue así, tendré que faltar unos días, no
quiero parecer una loca otra vez.
―Tal vez tengas que quedarte
aquí mientras tanto, ya sabes, para aliviarte y eso ―sugirió, sonriendo otra
vez.
―Sí, claro ―me reí―. A mi
padre le iba a encantar. Ya me lo imagino: Oye,
papá, que me quedo con Jacob en su casa unos días porque estoy en celo ―teatralicé,
gesticulando con la mano como si hablara por teléfono. Jake se carcajeó con
malicia y satisfacción, seguramente se estaba imaginando la cara de angustia y
horror de mi padre―. No te rías ―le regañé, dándole un manotazo, aunque yo
tampoco podía evitar una sonrisilla―. Si el pobre ya tenía bastante con la
mutación de mis genes, con mi imprimación, con enterarse de que su hija tiene
parte de lobo por mi vínculo contigo y con tener que escuchar nuestros gritos, ahora esto.
―No lo puedo evitar ―siguió
riéndose―. Tiene su punto cómico, reconócelo. Todavía me acuerdo de la cara que
puso cuando le contamos lo de tu parte lobuna, ya verás cuando se entere de
esto ―y le dio un mordisco a lo poco que quedaba de su comida, alegremente―. Lo
más seguro es que me mate.
―No te creas, puede que a mí
también ―gemí al imaginar la situación que me esperaba en casa.
―Bueno, nosotros no tenemos
la culpa de que nos pase esto ―alegó, poniéndose en pie y recogiendo los platos―.
Es la naturaleza, el instinto de reproducción, no lo podemos evitar.
―Las otras veces, si no
llega a ser por las dichosas interrupciones, lo hubiéramos hecho, y yo no
estaba en celo ―le recordé―. Así que no creo que eso le sirva mucho a mi padre ―suspiré,
levantándome para ayudarle a recoger―. Y ni se te ocurra decirle eso del
instinto de reproducción, se pondría malo.
―Sí, tienes razón ―se rio.
Entonces, me miró de arriba abajo mientras yo retiraba las cosas de la pequeña
meseta―. ¿Sabes que estás muy sexy con esa camiseta?
―Claro, es tu camiseta ―contesté
con una sonrisa.
De repente, el calor y el
deseo que me producía su efluvio subió hasta lo incontenible otra vez y mi
cuerpo se encendió al instante como la mecha de un explosivo. Era como si todo
lo de antes hubiera sido un terremoto y ahora se produjera una réplica.
―No, eres tú ―afirmó con un
arrebato de pasión, tirando de mi brazo para pegarme a él.
―Jake…, ha vuelto ―fue lo
único que pude decir con un murmullo entre nuestros irrefrenables besos, aunque
él me entendió perfectamente.
―Sí, ya lo he notado… ―susurró
con ansia, llevando sus manos hasta mi espalda más baja para friccionarme
contra él.
Se me escapó un gemido
sordo.
―Vamos a la ducha ―propuse
con su mismo afán, empujándole hacia la puerta de la cocina―. Así, matamos dos
pájaros de un tiro y nos da tiempo a todo antes de que vuelva Billy.
―Buena idea.
Salimos con rapidez de la
cocina, sin dejar de besarnos alocadamente. Nuestras ropas se fueron quedando
esparcidas por el suelo mientras nos dirigíamos al baño.
Allí, nos metimos en la
ducha y terminé ardiendo entre sus brazos, suspirando su nombre de nuevo bajo
el agua tibia.
Conseguimos marcharnos de su
casa antes de que llegara Billy, no sin algún apuro ni prisas. Tuvimos que ir
corriendo hacia el garaje y salir con el Golf vertiginosamente, ya que podíamos
escuchar el coche de Charlie acercándose.
Después de esa réplica,
ambos volvimos a quedarnos relajados y mi celo bajó de intensidad de nuevo,
otra vez lo justo como para poder controlarnos. Aun así, bajamos las
ventanillas para que entrara el aire exterior y el vehículo se llenase de otros
olores. No lograba tapar nuestros efluvios del todo, pero por lo menos los
disimulaba un poco. El aire fresco de la noche azotaba mi pelo mojado y ayudaba
a que me refrescase algo.
―¿Qué tal la reunión con el
Consejo? ―le pregunté después de poner música en el estéreo.
De paso, me distraía.
―Pues, como te dije ayer,
fue más bien para convencerme de ser el jefe de la tribu ―suspiró.
―¿Y tú qué les has dicho?
―Que me lo tenía que pensar ―volvió
a suspirar.
―¿Vas a aceptar? ―interrogué,
gratamente sorprendida.
Mi rostro alegre se apagó
cuando observé el suyo.
―No me queda otro remedio ―resopló
con evidente disgusto―. Sam ya les ha dicho hoy que su manada se va a disolver
porque se pasan a la mía y que va a dejarlo dentro de unos años.
―Entonces, ¿ya es oficial? ¿Sam
y los otros se pasan a tu manada? ¿Y cuándo se van a pasar?
―Mañana ya seremos una sola
manada ―me contestó con la misma pesadumbre, apoyando el codo en la ventanilla
para revolverse el pelo.
―¿Y cómo vas a hacer con el
puesto de segundo al mando?
―Le he estado dando muchas
vueltas y al final he decidido que, como es una manada demasiado grande, voy a
organizarla en dos grupos ―me empezó a explicar―. Uno lo supervisará Leah y el
otro Sam, así no habrá problemas. Pero tampoco quiero que haya separaciones,
preferencias o diferencias entre los miembros, ni que se convierta en una
competición, tenemos que mantener la unidad de la manada, así que intercambiaré
los lobos entre un grupo y otro todos los días. Cada día serán dos grupos
completamente diferentes.
―Es muy buena idea ―reconocí
con una sonrisa de orgullo por lo listo que era mi chico.
Jacob por fin sonrió.
―¿Verdad que sí?
Me arrimé a él, le di un
beso en la mejilla y le cogí del brazo para apoyar mi cabeza en su hombro.
―Sí. Y mi macho Alfa
liderará a los veintitrés.
Jake sonrió de nuevo y me
dio un beso en el pelo.
No tardamos mucho más en
llegar hasta mi casa. Mi novio aparcó delante del porche, como siempre, y nos
bajamos para atravesar juntos, cogidos de la mano, el umbral hacia el terrible escenario
que nos esperaba en el salón.
Nos sorprendió encontrar
solamente a mi madre. Estaba mirando por la ventana, con los brazos cruzados y
una expresión de enfado y contrariedad. Mi pulsera comenzó a vibrar, mala
señal.
―Ya era hora ―protestó,
girándose con precipitación.
Entonces, se fijó en la
camiseta de Jacob que me había puesto ―esta con mangas― y le rechinaron los
dientes.
La verdad es que debía de
tener un aspecto de lo más desastroso, con aquella camiseta que me quedaba
enorme, mi falda y descalza.
―¿Dónde está papá? ―quise
saber a la vez que dejaba la mochila en el suelo, intentando no hacer caso de
su reacción.
Fue peor.
―¡Tu padre se ha tenido que
marchar lejos para no tener que escuchar ni ver vuestras calenturientas mentes
de la que veníais! ―nos recriminó, cabreada, acercándose a nosotros como una
exhalación―. ¡¿En qué estabas pensando, Renesmee?! ¡¿Qué es todo eso de vuestro
vínculo, instintos lupinos y tu… celo?! ―escupió el vocablo con trabajo.
―Por lo visto, papá ya te lo
ha contado ―observé, enfadada―. Así que creo que ya no tengo que explicarte
nada.
―Jacob, ¿puedes dejarnos a
solas? ―le pidió, no de muy buenas formas.
―Creo que esto también me
concierne a mí ―contestó él, molesto―.
Esto es cosa de los dos.
―Muy bien, ya veo que la
quieres defender ―le achacó con rabia.
―Esto no es asunto tuyo ―le
reprobé a mi madre.
―Por supuesto que lo es,
sobre todo si faltas a clase ―me respondió, irritada. Después, su estado de
ánimo subió hasta el histerismo―. ¡¿Cómo se te ocurre marcharte del instituto
para… para…?!
―¡Para irme con Jacob, dilo!
―voceé, ya harta.
―¡Para acostarte con Jacob! ―gritó,
furiosa, apretando los puños―. ¡¿En qué estabas pensando?! ¡¿Y si te quedas
embarazada?!
Jake miró a otro lado y
resolló, ofendido.
―No somos tontos, ¿sabes? ―le
contestó él.
―Por eso no te preocupes,
estoy tomando la píldora ―me vi obligada a confesar para que se relajara un
poco, aunque muy enojada.
Relajar, lo que se dice
relajar, no fue lo que le produjo exactamente. Más bien se quedó patidifusa.
―¿La píldora? ¿Y cómo…?
―Carlisle me las consigue ―reconocí
a regañadientes―. Fui a verle poco después de que papá me pusiera aquel castigo,
para consultarle ―y buena vergüenza que pasé―. Me dijo que mi sistema
reproductivo funcionaba como el de una humana, así que me hizo una analítica y
me las consiguió ―suspiré con cansancio.
―Jacob, ahora sí que quiero
que me dejes a solas con mi hija ―declaró, apretando los dientes.
Mi cuero vibró más fuerte.
―No creo que…
―¡Que te vayas! ―repitió con
una octava más alta de la cuenta, mirándole con fiereza.
―¡Mamá, te estás pasando! ―me
quejé.
―Quiero hablar con mi hija a
solas ―fue diciendo cada palabra una por una, con una calma malamente
pretendida.
Jacob le clavó una mirada
crítica y de clara censura y apretó la mandíbula.
―Te veo mañana ―me dijo.
Me dio un beso corto, volvió
a mirar del mismo modo a mi madre y se marchó cabreado, pegando un portazo.
Ni siquiera me había podido
despedir de él como es debido, después del maravilloso día que habíamos pasado
juntos.
Las dos esperamos a que el
rugido del coche se alejara lo suficiente.
―¡Muy bien, mamá! ―bufé,
caminando enrabietada por el salón―. ¡Esta vez te has lucido!
―¡¿Adónde te crees que vas?!
―me paró, interponiéndose en mi camino como un rayo―. ¡Todavía no hemos
terminado!
―¡Yo creo que sí! ¡Me voy a
mi cuarto! ―contesté, bordeándola para pasar.
Tampoco me dejó.
―¡Claro que no! ¡Tenemos que
hablar de muchas cosas!
Me crucé de brazos,
exasperada.
―¿Como por ejemplo?
―¡¿Por qué estás tomando la
píldora?! ¡¿Es que no os servía con otro método anticonceptivo?! ―interrogó,
enervada.
Esto era el colmo. Yo ya era
adulta y era mi intimidad, ¿hasta en eso se tenía que meter?
―No creo que los condones
nos fueran muy útiles ―le respondí con insolencia, ya estaba más que harta―. Y
ahora, si me disculpas, me voy a dormir, estoy agotada.
Cuando me disponía a avanzar
hacia las escaleras, mi madre me sujetó de la muñeca y me dio la vuelta con
fuerza para ponerme frente a ella. Sus ojos se habían oscurecido y me miraban
con una furia nerviosa, ansiosa. Mi aro de compromiso aumentó su intensidad,
hasta que su vibración se convirtió en algo alocado.
―¡¿Que estás agotada?! ―me
voceó, lanzando mi brazo hacia atrás al soltar su amarre con rabia―. ¡¿Tanto lo
habéis hecho, que estás agotada?!
―¡No es asunto tuyo! ¡Es mi
vida privada!
―¡Contesta! ―me gritó.
Su ira me contagió y la mía salió
de lo más profundo de mi ser para presentarse con contundencia. Ya no soportaba
sus estúpidos y más que evidentes celos, estos también me estaban infectando,
se metían por mis venas como un corrosivo veneno y hacían que yo misma
comenzara a ponerme celosa.
―¡¿Qué es lo que quieres
saber exactamente, mamá?! ―le espeté, en un tono mordaz―. ¡¿Que Jacob es todo
un semental?! ¡¿Que hicimos el amor todo el día y que fue más que increíble?!
¡¿Que un solo roce suyo me vuelve completamente loca?! ¡¿Es eso lo que quieres
saber?! ―sus ojos no se movieron de los míos cuando sus dientes chirriaron―.
¡¿O quieres saber todo lo que me hizo sentir?! ¡¿Quieres que también te ponga
la mano para que lo veas tú misma?! ―la alcé para fingir que se la iba a
plantar en la cara y me la apartó de un manotazo.
―¡Basta, cállate! ―me chilló
acto seguido―. ¡Eres una descarada!
―¡Y tú una caprichosa que no
sabe lo que quiere! ―le solté. El calor comenzó a recorrer toda mi espalda y no
pude evitar el temblor en mis manos―. ¡No te basta solo con papá! ¡A él también
lo quieres para ti, pero no te lo dejaré! ¡Ya hiciste tu elección, ahora déjale
en paz!
Mi madre se quedó más de
piedra de lo que era, aunque su actitud no cambió para nada.
―¡¿Quién te ha contado eso?!
¡¿Jacob?!
―¡Eso no importa! ¡Jacob no
es para ti, nunca lo ha sido! ―escupí con ira.
―¡Tú no tienes ni idea! ―me
echó en cara, furiosa―. ¡Jacob es mi mejor amigo, siempre lo ha sido y siempre
lo será! ¡Es mi Jacob!
Mis puños se cerraron con
tanta fuerza, que me crujieron los huesos incluso de las muñecas. Mi sangre ya
era azul, fría como un glacial.
―¡Jacob es mío! ―el rugido
que escapó al morir la frase retumbó en las paredes de la casa e hizo vibrar
los cristales del salón―. ¡Ya te lo dije aquella vez que intentaste atacarle, cuando
te enteraste de que se había imprimado de mí! ¡Te lo dejé bien claro! ¡Te dejé
bien claro que siempre había sido mío! ¡No es tuyo, nunca lo ha sido!
El rostro de mi madre se
convirtió en un collage de
expresiones al ver mi transformación. Seguía enervada, sin embargo, sus pies
empezaron a recular un tanto cautos.
―Tu olor… ―reparó, extrañada―
es igual que el suyo…
A mí el de ella me quemaba
al pasar por mi orificio nasal, en realidad, todo apestaba por todas partes,
pero mi cerebro estaba demasiado ocupado ahora mismo como para pararse a
hacerle caso a esa sensación.
―Él nació para mí y yo nací
para él ―seguí, calcando las muelas con rabia―. Eres tú la que no tiene ni idea
de nada. Nuestro vínculo es infinitamente fuerte y poderoso, nadie nos separará
jamás. Estamos imprimados y enamorados, y lucharía por él con quien fuera,
incluso contigo, aunque no me haría falta, porque no habría lucha, él ya es
mío, así como yo soy suya.
―Las personas no pertenecen
a nadie ―rebatió con enfado.
―Eso ya lo sé, sabes
perfectamente a qué me refiero.
―Yo no quiero separaros, si
es eso lo que insinúas ―alegó, irritada.
¿No? Pues mi pulsera no
dejaba de decir lo contrario.
―¿Y por qué no puedes
alegrarte por nosotros? ―le acusé―. ¿Por qué cuando te dije que nos íbamos a casar,
no pudiste alegrarte por mí y darme la enhorabuena? Soy la mujer más feliz del
mundo con él, ¿no te hace feliz eso a ti también?
―Por supuesto. Eres mi hija
y ante todo quiero tu felicidad, eso es lo más importante para mí ―me aclaró,
ahora más calmada―. Y te doy mi enhorabuena sincera. Siento no haberlo hecho
antes, pero tienes que entender que las cosas han pasado muy deprisa y que me
ha chocado, eso es todo. Quiero lo mejor para ti y sé que no hay nadie mejor
que Jacob.
Sí, seguro que eso lo sabía muy
bien.
―Si lo que dices es verdad,
no comprendo por qué te molesta tanto que esté con él ―le achaqué sin cortarme
un pelo.
Me entendió mal, o tal vez
se hizo la tonta.
―No me molesta, es que lo
abarcas todo para ti sola ―me criticó, malhumorada―. ¿No te das cuenta de que
Jacob es una de las personas más importantes de mi vida? A mí también me
gustaría pasar tiempo con él.
―Podemos pasar tiempo
juntos, solamente tienes que decirlo.
―Me refiero a solas.
Mis cejas se arquearon y mi
boca se quedó colgando cuando mis pulmones exhalaron el aire sin poder
creérselo.
―¿Cómo dices?
―Ya sé que tú quieres estar
con él a todas horas, pero podrías sacrificarte un poco y dejar algo para mí ―propuso
sin pestañear.
―¿Y entonces qué quieres,
que lo compartamos? ―interrogué, indignada.
―Pues sí ―reconoció.
¿Compartirlo? ¿Me estaba
tomando el pelo? Que me llamasen ultraegoísta, pero no, no estaba dispuesta a
compartirlo con nadie, y mucho menos dejarle a solas con Jacob, sabiendo que
todavía sentía algo por él. Ni qué decir tiene que me fiaba de Jake al cien por
cien, sin embargo, no podía decir lo mismo de ella, algo, incluida mi pulsera,
me decían que no lo hiciera. Además, me negaba a perder ni un minuto más del necesario
de mi larga vida sin él, para mí era imposible. Ya había tenido suficiente con
aquellos agónicos cuatro meses.
―Sabes que no voy a hacer
eso ―le contesté con severidad.
―Es mi mejor amigo, yo
también tengo derecho a estar con él ―me estampó en la cara.
―Es mi prometido, yo tengo
más derecho ―le repliqué, molesta.
Usé el vocablo prometido, que sonaba más contundente.
―Era mi mejor amigo incluso antes
de que tú nacieras ―rebatió con obstinación.
Mis pulmones volvieron a
hacer lo mismo que antes.
―¿Para qué quieres estar a
solas con él? No lo entiendo ―exigí saber, observándole enojada. Me dio la
callada por respuesta y su mirada osciló del suelo a la ventana. Apreté los
puños de nuevo―. Las cosas han cambiado, mamá. Jacob es mío, tienes que
aceptarlo de una vez.
―Te repito que las personas
no pertenecen a nadie, por muy imprimadas que estén ―aseveró, mirándome
fijamente a los ojos.
―Y yo te repito que no te lo
dejaré ―reiteré, rechinando los dientes mientras también le clavaba la mirada
con desafío.
―Tranquila, no te lo voy a
quitar ―se defendió ella, riéndose, en un tono irónico que no me gustó nada.
―Desde luego que no, de eso
estoy completamente segura ―le respondí, levantando la barbilla con convicción.
La sonrisa se le borró de la
cara al instante.
―Yo estoy muy enamorada de
tu padre. Jacob solo es un amigo para mí ―declaró.
―Entonces, ¿por qué me das
explicaciones? ―le imputé.
Se quedó en silencio una vez
más.
Resollé por la nariz y
empecé a caminar hacia las escaleras, cansada del tema. Era una tontería seguir
discutiendo con ella de este asunto, igual que rebotar una pelota en la pared
sin parar. Ella no iba a reconocer nada y, a decir verdad, yo tampoco quería
que lo hiciera.
―¿Adónde vas? ―me preguntó
con el ceño fruncido.
Me paré en el segundo
escalón y me di la vuelta para mirarla sin ganas.
―Tengo que beber sangre para
volver a transformarme ―le expliqué de igual modo―. El día que hablé con
Carlisle también me enseñó las reservas de sangre que tiene guardadas, por si
acaso había una emergencia como esta.
―Ah.
―Así que si me disculpas, me
voy a cenar ―exhalé, inapetente.
Mi pie subió otro peldaño,
pero de repente me acordé de algo y volví a girarme.
―Por cierto, estos días
faltaré a clase. Mientras me dure esto del celo no puedo ir.
Para mi asombro, parece ser
que le hizo mucha gracia.
―¿Tan fuerte es? ―se rio,
sin poder disimularlo.
Desde luego, yo no estaba de
humor para bromas, estaba muy enfadada y disgustada, pero su risa sincera y
descontrolada me contagió sin querer y terminé sonriendo un poco yo también.
Además, mi pulsera había dejado de vibrar. Aleluya.
―No te rías, no tiene gracia
―le regañé con el labio inevitablemente curvado hacia arriba―. No veas qué mal
lo he pasado hoy en clase.
Mamá carraspeó para ponerse
seria.
―Lo siento, ya me lo imagino
―se le escapó la risa otra vez y puso la mano en la boca para disimular―. Otra
vez, llévate una bolsa con hielo en la mochila.
―Muy graciosa ―le respondí
con retintín.
Subí otro peldaño y mi madre
apareció a mi lado como por arte de magia.
―Espera ―me paró, cogiéndome
del hombro.
Me giró y me dio un fuerte
abrazo que me pilló totalmente desprevenida y que me dejó fuera de combate por
completo, tanto, que por un instante volví a notar esa complicidad que siempre
había tenido con mi madre y que ya empezaba a echar de menos cada vez con más
frecuencia, aunque no soportaba su olor y el de la casa, seguían quemándome la
nariz. Aun así, no pude evitar que se me aferrara un nudo a la garganta. Sí, la
echaba mucho de menos. Me hubiera gustado llegar a casa y poder contarle mis
confidencias, como hacíamos no hace tanto tiempo, contarle lo mucho que amaba a
Jacob, lo feliz que era a su lado, lo importante que había sido este día para
mí, incluso lo increíble y mágica que había sido mi primera vez. Pero no podía
hacerlo.
―Tienes que perdonarme por
enfadarme tanto antes ―murmuró en mi hombro, sacándome de mis pensamientos―. Ya
sé que siempre te digo lo mismo, pero has crecido tan rápido…
―Mamá… ―resoplé.
―Sí, lo sé, lo sé ―suspiró―.
Ya eres toda una mujer, de eso no hay duda.
Se quedó un minuto en
silencio y, entonces, para mi disgusto y el de mi aro de cuero, inspiró el
efluvio que emanaba mi cabello disimuladamente. Se suponía que mi olor tendría
que parecerle muy desagradable, como a mí me lo estaba pareciendo el suyo en estos
momentos, en cambio, lo inspiraba con ganas, creyendo que yo no me estaba
percatando de nada. En lo que no caía ella es que, con mi transformación, todos
mis sentidos estaban todavía más agudizados, incluido el oído.
Después, tomó aire y habló
de nuevo.
―Sobre lo de compartir a
Jacob… ―notó cómo mi cuerpo se ponía tenso entre sus brazos―. Lo comprendo ―se
limitó a manifestar.
No dije nada. No quería
volver a la discusión de hacía un rato, y se me había acumulado tanta tensión
por lo de antes, que empezaba a tener sed. Además, ya no podía seguir
soportando aquella peste por más tiempo, tenía que transformarme y volver a mis
olores de siempre. Ahora me daba cuenta de lo mal que lo tenía que pasar Jacob
al tener que estar en esta casa tanto tiempo, no sé cómo había podido
soportarlo todos estos años. Lo que hace el amor…
―Bueno, me voy a cenar mi
sangre ―aproveché para usar de excusa, y me separé de ella por fin―. Empiezo a
sentirme algo débil.
―Lo siento ―murmuró con voz
queda y sus ojos, otra vez dorados, rebosantes de tanta culpabilidad que se me
clavaron en el corazón.
Mi pulsera de color rojizo
dejó de vibrar otra vez, iba a terminar loca perdida, como yo. En ese instante,
supe con certeza que no me estaba pidiendo perdón por haber provocado mi
transformación, que era lo que ella quería fingir ―mamá mentía realmente mal―, lo
estaba haciendo por seguir sintiendo algo hacia Jacob. Toda mi alma se llenó de
un sentimiento agridulce. Estaba muy enfadada, dolida e indignada por eso, sí,
y por sus celos sin sentido; sin embargo, también sabía que estaba luchando
consigo misma para evitarlo y eso me hacía tener lástima por ella. No, no podía
contarle ninguna confidencia respecto a Jacob. No quería herirla, era mi madre
y la quería con locura. Ella había entregado su vida por mí, había luchado
contra viento y marea para tenerme, a pesar de la oposición de todo el mundo,
incluidos mi padre y el propio Jacob. Empecé a sentirme muy incómoda, culpable
y todo. Muy bien, Nessie…
―No importa ―le contesté con
una sonrisa, en un intento de quitarle hierro al asunto para ambas―. Yo también
tengo la culpa, soy muy impulsiva ―la suya fue un tanto desvaída, reflejo fiel
de sus sentimientos encontrados―. Bueno ―carraspeé―, voy a cenar y después ya
me voy a la cama, así que hasta mañana.
―Hasta mañana, hija ―me sonrió
de igual modo.
Mis piernas empezaron a
subir las escaleras.
―Cielo ―me llamó. Me di la
vuelta para mirarla, preguntándome qué era lo que quería ahora―. Me alegro
mucho por ti ―y me mostró una de las mejores y más sinceras sonrisas de
regocijo que había visto nunca en su impoluto rostro.
(PARÉNTESIS)
BELLA
A medida que mi hija iba
subiendo las escaleras, mi terrible angustia y tormento iban aumentando.
Esperé hasta que ella entró
en el despacho de Carlisle y escuché la puerta cerrarse, para sentarme en el
sofá. Era una estupidez, pero necesitaba hacerlo, como si esa necesidad
típicamente humana también quisiera acompañar al resto de sensaciones mortales
que me invadían y se empeñara en hacer acto de presencia.
¿Por qué había hecho eso tan
horrible? ¿Por qué no había podido detenerlo? ¿Es que esto no iba a parar hasta
que no terminase de destruir todo lo que más amaba? ¿Es que tenía que herir a
todo el mundo? ¿A mi marido? ¿A mi propia hija? ¿Incluso a Jacob?
Odiaba este absurdo
comportamiento, pero era incapaz de pararlo, no podía detenerlo ni controlarlo,
era imposible. Era peor que la sangre. Ese fuego rabioso explotaba y me
dominaba.
Su olor aún estaba por la
estancia. Esa nube invisible flotaba con un movimiento imperceptible, casi se
había quedado estanca en el ambiente. Di gracias a Dios de que mis ojos
estuvieran exentos de la obligación de ser tapados por los párpados, porque si
los bajaba ahora mismo, todavía podía verlos a ellos dos, juntos. Juntos.
No pude evitar que me
rechinaran los dientes.
Me incliné hacia delante y
mis manos se mezclaron con mi cabello para encerrarlo entre sus dedos. No podía
salir de esta espiral en la que me veía encerrada, me sentía completamente
perdida. Era un agujero negro que me envolvía, un pozo oscuro lleno de miedos, confusión,
dudas, y esos recuerdos de mi vida humana, vagos aunque dulces recuerdos, que
me flagelaban y me sumían más en ese pozo.
Dulces recuerdos. Mi
infancia junto a Renée, mis días de vacaciones en Forks con Charlie, y Jacob,
mi Jacob… Mi sol…
Sumida en esta oscuridad,
ahora necesitaba ese sol más que nunca, necesitaba su luz y su calor. Cómo lo
echaba de menos. Creía que esa dependencia se había esfumado, pero desde que
Renesmee había crecido, desde que me había envuelto esta repentina y negra
espiral, esa dependencia había regresado con más fuerza que nunca. Todo había
regresado.
No entendía por qué era así,
qué me estaba pasando. Esta espiral era como una regresión al pasado, me
envolvía y me llevaba hacia atrás una y otra vez, como una ola que te sumerge
continuamente y no te deja salir a la superficie. Llenaba mi cabeza de
interferencias, unas interferencias que traían los recuerdos de mi vida humana,
clavándomelos a fuego para obligarme a sentirlos de nuevo. Y todo había
empezado hace seis años, después de la visita de los Vulturis, cuando Renesmee
me había dejado ver sus verdaderos sentimientos hacia Jacob, aun siendo tan
pequeñita.
Yo no le había hecho mucho
caso, lo cierto es que en aquel entonces no me afectó lo más mínimo. Lo que no
me imaginaba es que eso solo habían sido unas pequeñas gotas, había sido la
primera chispa del rayo. La verdadera tormenta había estallado ahora, cuando
ella había crecido y me había dado cuenta de lo que eso suponía; de lo que eso
suponía a todos los niveles, porque no eran solamente estos extraños
sentimientos hacia Jacob lo que me perturbaba y me angustiaba.
Todo se me había juntado.
Para empezar, estaba eso
mismo, el crecimiento de mi hija. Siempre habían existido otras posibilidades,
desde luego, pero yo sabía que Jacob y ella terminarían juntos cuando eso
sucediera. Y siempre me había preocupado Jacob en este asunto, en cómo le
afectaría a él una separación de Renesmee, porque algún día íbamos a tener que
marcharnos de Forks. Lo que no me imaginaba es que la que iba a tener que
sufrirlo iba a ser yo. Porque siempre di por hecho que mi hija y yo ―y Edward,
por supuesto― íbamos a estar juntas para siempre, y jamás se me pasó por la
cabeza que ella pudiera estar imprimada también y que se fueran a quedar en La
Push. Yo entendía su decisión perfectamente, claro está, Jacob también se debía
a su manada, a su tribu, él era el jefe de la tribu legítimamente, y la
decisión de Renesmee me parecía la más adecuada. Además, cuando me había dado
la noticia, se me había venido el mundo encima, pero ahora, pensándolo más en
frío, me daba cuenta de que el querer que ella se viniera era algo egoísta por
mi parte. Porque nosotros teníamos que mudarnos continuamente para evitar las
sospechas, pero ella podía llevar una vida más normal, en un sitio fijo, en el
que formara un hogar, una familia. Sin embargo, y a pesar de todos mis
intentos, no podía evitar que el tema me afectase. Egoístamente, sí, me
resultaba muy duro el entregársela a Jacob y tener que separarme de ella. Esto
era una de las elipses de la espiral.
Otra elipse era mi madre.
Renée me llamaba todos los días y no hacía más que preguntarme por qué no nos
veíamos, por qué no iba a verla en el Día de Acción de Gracias, o en Navidad,
por qué no íbamos a pasar unos días con ella y Phil en verano, por qué siempre
le ponía excusas para que ellos no vinieran por aquí, por qué no sabía dónde
vivíamos. Y esto me dolía profundamente, porque la añoraba, la echaba muchísimo
de menos, pero no podía acceder a sus peticiones. Y desde que Renesmee había
crecido y me había dado cuenta de que nos íbamos a tener que separar, no podía
evitar sentirme identificada con mi madre, con lo que ella tenía que estar
sufriendo, con la de preguntas que debía de estar haciéndose, con lo que me
tenía que estar echando de menos. Me sentía tan culpable por eso…
Y no solo por ella. Ahora
también tenía que dejar a Charlie atrás y eso me producía una desazón enorme,
otra elipse más. Sabía que Sue cuidaría muy bien de él y que lo haría feliz,
desde que estaban juntos mi padre era otro. Sin embargo, también sabía que él
me echaría mucho de menos y que siempre estaría preocupando por mí. Y el hecho
de que supiera tantas cosas, aunque no del todo concretas, no ayudaba nada,
encima, eso le ponía en peligro.
Últimamente, mi mente no
hacía más que pensar que mi tiempo con ellos se agotaba cada día sin que yo
pudiera hacer nada para remediarlo. Cada día, cada hora, cada minuto, los
perdía un poco más. Porque ellos seguían envejeciendo y algún día dejarían este
mundo. Por supuesto, ellos iban a hacerlo igualmente siendo yo humana o
vampiro, pero todo adquiría un matiz diferente. De Charlie sí podría
despedirme, decirle todo lo que le quería, cuidarle si se diera el caso,
incluso pedirle perdón por haber hecho esta elección. Sin embargo, tal y como
estaban las cosas, no podría hacer eso con Renée. Algún día yo tendría que
dejar de contestar a sus llamadas, llegaría un momento en que no podría
disimular mi joven voz, evitar sus peticiones de fotos y de webcam, ya no me
quedarían coartadas, y tendría que desaparecer para ella. Renée se pasaría toda
la vida buscándome, de eso estaba completamente segura, yo era su hija, su
única hija. Yo haría lo mismo con la mía. Y yo ni siquiera iba a poder
despedirme de ella cuando se fuera de este mundo, pedirle perdón. Esto
flagelaba mi corazón profundamente.
Ya sabía que no iba a ser
fácil, pero con la madurez de Renesmee empezaba a ver de verdad las
consecuencias de mi elección, de mi transformación, eso de lo que Edward me
había advertido tanto y de lo que había querido alejarme. Sin embargo, también
sabía que esta elección me había hecho feliz, porque, aun con todas estas
cosas, dudas, temores y confusiones, era lo que quería y seguía siendo feliz. Y
no solo por eso. Si yo no hubiera hecho esta elección, me hubiera muerto, no
hubiera podido vivir sin Edward, lo sabía, habría acabado volviéndome loca, o
habría terminado muerta en vida, y eso les hubiera hecho más daño a ellos.
Pero otra elipse más se
sumaba a las anteriores. Y esta era terrible. Mi hija, mi propia hija, fallecería
algún día. Tan solo pensar en la palabra, ya helaba a mi pobre corazón. No
sabía si eso podría soportarlo. Sobrevivir a un hijo es lo más duro que puede
pasarte en la vida, aunque en este caso fuera una muerte natural. Otra
vez mi corazón sufrió un calambre. Y no solo eso. Jacob, mi Jacob, ¿qué haría
él cuándo eso ocurriese? Se quedaría destrozado, puede que él… No, no quería ni
pensarlo tampoco.
Jacob, él era el núcleo de
la espiral. Y esto era lo peor de todo, porque ya se veían implicadas
directamente las dos personas que más amaba del mundo. Edward y Renesmee. Creía
que todo aquello que había sentido hacia él en mi vida humana solo había sido
fruto de mi debilidad como mortal, que todo había acabado con el nacimiento de
Renesmee. Y podía sentirlo. Podía sentir que ese vínculo que había tenido con
Jacob, esa necesidad de tenerle cerca, esa dependencia, ya no existía desde
entonces. Pero ahora no sabía lo que me estaba pasando, esta espiral me hacía
sentirlo de nuevo, no podía evitarlo. Me sentía como si hubiera estado enferma,
me hubiese curado, y ahora la enfermedad me hubiera hecho recaer de nuevo. En
él se había centrado toda esta espiral, y eso sí sabía a que se debía. A Renée
no la veía, solo hablaba conmigo unos minutos al día por teléfono, eso hacía
que lo sobrellevara mejor, y Charlie no parecía estar llevándolo tan mal por el
momento; pero a Jacob tenía que verle todos los días, y tenía que enfrentarme a
esos sentimientos de frente, y sin quererlo, sin poder evitarlo, tenía que
soportar estos estallidos continuamente, haciendo que me hundiera más en ese
pozo oscuro. Que Jacob fuera el núcleo de la espiral hacía que se produjera un
bucle extraño. Por una parte, él estaba dentro de ese pozo, junto al resto de sentimientos;
sentimientos humanos que me hacían sentir esa dependencia hacia él, Jacob era
una de las razones de esta negra espiral, pero por otra, a su vez, esa misma
dependencia hacía que le necesitara junto a mí para salir de esta oscuridad.
Era la pescadilla que se muerde la cola.
Me odiaba a mí misma, sí, me
asqueaba todo lo que sentía, por muchas razones, pero sobre todo por Edward y
por mi hija.
Edward.
Mi marido, el amor de mi
vida, una de las razones de mi existencia.
No podía seguir
ocultándoselo, eso me estaba matando. Odiaba esconderle nada. Lo había hecho
para que él no sufriera, para evitar que su mirada se tiñera de angustia y
tristeza innecesariamente, para no tener que enfrentarme a unos ojos llenos de
desengaño que helarían mi alma y la dejarían aún más desolada. Porque yo no
quería verle sufrir. Él no se merecía eso. Pero esto ya se estaba alargando más
de la cuenta y Edward ya empezaba a sospechar algo, y yo no podía más. En
realidad, creo que ya lo sabía todo, me conocía demasiado bien. Y aun así,
seguía sin decirme nada para no herirme a mí. En vez de eso, me alentaba con
sus silencios respetuosos, con sus abrazos de comprensión, con sus tiernos
besos, y esas preciosas pupilas que siempre me observaban sin un atisbo de
rencor, enfado o dudas hacia mí, sino que desbordaban confianza, alianza y
amor, ante todo amor. Amor sin reservas, sin condiciones.
No me lo merecía. No me
merecía ese amor.
¿Es que mi sino era el
terminar haciéndole daño siempre? Él no se merecía esto. Otra vez. Otra vez le
estaba haciendo daño, otra vez tropezaba con la misma piedra. Y todo era por
esta espiral que había desempolvado esos sentimientos de nuevo. Pero esto no
dejaba de ser otra prueba más del destino, otro examen a nuestro infinito amor.
Una prueba de tantas a las que nos tendríamos que enfrentar, porque nunca me
había dado cuenta de que el amor no solo cuesta conseguirlo, también hay que
superar los obstáculos que se presentan en el camino para mantenerlo vivo.
Creía que al transformarme todo sería fácil, que ya no habría ninguna barrera
entre nosotros, pero me equivocaba. La vida iba a estar llena de obstáculos que
tendríamos que sortear juntos. Sin embargo, todo esto no hacía más que afianzar
mi amor por Edward, porque, aun pasando todo esto, aun sintiendo todo esto, lo
tenía tan claro. Si me dieran a escoger mil veces, mil veces que le escogería a
él, un millón de veces, un billón de veces. Siempre a él. Para siempre.
Eternamente. Y sabía que esto que me estaba pasando, esta espiral, esta caída a
este agujero negro, era temporal. Otra prueba más, otra prueba que venceríamos
juntos.
Y otra vez mi hija.
Renesmee.
La otra razón de mi
existencia, ella era parte de mí. Mi única hija.
A ella también la echaba
tanto de menos. Mi pequeña, mi niña. ¿Cómo podía hacerle algo así a mi niña?
Era una persona horrible, una mala madre. Extrañaba tanto esa complicidad que
siempre había existido entre nosotras, y todo lo estaba estropeando yo. Si
supiera lo feliz que me sentía por ella, verla a ella feliz, me hacía feliz a mí
también. Y por Jacob. Él seguía siendo mi mejor amigo, sabía que no habría
nadie mejor para él que ella, ni nadie mejor para ella que él, nadie iba a amarla como lo hacía él. Ellos
habían nacido para estar juntos, eso lo sabía yo mejor que nadie. Y después de
todo lo que había sufrido él, me sentía feliz porque por fin hubiera encontrado
su alma gemela, su amor verdadero. No sé si hubiera soportado que se hubiese
imprimado de otra, pero con Renesmee era distinto. Porque ella sí se lo
merecía, se merecían mutuamente, estaban hechos el uno para el otro, solo había
que ver cómo se miraban, con esa adoración mutua. Verlos juntos me hacía feliz.
Sí, realmente me hacía feliz.
Entonces, ¿por qué me
comportaba así? ¿Por qué estaba feliz por ellos y a la vez no podía evitar
sentir esto otro? Siempre me daban esos ataques repentinos que no era capaz de
controlar por culpa de esta oscura espiral que me atacaba; me cubría esta nube
negra que llenaba mi cerebro de interferencias y hacía regresar todos mis
recuerdos de mi vida humana, me obligaba a sentirlos, a añorarlos…, y cuando
eso sucedía, mi rabia estallaba y lo estropeaba todo. Todo.
Cuando esa bomba explotaba,
yo no era yo. Era como si saliese otra personalidad distinta de lo más profundo
de mis entrañas y dominara a mi verdadero yo, haciéndome actuar de esa forma
tan extraña y horrible sin que pudiera hacer nada para evitarlo. Me sentía como
si estuviese poseída, como si me estuviese volviendo loca. A veces creía que me
lo estaba volviendo de verdad.
Todavía no entendía por qué
era así, pero esto sí lo veía: ese yo extraño era mi yo humano, solo que
mezclado con otros ingredientes que lo hacían más egoísta y rabioso, y este yo
humano hacía que lo que había sentido por Jacob en aquel entonces regresara
ahora. Era como si estuviese reviviéndolo de nuevo, solo que peor, porque al
verle junto a Renesmee saltaba la hebilla de la granada y explotaban todos esos
celos absurdos y miserables, inexplicables, deplorables.
Ahora también me daba cuenta de las barbaridades que había hecho en
estos meses. Mis absurdos y egoístas
celos habían llegado a un punto tal, que incluso había intentado separarla un
poco de Jacob. ¿Cómo había hecho algo tan ruin y mezquino? Me sentía tan
mal, tan culpable por eso, porque ellos sufrieran por mi culpa. Por supuesto,
nunca había querido que se separasen físicamente, ni como amigos, sabía que eso
era imposible, y yo jamás habría querido algo así, pero tenía que reconocer que
sí evitar que Renesmee estuviera con él, que llegaran a algo más. Aquella vez
había sido la primera que había escuchado de su boca que lo quería, que lo
amaba con toda su alma… No sé qué me había pasado, supongo que la granada
explotó un poco en cierto modo.
¿Por qué me daban esos
arrebatos incontrolados? ¿Por qué antes me había detenido a oler a mi hija
cuando le iba a pedir que me lo contara todo, como hacíamos no hace tanto
tiempo? Me hubiera gustado saber lo feliz que se sentía, lo mucho que amaba a
Jacob, lo feliz que era a su lado, lo importante que había sido este día para
ella, incluso que me contara cómo había sido su primera vez… Y no sentir todo
esto que me estaba torturando. Esto que también la dañaba a ella y que nos
alejaba cada vez más. No podía dejar de sentir que la estaba fallando, ahora
que más me necesitaba, en su adolescencia, esa época de su vida tan importante
que no volvería jamás…
Otro recuerdo se clavó en mi
mente, pero este no era dulce, este se insertó con ferocidad y dejó mi alma
congelada.
Ese recuerdo no era sino ese
espantoso recordatorio que últimamente se repetía en mi cerebro una y otra vez.
Nunca le había dado importancia, pero ahora tenía tanta. Ese recordatorio me
decía que yo no volvería a tener más hijos, nunca más, jamás. Nunca más tendría
otra oportunidad en toda la eternidad. Ahora comprendía a Rose, aunque mi caso
era diferente al suyo, ya que, por lo menos, yo había tenido una hija. Sin
embargo, Renesmee había crecido tan extremadamente rápido, que había disfrutado
muy poco de ella, no lo había saboreado, no me había dado tiempo a nada, a
nada.
Ese fuego incontrolado
comenzó a quemarme las venas, como ya venía siendo habitual. Sentí envidia de
ella. Ella sí podía tener hijos, su parte humana hacía que su sistema
reproductivo funcionara bien. Y ella los tendría, con Jacob… Algún día ella y
Jacob serían… papás… Todas las veces que quisieran…, niños, varones, que
crecieran a un ritmo humano…, y niñas que lo harían rápidamente, pero podían
tener tantas…, las que quisieran… Y yo… Yo no… Yo solo había tenido seis
cortísimos años…
Ese violento vértigo se
apoderó de mí y me vi inmersa en esa negra espiral de confusión, dudas,
aturdimiento, angustia, recuerdos y caos. Casi me parecía que era literalmente,
tal eran los mareos que me daban. Mis dedos oprimieron mi cabello todavía con
más fuerza y un leve gemido de dolor se escapó por mi garganta.
¿Cómo podía tenerle envidia
a mi hija? ¡A mi propia hija! A lo que más quería del mundo, por la que daría
mi vida sin pensarlo ni una décima de segundo. ¿Cómo podía hacerle esto a
Edward? ¿Cómo podía amar a Edward como lo amaba, y a la vez seguir teniendo
estos estúpidos sentimientos hacia Jacob? ¿Por qué me invadían esos
sentimientos, si ya no era humana? Yo era un vampiro. ¡Un vampiro!
Me odiaba, me odiaba. No me
reconocía, no me encontraba, ¿dónde estaba yo? Yo no era esa. ¡No era esa!
Odiaba esta espiral. La
odiaba con todas mis fuerzas.
Basta, basta, ¡BASTA!
Alcé mi cabeza con
determinación.
No volvería a hacerle daño a
Edward, ni a Renesmee, JAMÁS.
Tenía que acabar con esto de
una vez. Y solamente había una manera. Ya lo había intentado, pero Renesmee no
me había dejado. Sin embargo, no había otra forma. Aunque los métodos fueran un
poco sucios y dolorosos, tenía que hacerlo, por ella y por Edward.
Jacob era el núcleo de la
espiral. Si liberaba todos estos sentimientos y emociones, podría dejarlo todo
atrás, me desbloquearía y podría empezar a escalar hacia fuera del pozo.
Necesitaba sacarlo todo fuera. TODO. No sabía si sería capaz de mantenerme
entera, de controlarme, de detener esta explosión de fuego que sacaba a ese yo
extraño y me obligaba a hablar y actuar con arrebato, pero tendría que ser
fuerte, tenía que hacerlo. Por Edward y por Renesmee.
Tenía que salir de esta
espiral. Y solamente había una manera.
(FIN DEL PARÉNTESIS)
HUIR
Estaba agotada, sin embargo,
me costó mucho conciliar el sueño. Aparte del tema de mi madre, sufrí unas
cuantas réplicas y tuve que levantarme varias veces para darme unas duchas bien
frías y, aun así, no era a quitarme el calor del cuerpo.
No obstante, eso no hizo que
mi felicidad se borrase de mi cara. Me pasé ese desvelo pensando en Jacob, en
el día tan increíble que habíamos pasado juntos, en su poderoso cuerpo
perfecto, en todo lo que me había hecho sentir… Creo que eso también contribuyó
a que mi celo regresara con ganas.
Tanto, que hasta en mis
sueños era incapaz de reprimirme. Me desperté sofocadísima, me destapé del todo
y agarré la tapa que había arrancado de una libreta y que había dejado en la
mesilla para abanicarme. La agité con brío, intentando lanzar el poco aire que
provocaba hacia la cara. La fuerte lluvia repiqueteaba en la cristalera; eso, y
la monótona música que provocaba al chocar contra la vegetación y la tierra de
fuera, era lo único que se oía.
Entonces, la tapa se me
resbaló de la mano y cayó sobre el colchón cuando escuché un portazo y las alteradas
voces de mis tías.
―¡¿Qué haces aquí?! ―protestó
Rosalie.
―¡No, Jacob! ―gritó Alice.
―¡Maldito chucho! ¡¿Adónde
te crees que vas?! ¡¿Es que quieres que Edward te mate?!
No escuché su voz. Lo siguiente
que sonó fueron unos pies descalzos subiendo los últimos escalones a toda prisa
y acercándose por el pasillo, mezclados con los pasos y las quejas de mis tías.
Mi aliento comenzó a salir agitado y emocionado.
Me levanté de un salto y no
me dio tiempo a más. La puerta se abrió con un movimiento enérgico y Jacob
apareció tras ella. Estaba completamente empapado, esos pantalones cortos de
color gris claro que le había regalado hacía un mes ahora eran de un gris
oscuro, y el agua le goteaba de los mismos y del pelo. Su mirada era más
penetrante que nunca y su olor era tan fuerte como por el día.
No vaciló en ningún momento,
y yo tampoco. Antes de que a mis tías les diera tiempo a levantar otro pie para
detenerle, cerró de un portazo y dio una zancada en mi dirección; yo me
abalancé a sus brazos, con tanto empeño, que estampé su espalda en la pared.
Mientras nos besábamos con
auténtico ardor, sus manos se pegaron a la parte posterior de mis muslos.
Estaban mojadas, como todo él, pero eran tan calientes como siempre. Escalaron
hacia arriba con ansia, levantando mi camisón de algodón, y cuando llegaron a
su objetivo, me friccionó contra él. Ninguno de los dos pudo evitar que su
garganta dejara escapar un gemido sordo. Pero yo quería más, me pegué bien a él
y volví a friccionarme varias veces, completamente desbocada. Los fuertes jadeos
se escaparon de nuevo y sus dedos se clavaron en mi piel con avidez.
Mis manos soltaron su pelo y
descendieron por su pecho, acariciándolo con vehemencia a su paso, hasta que
llegaron al cierre de su pantalón. Entonces, se separó de mis labios.
―Espera ―me paró, respirando
a cien por hora―. Aquí no.
Me tomó de la mano y se
despegó de la pared, llevándome con él. Abrió la puerta con el mismo brío que
había puesto para abrirla y la atravesamos a toda velocidad.
Mis tías, que todavía se
encontraban en el pasillo, se habían quedado totalmente desconcertadas,
bloqueadas, no sabían qué hacer. Hasta que Alice reaccionó y comenzó a
seguirnos por las escaleras.
―No vayas ―me pidió, poniéndose
a mi lado e implorándome con sus ojos dorados muy abiertos―. Les prometí a tus
padres que te vigilaría y que no saldrías de esta casa.
―Lo siento, Alice. Tengo que
ir ―y la esquivé para seguir avanzando por el salón con Jacob.
En cuanto atravesamos la
puerta, Jake me soltó, pegó un salto hacia delante, salvando los escalones del
porche, y se transformó en pleno vuelo, dejando sus pantalones hechos trizas.
Aterrizó en el suelo y se echó para que le montara.
Moví el pie y Alice me
agarró del brazo para detenerme.
Mi Gran Lobo se levantó y se
agazapó para colocarse en una postura amenazadora mientras ya profería un
rugido estremecedor que agitó hasta las hojas de los árboles. Se quedó
observándola, resollando por la nariz con furia y mostrando su implacable y
mortífera dentadura diseñada para matar vampiros. Su mirada era tan agresiva,
que hasta Alice prefirió no jugársela y me soltó.
―Lo siento ―repetí, y salté
las escaleras del porche a la vez que él se echaba de nuevo en el suelo para
que le montase.
―¡Nessie! ―gritó a mis
espaldas con lamento.
Pegué otro brinco y me subí
a su lomo, agarrándome bien a su pelaje empapado.
―¡No puedes hacerme esto! ―se
quejó cuando Jake ya iniciaba la carrera―. ¡Tus padres me van a matar!
Pero ya no la escuché. La tremenda
velocidad ya hacía que el viento y la lluvia me azotaran por todas partes y no
podía oír otra cosa que su zumbido y el del paso de los árboles a nuestro lado.
Me incliné sobre Jake y él aumentó el galope.
Nos escapamos del territorio
de mi familia y respiré tranquila cuando por fin pasamos a los límites del
bosque de La Push, ya que, seguramente, mis padres habrían oído el rugido de mi
lobo. Jacob continuó corriendo durante otro rato, hasta que disminuyó la
velocidad y se detuvo en un rincón que parecía bastante apartado y escondido.
Me bajé de su lomo y me
quedé de pie, esperando a que adquiriera su forma humana, bajo aquella intensa
lluvia. Lo hizo rápido y no perdió el tiempo.
Hicimos el amor con ganas,
allí mismo, sobre ese lecho de hierba, hojas y tierra mojada, con el agua
chorreando sobre nosotros. No me importaba nada más, no había nada más, lo
único que podía sentir era a Jacob, su ardiente cuerpo moviéndose sobre el mío
con pasión, con deseo, con amor. Mis manos y mi garganta suplicaban que no
parase jamás; las primeras, deslizándose frenéticamente por todo su cuerpo, por
su pelo empapado y escurridizo, clavándose en su piel con ansia; la segunda,
implorándolo a cada instante en su boca, pegada a la mía unas veces,
recorriéndome entera otras. Solo quería seguir sintiéndole dentro de mí, seguir
sintiendo sus manos acariciando todo mi cuerpo y aferrándose a mi pelo, su piel
de fuego prendiendo la mía también candente, su ardiente e impetuoso aliento
mezclándose con el mío, sus besos, la hechizante y vertiginosa energía bailando
a nuestro alrededor, creciendo a cada instante, guiándonos, atrayéndonos aún
más, la magia, su alma y mi alma uniéndose de nuevo por fin, las lágrimas, el
clímax…
Sus manos aflojaron el
amarre de mi cabello y las mías hicieron lo mismo con el suyo de un modo
totalmente sincronizado, aunque no lo soltamos. Nuestros rostros habían estado
unidos todo el tiempo y seguían estándolo ahora, así que pegué mi boca a la
suya y seguimos besándonos, todavía exhalando con dificultad. Jake apoyó su
espalda contra el tronco, llevándome con él, y terminamos liberándonos el pelo
para acariciarnos un poco más. Había dejado de llover y la única agua que caía
de arriba eran las enormes gotas que resbalaban de las hojas del árbol bajo el
que estábamos sentados. Me desprendí de él y me aovillé sobre su caliente cuerpo,
acurrucándome en su pecho y apoyando la cabeza en su hombro, bien pegada a su
cuello. Sus cálidos brazos me rodearon y me arroparon con mimo, apretándome un
poco más contra él.
Estaba tan a gusto ahí, que
mis párpados comenzaron a cerrarse, y después de todo el día anterior y de esta
larga réplica que por fin habíamos saciado, la verdad es que estaba agotada,
satisfecha, sí, muy satisfecha, pero agotada, muy agotada. Jake se dio cuenta
enseguida.
―Debería llevarte a casa
ahora mismo para que te metieras en la cama.
―No, espera un poco ―ronroneé,
achuchándole más.
―Vas a coger frío ―murmuró,
pasando los dedos por mi pelo mojado.
―Sabes de sobra que aquí no
tengo nada de frío ―y volví a estrujarle otro poco.
―Sí, ya lo sé ―sonrió―.
Bueno, pero a lo mejor estarías más calentita si te vistieras, ¿no crees?
Me despegué de su cuello
para poder verle el rostro.
―Te recuerdo que me has roto
el camisón y el culotte ―sonreí.
―Es verdad. Mierda, perdona.
Mierda, y mis pantalones ―lamentó, apoyando la cabeza en el tronco.
―No importa, ya te regalaré
otros ―me arrimé de nuevo a él y empecé a darle besos por el cuello y la
mandíbula―. Te compraría todos los pantalones del mundo, ha sido tan increíble…
―susurré―. ¿Cómo se te ocurrió venir a buscarme?
―Tu olor estaba por toda mi
cama y me estaba volviendo loco, ya no aguantaba más ―murmuró, girando el
rostro para que mis labios alcanzaran a los suyos―. Me escapé por la ventana
para que mi padre no me pillara.
Sonreí al principio, pero su
frase me hizo caer en algo en lo que no me había parado a pensar y me despegué
de su boca.
―Mis padres ―gemí con
penitencia, pensando en las más que posibles consecuencias de mi escapada con
Jacob―. Nos van a matar ―resumí.
―Pues vente conmigo ―propuso
con un murmullo, regresando a mi boca para darme besos cortos.
―¿Adónde? ―cuestioné con una
risilla.
―No sé, a cualquier sitio
donde no puedan encontrarnos jamás y podamos ser libres de una vez ―murmuró con
su sonrisa torcida, sin dejar de besarme―. Podíamos huir juntos y casarnos en
secreto.
Solamente con oír eso, mis
mariposas ya iniciaban el vuelo, dispuestas a todo. Entonces, algo saltó en mi
cabeza como un resorte. La palabra libres resaltó en mi mente como si
tuviera luces de neón y parpadeara sin cesar. Libres, libres, libres…
―¿Y por qué no lo hacemos de
verdad? ―mi voz ya salía con nervio.
Dejó mis labios para
observarme con esos ojazos negros suyos.
―¿Lo harías? ¿Te marcharías
conmigo?
―Sí ―afirmé sin un atisbo de
duda, entusiasmada. Luego, pegué mi frente a la suya y le miré fijamente―. Estoy
harta de los celos de mamá, de la continua vigilancia de mi padre y de que
siempre nos estén juzgando. Quiero irme contigo ahora, quiero estar junto a ti
para siempre, sin tener que dar explicaciones a nadie, es lo que más deseo del
mundo…
―¿De verdad quieres hacerlo?
Porque a mí no me importa dejarlo todo por ti, pero tú tienes que pensar en tu
familia. Ahora, si es lo que quieres, si estás completamente segura, me levanto
y partimos ya mismo.
Mi corazón no podía latir
más deprisa, hasta mi aliento se agitó, impulsivo, ansioso porque me levantara
y partiera con Jacob ya. Pero la pequeñísima parte de mí que todavía tenía uso
de razón, esa minúscula porción de mi cerebro que se encargaba de enfriar mis
emociones para hacer de mí un ser un poco más racional, y del que normalmente
no hacía mucho caso, se encargó de estamparme en la cara la imagen de mis
padres, en cómo se iban a quedar si yo huía y, esta vez, consiguió sosegarme un
poco, lo justo para no estar corriendo ya sobre el lomo de Jacob, aunque no lo
suficiente como para convencerme de lo contrario.
―Tú eres lo que más me
importa del mundo y te amo por encima de todo. Si tú quieres, me voy contigo
ahora mismo, a donde sea. Y mi familia, mis padres… ―susurré con un hilo de voz
que me salió más quebrado de lo me hubiera gustado―, bueno, tal vez me perdonen
algún día…
―Para, no sigas ―me cortó
con un murmullo, poniéndome las yemas sobre los labios―. No se trata de lo que
yo quiera, Nessie. Se trata de lo que realmente queramos los dos. No quiero que
hagas algo que no quieres hacer.
―Sí, sí que quiero ―acaricié
su frente con la mía efusivamente―. Quiero estar contigo, vivir contigo, quiero
que seamos libres…
―Sí, ya lo sé, y yo también ―bajó
la cabeza y suspiró―. Pero no puedes hacerlo, no quiero que lo hagas.
―Pero, Jake…
―Yo jamás permitiría que
sacrificases nada por mí ―me volvió a cortar, alzando el rostro de nuevo para
mirarme―. Te amo, y quiero lo mejor para ti, no quiero que renuncies a nada ni
a nadie, quiero que lo tengas todo. Antes renuncio yo a ti.
―Entonces, sabes que me
moriría ―alegué―. Y ya estaría sacrificando algo, lo más importante.
―Bueno, vale. Eso no podría
hacerlo ―aceptó―. Pero sí que puedo esperar lo que haga falta, ya te dije que
no tengo prisa. Lo mejor es aguantar unos meses más y esperar a que tu familia
se mude, entonces, podremos tener vía libre para hacer lo que queramos y todos
estaremos contentos, habremos hecho las cosas bien. Desde luego, yo me iría
contigo ahora mismo, al Polo Norte, si fuera necesario, pero esto es lo mejor
para ti, no tendrías que dejar así a tu familia, ni les harías daño a ellos, ni
a ti misma.
―Jake…
―Esperaré ―aseveró,
clavándome esa mirada brillante y penetrante que me volvía loca. Después, su
sonrisa se dibujó otra vez en su cara―. En realidad, no tenemos prisa, ¿verdad?
Podemos aguantar la vigilancia de tus padres unos pocos meses más, no es tan
grave, no nos vamos a morir, ni nada de eso.
―Tienes razón ―suspiré―. Además,
tú también tienes a tu padre y a tus hermanas, aparte de la manada, claro. Pero
es que tengo tantas ganas de vivir contigo ―declaré, acercándome a su boca.
―Sí, ya lo sé, preciosa ―sonrió
en mis labios―. Yo también ―y unió su boca a la mía para besarme durante un
rato. Me hubiera quedado así el resto de mi vida, si no llega a ser porque
soltó mis labios de nuevo, y, encima, para nada bueno―. Hablando de cosas
graves y de muertes, será mejor que te lleve a casa ahora. Vamos a tener que enfrentarnos
a la cruda realidad y prepararnos para una buena.
―Dirás, mejor, que me
tendré que preparar ―le corregí con un suspiro de resignación―. Tú no vas a
poner un pie en mi casa, bueno, si no quieres morir de verdad, claro.
―Ni hablar, yo jamás me
escondo. Te he sacado de tu casa por la noche en volandas, como quien dice, así
que tendré que dar la cara, ¿no te parece?
―De eso nada ―le regañé
mientras me despegaba de él y me ponía de pie―. ¿Es que quieres que mi padre te
mate?
Su sonrisa volvió, aunque
esta vez más amplia.
―Eso me gustaría verlo ―y se
levantó.
―Ni lo pienses. No vas a
entrar y punto ―recogí mi camisón del suelo. El escote estaba roto hasta la
cintura y, encima, estaba mojado y sucio. Se me escapó una mueca de dolor al
levantarlo y verlo, sobre todo al pensar en la imagen que iban a ver mis padres
cuando entrara en casa. Entonces, miré a Jake―. Además, estás desnudo.
―Eso no importa. Mira, tú
entras, subes a tu habitación y me pillas unos pantalones. Me los tiras por la
ventana del baño y luego entro yo en escena, ¿qué te parece?
―Que no.
Me puse el camisón y le hice
tres nudos para coser el escote de alguna manera.
―Estás preciosa ―se burló.
―Sí, gracias a ti ―le
contesté con retintín.
―No, en serio ―se acercó a
mí y me arrimó a él―. Estás muy, muy sexy, ¿lo sabías? ―me susurró al oído,
provocando al vello de todo mi cuerpo―. Bueno, quiero decir, es que… ―se
despegó de mi oreja y bajó la vista a mi pecho― este camisón, así, mojado, pegadito
a tu cuerpo, todo se nota más… ―me miré y los colores se me subieron a la cara―.
Nena, ahora mismo solo me apetece volver a arrancarte el camisón ―susurró,
pegándome a él.
―Jake… ―le regañé con una
risilla mientras me despegaba la tela del pecho―. Pero si acabas de verme
desnuda.
―No, no hagas eso… ―suplicó,
implorándome con los ojos y llevando mi espalda contra el tronco en el que
habíamos estado sentados―. Mejor no te lo quites, no hace falta ―murmuró mientras
ya empezaba a besarme con pasión.
Fui capaz de apartarme de su
boca, lo justo para poder hablar.
―Creía que ibas a llevarme a
casa… ―bisbiseé con una sonrisa, en sus labios.
―Bueno, total, ahora ya no
tenemos prisa, ¿no? ―susurró con deseo, y siguió besándome por el cuello a la
vez que sus manos acariciaban mis muslos para levantar el camisón.
―No… ―jadeé ya, llevando mis
manos a su nuca y a su espalda.
Me costó un triunfo, pero
conseguí convencerle para que no se acercara a la casa y me dejara en los
árboles que la bordeaban. Mi padre no iba a ser un problema, si no había salido
ya, era porque se había vuelto a marchar lejos, eso me tranquilizó, pero mi
madre era tema aparte. No sabía cómo iba a reaccionar, viendo lo furiosa que se
había puesto hacía unas horas. Eso también preocupaba a Jacob, por eso quería
entrar y dar la cara, sin embargo, era mejor que no lo hiciera, puede
que hasta lo quisiera agredir o algo.
No fue nada fácil despedirme
de él. Ya que no le dejé entrar, Jake quiso quedarse allí para vigilar y
comprobar que todo iba bien, así que las dos veces que me giré y le vi con
medio cuerpo asomando del tronco en el que se ocultaba, para verme partir hacia
el edificio, no pude reprimirme y di la vuelta corriendo para besarle.
Cuando por fin lo conseguí y
entré en casa, vi a mi madre sentada en el sofá. Como supuse, papá no estaba, y
ella se encontraba sola, con los brazos cruzados y el ceño tan fruncido, que
hasta afeaba su hermoso e impoluto rostro de porcelana. Sin embargo, no
pronunció ni una palabra, se limitó a mirarme con la censura y la furia saliéndole
por los ojos, observando mi camisón mientras le rechinaban los dientes. Creo
que no me dijo nada porque sabía que Jake estaba fuera y no quería que él pasase,
más bien para evitar atacarle y después arrepentirse, que por otra cosa.
Yo tampoco hablé, no sabía
qué decirle. Agarré la parte de tela de mi pecho para mantenerla lo más
despegada posible, avancé por el salón con celeridad y subí las escaleras hacia
mi habitación.
REGALOS
Por la mañana me tuve que
duchar con agua fría otra vez, aunque de poco sirvió. Aunque había estado con
Jake hacía solo unas horas, el recipiente que contenía la gasolina que
simbolizaba mi celo estaba lleno hasta arriba de nuevo y seguía subiendo, y
hasta que no le prendiéramos fuego y se consumiera, no iba a haber forma de
parar aquello.
Cuando bajé al salón, Jake
no estaba y mi padre tampoco. Al parecer, y según Alice y Rose, que seguían enfurruñadas
conmigo, mi progenitor no le había dejado entrar en casa y él se había ido muy
lejos de nuevo para no escuchar nuestros gritos. Aun así, el efluvio de
Jacob estaba tan cerca, que conseguía penetrar por las rendijas de la puerta y
de las ventanas, clavándose en mi cerebro para poner en marcha el botón que
activaba la alarma, porque ya no era una llamada, era una alarma.
Ni siquiera desayuné. Salí
volando del edificio y me abalancé como una posesa sobre Jacob, que me esperaba
apoyado en su moto. Por poco la tiramos abajo.
―Dios, Nessie… ―susurró
entre los jadeos, sin dejar de besarme alocadamente―. Vámonos de aquí ya…
Nos costó lo nuestro
despegarnos, pero al final lo conseguimos.
Nos subimos a su Harley
Sprint y nos largamos con urgencia. Fue una buena idea que viniera a buscarme
en moto; esta vez no me puse el casco para que me diera bien el aire en la
cara.
El vehículo se desplazó a
todo lo que daba por la carretera de La Push hasta que, por fin, llegamos a su
garaje.
Dejamos la moto y Jacob me
cogió de la mano para dirigirnos prestos hacia la casita roja.
―¿Billy se ha ido a pescar
otra vez? ―le pregunté por el camino, extrañada al percatarme de adónde íbamos.
―Se ha ido unos días a casa
de Rachel y Paul para dejarnos a solas.
―¿Se lo has contado? ―quise
saber, con una vergüenza horrible.
―No pude evitarlo, tu olor
está por toda la casa y se me notaba muchísimo ―confesó escuetamente,
acelerando el paso.
―Pero ahora Paul también se
va a enterar ―me lamenté.
Eso significaba que la
manada acabaría sabiéndolo. Horror.
Jacob abrió la puerta de su
casa y me metió dentro, tirando de mí para pegarme a su cuerpo.
―Nena…, tenemos la casa para
nosotros solos durante días ―me reiteró al ver que no me había fijado en lo
importante, exhalando con intensidad mientras ya me besaba sin freno.
¡La casa para nosotros
solos durante días!, repitió mi
acalorada mente.
Cerré la puerta con el pie, de
un portazo, y ya no me importó nada más.
Descubrimos que mi celo
duraba una semana. Al principio, me pareció sorprendente que mi padre aceptara
de buen grado mi estancia en casa de Jacob durante la duración del mismo cuando
ese día le llamé por teléfono para pedirle permiso, aunque luego comprendí que
lo hacía más bien por él y por su propia salud mental. Según mi madre, esa
noche mi mente también había gritado a todas horas, hasta en sueños, y mi padre
estaba al borde del colapso. Casi fue un alivio para él cuando se lo pedí, así
me lo hizo notar su voz, y Jake y yo pegamos un salto de alegría cuando colgué.
A mi madre, en cambio, no le gustó mucho la idea, sin embargo, avisó a Seth
para que me fuese a buscar algo de ropa y me la trajera.
El paciente y más que atento
Billy nos había dejado la despensa y la nevera llenas, al parecer, no quería
que a mí me faltase de nada ―siempre me había tratado como a una hija, pero
desde que le habíamos anunciado nuestro compromiso, estaba encantado y me tenía
como a una reina, y eso que le dijimos que todavía no había fecha―, quería que
me sintiese como en mi casa, aunque ya le dije a Jacob que todo eso no hacía
falta, puesto que yo me sentía en mi hogar. Con Billy todo era muy fácil, no
hacía falta darle ninguna explicación, todo le parecía bien. Solamente nos llamaba
algún día para ver si necesitábamos algo. Desde luego, tendríamos que pagarle
este enorme favor con creces cuando todo terminase.
Por supuesto, toda la manada
se enteró. Se podía escuchar de vez en cuando algún aullido socarrón que otro
cuando pasaban cerca de casa de Jacob. Si bien Paul no había aguantado con la
boca cerrada, Jake tenía que cambiar de fase todos los días solo para dar
instrucciones, con lo que se habrían enterado igualmente, así que lo ratificó
para que se quedasen tranquilos. Nadie hubiese entendido entonces por qué su
líder no podía aparecer por allí durante tantos días y habrían pensado que le
había pasado algo, por lo que Jacob tuvo que explicarlo. Les pareció que era
una más que buena razón para ello.
Esa semana fue la mejor
semana de toda mi vida, y eso que apenas salimos de la casa, tan solo para
pasear por la playa al atardecer, que era cuando controlábamos un poco mejor el
desmedido deseo y, aun así, alguna vez no pudimos llegar a la vivienda. Por las
noches parecía bajar algo el apetito y dormíamos bastante bien, pero siempre
había alguna que otra réplica. Me encantaba despertarme entre sus brazos por la
mañana y descubrir su rostro encandilado observándome desde hacía ya rato. Fue
una especie de luna de miel para nosotros, aunque mucho más intensa, salvaje y
desenfrenada, y decidimos que, a partir de ese momento, llamaríamos así a mi
temporada de celo. A mí me sonaba muchísimo mejor, no me parecía tan explícito
e incómodo.
Mi celo fue constante
durante siete días, hasta que al octavo, tal cual vino, se marchó. Podíamos
haber prolongado un poco más mi estancia ―parece mentira, pero todavía nos
quedaban ganas de seguir, y eso que todo había terminado―, sin embargo, nos
pareció que ya habíamos abusado bastante de Billy y que el pobre tenía que
volver a su casa; aunque ese octavo día lo aprovechamos para comprobar que no
nos hacía falta mi celo para prender llama y arder juntos, todo era igual de increíble,
mágico y maravilloso, solo que el deseo que sentíamos el uno por el otro era… dominable.
Cuando anocheció, ya lo
teníamos todo recogido, y en cuanto Billy entró por la puerta, nos encontró en
el sofá viendo la tele como dos niños buenos. Todo iba muy bien, hasta que no
me libré de tener que escuchar cómo mi futuro suegro me decía un bromista
aunque orgulloso: un Black siempre cumple, cosa que me dio tanta
vergüenza, que me apetecía llenar el lavabo de agua y meter la cabeza dentro. Aun
así, asentí y aguantamos el chaparrón, era lo menos que podíamos hacer después
de que nos dejara su hogar.
Jacob me llevó a mi casa en
el Golf y aparcó delante del porche. Tuvimos que aguantar las correspondientes
y esperadas bromas de Emmett, como la típica se os ve más delgados y de
esa clase, las miradas aliviadas, aunque no por ello menos censuradoras y
doloridas, de mi padre y las sonrisillas del resto de mi familia, a excepción
de mi madre, como era de esperar. A mis tías parecía habérseles pasado el
enfado.
Después de cenar y recoger
la cocina, nos subimos a mi ahora extraño dormitorio y nos tumbamos en la cama
para charlar un poco.
―Te voy a echar muchísimo de
menos ―murmuró Jake mientras me pasaba los dedos por el pelo―. Toda mi casa
huele a ti.
―Y yo a ti ―contesté,
abrazándole más fuerte―. Se me va a hacer muy raro no dormir contigo.
―Esto es una mierda ―se
quejó―. Es como si nos hubiésemos ido a vivir juntos y de repente tuviéramos
que volver a vivir con nuestros padres.
―Sí, no sé si no habría sido
mejor que no hubiésemos pasado nuestra luna de miel juntos.
Nos miramos el uno al otro
durante un segundo.
―No ―afirmamos los dos con
una sonrisa.
Volvimos la vista al techo y
nos quedamos un rato en silencio.
―¿Tu familia se va a marchar
justo después de la visita de los Vulturis, o va a esperar un poco? ―quiso
saber, pensativo.
―No lo sé, ¿por qué?
―No, por nada. Por saberlo ―me
respondió, encogiéndose de hombros.
Unos nudillos pegaron unos
toques en la puerta.
―Nessie, Jacob, ¿podemos
pasar? ―preguntó Carlisle desde fuera.
Mi novio y yo nos
incorporamos para quedarnos sentados en la cama.
―Sí, claro ―consentí.
Mis abuelos entraron en la
habitación, sonriéndonos.
―No queremos molestaros
mucho, solamente veníamos a daros nuestro regalo de boda ―dijo él, entregándome
un sobre alargado y blanco.
Jacob se puso de pie.
―¿Nuestro regalo de boda? ―murmuré,
mirando el sobre con sorpresa.
―No teníais que haberos
molestado, Doc ―declaró Jake, rascándose la nuca, un tanto apurado―. Todavía no
tenemos fecha, teníais mucho tiempo para pensároslo.
―Lo sabemos. No obstante,
nos apetecía dároslo antes de que nos mudáramos, por si no queríais esperar ―mis
abuelos se miraron y se sonrieron―. Aunque ya os habéis adelantado.
Abrí el sobre y mi cara se
iluminó como si el interior del mismo proyectara un halo de luz.
―Son unos vales canjeables
por un viaje de quince días a donde queráis ―le aclaró Esme a Jacob―. Era
vuestro viaje de luna de miel, pero… ―Carlisle y Esme se volvieron a mirar
sonrientes.
―¿Quince días…? ―mi mente ya
empezaba a vagar ella sola, sumergiéndose en mis recientes y fantásticos
recuerdos.
Jacob me quitó los vales de
la mano para mirarlos con una sonrisa enorme.
―Bueno, eso solo fue un
ensayo ―afirmó―. Tendremos que repetir.
―¡Muchas gracias! ―exclamé,
abrazando a los dos.
―Sí, gracias ―secundó Jake,
sonriéndoles―. Esto es demasiado, yo no… ―se le escapó una risa nerviosa―.
Bueno, Doc, no tengo palabras, de verdad.
―De nada ―asintió Carlisle,
complacido.
―Caducan dentro de seis
meses, así que deberíais ir pensando el sitio ―nos informó Esme.
Cualquier sitio con Jacob a
mi lado sería el paraíso.
―Bien, ya os dejamos ―anunció
Carlisle, dirigiéndose a la puerta con Esme de la mano.
―Gracias otra vez ―les
agradeció Jacob, levantando los vales con su maravillosa y deslumbrante sonrisa
dibujada en la cara.
Mis abuelos se despidieron
con la mano y salieron de la habitación, y Jacob y yo nos fundimos en un abrazo
de oso en el que mis pies terminaron volando.
No tuve que inventarme
ninguna excusa que darles a mis amigas, Seth ya lo había hecho por mí. Al
parecer, le había dicho a Brenda que había tenido fiebre. Por supuesto,
todas me preguntaron que a qué se había debido y si ya estaba bien del todo.
Les dije que se había debido a una reacción de la primavera. Si yo les contara
mi semana de placer y lujuria…
Me pase la mayor parte de
las clases mirando por la ventana, pensando en Jacob. Lo echaba tanto de menos.
Después de pasarnos ocho días pegados a todas horas, esto iba a ser un
suplicio. Como por la noche, la despedida de la mañana había sido larga y nos
costó decirnos hasta luego, aunque conseguí tener fuerza de voluntad y salir
del coche gracias a Brenda. Me esperaba después de despedirse de Seth para que
nos reuniéramos con el resto de mis amigas.
No me sorprendió ver el
coche de Seth en el aparcamiento del instituto por la mañana y por la tarde, un
Volvo azul metalizado de segunda mano que Jake le había reparado hacía un par
de años. Cuando mis amigas y yo salimos del centro, Jacob y Seth estaban
apoyados en el vehículo de este último, charlando animadamente. En cuanto nos
vieron a Brenda y a mí, dejaron de hablar para sonreírnos.
Yo fui la primera en salir
corriendo para abrazar y besar a mi novio, Brenda no estaba imprimada y no
sentía esa necesidad tan fuertemente. Y más después de todo lo que le había
echado de menos. El beso se prolongó durante un rato y cuando mis alocadas
mariposas empezaron a agitarse más de la cuenta, me obligué a despegarme de él,
si no, ya no habría manera.
―¿Qué pasa, no habéis tenido
bastante esta semana? ―se burló Seth, con la consecuente cara de no entender
nada de Brenda.
Jacob le dedicó una mirada
de reojo enfadada y yo me puse como un tomate.
―Piérdete, Seth ―le
contestó, cogiéndome de la mano para dirigirnos a la moto.
Me despedí de ellos y del
resto de mis amigas haciéndoles señales.
―¿Adónde vamos hoy? ―le
pregunté.
―A La Push, tengo una
sorpresa para ti ―me contestó, desplegando su blanquísima sonrisa.
―¿Una sorpresa? ¿Qué es? ―quise
saber, tirando de su brazo toda emocionada.
―Ah, ya lo verás ―me dijo,
pasándome el casco.
Me lo puse y me monté en la
moto negra con Jake, agarrándome y arrimándome bien a él.
Los árboles que bordeaban la
carretera pasaban a toda velocidad cuando los acantilados y la playa en forma
de media luna se dejaron ver. No tardamos mucho más en llegar a casa de Jacob;
nos bajamos de la moto y la llevamos hasta el garaje para aparcarla.
Jake me cogió de la mano y
empezamos a caminar en dirección a la playa.
―¿Adónde me llevas? ―quise
saber con mucha curiosidad.
―Ten paciencia ―me
respondió, tocándome la punta de la nariz con el dedo―. Lo verás ahora mismo.
Mordí mi sonriente labio,
nerviosa.
―Dame una pista, por lo
menos ―le imploré.
―No puedo. Con lo lista que
eres, si te la doy, seguro que lo adivinas. Ten paciencia ―repitió con una
sonrisa.
Volví a morderme el labio.
―¿Qué tal en clase?
―preguntó para distraerme―. ¿Te han dicho algo por faltar toda la semana?
―No, con el justificante de
Carlisle fue suficiente. El apuro lo he pasado con mis amigas ―confesé―. A Seth
no se le ocurrió otra cosa que decirle a Brenda que había tenido fiebre.
―¿Fiebre? ―se rio―. Bueno,
visto así…
―Por cierto, ¿Seth ya le ha
contado a Brenda vuestro secreto? ―interrogué.
―No, todavía no.
Entonces, de repente, se
echó a reír con ganas.
―¿Qué pasa? ―pregunté con mi
labio curvado por el contagio de su risa.
―Al parecer, Seth ha visto
que Brenda le tiene miedo a los perros y ahora no sabe cómo decírselo ―no pudo
evitar carcajearse otro rato―. ¿Te lo puedes creer? Tanto reírse de mí porque
tardaste en ser mi chica, y la suya le va a tener pavor. Por lo menos, a la mía
le gustan los animales.
―Claro, por eso estoy
contigo ―bromeé.
―Ja, ja ―articuló con
ironía. Se colocó detrás de mí y me abrazó por la cintura para caminar juntos―.
Estoy seguro de que eso es lo que más te gusta de mí ―afirmó con segundas en un
tono pícaro mientras me daba unos suaves mordiscos en el cuello para hacerme
cosquillas.
―No seas bruto ―le regañé,
riéndome, empujándole la cabeza hacia atrás.
Se carcajeó durante un rato
y, de pronto, se paró en seco, obligándome a mí también a detenerme. Entonces,
me puso las manos sobre los ojos.
―Ya hemos llegado ―me
anunció, girándome hacia un lado―. Bueno, no te asustes ni nada cuando lo veas,
¿vale? ―me avisó―. No está muy bien, pero tiene arreglo.
―Jake, por favor ―le rogué
con nerviosismo.
―¿Estas preparada?
―¡Jake! ―protesté entre
risas.
Jacob se rio y por fin me
despejó los ojos.
Cuando los abrí, tuve que
pestañear para aclarármelos un poco, ya que lo que tenía delante no sabía si
era de verdad o era un efecto óptico.
―Una… una casa… ―susurré.
―Sí, ya sé que no está muy
bien ―me repitió a modo de lamento, al ver mi cara boquiabierta.
Se desplazó a mi lado y me
volvió a coger de la mano.
Lo cierto es que la casa
estaba bastante envejecida, se notaba el abandono al que había estado expuesta
durante años, sin embargo, no se veía en mal estado.
Era una casita humilde de
dos plantas, más rectangular que cuadrada, típica construcción de madera de La
Push. Las fachadas apenas tenían restos de pintura, no se distinguía ningún
vestigio del color que las había vestido en su pasado, y algunas de las
ventanas ―también de madera― ni siquiera tenían cristales y estaban tapiadas
con tablones. Un reducido porche presidía la edificación, albergaba la puerta
de entrada y una ventana a la derecha de esta, y estaba cubierto por un
tejadillo a dos aguas, apoyado en dos estrechos pilares situados en los
extremos.
La casa estaba ubicada en un
claro rodeado de árboles, y frente al porche se abría un hueco entre ellos en
el que quedaba a la vista First Beach, con sus troncos color ahuesado esparcidos
y los cantos de rocas de diferentes tamaños cubriendo la arena grisácea como si
fuera una enorme alfombra, el mar y la Isla de James. La parte posterior de la
vivienda dejaba ver el bosque a unos metros, se podía escuchar el sonido del
río Quillayute cerca, y el manto que cubría todo el prado estaba cubierto de
flores silvestres. Me pareció un sitio privilegiado, precioso.
―¿Por qué me enseñas esta
casa? ―le pregunté, observando la misma sin entender muy bien la razón.
¿Acaso quería que la
comprásemos en un futuro?
―Porque es nuestra ―afirmó
con una sonrisa.
Mi rostro se giró
súbitamente para mirarle sorprendida.
―¿Nuestra? ―mis párpados se
movieron con rapidez y asombro―. ¿Pero, cómo…?
―Era la casa de soltera de
mi madre ―empezó a explicarme―. Aquí nació y creció hasta que se casó con mi
padre. Mi abuela se la dejó en herencia cuando murió y ella hizo lo mismo con
Rachel, Rebecca y yo. Como mis hermanas ya están casadas y tienen su propia
casa, les compré su parte.
―¿Que les compraste su
parte? ¿Cuándo? ¿Cómo? ―mi rostro no dejaba de sorprenderse.
―Bueno, en realidad, todavía
no se la he comprado, solamente he hablado con ellas y nos venden su parte
encantadas ―confesó―. Queda firmar algunos papeles, pero ya está casi hecho.
―¿Y el dinero…? ―mi voz ya
quería quebrarse.
―He juntado unos ahorrillos
todos estos años gracias a chapuzas que me han ido saliendo ―admitió,
encogiéndose de hombros como si nada―. Aunque te confieso que me salió muy barata,
porque esta casa no vale nada, es tan vieja...
A mí eso no me importaba en
absoluto.
―¿Has estado… ahorrando
estos seis años… para comprar esta casa para nosotros? ―inquirí, embargada por
la emoción.
La casa estaba apagada, como
si se hubiese quedado suspendida en el tiempo y fuera una foto en blanco y
negro, pero aun así, mis ojos empezaron a mostrármela completamente diferente,
colorida, llena de vida, alegre, perfecta. Era el hogar que siempre había
soñado para vivir con Jacob, mi casita de cuento.
Entonces, se giró para
ponerse frente a mí y me cogió por la cintura.
―Sé que es poca cosa y que
tú te mereces algo mucho mejor ―murmuró, clavándome sus intensos y profundos
ojos negros en los míos―, pero no me ha dado tiempo a ahorrar más y tenía que
buscar una casa rápido, porque tu familia se marcha dentro de unos cuatro o
cinco meses, como mucho, y se me terminaba el plazo.
―Jake… ―intenté hablar, con
un nudo en la garganta.
―Espera, déjame terminar ―me
cortó, rozando mis labios con los dedos.
―Pero a mí me…
―No sabes lo que me gustaría
ofrecerte una casa más grande y bonita ―me volvió a interrumpir―, pero creo que
podemos ser muy felices aquí unos años, hasta que podamos comprar otra. Los
chicos van a ayudarme a arreglarla y la tendremos lista a tiempo, te lo
prometo. Sé que parece una birria, pero ya verás qué bien queda cuando la
rehabilitemos y…
Su voz se quedó por el
camino cuando le abracé y hundí mi rostro en su pecho, llorando.
―Te quiero… ―sollocé como
una idiota.
―Nessie… ―me susurró en el
pelo, apretando su abrazo.
―Me encanta… ―le dije,
levantando la cara para quedarme en sus pupilas―. Es la casa de mis sueños y
quiero vivir aquí contigo para siempre.
Jacob me miró maravillado y
me limpió las lágrimas con el dorso de la mano.
―¿Te gusta de verdad? ―inquirió
con ojos centelleantes.
―Sí ―le sonreí y le abracé con
efusividad.
Nos quedamos abrazados unos
minutos, sin decir nada. Si me pidiera que viviera con él debajo de un puente,
lo aceptaría encantada con tal de estar a su lado para siempre. Seguiría siendo
feliz. Sin embargo, ya no podía pedirle más a la vida, todo era perfecto. Podía
escuchar los felices latidos de su corazón, más lentos pero totalmente acompasados
con los míos, el sonido de las olas rompiendo en la orilla un poco más allá y
la corriente del río siguiendo su camino hacia el mar, el sonido de las hojas
de los árboles al agitarse con la suave brisa primaveral, los pájaros cantando,
las gaviotas… Sí, era la mujer más feliz del universo y lo sería toda la vida
junto a Jacob.
―Es un poco pequeña, pero
cuando la pintemos y eso quedará muy guay, ya lo verás ―declaró, observando la
casa.
―Roja ―afirmé, animadísima,
separándome para mirarle.
―¿Qué? ―bajó sus ojos hacia
los míos.
―Quiero que sea roja, como
la de Billy ―le sonreí, acercando mi rostro al suyo―. Siempre me imaginé
viviendo contigo en una casita roja.
―Vale, pues será roja ―sonrió
en mis labios.
Y nos besamos muy despacio,
dejándonos llevar durante un rato por la energía y la magia que siempre
notábamos fluyendo a nuestro alrededor; podíamos estar horas solamente
sintiéndonos el uno al otro, atraídos por ese hechizo. Esas mariposas que
danzaban sobre las flores podrían ser las que se habían escapado de mi estómago
y mi corazón sin ningún problema.
Nos forzamos a deshacer el
encantamiento y despegamos nuestras bocas. Jacob sujetó mi rostro entre sus
manos, después de meterme el pelo detrás de las orejas, para mirarme absorto.
Creo que yo debía de tener la misma cara que él.
―Eres tan especial, todo te
vale ―me susurró, acariciando mis mejillas con los pulgares.
―Todo es perfecto si estoy a
tu lado.
Nos sonreímos y nos dimos
otro beso, esta vez más corto y dulce.
―¿Sabes una cosa? ―pasó sus
manos a mi cintura otra vez―. Aunque no me hubiese imprimado, me hubiera
enamorado de ti igualmente ―aseveró con convicción.
―Sí, si antes no hubieses
conseguido matarme, ¿no? ―bromeé, riéndome.
―Bueno, no creo que hubiese
podido. Tu tía la Barbie es bastante fuerte, a lo mejor no hubiera podido con
ella ―dijo para seguir mi broma.
―Deberías ser mi enemigo
número uno solo por haberlo pensado ―manifesté, entrecerrando los ojos―. Aunque
creo que, aun así, yo también me hubiera enamorado de ti igualmente ―le sonreí.
―En aquel momento estaba muy
equivocado con respecto a ti. No te conocía ―alegó con un tinte de
remordimiento en las pupilas.
―Era una broma, Jake ―le contesté,
ahora preocupada por si le había ofendido―. Sabes que no te culpo por nada. Es
más, después de todo lo que tuviste que pasar, lo entiendo perfectamente. Yo
hubiera hecho lo mismo, créeme.
―Nunca te he pedido perdón
por eso. Si te hubiese hecho daño, yo no… ―apretó los dientes con rabia y bajó
la mirada al suelo.
―Basta, Jake ―le regañé,
cogiéndole la cara para que me mirase a los ojos; y así lo hizo―. No tengo nada
que perdonarte. Las cosas tenían que pasar de ese modo. Si no hubieses notado
la pulsión de acercarte a mí creyendo que querías matarme, no me hubieras visto
nunca; habrías salido corriendo de la casa para vivir como lobo para siempre y
no estaríamos aquí ahora los dos juntos.
―¿Ves lo que te digo? ―se rio―.
Todo te vale.
―Todo no ―le corregí con una
sonrisa, volviendo a rodearle el cuello con mis brazos―. Te repito que solo si
estoy a tu lado.
―Eso que has dicho antes de
tu enemigo, ¿sabes que en realidad tendríamos que ser enemigos por naturaleza?
―señaló, todo sonriente. Me encantaba verle así―. No deberías estar conmigo,
nena, podrías meterte en líos ―chanceó con mi adorada sonrisa torcida.
―Pues ya ves, me encantan
los retos difíciles y los líos. Y resulta que estamos hechos el uno para el
otro ―le respondí, siguiendo su juego―. Además, eso lo hace todavía más
excitante.
―Sí, estoy de acuerdo ―asintió,
sonriendo en mi boca.
Y volvimos a besarnos
durante un largo rato, aunque esta vez la energía y el beso fueron un poco más
efusivos. Al final, Jacob tuvo más voluntad que yo y soltó mis labios.
―¿Quieres ver nuestra casa
por dentro? ―me propuso, después de tomar aire.
Cómo me gustaba ese término.
―¿Tienes la llave? ―le
pregunté, gratamente sorprendida.
Jacob soltó mi cintura,
metió la mano en su bolsillo derecho y alzó la llave, meneándola para que la
viera.
―¿Y por qué no lo has dicho
antes? ―me quejé con una risa, dándole un manotazo.
Me tomó de la mano para
acercarnos a la casa.
―Te entretuviste hablando,
abrazándome y besándome, ¿recuerdas? ―replicó con su sonrisa burlona.
―Fuiste tú ―objeté, dándole
otro manotazo en el brazo.
Mi novio se rio y me condujo
hasta el pequeño porche.
―Bueno, te advierto que está
todo sucio y hecho un desastre. Puede que una pija como tú, acostumbrada a
vivir en esa mansión, no lo aguante ―se mofó.
―Te recuerdo que he vivido
en una cabaña mucho más pequeña que esta casa. Lo soportaré ―respondí con
ironía.
Una vez en el umbral, nos
paramos frente a la puerta principal, la abrió con la llave y entré detrás de
él.
El pequeño vestíbulo diáfano
que daba al saloncito apenas estaba iluminado por la poca luz que penetraba por
las ventanas de este último, ya que estaban tapiadas con tablones.
―Todavía no hay luz, pero
Isaac y su padre son electricistas y se van a encargar de la instalación
eléctrica, así que no tardaremos en tenerla ―me anunció.
―No importa, se ve de sobra.
A la izquierda de la entrada
nacía una escalera recta que daba al piso superior, pero Jacob siguió de frente
y me llevó hasta el saloncito. Este era rectangular, y enfrente de nosotros, en
la pared más larga de la estancia, se disponían dos ventanas que supuse daban
al bosque, ya que esa era la fachada posterior de la casa. Fui girando la
cabeza hacia la derecha y vi que en la esquina había una chimenea sencilla
hecha de ladrillo rojo y a su lado, en una de las paredes cortas, se disponía
otra ventana.
―Tenemos chimenea ―exclamé,
maravillada.
―Sí ―se rio―. Está todo muy
viejo y sucio, ¿a que sí?
―La verdad es que pensaba
que iba a estar peor ―admití.
―Lo bueno es que la
estructura está perfectamente y solo hay que reforzar algunos elementos. Por
precaución y todo eso, ya sabes.
Irremediablemente, mi mente empezó
a divagar ella sola, imaginándome con Jacob junto a la chimenea, y mi estómago
se llenó de su cosquilleo habitual. Ya sabía lo que iba a poner en ese rincón,
dos butacones modernos y una enorme y mullida alfombra. Mi boca no pudo evitar
curvarse hacia arriba ante tal visión.
―Aquí está la cocina ―me
indicó, sacándome de mis dulces pensamientos.
Nos dirigimos hacia una
puerta que estaba en la pared siguiente a la de la ventana única, frente a la
chimenea.
La cocina era de planta
cuadrada y la meseta, en ele, se disponía en el paramento donde estaba el hueco
de entrada a la estancia y en el de la izquierda. Frente a la puerta, se
situaba la ventana, que daba al porche, aunque también había otra un poco más
pequeña en la pared de la meseta, sobre el fregadero.
―Ahí podemos poner la mesa ―me
dijo Jake, señalándome la esquina libre que quedaba bajo la ventana―. Y, bueno,
esto habrá que quitarlo todo y ponerlo nuevo ―siguió, apuntándome los muebles―.
Los azulejos y el suelo también. El padre de Jeremiah es fontanero y tienen que
arreglar toda la instalación.
―¿Es que vas a poner a toda
la manada y a sus familias a trabajar aquí? ―me reí.
―Somos una gran familia, nos
ayudamos los unos a los otros, ya lo sabes ―se defendió―. Todos quieren hacer
algo, aquí siempre se hace así. Ayudar a otro quileute es un regalo y nosotros
lo tenemos que tomar como un honor para con la tribu, ¿entiendes? Además, está
mal que yo lo diga, pero muchos de ellos me deben algunos favores con sus
coches, así que…
―Yo también quiero ayudar ―me
ofrecí―. Quiero hacer algo, ya que no voy a poner un centavo…
―Venga ya ―protestó con una
sonrisa mientras salíamos de la cocina hacia las escaleras―. No me digas que te
preocupa lo del dinero ―y se rio como si nada.
―No quiero que lo pongas
todo tú ―me quejé, haciéndole pararse en el vestíbulo―. Me sentiré mucho mejor
si me dejas poner algo de mi parte, ¿no crees que es justo? ¿Has ahorrado durante
seis años y yo no voy a hacer nada?
―Tú vas a escoger todos los
materiales ―me anunció―. Eso también lleva trabajo.
―Eso lo haremos los dos ―discutí―.
Me refiero a que quiero trabajar en la casa.
Se quedó un momento
mirándome, pensativo.
―Bueno, vale ―accedió al fin―.
Hay que ver qué carácter. Ya te buscaré
alguna tarea.
―Así me gusta.
Le sonreí, él puso los ojos
en blanco y comenzamos a caminar de nuevo.
―Ten cuidado, ya ves que no
tiene barandilla ―me avisó cuando su pie pisó el primer peldaño.
La escalera recta era de
madera y estaba tan vieja, que crujía. Seguramente, ese era uno de los
elementos estructurales a los que se refería Jacob cuando hablaba de reforzar.
Subimos a otro pequeño
vestíbulo, que tenía una ventana con vistas al bosque, y a un corto pasillo,
con dos puertas a lo largo y una al fondo.
―Este es un dormitorio ―me
enseñó, después de abrir la primera de las puertas―. Como ves, no es muy
grande.
El susodicho cuarto era
rectangular y tenía la ventana frente a la puerta, en la fachada corta.
―¿Era el de tu madre?
―Sí, y el otro el de mi
abuela.
Salimos de allí y entramos
en el dormitorio de al lado, también de planta rectangular. Era más amplio, y
la ventana se ubicaba en el mismo sitio que el anterior, solo que esta era más
grande y la fachada que quedaba frente a la puerta no era de las cortas, sino
que era una de las paredes largas.
―Y este será el nuestro,
¿no? ―auguré, sonriente.
―Exacto ―ratificó con otra
sonrisa, pasándome el brazo por los hombros―. ¿Qué te parece?
Ya estaba viendo la enorme
cama…
Me giré para ponerme frente
a él y rodear su cuello con mis brazos.
―Me gusta mucho ―afirmé,
sonriéndole―. Toda la casa me encanta.
―Bueno, como ves, es
pequeña.
―Es muy acogedora. Y quedará
preciosa cuando la reformemos.
―Entonces, ¿te gusta? ―sonrió.
―Mucho ―admití,
correspondiéndole con una sonrisa aún más grande.
―Genial.
Me dio un beso corto, volvió
a sonreírme y me tomó otra vez de la mano.
―El baño está aquí, ven ―me
dijo, llevándome hasta la puerta situada al fondo del pasillo, junto a la de
nuestra habitación―. Este sí que lo hay que arreglar de cabo a rabo.
La estrecha ventana, al
fondo del baño rectangular, era lo único que quedaba sano.
―¿Jeremiah y su padre? ―aventuré
con segundas para quedarme un poco con él.
―Sí, ¿cómo lo sabes? ―me
respondió con sarcasmo para seguir mi broma.
Nos reímos y nos pasamos
todo el camino hasta el vestíbulo de abajo jugueteando un poco.
―¿De dónde vamos a sacar los
materiales de la obra? ―quise saber mientras salíamos de la casa.
―Ya te he dicho que tengo
algunos ahorros ―me recordó, cerrando la puerta con llave―, y hay gente que me
lo puede conseguir a mitad de precio, ya sabes ―reconoció con una enorme
sonrisa de complacencia, rodeándome los hombros con su brazo.
―Ya. Ventajas de ser el Gran
Lobo, ¿no?
―¿Cómo lo sabes? ―admitió en
el mismo tono que antes.
Nos miramos, sonrientes, y
nos dimos un beso.
―Mira ―me aferró la mano y
me condujo hasta el hueco que había entre los árboles que bordeaban la playa―.
¿Ves quién va a ser nuestro vecino? ―y me indicó con el dedo una casa conocida
a unos cuantos metros más allá, junto a la arena.
―El Viejo Quil ―exclamé.
―Y mi padre, por donde
vinimos ―señaló.
―Ya tengo a quién pedirle la
sal ―me reí―. Una cosa, ¿y tu garaje?
―De momento, tendré que
seguir con el que tengo en casa de mi viejo ―suspiró.
Me gustó esa referencia, esta
ya era nuestra casa. Luego, reflexionó durante un momento, observando la
edificación con los ojos entrecerrados.
―Más adelante, lo montaré
allí atrás, ¿qué te parece?
Miré a donde me apuntaba. Al
fondo, a la izquierda de la vivienda, cuya fachada no tenía ventana alguna,
quedaba un espacio bastante grande, cerca de los árboles de la parte de atrás.
Mi imaginación empezó a dibujar el garaje de paneles de chapa junto a nuestra
preciosa casa roja, todo colorido y alegre, y a Jacob merodeando por allí con
alguna pieza.
―Sí, allí quedará bien ―asentí,
rodeándole con mis brazos mientras observaba la estampa.
―Sí ―sonrió, satisfecho―.
Bueno, qué, ¿damos un paseo por la playa?
―Vale, te echo una carrera.
Y salí disparada en
dirección a la arena de First Beach, con Jacob persiguiéndome, ya pisándome los
talones.
PLAYA
Bajé un poco más la
ventanilla del Golf para que me diera el aire caliente más propio del verano
que del mes de mayo en el que aún estábamos. Según la previsión metereológica,
la ola de calor que invadía el noroeste de Estados Unidos en este final de mes
iba a durar una semana, así que, ya que era sábado y que no era época de
turistas ni surfistas, aprovechamos para pasar el día en la playa con algunos
de los chicos de la manada que no tenían que patrullar hasta por la noche.
Además, Jake quería darles
un pequeño descanso como agradecimiento por su ayuda en la rehabilitación de
nuestra casa, que iba viento en popa. Ya tenía luz, agua y saneamiento, y se
iban notando los progresos día a día. Nuestra preciosa casita ya iba tomando
forma.
Eso me recordó mi pequeño
accidente del día anterior y me miré el dedo, aún algo dolorido.
―¿Todavía te duele? ―quiso
saber Jake, echándome un vistazo mientras conducía.
―Un poco.
―Menos mal que tienes la
piel dura, si no, te habría traspasado todo el dedo y te lo hubiese clavado en
el tablón ―entonces, me miró con su sonrisa torcida―. ¿Cómo diablos harías para
incrustarte un clavo en el dedo con la pistola de clavos? ―se burló―. ¿Adónde
estarías mirando?
―A ningún sitio ―repliqué,
girando mi rostro de mejillas ruborizadas hacia la ventanilla―. Fue un
accidente.
En realidad, le estaba
mirando a él cuando trabajaba sin camiseta encaramado en una de las ventanas
del pequeño salón.
Se carcajeó durante un rato,
seguramente sabiendo toda la verdad, y mi cabeza asomó otro poco por la
ventanilla.
Enseguida llegamos a La Push
y Jacob aparcó el coche en la que seguía siendo su casa, desde allí, se llegaba
en un momento hasta First Beach. Entramos para que yo saludara a Billy y que él
se pusiera el bañador, y nos marchamos cargando con las mochilas llenas de los
artilugios necesarios para un día de playa más todos los bocadillos que te
puedas imaginar.
Nos dirigimos dando un tranquilo
y largo paseo al extremo sur de la medialuna de la playa, donde estaban todos
esparcidos en sus toallas. Había algunas personas tomando el sol al norte,
cerca del espigón de madera, pero el más de kilómetro y medio de distancia que
nos separaba hacía prácticamente imposible que esos ojos humanos pudieran
distinguir nada.
―¿Cómo va eso? ―saludó Embry
cuando llegamos, chocando el puño con Jacob.
―¿Qué tal? ―le correspondió
mi novio, incluyendo también a Quil.
―¿Esta es Nessie? ―le
bisbiseó Claire a Quil al oído.
―Sí ―le respondió él del
mismo modo.
Claire estaba con su
imprimado, jugando a las cartas. Me miraba un tanto asombrada, y casi diría que
con un matiz de admiración que me ruborizó un poco, aunque tampoco me extrañó.
Claire me había visto crecer a la velocidad del rayo, mientras que ella lo
hacía a un ritmo normal. La última vez que nos habíamos visto había sido hacía
unos meses y yo era una niña de doce años. Ahora se encontraba con una chica
adulta y, a sus nueve años, eso le encantaba, porque veía en mí lo que ella ya
tenía ganas de ser. Por supuesto, estaba al tanto de todo, por eso no se
asustaba, sabía a qué se había debido mi apresurado crecimiento.
Saludamos al resto y sacamos
las toallas de las mochilas.
―¡Nessie, poneos aquí! ―exclamó
Brenda, que estaba tumbada boca abajo mientras Seth le ponía crema en la
espalda encantado de la vida.
―Claro ―le dije.
Brenda estaba batiendo su
propio récord al llevar más de un mes con un chico, cosa que me alegraba. La
verdad es que se la veía muy enamorada, siempre me estaba hablando de Seth en
la cafetería del instituto, y había cambiado mucho. Ya no se maquillaba tanto ―aunque
seguía siendo muy coqueta―, ni iba por ahí meneando las caderas sin parar,
hablando de los chicos que se había ligado en el Ocean. Se había
convertido en una chica muy agradable con la que se podía hablar, o tal vez
había salido la verdadera Brenda, quién sabe. Lo cierto es que mi amiga me
sorprendió mucho, nunca me había imaginado que hubiera la posibilidad de que formase
parte de mi gran familia de lobos, ni que se fuera a integrar tan bien. Sin
embargo, había una cosa que me preocupaba, dos, en realidad. La primera era que
Seth todavía no le había contado su secreto y nadie sabía cómo iba a reaccionar
cuando supiera que el chico de sus sueños podía transformarse en un enorme
lobo; la segunda era que podía enterarse del mío en cuanto lo supiera.
¿Seguiría con Seth entonces?
¿Qué pensaría de mí? ¿Sería capaz de mantener la boca cerrada?
Nos acercamos a ellos y
extendimos las toallas junto a la suyas. Jake ya venía descalzo y sin camiseta,
solo llevaba su bañador tipo bermudas de diferentes tonos azulados. Yo me
descalcé, poniendo las playeras al lado de una de nuestras mochilas.
―¡Te gane otra vez! ―gritó
Claire, alzando los brazos al aire.
―Te está dando una paliza,
chaval ―se burló Aaron, secundado por las risas de Eve.
―Acabamos de empezar ―se
defendió Quil.
―Sí, claro ―siguió Brady,
que ya se estaba comiendo un bocadillo junto a
Ruth―. Siete partidas y ninguna ganada, ¡vaya empezar!
Las risotadas fueron
amortiguadas por el sonido de las olas del mar.
Me quité mi camiseta de
tirantes naranja y marrón y mis pantalones piratas blancos. Los colores se me
subieron enseguida a la cara cuando vi cómo me observaban todos, incluida
Brenda, hasta se hizo un silencio durante dos breves segundos que a mí se me
hicieron eternos. El rubor de mis mejillas pasó a ser rojo fuerte al escuchar
el silbido de Isaac y el comentario que Shubael le decía al oído creyendo que
yo no podía escucharlo.
Jacob se repantigó en su
toalla, mirándome y sonriendo con satisfacción, y dio unas palmaditas en la mía
para que me echase a su lado. Así lo hice. Metí mi ropa doblada en la mochila y
me tumbé junto a él con rapidez para no seguir en ese incómodo escaparate.
―¿Y ese bikini? ―inquirió,
repasándome con la vista sin cortarse un pelo.
―Sí, ya lo sé ―cuchicheé,
avergonzada―. Era el más decente que encontré en mi vestidor, ya sabes: Alice.
Creo que será mejor que me ponga la camiseta ―dije, metiendo la mano en la
mochila.
―No, así estás muy bien ―me
paró.
―Entonces, ¿no te molesta?
―¿Molestarme? ¿Estás de
broma? ―se rio―. Me encanta presumir de chica. Déjales que te miren un poco y
se mueran de la envidia ―fanfarroneó con una sonrisa enorme.
¿Y me lo decía él? Porque
yo, por mucho que mirase a mi alrededor, no encontraba a ninguno tan perfecto
como Jacob. Le sonreí y me estiré para darle un merecido beso. Acto seguido, me
incorporé para coger el bronceador de mi mochila.
―Tienes una piel súper
luminosa… ―me dijo Brenda, con la boca casi colgándole de verdad―. ¿Cómo lo
consigues? ¿Te echas alguna crema especial?
―No. Bueno, como no sea mi bodymilk…
―mentí, otra vez ruborizada y algo apurada por su observación un tanto
peligrosa―, pero no recuerdo la marca ―disimulé rápidamente para que no
siguiera preguntando.
El rostro de mi amiga se
desfiguró con una mueca, pero sirvió para que no preguntara más sobre ese tema
y desviara la atención a otro.
―¿Cómo llevas el trabajo de
Historia? ―me preguntó.
―Bueno, ahí está ―me eché un
poco de crema en la mano y comencé a extendérmela por las piernas. Jacob no me
quitaba el ojo de encima, lo hacía con tanto descaro, que mis mejillas se
encendieron sin poder evitarlo―. Me… me quedan los dos últimos temas.
―Pues ya vas mejor que yo ―suspiró
ella.
―Espera, ya te echo yo por
la espalda ―se ofreció Jacob cuando terminé de echarme el bronceador por el
resto del cuerpo.
Le pasé la crema y me giré
para que pudiera hacerlo. Apartó mi coleta hacia delante y comenzó a
extendérmela por la espalda, la nuca y los hombros. Sus manos eran tan grandes,
que podía haber terminado de dos caricias perfectamente, sin embargo, aprovechó
y me dio unas cuantas más.
―¿Ya?
―No, todavía te queda algo
aquí ―disimuló, deslizando su mano de mis riñones a mi vientre.
―¡Jake! ―le regañé entre
risas, pegándole un manotazo en el dorso de la mano.
―Vale, vale ―se rio.
―Ahora te toca a ti.
―¡Puaj, qué asco! ―protestó,
apartándose cuando vio que le iba a echar crema―. Yo no me echo eso ni de coña.
―Tú también tienes que
protegerte la piel ―le reñí, forcejeando con él.
―Mi piel ya está bastante
curtida ―replicó.
―¡Hey, Jake! ―le llamó
Jeremiah desde la orilla con un balón en las manos―. ¿Te apuntas?
―Vuelvo enseguida.
Y me dio un beso rápido para
salir pitando hacia la orilla con el resto de sus hermanos.
―Tendrás cara… ―resoplé para
mí, aunque luego no pude evitar que se me escapara una sonrisilla.
Mientras los chicos jugaban
con el balón en el agua, nosotras nos juntamos para charlar. Teníamos que tener
pies de plomo, puesto que Brenda no sabía nada y no podíamos comentar ciertos
temas, pero nos las arreglamos. Fue suficiente para percibir la preocupación
que había entre nuestras filas con todo el tema de los Vulturis, a pesar de que
ellos siempre nos estaban diciendo que todo iba a salir bien. La pequeña Claire
ya estaba en esa edad en la que comienzas a enterarte de las cosas y Brenda
empezaba a poner caras raras al no comprender nada de nuestro lenguaje en
clave, así que terminamos cambiando la conversación a una más alegre.
Jacob, Seth y Quil salieron
del agua y se acercaron hasta nosotras.
Quil y Seth se sentaron en
sus toallas y Claire corrió sin pensárselo dos veces junto a su imprimado. Me
recordó a cuando yo era pequeña y me hizo gracia. Cómo habían cambiado las
cosas desde entonces.
―Ven, vamos a bañarnos ―me
propuso Jake, cogiéndome de la mano.
―¿A bañarnos? Pero el agua
estará helada, ¿no? ―objeté mientras él me ayudaba a ponerme de pie.
―Qué va, está muy bien ―me
dijo, tirando de mí hacia la orilla.
―Para ti, que estás a 48
grados, seguro que sí, pero para mí…
―Bueno, y tu temperatura
corporal es de 40, tampoco hay tanta diferencia. Además, estos días estoy en
menos.
En cuanto mis pies sintieron
el agua que azotaba la orilla, reculé.
―No, solo son ocho grados ―le
rebatí con ironía.
―Si te pegas bien a mí,
seguro que no pasas nada de frío ―afirmó con una sonrisa pícara.
―Ahora lo entiendo todo ―y
le eché una mirada acusadora sin poder impedir que mi labio se curvase.
―En nuestra primera cita no
te quejaste nada, y te recuerdo que era invierno y de noche ―siguió con la
misma sonrisa.
―Era una situación muy
diferente ―alegué―. Yo estaba… Tenía… ―su sonrisa se amplió―. Bueno, vale ―accedí,
colorada.
Me quité la goma del pelo,
me la puse en la muñeca izquierda y me revolví un poco el cabello para soltarlo
del todo.
―Venga, vamos ―me animó,
cogiéndome de las dos manos para empujarme hacia el agua mientras él avanzaba
de espaldas.
―¡Ay, está fría! ―me quejé
cuando una ola se estampó hasta mis rodillas.
Jacob se carcajeó y tiró de
mí para pegarme a él y seguir adentrándonos en el mar. El truco pareció
funcionar y el agua ya no se sentía tan fría. Ocho grados de diferencia, son
ocho grados. Sin darme apenas cuenta, el líquido ya me cubría el pecho.
―No te metas más, te
recuerdo que no sé nadar ―le avisé, agarrándome a su cuello al ver que él no se
detenía.
No sabía porque el agua nunca
me había gustado demasiado.
―Pues mira a ver cómo te las
arreglas ―me respondió con una sonrisa golfa.
No me quedó más remedio que
encaramarme a él, rodeándole con mis piernas, cuando el agua ya me tocaba la
barbilla y continuaba subiendo. A él, sin embargo, todavía le llegaba por el
pecho. Sonrió satisfecho y me sujetó sin ningún problema a la vez que seguía
avanzando otro poco.
Las ondas del mar que aún no
se transformaban en olas nos balanceaban arriba y abajo, y la costa se veía
bastante lejos, con lo que nos encontrábamos casi a solas. Los quileute que no
habían dejado de jugar en el agua estaban en la orilla y sus voces formaban un
griterío de fondo.
―Vaya cara que tienes ―le
acusé.
―Venga, no me digas que no
estás en la gloria ―se rio.
Pues sí, pero no pensaba
reconocérselo.
―Eres un granuja. Me has
engañado de mala manera ―le achaqué, sonriéndole.
―Yo no tengo la culpa de que
no sepas nadar ―se defendió―. No me voy a quedar ahí como los niños pequeños,
¿no te parece?
―Ja, ja. Y yo no tengo la
culpa de que seas tan alto ―repliqué.
―Tendré que enseñarte a
nadar. Es una vergüenza que un semivampiro como tú no sepa ―se burló.
―Muy gracioso ―le contesté
con sarcasmo―. Dudo que puedas enseñarme. Además ―me arrimé a él hasta que
nuestras frentes se tocaron―, me da igual no saber nadar, no se está nada mal
así ―reconocí al final.
Era imposible no hacerlo,
con lo que tenía delante.
Su sonrisa se amplió, la mía
también y empezamos a besarnos.
Un agudo aullido, a una
frecuencia lo suficientemente baja para que un oído humano no lo escuchara, hizo
que nuestros labios se separaran con brusquedad y que la energía y mis
mariposas se detuvieran de sopetón.
―¡Mierda! ―masculló Jake con
los dientes apretados.
Fue lo único que me dio
tiempo a oír antes de hundirme en el agua cuando me solté de su cuerpo debido
al susto y me caí hacia atrás. Jacob me sujetó al instante, subiéndome a la
superficie, y me tomó en brazos.
―¡¿Qué pasa?! ―quise saber,
asustada.
―Vampiros ―anunció con el
semblante grave mientras comenzaba a avanzar hacia la orilla todo lo rápido que
le dejaba el agua.
De repente, algo salió
disparado a una velocidad vertiginosa del líquido salino, abalanzándose sobre
nosotros y atacándonos de costado, y volví a hundirme bajo el mar junto a
Jacob.
Noté cómo sus brazos eran
apartados de mí, y mis ojos se abrieron de inmediato. No podía ver nada, no
podía oír nada, excepto el murmullo alocado del revuelo formado por las
burbujas y el sonido del fondo marino, y encima no sabía nadar, me ahogaba.
Sin embargo, no tenía tiempo
para pensar en mí.
¡Jacob! ¡Jacob!
Mis escocidos ojos pudieron
captar un movimiento entre aquella algarabía y mi angustia aumentó el triple
cuando vi cómo Jake era arrastrado y alejado de mí súbitamente hacia la
profundidad como si un tiburón tirase de él. Pero no era un escualo. La mujer
vampiro lo sujetaba por detrás, aferrando su cuello con su brazo de hierro, y
lo zarandeaba hacia los lados para asfixiarle.
Mi alma se estremeció al
verle en serio peligro; era totalmente vulnerable, no podía cambiar de fase en
el agua, ya que estaría en más desventaja.
Mi cerebro y mi cuerpo no se
lo pensaron dos veces. Busqué la lengua de fuego en mi interior para que me
quemara la espalda y me transformé sin vacilación ninguna en el mismo elemento
acuoso. En ese momento, el agua pasó a ser caliente. Me percaté de que en esa
zona hacía pie y subí a la superficie durante una milésima de segundo para tomar
una sola bocanada del aire que ya me urgía. Con eso era suficiente para un buen
rato, mi corazón latía muy despacio, ya que no tenía que bombear tanto mi
sangre casi inerte.
No sé cómo lo hice, ni si
sería capaz de repetirlo en otra ocasión, pero mi instinto hizo que mis brazos
y mis piernas se movieran solos, y me arrojé hacia ella como un torpedo
rabioso. El estruendo del choque retumbó en las rocas submarinas próximas y mi
cuerpo cayó en la arena del fondo, sobre el de la mujer. Mis pupilas solo se
distrajeron lo justo para ver que Jacob se podía poner en pie y subía a la
superficie para tomar oxígeno.
No obstante, eso fue
suficiente para ella. La mujer vampiro me propinó una patada en mi estómago,
ahora de mármol, y mi cuerpo salió despedido, estrellándose en una enorme
piedra. Mientras los trozos de la misma rebotaban en la arena, Jacob me agarró
del brazo y tiró hacia él con potencia. En el mismo instante en que mi cuerpo
se apartó del todo, el puño de la mujer se estampaba en la roca.
La vampiro se lanzó de nuevo
hacia nosotros con un ansia desmedida, con sus despiadados ojos clavados en él,
pero yo, lejos de esquivarla, me solté de Jake, lo aparté a un lado de un
empujón, del que salió dando vueltas, y arremetí contra ella con furia.
Las dos chocamos y
colisionamos en la misma roca de antes, solo que, esta vez, la que tenía la
espalda incrustada era ella. La ira inundó mi mente, rayando el sadismo. NADIE
tocaría a Jacob, y menos delante de mí.
Mis pies se colocaron en su
estómago a una velocidad de vértigo ―y eso que era bajo el agua―, y a la vez
sujeté su cabeza entre mis brazos. Sus manos se aferraron a la mía, pero no le
di opción a que se moviera, pegué un tirón con fuerza hasta que la desmembré, y
sus manos cayeron sobre mis hombros, sin vida. Dejé caer la cabeza al fondo.
El resto del cuerpo se
deslizó y reposó en la arena, balanceándose a merced de la corriente, cuando
Jacob regresó a mi lado.
Salimos a la superficie para
tomar aire y nos abrazamos.
―¿Estás bien? ―me preguntó,
examinándome la cara.
―Sí, ¿y tú?
―Sí, gracias a ti ―me sonrió,
y yo le correspondí la sonrisa.
No había tiempo para nada
más, el aullido había dado la voz de alarma y teníamos que volver a tierra
cuanto antes.
―Tenemos que recoger el
cuerpo para quemarlo ―me avisó―. Si no, volverá a juntarse y revivirá.
Dicho y hecho. Me sumergí en
el agua y recogí las partes. Le pasé el cuerpo a Jacob, que lo arrastró por un
brazo, yo cargué con la cabeza, agarrándola por los pelos, y empezamos a correr
hacia la playa.
Quil y Embry paseaban
nerviosamente en la orilla, corriendo de lado a lado con sus cuatro patas
sumergidas en el agua. Seguramente habían estado observando lo poco que se veía
de la pugna desde allí con desasosiego.
Jacob no esperó a salir del
agua. Cuando le llegaba por la cintura, lanzó el cuerpo hacia la orilla con un
movimiento ágil y los lobos comenzaron a desmembrarlo.
―Sujétame esto ―me pidió.
Y sacó su bañador del agua
para depositarlo en mi mano libre.
De un salto, en el que creí
que se iba a volver a sumergir, su cuerpo explotó y cayó a cuatro patas,
salpicándome entera cuando su colosal cabeza se irguió.
¡Por ahí!
¡Mío!
¡Ni lo sueñes!
Un jaleo de veintitrés voces
diferentes, del que apenas distinguía ninguna oración, se instaló de pronto en
mi cabeza.
Leah, ¿cómo vais?, le preguntó Jacob.
Son muchos, tenéis que
venir.
Mi lobo y yo salimos del
agua, tiré la cabeza junto a lo que quedaba del cuerpo y nos reunimos con el
resto de los chicos que habían venido con nosotros a la playa.
¿Dónde están Shubael e
Isaac?, quiso saber Jake.
Ya se han reunido con la
manada, le informó Brady.
Bien.
Todos los presentes estaban
en su forma lobuna junto a sus parejas. Fue entonces cuando reparé en Seth y
Brenda.
―¡Brenda! ―grité cuando la
vi tumbada en la arena, boca arriba, con Seth gimoteando y lamiéndole la cara.
Me acerqué a ella con paso
presto y me arrodillé a su lado para atenderla junto a él.
―Tranquila, solo se ha
desmayado ―me comunicó Jemima.
Tenía que habérselo dicho
antes, lloriqueó Seth.
¡Son unos cincuenta!, se distinguió el grito de Sam desde la batalla.
¿Cincuenta? ¡¿Cincuenta
vampiros?!
Tenemos que irnos, Seth, le dijo Jacob con premura. Nessie cuidará de
ella. Sus enormes ojos negros se movieron y se clavaron en mí. Escóndete
con el resto de las chicas en aquella cueva. Embry se quedará con vosotras para
protegeros.
El mencionado se desplazó a
nuestro lado sin rechistar.
―¡No! ―protesté, poniéndome
en pie―. ¡Yo quiero ayudar!
Es muy peligroso, Nessie.
No pienso dejar que vayas allí.
―¡Lo mismo puedo decir yo! ―me
quejé con energía.
¡No te lo estoy pidiendo!
No llegó a ser un grito, sin
embargo, su voz de Alfa hizo tambalear mis piernas y no me caí sentada en la
arena de puro milagro gracias a que me apoyé en Seth.
Venga, vámonos, les ordenó a los demás, después de echarme un último
vistazo; Seth se fue tras ellos, sollozando.
Rechiné los dientes con
rabia, pero no me quedaba otra opción que obedecer. La coacción que ejercía su
mando era demasiado fuerte como para poder rebelarme y, además, una angustiosa
preocupación ya se había hecho con toda mi mente, tapando cualquier otra
sensación; a su lado, eran simples estupideces.
Ten mucho cuidado, le imploré mientras se alejaba con el grupo por el
bosque que limitaba con la playa.
Tranquila, estaremos en
contacto todo el tiempo. Podemos oírnos, ¿recuerdas?
Te quiero.
Se escucharon unos silbidos
y unas risillas burlonas que no provenían de los imprimados, sino que procedían
del resto de la manada que se encontraba en el bosque luchando.
¿Cómo podían estar atentos a
todo? Yo casi no distinguía las conversaciones entremezcladas. Las voces se
apagaron hasta que solamente fueron un zumbido muy bajo y monocorde.
Yo también te quiero,
cielo, contestó finalmente.
¿Estamos solos?, le pregunté.
Podía ver a través de sus
ojos. Ya se estaban adentrando en lo más profundo del bosque.
Sí, pero no por mucho
tiempo, me reveló. Escucha, vas a
oír muchas voces y gritos en tu cabeza, pero no te asustes, ¿vale? Esto es lo
normal. No te puedo aislar conmigo, necesito comunicarme constantemente con la
manada. Céntrate en escucharme solamente a mí cuando yo hable contigo, no hagas
caso de todo lo demás, ¿de acuerdo? Y no te preocupes por mí, estaré bien.
Eso último ya era más
difícil.
Las chicas ya se habían
vestido y comenzaron a guardar las cosas en las mochilas con rapidez, incluidas
las nuestras.
¿Por qué tuviste que
dejar aquí a Embry y no te quedaste tú?,
le reproché un poco.
Nada me gustaría más que
estar ahí a tu lado, ya lo sabes. A mí también me cuesta mucho dejarte, pero si
yo me quedo, todos los demás imprimados querrán hacer lo mismo y ellas igual,
no puede ser. Son muchos vampiros y la manada nos necesita, y yo soy el primero
que tengo que dar ejemplo. Embry no está imprimado de ninguna y no habrá
problemas, ¿entiendes? Además, Embry os cuidará bien, confío en él. Sé que
estaréis a salvo, si no, no te dejaría ahí.
Sí, tienes razón, perdona, suspiré con remordimiento. No tenía que haberte
dicho eso. Es que me he puesto un poco nerviosa.
Llévalas a la cueva, allí
estaréis bien. Ah, y cuida de Brenda, que este Seth me va a volver loco. Ve
retransmitiéndole el parte médico de vez en cuando, se rio.
De acuerdo, sonreí.
Voy a meter al resto, me avisó.
Sus ojos seguían mostrándome
su avance por el bosque, y no me gustaba nada lo que estaban viendo.
Ten mucho cuidado, repetí, temerosa.
Un montón de voces y gritos
aparecieron de repente.
Ya estoy con vosotros, anunció. Embry, Nessie también puede oírte.
Vale, le respondió él, mirándome y asintiendo con su gran
cabeza lobuna.
―Jake me ha dicho que
vayamos a esa cueva ―les retransmití a las chicas.
Todas asintieron sin decir
ni pío, era el Gran Lobo quien daba la orden.
Ruth encendió una cerilla,
la lanzó sobre el cuerpo mutilado de la mujer vampiro, que estaba medio
escondido entre los primeros árboles de la playa, y recogieron las mochilas de
la arena para iniciar la marcha. Los restos se inflamaron en una alta llamarada
y una humareda púrpura empezó a invadir el cielo, sobre nuestras cabezas.
Claire corrió para ponerse a mi lado y agarró mi mochila. Me puse la de Jacob a
la espalda, cogí a Brenda en brazos, que estaba más despierta aunque seguía en
estado de shock, y nos encaminamos a la caverna custodiadas por el lobo gris plateado.
LUCHA
¡Quil, Aaron, cubrid ese
flanco!, mandó Jacob a la vez que
nosotras llegábamos a la cueva. ¡Jeremiah, ayuda a Seth en esa emboscada!
¡Brady, tú ven conmigo!
La cueva, en realidad, era un
enorme hueco sin salida en los acantilados ―salpicados de caprichosa vegetación
y coronados con enormes abetos― que lindaban con esa zona de la playa y el mar,
la cual tendría unos cinco metros de fondo por unos tres de ancho. Las chicas
se acomodaron repartidas por las paredes de piedra, con las caras intranquilas,
y Embry se sentó en la entrada, vigilante.
Dejé a Brenda con cuidado en
la arena, estaba húmeda de la pleamar que la había inundado hacía unas horas,
pero no podía hacer otra cosa. Por lo menos, la superficie estaba blanda.
Claire me ayudó, sujetándole la cabeza para apoyarla con suavidad.
Jacob tenía razón. Mi mente
estaba repleta de voces y gritos, una maraña embarullada del que no distinguía
casi nada, tan solo tensión y más tensión.
Estaba tan preocupada por
Jake y sus hermanos, tan nerviosa, que no sabía qué hacer con las manos,
incluso me dio un escalofrío, con el calor que hacía. Y lo peor es que no podía
avisar a mi familia. Ellos no podían saltarse el tratado, así que si los
llamaba solamente iba a conseguir que se preocuparan. Además, confiaba en el
buen hacer de Jake y la manada. Ellos estaban acostumbrados a luchar con grupos
grandes de vampiros y nunca habían necesitado de la ayuda de nadie, ¿no?
Intenté aferrarme a esa idea.
Saqué mi ropa de la mochila
para vestirme. Mis pantalones piratas blancos no subían bien debido a que
todavía estaba mojada, así que me los embutí como pude. La camiseta fue mucho
más fácil de poner. Escurrí el bañador de Jacob todo lo que dio de sí, lo
sacudí y lo metí en su mochila, doblándolo bien. Me arrodillé junto a mi amiga
a esperar a que se despertase del todo y le di aire con una revista que me pasó
Eve.
Claire se arrodilló frente a
mí, dejando a Brenda en el medio de las dos, y me observó con sus dulces ojos
marrones, absorta.
―¿Ahora eres un vampiro? ―me
preguntó de repente.
Miré a Brenda para
cerciorarme de que seguía desmayada.
―Casi. Nunca me transformo
del todo ―le aclaré.
―¿Y no quieres chuparnos la
sangre?
Todos los rostros, incluido
el lobuno de Embry, se giraron para mirarme con un matiz de cautela.
―No. Como no soy un vampiro
completo, tengo sangre en mi cuerpo ―empecé a aclararle, lo más sencillo que
pude para que una niña de nueve años lo entendiera―, así que mi organismo la
coge de ahí, ¿entiendes?
―¿Quieres decir que chupas
tu propia sangre?
Era una niña muy lista,
enseguida lo pilló.
―Sí, visto así… ―me reí.
―¿Y qué pasa si se te acaba
tu sangre?
Sí, era muy, muy lista.
Todos volvieron a mirarme,
expectantes.
―Pues… que tengo que beber
la de otros seres ―pude percibir el salto de los corazones que me rodeaban―,
pero solo la de los animales ―maticé.
A Embry le dio un respingo.
―La de los lobos tampoco ―apuntillé
con una sonrisa.
Escuché su risa en mi mente.
―¿Y por qué puedes oír a los
chicos?
Ups, a ver cómo le explicaba
yo eso…
―Claire, deja a Nessie en
paz, ¿quieres? ―le regañó Eve.
Menos mal…
Mi amiga empezó a
reaccionar.
Brenda se está despertando, pensé para que lo oyera Seth.
¿Cómo está?,
quiso saber, angustiado.
Creo que bien. Ya te lo diré cuando lo haga del todo,
no te preocupes.
Céntrate, Seth,
le dijo Jake.
Los ojos de Brenda se
abrieron de sopetón y se incorporó con precipitación.
―¿Dónde estoy…? ―preguntó,
parpadeando con confusión y mirando a los lados.
Entonces, su mirada se quedó
fija en el enorme lobo que estaba sentado en la boca de la caverna y se tornó
del desconcierto al terror en un segundo.
Me vi obligada a taparle la
boca para acallar sus gritos, si seguía chillando así, llamaría la atención de
todos los vampiros del mundo, eso sin mencionar que Seth podía oírla a través
de mí y de Embry.
¡¿Qué ha pasado?!
Sí, Seth ya la había oído.
Está todo controlado,
ella está bien, le contesté para
sosegarle.
Es una chillona.
Cállate, Embry, replicó Seth con acidez.
Es que eres muy feo, tío, se burló Isaac, refiriéndose al lobo que nos hacía
compañía.
Ja, ja, respondió Embry irónicamente.
―Tranquilízate, Brenda ―le
calmé, hablándole bajito y con pausa para causar más efecto sobre ella, sin
quitarle la mano de la boca―. No nos va a hacer nada, es de los buenos, ¿ves? ―sus
asustados ojos se desviaron para fijarse en los míos y después la osciló de
nuevo hacia Embry, que sacó la lengua y le dedicó una sonrisa lobuna para hacer
la gracia―. Está vigilando la cueva para protegernos.
Retiré la mano con cautela y
dejé que recuperase el aliento.
―¡¿Protegernos de qué?! ―inquirió,
todavía horrorizada―. ¡¿Y por qué estás tan… gélida…?! ―su voz se quebró,
sobrecogida.
¡Mierda!, masculló Embry, levantándose con presteza, antes de
que me diera tiempo a responderla.
Las demás solamente
escucharon el gañido.
Brenda pegó un brinco del
susto y su espalda se apretó contra la roca, sin apartar sus sobresaltadas
pupilas del lobo.
Por lo menos, no se había
desmayado otra vez.
¡¿Qué pasa, Embry?!, exigió saber el Gran Lobo.
Las voces de los imprimados
de las chicas que estaban conmigo irrumpieron en mi mente sobre las demás con sendas
preguntas.
Apesta a vampiros por
aquí, le avisó, asomando la cabeza al
exterior. Voy a echar un vistazo, no quiero que descubran la cueva.
De acuerdo, aceptó Jake. Nessie, no os mováis de ahí hasta
nuevo aviso.
Vale, asentí con miedo.
La peste no tardó en entrar
en la caverna cuando Embry dejó la entrada libre al marcharse con diligencia.
―¿Qué pasa? ―preguntó Ruth
con preocupación, por boca de todas.
Miré a Brenda y a Claire con
precaución y cambié hacia las otras. No podía engañarlas, ellas también comprendían
muy bien el lenguaje corporal de los lobos y sabían que pasaba algo malo.
―Embry ha ido a echar un
vistazo ―fluctué mis pupilas hacia mi amiga y la niña durante un segundo,
frotándome las manos nerviosamente, y las envié de regreso a las demás―, ha
detectado… un olor.
―¿También los hay por aquí? ―adivinó
Jemima, siguiendo mi juego del disimulo.
Brenda me miraba sin
entender nada y Claire entendiendo demasiado.
Asentí con la cabeza y se
hizo un silencio tenso en el que podía distinguir mejor la lucha que estaba
teniendo lugar en el bosque.
Mis puños se cerraban cada
vez que veía a través de los ojos de mi lobo cómo algún vampiro se abalanzaba
sobre él, aunque también descubrí con mucho agrado y alivio lo bien que se
defendía de los ataques. Los demás parecían estar bien, tampoco se protegían
nada mal.
¡Hay uno por aquí!, gritó Embry de pronto. ¡Ha detectado los efluvios
de la cueva y quiere ir! ¡Voy a por él!
¡No le dejes!, le ordenó Jacob.
Mis manos volvieron a
frotarse, nerviosas.
¡¿Qué son estas jaulas?!, exclamó Cheran en el bosque.
―¡¿Jaulas?! ―no pude evitar
decirlo en voz alta.
Todas mis amigas, excepto
Brenda, que no se enteraba de nada y seguía arrinconada en la pared, abrieron
los ojos como platos con horror.
―Sí, jaulas.
Nuestras cabezas se giraron
súbitamente hacia la entrada de la caverna, espantadas. En cuanto escuché ese
acento francés, olí su asqueroso efluvio y le vi, mi cuerpo se puso rígido y me
puse en posición de ataque automáticamente.
―¡Un vampiro! ―gritó Eve.
―¡Moïse! ―mascullé con los
dientes apretados.
A Brenda se le pusieron los
ojos en blanco y se desmayó de nuevo. Moïse solo le dedicó una mirada curiosa,
para retornarla a mí.
―¿Creíais que iba a
marcharme con las manos vacías? ―se rio con arrogancia―. Ya os dije que aquello
solamente fue un aviso ―entonces, su semblante marmóreo de mofa se transformó y
sus ojos escarlata adquirieron un color más oscuro, volviéndose extremadamente
agresivos―. Vengo a terminar lo que empecé, y comenzaré por aquí ―afirmó,
relamiéndose mientras miraba a mis amigas.
¡No, no, no…!
―¡No! ―grité al hilo de mis
pensamientos.
Antes de que el vampiro se
arrojase hacia ellas, me abalancé sobre él con una implacable rabia; la fuerza
de mi impacto fue tal, que los dos salimos disparados de la cueva y caímos
sobre la arena.
¡¿Qué está pasando,
Nessie?!, reclamó saber Jake.
Claro, él también podía ver
a través de mis ojos. Pero ahora no podía ni contestarle.
Ambos nos pusimos en pie de
inmediato y nos agazapamos uno frente al otro, fintando entre los leños empujados
por la marea.
La luz del sol hacía
destellar su nívea piel, creando reflejos en la mía. Parecería angelical, si no
fuera por sus pupilas encarnadas y despiadadas.
¡Nessie!
―Es inútil que luches.
Terminaré con esas humanas y contigo y me llevaré a los lobos para
entregárselos a Aro ―amenazó Moïse.
―Tendrás que pasar por
encima de mi cadáver ―le advertí, rechinando los dientes.
―Como quieras.
¡Nessie, contesta!, volvió a pedirme mi novio.
Es Moïse, está aquí, le desvelé, moviéndome hacia un lado para no dejar
que el vampiro encontrara un hueco por donde entrar a la cueva.
¡Hijo de…! ¡Aguanta, ya
vamos!, me dijo. Sin embargo, sus
pupilas me mostraban el intenso acoso al que estaban siendo sometidos todos los
lobos en el bosque, por lo que sabía que tardarían más de lo que quisieran. ¡Embry,
¿dónde diablos estás?!
¡Estoy en ello!, protestó. ¡Este chupasangres se me está
resistiendo!
Por el rabillo del ojo podía
ver a Embry. Estaba peleando con un vampiro enorme, era tan fuerte como Emmett.
¡Tranquila, Nessie!
¡Acabaré con él enseguida!, afirmó
Embry. ¡Sigue fintándole!
¡No te preocupes por mí,
sé defenderme! ¡Tú no te distraigas y céntrate en lo tuyo!
¡Cuidado!, escuché que me gritaba Jake.
Sin darme tiempo a
reaccionar, Moïse se lanzó hacia mí vertiginosamente, empujándome al fondo de
la cueva. El impacto de mi espalda hizo un enorme boquete en la pared de piedra
y mis amigas gritaron, sobresaltadas. Antes de que pudiera incorporarme, sus
manos de hormigón se aferraron a mi cuello y me levantaron del suelo.
¡NESSIE!
Las imágenes de mi cabeza del
bosque me mostraron la cólera que se desató en mi Gran Lobo, le arrancó la
cabeza a varios vampiros casi a la vez con una saña increíble, mientras
escuchaba toda una lista de insultos inconfesables. El rugido que siguió
retumbó hasta en la roca en la que nos alojábamos.
―Parece que tu lobo ya se ha
dado cuenta ―manifestó Moïse en un tono mordaz, presionando mi cuello.
Intenté romperle los dedos,
como había hecho aquella vez en Port Angeles con el licántropo, pero estaban
demasiado apretados en mi garganta, no los podía separar, y además eran rígidos
y duros como el acero.
¡Ya voy, aguanta!, bramó Jacob, apretando la dentadura, mientras los
árboles que pasaban a toda velocidad a su lado ya eran borrones verdes y marrones
y no se distinguían.
¡Te seguimos, Jake!, le comunicó Seth.
―¡Suéltala! ―voceó Claire,
pegando puñetazos en la espalda de Moïse.
―¡No, Claire! ―la reñí para
que no provocase más al vampiro y no la hiciera daño a ella.
―Tranquila, la siguiente
serás tú ―la amenazó, y de un manotazo la lanzó hacia la pared.
¡Claire!,
gritó Quil con agonía.
¡Solo era una niña! ¡¿Sería
miserable?!
Afortunadamente, Ruth, Eve y
Jemima pudieron cogerla a tiempo y no se dio un golpe fuerte.
―¡No la toques! ―gruñí―. ¡Y
nunca le quites la vista a los pies!
Le propiné una férrea y
enérgica patada en sus partes nobles ―aun siendo dura como el mármol, me hice
daño― y sus manos me soltaron instantáneamente.
¡Muy bien, Nessie! ¡Ahí, donde más duele!, aclamó Quil, riéndose con malicia.
La siguiente patada que le
pegué fue con una llave y le di en el estómago, lanzándole al exterior.
¡Guau, qué tía!,
exclamó Jeremiah.
¿Qué puedo decir? Es mi chica, declaró Jake con orgullo.
Dale las gracias a mi
padre, recuerda que fue él quien me lo enseñó todo en defensa personal, intervine.
Enseguida le cambió el tono
y el humor.
¡Bueno, eso ha estado muy bien, pero no te confíes!
¡Ten cuidado! ¡Ya vamos!
―¡Eres uno de ellos! ―chilló
Brenda, que debía de haberse despertado.
Los gritos histéricos de mi amiga
sonaron a la vez que el vampiro rugía con furia desde la boca de la cueva.
Claire le dio una bofetada y
Brenda se calló ipso facto.
¡Ay!,
lamentó Seth.
Vaya, además de lista, una
niña muy madura y efectiva.
¿Ves?, es una chillona, reiteró Embry mientras estaba fintando con el
vampiro gigante.
Cállate, Embry,
repitió Seth en el mismo timbre de antes.
―¡Desgraciada! ¡Pagarás por
esto! ―berreó Moïse.
Se precipitó hacia mí de
nuevo e iniciamos una pelea consistente en forcejeos, en sus embates y mis
bloqueos, hasta que nos separamos de un brinco para quedarnos frente a frente.
Sus ojos se apartaron de mí
durante una milésima de segundo en la que miró a su alrededor, hambriento. La
sed hacía mella en él y pronto comenzaría a dominarle. Tenía que sacarle de la
cueva, alejarle de las humanas, o terminaría lanzándose hacia ellas sin cuartel
y sería una carnicería.
Jake y los chicos ya estaban
muy cerca.
―¡No te distraigas! ―vociferé,
empujándole hacia la salida―. ¡Ven a por mí!
¡No, Nessie!,
me regañó Jake, cabreado, cuando vio mi plan.
Salí disparada de la cueva y
me arrojé a su cuello para morderle, sin embargo, seguía siendo más rápido que
yo y, de un manotazo, me mandó volando hacia los árboles lindantes.
¡NESSIE!, bramó Jacob, acelerando el paso todavía más; podía
escuchar hasta el chirrido de sus dientes.
Por suerte, fui capaz de
sujetarme y ponerme de pie sobre una rama.
Como si fuera un cohete, el
vampiro arremetió contra mí; yo no era tan fuerte, pero era rápida y ágil. Le
esquivé con unos reflejos sobrenaturales, me enganché a otra rama y me balanceé
para dar una vuelta a la velocidad de la luz, pateándole de nuevo.
Entonces, me quedé como una
piedra de hielo cuando mis ojos aprovecharon el momento de su caída para mirar
hacia abajo. Lo hicieron en un segundo, puesto que Moïse cayó de pie como un
gato, dispuesto a atacar de nuevo, y no podían distraerse demasiado, pero la
imagen se quedó grabada en mi retina como una fotografía a todo color, lo
suficiente para que se fijase en mi cerebro.
Pasé la mirada al vampiro
que tenía debajo mientras mi cerebro me plantaba la foto para que la viera y la
asimilara bien.
Entre los árboles que
limitaban la zona de la caverna, se encontraban diez vampiros a la espera, con
una inmensa jaula y una red de cables de acero en las manos.
Moïse había venido a por los
lobos, sí, cogería a todos los que pudiera, si podía, pero sobre todo estaba
interesado en uno solo, el mayor de todos, el líder, quería llevarse su mayor
botín: Jacob. Y para ello había preparado toda esta farsa con el fin de
atraerle, me había utilizado como cebo y tenía bien entretenidos al resto de
lobos para que no pudieran ayudarle.
No obstante, algo no me
cuadraba, Moïse no me parecía tan listo como para planear algo así.
No me hizo falta pensar
mucho. Algo naranja resaltó en mi fotografía mental de entre los árboles
limítrofes, a unos metros más atrás de la línea de diez vampiros, como el General
que observa la batalla de sus filas.
Enguerrand.
Él lo había organizado todo.
Él era el jefe. Probablemente, nos había estado espiando, esperando a un día de
distracción como este, o tal vez lo había planificado sobre la marcha, quién
sabe. Mi padre ya nos lo había dicho, era muy inteligente, y seguramente tenía
muchos años de experiencia en guerras, había estado grabando muchas para Aro y
había participado en otras tantas.
Moïse se encaramó al tronco
del árbol y lo agitó hacia los lados para hacerme caer.
¡Jake, no vengáis! ¡Es
una trampa!, le advertí con urgencia,
aunque ya lo debían de haber visto todo en mi cabeza.
Pero ya era demasiado tarde.
Mi lobo apareció raudo y veloz a mi rescate junto con el resto de lobos
imprimados que tenían a sus novias en la caverna.
¡Nessie!, gritó al verme, con un rugido.
El vampiro logró quebrar el
árbol y, con la distracción, me precipité hacia el vacío. No llegué al terreno,
mi cuerpo chocó con sus brazos duros como el hierro y fue como caer en una losa
de hormigón, aunque no me hice daño, mi cuerpo también era duro. La copa
arbórea verde se quedó atravesada, las ramas de dos árboles contiguos
impidieron su caída.
―¿La quieres, lobo? ―le
provocó Moïse a la vez que reculaba hacia atrás, poniéndome como escudo y
sujetándome el cuello con su brazo.
Por mucho que intentaba
zafarme, me tenía completamente inmovilizada.
Él solo escuchó el potente
rugido que atronó por todo el pueblo y se perdió en el horizonte marino; el
resto de lobos y yo escuchamos y sentimos su ira y su cólera enloquecida.
―¡Pues ven a por ella!
¡Es una trampa, no te
acerques!, le avisé.
¡Hay más vampiros por
aquí, Jake!, reveló Embry, poniéndose
a su lado. ¡Los he visto mientras machacaba a ese chupasangres!
¡Me importa una mierda!, bramó, ya lanzándose a por Moïse con arrebato.
―¡No! ―chillé, horrorizada,
cuando vi salir a los diez vampiros con la red desplegada, cogiendo impulso con
los árboles para volar por encima de él.
Sus hermanos saltaron
instintivamente para protegerle y alzaron momentáneamente la enorme y gruesa
malla de acero, dándole una fracción de segundo extra que le permitió escapar
por debajo, aunque los que quedaron atrapados fueron ellos y las que se
sobresaltaron acto seguido fueron sus novias, que miraban aterradas desde la
cueva.
Jacob se quedó a un metro de
nosotros, inclinado hacia delante mientras profería unos rugidos estremecedores
y mostraba sus implacables colmillos.
¡Suéltala, hijo de puta!, fue lo más suave que le dijo.
Enguerrand salió de entre el
arbolado para colocarse frente al escenario que había preparado y su boca se
torció en una sonrisa orgullosa y costosa, parecía que no hubiera sonreído en
mil años. Sus ojos no eran mates, eran de un escarlata brillante, sagaces,
perspicaces, por lo que Jacob y yo dedujimos que no estaba grabando.
―¿Qué vas a hacer ahora? ―interrogó
Moïse con el labio curvado con prepotencia―. A tu hembra la tengo yo, y a tus
lobos mis compañeros ―la cabeza de Jacob se giró un poco para mirar a sus
espaldas de reojo―. ¿No crees que un intercambio sería justo? Te devuelvo a tu
hembra y a tus lobos si te metes en la jaula y te vienes con nosotros.
―¡No le hagas caso! ―protesté
con energía.
¡Que se vayan al
infierno!, bramó Jeremiah.
¡Sí, no se te ocurra
meterte ahí, o te daremos una paliza!,
siguió Embry.
¡Mierda! ¡Callaos todos!, gruñó. ¡¿Qué otra cosa puedo hacer?!
―No tengo mucho tiempo, lobo
―le advirtió Moïse, apretando su brazo contra mi garganta―. Si no lo haces, le
partiré el cuello en dos.
―¡Jake, no lo hagas, por
favor! ―le supliqué mientras las lágrimas ya rebosaban por mis ojos.
Las pupilas negras y
brillantes de mi lobo se clavaron en mí durante un instante.
―¡NO! ―chillé con una voz
que hizo eco en los acantilados, estirando el brazo para alcanzarle, cuando
Jacob se giró y empezó a caminar lentamente hacia la jaula.
La sonrisa de Enguerrand se
amplió.
Los lobos comenzaron a
aullar y a gimotear, intentando escaparse de la malla sujetada con solidez por
ocho de los fulgentes vampiros. Relucían tanto con el sol, que cegaban.
Los otros dos, una mujer de
largo cabello rubio y un rostro más pálido que la porcelana, y un corpulento hombre
moreno de pelo muy corto, aguardaban junto a la jaula.
―Así me gusta, lobito.
La dicción de Moïse sonó
despreciativa y me hizo rechinar los dientes.
Si se llevaban a Jacob, yo
me iría con él. Sí, yo tenía que estar con él, aunque fuera en el mismísimo
infierno. Tenía que convencer a Enguerrand y a Moïse como fuera para que me
llevaran también.
¿Cómo va todo por ahí,
Sam?, quiso saber Jake de repente,
sin dejar de andar.
Oh.
El viento bochornoso que
llegó desde el mar me trajo consigo una nota de esperanza, junto a las imágenes
de Sam y los otros lobos, que corrían hacia aquí. Jacob estaba fingiendo y
tenían una emboscada preparada.
Ya estamos de camino. Lo
del bosque está hecho, solamente quedan ocho, así que Leah y yo hemos dejado a
un grupo allí. ¿Qué está pasando por ahí, Jacob?, preguntó.
¡Quieren llevarse a Jake!, le informé.
¡Tienen la jaula
preparada, y nosotros estamos atrapados en esta maldita red!, continuó Seth.
¿Os queda mucho?, quiso saber Jacob.
Estamos ahí en un minuto, afirmó Sam.
Bien. ¿Y vosotros qué
hacéis ahí parados? Haced un poco de teatro, diablos, les dijo a los lobos
atrapados.
Y
así lo hicieron, continuaron revolviéndose y gimoteando bajo la espesa red de
acero.
―Entra ya ―le atosigó Moïse,
nervioso, al ver que Jacob se tomaba su tiempo.
Jake llegó sosegadamente a
la jaula y les dedicó un sonoro y torvo gruñido a los dos guardianes mientras
entraba. La mujer le siseó con rabia y bajó la reja, quitando la tranca que la
sostenía en alto.
No les dio tiempo a poner el
pestillo.
¡Ahora!, escuché que gritaba Sam.
Este, Paul, Leah y Jared salieron de la nada y se abalanzaron sobre
ellos con una fuerza brutal mientras los demás se arrojaban a por los vampiros
que sujetaban la malla.
Aproveché el momento de confusión y sorpresa en el que se encontraban
Moïse y Enguerrand para hacerle una llave evasiva al que me apresaba y le
estampé la espalda en el suelo.
Mi lobo seguía enjaulado, dando vueltas, tratando de encontrar una
solución para salir.
¡Te sacaré de ahí!, le dije.
¡No, ve a la cueva a refugiarte con las demás!
No fue una orden, más bien una advertencia.
De un elevado salto, llegué hasta la jaula y me planté frente a la
puerta. Tiré hacia arriba de la reja que la cerraba, pero estaba hecha de un
material muy fuerte y pesado, los barrotes tenían diez centímetros de grosor,
por lo menos, y no era capaz de levantarla. La jaula estaba hecha a conciencia,
preparada para aguantar la letal mordedura de los colosales lobos.
Ve a la cueva, por favor, no me obligues a ordenártelo, me avisó
nerviosamente, aunque con voz dulce.
¡Pesa mucho!, me quejé, haciendo caso omiso a su comentario,
tirando de la puerta con todas mis fuerzas.
Cuando conseguí alzarla unos quince centímetros…
¡Salta!
Eso sí fue una orden en toda regla, decretada con su voz de Alfa, y
mis piernas lo hicieron sin que hiciera falta que mi cerebro actuase.
Sin embargo, mi salto no fue suficiente, o puede que Moïse ya se
conociera el truco, y me atrapó en el aire, cogiéndome por los pies.
Me estrellé de morros en el suelo y Moïse cayó encima de mí.
¡NESSIE!, gritó Jacob.
Escuché su escalofriante rugido y unos estrepitosos y ensordecedores
golpetazos metálicos.
Cuando Moïse me giró y me quedé boca arriba mientras forcejeábamos
para que no me mordiera, lo vi. Mi Gran Lobo estaba dando golpes con la cabeza
al hueco que había quedado al levantar la puerta con una potencia bestial para
tratar de salir, y se meneaba en su cárcel como si de un tiburón blanco se
tratase, cuando atacan a las jaulas de los buceadores.
Mis manos trataban de apartar al monstruo sediento que tenía encima,
pero él era más fuerte que yo y estaba fuera de sí, sus ojos rojos se clavaban
devoradores en los míos, y yo empezaba a estar algo débil, necesitaba sangre.
La lucha era muy dura y mi transformación ya había durado demasiado. El
agotamiento y la debilidad que se habían hecho cargo de mi cuerpo hicieron que
el vampiro consiguiera aferrarme contra el suelo por las muñecas y me
inmovilizara.
Sam se deshizo de uno de los pocos vampiros que quedaban y se lanzó en
mi ayuda, pero no llegó, otro se interpuso en su camino.
―¡Ya eres mía! ―afirmó Moïse con ansia, preparando los dientes para
morder mi cuello.
¡NOOOOO!, bramó Jacob.
El grueso metal produjo un ruido estridente y atronador al salir
volando y, antes de que la verja tocara el suelo, el cuerpo de Moïse fue alzado
de mí y balanceado con furia, cayendo troceado y ya sin vida. La reja se
estampó en el piso estruendosamente a la vez que la cabeza del vampiro rebotaba
y rodaba unos metros.
¡¿Estás bien?!, me preguntó
Jacob con preocupación, metiéndome el hocico con ansiedad para olerme e
inspeccionarme la cara y el cuello.
Me levanté con rapidez y abracé a mi lobo con vehemencia.
Sí, ¿y tú?, el olor no me
engañaba, mis manos se toparon con sangre al acariciar su cabeza y me separé de
su cuello para mirarle. ¡Jake, estás
sangrando!, exclamé, apartando la pelambrera de su frente para verle mejor
la herida.
No es nada, se curará
rápido. Lo importante es que tú estás bien.
Sus enormes ojazos negros se clavaron en mí, todavía con el susto reflejado en
ellos. Ven aquí. Y me empujó con el hocico para llevarme detrás de un árbol.
Adquirió su forma humana y se pegó a mí
rápidamente para besarme con pasión, lo hizo con tanto ímpetu, que mi espalda
se apoyó en el tronco. Ahora sus labios me quemaban, pero no me importaba en
absoluto, también eran más sedosos que nunca. Mis manos enseguida rodearon su
cuello y su nuca para corresponderle como se merecía, aunque lo hice con más
cuidado que normalmente, para no hacerle daño. Aun así, sentir sus labios
moviéndose con los míos, sus manos acariciándome y la energía de siempre, hizo
que las lágrimas, fruto de toda la tensión, la preocupación y la angustia
acumuladas, brotaran de mis ojos sin que pudiera evitarlo. Pero él estaba
conmigo, sano y salvo, y eso me hizo sentir una felicidad inmensa e
indescriptible. Cuando logramos que ese intenso beso terminara, llevó sus manos
a mi rostro, sin despegar nuestras caras.
―Tengo
que volver a transformarme ―susurró en mis labios, secando mis lágrimas con los pulgares.
Asentí y me dio dos besos cortos y muy, muy
dulces, hasta que separó su cálido rostro del mío. Cambió de fase otra vez y
salimos de nuestro escondite para reunirnos con el resto.
¡Esa sanguijuela se ha
escapado, y ni siquiera sabemos por dónde!, anunció Sam con mal humor,
poniéndose a nuestro lado. Es muy bueno,
no ha dejado ni un rastro que podamos seguir.
Jacob y yo giramos las cabezas para mirar alrededor.
Todo había acabado, los tres vampiros que quedaban no tenían nada que
hacer contra catorce enormes lobos; los ocho que faltaban se habían quedado en
el bosque para acabar con el resto.
Mierda, Enguerrand ha huido, lamentó Jacob
con desagrado.
Se ha ido con el rabo entre
las piernas, se rio Leah.
¿Crees que volverá con más
ayuda?, inquirí con temor.
Seguro, afirmó Jacob.
No creo que se rinda tan fácilmente.
Estaremos preparados, declaró Sam.
¿Cómo va todo por el bosque?, quiso saber.
Esto está limpio, le contestó
Nathan. Estamos quemando la porquería.
La columna de humo púrpura ya empezaba a asomar por el follaje de las
copas de los árboles.
Bien, quedaros ahí para
vigilar, por si acaso.
De acuerdo.
Jake, tengo sed, le dije.
Todos los lobos, excepto los que estaban terminando con los dos
vampiros que se resistían, se giraron para mirarme con cautela.
Vamos a cazar algo, me propuso
mientras iniciaba la andadura hacia el bosque. Seth, le llamó.
Pero Seth no contestaba.
Seth, le volvió a
llamar.
Isaac carraspeó.
Está un poco ocupado, manifestó
Shubael.
¿Ocupado?, se extrañó
Jacob.
Nos volvimos para buscar a Seth con la mirada, hasta que lo
encontramos en la entrada de la cueva con la cabeza agachada.
Me había olvidado de ella completamente.
―¡Brenda! ―exclamé en voz baja, llevándome las manos a la boca
sin creerme lo que estaban viendo mis ojos.
Mi amiga estaba acariciando a su lobo del color de la arena entre las
orejas, eso sí, sus dedos temblorosos lo hacían con mucha reserva y precaución,
y su cuerpo se mantenía alejado por si tenía que echar a correr de un momento a
otro, aunque noté un matiz de fascinación en su mirada que su novio también
debió de percibir.
Seth se acercó otro poco a ella, la miró a los ojos durante un
instante y le dio un pequeño y suave lametón en la mejilla. Brenda puso un poco
de cara de asco, pero cuando miró a los ojos a su lobo y este le sacó la lengua
contentísimo, su labio se curvó hacia arriba y lo acarició con más ánimo.
Jacob suspiró.
Shubael, encárgate tú de
quemar todo esto, anda.
¡A la orden!
Supe el momento en que Jacob se desconectó de todos al oír el zumbido
monocorde en mi cabeza.
El interpelado se alejó para recoger los restos de los cuerpos
desmembrados y comenzó a apilarlos en una zona un poco más apartada.
Mientras lo observaba, mis ojos se toparon con los de Brenda. Su
mirada me sorprendió tanto como su reacción con Seth. Tenía el ceño fruncido
sobre sus ojos entornados y los labios arrugados, sin embargo, no era una
mirada de odio o de repulsa. Era una mirada de enfado, más bien de reproche,
seguramente por no haberle contado yo misma mi secreto con anterioridad.
Junté mis palmas como pidiéndole perdón y ella se cruzó de brazos,
girando el rostro al otro lado, enojada.
Bueno, era una actitud muchísimo más buena de lo que me había
imaginado, más de lo que hubiera podido pedir, y muy valiente por su parte,
nunca lo hubiera dicho; sí, se había desmayado, pero no había salido corriendo
espantada, ni nada de eso. Y parecía que no me odiaba por lo que era, aunque
probablemente seguía sin entender nada. Ojalá mi padre hubiera estado aquí para
saber qué le estaba pasando por la cabeza en estos momentos.
Lo más seguro es que se esté
haciendo un montón de preguntas sobre la existencia de vampiros y lobos
monstruosos. Estará muy confusa y asustada, como las otras chicas de los
imprimados cuando se enteraron de todo, supuso Jacob, haciéndose eco de mis reflexiones. Pero te conoce, sabe que eres buena, y no
creo que pueda odiarte después de que las hayas defendido tan bien de esa
sanguijuela. Lo aceptará, no te preocupes, igual que acaba de hacer con Seth.
Creo que tu amiga no le volverá a tener
miedo a los perros nunca más, se rio.
Sus palabras me calmaron y yo también me reí.
Sí, pero tendré que
explicárselo todo más tarde, suspiré, mordiéndome el labio con resignación.
No obstante, estaba feliz. Tenía la intuición de que iba a
comprenderlo todo, en realidad, creo que ya lo había hecho. Sí, Leah y Jake tenían
razón. Si Seth se había imprimado de ella, era por algo. Esa Brenda que se veía
en el instituto era una fachada que ella misma se había puesto por alguna razón
que también me tendría que aclarar algún día. Y Seth le había hecho mucho bien,
la había ayudado, como una terapia personal, había hecho que ella exteriorizase
su verdadera personalidad. Brenda iba a formar parte de mi gran familia de
lobos y, aunque pareciera increíble e inédito hacía unos meses, eso me hacía
feliz, porque ahora empezaba a conocerla de verdad y lo que estaba descubriendo
me gustaba. Me gustaba mucho. Y también estaba alegre por ella, por que hubiera
encontrado su camino junto a Seth.
―¡Nessie! ―gritó Claire.
―¡Bravo, Nessie! ―vitorearon el resto de mis amigas, excepto Brenda,
que seguía junto a Seth, luchando contra su miedo para que triunfase el amor. Todas
habían salido de la cueva y, después de sus respectivos abrazos a sus lobos, se
acercaron a mí corriendo para hacer lo mismo conmigo. En un santiamén, me vi
rodeada de brazos y cabezas, como los jugadores de un equipo cuando celebran un
tanto.
―¡Has estado genial! ―aclamó Eve.
―¡Menuda patada! ―siguió Ruth.
―En realidad, no ha sido para
tanto… ―murmuré, un poco sobrepasada
por todo esto.
―Eres muy buena ―y Claire se enganchó a mí para darme un abrazo
fuerte.
―Sí, gracias por salvarnos ―secundó Jemima, con los posteriores asentimientos y
sonrisas de las demás.
Claire levantó el rostro y me sonrió mientras me miraba con sus
infantiles ojitos marrones llenos de admiración.
Oh, no, esto ya me superaba. Como siguieran así, iba a ponerme a
llorar. Ya notaba el incómodo nudo en mi garganta.
―De… de nada ―musité con voz queda.
Bueno, ¿qué? ¿Vamos?, me azuzó
Jacob. No tengo ganas de que te lances a
mi yugular, bromeó.
Sí, contesté,
aliviada, aunque en honor a la verdad, también contenta por la reacción de mis
amigas, incluida Brenda.
Me despedí por el momento de ellas, después de explicarles que me
tenía que marchar para reponer sangre ―instante en el
cual Claire se separó de mí ipso facto―, y me reuní
junto a Jacob.
Se echó en el suelo, me subí a su lomo de un ágil salto y nos alejamos
al trote hacia el bosque.
¡HOLA!,SOY TU GRAN AZMIRADORA,NOVIEMBRE.
ResponderEliminarMADRE MIA, VAYA SEMANA DE ENCELO DE NESSIE; QUE ENVIDIA YO TAMBIEN QUIRO ESTAR ENCELO CON ESE LOBO. LA EMAGINACIÓN A VOLADO Y YO TAMBIEN HE DISFRUTADO DE CADA ROCE, LO SIENTO SOY MUY SENSIBLE.
ME A GUSTADO LOS PROYECTOS DE LA CASA, Y LA PELEA QUE SE HAN FORJADO.EN FIN ERES MUY BUENA EN ESTO PORQUE ME HACES TRANSPORTARME Y SENTIR COMO NESSIE. UN BESO
Hola, Noviembre!!
ResponderEliminarMuchas gracias!!! Me alegro mucho de que te esté gustando tanto y de que te sientas como Nessie, jeje, quién pudiera ser ella...
En fin, espero que la historia te siga gustando y que lo pases bien leyéndola =)
wow! Tamara, soy una admiradora de tu historia! muchas gracias por estos increibles capitulos, perdoname por no comentar anteriormente, pero me encontraba tan fascinada mientras iba avanzando capitulo, tras capitulo que no me dí el tiempo de comentar... Eres una escritora fantástica, sabes envolver e interesar a las personas a lo que escribes, eso es verdaderamente llamativo, te agradezco nuesvamente por compartir esta maravillos historia con nosotras.
ResponderEliminarEspero que te encuentres de maravilla junto a familia y amistades, te dejo un abrazo cariñoso, bendiciones :)
MARIA JOSE P... CHILE
Hola, Maria José!!!!
EliminarPerdona por no contestarte antes, pero o no lo he visto o es que estaba ocupadilla y no pude O-O
Guau, qué comentario tan bonitoooooo!!! =º) Muchísimas gracias por darme una oportunidad y leerme, me encanta tener nuevos lectores =) Muchas gracias por tu comentario, me alegro de que haya gustado tanto mi historia, guau, me hace muy feliz que a la gente le guste así mi particular continuación. Repito, qué cosas tan bonitas me has puesto, eres todo un sol, como Jake =º)
Bendiciones para ti!!!
Lametones!!!
Hola, ya te deje un mensaje en el chat del foro jacob-black.foroactivo.net me gustaria que me mandaras un mail para poder hablar contigo, besos y enhorabuena ;)
ResponderEliminarHola, Nessie!
EliminarSí, ya lo vi. Ya te mandé un email ;) Muchas gracias por darme una oportunidad y leerme!!! =)
Lametones!!
este capitulo esta recontra xvre amiia tienes una imaginacion estupenda sigue asi .................
ResponderEliminarHola, Lvis!!!
EliminarMuchísimas gracias, eres un sol!! Muchas gracias por leerme y darme una oportunidad!! Qué bien, ya tengo otro lector!!!!
Lametones!!!
Me as matado de sustos!!! Q parecía q lo vivía , ya casi creía q si c iban a llevar jack
ResponderEliminarPero todo fue cool al final
Te quiero
K=D
me encantaaaaaaaa tiene acción, amor... lo tiene todo, de verdad muy bueno el fic
ResponderEliminarMe tiene enfrascada esta historia me ha encandilado tanto que en dos días me lo he leído todo gracias por continuar con esta saga que tanto me gusta eres maravillosa y te doy ánimo para que sigas escribiendo así!! En serio me ha encantado y me puedo meter en la piel de todos los personajes gracias!!! Rocio España!!!
ResponderEliminarMuchas gracias, me alegra de que te guste tanto. Muchas gracias a ti por darle una oportunidad a mi humilde y particular continuación de la saga Crepúsculo con mi Jake y mi Nessie. Espero que el resto de mis libros también te gusten ;)
Eliminar¡Lametones lobunos para ti!
Me gustaría hacerte una pregunta estos libros están publicados? Me refiero a que si se pueden comprar en alguna librería si es así me podrías indicar donde puedo conseguirlos?
ResponderEliminar¡Hola!
ResponderEliminarLo primero, muchas gracias por darle una oportunidad a mis libros de Jake y Nessie. Ahora a tu pregunta. Estos libros los tengo publicados en Bubok gratuitamente (ya que la mayoría de personajes pertenecen a Stephenie Meyer y no puedo comerciar con ellos), te dejo el enlace de Despertar: http://www.bubok.es/libros/217299/DESPERTAR-Continuacion-de-Amanecer-saga-Crepusculo-18
Allí también podrás encontrar los enlaces de Nueva Era ;) De todas formas, también los envío yo misma. Si me dejas aquí tu correo electrónico te los envío enseguida. Bueno, como quieras. Muchas gracias por leerme.
¡Un lametón lobuno para ti!
Muchas gracias aquí te dejo mi corereo rocyodomin18@Gmail.com bss
ResponderEliminarWAO deverian hacer una pelicula con todo esto es extraordinario
ResponderEliminarHola me fasina tu despertar, encontré de casualidad tu blog porfis mandame al gmail.!! Dahianabrito1993@gmail.com gracias!!!!
ResponderEliminarMe encantan !!! Leo todos los libros una y otra vez ... Gracias a ti ! Este es mi email : irenefajidi@gmail.com , me preguntaba si podría encontrar los libros en algún sitio que no sea online.
ResponderEliminarMe encantan !!! Leo todos los libros una y otra vez ... Gracias a ti ! Este es mi email : irenefajidi@gmail.com , me preguntaba si podría encontrar los libros en algún sitio que no sea online.
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