EL LIBRO AL COMPLETO ESTÁ COLGADO EN EL BLOG, JUSTO A LA DERECHA DE LA PANTALLA, DEBAJO DE LA PORTADA DE DESPERTAR. ESTÁ DIVIDIDO EN 7 BLOQUES. Para DESCARGAR la saga GRATUITAMENTE, pincha en el cuadro superior del lado izquierdo. ¡¡¡Gracias por leerla y darle una oportunidad!!! Espero que os guste tanto como me ha gustado a mí escribirla. ¡Un lametón lobuno!
INDICE CAPITULOS BLOQUE 2:
INDICE CAPITULOS BLOQUE 2:
10. HOMERUN
11. PERSECUCIÓN
12. CITA
13. DESNUDO
14. VÍNCULO
15. LOBOS
16. ACORRALADA
17. DONACIÓN
11. PERSECUCIÓN
12. CITA
13. DESNUDO
14. VÍNCULO
15. LOBOS
16. ACORRALADA
17. DONACIÓN
HOMERUN
La mañana de ese sábado pasó
bastante rápido.
Mi familia me dejó dormir
hasta bien entrada la mañana y me levanté completamente fresca y descansada.
Por supuesto, el hecho de que mi lobo durmiera en la puerta de mi habitación a
pocos metros de mí influyó bastante para que esa noche enseguida cogiera el
sueño.
Seth apareció en casa con
una mochila con ropa para Jacob, al parecer, también lo había puesto a hacer
recados. Mientras Jake se duchaba, la doblé bien y la coloqué en mi vestidor.
No tuve que hacer mucho espacio, ya que no había traído demasiada, tan solo
algunos pantalones cortos, camisetas y un par de deportivas.
Salió del baño silbando, solo
con la toalla enroscada a la cintura. Lo metí a empujones en el vestidor para
que hiciera lo propio allí dentro, aunque antes no pude evitar echar un buen
vistazo a su cuerpo todavía mojado. Recé para que mi padre no hubiera llegado
aún de la cabaña y le diera tiempo a leerme la mente. Desde que me había dado
cuenta de que Jacob me atraía tanto, esos pensamientos revoloteaban a sus
anchas por mi cabeza.
Una vez que estábamos
duchados y arreglados, bajamos a la cocina para desayunar. Respiré tranquila
cuando vi que mi padre no había llegado todavía. Jacob sonrió de oreja a oreja,
porque Nahuel tampoco estaba por allí. Al parecer, nuestro invitado había
preferido desayunarse un puma y mis padres lo habían acompañado. Se puso a freír
los huevos y el beicon, silbando alegremente, y yo me dediqué a poner la mesa,
contenta también por la ausencia de mi progenitor, o sea, libertad de
pensamientos.
Después de desayunar, nos
fuimos a casa de Charlie para hacerle una visita. Jacob se repantingó en el
sofá para ver la tele con mi abuelo y yo me senté al lado de Sue, que también
estaba allí. Charlie insistió en que nos quedáramos a comer y accedí gustosa.
Llamé a papá desde mi
aborrecido móvil para avisarle y quedé con ellos en el claro donde solíamos
jugar al béisbol.
Éramos cuatro, pero la pobre
Sue tuvo que cocinar como para seis, ya que Jacob comía por tres, aunque con
dos lobos en su casa, estaba más que acostumbrada. Jake y yo la ayudamos un
poco en la cocina, pero a Charlie no le dejó ni pelar una patata, tal era su
torpeza culinaria y con los utensilios de cocina. Así que este se dedicó a
poner la mesa, cosa que le llevó bastante rato también.
Durante la comida, me fijé
en cómo miraba Sue a Jacob cuando hablaba con él. Era la misma mirada de
admiración y respeto con que le observaba toda aquella gente en casa de Sam y
Emily. Eso hizo que yo clavara la vista en Jake mientras este conversaba. Había
una grandeza en él, algo especial que no tenían los demás chicos quileute. No
era porque fuera mi mejor amigo, pero incluso como lobo había una majestuosidad
en él que el resto no tenía. Era el más grande con diferencia y el más fuerte,
y también el más rápido. Solo su presencia, ya te abrumaba. Hasta Sam le tenía
respeto. Jacob no quería verlo, pero estaba claro que tenía que ser la
reencarnación del Gran Lobo, Taha Aki. Al menos, yo, no tenía ninguna duda.
¿Cómo no iba a escoger a este hombre tan maravilloso y especial?
Charlie carraspeó cuando me
preguntó algo y yo seguía mirando a Jake absorta y fascinada. Me di cuenta de
que todos habían terminado su plato ―sus platos en el caso de Jacob― y yo
acababa de empezar el mío.
―Si no te gusta, puedes
dejarlo, cielo ―me propuso Sue con amabilidad.
―Claro que me gusta, está
buenísimo ―le contesté, sincera―. Es que estaba esperando a que se enfriara ―me
inventé, metiéndome un bocado en la boca.
Terminé de comer y por fin
nos pudimos levantar de la mesa para recoger la cocina.
Después de ver un poco la
tele para que Jake reposara un poco toda la comida que se había tragado, nos
despedimos de mi abuelo y de Sue, no sin antes prometer que lo repetiríamos, y
nos marchamos.
Ya en el coche, le dije a
Jacob que había quedado en el claro y nos dirigimos hacia allí. A medida que
nos acercábamos al final del camino donde había que dejar el coche, se nos iban
echando encima los nubarrones negros que anunciaban la tormenta.
Jacob aparcó al lado del
brillante Ferrari rojo de Alice. No pudo evitar la mirada de comparación entre
el coche de esta y el suyo, y suspiró con resignación.
―Prefiero el tuyo ―le dije
mientras salíamos de su Golf.
―Sí, claro ―contestó con
ironía, cerrando su puerta―. Bueno, al menos se parecen en el color.
―Pero el tuyo lo hiciste tú
mismo. Para mí tiene más valor. Además, nunca te ha dado ni un solo problema,
por algo será.
―Visto así ―asintió con una
sonrisa.
―Te echo una carrera hasta
el claro ―le reté.
―¡Vale!
Y comenzó a correr a toda velocidad, sin
esperarme.
―¡Eh! ¡Eso es trampa! ―chillé
mientras ya le perseguía.
En salto y agilidad le
ganaba, pero Jacob siempre había corrido más deprisa que yo. No tenía esa
velocidad ultrasónica de mi familia vampiro, por supuesto, pero en su forma
humana podía igualar a un coche que circulara por una carretera convencional perfectamente,
sin cansarse. Siempre me pregunté por qué era así, ya que yo era mitad vampiro
y tendría que correr más rápido que él.
Se empezó a reír mientras
sorteaba los enormes pinos a toda mecha y yo aceleré el paso. Cuando se dio
cuenta, ya me tenía pegada a su espalda. Ahora que había crecido, podía correr
casi tan rápido como él.
―¡Ya eres mío! ―grité, saltando
un tronco del suelo.
―¡Ni en tus sueños, nena!
Sus piernas empezaron a
moverse más rápido y, con dos zancadas, se alejó de mí en un segundo. Agaché la
cabeza para no darme con una rama y metí la quinta marcha. Le alcancé, pero me
quedé otra vez detrás de él. Empecé a sentirme algo frustrada, ya que mis
piernas no daban a más y él parecía tan tranquilo. ¿Por qué no podía correr más
que él? Yo era un semivampiro, y se supone que tendría que correr más que un
metamorfo en su forma humana, ¿no?
Con la distracción, mi pie
se tropezó con la raíz de un árbol. Sin pararse, de espaldas y sin ni siquiera
mirar, Jacob extendió su brazo hacia atrás y me cogió de la mano justo en el
momento en que se iniciaba mi descenso. Tiró con la inercia de la carrera para
incorporarme, como si estuviera cogiendo un relevo, pero a toda velocidad, y
pude seguir corriendo. Se notaba que solía galopar con más gente, bueno, en
este caso lobos, y que siempre estaba pendiente de todo. Seguimos corriendo cogidos
de la mano. Me llevaba casi en volandas mientras esquivábamos todo a nuestro
paso y la coleta de mi pelo se agitaba enérgicamente, dándome latigazos en el
cuello y en la espalda. Sí, tenía que reconocerlo, era más rápido que yo, él
era el Ferrari y yo el Golf.
Cuando divisamos el claro
entre los árboles, empezó a aminorar la velocidad poco a poco, hasta que nos
quedamos en un simple trote. Pasamos la última fila de pinos y salimos al campo
abierto, donde ya nos esperaban todos. Aferró más fuerte mi mano y nos pusimos
a caminar hacia mi familia, que ya había formado los dos equipos.
―¿Dónde os habíais metido? ―nos
regañó Alice al llegar.
―Tranquila, la tormenta
empezará dentro de unos cinco minutos ―le contestó Jake―, así que hemos llegado
a tiempo, ¿no?
―Toma, ponla ―le respondió
ella, arrojándole una camisa de béisbol gris con rayas azules a la cara.
―¿Qué es esto? ―gruñó Jake,
mirando la prenda con desagrado.
―La camiseta de nuestro
equipo, ¿qué va a ser? ―le explicó con un tono como si fuera lo más evidente
del mundo.
―¡Puaj! Yo paso de estas pijerías ―exclamó él, lanzándole la camisa
a la cabeza.
―¡Si no te la pones, no
juegas! ¡Tú verás! ―bufó mi tía, toda ofendida por el rechazo.
―No te preocupes, Alice ―intervino
Nahuel―. Es que tiene miedo a jugar porque no sabe, por eso pone la excusa de
la camisa.
Jacob le clavó la vista con cara
de pocos amigos y, de sopetón, cogió la prenda de las manos de Alice.
―Veo que tú estás en el
equipo rojo ―le contestó con arrogancia, observando su camisa blanca de rayas
rojas―. Te voy a demostrar cómo juega un quileute.
―Ah, ¿pero los perros saben coger
un bate? ―preguntó Nahuel con altanería.
―Si te refieres a si sabemos
conectar una bola, pues sí, algo sabemos.
No me gustaba nada el tono
que estaba adquiriendo esta conversación.
Jake me pasó el uniforme y
se quitó su camiseta. Por supuesto, los ojos se me fueron solos sin necesidad
de que mi cerebro les diera la orden y todos los pensamientos que había tenido
por la mañana, cuando lo vi mojado con la toalla, se plantaron sin pedir
permiso en mi cabeza. Mi padre ya estaba en su puesto de exterior derecho y
central, pero pude notar su mirada decepcionada y dolorida.
Le di la camisa de béisbol y
la extendió para ponérsela.
―Este uniforme es de Emmett,
¿no? ―quiso saber mientras miraba la prenda con pesar.
―Claro, es la única talla
que te vale ―le respondió Alice―. Por eso juega en el otro equipo, porque tú
tienes su camisa azul ―se giró hacia mí―. Toma, cielo. Ponte la tuya.
―Genial. Aparte de que huele
fatal, me queda enorme ―protestó Jacob cuando terminó de abrochársela―. Si me
pusiera una gorra del revés y empezara a rapear, daría el pego.
―Pues, hala, empieza a
practicar ―le dijo ella, dándole una gorra.
―¿Estás de coña? ¿También
tengo que ponerme esto?
―Sí, todos la llevamos.
Además, el béisbol se juega con gorra y queda muy bien estéticamente.
Jacob puso los ojos en
blanco, pero se la puso.
―Menudo calor que voy a
pasar ―farfulló.
―¿En qué equipo juegas tú,
Renesmee? ―me preguntó Nahuel.
―En el azul ―le contesté,
levantando mi camisa para mostrársela.
―Vaya ―hizo una pausa en la
que fijó sus ojos en Jacob―. Bueno, algún día jugarás en mi equipo.
―Por supuesto que no ―le
aseguró este con una media sonrisa chulesca―. Ella siempre estará en mi
equipo, más te vale que te vaya quedando claro eso.
¿Pero de qué estaban
discutiendo ahora? Suspiré, un poco cansada, y me quité la chaqueta del chándal
para ponerme la camisa del uniforme. En cuanto Jacob me vio con la camiseta de
tirantes ajustada que llevaba debajo, no pudo evitar que se le escapara una
sonrisita de satisfacción, pero, a la vez, se colocó estratégicamente delante
de Nahuel con los brazos en jarra para que este no pudiera ver ni un ápice. Se
notaba que en ese momento estaba contentísimo de que su camisa le quedara
grande.
―¿Cómo están repartidos los
equipos? ―le pregunté a Alice cuando me ponía mi gorra.
―Edward, Bella, Rosalie,
Emmett y Nahuel están en el equipo rojo ―explicó―. Carlisle, Jasper y nosotros
tres estamos en el azul. Esme arbitra, como siempre.
Nos giramos todos hacia la
citada y esta saludó con la mano mientras hablaba con Carlisle y Jasper en el
otro extremo del claro.
―¿Y los puestos?
―Como somos insuficientes,
tenemos que cubrir dos puestos. Rosalie es la lanzadora y cubre la zona entre
el home y la segunda base, Emmett está de catcher, Bella está cubriendo la zona
entre la segunda base y el home, Edward está de exterior derecho y central y
Nahuel está de exterior izquierdo y central.
―Yo quiero ese ―exigió Jacob,
mirando a Nahuel con una mirada provocadora.
―¿Quieres el mismo puesto
que el mío? ―se rio este.
―¿Por qué no? ―contestó Jake,
riéndose también con arrogancia.
―Requiere bastante potencia
física, rapidez y muchos reflejos.
―A mí me sobra de las tres
cosas ―fanfarroneó él sin vacilar ni un momento. Yo tampoco lo dudaba, la
verdad―. En cambio, a ti, no estoy tan seguro.
―Apuesto a que no pararías
uno de mis homeruns ―le retó Nahuel―. Has de saber que cuando fijo mi
objetivo, soy imparable en todo ―matizó con segundas―. Donde pongo el ojo,
pongo la bala.
Jacob se acercó, poniéndose
en un cara a cara, mientras Alice y yo estábamos confundidas por el matiz que
había en la discusión. Solamente les separaba la distancia que dejaban las
viseras de las gorras. Papá estaba alerta, por si se tenía que acercar. ¿Qué
estaban haciendo?
―Pararé tu homerun y lo que
me pongas por delante. Te pararé a ti, te lo aseguro ―afirmó Jacob, muy
irritado.
―No creo que puedas. Abre
los ojos, Jacob. Hay cosas que no son para los perros y que no pueden ser. La
naturaleza es sabia ―declaró el invitado con una intención que no comprendí.
―¡¿Qué quieres decir?! ―bufó
Jake, encrespándose, a la vez que sonaba el primer trueno.
―Vale, vale, vale ―interrumpí,
interponiéndome entre los dos mientras ellos seguían mirándose fijamente―. No
sé de qué va esto, pero ya está bien, ¿no?
―Perdona, Renesmee ―Nahuel
se dirigió a mí, cogió mi mano y la besó al tiempo que miraba a Jake con
prepotencia.
―Juega tus cartas, maldita
garrapata, que yo ya jugaré las mías ―murmuró este, rechinando los dientes con
furia.
Al coger mi mano, me di
cuenta de que la temperatura de Nahuel era más alta que la mía. Nuestro
invitado también se percató de esto, aunque él no pareció darle más
importancia. Su piel no llegaba a ser tan caliente como la de Jacob, pero sí
más elevada que la mía. ¿Por qué? ¿Es que yo no era un semivampiro normal? Empecé
a sentirme un bicho raro una vez más.
―Bueno, ¿podemos seguir? ―suspiró
Alice, barriendo mis pensamientos―. La tormenta ya ha empezado.
Nahuel se marchó corriendo a
su puesto de exterior izquierdo y central mientras Jacob le gruñía. Carlisle y
Jasper se sentaron en una roca a modo de banquillo y Esme se colocó detrás del
home para arbitrar.
―Estas son las posiciones:
Jasper juega de catcher, Carlisle está de exterior derecho y central, Jacob se
pondrá de exterior izquierdo y central, tú, Nessie, estarás en el puesto que
tiene tu madre y yo como Rosalie. Empezamos bateando nosotros. El orden de
bateo es el mismo que el de las bases. ¿Está todo claro?
―Perfectamente ―afirmó Jake,
ansioso por empezar el partido.
Comenzamos a caminar hacia
el banquillo.
―Relájate y trata de
pasártelo bien, ¿vale? ―le di un beso en la mejilla para que lo hiciera y me
adelanté.
Cuando nos sentamos en la roca,
el beso ya había hecho efecto. Se apoltronó a mi lado totalmente relajado,
parecía otra persona.
―Vaya mierda. Me toca batear
el último ―se quejó.
―Solo somos cinco, no creo
que te mueras ―me reí.
Alice era la primera en
batear. Se colocó en posición con una postura muy refinada, casi de ballet. El
bate parecía que flotaba en sus manos. Rosalie lanzó la bola estilo softball,
pero a una velocidad de vértigo, tan solo se veía un borrón.
―¡Strike! ―gritó Esme.
―Guau ―exclamó Jacob―. Quién
lo iba a decir, tu tía la Barbie lanza unos misiles increíbles. No sé si podré
darle.
Rosalie curvó la comisura de
su labio hacia arriba de forma pretenciosa, sin duda, había oído el comentario
de Jake.
―Sí, ni siquiera Alice ha
conseguido batear, y eso que ya sabe cómo le va a lanzar ―añadí con un suspiro―.
Es muy buena.
―La verdad es que se pone
tan sexy, que no sé si podré fijarme en la pelota ―cuchicheó, guiñándome el ojo,
justo cuando Rosalie lanzaba.
El estruendo del bate de
aluminio sonó como si de un trueno se tratara. Alice salió disparada y Rosalie
siseó a Jacob. Todo sucedió demasiado rápido incluso para mis ojos de medio
vampiro, aunque gracias precisamente a eso, pude distinguir algo la jugada. La
bola se dirigió rauda hacia la zona que cubría mi padre. Este corrió como si de
un guepardo se tratara y atrapó la pelota en el aire de un enorme salto.
―¡Eliminada!
Mi tía se acercó al
banquillo con el rostro disgustado, murmurando algo por lo bajo.
Jasper se colocó en el
puesto de bateo. Su postura perfecta era mejor que la de un profesional. Se
quedó inmóvil como una estatua, a la espera del lanzamiento.
El borrón que lanzó Rosalie
fue interceptado por el bate de aluminio con otro estallido y salió disparado a
ras del suelo hacia la tercera base. Jasper ya estaba pasando la primera cuando
mi madre atrapó el rebote de la pelota. Se la lanzó como un rayo a Rose, que se
había colocado para cubrir la segunda base.
―¡Eliminado! ―chilló Esme.
―Rara Bella ―murmuró Jake.
Mi madre le oyó y le sacó la
lengua.
―Esto no es justo ―lloriqueó
Alice―. Tienen mejor equipo.
―¿Qué dices? ―protestó
Jacob.
―Su equipo está formado por
cuatro vampiros y un semivampiro. El
nuestro, en cambio, lo integran tres vampiros, un semivampiro y un chucho.
¿Cómo vamos a ganar así? ―explicó ella con pesadumbre.
―Ya veremos ―gruñó Jacob,
ofendido.
―No le hagas caso, Jake.
Bueno, me toca ―dije, levantándome.
―Ánimo, pequeña ―me alentó
él.
Me acerqué al trote a la
zona de bateo y Jasper me chocó la mano al cruzarnos por el camino.
Me coloqué en posición y
observé a Rose con atención. Pensó la jugada durante un segundo y lanzó. La
bola chocó casi instantáneamente en la mascota de Emmett.
―Vaya, sí que es rápida ―musité.
―No tenéis nada que hacer ―me
advirtió Em con una sonrisa orgullosa de su novia.
Empecé a tener un
sentimiento de desaliento. Darle a la bola de un vampiro que iba a la velocidad
de la luz me pareció de repente una tarea más que imposible.
―¡Venga, Nessie! ―bramó
Jacob, que se había puesto de pie sobre la roca―. ¡Tú puedes!
―¿Dónde se cree que está ese
idiota? ¿En un estadio de verdad? ―criticó Rose desde el montículo.
Rosalie se podía reír lo que
quisiera, pero a mí me infundó algo de confianza. Agarré el bate con fuerza y
tensé los músculos de los brazos y las piernas. Mi tía se colocó en posición
para impulsarse y, en una décima de segundo, soltó su segundo balazo.
Sin saber cómo, mi bate
golpeó la pelota y la empujó a ras del suelo hacia la zona que cubría mi madre.
Como mi fuerza no era igual que la de Jasper, la pelota se quedó un poco corta
y mamá tuvo que correr para atraparla. Cuando se la lanzó a Rose, yo ya estaba
en la primera base.
―¡Base! ―gritó Esme.
―¡Genial, Nessie! ―volvió a
bramar Jake, aplaudiendo y aullando desde el banquillo.
Rosalie resopló, con los
brazos en jarra.
El siguiente en batear era
Carlisle. Rose parecía un poco tocada y le lanzó una piedra ―en este caso
meteorito― que, por supuesto, mi abuelo no desaprovechó.
En cuanto oí el estruendo,
salí disparada hacia la segunda base. Vi cómo la pelota volaba alta y chocaba
contra un árbol. Nahuel agarró la bola y la lanzó con velocidad hacia mi madre.
Esta ya estaba cubriendo la segunda base, pisándola con su pie.
―¡Base! ―escuché que gritaba
Esme.
Carlisle ya había conseguido
la primera. Yo tenía que llegar a la segunda y la bola estaba a punto de llegar
hasta mi madre.
―¡Tú puedes, pequeña! ―gritó
Jake de nuevo.
Metí el pie a la
desesperada. Cuando pisé la almohadilla, la bola se estampó casi a la vez
contra el guante.
―¡Base!
―¡Lo conseguí! ―exclamé con
los brazos al aire, dirigiéndome a Jake, mientras este aullaba y se carcajeaba.
―¡Bravo, Nessie! ―se unió
Carlisle.
―¿Tú también? ―se quejó Rose
con los ojos en blanco.
Jacob cogió su bate,
silbando, y se acercó lentamente ―a su paso humano― hacia el home. Iba tan
despacio, que Rosalie suspiró exasperada.
Se quedó a un metro de lo
que se suponía que era el cajón de bateo e hizo unos cuantos swings, bateando al
aire.
―¿A qué esperas, idiota? ―se
quejó Rose, ya histérica―. A este paso, se pasará la tormenta.
―El béisbol es un arte, una
forma de ver la vida, y requiere concentración, ¿vale? ―le respondió él―. Mi
bate y yo necesitamos conocernos mutuamente ―afirmó, señalándose a él y al palo
con la otra mano libre.
Rosalie puso los ojos en
blanco de nuevo.
―Como te lleve el mismo
tiempo que con Nessie, lo llevamos claro ―me pareció que cuchicheaba ella,
aunque lo dijo tan bajito, que apenas lo entendí.
Me salió una risilla al
observarle, ahora que lo veía de lejos y de frente. Estaba muy gracioso con sus
pantalones cortos, esa enorme camisa de béisbol y la gorra que le hacía sombra
en los ojos y apenas dejaba ver su cara. Parecía un rapero de esos de la
tele. Pero hasta así lo veía guapo.
Se colocó en el supuesto
cajón de bateo y puso el bate en vertical, con el brazo estirado, como si
estuviese midiendo algo. Rosalie empezó a dar golpecitos con el pie en el
suelo, con los brazos cruzados. Jake chocó el bate con los pies como si se
estuviese sacudiendo algo de las deportivas, separó las piernas tranquilamente,
dando pisotones en el suelo, allanándolo, flexionó las rodillas y se inclinó
hacia delante, agarrando el bate con las dos manos. Se quedó inmóvil, con la
vista clavada en Rosalie.
―Ya puedes tirar ―dijo al
fin.
―Aleluya ―escuché murmurar a
mi madre.
―Recuerda que le tienes que
dar con el bate, no cogerla con la boca ―se mofó Rosalie―. A saber qué podrían
hacer tus mugrientas babas si se quedasen en la pelota y rozaran mi piel.
―Cuando termine el partido
me transformaré y te daré un buen lametón para que lo compruebes, rubia ―le
espetó sin moverse ni un milímetro de su postura.
Emmett se rio por lo bajo y
Rose puso cara de repugnancia, chistándole enfadada. Tomó impulso y lanzó una
bola rapidísima que se estampó con estrépito en el guante de su novio.
―¡Strike! ―cantó Esme.
―Ya la has puesto de mal
humor. Ahora sí que te va a ser imposible darle ―le avisó Emmett.
Jacob no dijo nada, se
limitó a seguir mirando a Rose fijamente, estudiando sus movimientos al lanzar.
Ella levantó la pierna y la bola chocó casi instantáneamente con la mascota del
catcher.
―¡Strike! ―repitió Esme.
―Te voy a eliminar ahora
mismo ―amenazó Rosalie con la postura preparada―. Ni siquiera puedes ver la
bola, idiota.
―Puede que no la vea ―murmuró
Jake mientras Rose levantaba la pierna y se impulsaba―, pero puedo oírla.
Esta vez no sonó un
estruendo, fue un clinck bastante parecido al que hace un bate de
aluminio con un humano cualquiera, solo que mucho más fuerte. Carlisle y yo
empezamos a correr. La bola salió disparada hacia arriba completamente en
vertical, como un cohete, muy alta, hasta que disminuyó de velocidad y se paró.
Hubo un momento en el que casi parecía que se iba a quedar flotando en el aire.
Mamá y Rosalie se quedaron mirando a la pelota con los guantes preparados, esperando
a que bajara. En el descenso, la exasperación acumulada de antes hizo que Rose
se abalanzara ansiosa hacia la bola y tropezara con mi madre, que también se
dirigía a cogerla. La pelota cayó y rodó por el suelo. Jake salió despedido del
home. Cuando mamá la atrapó y Rose voló hacia la primera base para cubrirla,
Jacob ya esperaba sonriente con un pie sobre esta y Carlisle ya estaba en la
segunda. Mi madre se giró repentinamente hacia la tercera base, pero yo ya
llevaba un buen rato sobre la almohadilla.
―¡Base!
―¡Genial! ¡Las bases llenas!
―aulló Jacob, dándole un codazo a Rosalie.
―He de reconocer que me has
engañado ―admitió ella―. Pero esta vez has tenido mucha suerte. La próxima no
será igual.
Rosalie se marchó con
altanería a su montículo, mientras que Alice ya estaba preparada para batear de
nuevo.
Los tres strikes zumbaron en
el aire y se estrellaron con rabia en el guante de Emmett. Se agitó el pelo y
se marchó hacia el banquillo, orgullosa.
―¡Tres eliminados, cambio! ―gritó
Esme.
―Estupendo, Alice ―reprochó
Jasper a su novia.
―Chuchos: uno, vampiros:
cero ―le aguijoneó Jacob al pasar por su lado mientras se dirigía a su puesto
de exterior izquierdo y central.
Mi tía le dedicó un mohín de
odio.
Acompañé a Jake hasta que me
coloqué en la tercera base para cubrir mi zona.
Alice lanzaba con la
elegancia de una bailarina. Cuando alzaba la pierna, la estiraba completamente,
en vez de jugar al béisbol, parecía que estuviera siguiendo una coreografía de
ballet. Lanzaba rapidísimo, aunque no tanto como Rosalie. Eliminó a esta y a mi
madre, pero Emmett y mi padre consiguieron dos bases. Nahuel se colocó en el
cajón de bateo y observó a Jacob.
―Mándala aquí si te atreves,
estúpida garrapata ―escuché que murmuraba Jake.
Alice lanzó la bola y otro clinck
la mandó altísima en dirección a Jake. Nahuel se quedó clavado en el sitio,
observando con vanagloria su homerun.
―¡No tan deprisa, parásito! ―exclamó
Jake, iniciando su carrera.
―¡Déjalo, Jacob! ¡Es un
homerun! ―gritó Jasper desde su puesto de catcher.
A una velocidad de vértigo,
Jake corrió hacia uno de los pinos que delimitaba el claro y, con una habilidad
increíble y acrobática, saltó hacia él, colgándose de una rama con el brazo
derecho. Voló con las piernas por delante y se impulsó con otro árbol,
lanzándose como una bala hacia la pelota. Atrapó la bola en el aire con una
facilidad pasmosa, como si estuviese cazando una mosca. Hizo una pirueta en el
aire para caer de pie y aterrizó en el suelo con suavidad.
Jasper se quedó
boquiabierto.
―¡Tres eliminados, cambio! ―gritó
Esme.
―Parece un mono salido del
circo ―masculló Rosalie.
Jacob y Nahuel se cruzaron
en el momento en que ambos se intercambiaban los puestos.
―Ya te dije que te pararía
los pies ―le recordó Jake con arrogancia.
―Eso ya lo veremos ―le
contestó Nahuel.
A partir de ahí, el partido
se convirtió en un continuo duelo entre Jacob y Nahuel. Era tanta la competitividad,
que parecía que jugábamos en partidos distintos. Cuando alguno de los dos
conseguía llegar a la tercera base, se notaban las chispas que salían de las
miradas que se dedicaban el uno al otro al girarse. Cada vez que les tocaba
batear ―Jacob hacía el mismo ritual en cada turno al bate para poner de los
nervios a Rosalie―, lanzaban la bola al mismo sitio para intentar hacer un
homerun, pero ninguno lo consiguió.
Observé que en fuerza se
igualaban, pero que Nahuel era más veloz que Jacob ―aunque mi mejor amigo
siempre se las ingeniaba para llegar a la tercera base―, y volví a frustrarme. ¿Por
qué Nahuel, que era un semivampiro como yo, podía correr tan deprisa y yo no?
No lo entendía. ¿Es que a mis piernas les pasaba algo raro o qué? Eso sin
contar con la temperatura de mi piel, que ya había comprobado que era más baja
que la de nuestro invitado. Y tampoco era tan fuerte como ellos dos. Me pasé
casi todo el partido con el ceño fruncido, pensando.
La tormenta terminó pronto y
tuvimos que dejarlo antes de lo previsto, para disgusto de Jake.
Después de charlar un rato,
mi familia empezó a marcharse con rapidez por el bosque, hacia los coches.
Nahuel y Jacob se dedicaron una última mirada de afecto mientras mi
mejor amigo se interponía de nuevo cuando empezaba a quitarme la camisa de
béisbol, y nuestro invitado se perdió entre los árboles.
―Nosotros nos vamos ya ―me
dijo mamá―. ¿Qué vais a hacer vosotros?
―Pues, no lo sé. Ya os llamo
con lo que sea, ¿vale? Aunque lo más seguro es que vayamos a casa ―le contesté,
quitándome la gorra.
―De acuerdo ―me dio un beso
en la frente―. Cuida de ella y pórtate bien, Jacob.
―Yo siempre me porto bien ―le
contestó este con una sonrisa angelical, tirando también su gorra al suelo y
revolviéndose el pelo.
Mi madre suspiró y se alejó
como el viento con mi padre, hasta que desaparecieron entre los árboles.
―¿Dónde está mi chaqueta? ―pregunté
mientras miraba a mi alrededor, buscándola.
―Estaba ahí, junto a mi
camiseta ―me ayudó él, señalando con la mano.
Miré y solamente estaba la
camiseta de Jacob.
―Pues ahora no está.
―Bueno ―empezó a
desabrocharse los botones de la camisa y se entretuvo con uno―, a lo mejor te
la cogió Alice o algo… ¡Arf! ¡Mierda!
Puse los ojos en blanco ante
tanta falta de pericia.
―Ven, que te lo desabrocho
yo ―se acercó sin quitar ojo al botón mientras seguía intentándolo―. Hay que
ver ―suspiré, quitándole las manos―, tan hábil haciendo pulseras y tallando
figuritas de madera, y tan torpe para desabrocharse un botón ―me burlé.
―Se ha enredado con un hilo
del ojal, ¿no lo ves?
La verdad es que a mí
también me estaba costando lo suyo. El botón se había atascado bien con un hilo
en el ojal roto y la escasa visibilidad del anochecer no ayudaba nada. Me
acerqué más para ver por dónde se había metido la fibra.
―No sé cómo has abrochado
esto para que se enrede de esta manera ―protesté a la vez que desenredaba el
hilo.
Algo me hizo alzar la vista
y la bajé al instante. Mientras me peleaba con el ojal y el botón, me percaté
de que estaba muy cerca de su cuello y de su cara. Estaba sudado, y su
maravilloso olor era más fuerte que nunca. El efluvio de su cuerpo me llegaba
con mucha intensidad y empecé a desconcentrarme. Aun así, conseguí
desabrocharle el botón.
―¡Uf! Gracias ―exclamó.
Subió sus manos hacia el
siguiente ojal, pero ya estaba ocupado por las mías, que en ese momento se
dejaban llevar por un instinto extraño.
―Ya… ya sigo yo. No hace
falta que…
Le quité la camisa despacio,
arrastrándola hacia atrás para acariciar sus hombros. Se quedó paralizado
cuando mis manos se deslizaron hasta su nuca y su cuello y me pegué a él para
olerle mejor, lentamente. Quería inhalar bien esa fragancia que me engatusaba,
casi lo necesitaba como una droga. Al hacerlo, mis labios rozaron su cuello y
pude sentir la humedad y la textura de su ardiente piel. Pude notar cómo se
estremecía, y los fuertes latidos que hacían vibrar su yugular y que retumbaban
en mi pecho en contacto con el suyo desnudo. Recorrí toda su garganta, rozándola
con mi boca y respirando su fascinante esencia.
―¿Me… me vas a morder? ―se
atrevió a preguntarme con un hilo de voz.
PERSECUCIÓN
¿Morder? ¿Era eso lo que
quería?
―No lo sé ―susurré a duras
penas―. Tu olor… me vuelve loca.
―¿Es… mi… mi sangre?
―Tu sudor… Hueles muy bien ―musité
mientras mis labios seguían rozando su garganta.
―¿Tanto… como para… comerme?
¿Comerle? La parte minúscula
de mi cerebro que en ese momento todavía era capaz de pensar se dio cuenta de
que podría hacerlo si quisiera. Estaba acostumbrada a cazar animales de gran
tamaño que se movían y se resistían con mucha fuerza, sería muy fácil con una
presa quieta e indefensa.
Pero no era eso lo que
quería. Su sangre no me daba sed, quería comérmelo de otro modo. Le deseaba. Le
deseaba con ansia. Deseaba acariciarle y besarle, sí, incluso morderle.
―Quiero morderte… ―ronroneé,
besándole el cuello muy despacio.
Jacob se estremeció de
nuevo, aunque continuó petrificado.
―¿Quieres… quieres morderme?
―preguntó, un tanto asustado.
―Seré muy suave, te lo
prometo ―le imploré con un susurro.
Se quedó un momento en
silencio, sin moverse ni un centímetro.
―No me… no me muerdas la
yugular… ni me chupes sangre, ¿vale? ―accedió al fin, con voz temblorosa.
Su corazón pegó un salto
cuando rocé su piel con mis dientes, pero, aun así, permaneció inmóvil. Metí mi
mano entre su pelo mojado y empecé a acariciarle el cuello con delicados y
sutiles mordiscos, recorriéndolo muy despacio de arriba abajo, bordeándolo
entero. Su respiración comenzó a agitarse conforme le mordía y le besaba y su
aroma también se intensificó. Su hálito impetuoso y el aumento de su penetrante
fragancia hicieron que el deseo que sentía por él se multiplicara por mil.
Repté desenfrenadamente por su húmeda piel, resollando con ansia, y por fin sus
manos se movieron hasta mi espalda más baja para apretarme contra él. Un sordo
gemido se escapó por mi boca con ese contacto y todas las células de mi
organismo se excitaron el doble. Él también se estremeció y nuestros jadeos se
volvieron más fuertes. Escalé, besándole con avidez por el cuello, para seguir
la línea de su mandíbula.
―Espera ―dijo de repente,
con voz seca.
¿Que esperase? Ya era
demasiado tarde para eso, mis cinco sentidos estaban puestos en él y no podía
parar. Lo siguiente que iba a morder eran sus labios.
Se despegó de mí bruscamente,
agarrando mis muñecas para separarlas de su cuello, y, sin darme tiempo a
reaccionar, echó a correr a toda velocidad hacia el bosque, arrastrándome de la
mano.
Su ritmo era demasiado
acelerado y yo todavía estaba aturdida. Mis piernas no conseguían moverse como
deberían y mis pies casi se levantaban del suelo por su carrera. Tardé un buen
rato hasta que me despejé del todo.
―¡Corre lo más rápido que
puedas, Nessie! ―gritó mientras nos adentrábamos entre los árboles.
―¡¿Qué pasa?! ―pregunté,
asustada.
―¡Tú solo corre! ¡Tenemos
que salir de aquí ya!
Aseguró mi mano con fuerza y
aceleré todo lo que mis piernas eran capaces para igualar mi ritmo al suyo. El
efluvio de Jacob me había embaucado tanto, que hasta ese momento no me había
dado cuenta de lo que había anochecido y del extraño hedor que había por todo
el bosque. Era un olor parecido al amoniaco y me quemaba la nariz. Un gruñido
ansioso y jadeante se oyó a unos metros de nuestras espaldas y después
desapareció. Los árboles pasaban a nuestro lado a toda velocidad y Jake los
esquivaba con facilidad, apartando las ramas con el brazo libre para que yo
pudiera correr sin problemas. Entre la negrura del bosque, atisbamos el claro
que daba al coche.
Atravesamos los últimos árboles
que lo delimitaban y llegamos volando hasta el Golf. Jacob me abrió la puerta
del lado del conductor a toda prisa y me empujó hacia dentro para que me sentara
en mi asiento. Mi cabeza chocó contra el borde de la ventanilla y él se subió
al coche, cerrando de un portazo. Arrancó el motor y bajó los pestillos con la
mano.
―Abróchate el cinturón ―me
ordenó con voz firme, y acto seguido se giró para dar marcha atrás.
No me dio tiempo a
abrochármelo. El vehículo se movió con tanta velocidad, que me fui hacia
delante y tuve que poner las manos en el salpicadero para no volver a
golpearme. Las ruedas derraparon con la gravilla, formándose una gran nube de
polvo. Mi espalda se estampó contra el respaldo cuando Jacob metió primera y
salimos disparados de frente. Me abroché el cinturón cuando la fuerza de la
inercia cesó.
La cabeza me dolía y me
llevé la mano al muy posible futuro chichón. Noté cómo empezaba a emerger un
bultito y me lo toqué con los dedos para corroborarlo.
―Vaya, me está saliendo un
chichón ―mascullé.
El primer chichón de toda mi
vida.
Jacob me miró de refilón con
gesto preocupado.
―Mierda, ¿te has hecho daño?
Bajé el parasol y me miré en
el espejo. Un minúsculo bulto sobresalía en el límite lateral del pelo de mi
frente.
―Bah, no es nada. Es un
chichón pequeño, no te preocupes.
―Se me fue un poco la mano
empujándote, lo siento ―murmuró, acariciándome la nuca.
Tragué saliva para poder coger
aire de nuevo.
―No importa, en serio ―saqué
un paquete de pañuelos de la guantera y presioné el chichón con uno doblado―.
¿Qué ha pasado? ¿Qué era ese olor y ese gruñido que nos perseguía?
El coche se movía rapidísimo
por el estrecho camino sin iluminar que daba a la carretera. Solo los faros del
Golf nos ayudaban a abrirnos paso entre la negrura.
―Es la misma peste que el
rastro que encontramos en el bosque. Cuando tú y yo estábamos…, bueno, ya
sabes…
Recordar de repente lo que
había estado a punto de hacer hizo que la sangre que se concentraba en mi
chichón bajase ipso facto para unirse a la del resto de mi cuerpo, que ya
estaba en mi rostro. ¿Por qué había hecho eso? Bajé la ventanilla del todo para
que me diera el aire.
―¿Estás mareada? ―me
preguntó, alarmado.
―No, no. Sigue, ¿qué pasó
cuando… ―tragué saliva otra vez―, bueno, eso?
―¿Tú no lo oliste ni lo
escuchaste?
Lo único que yo podía oler y
escuchar en aquel momento era esa fragancia suya y su apasionada respiración,
que me habían vuelto loca. Casi me sentía ofendida por que a él no le hubiera
pasado lo mismo, aunque de ser así, a saber qué nos hubiese ocurrido. Ahora su
piel ya estaba seca y ese aroma había bajado bastante de intensidad, pero algo
me decía que si me acercaba a él, todavía olería demasiado bien...
―No ―le contesté sin más.
―Me vino ese olor asqueroso
y cuando levanté la vista escuché un gruñido en el otro extremo del claro.
Entonces, vi una sombra entre los árboles que nos estaba observando.
―¡¿Un… mirón?! ―exclamé con
repugnancia.
―No era humano. Tenía los
ojos amarillos, gruñía y era demasiado grande. Y desde luego ese hedor es suyo,
no tengo ninguna duda. El aire venía de su dirección y traía su efluvio.
Después, echó a correr hacia nosotros. Me dio muy mala espina, por eso no me
transformé. Si hubiera estado solo no me habría importado, pero tenía que
traerte al coche para ponerte a salvo.
¿Que no le habría importado?
Si le llegase a pasar algo, me moriría. Solo de pensarlo, mi cuerpo ya
temblaba.
―Entonces, ¿qué es? ¿Un
neófito? ―le pregunté para quitarme la idea de la cabeza.
―Un neófito no. Ya he
luchado con unos cuantos y te aseguro que no son así.
―¿Y por qué nos perseguiría?
―No lo sé, pero corría como
enloquecido.
Suspiré y me mordí el labio
con desasosiego.
―No te preocupes, ya no hay
peligro ―me alentó, cogiéndome la mano.
Nos detuvimos en el stop y salimos
a la carretera asfaltada, esta vez con más calma, aunque tratándose de Jacob,
nunca era de ese modo.
Me volvió a coger de la mano
cuando ya no iba a meter más marchas, y entrelacé mis dedos con los suyos. La
afianzó, apretándomela más fuerte, y nos dedicamos alguna mirada en silencio.
De pronto, unas luces
aparecieron de la nada, deslumbrándonos por el espejo retrovisor, y se escuchó
el rugido de un tubo de escape. Miré hacia atrás y vi cómo se acercaba un coche
verde metalizado a toda velocidad.
―Ten cuidado con ese, Jake.
Es mejor que dejes que te adelante, parece que tiene demasiada prisa.
Jacob miró por el espejo y
se apartó un poco hacia la derecha. Pero el coche no se movió hacia la
izquierda de la carretera, se pegó al Golf y aceleró, embistiéndonos por
detrás. El cinturón hizo su trabajo y no me estampé contra el salpicadero,
aunque me dejó sin aliento un par de segundos. Jake miró por el retrovisor, furioso,
escupiendo toda clase de palabrotas y maldiciones, y, de repente, se quedó
mudo.
―¡Mierda! ¡Es él! ―bramó.
El coche se fue otra vez
hacia delante bruscamente cuando el vehículo de atrás nos volvió a golpear.
Jake pisó a fondo el acelerador y las ruedas chirriaron en el asfalto, un olor
a neumático quemado nos invadió al entrar por mi ventanilla. Miré de nuevo
hacia atrás para ver si lo habíamos perdido, pero el coche seguía
persiguiéndonos.
―¡Haz algo, Jake! ¡Sigue
ahí! ―grité, aterrada.
―¡Ojalá tuviera ese Ferrari
ahora!
Mi pelo se mecía
violentamente con el viento que entraba por la ventana y los cabellos de mi
coleta se me pegaban en la cara, impidiéndome ver bien el interior del vehículo
que nos acosaba. Me aparté el pelo y un escalofrío me atravesó los pulmones
cuando por fin lo avisté.
No era humano. Como había
dicho Jacob, era muy grande, más incluso que Emmett, y sus ojos eran amarillos,
brillaban en la oscuridad como si fueran reflectantes. Me quedé petrificada
cuando reparé en que los tenía clavados en mí con una mirada alocada, obsesiva,
y su boca salivaba como si quisiera comerme. Jacob también se dio cuenta al
mirar por el espejo y un rugido retumbó en su pecho.
―¡Mira hacia adelante,
Nessie! ―me mandó cuando vio mi cara horrorizada.
Le hice caso inmediatamente
y me pegué al respaldo, agarrándome con fuerza al asiento.
Me acordé de mi móvil. Si
llamara a mi padre, vendrían en nuestra ayuda. Palpé los bolsillos de mi
pantalón de chándal, pero no encontré nada. Entonces, recordé que lo había
dejado en la chaqueta para poder jugar más cómoda.
El coche que nos perseguía
nos embistió de nuevo, levantando la parte trasera del Golf, y la luna de atrás
saltó en mil pedazos. El estruendo fue ensordecedor y ahora el viento entraba
por todas partes, atronaba al atravesar el coche.
―¡Cierra tu ventanilla! ―exclamó
Jake.
Mis manos temblorosas se
aferraron como pudieron a la manivela y la giré a trompicones mientras
hiperventilaba del susto. El aire cesó al no haber corriente, aunque se oía
escupir el tubo de escape de nuestro opresor desde la ventana trasera sin
cristal. Cerré los ojos e intenté tranquilizarme haciendo ejercicios de
respiración.
―Tranquila. Te sacaré de
aquí, te lo prometo ―me dijo con voz firme.
Abrí los ojos ante la
clarividente imagen que se presentó en mi cabeza de repente y le miré. ¿Y si
era la última vez que le veía? El terror invadió mi cuerpo, me atravesó el
corazón como si fuese una estaca y me quedé sin respiración. Si a Jacob le
pasaba algo, no podría superarlo nunca, no podía vivir sin él, lo sabía. Él era
lo más importante para mí. Las lágrimas brotaron sin control por mis mejillas
mientras negaba con la cabeza.
Una explosión en el tubo de
escape del coche hostigador me asustó y me hizo salir de mis horribles
pensamientos, cortando mis lágrimas. Mis ojos se movieron en su dirección
inconscientemente. Vi cómo se movía hacia la izquierda y aceleraba hasta
ponerse a nuestra altura.
―¡Cuidado! ―chillé.
Pero ya era demasiado tarde.
Aunque Jake ya se había percatado y trató de esquivarlo, el coche nos empujó
brutalmente hacia la derecha y el Golf se salió hacia el arcén. Jacob pudo
controlarlo a tiempo, evitando el inminente choque con los árboles que
limitaban con el asfalto, y se dirigió furioso hacia la carretera para
embestirlo.
―¡Sujétate bien!
Chocó su vehículo contra el
lateral del verde y este perdió la dirección por un momento, derrapando en una
curva.
―¡No! ¡Un coche! ―grité al
ver que venía otro de frente.
―¡Mierda! ―gruñó Jake.
Hizo sonar el claxon con
ímpetu y le dio las luces largas. El coche se apartó a su arcén justo cuando el
otro se le echaba encima.
―¡Bien, Jake!
―Ahora se va a enterar ese
hijo de puta ―murmuró, apretando los dientes―. Prepárate, nena, que esto se va
a menear un poco.
Me aferré a la asidera sobre
mi ventanilla y Jacob metió la quinta marcha otra vez. El coche aceleró en dos
segundos en la recta y vi por el espejo lateral que el coche verde continuaba
siguiéndonos, aunque estaba más lejos que antes. Redujo para seguir una curva
muy abierta y las ruedas del coche volvieron a chirriar. Salimos a otra recta y
Jake se desvió por una carretera en construcción.
―¡Esta carretera está
cortada! ―le advertí, asustada.
―Ya lo sé. No te preocupes,
sé lo que me hago ―dijo con determinación.
Yo no estaba tan segura, las
luces volvían a verse por el espejo. A lo lejos empezó a divisarse una montaña
que cortaba la calzada y el coche verde se pegaba cada vez más a nosotros.
Jacob aumentó la velocidad y el perseguidor hizo lo mismo.
―¡Jake, la montaña! ¡Nos
vamos a estrellar!
―Calma, preciosa. Confía en
mí.
¿Qué le pasaba? ¿Era la
adrenalina, que le gustaba? La montaña se acercó a nosotros vertiginosamente
cuando Jake pegó un acelerón.
―¡Jacob! ―chillé.
Frenó repentinamente y tiró
del freno de mano, girando a la vez el volante para que el coche hiciera un
trompo en el gran arcén que había en el lado izquierdo de la carretera. El
estridente chirrido de los neumáticos produjo una humareda que olía a goma
quemada e inmediatamente después se escuchó el violentísimo choque del coche
verde contra la piedra. El Golf giró sobre sí mismo varias veces, hasta que el
lateral izquierdo del vehículo quedó mirando al paramento rocoso embestido.
Levanté la cabeza de mis
manos temblorosas, espirando con dificultad, giré mi níveo semblante y vi el
coche verde estampado en la pared de roca, con un humo gris oscuro saliendo por
lo que quedaba del capó. La parte delantera estaba completamente destrozada y
su descomunal ocupante yacía sobre el volante.
Nos quedamos en silencio,
respirando agitadamente, y nos miramos. Él seguía ahí, junto a mí. Mi corazón
empezó a acelerarse y el nudo de mi garganta saltó sin que pudiera evitarlo.
Las lágrimas que antes habían rebosado de mis ojos ahora salían a borbotones.
Me desabroché el cinturón y me lancé a sus brazos, que me rodearon con fuerza y
seguridad.
―¿Estás bien? ―me susurró, apretando
su abrazo―. Siento haberte asustado.
―Sí ―contesté entre
sollozos.
Con él a mi lado, por
supuesto que estaba más que bien, estaba feliz.
Me apartó un poco para
enjugarme las lágrimas con los dedos, mirándome con sus penetrantes ojos negros,
y acercó sus cálidos labios a mi mejilla para darme un beso tierno y dulce.
Cerré los ojos cuando mi cuerpo palpitó en respuesta. Se quedó con el rostro
pegado al mío y me decidí a girarlo, pero él lo retiró antes de que me diera tiempo.
―Te llevaré a casa ―volvió a
susurrar mientras me metía el pelo que se me había soltado detrás de las orejas.
Asentí con la cabeza, embobada
y confundida por todo lo que sentía con él. Me agarré a su brazo, apoyando la
cabeza en su hombro, y Jacob se puso en marcha otra vez.
Sin saber por qué, miré por
el espejo retrovisor, y pegué un bote en el asiento al ver cómo el ocupante del
coche verde abría la puerta. Alertado por mi reacción, Jake se fijó también y
nos alejamos a toda velocidad de la pesadilla.
―¡¿Estás bien?! ¡¿Qué te ha
pasado en la cabeza?!
Nada más abrir la puerta de
casa, mi madre ya estaba tocándome la cara ansiosamente con sus heladas manos.
―No es nada, estoy bien ―murmuré,
cansada.
El día había sido largo. Con
todo el ejercicio y la pesadilla vivida en el coche, lo único que me apetecía
era irme a mi habitación y tumbarme en la cama.
Papá miró a Jake y asintió
en gesto de agradecimiento, aunque con el rostro serio.
―Es el asesino del bosque ―dijo
Jacob, dirigiéndose a Carlisle y a mi padre―. Tenía el mismo olor que el rastro
que encontramos.
―Ojos amarillos, grande y
alocado, ¿qué opinas, Carlisle? ―preguntó mi padre.
Por supuesto, ya lo había
visto todo en nuestras mentes de la que llegábamos y mi familia estaba al
tanto.
―No estoy seguro, pero creo
que podría ser un Hijo de la Luna.
―¿Un licántropo? ―matizó
mamá.
―Pero hoy no hay luna llena ―rebatió
Jake.
―La hubo hace tres días,
cuando encontrasteis la cabeza ―afirmó papá.
Me dio un escalofrío al
recordarla.
―No era muy peludo, se-se
parecía más a un humano gigante ―tartamudeé.
Antes ya estaba muy
asustada, pero este nuevo dato hizo que hasta me destemplara y tuviera frío. Ni
siquiera me salían bien las palabras.
Mi padre y Carlisle se
quedaron pensativos.
―Lo investigaré ―habló este
último, subiendo hacia su dormitorio―. Si no encuentro lo que busco en mis
libros, tal vez vaya a Francia a hacerle una visita a mi amigo Louis. Él sabe
mucho de licántropos, ya que tuvo que enfrentarse a unos cuantos hace unos
siglos.
Esme siguió a su marido por
las escaleras.
―¿Y qué demonios quiere? ―gruñó
Jacob, mirando a Alice para que le diera la respuesta―. ¿Por qué anda por
nuestros bosques?
―Yo… no vi nada ―contestó esta
con los dedos en las sienes y el gesto contrariado.
―Alice tampoco puede ver a
los licántropos ―intervino Jasper―. Parece ser que son tan inestables como
vosotros ―dijo con un poco de sorna. Jacob le dedicó una mueca―. Tendremos que
permanecer en guardia, es lo único que podemos hacer por ahora.
―Los licántropos son muy
territoriales ―explicó mi padre―. Una vez que cazan en una zona, la consideran
su territorio.
―¡Y una mierda! ―exclamó
Jake, enfadado―. ¿Me estás diciendo que ese bicho quiere seguir por mis bosques
matando excursionistas? ¡Lo liquidaremos en cuanto se nos ponga a tiro! ¡Yo me
encargaré personalmente por lo que ha intentado hoy!
―No es tan fácil, Jacob ―le
contestó papá―. Hasta Cayo tuvo problemas para acabar con ellos, y es el día de
hoy que no los extinguió del todo.
―Ese bicho es uno y nosotros
veinticuatro, no creo que nos sea muy difícil pillarlo ―replicó Jake con un
punto de sarcasmo.
―No es eso. Son muy
inestables, no siguen un patrón determinado, ni se rigen por reglas. Se mueven
por instintos muy primitivos y actúan alocadamente, aunque son bastante
inteligentes. Además, está el hecho de que solo se transforman cuando hay luna
llena y el resto del tiempo parecen humanos normales, lo que dificulta el
encontrar su paradero y cogerles ―mi mejor amigo apretó los dientes de la rabia―.
Si es cierto que es un licántropo, no entiendo qué hace por estos bosques ahora.
Normalmente, no suelen salir de su territorio.
―Puede que se le hayan
acabado las presas y esté buscando nuevas reservas ―intervino Nahuel―. O tal
vez sea un licántropo recién contagiado que acaba de llegar a la zona.
―Podría ser, no lo sé.
Tendremos que estar alerta, como dijo Jasper, hasta que Carlisle lo averigüe
todo ―finalizó papá.
Se hizo un momento de
silencio en el que hubo un suspiro general y todos nos quedamos inmóviles en el
sitio.
Tenía tanto miedo, que
estaba muerta de frío. ¿Cómo iba a conseguir dormirme en esa cama tan grande,
si estaba aterrada y helada? Una luz iluminó mi cerebro cuando se me ocurrió la
idea. Si Jake durmiera a mi lado…
―Ni se te ocurra, señorita ―me
cortó mi padre antes de que acabara de pensarlo.
Oh, oh…
―¿Qué pasa? ―quiso saber
mamá.
―Es que me acaba de recordar
un tema que quiero hablar con Jacob ―le respondió, señalando a este con su
pálido rostro, imperturbable.
El resto de mi familia
empezó a desalojar el salón, dejándonos solos con mis padres, mientras que Jake
se cruzaba de brazos.
No, no, no, no…
Me concentré en pensar en lo
del licántropo, muy a mi pesar, para que no viera lo que no tenía que ver.
Mi padre se acercó como una
exhalación y se puso a un palmo de Jacob.
―Dime que eso que gritas en
tu cabeza todo el tiempo desde que entraste por esa puerta es producto de tu
imaginación ―le exigió, rechinando los dientes.
Mi madre se unió a él.
Jacob puso los ojos en
blanco y se metió las manos en los bolsillos. Bordeó a mis padres y se dio un
paseíllo por el salón hasta que se apoyó en la pared tan tranquilo, con las
piernas cruzadas.
―Pues sí. ¿Qué pasa, no
puedo tener intimidad ni para imaginar?
Mi concentración se vino al
traste cuando, al caminar por delante de mí, me di cuenta de repente de que
Jacob estaba semidesnudo. De lo asustada y confusa que había estado, no me
había percatado hasta ese momento de que iba sin camiseta. Aunque era tan leve
como en el coche, todavía seguía oliendo igual de bien que en el claro y el recuerdo
saltó como un resorte en mi mente, cristalino y nítido.
―Entonces dime por qué ella
está imaginando lo mismo que tú ―gruñó
mi padre mientras giraba la cara lentamente para mirarme.
Sin duda, era un gruñido de
dolor y decepción, más que de enfado. Mis mejillas se encendieron.
―¡¿Qué ha pasado?! ―bramó mi
madre, haciéndose ya media idea al buscar respuestas en el torso desnudo de
Jake y en mi escasa camiseta de tirantes.
Seguramente estaba
encontrando demasiadas.
―Nada ―contesté, enfadada y
cansada.
―Edward, cuéntamelo. Tengo
derecho a saberlo, soy su madre ―le ordenó, cabreada.
―Es mejor que no lo sepas ―suavizó
con una mueca de auténtico dolor.
Mamá se quedó más nívea de
lo que era y se giró hacia Jake, furiosa.
―¡Jacob, ¿qué has hecho?! ―le
gritó.
―¡Bueno, ya está bien, ¿no?!
―bufó este, poniéndose a mi lado―. ¡¿Qué es esto, un juicio o algo así?! ¡Creo
que ya somos todos mayorcitos!
―¡Por Dios, Renesmee solo tiene
diecisiete años! ¡Es menor de edad! ―le reprochó ella.
―¿Ah, sí? ¿Y dónde pone eso?
¿En ese carné que te hizo ese tal J en el que escribió la edad que tú quisiste?
―le escupió Jake con ironía―. Además, te recuerdo que tu marido también tiene
diecisiete y tú prácticamente diecinueve ―le soltó, mordaz.
Mamá le siseó con rabia. No
le gustaba nada que le recordaran ese dato.
―No ha empezado él, Bells ―se
chivó papá. Entrecerré mis ojos para mirarle con cara de odio―. Aunque él
también podía haberlo evitado ―el rostro de piedra pulida de mi padre era
imperturbable y, por supuesto, censurador.
Jacob colocó los brazos en
jarra y suspiró, poniendo los ojos en blanco.
―¿Has… has empezado tú? ―me
preguntó mi madre, atónita y claramente decepcionada.
―Me voy a la cama ―dije,
cansada.
No me apetecía nada tener
que dar explicaciones de mi vida privada. Estaba rendida y muerta de miedo. Me
acordé de ese posible licántropo y me dio un escalofrío. Todavía tenía su
mirada clavada en mi cabeza, con esos ojos reflectantes y obsesivos. Otro
temblor recorrió mi cuerpo al recordar que podía haberle pasado algo a Jacob y
el nudo se agarró a ni garganta otra vez. Aferré mi mano a la suya cuando
empecé a marearme.
―¿Te encuentras bien? ―me
preguntó Jake, preocupado, al ver que mis piernas flaqueaban y mis ojos
empezaban a lagrimar.
―Sí, sí, no te preocupes, es
que estoy agotada ―medio mentí, tragando saliva para cortar el nudo―. Me voy a
dormir.
―Espera un momento, Renesmee,
quiero hablar contigo. Jacob, ¿puedes dejarnos a solas, por favor? ―le pidió
mamá.
―Claro ―se puso frente a mí
para mirarme fijamente con esa profundidad suya―. Te esperaré en tu habitación,
¿vale? ―me susurró, acariciándome la mejilla.
Se me puso el vello de punta
solo con ese roce y me quedé mirándole embobada. Mi padre carraspeó y Jake soltó
mis ojos para empezar a caminar hacia las escaleras.
―Jacob ―le llamó papá. El
aludido se giró cuando ya había puesto un pie en el primer peldaño―. Dúchate
antes de entrar en su dormitorio ―le mandó.
Mi mejor amigo frunció el
ceño.
―¿Por qué? A Nessie le
encanta mi olor.
―Por eso mismo ―le contestó
papá en tono de advertencia mientras dirigía hacia mí una mirada acusadora―.
Ah, y ponte una camiseta.
Jacob puso los ojos en
blanco y suspiró antes de subir la escalera.
―¿Qué pasa? ―pregunté,
mosqueada y colorada.
No pensaba contar nada de lo
que había pasado en el claro, y mucho menos ponerle la mano en la cara para que
lo viera.
―Nahuel quiere que salgas
con él mañana ―me soltó mamá de sopetón, con un tono muy amable.
Me quedé cortada, no era la
conversación que yo pensaba.
―¿Qué? ¿Salir… con él? ¿Como
una…?
―Solo para conoceros ―me
cortó ella.
―Es que yo… tenía pensado ir
con Jacob a La Push. Tendrá que arreglar el coche y quería ayudarle.
―Vamos, Renesmee. A Jacob le
ves todos los días. Nahuel ha venido desde muy lejos para tener una oportunidad
contigo ―me dijo mi padre.
―¿Una oportunidad? ―inquirí,
extrañada.
―A Nahuel le gustas mucho ―me
reveló él.
¿Que le gustaba mucho? Pero
si me acababa de conocer y apenas habíamos hablado.
―Se ha quedado prendado
contigo ―siguió mi madre con una sonrisa pícara―. ¿A ti no te parece que es muy
guapo?
―Bueno, es bastante
atractivo… ―aunque al lado de Jake…,
pensé―. Pero, no sé, salir con él, así de repente…
―¿Por qué no le das una
oportunidad? Puede que acabe gustándote. Además, ¿no te has parado a pensar que
es el único semivampiro como tú? ―me azuzó ella.
Por alguna razón, eso me
molestó un poco.
―¿Y qué tiene que ver?
―Nada. Solo digo que es una
bonita coincidencia, nada más ―corrigió. Se quedó mirándome, pensativa, y
siguió hablando―. Sé que estás muy unida a Jacob, pero me gustaría que salieras
con otros chicos. Siempre estás con él, estáis juntos a todas horas, y eso tampoco
es bueno, hija.
¿Y me lo decía ella, que iba
a estar pegada a mi padre por toda la eternidad y que se había vampirizado para
ello? Intenté calmar mi mal humor.
―Jake es muy especial para
mí ―ahora esa palabra tenía una connotación muy distinta de la que tenía antes,
se quedaba corta y todo, pero ni siquiera yo era capaz de describir lo que me
pasaba con él―. Y no le veo a todas horas. Cuando estoy en el instituto no
estoy con él.
Y ya me costaba bastante.
―Es que… os miráis de esa
forma tan… ―se paró a pensar la palabra―, con esa adoración mutua, que, no sé,
me asusta un poco, la verdad.
¿Adoración mutua? Nunca lo
había pensado. Pues, de ser así, a mí no me asustaba nada, más bien todo lo contrario.
―¿Y por qué te asusta? ―quise
saber.
―¿Qué? ―por un momento, me
pareció que se había puesto nerviosa, pero enseguida cambió la actitud―. Bueno,
ya sabes que Jacob al estar…
―No sabe nada ―le paró papá
con un cuchicheo casi inaudible.
Mamá se quedó estupefacta,
extrañada, y yo más. No entendía nada.
―¿No se lo ha dicho? ―me
pareció que decían sus labios cuando articulaban las palabras para mi padre,
aunque se movieron tan deprisa, que apenas pude descifrarlas.
Este negó con la cabeza.
Empecé a sentirme molesta ante tanto secretismo que no comprendía. Mi madre se
quedó mirando al suelo, pensativa.
―Tu madre se está liando ―esta
le dio un codazo en broma―. Lo que intenta decirte es que solo será una cita,
ni siquiera eso. Míralo como un paseo con un amigo para conoceros, nada más ―me
incitó papá―. Por conoceros, no pasa nada.
Lo pensé durante un rato. No
me gustaba nada la idea de estar casi un día entero sin Jake, y tampoco
entendía ese interés de mis padres por que saliera con Nahuel, si no le
conocía. Pero me acordé de que Jacob tenía que irse con la manada a medio día.
Podía salir con Nahuel durante ese intervalo y luego me reuniría con él. Así
mis padres no me molestarían más y quedaría bien con nuestro invitado.
Mi padre ya estaba sonriendo
antes de que yo hablara.
―Está bien ―suspiré―.
Quedaré con él a mediodía, cuando se marche Jake.
―De acuerdo ―mi madre
también sonrió de oreja a oreja―. Entonces se lo diré a Nahuel.
―Me voy a mi habitación ―suspiré
de nuevo, dirigiéndome a la escalera.
―Que duermas bien ―me despidió
mamá.
―Y descansa ―siguió mi
padre.
Dije adiós con la mano y
subí las escaleras hacia la tercera planta, donde estaba mi dormitorio.
CITA
Cuando entré en mi cuarto,
Jacob estaba sentado en el escritorio, leyendo una vieja revista. Se había
duchado y tenía puesta una camiseta de manga corta marrón, con un dibujo
amarillo de esos tribales raros.
―Esta revista es mía ―me
recordó con una sonrisa, levantándola.
―Ah, sí ―me senté en la
silla de al lado―. Te la cogí el otro día en el garaje y se me olvidó
devolvértela ―me mordí el labio, mirándole con cara de cordero degollado.
―Puedes quedártela, si
quieres, no hace falta que me pongas esa cara ―me contestó, dándome un
golpecito con la revista en la cabeza.
―¿Me la das? ―pregunté,
sorprendida―. Es tu favorita, la de los coches clásicos.
―Bueno, si no la quieres…
―¡Claro que sí! ―exclamé,
riéndome, quitándosela de las manos―. También es mi favorita.
Seguramente lo era porque
era la suya.
―Ahora ya tengo una excusa
para colarme en tu habitación por la noche ―bromeó con su sonrisa torcida.
―Tú no necesitas excusas
para eso ―se me escapó.
Me ruboricé en cuanto me di
cuenta, y se hizo un minuto de silencio en el que nos miramos tímidamente.
―¿Qué… qué hubiera pasado en
el claro si no hubiese aparecido ese licántropo…? ―me preguntó de repente, con
un susurro.
Me levanté de sopetón de la
silla con las mejillas coloradas, haciendo que la revista se cayera al suelo, y
miré hacia el ventanal.
―No… no habría pasado nada ―murmuré,
incómoda, frotando mis manos con nerviosismo.
Jacob también se puso de pie
y me giró con suavidad para que le mirase, sujetándome por los hombros.
―Pues yo creo que sí, Nessie
―me clavó su profunda mirada con determinación―. Sé que te gusto, y yo te… Tú
también me gustas. No te imaginas cuánto.
El corazón comenzó a latirme
atolondradamente al oír esas palabras, se me iba a escapar por la boca de un
momento a otro, y las mariposas aleteaban alocadas en mi estómago. Cuando me
empezó a faltar el aire, me quedé paralizada sin poder reaccionar. Me di la
vuelta para evitar sus hipnotizadores ojos, a ver si así podía seguir
respirando.
―No sabes lo que dices ―logré
musitar.
Se acercó a mí por detrás,
cogiéndome de las caderas, y me susurró al oído. Mi cuerpo tembló cuando le noté.
―Lo sé muy bien… ―arrimó su
frente a mi sien―. Me gustas demasiado, Nessie.
Y él a mí. Empezaba a pensar
que esto era más que una simple atracción. Esto era más intenso, solo con
rozarme, conseguía ponerme todo el vello de punta. Jacob me gustaba tanto, que
me volvía loca. Tanto, que no podía resistirme.
Me quitó la goma del pelo
con suavidad y mi larga melena cayó en cascada. Me la colocó al otro lado de mi
cuello, rozándomelo con el dorso de su mano, y me la echó hacia delante. Mientras
hiperventilaba, la pulsera vibró, haciéndome cosquillas como aquel día en la
cocina. Ya sabía lo que me decía. Me giré levemente hacia él, muy despacio,
para que sus labios llegaran a los míos, y me clavó sus pupilas de nuevo. Me
quedé atrapada en sus ojos y mi corazón y las mariposas se aceleraron otra vez,
de lo cerca que lo tenía.
―Nessie… ―susurró mientras
su rostro se pegaba al mío lentamente―, que quowle[1]…
No sabía lo que significaba,
pero todo mi cuerpo se estremeció al escucharlo, y al sentir esas abrasadoras
palabras cerca de mi boca…
Alguien picó en la puerta y
los dos pegamos un bote. Jacob se apartó de mí, aunque se quedó a mi lado.
La puerta se abrió y Nahuel
apareció tras ella. Jake gruñó, molesto.
―Hola, Renesmee. ¿Estás
ocupada? ―saludó con sus dientes de porcelana deslumbrando sobre su tostado
rostro.
―Pues sí ―Jacob me rodeó la
cintura con su brazo―. Estamos muy ocupados ―contestó, irritado.
―Solo venía a hablar con
ella para concretar a qué hora vamos a quedar mañana ―le replicó Nahuel con una
sonrisa altanera.
―¿Cómo que quedar mañana? ―preguntó
Jake, un tanto descolocado, con el ceño fruncido.
―Sí, tenemos una cita ―le
respondió Nahuel con arrogancia.
La mano de Jacob se soltó de
mi cintura y se giró para mirarme con los ojos llenos de preguntas.
―Nahuel, ¿puedes dejarnos a
solas un momento, por favor? ―le pedí.
―Por supuesto ―dijo,
sonriéndole a Jacob con aires triunfales antes de salir y cerrar la puerta.
Jake comenzó a pasear
intranquilo por la habitación, con los brazos en jarra, hasta que se paró
frente a la pared del vestidor, mirando al suelo. Apoyó el peso de su cuerpo
inclinado sobre las manos, con los brazos estirados, y se quedó inmóvil, sin
decir nada.
Verle así, después de lo que
me había confesado antes, me rompía el alma en mil pedazos. Ahora entendía
todas las reacciones que había tenido con Nahuel. Me dieron unas punzadas en el
estómago, de lo mal que me sentía.
―No es una cita ―le maticé
después de unos segundos de silencio que se me hicieron eternos―. Solo vamos a comer
juntos para conocernos mejor.
Se separó del paramento y se
giró para mirarme.
―¿Y para qué quieres
conocerle mejor? ―me preguntó, extrañado.
―No soy yo. Él les dijo a
mis padres que quería salir conmigo mañana y ellos estaban empeñados en que lo
hiciera para conocerle.
Jacob miró hacia la puerta
con los ojos entrecerrados. Frunció el ceño y los labios, pero cambió la
expresión al dirigirse a mí.
―Sin embargo, tú aceptaste ―me
reprochó con un tinte de decepción en su mirada.
Me acerqué para abrazarle,
pero me quedé anclada frente a él. Mis piernas y mis brazos no se atrevieron a
moverse.
―Solo lo hice para que mis
padres me dejaran en paz y no me insistieran más con este tema ―le expliqué―.
Además, quedaré con él cuando tú estés con la manada. Cuando regreses, ya
estaré en casa, te lo prometo ―mi mano se alzó sola para acariciarle la
mejilla.
Se apartó, paseando otra vez
nervioso, con las manos en su cintura y la cabeza hacia abajo, exploraba el
suelo como si estuviera buscando algo.
―No me gusta ―gruñó al fin,
sin dejar de moverse―. No me fío de él. Vas a estar a solas con esa garrapata y
yo no voy a estar para protegerte.
―Jake, no va a pasar nada.
De ser así, mi padre lo habría visto.
Se paró de repente y se
quedó delante de mí.
―Hay cosas que no se pueden
ver, pero que están ahí. El no verlas, no significa que no existan ―afirmó con
seguridad. Luego, empezó a hablar con una grandeza que me dejó impresionada―.
Hay cosas que no se ven porque son invisibles, y hay otras que, aunque lo
parecen, siempre están ahí. Es el ejemplo de la luna o las estrellas. De día no
se ven, parecen invisibles, sin embargo, cuando la noche llega y miras al cielo,
te das cuenta de su impresionante existencia. Por otro lado, las cosas que sí
son invisibles, como el viento o el calor o el frío, se sienten y actúan sobre
ti, aunque, por mucho que abras los ojos y te concentres, nunca las verás. Pero
existen. De igual modo ocurre con el alma. Todo ser tiene espíritu, no se puede
tocar ni ver, aun así, todos sabemos que lo tenemos ―de pronto, cambió el tono
de su discurso―. Y ese asqueroso parásito tiene su alma negra. Tu padre no lo
puede ver, pero yo puedo sentirlo.
Me quedé estupefacta, hasta
que mi mente reaccionó y pude pestañear. ¿Podía ser verdad lo que me decía
Jake? Pero, ¿cómo me iba a poner mi padre en peligro? Eso era imposible.
―Tengo que ir, Jake, si no,
mis padres se enfadarán mucho. Ya he aceptado y no me queda otro remedio ―dije
con resignación―. No tienes de qué preocuparte, cuando vuelvas de patrullar,
estaré esperándote en nuestro tronco.
―No sé, Nessie ―farfulló con
el rostro lleno de dudas.
―Te lo prometo. Tienes que
entenderlo, por favor ―le rogué―. Si mis padres se cabrean, no te dejarán
dormir en mi puerta.
Se quedó pensativo, mirando
al suelo, y luego levantó la cabeza para mirarme.
―Está bien ―aceptó a
regañadientes―. Pero si se le ocurre hacerte el más mínimo daño, le mataré con
mis propias manos ―murmuró, apretando la mandíbula con rabia.
―Eso no va a pasar, ya lo
verás ―me senté en el escritorio―. Además, se irá pronto y mis padres dejarán
de molestarme.
―No lo creo. Este ha venido
para quedarse ―gruñó―. Es como una garrapata, se enganchará aquí todo el tiempo
que pueda.
―¿Por eso le llamas así? ―no
pude evitar que se me escapara una risilla.
Sabía que no debía reírme,
pero los motes de Jacob siempre me hacían mucha gracia.
Él sonrió por fin,
contagiado por mi gesto.
―Sí ―reconoció. Se echó en
mi cama, boca arriba, con los brazos cruzados bajo su cabeza―. ¿A que le queda
bien?
―Bueno, no sé ―me levanté de
la silla y me dirigí al camastro―. Lo veremos con el tiempo ―le contesté.
Me acosté a su lado, boca
abajo, apoyándome sobre los brazos.
―Ya lo verás ―dijo, riéndose
y mirando al techo―. A este no le echamos ni con ácido, ha venido a por ti ―terminó
con un rastro de amargura en la voz.
―Pues ya puede esperar ―afirmé,
acomodándome sobre su cómodo y calentito pecho―. Nadie nos separará jamás.
Jacob bajó el brazo y empezó
a acariciarme la cabeza, jugando con mi pelo. Eso me gustaba tanto y estaba tan
cansada, que los ojos comenzaron a cerrárseme. Podía escuchar los rítmicos y
tranquilos latidos de su corazón mientras su pecho subía y bajaba. Mi cuerpo se
relajó solo. Intenté pelearme con mis párpados para que no cayeran, quería
disfrutar un poco más de su compañía, como si no hubiera tenido bastante
viéndole todo el día, pero un bostezo logró salir y sucumbieron sin poder
remediarlo.
Esta vez me desperté entre
jadeos. Me quedé observando el techo, diciéndome a mi misma que había sido una
pesadilla, y después miré a mi lado. Jacob no estaba, me había puesto una manta
por encima y se había ido a dormir al pasillo. Por una parte, me alegré de no
haber gritado y haberle despertado, pero, por otra, hubiera dado un brazo por
tenerle junto a mí para abrazarle como el otro día. Me sequé las lágrimas y,
con las manos aún temblorosas, cogí el despertador para mirar la hora. Las
cuatro y diez de la mañana. Lo posé en la mesilla y me tumbé boca arriba de
nuevo.
Tenía las imágenes de la
pesadilla grabadas en la cabeza, si cerraba los ojos todavía podía verlas
nítidas. Esos ojos amarillos reflectantes, alocados y obsesivos, que me
perseguían y que luego se lanzaban a Jake para atacarle y morderle. Respiré
hondo y me obligué a mí misma a tranquilizarme.
Me levanté de la cama a oscuras,
con la tenue luz que entraba por la cristalera se veía de sobra, me dirigí a la
puerta de puntillas y me quedé quieta con la mano en la manilla. La giré muy
despacio hasta que hizo tope y tiré suavemente de la hoja. Saqué la cabeza por
la abertura y entonces vi a mi montaña de pelo rojizo frente a la puerta.
Dormía con el hocico metido entre las patas delanteras y roncaba levemente. Se
me escapó una risilla silenciosa. Me acerqué a él y le di un beso en la cabeza,
entre las orejas. Volví a meterme dentro y cerré la puerta con el mismo cuidado
que para abrirla.
Después de ponerme el
camisón de algodón, me metí en mi enorme y fría cama. Pensé en lo calentita que
estaría si Jake durmiera a mi lado. Me lo imaginé junto a mí como esa vez que
había dormido conmigo, pero las mariposas de mi estómago revolotearon como
locas cuando me lo imaginé como cuando nos habíamos despertado, solo que dentro
de la cama.
¿Qué me estaba pasando? ¿Por
qué no podía dejar de pensar en él, y además de esa forma? ¿Y qué me había
pasado en el claro? ¿Por qué ahora me atraía tanto, si le conocía desde que era
niña? Debería estar acostumbrada a verle y a estar con él, sin embargo, esa
atracción crecía y crecía cada día más. ¿Es que el curso de mi vida tenía que
ser siempre así de rápido? El viernes me había dicho a mí misma que me daría
tiempo, que dejaría que las cosas siguieran su cauce, y ayer, sábado, en el
claro casi...
Un gemido sordo de vergüenza
salió por mi garganta mientras me llevaba el extremo de la almohada a la cara para
tapármela. Aun estando sola y a oscuras, me ponía colorada. ¿Qué iba a pensar
Jacob? Bueno, en realidad, él había seguido el juego. Y tenía razón, si no
hubiera sido por culpa de ese licántropo o lo que fuera, habríamos tenido algo
más que unas inocentes caricias.
Desde luego, yo me habría entregado a él sin pensármelo dos veces, solo
recordar ese aroma suyo, ya me ponía el vello de punta.
Me sorprendí yo misma de
pensar en nosotros dos respecto a ese tema de esa manera tan natural. Me
pregunté qué pensaría Jake de todo eso, aunque ya me hacía una idea, por lo que
me había dicho antes y porque me había confesado que yo le gustaba mucho. Las
mariposas volvieron a hacer de las suyas al recordar su susurro en mi oído: me gustas demasiado, Nessie. Dejé caer
la almohada en su sitio para volver a respirar cuando mi corazón empezó a latir
con fuerza. Y tú a mí, pensé. ¿Por qué no era capaz de decírselo?
Mi pregunta se respondió
sola en mi cerebro. Era porque no me atrevía. No me atrevía porque eso suponía
un cambio y yo quería que todo siguiera igual entre nosotros, por lo menos una
temporada, hasta que yo aclarara mis propios sentimientos. ¿Y si solo era
atracción física y nada más? No quería hacerle daño. Pensé en seguir el mismo
plan que el viernes: darme tiempo e ir con calma.
Me giré y me aovillé para
entrar en calor. Me acordé de Jake durmiendo con el hocico entre las patas y
sonreí. Hasta de lobo me gustaba, era tan impresionante. Con la imagen de mi
lobo durmiendo en mi puerta, el sueño vino solo y al cabo de unos minutos conseguí
dormirme otra vez.
Jacob se marchó a La Push en
su destrozado Golf para patrullar con las dos manadas, nada contento. Antes de
salir por la puerta, le dedicó un sonoro gruñido de advertencia a Nahuel al
pasar junto a él. Le acompañé hasta el coche y me dio un intencionado abrazo y
un beso en la mejilla como despedida.
―Te veo en nuestro tronco a
las cinco ―me recordó desde la ventanilla cuando se subió a su coche.
―Sí, allí estaré, no te
preocupes.
Arrancó, me echó una última mirada
preocupada e intranquila y empezó a avanzar hasta que se perdió entre los
árboles, por el sendero.
Cuando me di la vuelta,
Nahuel me esperaba en la puerta de casa con mis padres. Suspiré para mis
adentros y me acerqué a ellos.
Por supuesto, Alice le había
prestado su flamante Ferrari rojo. Tuve que poner cara de contenta ―más por
educación y cortesía hacia Nahuel, que por otra cosa― y despedirme de mis
padres con la mano mientras les miraba por la ventanilla, pero lo único que
deseaba era llegar lo antes posible a nuestro destino para bajarme de ese
escaparate.
Nahuel no era tan hablador
como Jacob y no dijo ni una palabra hasta que no salimos del camino que daba a la
casa de mi familia y llegamos a la carretera asfaltada. Yo tampoco sabía de qué
hablar con él, así que aguanté ese silencio incómodo. A pesar de circular con un
Ferrari, iba bastante despacio, se notaba que era muy prudente. Si ese coche lo
llegara a coger Jake, ya estaríamos volando por el asfalto.
―¿Adónde vamos? ―le pregunté
para romper un poco el hielo.
Ese silencio me estaba
poniendo de los nervios.
―Había pensado en ir a Port
Angeles a comer y después ir al cine o a dar un paseo por el puerto, si te
parece bien.
―Sí, claro. El cine está
bien ―le contesté―. Hace mucho que no voy a ver una película.
―Entonces, perfecto.
Se hizo otro momento de
silencio y esta vez fue Nahuel el que lo rompió poniendo música.
―Tus padres me han dicho que
tocas el piano. ¿Te gusta la música clásica? ―inquirió.
―Sí, bueno, toco de vez en
cuando. Aunque ahora prefiero el rock
y todo eso, ya sabes ―de repente, me vi a mí misma hablando como Jacob.
Nahuel se paró en el arcén
para rebuscar entre los CDs que guardaba Alice en el departamento que había
entre los dos asientos.
Sí, era muy prudente. Desde
luego, Jake no se hubiera parado.
―Lo siento, pero no veo
ninguno de rock.
―No importa. Podré
soportarlo ―bromeé.
Se rio con una risa elegante
y musical y volvimos a iniciar la marcha.
El trayecto hasta Port
Angeles se hizo un poco más ameno cuando Nahuel se abrió un poco y me contó que
vivía con su tía Huilen en una casita en la selva, cerca de la que había sido
la tribu de ella, los mapuches, en Chile. También me explicó historias y
anécdotas de su vida en Suramérica y todo lo que había sucedido cuando Alice y
Jasper dieron con ellos hacía casi seis años.
Nos adentramos en la ciudad
y aparcó en el puerto. Por supuesto, la gente se quedó mirando al coche y yo
tuve que salir con todas las miradas puestas en mí.
Dimos un corto paseo por el
puerto y llegamos a un pequeño restaurante italiano con vistas al mar. Me
sorprendió un poco que no me llevara al típico restaurante de pescadores, pero
luego me confesó que no le gustaba el pescado.
El local era un saloncito
rectangular y estaba lleno de gente. Cuando entramos, nos dirigimos a la
derecha, donde había una barra en la entrada, a lo largo de una de las paredes
más cortas. Nahuel habló con la encargada para que nos dieran la mesa que había
reservado. Todo el frente izquierdo por donde entramos y la esquina siguiente
era cristalera, y daba al puerto y al mar. Las mesas cuadradas, con sus
manteles de cuadros verdes y blancos, se distribuían metódicamente por toda la
estancia. Nos sentaron en una de las mesas pegadas al ventanal que daba al
puerto. Me apartó la silla para que me sentara y me ayudó a arrimarla, luego se
sentó enfrente. La camarera nos entregó las cartas y, después de mirarlas un
rato, Nahuel pidió macarrones a la carbonara y yo lasaña.
El chico no hablaba mucho,
pero era muy educado y cortés, a pesar de haberse criado en la selva. Se notaba
que Huilen le había enseñado muy buenos modales. Cuando nos trajeron los
platos, se desplegó la servilleta en las piernas y se remangó las mangas de la
camisa con un meticuloso cuidado. Le imité, pero solo para no quedar mal, ya
que yo estaba acostumbrada a comer con Jake todos los días y no nos andábamos
con estos refinamientos.
―¿Qué tal en el instituto? ―me
preguntó.
―Ah, bien. Bueno, solamente
llevo tres días, así que ahora mismo no puedo contar mucho.
―¿Y tienes pensado ir a la
universidad?
―No sé. De momento, creo que
voy a terminar el instituto y luego ya se verá ―me reí.
Nahuel sonrió y se metió un
pequeño bocado de macarrones en la boca.
―¿Y tú? ¿Has ido al
instituto?
―Hace ciento cincuenta años
era un poco difícil, sobre todo para un nativo como yo ―me sonrió de nuevo.
Claro, ¿sería idiota? No me
había acordado de su edad.
―Sí, es verdad ―me reí otra
vez.
―Todo lo que sé me lo enseñó
mi tía. Se esforzó mucho para conseguirme libros, en aquella época era bastante
complicado.
Asentí mientras masticaba mi
lasaña.
―¿Qué película tienes
pensado que veamos? ―inquirí cuando tragué mi bocado.
―¿Te gustan las comedias
románticas? Ponen una muy buena de Sandra Bullock ―propuso.
―Sí, aunque prefiero las de
acción. Pero si quieres, vamos a esa, como tú quieras ―soplé y me metí otro
poco de lasaña.
―Bueno, ya veremos qué más
ponen en la cartelera y lo decidimos allí.
―Vale ―contesté, metiéndome
el tenedor en la boca.
Nahuel apartó un poco su
plato cuando todavía le quedaban algunos macarrones.
―¿No comes más? ―le pregunté,
extrañada.
―Estoy lleno ―se encogió de
hombros.
―Ya, te gusta más la otra comida, ¿no? ―apunté.
―Me has pillado ―se rio.
Luego, habló con una voz muy baja para que solamente pudiera escucharlo yo―. Bueno,
en realidad, me cuesta más comerme esto estando rodeados de tanta sangre
fresca. ¿A ti no te pasa lo mismo? ¿No tienes sed?
―No. Bueno, sí, un poco,
pero lo controlo perfectamente ―admití en su mismo tono. Entonces, me fijé en
sus ojos. Su iris marrón oscuro estaba reducido por un pequeño aro escarlata
que lo bordeaba―. A ti, en cambio, parece que te cuesta mucho ―se me escapó.
―Es difícil resistirse
cuando ya la has probado y has comprobado lo deliciosa y extremadamente
placentera que es. No hay nada mejor.
―¿Tú… has probado sangre
humana? ―musité.
―No es algo de lo que me
sienta orgulloso, pero, sí, hubo una época en la que me alimenté de sangre
humana. Fueron unos años un poco difíciles, justo cuando empecé a madurar. Me
sentía diferente a todo, no encajaba en ningún sitio y me sentía muy solo. Huilen
fue la que me ayudó a salir de todo aquello y a darme cuenta de que no iba por
el camino correcto ―observó mi rostro y sonrió―. Debo de parecerte un monstruo,
¿no?
Tenía que reconocer que el
hecho de que Nahuel hubiese tomado sangre humana y, por tanto, matado a
personas, fueran inocentes o no, me horrorizaba profundamente. Sin embargo, una
parte de mí se identificaba un poco con él. Yo también me sentía un bicho raro,
diferente, y eso me horrorizó aún más, porque me di cuenta de que yo misma
podría caer algún día en esa horrible tentación. Aunque había una diferencia
entre nosotros que podía salvarme. Yo no me sentía sola en absoluto. Tenía a
Jacob, y él también me comprendía, aparte de que siempre me animaba y me hacía
sentir como la mejor persona del mundo. Eso ayudaba bastante, la verdad.
Además, también estaba mi familia.
―Yo no soy quién para juzgar
a nadie ―sentencié finalmente en voz alta, también para él―. Mi propia familia
está como tú. Aunque tengo que reconocer que, al igual que me pasa con ellos,
me choca un poco y no me siento cómoda con ese pasado. Por eso no suelo pensar
en ello ni les hago preguntas.
―¿Nunca te has planteado siquiera
probarla para ver cómo sabe? ―espetó de pronto con una voz un tanto insinuante.
―Ya la he probado. Cuando
era pequeña, me alimentaba de las reservas de sangre que Carlisle conseguía del
hospital.
―Me refiero caliente y
fresca ―matizó en el mismo tono.
El bocado de lasaña que me
acababa de meter en la boca se me quedó atravesado en la garganta y tuve que
beber un poco de agua.
―No. Nunca ―afirmé sin un
atisbo de duda.
―¿Y no te gustaría probarla?
―insistió―. Hay muchos asesinos que andan sueltos, no nos sería difícil
encontrar alguno para…
―Jamás probaré sangre humana
de ese modo ―le corté, tajante y ahora molesta―, sean asesinos o no.
―Esos humanos han asesinado
a seres de su misma especie, no se merecen vivir ―alegó, serio―. No haríamos
nada malo si los quitáramos del medio, en realidad, le haríamos un favor al
mundo.
―Nos convertiríamos en
asesinos como ellos ―le repliqué con firmeza―. Eso no es lo que me han
inculcado mis padres. Además, te recuerdo que yo tengo amigos humanos, mi
propio abuelo lo es. Jamás lo haría.
También me vino a la mente
la imagen de Jake, lo decepcionado y horrorizado que se quedaría…
―Está bien. Perdona, no
quería ofenderte ni molestarte ―se disculpó con afabilidad―. Tienes razón. Solamente
era una idea tonta que se me ocurrió. A decir verdad, yo no debería probar ni
una gota ―de pronto, se echó a reír―. Soy como un alcohólico. Me parece que
estar rodeado de tantos humanos, me ha trastornado un poco, lo siento.
Genial. Ahora me sentía
culpable y todo, ya que, sin darme cuenta, le había llamado asesino a la cara.
―No importa ―dije con una
sonrisa para quitarle hierro al asunto, aunque más bien por mí―. ¿Sabes?
Deberías probar esta lasaña. Está increíble, de veras ―y me metí un enorme
bocado en la boca.
―Veo que a ti te gusta
bastante esta comida ―sonrió.
―Sí. Bueno, cuando era
pequeña, no me hacia mucha gracia, pero Jacob me fue metiendo el gusanillo de
la comida sólida poco a poco y ahora me gusta mucho. Aunque de vez en cuando
prefiero un buen bistec poco hecho, ya sabes, que sangre un poco y todo
eso.
Se quedó mirándome un rato,
pensativo, con los codos apoyados en la mesa y las manos entrelazadas
sujetándole la barbilla.
―¿Por qué haces eso? ―me
preguntó de repente.
Dejé de comer, extrañada por
su pregunta.
―¿El qué?
―Hablar como él.
Los colores se me subieron a
la cara de sopetón y mi mano empezó a clavar el tenedor en la lasaña con
nerviosismo.
―¿Como… como quién? ―aunque
sabía de sobra a quién se refería, tuve que preguntarlo para darme tiempo a
reaccionar.
―Ya lo sabes. Hablo de
Jacob.
Las mariposas iniciaron el
vuelo solo con oír su nombre.
―Yo… no… no hablo como él ―cogí
mi vaso de agua y me metí un buen trago.
―Claro que sí. No te das
cuenta, pero hasta tienes gestos suyos.
Posé el vaso vacío en la
mesa.
―No sé…, su-supongo que es
porque siempre estamos juntos y algo se me pegará de él ―murmuré, jugando con
el tenedor.
―¿Y eso te gusta? Quiero
decir, ¿no te agobia?
―¿Agobiarme? ―le miré sin
comprender.
―Bueno, tener un amigo
imprimado de ti debe de ser un poquito agobiante ―respondió, apoyándose en el
respaldo.
―¿Impri…?
No pude terminar la palabra.
La pulsera me hizo cosquillas y todas las mariposas se multiplicaron por cien
en mi estómago. El tenedor se me resbaló de la mano, cayó sobre el plato de pie
y luego rebotó de lado en la mesa. El ruido fue tal, que toda la gente se giró
para mirarnos.
―¿No lo sabías? ―interrogó,
sorprendido.
Pestañeé, confusa, con el
corazón a mil por hora. La pulsera volvió a vibrar, haciéndome cosquillas en la
muñeca, y un extraño sentimiento hizo que me levantara de la silla de repente,
arrastrándola. Los mirones hicieron de las suyas otra vez. Paseé inquieta entre
mi silla y las de al lado con el fuerte presentimiento de que tenía que salir
urgentemente de allí para verle, metiendo mi mano en el pelo que nacía de mi
frente y clavando la vista llena de dudas en el suelo, como si este fuera a
darme una respuesta o algo. Bajé la mano al pecho para que no se me saliera el
corazón y apoyé la espalda en la cristalera.
―Pensé que no había secretos
entre vosotros ―dijo Nahuel.
Algo me llamó la atención en
esa frase y salí de mi nube.
―¿Qué? ―conseguí murmurar al
fin.
―No entiendo por qué no te
lo ha contado.
Y yo tampoco lo comprendía.
¿Por qué no me lo había dicho nunca? Creía que siempre me había dicho la
verdad, que era sincero conmigo. Siempre nos lo habíamos contado todo, o eso
pensaba yo. La noche anterior me había dicho que le gustaba mucho, ¿por qué no
me había dicho la verdad, que estaba imprimado de mí? ¿Es que me escondía algo?
El primer sentimiento se empezó a transformar en enfado y decepción. Me senté
en la mesa, todavía desconcertada.
―¿Tú lo sabías? ―quise saber,
con un hilo de voz.
―Sí, Alice nos lo contó
cuando vino a buscarnos por vuestro encuentro con los Vulturis. Nos dijo que
íbamos a estar rodeados de enormes lobos, pero que no nos asustáramos, porque
uno de ellos estaba imprimado de ti y eran aliados. Luego, nos explicó un poco
todo eso de la imprimación para que lo entendiéramos. En cuanto vi a Jacob,
supe que era él.
¿Ya estaba imprimado de mí
hace seis años? Me acordé de Quil y Claire, y lo vi claro. Jacob se había
imprimado de mí cuando yo era un bebé, por eso siempre había estado conmigo.
De pronto, mi cabeza se
llenó de recuerdos. Yo solo tenía tres días, pero mi cerebro proyectó aquella
escena en la que mi madre se lanzaba hacia Jake para atacarle y era
interceptada por Seth, afortunadamente. La tenía en la cabeza grabada, porque,
ya en aquel entonces, no me había gustado nada ver a Jake en peligro, y menos
por culpa de mi propia madre. Y eso era lo que había hecho que yo centrara mi
atención en el ataque y no reparara en el porqué de este. La verdad es que era
tan pequeña, que no me había fijado en la discusión anterior. Ahora me daba
cuenta y me acordaba. Mamá le había atacado al enterarse de su imprimación. Esa
frase salió de lo más recóndito de mis recuerdos para sonar alta y clara. ¿Cómo
has osado imprimar a mi bebe?, le había gritado ella en ese altercado. Y yo
ni siquiera le había prestado atención, tan solo observaba con angustia a mi
Jacob, indefenso y desprotegido.
También recordé las palabras
de Leah, cuando me había confesado que había habido un tiempo en el que había
sentido algo por Jake. Me había dicho que ella había desistido cuando a Jacob
le había pasado una cosa muy importante y se dio cuenta de que él solo la iba a
ver como una amiga toda la vida. Esa cosa muy importante era su
imprimación de mí.
Entonces, me di cuenta de
otra cosa. Si Alice se lo había contado a Nahuel y Huilen…
―Lo sabían todos menos yo ―seguí
mis pensamientos.
―Lo siento mucho, Renesmee.
He metido la pata hasta el fondo ―se lamentó.
―No, no pasa nada. Gracias a
ti me he enterado. Tendré que hablar con Jake, eso es todo.
―Espero no causarte muchas
molestias.
No tenía ninguna gana, pero,
aun así, le sonreí para que se sintiera mejor.
―No te preocupes, de verdad.
Es que ha sido un poco de shock, nada
más ―eso se quedaba muy, muy corto. Me eché agua en el vaso y me lo bebí de
unos pocos tragos―. ¿Qué te parece si damos un paseo antes de ir al cine? ―le
propuse para cambiar de tema.
―De acuerdo ―aceptó,
encantado, con una sonrisa.
Nahuel pagó la cuenta y nos
marchamos, con una retahíla de ojos observándome curiosos.
Después de dar un largo
paseo por el puerto, en el que me siguió contando historias de su país mientras
yo le sonsacaba para que hablara de algo ―así me era más fácil no pensar en el
tema de Jake―, fuimos al cine. Para mi desgracia, no había ninguna película de
acción que mereciera la pena, así que entramos a ver esa comedia romántica que
me había comentado él.
Insistió en pagármelo, pero
al final conseguí comprarme una de palomitas pequeña para mí, ya que a él no le
gustaban, y un botellín de agua. Cuando iba al cine con Jacob, teníamos que
comprar el combo grande y lo pagábamos a medias. Me enfadé conmigo misma por
caer en la tentación. No pienses en él,
Nessie, me dije, no se lo merece, por
mentiroso. Agarré mis palomitas y mi agua y empecé a caminar por el pasillo
hacia nuestra sala, con Nahuel a mi lado.
La película no estaba mal,
aunque apenas le presté atención, ya que esta enseguida me hizo recordar a mi
mejor amigo. El tema iba sobre los líos que se formaban entre los protagonistas
por una disparatada mentira de él. Por supuesto, con ese argumento era
imposible no acordarme de Jacob, con lo cual, en la segunda escena me perdí en
mis pensamientos.
No dejaba de preguntarme por
qué no me lo había contado. Me había tenido engañada todos estos años,
diciéndome que era mi mejor amigo. Yo creía que era por mí, no porque estuviera
obligado a serlo por estar imprimado. Me invadió el desengaño cuando me di
cuenta de que todo lo que había hecho por mí era solo por esa razón. Era igual
que con Quil y Claire. Se podía ver a Quil dándole todos los caprichos habidos
y por haber que esta le pedía. Incluso una vez Claire se había empeñado en un
helado rarísimo que salía en la tele y Quil tuvo que llevarla de noche a
Seattle para comprárselo porque era el único sitio cercano que lo tenía. Y lo mismo pasaba con Jacob, siempre me había
dado todo lo que yo quería. ¿Cómo no me había dado cuenta antes? Si hasta se
iba a dejar morder en el claro y todo. Si yo le hubiera pedido que se tirara de
un puente, lo habría hecho. Se me clavó un nudo en la garganta, de la enorme
desilusión, y tuve que tomar un trago de agua para no llorar. Le gustaba, sí,
pero no como yo quería; le gustaba porque no tenía más remedio. Volví a beber
de mi botellín. Y lo peor de todo era que, aun sabiendo eso, le echaba
muchísimo de menos. ¿Sería tonta?
Cuando me di cuenta, las
luces se encendieron y la gente empezó a levantarse de sus asientos. Me fijé en
que había algunas personas emocionadas en la sala por la película. Eso hizo que
me alegrara, podía disimular mis ojos humedecidos.
Inevitablemente, miré el
reloj. Eran las cuatro y había quedado con Jake a las cinco en nuestro tronco.
¿Qué le iba a decir ahora? ¿O sería mejor hacer como que no sabía nada y
esperar a que me lo contara él algún día? No,
me dije, enfadada, me lo tiene que decir
hoy. Ahora que se aguante y que me diga la verdad. Necesitaba saberla.
―¿Nos vamos a casa? ―le
propuse a mi acompañante.
―Claro, te iba a llevar
ahora ―me contestó con una sonrisa.
DESNUDO
Nahuel me parecía un chico
muy educado y agradable. No entendía por qué Jake decía eso de él, aunque,
estando imprimado, todos los chicos que se me acercasen le caerían mal, por
supuesto.
El trayecto a casa duró
menos de lo que me había esperado y llegamos más pronto de la cuenta. No pude
decir ni una palabra en el coche, estaba demasiado ensimismada pensando en el
secreto de Jacob. Me dediqué a escuchar de fondo la agobiante ópera que Nahuel
llevaba en el Ferrari, mientras miraba por la ventanilla.
Nada más bajarme del
vehículo, me llegó el efluvio de Jake. Parece ser que él también se había
adelantado. Sin embargo, su olor no venía de la casa, venía del bosque. Ya me
debía de estar esperando.
―Me lo he pasado muy bien,
gracias ―le dije a Nahuel.
―¿Quedarás conmigo otro día?
―Claro, por qué no.
Al fin y al cabo, me había
gustado su compañía, y ahora sabía que Jake hablaba mal de él influenciado por
su estado.
―Muy bien, ya hablaremos,
entonces ―Nahuel sonrió, satisfecho.
―Entra, si quieres ―le señalé
la casa―. Yo he quedado en el bosque con Jacob.
―Ah, de acuerdo. Nos vemos
luego.
―Sí, hasta luego.
Nahuel se giró y subió las
escaleras del porche para meterse en casa. Yo hice lo mismo para adentrarme en
el bosque.
Mientras caminaba entre los
enormes pinos y abetos, volví a rumiar todo el asunto y mi enfado aumentó. Lo
único que me apetecía era agarrarle del pescuezo y hacerle hablar. Me puse a
correr para encontrármelo lo antes posible y pillarle desprevenido. Empecé a
olisquear su efluvio, oteándolo para ver de dónde venía. Al parecer, todavía no
estaba en el tronco, el olor venía de otro sitio. Me dirigí hacia allí, echando
humo por la nariz. Me percaté de que estaba cerca del río, ya que se escuchaba
el sonido del agua. Estaba ahí, podía olerle. Divisé el río entre la vegetación
y aceleré.
De pronto, mis ojos se
abrieron como platos cuando le vi a través de los dos últimos y gruesos abetos.
Mis piernas se detuvieron en seco, derrapando con las hojas caídas en el suelo,
y me escondí detrás del gran árbol que estaba en primera línea, con el corazón
retumbándome en la garganta. Recé para que no me hubiera visto, hasta que el
ruido del agua sonó de nuevo y respiré aliviada. Me di cuenta de que tenía el
viento a favor y que por eso no podía olerme.
¿Sería verdad lo que había
visto? ¿Jacob estaba… desnudo? Mi estómago estaba invadido otra vez por esos
insectos que ya empezaban a ser parte de mí. Me quedé un rato quieta, apoyada
en el tronco en silencio para ver si me tranquilizaba y me podía ir de ahí sin
que me oyera. Me concentré en el ruido de la corriente del agua, en los
pájaros, en el viento que mecía las hojas y…
…en el chapoteo de Jake
mientras se bañaba desnudo.
Mi cuerpo se giró solo y me
encontré a mí misma tras el árbol, con la frente y las manos puestas en el
tronco, preparada para moverme hacia un lado. ¿Qué tenía de malo si le echaba
otro vistazo? Después de todo, ya le había visto… un poco. Sí, casi no le había
visto nada. Me mordí el labio, indecisa, y se oyó otro chapoteo. Mi cabeza
empezó a ladearse hasta que pude tener visión. Cuando mi mandíbula se cayó,
apoyé mi boca en la mano y me arrimé bien al tronco para que no me descubriera.
Ni siquiera le hice caso a las mariposas histéricas, ni a mi corazón a punto de
estallar, ni a mis mejillas encendidas, cuando observé lo que tenía delante.
Jacob estaba sentado de
frente, tan tranquilo, en una roca de la orilla más alejada, descansando el
peso de su espalda sobre sus manos y con los pies metidos en el agua, jugando
con la corriente, mientras miraba algo a su derecha, a lo lejos. De repente, se
fijó en el río y se arrastró hasta que se metió de un salto en el agua. Me
escondí de nuevo detrás del árbol, aunque no tardé mucho en volver a ladearme
para mirar. El agua le llegaba por las rodillas y caminaba en mi dirección,
hacia la orilla, sacudiéndose el pelo con la mano. Casi parecía que lo hacía a
cámara lenta. El sol hacía brillar su cobriza piel mojada y creaba destellos en
el agua que se reflejaban en su cuerpo, en su cara y en sus ojos negros. Su
desnudez era hermosa y perfecta, todo él era músculo, fuerte y proporcionado.
Le pude ver de espaldas cuando llegó a la orilla y se dio la vuelta. Se quedó
quieto, con los brazos en jarra, esperando para secarse a tres metros de mí. Lo
tenía muy cerca, pero mi cuerpo no se podía mover del sitio, mis pupilas no se
podían alejar de él. Se volvió a revolver el pelo mientras se giraba para coger
sus pantalones vaqueros cortos y su camiseta negra, que estaban colgados de una
rama del enorme abeto en el que yo me ocultaba.
En cuanto empezó a vestirse,
me giré para esconderme. Me había quedado tan absorta y fascinada, que no me
había dado cuenta de que me tenía que ir de allí ya. Si Jacob pasaba la
frontera del árbol, me olería y me descubriría.
Aproveché cuando se daba la
vuelta y se ponía la camiseta para alejarme del tronco lentamente. Me cercioré
de no pisar ninguna rama seca y de no hacer ningún ruido, casi ni respiraba,
por si acaso. En cuanto me distancié lo suficiente para que no me oyera, eché a
correr entre el resto de los árboles.
Después de galopar un rato,
me paré a descansar. No era que estuviera cansada, sino que necesitaba asimilar
todo lo que habían visto mis ojos. Estampé mi espalda en un pino y apoyé mi
liada cabeza, mirando a las copas de los árboles. Toda mi determinación se
había roto con la imagen de Jacob saliendo del agua. Ni siquiera me acordaba de
lo que había ido a decirle, y lo peor es que tenía que ir a nuestro tronco
dentro de unos minutos. Cuando lo tuviera delante, seguro que no podría ni
respirar, en ese mismo momento no podía ni pensar.
Se hizo un placentero
silencio en mi cabeza que me llenó de paz durante un instante. El aire bailó
con mi largo pelo, elevándolo y haciendo que se meciera al son de las ramas y
las hojas que observaba. Me relajé un poco y empecé a recapacitar con más
claridad.
Había venido para hablar con
Jake de su imprimación, quería saber por qué me había mentido durante estos
años. Tomé aire y me separé del pino para caminar en dirección a nuestro
rincón.
No tardé mucho en llegar y
sentí cierto alivio. El tronco estaba vacío, Jake todavía no había llegado. Eso
me daría tiempo para pensar en cómo se lo iba a soltar. Empecé a pasear algo
aturullada, ideando las frases que le tenía que preguntar.
―¡Nessie! ―exclamó Jake a
mis espaldas, haciéndome pegar un bote del susto.
Nada más girarme, le vi
trotando hacia mí para abrazarme mientras se reía. Su pelo mojado me recordó a
la escena del río y mis mariposas se agitaron, nerviosas. De dos zancadas, me
alcanzó y me envolvió con un abrazo. Me apretó contra él y me olió el pelo. Me
pilló tan desprevenida, que el instinto actuó solo y, sin poder evitarlo, le
devolví el abrazo. Mis brazos se engancharon a su espalda y mi mejilla descansó
en su pecho. Nuestros cuerpos se amoldaban tan bien, que parecía que estuvieran
hechos para quedarse así para siempre.
―Te he echado mucho de menos
―me susurró, posando sus labios en mi cabeza.
Tuve que luchar conmigo
misma y obligarme a recordar que eso me lo decía porque estaba imprimado.
―Lo sé ―le contesté mientras
forzaba a mis obcecados brazos a despegarse de su cuerpo y me apartaba de los
suyos.
―¿Qué te pasa? ―me preguntó,
extrañado por mi reacción. De pronto, cambió la expresión de su rostro―. ¿Es
que te ha hecho algo esa garrapata?
Se acercó a mí de nuevo y me
cogió de la barbilla para examinarme la cara. Le quité la mano y me alejé.
―No, claro que no. Es un
chico muy educado y agradable ―le reproché, cruzándome de brazos.
Se quedó en silencio,
mirándome pensativo y con el ceño fruncido.
―Entonces, ¿qué te pasa?
Todas las preguntas y frases
que me había dado tiempo a trazar en mi mente se me borraron de repente.
―No sé, dímelo tú ―fue lo
único que se me ocurrió soltarle.
―¿Que te diga el qué? ―Jacob
me miró sin comprender.
―¿No tienes nada que
decirme? ―quise saber, dándole la oportunidad de que me lo contara él mismo.
―¿Decirte el qué? No te
entiendo, Nessie. Como no te expliques…
―Tu secreto ―dejé
caer, señalándonos a los dos con la mano.
―¿Mi… mi secreto? ―preguntó,
inquieto.
Ajá. Ahora parecía que ya lo
había pillado.
―Sí, ya sabes de qué secreto
te hablo. ¿Por qué no me dijiste que estabas imprimado de mí? ―le espeté,
enfadada, dejando caer los brazos a los lados.
Jacob se mordió el labio inferior
y empezó a pasear nervioso, llevándose la mano a la nuca, escudriñando el
suelo. Me quedé de brazos cruzados, esperando a que terminase la caminata.
―¿Cómo… cómo te has
enterado? ¿Te lo ha dicho alguien? ―interrogó sin dejar de moverse de aquí para
allá.
―Eso no importa. Lo que
importa de verdad es que me has mentido, Jacob ―mi tono se tiñó de indignación.
―Sí, sí que importa. Porque
no tenías que haberte enterado de esta forma, quería contártelo yo. Quería
decírtelo de otra manera, en otra situación.
―¿Y por qué no lo hiciste?
Me has tenido engañada todos estos años ―mi garganta volvió a anudarse como en
el cine―. Creía que era tu mejor amiga porque te gustaba estar conmigo, no
porque estuvieras obligado ―solo pude terminar la frase con la voz rota.
Se paró en seco y se giró
para ponerse frente a mí con el gesto extrañado, pero parecía contento.
No me lo podía creer.
―¿Es eso todo lo que te
preocupa? ―preguntó, ilusionado.
―¿Es que te parece poco? ―le
contesté, enfadada, casi sin voz―. ¿Crees que no me duele que tus abrazos o
cuando me coges de la mano no sea por mí, que lo hagas porque lo tienes que
hacer?
Su rostro se puso serio y se
acercó un paso para mirarme con los ojos llenos de decisión.
―Por supuesto que es por ti ―me
aseguró, agarrándome la mano―. ¿Ves? Ahora te cojo la mano porque yo quiero, no
me lo ha mandado nadie, ni siquiera tú. El que yo esté imprimado, no quiere
decir nada. Tú sigues siendo la persona más maravillosa del mundo para mí ―alcé
mis ojos llorosos tímidamente para fijarlos en los suyos―. No estoy obligado,
como dices tú. Claro que tengo la necesidad de estar contigo por mi
imprimación. No estar junto a ti me costaría muchísimo, sería casi imposible;
para los que estamos imprimados es como una especie de droga, pero al final,
siempre tendría elección. Aunque eso me haría el ser más desgraciado del mundo,
podría escoger no estar a tu lado, si quisiera ―colocó mi mano en su corazón y
me habló entre susurros―. Pero estoy aquí contigo, Nessie. Porque te he
conocido y he elegido quedarme, estar junto a ti es lo mejor del mundo, me
siento el hombre más afortunado del universo cuando estoy a tu lado. Y doy gracias
a Dios todos los días por haberme imprimado de ti y no de Rosalie ―terminó con
una mueca burlona.
Le sonreí el chiste y me
lancé a abrazarle mientras mis ojos se rendían y dejaban caer las lágrimas
contenidas. Nos quedamos abrazados durante un par de minutos.
―Todavía sigo enfadada
porque no me lo hayas contado antes ―le susurré, hundiendo el rostro en su
pecho.
―Estuve a punto varias
veces, pero siempre me interrumpían ―me acordé entonces de todas esas veces en
las que Jake me intentaba decir algo, como aquella vez en el coche cuando mi
madre nos había interrumpido picando en la luna trasera; por eso se había
enfadado tanto con ella―. Luego, pensé que era mejor esperar y decírtelo más
adelante.
Separé mi frente de su pecho
para mirarle.
―¿Por qué? ―quise saber.
Jake me secó las lágrimas
con el dedo y me miró durante un rato, pensativo. Se despegó de mí y me llevó
de la mano hasta el tronco. Pasó la pierna por encima para sentarse y dio unas
palmaditas en la madera para que yo hiciera lo mismo. Nos quedamos sentados
frente a frente y me volvió a coger la mano. Seguidamente, me clavó sus ojazos
negros y me habló con entereza.
―Ya sabes lo que significa
que yo esté imprimado de ti, ¿no? Quiere decir que somos almas gemelas, que
estamos hechos el uno para el otro, que tu espíritu y el mío se complementan
para que sean uno ―empecé a notar las palpitaciones en el pecho a medida que me
daba cuenta de lo que me estaba diciendo. Estaba tan enfadada por que me lo
había ocultado, que hasta ahora no me había parado a pensar en lo que eso
suponía para él. La pulsera comenzó a hacer de las suyas―. Significa que yo
estoy en este mundo para ti de la forma que tú quieras ―sus ojos me dieron un
respiro y miraron hacia abajo―. Por supuesto, yo querría que fuéramos algo más
que mejores amigos, ya te he dicho que me gustas demasiado.
Me quedé petrificada, sin
saber qué decir, apenas podía respirar cuando sus pupilas volvieron a sujetar
las mías. Noté otro cosquilleo en la muñeca a la vez que las mariposas de mi
estómago se multiplicaban como en el restaurante cuando me había enterado de la
noticia. Mandé a mis ojos que se despegaran de los suyos y que miraran al suelo,
para que mi cabeza pudiera trabajar de nuevo. Me obligué a mí misma a recordar
lo que había decidido esa misma noche: darme tiempo. Mi corazón imploraba que
me lanzara a sus brazos y a sus labios, pero mi cerebro me decía que me lo tomara
con calma. Ahora más que nunca tenía que ser cauta. Si hacía caso a mi corazón
y luego solo era atracción lo que sentía hacia él, le haría mucho daño. Me
acordé de las palabras de mi madre en el bosque cuando me decía que para él no
era un juego, cuánto significado tenían en este momento.
―Jake, no sé qué decir… Yo…
No me dejó concluir la frase.
Me soltó la mano para alzar el dedo y me lo puso en la boca para silenciarme.
―Déjame terminar ―me levantó
el rostro para que le mirase y me habló despacio―. Después de pensarlo mucho,
me propuse contártelo más tarde porque no quería que esto influyera sobre
nosotros. Si decidieras llegar a más y estar conmigo, quería que fuera por mí,
no porque yo estuviera imprimado, ¿entiendes? Quería que lo hicieras
libremente. Además, no tengo prisa, esperaré lo que haga falta hasta que tú
estés preparada. Aunque tampoco soy tonto, lucharé hasta el final para que
estés conmigo, porque sé que por lo menos te gusto. No lo haría si no fuera así
y viera que te agobiara.
Como siempre, Jake parecía
que también me podía leer la mente. Así que, ¿qué sentido tenía ocultárselo? Él
me había abierto su corazón y tenía derecho a que yo hiciera lo mismo. No solo
le había visto desnudo en el río, ahora también había desnudado su alma.
―Sí, tú me… me gustas mucho.
Tengo que reconocer que me atraes muchísimo ―le confesé en un susurro con las
mejillas ruborizadas. La pulsera empezó a hacerme cosquillas otra vez y tuve
que ponerle la mano encima para que parase―. Pero no sé si solo es eso, y no
quiero hacerte daño si luego no surge nada más. Por eso necesito darme tiempo y
que nos tomemos las cosas con calma ―aunque ahora mismo me lanzaría a tus
brazos, pensé para mis adentros. Apreté mi muñeca para retener mis manos―.
No te imaginas lo especial que eres para mí, y sé que es muy egoísta por mi
parte, pero no quiero perderte. Estar sin ti, me aterra. Mi mundo estaría vacío
si no estuvieras conmigo.
―Eso ya es un gran paso ―me
dijo, sonriente. Posteriormente, su rostro cambió y me clavó su penetrante
mirada―. Sea lo que sea lo que elijas, yo siempre estaré contigo, no tienes de
qué preocuparte ―me acarició la mejilla y murmuró con voz firme―. Te prometo
que nunca me iré de tu lado.
Peleé con todas mis fuerzas,
pero fue imposible, mis brazos actuaron por su cuenta. Se alzaron solos para rodear
su cuello y, sin querer, mi frente se acercó demasiado y se quedó rozando la
suya. Empecé a respirar con dificultad al tener esos ojos y esos labios tan
cerca.
―Si haces esto muy a menudo,
me costará mucho tomarme las cosas con calma, Nessie ―me susurró con su sonrisa
torcida―. Ahora mismo solo me apetece besarte.
Y yo me moría de ganas de
que lo hiciera, pero sabía que tenía que ser fuerte y resistirme. Aun así, mi
cuerpo no hizo amago de apartarse de él. Palpité cuando sus manos se colocaron
en mi cintura, y empecé a quedarme sin aire. La pulsera me hizo cosquillas de
nuevo, aunque esta vez lo hacía como loca, parecía que se iba a poner a dar
vueltas en mi muñeca. Cállate, no le puedo besar, le contesté en mi
mente. Empezaba a pensar que estaba chiflada, ¿por qué hablaba con una pulsera?
Para colmo, no me hacía ni caso. Seguía vibrando, empujándome hacia sus labios.
―Si quieres, puedes besarme
y probar a ver qué pasa ―murmuró con la misma sonrisa―. No me importa, es más,
estaría encantado.
―Jake, no… no voy a hacerlo ―intenté
que la voz pareciera lo más creíble posible.
―Entonces… ¿por qué sigues
ahí? ―me rebatió. Esperó a mi respuesta,
pero yo no podía articular ni una palabra. Otra vez sentía esa fuerza hechizante
que me llevaba a él sin remedio. Al ver que no me movía, sus manos me empujaron
hacia él y me arrimó a su cuerpo, haciendo que nuestros rostros ya se tocaran.
Las mariposas casi no entraban en mi estómago―. Lo siento, pero no puedo
evitarlo ―me dijo entre susurros, acariciando el lateral de mi nariz con el
suyo―, la tentación es demasiado fuerte para mí. Si no quieres que te bese,
tendrás que apartarte tú.
No me alejé de él ni un
milímetro. Me apretó contra él con firmeza y noté su abrasadora respiración en
mis labios. Mi cuerpo se estremeció, haciendo que por mi boca saliera un jadeo
tan suave como un susurro, y noté cómo toda mi voluntad se hacía añicos, las
mariposas explotaban para extenderse por todo mi organismo. Ahora solo quería
que me besase, lo deseaba con todas mis fuerzas, casi con urgencia. La pulsera
dejó de vibrar al rendirme.
―Te gusto más de lo que
crees… ―me susurró en los labios.
―Jake… ―le supliqué con un
hilo de voz, para que me besase de una vez, atrayendo con fuerza su cuello y
pegando más su rostro al mío.
De repente, se oyó un fuerte
chasquido y giramos levemente nuestras caras para mirar en esa dirección,
alertados, aunque ninguno tuvo intención de apartarse.
Me quedé helada cuando vi de
dónde venía el crujido, y me separé de Jacob inmediatamente. Mi madre estaba
detrás de un árbol, observándonos con el semblante horrorizado, y tenía una
rama bastante gruesa en la mano. La había roto, de ahí el chasquido.
―¡Mamá, ¿qué haces ahí?! ―le
pregunté, enfadada a la vez que sorprendida y algo apurada―. ¡¿Es que… es que
nos estabas espiando?! ¡¿Cuánto llevas aquí?!
Mi cara se iba poniendo roja
a medida que hacía las preguntas y yo misma me daba cuenta de la situación.
―Fue sin querer ―empezó a
explicar ella mientras Jacob se cruzaba de brazos y miraba al otro lado con el
ceño clavado en los ojos―. Nahuel me dijo que estabais aquí y vine para ver qué
tal te había ido el día. Cuando me acerqué y vi que estabais… ocupados, me
quedé detrás del árbol para no molestaros. Ya me iba a marchar, pero me apoyé
demasiado en la rama y se rompió.
―Vamos, Bella ―se quejó Jake,
mirándola con ojos acusadores―. ¿Un vampiro que se apoya en una rama y la
rompe? A mí me parece que lo has hecho adrede para que no la besara ―soltó sin
cortarse un pelo.
Mamá pareció ponerse
nerviosa con la recriminación y yo me puse como un tomate.
―¿Por… por qué iba a hacer yo
eso?
―Está más claro que el agua ―siguió
hablando Jacob mientras mamá me miraba con gesto preocupado, mordiéndose el
labio y frotándose las manos con nerviosismo―. No quieres ver que Nessie ya no
es una niña.
Mi madre movió sus ojos
extrañados rápidamente hacia Jacob al oír esas palabras, como si discutieran de
temas diferentes, y luego se relajó un poco.
―Eso ya lo veo, pero…
Jake se levantó y se acercó
a ella, mirándola de frente.
―Sé que esto es difícil para
ti, pero tienes que aceptarlo. Ahora es una mujer, Bella, mírala ―me señaló con
la mano y mi madre giró la cabeza para hacerlo―, prácticamente aparentáis la
misma edad.
Mamá se quedó un rato en
silencio, mirándome pensativa, y luego se volvió hacia él.
―Por eso mismo, Jacob ―dijo
con inflexibilidad―. Deberías tener cuidado, y más en lo referente a tu…, ya
sabes.
―Puedes decirlo abiertamente,
acabamos de hablar del tema. Ya sabe que estoy imprimado de ella ―le contestó
él, mirándome con el labio curvado hacia arriba.
No me quedó otro remedio que
corresponderle con una sonrisa tímida.
―¿Ya… ya se lo has dicho? ―mi
madre se puso nerviosa otra vez y empezó a pasear de aquí para allá, con las
manos haciéndose un lío―. Pero… pero os ibais a… ¿Eso significa que… ella y
tú…?
―Eso no es asunto tuyo, mamá
―le corté, enfadada, mientras me ponía de pie.
Ya estaba más que harta de
que mi vida privada pareciera un tablón de anuncios con mis padres. ¿Es que
también me tenía que desnudar yo,
en sentido figurado, delante de ellos?
―Tienes que confiar en mí,
sabes que yo nunca le haré daño ―le respondió Jake―. Y también tienes que
confiar en ella, ya es mayorcita. Lo siento, Bells, pero tienes que asimilarlo,
no te puedo decir más.
Mi madre deambulaba a toda
velocidad, mirando al suelo como si hubiese perdido algo.
―No quiero hablar más de
este tema ―sentencié―. Es algo entre Jacob y yo, punto ―agarré a mi imprimado
de la mano y me dirigí al tronco―. Ahora, si nos disculpas… ―le sugerí mientras
me sentaba y tiraba de él para que hiciera lo mismo.
Cuando mi madre levantó el
rostro, me di cuenta de que tal vez me había pasado.
―Sí, claro… ―me contestó con
la voz temblorosa y sus dorados ojos, vidriados―. Tengo… tengo que irme.
Genial. Ahora me sentía
culpable.
―Mamá, espera ―suspiré. Me
levanté y me acerqué a ella―. Sabes que te quiero, pero tienes que entender que
ya he crecido ―miré a Jake de reojo y cuchicheé―, y que hay cosas que no te puedo contar ahora
mismo.
Tomó aire, más tranquila, y
empezó a hablar.
―Vale, no hace falta que me
des explicaciones. Tienes razón, a veces me da la sensación de que todavía eres
mi pequeña y no me doy cuenta de que eres toda una mujercita. Pero tú también
tienes que entender que tener una hija de seis años que es adolescente, es un
poco difícil ―le salió una sonrisa forzada, aunque sirvió para que yo le
sonriera de verdad.
―Sí, debe de ser todo un
coñazo, la verdad ―añadió Jake con otra burlona.
Le dediqué una mueca.
―En fin, me voy, ya os veo
en casa ―me dijo mamá, dándome un beso en la frente―. No vengáis muy tarde,
mañana tienes clase.
―Sí, hasta luego ―me despedí
mientras mi madre se daba la vuelta y Jake decía adiós con la mano.
Me quedé de pie hasta que se
perdió entre la espesura del bosque, en dirección a la gran casa.
Jacob dio otras palmaditas
en el tronco para que me sentara a su lado, y así lo hice.
―Vaya, tu madre qué
oportuna. Bueno, ¿por dónde íbamos? ―me insinuó con un tono pícaro, cogiéndome
de la cintura.
―¡Jake! ―me quejé,
despegándole las manos mientras se reía.
―Vale, vale. Lo siento, pero
tenía que intentarlo. Es que no lo puedo evitar, ya sabes, la imprimación y
todo eso.
―Me parece que lo que a ti
te pasa es que eres un sinvergüenza ―le acusé, cruzándome de brazos con el ceño
fruncido.
―Está bien, perdona. Tiempo,
tiempo ―se recordó con su sonrisa torcida. Suspiré, con los labios curvados
hacia arriba sin poder evitarlo―. ¿Qué tal tu cita con esa garrapata?
―No estuvo mal, la verdad es
que me lo pasé bastante bien ―le restregué un poco como venganza―. Vamos a
quedar otro día.
―No me fastidies, Nessie ―protestó,
visiblemente molesto―. Sabes que ese tío no es de fiar.
―Pues a mí me parece un
chico muy agradable y educado. Hasta me apartó la silla para que me sentase…
―¡Por favor! ―se rio―. Eso
te lo puedo hacer yo a partir de ahora, si quieres. No me digas que vas a
quedar con él solamente por eso.
―Y porque me parece un buen
chico.
―¿Lo dices en serio? ¿Vas a
volver a quedar con él? ―preguntó, incrédulo.
―Sí.
Se cruzó de brazos y miró al
horizonte con las cejas hundidas sobre los ojos.
―Ese tío no me gusta ni un
pelo, tiene el alma negra ―murmuró, enfadado.
―Lo que te pasa es que estás
celoso, por eso no le puedes ver ―le achaqué, poniéndome de pie y quedándome
frente a él.
―Por supuesto que lo estoy ―admitió,
mirándome fijamente―. Pero, además, ese parásito ha venido para llevarte con él
a la selva. ¿Crees que no lo sé? No pienso permitírselo.
―Yo no me voy a ir a ninguna
selva ―afirmé, riéndome.
―Por eso quiere hacerlo a la
fuerza ―explicó, apretando los dientes con rabia.
―¿A la fuerza? ¿Qué estás
diciendo, Jacob? ―interrogué, escéptica.
―Piensa lo que quieras, pero
a mí no me engaña. Lo presiento, sé que trama algo ―gruñó―. Veo cómo me mira,
con esa cara de asco. Quiere separarte de mí porque piensa… ―se llevó la mano a
la nuca, nervioso.
―Jake, ¿qué pasa? ―inquirí,
ahora preocupada, sentándome en su pantorrilla derecha y agarrándome a su
cuello con un brazo.
Me sujetó por la cintura y
miró al suelo, pensativo, con cara de malas pulgas.
―Es asqueroso, no quiero que
lo oigas ―dijo, sacudiendo la cabeza―. Solo te diré que piensa que somos
especies diferentes.
―Qué tontería. ¿Por qué iba
a pensar eso? Además, de ser así, mi padre lo sabría ―le sonreí para que se
relajara―. Sigo diciendo que te dejas llevar demasiado por tus celos.
Tardó un poco, sin embargo,
mi sonrisa pareció funcionar. Jake me cogió la mano derecha y entrelazó mis
dedos con los de su mano izquierda.
―No me creas, si no quieres.
Pero ya lo verás, algún día toda la verdad saldrá a la luz.
Nos miramos durante un instante
y suspiré, cansada.
―¿Qué has hecho tú hoy? ―le
pregunté para cambiar de tema.
―He ido a patrullar con las
dos manadas. Ya tengo ganas de que vuelva Sam, no soporto cómo me tratan todos ―resopló―.
Tanto respeto me pone de los nervios.
―¿Cuándo va a volver?
―Dentro de tres días, más o
menos.
―¿Y por qué no te gusta cómo
te tratan? Que te respeten, mola.
―¡Uf, qué va! No puedo estar
tranquilo. Levanto una pata y ya los tengo a todos detrás de mí esperando una
orden o algo. Imagínate a veintidós lobos mirándote con cara de alelaos.
―Eso es porque una orden del
Gran Lobo es un gran honor ―declaré con una risilla.
―Sí, lo sería si yo fuera el
Gran Lobo, pero como no lo soy…
―¡Qué pesado! ―exclamé,
riñéndole―. El único que no lo ves eres tú.
―¿Y tú sí lo ves? ―murmuró,
sonriéndome.
―Ya te he dicho muchas veces
que sí ―le correspondí la sonrisa a la vez que le acariciaba la nuca con los
dedos.
―¿Y qué te parece que el
Gran Lobo se haya imprimado de ti? ¿También es un gran honor? ―me preguntó,
flirteando.
―Por supuesto ―afirmé sin
pensármelo dos veces. De pronto, yo misma me di cuenta de que así era y me
quedé mirándole embobada, como una tonta―. Es el mayor de todos ―susurré, al
hilo de mis pensamientos.
―Entonces, creo que a partir
de ahora me empezará a molar ―me contestó, satisfecho.
Nos sonreímos y acerqué mi
frente al pelo que nacía de la suya mientras él me daba una palmada en la
cintura.
―Por cierto, no me ha dado
tiempo de preguntarle a los ancianos lo de tu pulsera ―me dijo, soltándome la
mano para acariciar el aro de cuero y darle vueltas con el dedo. Retiré mi
frente de su cabeza para mirar la pulsera, sosteniendo la palma en el aire―.
¿Ha vuelto a vibrar o algo? ―quiso saber.
Su pregunta, y que fuera
formulada por él, me hizo caer en ello. Nunca me había parado a pensarlo hasta
ese momento. Me di cuenta, con absoluto asombro, de que la pulsera producía dos
tipos de vibraciones y que eran completamente diferentes. Cuando había vibrado
con mi madre, un vampiro, lo había hecho fuerte, como un móvil; era un aviso,
aunque todavía no entendía de qué, y si notaba peligro, soltaba esa especie de
explosión. Sin embargo, siempre que vibraba muy suave, como un cosquilleo,
tenía que ver con Jacob. Lo había hecho hacía un rato, y podía sentirlo, la
entendía perfectamente; la pulsera me pedía que me acercara a él, que me dejara
llevar, que le besara. Me pregunté si sería porque era una pulsera de
compromiso, aunque él no me la hubiera regalado exactamente en ese sentido. Yo
misma me quedé perpleja ante mi descubrimiento. La pulsera me protegía de los
vampiros completos, pero también me unía a Jacob.
―Bueno, no me ha vuelto a
tocar ningún vampiro ―le contesté, encogiéndome de hombros, para evitar
contarle lo que acababa de esclarecer mi mente y que me daba tanta vergüenza
confesarle.
―De todos modos, mañana le
preguntaré al Viejo Quil ―afirmó. Me cogió de la mano otra vez y suspiró―. Tenemos
que irnos a tu casa, está oscureciendo.
―Sí, es verdad.
Me puse de pie y tiré de él
para levantarle, pero pesaba tanto ―y encima él hacía fuerza para el contrapeso―,
que ni lo moví. Se empezó a carcajear cuando lo agarré de las dos manos, apoyé
el pie en el tronco para hacer más fuerza y, aun así, no podía con él. Otra vez
me sentí un semivampiro raro. Nuestras fuerzas eran equivalentes, pero él
seguía siendo más fuerte que yo; además, esa no era una de mis cualidades,
precisamente. Al final, me reí yo cuando me lancé a su costado para hacerle
cosquillas y se levantó de un brinco. Me pasó el brazo por el hombro y nos
dirigimos a mi casa dando un tranquilo paseo entre bromas.
VÍNCULO
La verdad es que Nahuel no
puso muy buena cara cuando nos vio entrar en casa agarrados. Por supuesto,
Jacob le gruñó al pasar a su lado de camino a la cocina y yo tuve que regañarle
un poco, pero en cuanto traspasamos la puerta de la misma, mi mejor amigo se
puso a silbar y empezamos a preparar la cena como si nada. Le pregunté a Nahuel
si quería cenar con nosotros, con el correspondiente medio enfado de Jake,
aunque volvió a sonreír en cuanto escuchó a nuestro invitado decir que prefería
ir de caza por la mañana. Cuando uno prefiere la sangre fresca, se puede
aguantar mucho sin comer otra cosa, así que no me extrañó.
Después de cenar y recoger
la cocina, subimos a mi habitación. Me puse mi camisón de Snoopy y,
mientras yo hacía unos deberes que había dejado para última hora, Jake se puso
a ver esa vieja revista de coches antiguos que ya había visto quinientas veces
pero que le seguía encantando. Me dio un poco de pena quedármela, sabiendo que
era su favorita, aunque él insistió en que lo hiciera.
Cuando Jake se quitó la
camiseta para irse a dormir al pasillo, me percaté de que se tendría que
desnudar para transformarse ―si no quería destrozar su ropa― y la imagen del
río barrió cualquier otro pensamiento de mi mente. Le pregunté tímidamente, por
curiosidad más bien, si se quitaba la ropa en pleno pasillo y se rio a
carcajadas. Después de hacerme enfadar con sus típicas bromas, me explicó que
se quitaba los pantalones en el baño y que se transformaba saliendo por la
puerta por si a mi tía la Barbie se
le ocurría pasar por allí.
Por la noche, ya en la cama,
me costó mucho conciliar el sueño. No dejaba de pensar en la imagen de Jacob
caminando desnudo por el río, en su imprimación, en la pulsera… Al final, me
dormí por puro agotamiento.
Jake me llevó al instituto
en la moto, aprovechando que había pocas nubes en el cielo. La había traído el
día anterior, ya que tenía que reparar su coche. Me encantaba ir en su Harley
Sprint negra, agarrándome a su cuerpo calentito y sintiendo la sensación de
libertad, aunque en esta ocasión mi padre me obligó a ponerme el casco y ya no
era lo mismo. Me despedí de él cuando vi a mis amigas y, por supuesto, Brenda
no le quitó ojo hasta que entramos en el recinto.
Por alguna razón, ese día se
me hicieron las clases larguísimas. Hasta que llegó la hora del almuerzo, casi
me parecía que ya había pasado una semana entera. Hablamos de lo que habíamos
hecho el fin de semana, aunque yo tuve que maquillar muchas cosas, como el
partido de béisbol, y omitir otras, como la persecución de un posible
licántropo. A Brenda casi se le cerraban los ojos de la rabia cuando le dije
que había pasado toda la tarde del domingo con Jacob a solas, si le llegara a
decir que le había visto desnudo y que estaba imprimado de mí, me hubiera
clavado el cuchillo. Me reí con malicia en mi fuero interno.
Por fin, las clases
terminaron, y cuando salí del centro con mis amigas y me despedí de ellas como
era debido, me acerqué a Jake corriendo para abrazarle y olerle. Me di cuenta
de que eso era lo que había estado esperando durante todo el día. Podía sentir
la mirada de odio de Brenda clavada en mi espalda, eso hizo que lo abrazara más
fuerte, para gusto de él ―y mío, para qué negarlo.
―He hablado con el Viejo
Quil sobre tu pulsera y quiere verte ―me anunció mientras me daba el casco.
―¿A mí? ―pregunté,
extrañada.
―Sí, quiere hacerte algunas
preguntas, nada más. No te importa, ¿no? ¿O tenías algún plan?
―No ―me encogí de hombros―.
En realidad, me apetecía ir a La Push para ayudarte en tu garaje, así que...
―Genial ―contestó él con una
sonrisa.
Me puse el casco y me subí a
la moto después que él. Brenda se moría de la envidia cuando me arrimé todo lo
que pude a Jacob y le rodeé con mis brazos, palpándole el pecho con las manos.
Esta vez no me reí, me carcajeé con maldad en mi interior. El casco me tapaba
el rostro enrojecido pero lleno de satisfacción, y además Jacob estaba
disfrutando de lo lindo. ¿A quién le iba a amargar un dulce de vez en cuando?
Salimos a toda velocidad del
aparcamiento del instituto y nos encaminamos hacia La Push.
Enseguida divisamos la casa
de Jacob, para mi desgracia; el viaje se me había hecho demasiado corto.
Llevamos la moto al garaje y nos dirigimos caminando a casa del Viejo Quil.
Mientras paseábamos, me fijé en una cicatriz curada, pero de un reciente color
rosado, en el brazo de Jacob.
―¿Qué te ha pasado aquí? ―le
cogí el brazo y se la señalé.
―Ah, nada. Hoy casi me
muerde un vampiro ―me contestó tan tranquilo.
Yo me paré en seco y él tuvo
que detenerse.
―¿Cómo que casi te muerde? ―le
pregunté, asustada.
―Sí, bueno, solo me rozó un
poco ―dijo, encogiéndose de hombros mientras miraba su cicatriz.
―¿Que te…? ¡¿Que te rozó?! ―mi
voz empezaba a teñirse de miedo histérico.
―Nessie, tranquila ―se puso
frente a mí y me sujetó por los hombros mientras yo seguía con la boca abierta
y la cara horrorizada―. Al final no ha sido nada, ¿ves?
―Jake, si te llega a morder…
te hubiera… envenenado… y habrías… ―mi boca se negaba a pronunciar la palabra.
―¿Crees que soy idiota? ―me
respondió con una sonrisa―. No me iba a dejar morder, además, gracias a eso le
cogimos y acabamos con él. No te olvides de que tengo a veintidós lobos a mi
disposición.
Me pasó el brazo por el
hombro y me obligó a caminar.
―¿Qué quieres decir con gracias a eso? ―algo me decía que no era
nada bueno. Jacob se mordió el labio, pensativo, sin dejar de mirar al frente―.
¿Jake? ―le azucé.
―Está bien, pero no te
asustes ni nada, ¿vale? ―solo esa frase ya me daba miedo. Me miró para ver si
decía algo y volvió la vista al horizonte para seguir hablando―. Son
estrategias de lobos. Normalmente nunca llegamos tan lejos, pero no tuvimos
otro remedio que hacerlo así. Ese vampiro no hacía más que perseguirme, me
quería a mí, así que me puse como cebo para que los demás le cogieran.
Un temblor empezó a recorrer
mis piernas solamente con el flash
de la imagen en mi cabeza.
―¿Como… como cebo? ―murmuré,
parándome de nuevo.
―Ya te digo que nunca lo hacemos,
pero como me perseguía a mí y no ponía en peligro a nadie, se me ocurrió
engañarle y tenderle una emboscada. Cuando creía que me tenía, ¡zaca! ―gesticuló
con el brazo libre―, mis hermanos salieron y se lo ventilaron ―comenzó a reírse
con malicia―. ¡No veas la cara que se le quedó a ese chupasangres!
Y la mía en ese instante
debía de ser todo un poema.
―¡No lo vuelvas a hacer
nunca más, Jacob! ―le regañé, deshaciéndome de su brazo y poniéndome frente a
él―. ¡Te has puesto en peligro a ti, ¿te parece poco?! ¡Podías haber muerto! ―al
oír mis propias palabras, me invadió la misma sensación que el sábado en el
coche cuando nos perseguía ese licántropo, y tuve que darme la vuelta para
apoyarme en un árbol y ocultar mi rostro. Jacob se quedó detrás de mí, en
silencio―. Ya sé que cazar vampiros es peligroso y que arriesgas tu vida todos
los días ―murmuré con voz queda―. Y sé que es algo que tienes que hacer, has
nacido para eso, lo acepto. Pero no acepto que te arriesgues innecesariamente
hasta ese punto, me niego ―susurré con rabia, girándome hacia él para mirarle a
los ojos―. Me niego a perderte, y mucho menos por eso.
―Lo… lo siento ―musitó,
acercándose a mí.
―Prométeme que nunca más lo
volverás a hacer ―le pedí con firmeza.
―Te gusto más de lo que
crees ―me soltó de sopetón, con una sonrisa.
―¡Jake! ―protesté.
―Vale, vale. Te doy mi
palabra ―me respondió, serio, levantando la mano.
―Bien ―resoplé.
Le cogí de la misma y tiré
de él para iniciar la marcha. Anduvimos un rato en silencio por el camino que
daba a la casa del anciano. El Viejo Quil vivía cerca de la playa y enseguida
la divisamos al iniciar la senda que daba a la arena.
La casita era la típica
edificación quileute hecha de madera. Era de una sola planta rectangular ―como
la de Jacob―, bastante vieja, y tenía un color verde apagado por los efectos
del mar y el tiempo. Tenía un pequeño porche que daba a la playa en una de las
paredes menos cortas, salvado por dos escalones, y albergaba la puerta de
entrada y dos pequeñas ventanas a cada lado sin adorno alguno.
Jacob dio dos toques a la
puerta y me llevó de la mano al interior de la casita sin pedir permiso al propietario.
Después de pasar por un diminuto vestíbulo que solo constaba de un estrecho
taquillón de los años sesenta para dejar las llaves y un espejo, pasamos a la
salita, donde nos esperaba el Viejo Quil sentado en una butaca tan vieja como
él, junto a Billy, Sue y Sam, que también se encontraban allí.
Me empecé a poner nerviosa
al ver demasiada gente, ya que solamente contaba con el anciano Quil Ateara,
aunque acto seguido fue sustituido por el asombro. Los tres miembros del
Consejo que podían caminar se levantaron nada más ver a Jacob, y Billy se quitó
del medio para dejarle paso, lo cual me sorprendió el doble, tratándose de su
padre.
Me di cuenta de que esto no
iban a ser unas simples preguntas. Algo pasaba con mi pulsera, que levantaba
tanta expectación entre el Consejo, y eso no era nada habitual. Miré a Jake
para ver si su rostro me explicaba algo y lo único que vi es que él estaba tan perplejo
como yo.
―¿Qué pasa? ―preguntó―. ¿Por
qué estáis todos aquí?
―Sentaos ―nos invitó Billy,
señalando el sofá.
Jacob asintió y me llevó con
él hasta el asiento.
―¿Os apetece tomar algo? ―nos
ofreció Sue.
―¿Quieres algo? ―me preguntó
Jake.
―No, gracias ―les contesté a
los dos mientras me sentaba.
―Nah, pues yo tampoco ―le
dijo Jacob, haciendo lo mismo.
Me percaté de que los demás
no tomaron asiento hasta que él lo hizo. Estaba alucinada. Sue, miembro del
Consejo, y Sam, jefe de la tribu, nos habían dejado el sofá y habían cogido
unas banquetas de la cocina para sentarse. Los cuatro estaban frente a nosotros
con ojos intrigados y expectantes.
―Nessie, cuéntanos lo que
puede hacer tu pulsera de compromiso, por favor ―me pidió el Viejo Quil con
suma amabilidad, pronunciando las palabras lentamente.
Me arrepentí enseguida de no
pedir un vaso de agua o algo. Solo escuchar compromiso
de boca del Consejo, ya hizo que se me subiera la sangre a la cara y me latiera
el corazón a mil por hora, puesto que esa pulsera tenía un significado algo
diferente para ellos que para nosotros. Para colmo, el hecho de que yo
estuviera sentada junto a Jacob con nuestras manos unidas, lo empeoraba. Pero
era más la curiosidad que tenía de saber qué les pasaba con la pulsera, que
todo lo demás, y no tenía fuerzas para soltar su mano, necesitaba tenerla
aferrada para no salir corriendo. Al menos, Billy sabía que me la había
regalado cuando era pequeña y que no había sido en ese sentido. Intenté no
darle importancia. Tragué saliva y me concentré en el resto de la petición.
―La pulsera… ―miré a Jake y este
me acarició la mano, infundiéndome confianza. Tomé aire y hablé―. La pulsera
vibra y me protege de los vampiros completos cuando siente que estoy en
peligro.
El Viejo Quil me observó con
sus arrugados ojos, pensativo, mientras los demás se miraban unos a otros un
poco perdidos.
―¿Cuántas veces lo hizo y
cómo? ―me preguntó con la misma tranquilidad.
Su manera de hablar lenta y
pausada hizo que me sintiera más relajada. Pensé que, después de todo,
solamente era una conversación entre amigos y, de paso, yo me enteraría de por
qué mi pulsera levantaba tanta curiosidad.
―Bueno, solo lo hizo una vez
―comencé a explicar―. Estaba en el bosque con mi madre, mostrándole con la mano
unas… ―dudé― imágenes ―lo mejor era soltarlo todo seguido, así no me costaría
tanto―. Ella me sujetó la muñeca demasiado fuerte sin darse cuenta y me hizo
daño. Entonces, la pulsera reaccionó y vibró una sola vez, pero lo hizo con
tanta energía, que produjo una especie de onda expansiva que le empujó la mano y
el brazo hacia atrás.
Se hizo un mutismo.
―Dime, ¿esas imágenes que le
mostrabas a tu madre eran de Jacob?
―Sí… ―reconocí, un poco
avergonzada y extrañada de que lo supiera.
―Y dices que ella, cuando
las vio, te hizo daño al apretarte la muñeca ―me repitió para ratificar lo que
yo había dicho.
―Sí ―volví a afirmar.
Se hizo un murmullo
generalizado que no comprendí y miré a Jake; este se encogió de hombros. El
Viejo Quil permanecía con su rostro imperturbable mientras asentía con
entendimiento.
―¿Qué más hace la pulsera? ―preguntó
el anciano a la vez que todo el mundo se callaba para prestar atención―. Dices
que vibra, ¿verdad?
―Ajá, de dos maneras
diferentes, ¡uy! ―me tapé la boca con la mano inmediatamente al darme cuenta de
que se me había escapado.
―Eso no me lo habías dicho ―me
recordó Jake―. Ayer me dijiste…
―¿Cómo que de dos maneras? ―le
cortó el Viejo Quil con los ojos abiertos de par en par por la sorpresa, casi
parecía que le habían desaparecido las profundas patas de gallo.
No me quedaba otro remedio
que decir la verdad. Ahora tendría que tragarme la vergüenza con Jacob y
decirlo delante de toda esa gente.
―¿Me… me puedes traer un
vaso de agua, por favor? ―le pedí a Sue.
―Claro, cielo.
Todo el mundo, incluido
Jake, se quedó en silencio, con la mirada fija en mí, esperando a que yo
hablase; hasta que Sue volvió con el vaso de agua. Le di dos buenos tragos, lo
posé en la pequeña mesita de madera que había delante del sofá y respiré hondo
para hablar.
―Vibra de dos formas: una
fuerte, como un móvil, y otra muy suave, como un cosquilleo ―admití.
El Viejo Quil se quedó
pensativo, con la mano en la barbilla.
―¿Cuándo vibra fuerte? ―preguntó
al fin.
―Pues, también fue en una
sola ocasión. Fue después de que la pulsera rechazara a mi madre empujando su
mano ―Jacob me miraba alucinado, no se podía creer que no le hubiera contado
nada de esto―. Mi madre estaba cabreada con Jake por haberme regalado una…
pulsera mágica y dijo algo de él que me molestó. Luego, la pulsera vibró como
un móvil.
―¿Qué sentiste cuando lo
hizo?
Me empezaba a sentir como en
un psicólogo o en un juicio de esos de la tele.
―No… no sé. Me… enfadé,
creo. Me enfadé mucho.
Sin levantarse de la butaca,
el anciano Quil Ateara colocó el bastón entre sus frágiles piernas y apoyó sus
manos en él, con el gesto reflexivo otra vez.
―Bien, esta parte la tengo
clara, pero hay algo que no comprendo aún. Me gustaría saber cuándo vibra suave
―dijo.
¡Uf! Ahora venía la parte de
la que no quería hablar mucho. Cogí el vaso y bebí otro poco de agua.
―Cuando… cuando estoy con
Jake ―murmuré con las mejillas ruborizadas.
―¿Ahora está vibrando? ―me
preguntó Billy mientras todos se acercaban a la pulsera para mirarla.
―No, no ―contesté con una
risa nerviosa, negando con las manos―. Y
nunca vibra literalmente ―le aclaré―. Creo que es algo que solamente noto yo,
no sé, simplemente puedo sentirla. Aunque no estoy segura, cuando rechazó a mi
madre, sí que pegó un bote de verdad ―pensé en voz alta.
―Dices que ahora no está
vibrando. Entonces, cuando estás con Jacob, ¿cuándo lo hace? ―intervino el
Viejo Quil.
Nunca imaginé que iba a
pensar esto, pero echaba de menos la lectura mental de mi padre, así no tendría
que explicarlo todo yo.
―No sé… ―cogí el vaso de la
mesa―. Cuando… cuando está muy cerca.
―Es cuando te toca o te
besa, ¿verdad?
―Puede ser, no sé… ―contesté,
murmurando las palabras muy rápidamente.
Jacob dio un brinco en el
sofá de la emoción y yo me tragué lo que quedaba de agua.
―¿Y te advierte de él o te
acerca?
―¿Advertir de qué? ―preguntó
Jake, indignado.
―Me… me acerca ―respondí con
un susurro.
―¿Ves? Esa es mi pulsera ―mi
mejor amigo se puso a frotar el aro―. Chica lista ―la dijo.
Quil Ateara se quedó
meditando un minuto en silencio.
―Bueno, quiero hacer una
prueba para comprobar una cosa ―propuso finalmente.
―¿Una prueba? ―repetí con
ignorancia.
―Sí, para ver si vibra y por
qué. Jacob, bésala ―le mandó el anciano.
Pasé del pálido al rojo
absoluto en cuanto terminé de digerir esas palabras, y lo peor es que no me
quedaba ni una gota de agua en el vaso.
―Bueno, es que nosotros no… ―intentó
decir Jake.
―Todavía no son novios, Quil
―le interrumpió Billy con un cuchicheo.
¿Todavía? Iba a hablar, pero
Jake me pisó el pie con intención para que no abriera la boca.
―¿Cómo que no? Ella lleva la
pulsera de compromiso ―contestó el Viejo Quil, incrédulo, señalándome con el
báculo.
―Sí, pero ya sabes que se la
regaló cuando era una niña pequeña. No tiene el mismo significado para ellos
que para nosotros ―le explicó Billy, para mi total agrado.
―¡Tonterías! ―bramó el
anciano, golpeando con el bastón en la mesa y haciéndonos saltar a todos en los
asientos, incluido a mi vaso, que estaba posado en el mismo mueble. Aunque
estaba muy mayor, tenía una voz de lo más potente―. ¡Me imagino que ahora ella
sabe de sobra el significado que tiene esa pulsera, ¿no?! ¡Si la sigue llevando
será por algo! ¡¿Verdad?! ―me interrogó con los ojos furiosos.
―¿Eh? Ah, sí… Sí, claro ―le
contesté, sonriéndole con nerviosismo.
Jacob me miró como si me
fuera a matar, pero cualquiera le llevaba la contraria a ese anciano, ahora
entendía que me hubiera pisado el pie antes.
―¿Lo ves? ―le reprochó
Ateara a Billy; este puso los ojos en blanco―. Bien ―se volvió a acomodar en la
butaca, más tranquilo―, ahora, bésala ―le dijo a mi mejor amigo, invitándole
con la mano.
―Esto… Es que yo no… ―Jacob
se llevó la mano a la nuca, incómodo―. Todavía… todavía no la he besado nunca ―soltó
finalmente.
A Sam se le escapó una risa
cortada mientras intentaba ponerse serio y Jake le sacó el dedo corazón, con
cara de malas pulgas.
―Bueno, pues aprovecha ahora
para hacerlo ―le instó Quil Ateara―. Dale tu primer beso, eso será aún mejor
para lo que quiero comprobar.
Sam ya casi no podía
aguantar la risa y estaba contagiando a Billy, que empezaba a curvar la
comisura de su labio hacia arriba, aunque no sabría decir si era más bien
alegría de que su hijo tuviera la oportunidad tan a tiro. Sue era la única que
se comportaba como si fuera lo más normal del mundo. Le di un codazo a Jake
para que hiciera algo.
―Es que aquí… delante de todo
el mundo…
―¡Que la beses ya, demonios,
no tengo toda la tarde! ―le bufó Ateara, alzándole el bastón―. ¡Hay que ver qué
juventud, unos mucho y otros nada!
―Vale, vale ―le contestó
Jake, intimidado.
Se giró hacia mí y
carraspeó. Antes de que me diera tiempo a abrir la boca para protestar, me dio
un pico en los labios rapidísimo que ni noté, para estupor de los allí
presentes y mío, y volvió a su posición en el sofá.
Sam no pudo aguantar más y
se le escapó la risa. Tuvo que agachar la cabeza y taparse con la mano,
mientras negaba y se carcajeaba en voz baja.
―¡Por el amor de Dios,
chico! ―exclamó Ateara, enfadado―. ¡¿De verdad tú estás imprimado de ella?!
―Sí, por supuesto ―respondió
Jake, un poco ofendido por la duda.
―¡Pues dale un beso como
Dios manda, diantre! ―volvió a gritar el Viejo Quil, amenazándole con el cayado―.
¡Si no la besas en condiciones, no podré comprobar lo de la pulsera, y tengo que
hacerlo, es muy importante!
―Venga, hijo. Ahora no dejes
mal el apellido. Un Black siempre cumple ―le pinchó Billy.
Qué bien, y ahora el otro.
Jake resopló y se giró de
nuevo hacia mí.
―A veces estás mejor
calladita ―me cuchicheó al oído muy bajito mientras se arrimaba a mí y
disimulaba que se ponía cómodo―. Ahora cree que estamos prometidos, así que no
puedo negarme y tengo que besarte. No sabes cómo es este viejo cuando se
cabrea.
―Serás caradura ―murmuré
entre dientes.
―Si quieres, voy a por Emily
y te enseño cómo se hace ―le sugirió Sam, mofándose, al ver que tardaba.
―Vosotros haced como que no
estamos ―azuzó Billy, guiñándonos el ojo.
Jake les echó una mirada
asesina de reojo mientras colocaba la mano en mi mejilla.
¿Si rezaba mucho se abriría
la tierra para que pudiera meterme dentro y pudiera salir huyendo de allí?
Seguro que el centro de la tierra estaba menos caliente que mi cara. ¿De verdad
me iba a besar delante de toda esa gente?
Dos, cuatro, seis, ocho.
Podía notar los ocho pares de ojos puestos en nosotros, observándonos con suma
atención. Iba a levantarme y salir corriendo de allí, pero Jake me clavó su
decidida y penetrante mirada y me quedé paralizada. Entonces, ya no pude sentir
nada más que la llamada de sus pupilas y su mano tocando mi cara. Era esa
fuerza atrayente otra vez, me hechizaba y me dominaba por completo. Empezó a
aproximar su rostro al mío y noté las taquicardias y las mariposas de siempre.
La pulsera comenzó a hacerme las cosquillas, animándome a seguir, pero cuando
su frente me rozó, vacilé un poco y me aparté unos centímetros. Me daba
demasiada vergüenza que nos tuviéramos que dar nuestro primer beso delante de
todas esas personas. Nuestro primer beso, me dije, asombrada por mi
propio pensamiento. El aro de cuero rojizo me hizo cosquillas de nuevo y las
personas que nos rodeaban empezaron a desaparecer una por una, hasta que
quedamos él y yo, los dos solos. Ya no había nadie con nosotros, así que me
pude perder del todo en mis adorados ojos negros. Seguí el impulso de esa
fuerza mágica y me dejé llevar. Rodeé su cuello con mis brazos y pegué mi
rostro al suyo con vehemencia. Jacob deslizó la mano hacia mi nuca y empezó a
acercar sus labios a los míos…
―Bueno, ya es suficiente
para ver lo que quería ver ―nos interrumpió el Viejo Quil.
Su repentina y alta voz hizo
que los ocho pares de ojos aparecieran de pronto y con ellos sus propietarios.
Me aparté de Jacob instantáneamente, con toda la sangre en la cara.
―Podías haber esperado un
poco más, ¿no? ―gruñó Jake, molesto.
―Nunca he visto nada igual
en toda mi vida ―murmuró el anciano Quil Ateara, levantándose con el semblante
sobrecogido, sin hacer caso de la queja―. Es cierto ―se dirigió a mí―, no vibra
a ojos de los demás, nosotros no la hemos visto, pero todos hemos observado
cómo tú sí la sientes y, sobre todo, hemos notado la energía que desprendéis ―se
llevó la mano a su cabello blanco―. Es increíble, esto último es impresionante,
nunca había percibido una energía igual.
Pestañeé, estupefacta a la
vez que muerta de vergüenza. ¿Ellos también habían notado esa fuerza, energía o
lo que fuera, que me empujaba hacia a él?
―Ya sabes lo que significa
todo esto ―le dijo Billy con el rostro sobrio.
―Sí, es la prueba definitiva
―confirmó el Viejo Quil.
―Es Taha Aki, ya no hay
ninguna duda ―ratificó Sam, levantándose de su banqueta.
Los cuatro semblantes se
giraron para mirar a Jake llenos de admiración y profundo respeto. De pronto,
todo mi sofoco se vio sustituido por la misma sensación.
―¿Vais a empezar otra vez
con eso? ―protestó Jacob.
―Hijo, la pulsera la hiciste
con tus propias manos, yo mismo lo vi. Y esa energía es la prueba definitiva de
tu gran poder espiritual ―le explicó Billy, visiblemente impresionado.
―Tú llenaste esa pulsera de
tu amor ―intervino Sue, maravillada.
―La única pulsera que tenía
poderes era la que Taha Aki le hizo a su esposa ―siguió el Viejo Quil―, y ahora
la tuya también. Ya son demasiadas coincidencias, solo que esta tiene incluso
más poder que la original. Es asombroso.
―¿Cómo? Yo no… ―Jacob se
puso de pie mientras se llevaba la mano a la cabeza y miraba al suelo; se quedó
pensativo, con una expresión de confusión y perplejidad en el rostro.
Me quedé muda ante lo que
estaba viendo. Mis fascinados ojos estaban siendo testigos de parte de la
Historia quileute y de sus leyendas. Estaba viviendo una, quizás la más
importante.
El Viejo Quil volvió a su
semblante imperturbable del principio y habló pausadamente de nuevo, dando
muestras de su gran sabiduría.
―El Gran Lobo le hizo una
pulsera a su tercera y última esposa, de la que estaba imprimado, para que esta
no se sintiera sola cuando él se tenía que ir con los demás guerreros ―el
anciano Quil Ateara empezó a explicar la historia que Jake me había contado hacía
unos días―. La hizo de doble trenzado, que simbolizaba los lazos y el
compromiso con ella, de cuero, que era fuerte y resistente como su amor, y del
mismo color que su pelaje, para que su esposa siempre pudiera notarle con ella,
lo recordara y no se sintiera sola. Tal era su poder espiritual, que la
impregnó de su amor y la dotó de magia, casi nadie sabe esto último.
»La pulsera servía para que
su esposa no se sintiera sola, pero, además, la protegía de todo aquel que
quería separarlos, de toda amenaza a su profundo amor ―Ateara giró su viejo
rostro para mirarme―. La pulsera vibraba fuerte para avisar a la esposa de que
había algo o alguien que los quería alejar, de algo que afectara a la pareja,
con el fin de que ella pudiera responder o actuar; y lo hacía impetuosamente,
descargando su energía, cuando ya se convertía en un peligro claro.
Me quedé helada por lo que
estaba escuchando, mientras que sus ojos hundidos me hablaban con seguridad.
¿Eso iba por mi madre? Pero, ¿por qué?
―Ante todo y sobre todo es
una pulsera de amor, pues está llena de él ―continuó el Viejo Quil―. No utiliza
la violencia, tan solo en esas ocasiones especiales usa su poder como
protección. Pero no protege de vampiros, ni de nada más ―volvió a mirar a
Jacob, que seguía con el rostro contrariado―. La vibración suave es un poder
único, nunca se ha visto nada igual. No sé por qué vibra de ese modo, pero
todos hemos notado la energía que desprendéis cuando os miráis ―de repente, me
vino a la cabeza aquella frase de mi madre: “Es que… os miráis de esa forma
tan…, con esa adoración mutua, que, no sé, me asusta un poco, la verdad”―. Eso
quiere decir que vuestro vínculo es increíblemente fuerte. Tal vez por eso la
pulsera le hace cosquillas, para acercarla a ti, aunque no estoy seguro. Se
verá con el tiempo, si es que alguna vez sois novios y os besáis de una vez.
Estupendo, el Viejo Quil
había sabido desde el principio que no estábamos prometidos ni nada y, aun así,
nos había engañado para que nos besáramos. Reprimí mis ganas de pegar un
puñetazo en la mesa y decirle cuatro cosas.
―Tienes que aceptarlo de una
vez, Jacob ―le dijo Sam―. Ahora te corresponde a ti ser el jefe de la tribu.
Jacob levantó la vista
súbitamente del suelo para fijarla en él.
―De eso ni hablar ―masculló,
apretando los dientes con indignación.
―Es un deber y un honor,
tienes que aceptar ―le respondió su hermano con firmeza.
―Sabes que lo es para mí,
pero el único al que le corresponde es a ti, no pienso quitarle el puesto a
nadie. Ni siquiera quería ser el Alfa de ninguna manada, así que mucho menos
esto.
―No me estás quitando nada,
estás cogiendo lo que es tuyo ―insistió Sam.
―Eres el heredero legítimo
de Ephraim Black y el Gran Lobo, por lo tanto, serás el jefe de la tribu a
partir de ahora mismo ―decretó el Viejo Quil, dando por zanjado el asunto.
Jake rechinó los dientes y
observó al anciano con gesto disconforme. Me tendió la mano para que me
levantara; se la cogí y me puse en pie de inmediato.
―Bien, se supone que ahora
soy yo quien da las órdenes aquí ―les dijo.
―Por supuesto ―le contestó
Ateara.
Miró a Sam a los ojos y
habló con tono de mando.
―Te ordeno que sigas siendo
el jefe de la tribu.
Me aferró la mano con fuerza
y echamos a andar hacia la puerta del vestíbulo.
―¡Tienes que serlo tú,
Jacob! ―rebatió Sam a nuestras espaldas.
―¡No puedes negarte! ―exclamó
Billy.
―¡Es una orden! ―gritó Jake,
furioso, dándose la vuelta para mirarles fijamente.
A Sam se le doblaron las
piernas y cayó sentado en la banqueta, con el rostro impresionado por el poder
de su voz de Alfa.
Jacob se dio la vuelta otra
vez y seguimos la marcha hacia la puerta principal, hasta que por fin salimos.
Hicimos el camino de regreso
a su casa en silencio. Él estaba demasiado confuso y contrariado, y yo estaba
demasiado alucinada por todo lo que había pasado. Cuando entramos en su garaje,
me soltó la mano y se sentó en las cajas de refrescos vacías y apiladas que
utilizábamos como banco, apoyando la cabeza en la pared de bloque de hormigón.
No me gustaba nada verle
así, parecía tan preocupado. Me acerqué con paso ligero y me quedé frente a él,
mirándole. Sus angustiados ojos, que estaban observando las planchas de chapa
del tejado, se movieron y se quedaron fijos en mí. Curvé mis labios hacia
arriba y empecé a acariciarle la cabeza con una mano, metiendo mis dedos entre
su corto pelo azabache. Cerró los ojos y por fin sonrió con una mueca.
―¿Qué te parece si le
arreglamos algo a tu precioso Wolkswagen Rabbit del 86? ―le propuse.
Abrió un ojo para mirarme.
―Prefiero seguir así, la
verdad ―lo volvió a cerrar y se cruzó de brazos―. Se está muy a gusto.
―Si te sigo acariciando te
quedarás dormido, y luego, ¿quién me llevará a casa? ―le pregunté de broma.
―Te puedes quedar aquí a
dormir ―murmuró, sonriendo.
―No hay camas ―repliqué.
―Puedes dormir en la mía ―sugirió.
―¿Y tú?
Jacob abrió los ojos y sonrió
abiertamente.
―En la mía, por supuesto.
Retiré la mano de su pelo y
me eché hacia atrás.
―Muy tentador, pero no,
gracias ―le respondí con sarcasmo.
Se puso de pie y se
desperezó.
―Qué pena ―suspiró,
sonriente―. Bueno, nena, tú te lo pierdes.
Ya volvía a ser el de
siempre, cosa que me alegró. Cogió dos refrescos tibios de la nevera portátil
sin hielo y me pasó uno. Los abrimos y les dimos unos buenos tragos. Este
ritual me encantaba.
―¿Por dónde vamos a empezar?
―le pregunté, posando mi lata en una de las estanterías y acercándome al
vehículo para mirarlo.
―Lo primero es limpiar el
coche por dentro, está lleno de cristales. Pero tengo que quitar los restos que
quedaron en la ventana, espera ―y dejó su refresco junto al mío.
Se fue hacia su arcón de
metal y sacó una camiseta vieja que dobló muchas veces sobre sí misma para
retirar los trozos de cristal que habían quedado enganchados en la ventana
trasera.
―Puedes usar ese recogedor y
uno de esos cepillos ―me dijo, indicándomelos de lejos con el dedo.
Cogí el recogedor de mano, dos
cepillos de la caja y le lancé uno que atrapó sin ningún esfuerzo.
―Tú también puedes usar uno ―le
critiqué.
―Era para ver si colaba,
pero ya veo que no.
Abrí la puerta del
conductor, corrí el asiento hacia delante y me metí en el coche para limpiar el
asiento trasero y el suelo. Le pasé a Jacob las alfombrillas traseras para que
hiciera lo mismo con ellas y él sumó también las delanteras.
―Dime una cosa, ¿me habrías
besado? ―me preguntó de repente, sin pelos en la lengua, a la vez que sacudía
las alfombras.
Me empecé a poner colorada y
le di más fuerte al cepillo.
―Jake, no empieces ―le
advertí.
Las dejó en el capó, apoyó
las manos en el techo del Golf, se inclinó y asomó la cabeza por la puerta
abierta del copiloto para mirarme.
―Sí, ibas a hacerlo ―afirmó
con su sonrisa torcida.
Arrastré unos cuantos
cristales en su dirección para que se apartase, pero solo dio un saltito hacia
atrás y luego volvió a su posición.
―Sabías que el Viejo Quil
conocía la verdad y te ibas a aprovechar de la ocasión ―le acusé, mirándole con
los ojos entrecerrados.
―Qué va, no lo sabía, en serio,
pero por supuesto que iba a aprovecharla, no soy tonto.
―No, ya veo que eres
demasiado listo ―le achaqué, retirando los trozos de vidrio de la bandeja
trasera por la ventana sin cristal.
Se sentó en el asiento del
copiloto y apoyó los brazos en el respaldo para mirar hacia atrás.
―¿De verdad te hizo
cosquillas? ―volvió a preguntar.
―A ti qué más te da.
―O sea, que sí.
Me puse de rodillas en el
asiento, ya limpio, y le di la espalda para seguir despejando la bandeja. Se
levantó, corrió el asiento del copiloto hacia delante y se sentó detrás, a mi
lado.
―¿Y qué sientes cuando te
hace cosquillas?
―Pues, cosquillas, qué voy a
sentir ―le contesté, impasible.
―El Viejo Quil dice que lo
hace para acercarte a mí, porque nuestro vínculo es increíblemente fuerte ―insistió―.
A lo mejor, lo que quiere la pulsera es que me beses ―adivinó con un tono de
flirteo, poniendo los codos sobre el respaldo.
Me bajé del asiento y salí
por la puerta. Corrí el del conductor a tope hacia atrás y me senté en el hueco,
escondiéndome de su vista, para pasar el cepillo por el suelo y arrastrar los
cristales que habían llegado a esa zona dentro del recogedor.
―Eso solo son conjeturas del
Viejo Quil ―alegué.
―Entonces, lo de Taha Aki
también ―afirmó, inclinándose hacia delante para asomar la cabeza por el lateral
del asiento.
―No, eso es cierto ―le
contradije, mirándole―. Eres el Gran Lobo.
―Si eso es cierto, lo demás
igual ―me refutó con una sonrisita de autosuficiencia.
Ahí me tenía pillada.
―¿Vas a limpiar, o tengo que
hacerlo yo todo? ―le reproché.
―Yo creo que ya está
bastante reluciente ―contestó con su también reluciente sonrisa; le tiré el
cepillo y se carcajeó.
―Pues ahora tienes que pasar
la escoba ―le mandé mientras salíamos del coche.
―Oye, creo que Taha Aki no
era un calzonazos, ¿sabes? ―se burló.
Agarré una tuerca de la
estantería y se la lancé a la cabeza. No le di porque le dio tiempo de sobra a
agacharse.
―Bueno, vale ―resopló,
riéndose―. A sus órdenes.
Jacob agarró la escoba y se puso
a barrer el suelo del garaje, alrededor del Golf.
―Ahora me toca a mí
preguntarte ―dije, reclinándome sobre el lateral del capó.
―Dime.
―¿Por qué no quieres ser el
jefe de la tribu?
―Porque ya lo es Sam ―contestó
sin dejar de barrer.
―Pero él dice que te
corresponde a ti. Y Quil Ateara tiene razón, eres el heredero de Ephraim Black
y…
―El jefe de la tribu es Sam ―me
cortó, molesto.
―No lo entiendo.
Dejó de barrer y me miró
después de soltar un largo suspiro.
―A Sam le gusta serlo, le
encanta, disfruta con ese trabajo, y a mí no me apetece nada. ¿Cómo voy a
quitárselo? No lo haré nunca ―concluyó, pasando la escoba otra vez.
―Tú eres el Gran Lobo, el
Alfa de todos los Alfa, no creo que le estés quitando nada ―discutí.
―Eso es lo que dicen ellos ―cogió
el recogedor con palo que había en la esquina y empezó a amontonar los trocitos
de cristal con la escoba.
―¿Es que no has tenido
suficientes pruebas todavía? ―le corregí.
Jake se quedó en silencio,
observando los cristales con una mirada distinta. Yo conocía muy bien esa
mirada.
―Lo sabes ―exhalé con
asombro―. Sabes que lo eres, Jake ―me separé del coche y me puse frente a él
para mirarle a los ojos.
―Sí, vale, puede que lo sea ―admitió
al fin, aunque a regañadientes.
―¿Y por qué no lo quieres
reconocer delante de ellos? ―le pregunté, desconcertada.
―Ya lo has visto ―se quejó,
señalando la puerta del garaje con la mano―. Quieren que sea el jefe de la
tribu.
―Pero…
La voz de Billy a lo lejos
nos interrumpió. Me llamaba a mí desde su casa. Salimos del garaje y nos
dirigimos allí. Billy nos esperaba en el porche.
―¿Querías algo? ―inquirí.
―Acaba de llamar tu padre ―en
un principio me extrañó que no me hubiera llamado al móvil, pero enseguida
recordé que lo había perdido el sábado junto con la chaqueta del chándal―. Dijo
que fuerais hasta tu casa, quiere hablar con vosotros.
Jake y yo nos miramos sin comprender.
LOBOS
Toda mi familia y Nahuel nos
estaban esperando en el salón de mi casa con gesto grave. Cerramos la puerta y
nos quedamos frente a ellos, sin entender nada.
―¿Qué pasa? ―pregunté,
preocupada.
―Alice ha tenido una…
especie de visión ―me dijo papá.
Miré a Alice extrañada.
―¿Una especie de visión? No
entiendo.
―No son visiones completas ―empezó
a explicar esta―. Son más bien como flashes en mi cabeza, fogonazos que no
tienen mucho sentido y que cambian de uno a otro sin control ni orden…
―Espera ―le corté―,
¿visiones?
―Alice lleva una temporada
viéndolas ―desveló mi padre.
―¿Y tú lo sabias? ¿Por qué
no lo dijisteis antes? ―quise saber, sorprendida.
―Nosotros también acabamos
de enterarnos de todo esto hace un momento ―declaró mamá, mirando a mi padre
con los ojos llenos de reproche.
―No sabíamos lo que querían
decir y no dijimos nada para no preocuparos ―se defendió él, acariciándole la
mejilla con dulzura.
―¿Y ahora ya lo sabéis? ―preguntó
Jacob.
―Más o menos ―contestó mi
padre.
―¿Qué quiere decir más o
menos? ―protestó él―. ¿Lo sabéis o no?
―He visto a Aro decidiendo
algo ―respondió Alice, mordiéndose el labio.
Jake y yo nos quedamos
mirándola para que siguiera.
―Bueno, ¿y qué es? ―la azucé,
al ver que no hablaba.
―Ese es el problema, Alice
no puede verlo ―siguió mi padre.
―¿Y para qué nos llamáis
entonces? ―se quejó Jake.
―Porque si Alice no puede
ver bien las visiones, es porque se trata de Renesmee ―soltó papá―. Recuerda
que no puede verla.
Se hizo un incómodo silencio
lleno de alarma. Noté cómo a Jacob le subía el calor por la espalda y le cogí
de la mano para tranquilizarle, aunque yo también me había asustado.
―Creemos que quiere venir a
ver a Nessie, ahora que ya ha alcanzado la madurez ―habló Alice, interrumpiendo
el mutismo.
Miré a mi madre, que
permanecía callada, con el semblante pensativo y preocupado.
―Si vienen a por ella, no se
lo permitiré ―gruñó Jacob con los dientes apretados.
―Lo más seguro es que
solamente vengan a verla para verificar que no es peligrosa y después se marchen
―le dijo mi tía.
―Alice ―susurró mi madre.
―¿Cómo lo sabéis? ―siguió
Jake―. Ni siquiera puedes ver la decisión que ha tomado.
―¿Para qué otra cosa iba a
ser? ―le replicó Alice―. La otra vez se quedaron con las ganas y quieren venir
a comprobarlo de nuevo. Pero verán lo mismo que hace seis años y se marcharán.
―Alice ―repitió mamá.
―¿Qué pasa si se la quieren
llevar a Volterra para aprovecharse de su don? ―rebatió mi mejor amigo.
―Llamaremos a nuestros
aquelarres amigos. Si eso es lo que quieren, no se la podrán llevar.
―Nosotros también estaremos ―apuntó
él, severo.
―Alice, tú tampoco puedes
ver a los lobos ―intervino mi madre, haciendo que todos se giraran para mirarla―.
A Renesmee no la puedes ver porque está muy vinculada a Jacob, de un modo u
otro, siempre estarán unidos.
Y tanto que estábamos
vinculados. Según el Viejo Quil, increíblemente vinculados.
―¿Qué? ―Alice parecía
confusa.
―¿Qué es lo que más le llamó
la atención a Aro cuando vinieron hace seis años? ―preguntó mamá, mirando a mi
padre con intención.
Este se quedó boquiabierto,
con una expresión como si acabara de descubrir algo obvio.
―Los lobos ―contestó.
―Sí, se quedó impresionado
con ellos ―recordó Emmett.
Ahora era yo la que mantenía
la mano de Jake aferrada con fuerza para tranquilizarme a mí misma.
―¿Cómo? ―Jacob se quedó
perplejo.
―El don de Renesmee no les
es útil, y ya comprobaron que no había peligro en ella. Sin embargo, una manada
de enormes lobos leales a su servicio es algo muy tentador para Aro ―explicó mi
madre.
―Probablemente no se lo ha
quitado de la cabeza, aunque ya le advertí de que eran independientes y que
actuaban por su cuenta ―ratificó papá, llevándose la mano al pelo de su frente mientras
caminaba inquieto.
―Aun así, seguramente querrán
convencerles para que les sirvan ―siguió ella.
―¿Servir? ―se rio Jake―.
Pueden venir y esperar sentados.
―Bella ―mi padre se paró y
la miró a los ojos con el rostro serio, sujetándola por los hombros―, no vienen
para convencerles. Vienen para llevárselos a la fuerza.
Un relámpago gélido recorrió
mi cuerpo de arriba abajo y las piernas me empezaron a temblar. Envolví mi
estómago con el brazo al sentir un agudo pinchazo que me dejó sin respiración.
Jake se dio cuenta y me sujetó por la cintura. Mis padres me observaban
afligidos.
―No te preocupes, cielo ―me
susurró Jake en el pelo―. No podrán con nosotros.
―No se lo permitiremos ―afirmó
Emmett, levantando la cabeza con decisión―. Si lo que quieren es pelea, van a
tener una buena.
Rosalie le cogió de la mano,
secundando la decisión de su novio. La miré extrañada. ¿Rosalie ayudando a
Jacob y a los lobos? Ella se dio cuenta de mi expresión.
―Solo lo hago por ti ―me
aclaró, ladeando la cara como quitándole importancia.
―Tenemos que planearlo bien ―dijo
Carlisle―. Habrá que llamar a nuestros aliados de nuevo.
―No hace falta que nos
ayudéis ―interrumpió Jake con gesto serio―. No quiero que corra peligro nadie
más.
―Jacob, ¿qué dices? ―desaprobó
mamá.
―No podréis con ellos
vosotros solos ―intervino Alice―. En uno de mis fogonazos vi a su ejército,
como aquella vez en el claro. Creo que vendrán todos de nuevo.
―Eso no lo sabes ―respondió
él―. Tú misma has dicho que tus visiones son muy confusas y que cambian sin
orden ni control.
―Lo sé, pero vale más que
nos fiemos de lo poco que veo, que no hacer caso de nada, ¿no te parece? ―replicó,
enfadada.
―Déjanos ayudaros, Jacob ―le
pidió papá―. Déjanos pagaros la deuda que tenemos con vosotros.
―No hay ninguna deuda que
pagar ―entrelazó sus dedos con los míos y apretó mi mano―. He ganado mucho más
de lo que podía pedir.
―Pues no lo pierdas por tu
orgullo ―le criticó mi padre con su rostro de mármol más tenso.
―Si Alice tiene razón, os
atraparán o moriréis todos ―le advirtió Jasper―. No menosprecies a los
Vulturis. Ir solos es un suicidio.
Me dio otro escalofrío y un
nudo se agarró a mi garganta al escuchar esas palabras.
―Jake, por favor ―murmuré,
poniéndome frente a él―. Creo que tienen razón. Es mejor que vayamos todos con
vosotros.
―No, no. Tú no irás ―me
contestó, nervioso, apretando los dientes―. Si vienen a por nosotros, nos
enfrentaremos a ellos solos. No voy a poner a nadie más en peligro, y mucho
menos a ti.
―¡Y yo no quiero que te pase
nada a ti! ―vociferé, angustiada. Se quedó mudo cuando vio las lágrimas que ya
se deslizaban por mis mejillas, al igual que los demás. Nadie se atrevió a
moverse cuando rodeé su cuello con mis brazos y pegué mi frente a la suya. Nos
clavamos la mirada el uno al otro y deslizó sus manos hasta mi cintura. Nos
quedamos así unos segundos, con mi estómago a punto de salir volando de la
revolución de alas revoloteando que tenía dentro. Noté esa energía hechizante y
las cosquillas en la muñeca, pero no las hice caso, este no era el momento―.
Por favor, no vayáis solos ―le rogué con un hilo de voz―. Sé que tienes que ir
por tu condición de Gran Lobo, por eso no te pido que te quedes conmigo. Pero
deja que mi familia os ayude. Si ellos están a vuestro lado, tendréis más
posibilidades de vencer. Solo con el escudo de mamá ya estaríais muy
protegidos.
―Nessie… ―protestó con un
susurro.
―Me prometiste que no te
ibas a poner en peligro a propósito nunca más. Esto es lo mismo, es como
ponerse de cebo ―musité.
―Lo sé, pero…
―Hazlo por mí, te lo suplico
―susurré con los ojos llorosos―. Si te pasara algo, yo me… Yo no querría vivir…
Las lágrimas volvieron a
rodar por mis mejillas y Jacob quitó las manos de mi cintura para secármelas.
―Eso no lo digas ni en
broma, ¿me oyes? ―me regañó en voz baja mientras me sujetaba la cara con sus
calientes manos.
―Eres lo que más me importa
del mundo, ¿cómo voy a vivir sin ti, si te pasara algo? Me prometiste que nunca
te irías de mi lado ―sollocé, mirándole fijamente a los ojos.
―Nessie… ―susurró, al tiempo
que empujaba mi nuca y me arrimaba a él para abrazarme―. De acuerdo ―accedió
por fin―. Tú también eres lo que más me importa y no puedo verte así. Aceptaré
su ayuda.
Me aferré con fuerza a su
cuello y él también apretó su abrazo.
―Gracias ―le bisbiseé al
oído.
Me aparté un poco y le di un
beso en la mejilla. Iba a separarme de su cara, pero entonces Jake la giró un
poco para clavarme esos penetrantes ojazos suyos, haciendo que nuestras frentes
volvieran a rozarse, y ya no me pude separar de él. Lo único que quería ahora
era estar más cerca…
Hasta que me dio por mirar
de reojo a mi alrededor al percatarme de tanto silencio. Todos los colores se
me subieron a la cara.
No me había dado cuenta
hasta ese momento de que mi familia había estado ahí mirando y escuchando toda
la conversación.
Esperaba encontrar en el
rostro de mi padre el reflejo de la decepción y el dolor de siempre por vernos
tan juntos, pero, para mi sorpresa, estaba sonriendo, casi diría que con
regocijo, y nos miraba con el mismo semblante deslumbrado que el resto de mi
familia. En cambio mi madre tenía una cara de desencanto que me extrañó un
poco. No me dio tiempo a pensar en ello, al observar fugazmente a Nahuel. Me
quedé helada cuando vi su mirada de repugnancia. Eso me hizo recordar lo que
Jacob me había dicho la tarde anterior en nuestro rincón sobre lo que pensaba
de nosotros. Según él, Nahuel pensaba que éramos especies diferentes. ¿Sería
eso verdad? ¿Por eso nos miraba con esa cara de aversión?
Papá se giró para mirar a
Nahuel, después de leerme la mente, y este cambió de expresión al instante. Mi
padre se volvió de nuevo y me negó ligeramente con la cabeza con total
seguridad. Tal vez Jacob se equivocaba con él por sus celos. Papá asintió,
suspirando. Me separé de Jacob y le cogí de la mano.
―Está bien, acepto vuestra
ayuda ―dijo Jake, sesgando el mutismo general.
―Sí, ya lo habíamos
escuchado ―señaló papá en un tono un tanto burlón.
―Pero lo haré como cobro de
ese favor que dijiste antes, no quiero que se convierta en uno que después os
debamos nosotros ―siguió Jacob, haciendo caso omiso de su comentario.
Mi familia al completo puso
los ojos en blanco.
―Bien, de acuerdo ―contestó
mi padre―. Con eso quedaremos en paz.
―¿Sabes cuándo tienen
pensado venir, Alice? ―preguntó Carlisle.
―Por el flash que vi de su
ejército, creo que podría ser en primavera o verano, aunque no estoy segura. Lo
único que sé es que no había nieve y los árboles tenían hojas.
Carlisle se quedó pensativo.
―¿Qué más viste en tus
visiones? ―quiso saber mamá.
―No demasiado ―suspiró Alice
con decepción―. Creo que pude ver que Aro había decidido algo porque nosotros
también estamos implicados indirectamente, pero, al estar junto a los
metamorfos, esos fogonazos no son nada concretos y me complica mucho las cosas.
En las visiones nunca veo a los lobos, pasan de unas a otras descontroladamente
y sin cronología ninguna. La única que tengo clara es la del ejército, pero
tampoco se ve nada específico, tan solo un montón de encapuchados grises y
negros y que, por los árboles, me parece el claro.
―Si es así como dices, Aro
se preparará bien ―declaró Carlisle.
―Por lo menos, sabemos que
como mínimo tenemos unos seis meses, ¿no? ―dijo Jacob―. Nosotros también nos
organizaremos.
―Por supuesto ―respaldó
Emmett con una sonrisa de oreja a oreja―. Les daremos una paliza.
―Sí ―continuó Jake con
idéntico gesto―. Se marcharán con el rabo entre las piernas.
Ambos se carcajearon al
unísono.
Increíble. ¿Por qué le
gustaba tanto la adrenalina y las sensaciones temerarias? Y yo muerta de miedo
y de preocupación por él. A Jacob seis meses le parecían suficientes, a mí se
me pasarían volando, seguro.
―Habrá que esperar a ver si
Alice puede ver algo más en sus visiones ―concluyó mi abuelo―. No podemos
planificar algo si no sabemos nada.
Hubo un asentimiento y un
suspiro general. Al cabo de un momento, el ambiente se fue volviendo cada vez
más distendido y mi familia se fue dispersando por las diferentes partes de la
casa.
―Bueno, entonces, ¿ya es
oficial? ―le preguntó de repente Emmett a Jacob con una sonrisa que casi se le
salía de la cara.
Empecé a ponerme colorada al
darme cuenta de a qué se refería.
―Más o menos ―contestó Jake
con otra.
―¿Cómo que más o menos? ―protesté.
―Tienes razón, es más que
menos ―aseguró con una sonrisa torcida.
―¡Jake! ―le di un manotazo en
el brazo y se echó a reír.
Rosalie se cruzó de brazos a
la vez que negaba con la cabeza.
Se sentaron en el sofá y yo
me quedé de pie, descansando mi espalda en la pared, mirando a Jacob mientras
bromeaba y se reía con Emmett y Rose. Adoraba su sonrisa, verle feliz y
contento, pero mi cabeza no podía olvidar esos seis meses de plazo. ¿Qué pasaba
si las cosas salían mal? Me empecé a sentir un poco culpable por haber apoyado
la intervención de mi familia. Ellos también iban a estar en peligro, y si les
ocurriera algo, sería como arrancarme el corazón, sobre todo si era a alguno de
mis padres. Sin embargo… Mi Jacob. Mis ojos no podían apartarse de Jacob. Entonces,
me sorprendí yo misma de lo que mi mente no dejaba de repetir en lo más
profundo de mi subconsciente. Me lo decía una y otra vez, muy bajito, como si
fuese un secreto inconfesable: mi corazón se quedaría destrozado por algo tan
terrible como la pérdida de alguien de mi familia, pero no podía separarse de
Jacob jamás. Sí, tenía que admitir que, mejor o peor, con todo el dolor de mi
corazón, aunque me costara casi la vida, podría sobrevivir sin alguien de mi
familia, pero no sin mi Jacob. Eso hacía que me sintiera fatal, hasta una mala
hija. Desde luego, no me merecía una familia como la que tenía. Sin embargo,
¿qué otra cosa podía hacer? No podía dejar que Jake se fuera solo con su manada
y se los llevaran o los mataran. Esto me convertía en una persona horrible y en
una egoísta, pero no podía vivir sin Jacob, lo sabía, lo sentía. Solo
imaginarlo, ya hacía que me quedara sin aire, mi propio cuerpo se negaba a
respirar si no era a su lado. El anciano Quil Ateara tenía razón, ahora podía
sentir lo fuerte que era nuestro vínculo. Nuestras vidas estaban entrelazadas
para siempre, hasta el punto de no poder vivir el uno sin el otro,
literalmente.
Un brazo frío y duro como la
piedra me envolvió el hombro, haciéndome volver de mi nube. Papá me arrimó a él
y me dio un beso en la cabeza.
―No tienes que preocuparte
por nosotros ―me cuchicheó muy bajito―, y tampoco por tu Gran Lobo ―me echó una mirada llena de intención con una mueca a
modo de sonrisa y yo empecé a notar cómo mis mejillas pasaban del color rosado
al rojo―. He de reconocer que me tiene impresionado, la verdad, nunca pensé que
fuera a encontrar esa grandeza en él.
―Sí, no entiendo por qué no
quiere ser el jefe de su tribu ―le respondí sin quitarle ojo a Jake.
―Quiere estar contigo el
mayor tiempo posible ―me reveló―. Ser jefe de la tribu conlleva muchas
responsabilidades y le quitaría horas. Además, cree que no se merece el puesto
y que no lo haría tan bien como Sam.
Un lector de mentes era muy útil de vez en cuando.
―Es demasiado humilde ―suspiré.
―Por cierto, algún día me
tendrás que explicar qué es eso de vuestro vínculo, aunque ya me lo imagino por
cómo os miráis.
Mi cara se volvió a
encender. ¿Él también habría notado esa energía de la que había hablado el
Viejo Quil?
―La hemos notado todos ―dijo
con agrado, haciéndose eco de mis pensamientos―. Desde que creciste, siempre os
habéis mirado de una forma especial, pero últimamente hay algo diferente y
asombroso. Estamos alucinados, sinceramente.
Menos mal que mi padre
estaba helado y apagaba un poco el fuego de mi rostro, si no, hubiera salido
volando como un cohete.
―¿Puedo hacerte una
pregunta? ―soltó de repente.
―Papá ―me quejé.
―Solo es una cosa ―me calmó.
Saqué el aire, cansada―. ¿Por qué se tuvo que poner como cebo?
Respiré con alivio en mi
fuero interno y papá sonrió.
―Le perseguía un vampiro y
al muy idiota no se le ocurrió otra cosa que engañarle para tenderle una
trampa.
Rememoré la conversación de
esa misma tarde, en la que Jacob me contaba lo que había pasado, para que mi
padre la viera. Qué fácil era así. Se quedó callado unos segundos.
―¿Por qué perseguiría solo a
Jacob? ―preguntó con gesto reflexivo.
―Supongo que querría el trofeo más grande.
―Puede ser ―asintió con un
movimiento de cabeza.
Se hizo un silencio corto en
el que los dos nos quedamos pensando.
―Ah, otra pregunta ―dijo de
pronto. Volví a ponerme rígida ante la posibilidad de otra cuestión sobre Jacob
y yo―. ¿Por qué tienes el móvil apagado? ―me regañó.
Se me había olvidado por
completo el tema de la chaqueta.
―Es que no sé dónde está ―confesé
con cara de remordimiento―. El sábado me lo dejé en la chaqueta del chándal,
debió de quedarse sin batería…
―Alice no se llevó tu
chaqueta ―se adelantó, después de leer mis recuerdos―. Nadie te la cogió, así
que la debiste de perder en el claro ―exhaló, enfadado―. Tendré que ir mañana a
buscarla.
Me mordí el labio,
extrañada. Estaba segura de que la había dejado junto a la camiseta de Jacob,
¿cómo la iba a perder?
―Eres medio humana, no te
extrañes de esos pequeños defectos ―me achacó con sarcasmo.
Le hice una mueca.
―Bueno, tengo que hacer los
deberes ―zanjé, dándole un beso en su mejilla pétrea.
―Me parece muy bien ―me
pellizcó la mía suavemente―. Yo llevaré a tu madre a la cabaña para…
Puse los ojos en blanco
antes de que acabara la frase.
―Que lo paséis bien, hasta
mañana ―y me alejé de él para ir junto a Jacob.
Mamá se acercó a mí para
darme un beso y salieron disparados por la puerta como meteoritos. ¿Es que no
se cansaban nunca?
Me senté en el brazo del
sofá, al lado de Jake, y este me abrazó por la cintura.
―Eh, Doc ―Carlisle, que en
ese momento estaba pasando por delante, se paró y se giró para mirarle―. ¿Sabe
algo de la cosa esa que nos persiguió el otro día?
―En realidad, no mucho ―admitió―.
Todo lo que he leído de los licántropos es lo que ya sabíamos, más o menos. Me
desconcierta que no hubiera luna llena cuando os topasteis con él. He llamado a
mi amigo Louis y va a investigarlo. Creo que el fin de semana pediré permiso en
el hospital y me iré a hacerle una visita para ver qué ha encontrado.
―Si ese tío sabe algo,
cuanto antes nos lo diga, mejor ―exigió Jacob―. No quiero a ese bicho rondando
por nuestros bosques, ya tenemos bastante con todos esos estúpidos
chupasangres.
―Veré lo que puedo hacer ―le
contestó Carlisle con resignación.
Menos mal que mi abuelo ya
estaba acostumbrado a sus maneras. Se marchó haciendo mutis hacia su
habitación.
―¿Es que van muchos? ―le
preguntó Emmett con curiosidad.
―¡Buf! ¡Últimamente no paran
de venir! ―exclamó Jake―. Cada día aparecen más, pero tendrías que ver la cara
que se les queda cuando nos ven ―se empezó a reír con maldad y yo me puse a
reflexionar―. ¡Corren como conejos!
―Hay algo que no me encaja ―intervine.
Los tres se giraron para mirarme―. Hace mucho que nadie viene a visitarnos, a
excepción de Nahuel, claro, ¿cómo es que van tantos vampiros a vuestro bosque?
―Está claro que se ha
corrido la voz ―respondió―. Ya sabes, hay algunos a los que les gustan las
emociones fuertes y quieren medir sus fuerzas con nosotros.
―Seguramente ―afirmó Emmett―.
Enfrentarse a veinticuatro lobos tan grandes como caballos es muy tentador ―se
quedó mirando al frente, fingiendo que lo estaba considerando.
―Ni lo pienses ―le avisó
Jake, siguiéndole la broma―. Te haríamos picadillo en un abrir y cerrar de
ojos.
―¡Ja! ―se rio Em.
―En serio, tío. Ya nos hemos
enfrentado con varios a la vez y los destrozamos. Imagínate lo que haríamos
contigo ―Jake se quedó mirándole con una sonrisa maquiavélica.
―¿Con varios? ―pregunté, un
poco alarmada.
―¿Con cuántos? ―interrogó
Emmett en el mismo tono socarrón.
―Han venido grupos de hasta
doce vampiros y los pulverizamos fácilmente.
Jacob se reía, pero a mí no
me hacía ni pizca de gracia. Emmett y Rosalie pusieron los ojos como platos.
―¡¿De doce?! ―espeté,
asustada―. ¡Esos… esos son muchos!
―Vaya, sí que despertáis
expectación ―declaró mi tío, más serio.
―Tranquila ―Jake apretó un
poco su abrazo―. Estamos muy organizados, somos como un ejército de lobos. Con
unas cuantas estrategias, terminamos con ellos.
―¿Y desde… desde cuándo van
tantos? ―quise saber.
―Desde hace un mes o así ―me
respondió tan tranquilo―. Pero no te preocupes, está todo controlado ―aseveró,
dándome unas palmaditas en la cintura.
―¿Y por qué van aquelarres
tan grandes solo para pelearse con un ejército de lobos? ―pregunté, confusa.
―No son aquelarres ―matizó
él―. Creemos que son nómadas, y vienen de distintos sitios para enfrentarse a
nosotros. Son grupos que se conocen de hace poco tiempo. No confían los unos en
los otros, por eso no nos cuesta nada engañarlos. Lo más seguro es que
coincidan en algún punto y decidan unirse para pelear, nada más.
―¿Y por qué quieren
enfrentarse a vosotros?
―Terminar con una manada tan
grande de lobos que se dedica a acribillar vampiros, supongo que debe de ser
algo así como una medalla para ellos ―se encogió de hombros.
―Los nómadas suelen buscar
ese tipo de emociones fuertes, por eso vagan por el mundo ―me explicó Rosalie―.
Cuando se les presentan oportunidades como esta, no las desaprovechan.
Cualquier cosa vale para un chute de adrenalina, y ese tipo de peleas les
encanta. Tu perro tiene razón ―Jacob le dedicó una mueca―, lo más seguro es que
se haya corrido la voz.
―Por lo que veo, últimamente
la gente está muy encaprichada con los lobos ―opinó Emmett.
―Sí, ya ves. Es lo malo de
ser tan guay ―afirmó Jake con una enorme sonrisa.
Me daban ganas de arrancarle
la cabeza. Mientras yo estaba que me moría de los nervios, él parecía que estaba encantado.
―Bueno ―suspiré, cansada,
mientras me levantaba―, me voy a la habitación. Tengo que hacer los deberes.
Cogí a Jake de las manos y
tiré de él para que se pusiera de pie, pero, al igual que el día anterior en
nuestro tronco, no fui capaz de levantarlo.
―¿De verdad tienes sangre de
vampiro? ―cuestionó él, riéndose―. No tienes nada de fuerza.
―Te vas a enterar ―le
respondí, también entre risas.
Tiré con todas mis ganas y
lo levanté un poco del sofá. Sin embargo, mi impulso no fue suficiente, Jacob
se cayó de nuevo en el asiento, tirando de mí a propósito. Mi cuerpo se estampó
contra el suyo y me encarceló con sus brazos. Apoyé las manos sobre sus hombros
y me aparté todo lo que me dejó, para mirarle enfadada.
―¿Te has hecho daño? ―preguntó
con su sonrisa burlona.
―Soy más dura de lo que
piensas ―le contesté.
―¿Ah, sí? Eso quiero verlo
ahora ―insinuó con un murmullo, mirándome fijamente sin cortarse un pelo por la
compañía.
Me puse colorada y Emmett
carraspeó.
―Os dejamos solos ―dijo, levantándose
junto con Rosalie―. Nosotros también
tenemos cosas que hacer ―anunció.
Mi tía le dio un manotazo,
sonriéndole, y él la cogió en brazos para subirla como una auténtica bala a su dormitorio.
¿Pero qué pasaba en esta
casa? ¿Ellos igual que mis padres?
―Genial ―resoplé―. Con lo
ruidosos que son esos dos, ya no puedo ir a mi cuarto para hacer los deberes.
Será imposible concentrarse.
―Podemos quedarnos aquí,
así, hasta que acaben ―sugirió Jacob.
―Así estoy incómoda. Quiero
sentarme.
Retiró de mi espalda uno de
sus brazos y lo pasó por debajo de mis piernas con rapidez, obligándome a
sentarme en las suyas.
―¿Así mejor?
―Me siento como una niña
pequeña ―objeté.
―Bueno, conozco otra manera ―se
mordió el labio, sonriente―. Puedes ponerte mirándome de frente, las niñas
grandes se sientan así.
Demasiado tentador.
―Ni lo sueñes ―le repliqué,
intentando que mi voz sonara firme, aunque mis mejillas ya me delataban.
―¿Por qué no? ―preguntó con
una mirada penetrante―. ¿De qué tienes miedo? No te voy a comer, Caperucita.
―Eso ya lo sé. Te daría un
puñetazo, si lo intentaras.
―¿Entonces?
―Te recuerdo que esta casa
está llena de gente. Podrían vernos y pensar lo que no es.
―Ahora estamos solos ―rebatió
con una de sus mejores sonrisas torcidas.
―Puedo quedarme así, no
estoy tan incómoda ―afirmé.
―Ya, pero estarías mucho más
cómoda de la otra manera ―discutió.
―Estaría mejor sentada en el
sofá, como las personas normales.
―Vamos, ¿no te gusta estar
cerca de mí? ―cuchicheó.
Ese era el problema, que me
gustaba desmesuradamente.
―Venga, no voy a intentar
nada ―imploró al ver que mi máscara empezaba a resquebrajarse―. Solamente
quiero charlar contigo y me gusta tenerte de frente.
No me veía encima de Jacob
solamente charlando. Seguramente mi cuerpo se lanzaría sobre él cuando la
pulsera se pusiera a hacerme cosquillas como una loca, y a saber cómo terminaba
la cosa. Solo pensar en la escena, ya me ponía mala. Tiempo, Nessie. Tómate
las cosas con calma, me obligué a decirme a mí misma.
―Pero yo no puedo charlar,
porque tengo que hacer los deberes ―le contesté, reteniendo toda la amargura
que me quemaba por dentro al tener que perder tal ocasión―. Voy a mi habitación
a por la mochila ―dije, bajándome de sus piernas.
―Ay ―suspiró con un tono
deliberadamente elevado―. Bien, como no ha colado, me pondré a ver la tele.
―Sí, mejor ―asentí mientras
empezaba a subir las escaleras.
Cuando bajé de mi cuarto, él
estaba viendo un partido, repantigado en el sofá. Me senté en la enorme mesa de
cristal y saqué mis libros para hacer los deberes.
Esa noche no dormí mucho.
Tuve una pesadilla en la que salían los Vulturis. Los lobos estaban en el claro,
junto con mi familia, enfrentándose al poderoso ejército de túnicas grises y
negras, pero no estaba mi Gran Lobo, y yo tampoco. De pronto, me vi otra vez en
el suelo, sobre la nieve, paralizada, sin poder moverme, y temblaba de frío.
Entonces, mis ojos se quedaron aterrados con la escena que presenciaron. Mi
colosal lobo rojizo se enzarzaba en una pelea a muerte con un monstruo de ojos
amarillos, afiladas garras y enormes colmillos.
Jake entró en mi dormitorio
apresuradamente cuando grité su nombre. Me incorporé para abrazarle con fuerza
y me desahogué llorando sobre su cuello.
―¿Ya estás mejor? ―me
preguntó con un susurro al cabo de un rato mientras seguía peinándome el pelo
con los dedos. Asentí con la cabeza y me separé un poco de él para tocarle el
rostro, cerciorándome de que estaba allí conmigo de verdad―. ¿Podrás dormir?
―Si duermes conmigo, sí.
―Nessie… ―empezó a objetar.
―Por favor ―imploré entre
sollozos, abrazándole de nuevo―, esa pesadilla ha sido horrible. Soñé que te
enfrentabas a esa criatura que nos persiguió el otro día. Necesito tenerte
cerca, por favor, por favor…
Se quedó unos segundos en
silencio y luego expulsó un suspiro de rendición.
―Vale, hazme un sitio ―me
separé con júbilo, dándole un beso en la mejilla, y me moví hacia mi izquierda
para dejarle hueco―. Tus padres van a terminar echándome de esta casa ―murmuró.
Como la semana pasada, me
arropó y se echó boca arriba, encima de la colcha. Pero esta vez yo no me
conformaba con eso, así que me acerqué a él, me incorporé y le cogí de la mano
derecha. Tiré de ella para que se girase hacia mí y me acomodé en su pecho
desnudo, entre sus brazos. Inspiré su más que agradable efluvio y sonreí de
felicidad.
―Vaya, cuando decías cerca,
no pensaba que te refirieras a esto ―cuchicheó con mi adorada sonrisa torcida―.
¿En el sofá no querías, y ahora sí?
―Cállate y duerme ―le
contesté, achuchándole otro poco.
Me olió el pelo y también apretó
su abrazo.
Jacob me esperaba apoyado en
la moto. Lloviznaba levemente, pero el coche aún no estaba en buen estado,
todavía le faltaba la luna trasera, así que no le quedó otro remedio que venir
a buscarme en su Harley Sprint.
―Bueno, chicas. Mañana nos
vemos ―me despedí de mis amigas.
―Espera, Nessie ―me paró
Helen cuando ya tenía el pie preparado para salir disparada hacia Jake―. Se me
olvidó decirte que mañana después de clase vamos de compras a Port Angeles, ¿te
apetece venir?
―Sí, vente ―me animó Jennifer―.
Lo pasaremos bien.
―Puede venir Jacob, si
quiere ―Brenda le saludó con la mano y le guiñó el ojo.
―Vale, iré ―maticé.
―Genial ―mi compañera de
pupitre sonrió, contenta. Luego, miró a Jake―. Será mejor que te vayas ya. Se
está cogiendo una buena mojadura ―me aconsejó, señalándole con la cabeza.
―Sí, es verdad ―me reí―. Hasta
mañana.
Me marché, diciéndoles adiós
con la mano, y troté hacia Jake.
En el momento en que nos
abrazamos, me di cuenta de que Helen tenía razón.
―Estás empapado ―le dije,
aunque no me despegué de él, lo justo para mirarle y pasarle los dedos por el
pelo.
―Bueno, es que llevo un rato
aquí esperándote ―me contestó con su adorable sonrisa.
―Lo siento, me he
entretenido un poco con mis compañeras.
―Nah, no importa, esto no es
nada para mí. Además, ya me había mojado viniendo en la moto. Me parece que
tendré que arreglar el coche lo antes posible, por lo menos el asunto del
cristal. Lo que más rabia me da es que te tengas que mojar tú también.
―No pasa nada. Tengo el
casco, y a tu lado no creo que pase mucho frío ―le sonreí.
―No, eso seguro ―me ratificó
con otra sonrisa―. Venga, será mejor que nos vayamos o sí que te mojarás ―dijo,
despegándose de mí para darme el casco.
―¿Adónde vamos? ―le pregunté
mientras me lo ponía.
―A casa de Emily y Sam.
Tengo que hablar con las manadas sobre la visita
de los Vulturis.
―¿Están todos ahí?
―Casi. Cheran, Thomas e Ivah
estarán vigilando el bosque, por si acaso. He convocado una reunión para
organizarnos ―de repente, se quedó mirándome con el rostro un tanto arrepentido―.
Perdona, es que no he tenido tiempo de hacerlo antes. Si lo prefieres, puedo
llevarte a tu casa y después ya voy yo.
―No, vamos. Así veré a los
chicos ―le contesté con alegría.
Jacob también sonrió y se
subió a la moto después de secarme el asiento con la mano. Me monté y me agarré
fuerte, adosándome bien a él para no pasar frío. Arrancó con el estrepitoso
estruendo de siempre y salimos a toda mecha hacia la reserva.
Cuando entramos en casa de
Sam y Emily, ya estaban las dos manadas esperando. Shubael ―el cuarto más joven
junto con los otros tres que Jake había puesto de guardia― se encontraba en su
forma lobuna, seguramente para hacer de transistor
con sus compañeros del bosque. El resto: diecisiete enormes chicos, Sam y Leah,
se sentaban repartidos entre la mesa del comedor y la barra de la encimera,
apretujados. Parecían un equipo de baloncesto al completo. La silla del anfitrión estaba vacía, preparada
para que se sentara Jacob.
Nada más que pasamos la
puerta, se hizo un silencio y todos se pusieron en pie. Jake resopló y yo me
quedé fascinada otra vez por esa sensación de profundo respeto que flotaba en
la pequeña estancia. Me di cuenta de que, además de Emily, también estaban Kim,
Rachel y otras cinco chicas que no conocía. Por lo menos, tendría con quien
hablar. Me acerqué a ellas en cuanto saludé a todo el mundo con un hola.
Jacob se sentó en su silla y los demás le siguieron.
Emily estaba en el tresillo
junto a Kim y otra de las chicas. Las otras cinco se encontraban en el suelo,
haciendo una especie de corrillo. Sabía que si podían estar aquí, se debía a
que eran las parejas de los imprimados. Me acomodé en la alfombra al lado de
Rachel, entrelazando las piernas. Todas tenían los ojos puestos en mí. Seguramente
sabrían que yo era un semivampiro, pero, para mi asombro y agrado, sus miradas
no eran de cautela o miedo, en realidad, no parecía importarles mucho ese
detalle, sino que más bien me observaban con curiosidad. Era la chica nueva.
―Mira, Nessie, te presento a
Eve, novia de Aaron, Ruth, novia de Brady, Sarah, novia de Canaan, Martha,
novia de Daniel y Jemima, novia de Jeremiah ―me dijo Emily, señalándome a cada
una con la mano.
―Hola, encantada ―les hice
un gesto con la cabeza.
Todas eran chicas de la
reserva y, por tanto, tenían el pelo negro, la tez cobriza y los ojos oscuros.
No eran unas chicas extraordinariamente hermosas, sin embargo, las cinco tenían
algo que las hacía bellas. Eve se sentaba al lado de Kim. Llevaba el pelo liso,
por la barbilla, era bastante delgada, si bien no la afeaba para nada, y era
muy alta, mediría 1,80, como poco. Aunque estaban sentadas, podía calcular la
longitud de sus piernas perfectamente. Ruth era la más baja, tenía una melena
recta, lisa, y era menuda. Sarah mediría 1,70 más o menos, como yo, y su pelo
largo lucía un rizo de permanente. Era una mujer ancha, pero proporcionada, y
su rostro era bastante agraciado. Martha era un poco más baja que Sarah, tenía
el pelo corto, a la moda, era la única que tenía unas mechas ―de color caoba― y
sus facciones eran perfectas. Jemima mediría lo mismo que la anterior, tenía el
pelo liso, por los hombros, llevaba un tupido flequillo que le tapaba hasta las
cejas y sus pestañas sobresalían larguísimas. También era bastante bonita.
Me fijé en que todas
llevaban sus pulseras de compromiso, con los colores de sus correspondientes
lobos.
―Así que tú eres la chica
del Gran Lobo ―me comentó Sarah con una blanca sonrisa y los ojos iluminados de
la emoción.
―Bueno, no… no soy su… chica
―desmentí, llena de vergüenza.
―¿No eres la semivampiro que
imprimó a Jacob? ―me preguntó Martha, extrañada, mirando mi pulsera.
―Sí, es ella ―le confirmó
Rachel, mirándome de reojo con travesura―, pero todavía está en la primera
fase, ya me entendéis.
Las demás asintieron con un aaaah
generalizado.
―¿Primera fase? ―quise
saber.
―Es la fase de la negación ―declaró
Eve―. Casi todas hemos pasado por eso.
―Todas menos Kim ―matizó
Jemima.
Esta se puso tan roja como
yo y bajó la mirada tímidamente.
―Sí, a mí ya me gustaba
Jared en el instituto ―admitió.
―Yo no estoy pasando
ninguna… negación, ni nada ―les contradije, riéndome.
―Oh, ya lo creo que sí ―siguió
Ruth―. Pero al final caerás, como todas.
Empezaron a reírse, llamando
por un momento la atención de los metamorfos, que enseguida volvieron a su
discusión.
―Ya hemos oído lo que pasó
en casa del Viejo Quil, así que no disimules ―cuchicheó Rachel, guiñándome el
ojo y dándome un codazo.
Fenomenal. Que eso saliera
de boca de la hermana de Jake, me daba el triple de vergüenza. Ahora mi cara
parecía un tomate.
Leah tenía razón. Al parecer
en La Push las noticias corrían como la pólvora. Miré a Jacob un tanto
enfadada, seguramente esos pensamientos no se los había ocultado a sus
hermanos, lo que no me quedaba claro era si había sido a propósito o no. Aunque
también podía haberlo contado Sam o Billy.
―Yo ya me di cuenta el día
que viniste a conocer a Ethan ―afirmó Emily, sonriendo con convicción―. Cuando
Jacob lo tenía en brazos, se quedaron atontados, mirándose como tortolitos ―les
explicó a las demás.
La sangre volvió a invadir mi cara al acordarme de aquello.
Hubo otra risotada y los
chicos se volvieron a girar para mirarnos durante dos segundos. Leah estaba en
la mesa con ellos y se mordía el labio como con envidia. Se notaba que le
hubiera gustado más sentarse a cotillear con nosotras, que estar ahí hablando
de emboscadas y estrategias. En ese momento, yo daría un brazo por todo lo contrario,
ya que el chismorreo iba sobre mí.
―¿Dónde están Joshua y
Ethan? ―le pregunté a Emily para iniciar otra conversación.
―Con sus abuelos, pero no me
cambies de tema ―se incorporó hacia las que estábamos sentadas en el suelo,
todavía con las molestias por su reciente parto.
Kim y Eve hicieron lo mismo
y se arrimaron a ella para escucharla. El círculo se cerró más.
―Mira, al principio cuesta
asimilarlo ―bisbiseó muy bajito―. Un día estás tan tranquila y al día siguiente
te enteras de todo esto de los lobos porque uno de ellos está imprimado de ti.
Aunque en tu caso es diferente, tú ya estabas al corriente de todo y le conoces
de toda la vida.
―¿Qué sientes cuando te mira
Jacob? ―me preguntó Martha, toda emocionada.
―¿Cómo? Yo, no sé… ―empecé a
jugar con mi pelo con nerviosismo, ruborizada otra vez.
―Venga, puedes decírnoslo ―me
animó Rachel con un cuchicheo―. No saldrá de aquí, te lo prometo. Vamos, sé que
te gusta mi hermano.
Oh, no. Mi cara ya iba a
explotar.
―¿Cómo es eso de la energía
cuando os miráis? ―quiso saber Sarah, con los ojos muy abiertos del entusiasmo.
―Sí, eso. ¿Cómo funciona? ―azuzó
Eve.
―¿Qué sientes? ―siguió Ruth.
Por fin, se quedaron mudas. No
obstante, fue para mirarme expectantes, esperando mi respuesta con fervor.
Llegados a este punto, me
pareció una tontería disimular más, sabían demasiadas cosas y, además, sabían
que eran ciertas. Sus novios les debían de haber contado todos los pensamientos
que Jacob les había dejado oír o que no había podido ocultar. Me lo tomé como
una especie de terapia de grupo de chicas de imprimados, total, me venía
bien hablar de esto con gente que hubiera pasado por lo mismo. Tragué saliva,
cogí otro mechón y me lancé.
―Pues… yo… noto una energía
que me atrae hacia él. Bueno, es más bien como… magia, un hechizo, no sé. Como
si me quedase hipnotizada ―reconocí tímidamente con un susurro bajísimo para
que Jacob no lo oyera, aunque estaba muy ocupado hablando, con un plano enorme
encima de la mesa―. Me… me cuesta mucho apartar la vista de sus ojos y…
despegarme de él.
Miré a Rachel de soslayo y esta
me cogió del brazo, sonriéndome orgullosa por mi confesión.
―¿Tan fuerte es? ―exclamó
Jemima, impresionada.
―A mí nunca me ha pasado eso
―dijo Ruth con una mueca.
―¿No? ―me sorprendí―.
Pensaba que a vosotras os pasaba lo mismo.
―Yo me quedé alucinada
cuando vi por primera vez a Canaan ―intervino Sarah, sonriendo al recordar―, y
me enamoré de él, porque, claro, es mi media naranja, pero nunca me he quedado
hipnotizada de esa forma al mirarle.
―Yo tampoco, la verdad ―admitió
Eve, echando un vistazo a Aaron.
―No seáis tontas ―intervino
Emily―. ¿Cómo os va a pasar lo mismo? Jacob es el Gran Lobo y solo él tiene ese
poder espiritual.
Las demás asintieron al
unísono, observando a sus respectivas parejas, incluida Kim, que lo hizo como
con encogimiento.
De pronto, sus rostros
cambiaron de expresión. Pasaron de la alegría a la preocupación en dos latidos
de corazón.
―¿Saldrá todo bien? ―preguntó
Jemima con el desasosiego pintado en sus ojos de color chocolate.
―No os preocupéis ―afirmó
Emily, otra vez adoptando el papel de madre de todas ellas―. Sam y Jacob saben
lo que hacen. Además, contamos con la ayuda de los Cullen.
Todas se giraron para
mirarme. Me empecé a sentir un poco responsable por todo lo que estaba pasando.
Sabía de sobra que era una tontería, puesto que yo no tenía la culpa, pero lo
cierto es que si Aro se había encaprichado con los lobos, era porque ellos habían
estado en el claro para defenderme a mí.
―Lo siento ―murmuré,
agachando la cabeza―. Si no hubierais tenido que enfrentaros a los Vulturis
hace seis años…
―Jake se imprimó de ti y,
desde ese mismo momento, formas parte de nuestra gran familia ―me cortó Emily,
levantándome la cara con suavidad―. Nadie tiene la culpa, excepto esos
Vulturis.
Rachel me acarició el brazo
para animarme y darle la razón a Emily.
Asentí, intentando sonreír,
pero solo me salió una ligera curva hacia arriba. Aunque yo no era la novia de
Jacob, podía identificarme perfectamente con ellas. Le observé mientras debatía
con Sam y el resto de sus compañeros. Podía adivinar lo que sentían ellas al
mirar a sus lobos. Yo con mirar al mío, ya me temblaban las piernas solamente
con imaginármelo enfrentándose al ejército de los Vulturis, y eso que era mi
mejor amigo, si fuera mi novio…
En ese preciso instante, mi
corazón pegó un bote cuando me di cuenta de que si fuera mi novio sentiría
exactamente lo mismo, por eso las comprendía tan bien. Me quedé mirándole
fijamente. ¿Qué pasaría si fuéramos novios? Escuchar la palabra, dicha
por mí misma en mi mente, hizo saltar las mariposas de mi estómago. ¿Por qué
siempre le llamaba mi lobo? La
pulsera empezó a hacerme cosquillas y me quedé de piedra, ya que me las hacía
ahora y no estaba pegada a Jacob. Entonces, recordé que también me las había
hecho en el restaurante cuando a Nahuel se le había escapado que Jake estaba
imprimado de mí. ¿Qué me intentaba decir la pulsera? Ahora no me pedía que le
besara. ¿Es que me decía que fuera la novia de Jacob? Mi aro de cuero vibró
suave otra vez para confirmármelo. Por supuesto, eres la pulsera de Jake,
qué me vas a decir, le critiqué para mis adentros. Sentí las cosquillas de
nuevo en mi muñeca. ¿Qué me dices ahora? No te entiendo, la contesté. Ya
estaba hablando con la pulsera una vez más, me estaba volviendo loca de verdad.
―Todo va a salir bien, ya lo
verás ―me dijo Martha, interrumpiendo mis chaladas cavilaciones.
―Sí ―le respondí, aunque yo
no las tenía todas conmigo, y eso que conocía el poder de mi familia y de sus
aliados.
Las chicas empezaron a
contarme cómo se habían enterado de la imprimación de sus novios para cambiar
un poco de tema. Algunas historias y situaciones eran realmente divertidas.
Como había dicho Emily, es un poco fuerte descubrir que el chico del que te has
enamorado se puede transformar en un enorme lobo, aunque, como habían
mencionado antes, todas sucumbieron finalmente.
Mientras charlábamos, miré a
mi alrededor y me sorprendí de lo integrada que me encontraba en ese grupo que
acababa de conocer. Era muy cómodo y fácil no tener que esconder ni fingir
nada.
Sin embargo, y aunque sí fingíamos
estar tranquilas, todas volvíamos la vista de vez en cuando hacia nuestros
lobos, pensando en los seis meses que quedaban para la llegada de la batalla.
ACORRALADA
Se hizo tarde y Jacob me
llevó a su casa para cenar allí. Billy no contaba con nosotros y él ya lo había
hecho, así que nos preparamos algo rápido y lo comimos en la cocina los dos
solos.
Después de llamar a mi casa
y recogerlo todo, nos fuimos a su pequeño cuarto para tirarnos un rato encima
de la cama, puesto que no había otra cosa para sentarse.
Jacob se echó boca arriba y
levantó el brazo para que yo me acurrucase junto a él. Me eché de lado y me
acomodé en su costado de buena gana, colocando mi mano sobre su torso.
―¿De qué os reíais todas? ―me
preguntó mientras empezaba a pasar los dedos entre mi pelo.
―De nada. Cosas de chicas
lobo ―le contesté con una risilla al recordar algunas de las anécdotas.
―Veo que te lo has pasado
bien.
―Sí, son todas muy
simpáticas. La verdad es que me sentí muy a gusto con ellas ―admití.
Jacob giró el rostro para
mirarme. Lo tenía tan pegado al mío, que empecé a notar las fuertes y
aceleradas palpitaciones en mi caja torácica.
―¿Cómo de a gusto? ―quiso
saber, con una sonrisa.
Ya sabía por dónde iba, y no
quería arriesgarme a mantener mi mirada con la suya para no caer en la
tentación, así que me obligué a mirar hacia abajo.
―Pues lo mismo que con mis
amigas del instituto ―le señalé.
Mientras él suspiraba
audiblemente y miraba al techo de nuevo, me acordé de algo.
―Por cierto, mañana después
de clase voy a ir de compras a Port Angeles con ellas.
―Vale, me parece bien. Así
podrás renovar tu pequeño vestuario ―me
dijo con su sonrisa burlona.
―Ja, ja ―le respondí con
sarcasmo―. Pues puede que me compre algo, no sé.
―Podías comprarme algo a mí,
¿no? Ya sabes, como tu familia es rica y eso… ―me propuso.
―Claro, ¿qué quieres?
Volvió a girar el rostro
para mirarme, sonriendo.
―Tonta, era una broma ―miró
al techo otra vez y habló más serio―. Nunca aceptaría el dinero de tus padres.
Me coloqué boca abajo y me
apoyé en su torso para verle mejor la cara.
―¿Y si te quisiera hacer un
regalo? ―le pregunté por curiosidad.
―Ya me los haces en mi
cumpleaños.
―Sí, pero todavía queda
mucho para el catorce de enero. ¿Y si quisiera regalarte algo antes? Sería con
la paga que me dan mis padres.
―Podrías hacérmelo tú o
regalarme algo más personal, no tendrías por qué gastarte dinero en mí ―respondió,
sin dejar de peinarme la melena―. Ese tipo de regalos me encantan. Aunque, bien
pensado, tú no sabes tallar figuritas, ni hacer pulseras, ni nada de nada ―se
mofó―, así que igual sería mejor que me lo compraras, siempre y cuando no fuera
muy caro, claro ―afirmó, sonriéndome abiertamente―. Bueno, pensándolo bien, si
lo que quisieras fuera regalarme un Ferrari, tampoco le haría ascos para nada.
Y si quisieras regalarme una Harley Davidson…
―Vale, vale ―le corté,
taponándole la boca con la mano―. Veo que tendría muchas opciones.
Se la destapé y nos reímos.
―En serio ―siguió, ya sin
reírse―, podrías regalarme lo que quisieras, mientras no te costara mucho
dinero ―la mano que acicalaba mi pelo se quedó en mi espalda y la otra la subió
para acariciarme la mejilla con sus sedosos y cálidos dedos―. Viniendo de ti,
me encantaría seguro ―susurró, enganchándome con sus pupilas.
Mi voluntad y mis ojos
cedieron al notar cómo mi vello se levantaba, no pudieron evitar cerrarse, y mi
rostro rotó ligeramente por sí solo para rozar la punta de sus dedos con mis
labios. Todas sus ardientes yemas tomaron la iniciativa y tocaron mi boca, una
por una, de su dedo meñique al pulgar, haciéndome quedar sin el poco aire que
mis pulmones se acordaban de inspirar. Alcé un poco la cabeza en el momento en
que sus dedos comenzaron a deslizarse por mi mandíbula y bajaron, acariciando
mi garganta lentamente, estremeciéndome de punta a punta. Mi respiración se
agitó aún más cuando se abrieron paso por el escote de mi blusa, hasta que se
detuvieron en la parte superior de mi pecho. Volvieron a reptar, pero esta vez
hacia arriba. Pasaron por mi cuello y se quedaron en mi nuca.
La pulsera ni siquiera tuvo
que vibrar. Abrí los párpados y clavé mis pupilas en sus intensos ojos negros,
que también me miraban fijamente. Rocé sus labios con las yemas de mis dedos,
del mismo modo que había hecho él. Eran muy suaves y calientes. Su respiración
también se aceleró cuando bajé la mano, palpando todo su torso, y la metí por
debajo de su camiseta para acariciar sus músculos con los dedos, sintiendo su
tórrida y tersa piel.
Billy picó a la puerta,
sobresaltándome. Saqué la mano de allí inmediatamente y me tumbé boca arriba,
un poco más lejos de Jacob, con las mejillas más que ruborizadas.
―Hasta mañana, chicos. Me
voy a la cama ―voceó desde fuera.
Jacob se puso de pie de un
salto y se acercó para abrir la puerta.
―Nosotros nos vamos ahora ―le
oí decir con un cuchicheo.
―Como queráis. Hasta mañana,
Nessie ―se despidió, asomando la cabeza.
―Hasta mañana, Billy ―le
respondí, incorporándome hasta quedarme sentada.
―Mañana estaré por aquí más
tiempo ―le anunció Jake―. Nessie se va de compras a Port Angeles con sus amigas
después de clase.
―De acuerdo ―oí las ruedas
de la silla de Billy alejándose―. Hasta mañana, hijo.
―Hasta mañana ―le contestó
Jacob, cerrando la puerta. Se giró hacia mí, me miró durante unos segundos y
después suspiró con desilusión―. Bueno, ¿nos vamos?
―Sí ―le contesté,
levantándome de la cama.
Me cogió de la mano y me
llevó hasta la puerta de la entrada, apagando las luces a su paso.
Salimos al exterior y
caminamos en silencio durante un rato, en dirección al garaje.
―Estoy pensando que mañana
te puedo ir a buscar al instituto cuando vuelvas de Port Angeles ―me dijo, ya
llegando―. Así tus amigas no se tendrán que desviar tanto para llevarte a casa
y yo me quedaré más tranquilo, ¿qué te parece?
―Es buena idea. Te llamaré
después del almuerzo para decirte una hora.
―Vale ―aprobó, pasándome el
casco.
Jake sacó la moto, la
llevamos hasta la carretera y nos montamos para encaminarnos hacia mi casa.
Helen y yo salimos de la
última clase y esperamos al resto en el pasillo. Las primeras que aparecieron
de entre el bullicio fueron las gemelas, que estaban litigando para ver quién
de ellas conducía en la ida y quién en la vuelta, pues íbamos a hacer el viaje
en su coche. Brenda tardó un poco más en llegar. Estaba en el servicio, se
había retocado porque sabía que Jacob me vendría a buscar a nuestra llegada.
Salió como un pincel del baño, con su ropa ceñida y sus tacones de aguja. Ahora
me explicaba la bolsa que había traído, lo había hecho para cambiarse, la muy
descarada.
―Bueno, ¿nos vamos ya? ―protestó
Helen―. Si tardamos tanto, no nos dará tiempo a nada.
―Tranquila, las tiendas no
se van a mover ―le replicó Brenda, taconeando hacia la entrada.
Helen y yo pusimos los ojos
en blanco y las gemelas resoplaron a la vez.
Salimos al aparcamiento y
nos dirigimos al coche de Alison y Jennifer, que también lo compartían.
Qué vacío me parecía ese
aparcamiento sin la presencia de Jacob. Ya le había echado de menos desde el
mismo momento en que le dejé en su moto por la mañana y esto me recordaba que
no le iba a ver hasta la noche, demasiado tiempo.
El vehículo era un Ford
Explorer estilo Ranger verde metalizado, de segunda mano y con cinco puertas.
Por su aspecto, parecía bien cuidado.
Finalmente, Jennifer tomó el
mando y Alison se tuvo que conformar con ser el copiloto en el viaje de ida. Me
senté la primera, junto a la ventanilla, detrás de Alison, y después de una
pequeña discusión, Helen consiguió la otra, así que Brenda se sentó a mi lado,
para mi desgracia. Se había puesto mucho perfume y el olor era muy fuerte para
mi sensible olfato. Abrí un poco la ventanilla para poder respirar.
Brenda no dejó de hablar
durante todo el viaje. Se la notaba emocionada por tener la oportunidad de saquear
todas las tiendas que pudiera. Acabó haciéndome gracia y todo cuando empezó a
contar sus anécdotas con sus innumerables exnovios y chicos que iban a verla al
Ocean, pero la sonrisa me desapareció de sopetón cuando me preguntó si
Jacob iría ese jueves por allí.
Por fin, llegamos a la
ciudad y Jennifer consiguió aparcar el coche en una calle cercana a Webster
Park.
Nada más salir del vehículo,
Brenda localizó unas cuantas tiendas en las que quería echar un vistazo. La
seguimos, ya que empezó a desfilar delante de nosotras meneando las caderas sin
parar, y entramos en la primera tienda a la que nos llevó.
Todas nos repartimos por el
local, como si del despliegue de una tropa se tratase, y empezamos a buscar
prendas. Brenda lo hacía como loca, a los cinco minutos, su brazo ya no podía
aguantar más trapos. Helen no ponía muy buena cara, su estilo era muy diferente
al tipo de ropa que se vendía allí.
―Voy a probarme esto, chicas
―proclamó Brenda, alzando el montón de vestimentas que portaba.
Cogí dos camisetas y dos
pantalones a juego y entré en el probador de al lado.
Ahora ya me había
acostumbrado por completo a mi cuerpo, incluso me gustaba. Me alegré cuando
probé los conjuntos que había elegido y me quedaban bien.
―Toma ―me dijo Helen,
metiendo la mano entre la cortina para pasarme un vestido cuando estaba a punto
de vestirme―. Pruébalo, creo que te quedará guay.
―¿Y tú? ―le pregunté,
agarrándolo―. ¿No te quieres probar nada?
Metió la cabeza para hablar
conmigo.
―Este tipo de ropa no me va,
pero he visto este vestido y creí que te quedaría bien ―me miró de arriba abajo
y pestañeó―. Sí, definitivamente te quedará de lujo con ese cuerpazo. Pruébalo.
Sacó la cabeza y yo pude
ponerme colorada tranquilamente.
―Luego iremos a otra tienda
que te guste a ti ―le sugerí.
―Eso espero ―exhaló.
Extendí la prenda roja,
desabroché la cremallera y me lo puse. El cierre estaba por el lateral del
vestido, así que no me hizo falta llamarla para que me ayudara. Me miré bien
por delante y por detrás. La tela era imitación a la gasa, el pico del escote
se formaba al cruzarse en el pecho y se unía a la espalda por medio de unos
gruesos tirantes que dejaban al descubierto los hombros. Iba ceñido hasta la
cintura, cayendo después natural sobre los muslos, y llevaba un cinturón ancho
de color negro que resaltaba la figura. Me quedaba bastante bien, tenía que
reconocerlo.
―¿Te gusta? ―Helen volvió a
introducir su cabeza por la ranura de la cortina para mirar cómo me quedaba―.
¡Guau, te queda de cine! ―exclamó―. Tía, pareces una top model. Te lo llevarás,
¿no?
―No sé si me atreveré a
ponérmelo ―reconocí, mirándome en el espejo y mordiéndome el labio, indecisa―.
¿No es un poco atrevido?
―Por Dios, Nessie ―resopló―.
Solamente enseñas un poco las piernas y casi no se te ve nada de canalillo.
Además, las que tenemos bastante pecho tenemos que lucirlo de vez en cuando,
¿no te parece? Tendrías que ver algunos de los míos ―miró a su lado y se metió
conmigo en el probador―. Piensa en la cara que pondría Jacob si te viera con
este vestido ―me cuchicheó al oído―. Seguro que lo dejas boquiabierto y ya no
se despega de ti.
No pude evitar sonreír ante
esa idea.
―¿Tú crees? ―murmuré.
―Si no tienes cuidado, puede
que hasta te lo arranque ―me soltó en un tono pícaro.
Me puse tan roja como el
vestido.
―Helen ―la regañé,
empujándola suavemente mientras se reía con una risa traviesa que me contagió
sin que lo pudiera evitar.
―Venga, llévalo ―cogió la
etiqueta y miró el precio―. Además, como no es de temporada, está rebajado, mira.
―Está bien ―suspiré con una
risa―. Me lo voy a llevar, pero tendré que comprarme una chaqueta y unos
zapatos a juego, ¿no crees?
―Voy a buscártelos ahora
mismo ―se ofreció, saliendo disparada del probador.
Empezó a recordarme a Alice,
en estilo gótico, y me reí.
No me podía creer que me
fuera a llevar el vestido solo por ese argumento. En realidad, yo no debería
seducir a Jacob, sino más bien todo lo contrario, sobre todo porque no quería
hacerle daño. Pero la imagen de Jake rozándome con sus dedos mientras llevaba
este vestido, se me antojó más que apetecible, casi como un deseo imparable que
inundó mi mente y barrió cualquier otro pensamiento.
Helen era muy buena,
enseguida me encontró una chaqueta negra que combinaba perfectamente con mi
vestido.
Salí con las dos camisetas,
los dos pantalones, el vestido y la chaqueta. En la primera tienda ya me había
gastado más de la mitad del presupuesto que me había fijado. Ahora tendría que
reprimirme en el resto de los locales, había hecho bien en traer el dinero
justo para no gastar demasiado.
Hicimos una ruta con las
tiendas que nos gustaban a todas. Empezamos con las que le gustaban a Brenda,
seguimos con las que nos gustaban a Jennifer, Alison y a mí y terminamos con
las que le gustaban a Helen.
Cuando nos marchamos de la
última, de estilo gótico, íbamos
todas cargadas de bolsas. Terminé comprándome un par de sudaderas y unos zapatos
de tacón negros a juego con el vestido, para exprimir lo que me quedaba de
presupuesto.
Mientras caminábamos, ya
llegando al coche, me di cuenta de que me faltaba una bolsa. Al final mi padre
iba a tener razón con eso de mis pequeños defectos de medio humana.
―Genial. Me he dejado la
bolsa de los zapatos en la última tienda. Tengo que ir a buscarla.
―¿Te acompaño? ―se brindó
Helen.
―No, no hace falta, gracias ―le
contesté, dándole mis otras bolsas―. Vengo enseguida, esperadme en el coche.
―¿Estas segura? Ya es de
noche, no deberías ir tú sola ―me dijo mientras me alejaba.
―¡No te preocupes, sé
defenderme! ―voceé sin mirar atrás.
Giré la esquina corriendo a
velocidad humana y aceleré a lo semivampiro cuando no vi a nadie. Llegué a la
vacía calle de la tienda gótica, que
estaba a punto de cerrar, y entré. La dependienta ya estaba con las llaves en
la mano.
―Disculpa, creo que me he
dejado aquí una bolsa con unos zapatos hace cinco minutos.
―Ah, sí ―la chica se acercó
al mostrador y sacó mi bolsa―. ¿Es esta?
―Sí ―suspiré, aliviada,
cogiéndola―. Gracias.
―De nada.
Salí contenta de la tienda y
la dependienta cerró la puerta con llave a mis espaldas.
Inicié la vuelta caminando ―había
llegado demasiado pronto a la tienda con mi velocidad de semivampiro para que
me diera tiempo antes de que cerrasen y ahora tenía que hacer un poquito de
tiempo, para que no me vieran hacer un trayecto de cinco minutos en uno― y
avancé tranquilamente hasta que crucé la esquina.
Pasé por delante de un grupo
de chicos que me importunaron y me dijeron guarrerías de toda clase, pero ni me
inmuté. Si a alguno se le ocurriera intentar algo, lo alzaría con una sola mano
y lo lanzaría a los cubos de la basura. Uno de ellos llegó a levantarse y me
siguió durante unos metros mientras el resto se reía y continuaba con sus piropos. Seguí caminando sin alterar lo
más mínimo mi paso y giré a la otra calle.
Ya me empecé a irritar de
verdad cuando escuché que los pasos continuaban detrás de mí. Esto ya pasaba de
castaño a oscuro. Le iba a dar una lección a ese tipejo. Le quitaría las ganas
de meterse con nadie más haciéndole una llave que me había enseñado Jasper para
este tipo de situaciones. Me giré con rapidez para pillarle por sorpresa, sin
embargo, la que se quedó con los ojos como platos fui yo cuando le vi.
La bolsa se me cayó al suelo
de la impresión y un escalofrío se me incrustó en el estómago, dejándome
paralizada. Sus ojos amarillos reflectantes estaban clavados en mí, de igual
modo que en mis peores pesadillas. Brillaban como el iris de un gato en la
oscuridad y me observaban, obsesivos y depredadores. Su monstruoso cuerpo y su
desfigurado semblante estaban bastante cubiertos de un vello largo y negro,
pude verlo a través de su camisa y sus pantalones rasgados, aunque seguía
teniendo el aspecto más parecido al de un humano peludo y descomunal. No podía
olerle por la brisa marina que él tenía a su favor, había esperado bien el
momento para intentar atacarme por la espalda. Abrió su boca y me enseñó sus
enormes y puntiagudos dientes mientras salivaba, hambriento. Avanzó un paso hacia
mí con su gigantesco pie descalzo y yo retrocedí automáticamente. Cuando volvió
a pisar en mi dirección, eché a correr por instinto.
Galopé lo más deprisa que
pude, pero estaba tan aterrorizada, que lo hacía sin rumbo ni dirección, ni
siquiera sabía dónde me encontraba. Las calles estaban vacías y algo oscuras,
podía escuchar sus pasos muy cerca de los míos y sus gruñidos se me metían por
el oído, horrorizándome más.
Sin saber cómo, me encontré
de frente con un callejón sin salida. Me di la vuelta y le vi acercándose a mí
a toda velocidad. Mis piernas decidieron solas y tomaron impulso para saltar
por encima de él, dejándole otra vez a mis espaldas. Eso le enfadó y me
persiguió de nuevo, resollando con ansia.
Conseguí alejarme un poco de
él y salir de esa calle. Sin embargo, todo se me vino abajo cuando me topé con
otra cerrada. La escapatoria en esta era casi imposible, dada su estrechez y
los altísimos muros lisos que la cercaban, sin un relieve ni saliente para
poder escalar. Estaba acorralada.
Apreté los dientes y me giré
para hacerle frente. No tenía otro remedio. Si quería sobrevivir, tenía que
defenderme y luchar. Estaba sola y muerta de miedo, pero, desde luego, no tenía
pensado ser el aperitivo de ningún licántropo o lo que fuera.
Se abalanzó sobre mí,
estampándome la espalda contra la pared. El impacto fue tal, que el estruendo
hizo eco en los paramentos colindantes y el muro se agrietó, desparramándose en
el suelo trozos del enfoscado y la pintura blanca. Me quedé sin respiración
durante unos segundos, del golpe, y me mareé, tiempo que él aprovechó para
sostenerme por el cuello y deshacerse de mi cazadora de pana; quería abrirme el
torso para comerse mis órganos y la prenda era un estorbo. La rasgó con sus
afiladas uñas con impaciencia, reduciéndola a unos retales que cayeron sobre la
calzada, y empezó a olerme con voracidad mientras jadeaba como un animal.
De repente, mi pulsera
vibró. Lo hizo fuerte, como un móvil, y entonces me espabilé como si me
hubieran echado un cubo de agua helada. Intenté zafarme con todas mis fuerzas,
pero me apresó otra vez contra la pared. Aunque luché para impedirlo, sus manos
eran tan enormes, que le bastó una para sujetarme las muñecas. Lo hizo con
tanta presión, que no podía moverme. Noté su asquerosa y agitada respiración en
mi cuello mientras me arrancaba el primer botón de mi blusa.
La pulsera vibró de nuevo
para avisarme y, de pronto, me acordé de por qué lo hacía. Comprendí,
horrorizada y asqueada, lo que ese horrible monstruo quería en realidad. No
quería comerme. Quería separarme de mi lobo tomándome por la fuerza, creyendo
que así me haría suya. Una explosión de fuego me atravesó entera de la cabeza a
los pies y la lucidez se presentó en mi cerebro con absoluta certeza. No sabía
de qué forma ni por qué era así, pero todo mi ser, cada célula de mi organismo,
cada parte de mi cuerpo, le pertenecía a Jacob. Yo era solamente de Jacob, toda
de Jacob.
Mi fuerza vital respondió
instintivamente a la llamada de mi aro de cuero de una forma salvaje y feroz.
Sentí cómo el calor desaparecía de un ramalazo, mi sangre de vampiro se hacía
con mis venas y se volvía helada. Mi corazón ralentizó al máximo el número de
latidos y cada músculo de mi cuerpo se tensó hasta volverse duro como el mármol.
Por primera vez en mi vida, era casi vampiro y apenas humana. Por supuesto,
lucharía por mí, pero sobre todo iba a hacerlo por Jacob. Él me daría fuerzas;
en cierto modo, siempre estaba dentro de mí, incluso ahora me parecía olerle.
Ese monstruo no me tocaría, jamás, no tocaría lo que no era suyo. Mi labio superior
se retiró como un acto reflejo para mostrar mi implacable dentadura y un
potente rugido retumbó en todas las paredes de alrededor cuando salió por mi
garganta.
―¡Déjame! ―le escupí con un
gruñido agresivo.
Se paró en seco cuando iba a
arrancarme el tercer botón, y me miró con sus ansiosos ojos amarillos. Los
observé fijamente con una mirada llena de odio y le enseñé mis dientes de forma
amenazante para ver si se rendía, sin embargo, en vez de apartarse, eso le
entusiasmo más y se echó sobre mí.
Con un movimiento enérgico y
enfurecido, separé mis muñecas de su garra y conseguí apartarlo hacia atrás,
empujándolo con una inusitada fuerza.
Permaneció quieto, mirándome
de una forma maníaca y neurótica, emitiendo unos sonidos profundamente
guturales. Ese monstruo no había contado con esta transformación que a mí
también me había dejado perpleja, aunque no tenía tiempo para pensar en ello.
Desplacé mi cuerpo unos
pasos lateralmente y él hizo lo mismo para quedarse delante. Estaba claro que
no iba a dejarme marchar.
Me puse en posición de
ataque, agazapándome, y se quedó frente a mí para esperarme, sin dejar de
jadear. Era repulsivo.
Tenía que salir de allí como
fuera, aprovechar cada oportunidad, así que corrí hacia él y me lancé a su
cuello con un salto más grácil y preciso de lo normal. Aulló de dolor cuando le
clavé los dientes con saña, pero no pude engancharle la yugular. Me alejé de un
brinco y volví a intentarlo con extremada rapidez, tomando impulso con el muro
que tenía a mi izquierda.
Esta vez se retorció con un
rugido estremecedor cuando hinqué mi dentadura y le rompí el hueso del brazo.
Tuve que esquivar su gigantesco puño, ya que lo arremetió contra mi cabeza,
saltando a un lado.
Se abalanzó sobre mí, furioso.
Finté el ataque de sus fauces con un movimiento veloz y ágil y me arrojé hacia
él de nuevo.
Aunque le asalté con toda mi
potencia, era una presa demasiado grande para mí incluso como vampiro, y
consiguió agarrarme por el cuello.
Me incrustó contra el
paramento, sujetándome por la garganta con una sola mano, y me levantó del
suelo. Se disponía a rasgar mi blusa, pero no le di opción. Enganché mis manos
a la suya y tiré de sus dedos hasta que oí el crujido de sus falanges. Me soltó
súbitamente, gimiendo por el daño, y caí de pie en la calzada. Levanté mi
pierna, girando con un movimiento vertiginoso para hacerle una de las llaves
que mi padre me había enseñado, y lo lancé hacia el muro de enfrente.
Inicié la huida, sin
embargo, saltó enloquecido en mi dirección y, de un manotazo, salí despedida de
frente hacia la pared, colisionando estrepitosamente y produciendo un enorme
boquete. No me dolió, pero antes de que me diera tiempo a reaccionar, me
aplastó contra el paramento y se pegó a mí por detrás. Le separé un poco,
haciendo fuerza con mi hombro y mi espalda, y le puse la mano derecha en la
cara para que no se arrimara más y no me echara su aliento de amoniaco. Pero
era imposible, yo seguía sin ser un vampiro completo y él estaba fuera de sí;
me clavaba su mirada obsesiva y alocada mientras resollaba salvajemente,
luchaba con mi otra mano para intentar rajarme los pantalones.
En ese momento, entendí por
qué el poderoso Cayo no había podido exterminar a los licántropos.
―¡NOOOOO! ―le chillé con
todas mis ganas.
Entonces, la pulsera
reaccionó de nuevo. Vibró una sola vez con una energía extraordinaria e impresionante.
En esta ocasión, la onda expansiva fue colosal, ardiente como el fuego, y
estalló en su cara, haciéndole salir despedido de espaldas hasta que se
estrelló en una de las paredes con otro ruido atronador.
Mientras seguía en el suelo
retorciéndose y gimiendo con las manos en su cara quemada, yo eché a correr a
toda velocidad. Ahora mis piernas no corrían, volaban. Lo único que escuchaba
era el zumbido de los edificios pasando a la velocidad del sonido a mi lado.
Percibí el leve golpeteo de varios
latidos de corazón y me dirigí hacia allí. Llegué rápidamente a una calle más
iluminada y con gente, estaba llena de restaurantes y locales.
Me apoyé en una farola con
mis manos temblorosas e intenté relajarme respirando profundamente. Seguí mi
avance a un trote humano.
Un olor familiar se me metió
por la nariz y lo seguí durante varios metros. Cuando giré la esquina, encontré
a mis amigas, el aroma del perfume de Brenda era inconfundible.
―¡Nessie, ¿dónde estabas?! ―exclamó
Helen―. ¡Estábamos buscándote preocupadas!
―Lo… lo siento ―murmuré,
confundida y desorientada.
Se quedaron mirándome
atónitas, en silencio.
―¿Qué te ha pasado? ―me
preguntó Helen, acercándose a mí para tocarme la cara. Me atusé el pelo para
que no lo hiciera y se detuvo a observarme―. Estás muy pálida, ¿te encuentras
mal?
―Sí, me… me he desmayado ―me
inventé―. Si no os importa, me gustaría irme a casa, por favor.
―Claro ―contestó Alison con
el rostro todavía perplejo.
―Espera ―dijo Helen,
obligándome a pararme para no tocarla―. ¿Dónde está tu bolsa con los zapatos?
¿Y tu cazadora?
La esquivé y empecé a
caminar hacia el coche, si ese monstruo me había seguido, mis amigas estarían
en peligro.
―La tienda estaba cerrada, y
la cazadora la perdí cuando me desmayé ―volví a mentir.
―¿Cómo que la perdiste? ―quiso
saber Brenda, intrigada.
―Sí, me la quité cuando me
empezó el sofoco, y cuando me desperté, ya no estaba ―abrí la puerta y me subí
al coche―. Creo que me la han robado, así que mañana tendré que ir a poner la
denuncia.
A diferencia de mi madre, a
mí se me debía de dar muy bien mentir, porque todas se tragaron la sarta de
mentiras.
―¡Pues menudo susto nos has
dado! ―se quejó Brenda, sentándose a mi lado.
―La próxima vez, no vayas tú
sola ―me regañó Helen, cerrando su puerta―. Has tenido suerte de que solo te
hayan robado la cazadora. No te imaginas la de depravados que hay por ahí
sueltos.
Y tanto que lo sabía. Todavía me temblaba el cuerpo entero, incluso
empezaba a sentirme débil.
Alison conducía en el viaje
de vuelta, así que se sentó en el asiento del conductor y, por fin, arrancó el
coche para iniciar la marcha.
No me quedé tranquila hasta
que salimos de la ciudad, anduvimos algunos kilómetros y comprobé que esa
bestia no nos seguía en coche.
Sin embargo, mi cuerpo no
dejaba de temblar, y cada vez me notaba más y más débil. De pronto, algo llamó
mi atención, quemándome la garganta. Se clavó en mi cerebro como un cuchillo
candente.
Brenda estaba hablando de
algo, pero ni siquiera presté atención a su voz. Tan solo podía escuchar el
bombeo de la sangre que pasaba por su cercana yugular. Y no solamente el de
ella, podía oír y oler a la perfección los cuatro flujos de sangre que me
rodeaban. Distinguía los ritmos cardíacos, los latidos, la tensión arterial. La
boca se me hizo agua y la garganta me quemaba por la sed, parecía que me la
estuvieran raspando por dentro con un palo.
Mi cuerpo estaba muy
debilitado y necesitaba sangre, tenía que beber, apagar toda mi sed. Pero la
pequeñísima parte de mí que aún era humana consiguió hacerme ver y me di cuenta
de que no las tenía que hacer daño, eran mis amigas, mis compañeras.
Luché con todas mis fuerzas
contra ese deseo asesino que me atraía como un potente imán. Bajé mi ventanilla
y miré por ella para inhalar el aire del exterior, tenía que entretener mi
olfato con otros olores.
―¡Nessie, por Dios! ¡Cierra
esa ventanilla, qué frío! ―me pareció que exclamaba Brenda.
―Déjala, ¿no ves que no se
encuentra bien? ―escuché que decía Helen.
Empecé a marearme y se me
nubló la vista. Mis manos temblaban de debilidad y de frío, tenía muchísimo.
Apoyé la cabeza contra el respaldo y vi cómo todo me daba vueltas.
Pom, pom, pom, pom…
Pom, pom, pom, pom...
… sonaban los cuatro órganos
acompasados como si de cuatro bombos se tratasen. Cuatro flujos bombeados,
danzando la misma canción. Tragué saliva y cerré los ojos, apretando mis
párpados. Mi corazón latía cada vez más y más lento, se iba parando como un
reloj que se queda sin cuerda, podía sentirlo, y también cómo mi propia sangre
apenas fluía por mis venas.
El esfuerzo de mi organismo
al transformarme en casi vampiro había sido extremo, eso añadiendo la energía
perdida en la pelea con el licántropo y que llevaba mucho tiempo alimentándome
de comida humana. No tenía reservas de sangre y mi cuerpo estaba consumiendo la
suya propia a un ritmo brutal, igual que le había hecho a mi madre en su
vientre. Y parte de mí seguía siendo humana, no era un vampiro completo, mi
organismo no disponía de ponzoña para transformarme del todo y no viviría. Si
no aliviaba mi sed pronto, mi corazón acabaría sucumbiendo al quedarse sin
sangre para bombear y me moriría sin remedio.
Y lo estaba haciendo. Mi
corazón seguía apagándose a cada minuto, cada vez más. Respiraba con fatiga, el
aire me hacía daño en los pulmones y el mareo aumentó. Mi cerebro quería
centrarse solo en no morirse, pero ya era demasiado tarde. Ya ni siquiera podía
oír ni oler los flujos de sangre, mis sentidos se embotaron. Mi organismo ya no
luchaba por sobrevivir.
Estaba a punto de
desfallecer, cuando mi mente proyectó la imagen de Jacob frente a mis párpados.
Mi corazón pegó un salto y me espabilé un poco, lo justo para no desmayarme.
Pensé en él, en que si me tenía que morir, por lo menos tenía que verle una vez
más. Tenía que aguantar hasta el aparcamiento del instituto, si moría entre sus
cálidos brazos, besándole, viendo su rostro por última vez, sería una muerte
dulce, la mejor de todas. Podría despedirme de él, decirle que fuera feliz por
mí, y mi alma dejaría este mundo en paz para velar por él desde el más allá
para siempre.
Aguanté gracias a esa idea
el resto del viaje.
―Ya hemos llegado al
aparcamiento, Nessie ―oí la voz lejana de Jennifer.
―Jacob te está esperando ―me
dijo Helen.
Al escuchar su nombre, mis
células y neuronas se llenaron de adrenalina para cumplir su última misión y
pude incorporarme.
Entonces, le vi por la
ventanilla de Helen y mi corazón saltó de nuevo; todo mi cuerpo exprimió lo que
le quedaba de energía, tenía que intentar llegar a él.
―¿Es que ese chico nunca
tiene frío? ―preguntó Alison, sorprendida de que solo llevara sus pantalones
negros cortos y su camiseta verde oscuro en este último día de septiembre.
―La verdad es que no ―logré
contestar con una sonrisa apagada.
―Te acompaño ―se ofreció
Brenda, acicalándose y mirándose en el espejo retrovisor de delante.
―No hay tiempo ―le avisó
Alison―. Se nos ha hecho muy tarde y nos tenemos que ir ya.
―Sí, nuestros padres nos van
a matar ―se quejó Jennifer.
―Bueno, ya… me voy, entonces
―dije con un hilo de voz, abriendo la puerta del Ford.
―Nos vemos mañana ―se
despidió Helen.
―Sí ―murmuré con un nudo en
la garganta ante esa imposible perspectiva.
No tenía fuerzas para
despedirme, parecía mentira, pero en los pocos días que las conocía, ya las
había cogido cariño.
Me puse en pie como pude,
cerré la puerta y les dije adiós con la mano mientras se alejaban.
DONACIÓN
Cuando me giré y lo vi de
cerca, mi corazón consiguió latir a trompicones muy lentos y torpes. Eso hizo
que pudiera moverme y caminar hacia él.
Por supuesto, enseguida notó
que me pasaba algo y se acercó a mí corriendo. En cuanto llegó, impulsé mis
brazos para rodear su cuello con mis pocas fuerzas y me sostuve en su cuerpo.
Ya era feliz.
―¡Nessie, ¿qué te ha
pasado?! ―exclamó, apartándome la cara de su pecho y sujetándomela entre sus
suaves palmas para mirármela―. Mierda, tus ojos… Y estás helada ―murmuró,
alarmado, con las pupilas llenas de preocupación y ansiedad.
―Jake… ―susurré a duras
penas mientras me acariciaba el rostro impacientemente con sus cálidas manos y
me metía el pelo detrás de las orejas; ahora su tacto era más tórrido que
nunca.
―Tu propio olor es
diferente, pero… ―de repente, se quedó paralizado. Frunció el ceño y empezó a
mascullar con furia creciente―, este otro efluvio… ¡es de esa cosa! ¡¿Te ha
hecho algo?! ―escupió, apretando la dentadura, a la vez que el calor le subía
como un rayo por la espalda mientras estudiaba mi rostro.
Entonces, bajó la mirada y
se fijó en mi blusa. Su mandíbula se cerró audiblemente y sus dientes
rechinaron cuando comprendió el significado de mis botones arrancados. Su
semblante cambió y pasó de la furia a la ira incontrolada en una fracción de
segundo. Pude notar cómo su cuerpo se erguía para mirar al horizonte y empezaba
a temblar, desprendiendo fuego por todos sus costados. Su respiración se
aceleró cada vez más hasta volverse en amenazantes gruñidos y sus ojos negros
se llenaron de odio y agresividad, clamando venganza.
Sin embargo, antes de que le
diera tiempo a levantar un pie para ejecutarla, mis piernas cedieron y se
doblaron. Jacob me sujetó por la cintura, me alzó y me apoyó en su cuerpo,
sosteniendo de nuevo mi cara entre sus manos.
―¡Nessie! ¡¿Qué te pasa?!
¡¿Qué te ha hecho?! ―exclamó, alarmado y angustiado, mezclado con la furia que
aún había en su mirada.
Los ojos se me cerraban y
apenas podía respirar, podía oír los silbidos de mis bronquios cuando
intentaban coger oxígeno.
―No… no ha podido… tocarme ―murmuré
a duras penas entre la fatiga―. Me… transformé… en vampiro… y pude… escapar ―cogí
aire y descansé un par de segundos para seguir hablando―. Pero ahora… mi
cuerpo… consume… mi sangre…, como… hice… con mamá ―pude abrir mis párpados y
las lágrimas rodaron por mis mejillas cuando por fin observé mis adorados ojos
negros, que me miraban desesperados. Arrastré mi mano de su nuca a su rostro
para tocarlo―. Jake…, mi corazón… está… dejando… de latir… Me… estoy… muriendo ―jadeé,
aproximando mi rostro al suyo para besarle.
―¡No! ¡No lo permitiré! ―murmuró
con rabia contenida. Deslizó sus manos hacia mi nuca, entre mi pelo, y acercó
sus ardientes labios a los míos―. Yo también me niego a perderte, ¿me oyes? ―me
susurró―. Te quiero.
Sus palabras se clavaron en
mi alma en el mismo momento en que mi organismo empezó a desvanecerse, y no me
dio tiempo a contestarle; me escurrí y no pude llegar a su boca para cumplir mi
último deseo.
―Sé feliz por mí ―fue lo
único que conseguí exhalar con un hilo de voz mientras caía.
―¡NO! ―gritó, tomándome en
brazos.
Echó a correr a toda
velocidad, con mi cuerpo ya casi inconsciente colgando. Me levantó un poco para
arrimarme a él y mi cabeza cayó sobre su hombro. Me la sujetó, poniéndome la
mano en la mejilla, y aceleró. Su cuerpo caliente y cómodo me reconfortó, podía
morirme allí y sería muy dulce.
Pero Jacob era muy rápido.
Al cabo de un minuto, estábamos en el bosque que había cerca del instituto,
podía oler la tierra húmeda y la vegetación mojada. Se adentró otro poco y me
dejó con sumo cuidado en el suelo, sentada, con la espalda y la cabeza
descansando en un árbol.
Se quitó la camiseta y se
alejó veloz entre los grandes pinos y abetos.
―Jake… ―le llamé sin apenas
voz.
Me quedé sola en el bosque,
acompañada solamente por los sonidos típicos de la naturaleza en la noche. Mi
corazón apenas latía ya, mi cuerpo no podía moverse y estaba congelado,
temblaba, tenía muchísimo frío. Mis ojos se cerraban, rindiéndose a lo
inevitable.
Un ruido de pisadas hizo que
mis párpados se levantaran. Era Jacob en su forma lobuna. Corría de aquí para
allá a toda velocidad, buscando algo con su nariz. Se paraba a rastrear y
después solo se veía un borrón marrón bermejo que se alejaba como una
exhalación. Cuando volvió a aparecer ante mi vista, le llamé de nuevo.
―Jake…
Levantó del terreno su
enorme cabeza y se acercó a mí, raudo. Me acarició la cara con su hocico y me
dio varios lametones.
―Quédate… conmigo… hasta… el
final ―jadeé, afónica.
Me lamió y me frotó con su
cabeza, emitiendo unos profundos y agudos gimoteos. Sus expresivos y llorosos
ojos negros se clavaron en los míos y me observaron durante un rato,
angustiados. Quería acariciarle, pero no tenía fuerzas para levantar la mano.
De pronto, su expresión
cambió. Se incorporó y se puso a dar vueltas, nervioso, con la mirada en el
suelo, moviendo la cola con ansiedad. Se paró frente a mí para mirarme de nuevo
y dio un pisotón en el suelo con su inmensa zarpa para girarse y adentrarse una
vez más entre los árboles a la velocidad del viento.
―Jake… ―sollocé al ver que
se había ido.
En unos segundos, se
presentó ante mí a dos piernas. Se sentó a mi lado, giró el torso para
agarrarme de la cintura y pasó mi pierna por encima suyo para ponerme de frente,
sobre él. Estaba tan débil, que parecía una muñeca de trapo. Tuvo que
sostenerme la cara con sus manos para que pudiera mantenerla erguida.
―Vale, esto es lo que vamos
a hacer ―me habló con decisión, mirándome a los ojos fijamente―. Vas a chupar
mi sangre.
Me quedé más helada de lo
que estaba.
―¿Qué…?
―Tu organismo está
absorbiendo su propia sangre porque tu lado vampiro la necesita. Lo veo en tus
ojos, son rojo escarlata. Tienes que tomar sangre para que tu cuerpo no tenga
que hacer eso. Pues bien, vas a beber de la mía.
―No, Jake… ―mis ojos volvieron
a cerrarse.
―Mírame ―me ordenó, meneando
mi cara. Así lo hice―. No hay tiempo, Nessie ―acarició mi rostro con vehemencia―.
Ya he buscado presas, pero de noche es muy difícil encontrarlas, lo sabes.
Necesitarías un animal considerable, y lo único que encuentro son alimañas y
animales nocturnos. Yo estoy aquí, soy grande y fuerte, y mi condición de
metamorfo me permitirá recuperarme pronto. Puedes sacarme un par de litros
tranquilamente, con eso será suficiente para que te recuperes y pueda llevarte
a casa. Allí Carlisle te dará más sangre.
―Pero… si empiezo…, no… no
podré… parar… ―musité casi sin aire, asustada―. Nunca… he tomado… sangre…
humana… así de… fresca...
―Bueno, la mía es un poco
animal ―bromeó en un intento de relajarme. Al ver que no surtía efecto, pegó su
frente a la mía y me habló con un susurro, clavándome sus intensas pupilas con
determinación―. Sé que puedes hacerlo. Confío en ti.
Mi corazón quería latir con
fuerza al tenerlas tan cerca, lo intentó, pero no pudo.
―Si… te muerdo…
―No pasará nada, tú no eres
venenosa. De lo único que tienes que preocuparte es de no abrirme la yugular
del todo y de parar a tiempo ―¿y le parecía poco? Mis manos empezaron a temblar
y me acarició la cara otra vez―. Te he visto atacar desde que eres pequeña, sé
que puedes ser muy cuidadosa y precisa, yo te lo he enseñado. Luego la tendrás
que tapar con los dedos para que no salga la sangre a borbotones y pueda
curarse pronto. Con que la tapes un minuto, servirá. Pero recuérdalo bien, la
herida no se cerrará si es un torrente continuo y me moriré desangrado.
Con tanto rajar, borbotón y torrente mi instinto de vampiro se despertó de su agonía y empecé a
oler su sangre.
―No puedo… No puedo…
hacerlo, ni… beber… tu… sangre ―solo con decirlo, ya se me hacía la boca agua. Podía
escuchar el potente latido en su cuello, pero la idea de tomar el plasma de
Jacob me asustaba, olía demasiado bien. Demasiado―. No… estaría… bien ―resollé
ya con ansia.
―Sí, sí que puedes. Tómatelo
como una donación de sangre para una transfusión ―Jacob observó mis ojos
sedientos y acercó del todo mi rostro al suyo para susurrarme en los labios con
seducción―. Vamos, nena. Seguro que mi sangre es muy caliente y apetitosa.
Con un jadeo salvaje, me
lancé a su cuello, haciendo que su cabeza chocara contra el tronco. Le hice una
pequeña muesca en la yugular con mi colmillo y le clavé los dientes alrededor
de la herida para fijarme y empezar a succionar. Jacob apretó la mandíbula y se
retorció un poco, agarrándose a las raíces del árbol con tensión; emitió un
gemido sordo, pero no se movió ni se quejó más.
Empecé a beber su sangre en
sonoros tragos, estaba muy, muy caliente y extremadamente deliciosa, era lo mejor
que había tomado en mi vida. Tan pronto como me llegó al estómago, este empezó
a absorberla y su vida se mezcló con mi escasa sangre. Todo mi cuerpo se
revitalizó al instante y sentí cómo cada célula de mi cuerpo se volvía vigorosa
y fuerte. Me arrimé todo lo que pude a él para sorber más, aferrando sus
hombros con mis manos para que no se moviera ni un centímetro. La energía me
subió como un chute de adrenalina y la excitación que su sangre me producía me
dominó, su sangre me volvía loca. Mis vísceras y mi propio plasma, mezclado con
el suyo, ardían, de lo hirviente que estaba su líquido; todo mi organismo entró
en calor, noté cómo mi corazón renacía, latiendo con vigor y potencia, y cómo
mis músculos se volvían blandos y carnosos, medio humanos.
―Nessie…, me estoy…
mareando… ―murmuró sin apenas voz.
Pero yo no podía parar, aún
no. Tenía que tomar un poco más, lo necesitaba como un drogadicto necesita su
dosis. Tomé unos cuantos tragos más…
… hasta que sus manos
dejaron de sujetarse a las raíces y su cabeza cayó sobre mi clavícula.
Entonces, un chispazo de
discernimiento emergió en mi cerebro humano; recordé que era mi Jacob al que le
estaba quitando la vida y me aparté de su cuello urgentemente.
―¡Jake! ―chillé, angustiada,
a la vez que un chorro de sangre salía disparado hacia mi blusa, poniéndomela
perdida.
Me apresuré a taparle la
yugular con los dedos, presionando la raja bien para que no se escapara ni una
gota de sangre más.
Un minuto, un minuto, me indiqué nerviosamente a mí misma en mi mente.
Le levanté la cabeza con la
otra mano y se la sostuve contra el árbol.
―Jake, por favor… ―supliqué
entre lágrimas mientras le acariciaba la frente y la sien.
Me cercioré de que había
pasado más de un minuto y retiré mis dedos con mucha prudencia, por si acaso la
herida no se había curado del todo. Cuál fue mi sorpresa cuando vi que solo
tenía una pequeña cicatriz rosada, incluso mi mordisco casi había desaparecido.
El corte se había cerrado completamente.
―¡Jake! ¡Jake! ―le imploré,
llorando, acariciando su rostro ansiosamente con las dos manos―. ¡Aguanta! ¡No
me dejes, por favor!
Su cuerpo yacía en la tierra
sin un atisbo de vida y su rostro estaba completamente pálido y manchado por la
sangre que había en mis manos. Me eché sobre su pecho desnudo a llorar
desconsoladamente, rezando para que no fuera demasiado tarde.
―Tengo… que… comer algo ―balbuceó
casi mudo.
Levanté la cabeza
súbitamente, con el corazón latiéndome, por fin, a mil por hora.
―¡Jake! ―me arrojé a su
cuello, pero esta vez para abrazarle.
Rodeó mi espalda con sus
debilitados brazos.
Me separé y le toqué la cara
con inquietud, atestiguando que estaba bien de verdad; ya tenía algo de color.
―Lo conseguiste, pequeña ―susurró
apenas, sonriendo con una frágil sonrisa torcida.
―No. Lo conseguimos ―le
corregí, correspondiéndole la sonrisa y pegando mi frente a la suya.
―Sí ―aceptó.
Abrí mi blusa de un tirón y
me la quité para limpiarle la cara con la parte de tela que estaba limpia,
quedándome en sujetador.
―Guau ―quiso exclamar,
aunque solo le salió un murmullo sin brío.
―Cállate ―murmuré,
escapándoseme una sonrisilla.
Mientras le limpiaba el
rostro, me repasó de arriba abajo y después se quedó mirándome a los ojos,
maravillado.
―Eres tan preciosa… ―susurró
a duras penas.
―Shhhh, no hables ―le
contesté en voz baja.
Seguí frotando su cara
ansiosamente durante un buen rato, aunque ya estaba limpia, como si borrando su
inexistente sangre también fuera a eximirme de mi culpa. Tenía un enorme nudo
en la garganta que no se iba, casi había matado lo que más me importaba del
mundo. Después de observarme otro poco, me sujetó la muñeca y me quitó la blusa
de la mano para que dejara de limpiarle. Tiró suavemente hacia él y mi pecho se
unió al suyo, fundiéndonos en un abrazo. Notar su tórrida y sedosa piel pegada
a la mía me estremeció e hizo revivir a todas mis mariposas y mis taquicardias.
El nudo saltó y se escaparon las lágrimas que había intentado contener delante
de Jacob; las descargué sobre su hombro y él apretó frágilmente su abrazo. Nos
quedamos así unos minutos, en silencio, sintiendo el pálpito de nuestros
corazones en nuestros pechos y escuchando los sonidos del bosque nocturno.
―Lo siento ―sollocé cuando
ya fui capaz de hablar.
―Lo has hecho muy bien ―murmuró.
Me despegué para mirarle.
―Pero si casi te mato ―me
lamenté.
―La verdad es que casi me
dejas seco ―intentó bromear con entusiasmo, pero se quedó a las puertas―. Te
dije un par de litros y tomaste mil, por lo menos.
No pude evitar sucumbir a su
gran esfuerzo de quitarle hierro al asunto.
―Tengo que reconocer que tu
sangre me vuelve loca ―admití con una sonrisa.
―Eso ya lo sé. Todo yo te
vuelvo loca ―sonrió como pudo.
Pues sí, pero eso no tenía
pensado reconocérselo.
―De momento, solo tu sangre ―entonces,
mi rostro cambió y se puso serio―. Te has arriesgado demasiado.
―Paraste a tiempo y tú estás
bien, que es lo que realmente importa ―afirmó con un murmullo, acariciando mi
mejilla con el dorso de su mano―. Además, yo confiaba en ti, sabía que lo
conseguirías.
Me eché sobre su hombro y le
abracé de nuevo, se estaba tan bien ahí.
―¿Te das cuenta de que me
has salvado la vida? ―musité.
―Bueno, tú salvaste la mía ―me
respondió con un susurro.
―¿Yo? ¿Cuándo? ―quise saber,
extrañada.
―Cuando me imprimé de ti ―confesó―.
Tú eres mi ángel.
Mi garganta se vio bloqueada
por un instante.
―Y tú el mío ―murmuré
finalmente, apretando mi abrazo―. Siempre has sido mi ángel de la guarda.
Sus brazos me estrecharon
aún más y estuvimos así otros pocos minutos, sin hablar.
―¿Ves cómo estás más cómoda
así? ―espetó de repente.
―¿Así? ―me separé para
mirarle sin comprender.
―Sentada como las niñas
grandes ―me contestó, mordiéndose el labio, sonriente.
Me fijé en nuestra postura.
Yo estaba despatarrada sobre Jacob, en sujetador, rodeándole el cuello con mis
brazos frente a su pecho desnudo mientras él me sujetaba por la cintura. Mi
nueva sangre se me subió de golpe a la cara.
―Ya veo que te has
recuperado del todo ―le reproché, poniéndome de pie al instante.
―Todavía estoy un poco
mareado ―alegó, quejumbroso.
―¿Puedes levantarte? ―le
pregunté, preocupada, agachándome en cuclillas.
―Sí, creo. Pero necesito
comer algo para recuperarme.
―Hay una hamburguesería por
aquí cerca ―recordé―, podemos ir ahí.
Se quedó mirándome y me echó
otro repaso.
―Será mejor que te limpies ―me
señaló el pecho con el dedo y me miré sorprendida. Yo también tenía algo de
sangre que había traspasado la tela―. Luego puedes ponerte mi camiseta.
Agarré mi blusa y me limpié
a fondo. Si entraba en mi casa llena de vampiros con la sangre de Jacob… Me
froté bien hasta que me cercioré de que no quedaba ni un rastro y recogí su
camiseta del suelo.
―¿Puedes traerme las
deportivas? ―me pidió mientras me la estaba poniendo―. Están detrás de aquel
abeto de allí.
―Claro.
Me dirigí a ese sitio y las
vi tiradas en la tierra. Se las cogí y me acerqué a él para ponérselas.
Le ayudé a levantarse,
poniendo su brazo por encima de mis hombros, y él se apoyó en el tronco para no
caerse. Aun así, se tambaleó y no me dio tiempo a sujetarle. Se echó encima de
mí, estampándome en el árbol que tenía detrás.
―Lo siento, ¿te he hecho
daño? ―me preguntó, alarmado, separándose un poco de mí para mirarme.
Si supiera que en ese
momento estaba en el Cielo… Tuve que obligarme a respirar.
―No…, no te preocupes ―solo
me salió un susurro.
Asintió y se despegó de mí
para iniciar la marcha de nuevo. Volví a poner su brazo sobre mis hombros y
empezamos a andar. Parecía que estuviera sosteniendo a un borracho, no tenía
fuerzas ni para aguantarse en pie. Caminábamos haciendo eses por el bosque,
hasta que finalmente vimos la carretera.
―Espérame aquí ―le dije,
asistiéndole mientras se sentaba detrás del primer pino del bosque, junto al
asfalto. Me quedé de rodillas, a su lado―. Voy a por las hamburguesas, ¿cuántas
quieres?
―¿Invitas tú? ―me preguntó
con una sonrisa.
―Por supuesto. Es lo menos
que puedo hacer, ¿no te parece? ―le sonreí, acariciándole la cabeza con los
dedos―. ¿Cuántas?
―No sé. Diez o así ―propuso,
encogiéndose de hombros.
―¡¿Diez?! ―exclamé,
alucinada.
―Dobles ―especificó con otra
sonrisa.
Pestañeé, perpleja, aunque
no sé de qué me sorprendía, con lo que comía él. Además, con tal de verle esa
sonrisa suya para siempre, sería capaz de comprarle la hamburguesería entera,
si quisiera.
―De acuerdo, diez
hamburguesas dobles ―le di un beso en la frente y me levanté.
―No tardes, ya te echo de
menos ―me dijo cuando estaba caminando hacia la carretera.
―Vuelvo enseguida ―le calmé,
satisfecha de que ya me echara en falta.
―Sí, por favor. Estoy muerto
de hambre ―me contestó a mis espaldas.
Genial. O sea, que era solo
por las hamburguesas. Resoplé para mis adentros, un poco desilusionada. Aunque
también entendía que tuviera hambre, con la donación que me había hecho…
Crucé la calle y entré en el
establecimiento. Nada más entrar, la gente ya se me quedó mirando. La camiseta
de Jacob me quedaba muy grande, tenía los pantalones manchados de tierra y
estaba despeinada. A saber lo que estaban pensando. Esperé, nerviosa, a que
prepararan mi enorme pedido, no quería dejar a Jake tanto tiempo solo. Por fin,
me lo entregaron, pagué y me fui por piernas de allí.
Cuando llegué junto a él,
tenía los ojos cerrados y me asusté. Tiré la bolsa al suelo y me arrodillé a su
lado otra vez.
―¡Jake! ¡Jake! ―voceé,
dándole palmadas en la cara para que se despertara.
Abrió los párpados poco a
poco y me miró con los ojos apagados. Respiré aliviada.
―Tengo mucho sueño y estoy
muy cansado ―balbuceó casi sin aliento.
Cogí la bolsa, saqué una
hamburguesa y le quité el papel que la envolvía.
―Toma, come ―se la arrimé a
la boca, sujetándola con las dos manos para que no se me desparramase ni un
trozo de lechuga.
El pobre no tenía fuerzas ni
para cogerla por sí solo, tenía los brazos extendidos sobre sus piernas como si
no tuvieran vida. Le dio un gran mordisco y apenas lo masticó, lo tragó casi
entero.
―Eres una buena enfermera ―murmuró
con un amago de sonrisa, mirándome atontado.
―Antes me diste de comer tú
y ahora te doy de comer yo ―le susurré―, así que come y calla.
Se rio sin fuerzas y le dio
otro mordisco a la comida.
En unos segundos, se la
terminó de cuatro mordidas, así que le saqué otra, con la que hizo exactamente
lo mismo. A la cuarta hamburguesa, ya levantó los brazos para sujetarla él
mismo.
Me senté a su lado, más
tranquila, y le observé mientras comía una tras otra. Ya no tenía ni una señal
de cicatriz, pero verle en esa situación por mi culpa me dolía como si me
clavaran un cuchillo en el corazón y le dieran vueltas.
―¿Te hice daño? ―le pregunté
con un hilo de voz, avergonzada.
―Bueno, no es agradable, la
verdad ―me contestó, ya más reanimado. Se metió otro trozo de hamburguesa y lo
tragó, masticándolo muy poco―. El mordisco duele lo suyo, pero lo que más cosa
da es la succión, me dejaste el cuello machacado ―le dio un respingo―. ¡Uf! Solo
de acordarme, ya me produce escalofríos y todo ―comió otro bocado y siguió
hablando―. Y luego está cuando tragabas mi sangre como si fuera agua, menos mal
que tengo un buen estómago ―paró de comer para mirarme―. Después, me llegó tu
olor de siempre y ya no me importó nada, fue entonces cuando me desmayé ―se
encogió de hombros como si fuera lo más normal del mundo y abrió la novena
hamburguesa―. ¿Quieres? ―me ofreció.
Mi cuerpo vibró de felicidad
cuando le vi tan recuperado, casi parecía que me habían invadido unos fuegos
artificiales. La comida había funcionado.
―No, gracias. Estoy llena ―bromeé,
palmeando mi barriga.
―No me extraña ―contestó,
dándole un bocado a su comida.
―Es que estás muy rico,
bueno, quiero decir, que sabes muy bien ―admití con una sonrisa, siguiendo la
broma.
―No disimules ―se rio, esta
vez con más brío―. Tú lo acabas de decir, estoy muy rico. Lo has dicho, ¿no?
―Sí ―asentí con una risilla.
―¿Ves? ―mordió otro trozo y
se lo tragó―. Te gusto más de lo que crees ―afirmó, mirándome con una gran
sonrisa―. Estás loca por mí, lo sé.
―Cállate y come ―le empujé
la cara con la mano mientras yo también me reía.
Se carcajeó con satisfacción
y se comió la última hamburguesa de dos mordiscos.
―Qué bien, también me has
traído una botella de agua ―dijo, sacándola de la bolsa.
La abrió y se bebió la
botella entera de dos litros, de unos pocos tragos.
―Hay que ver cómo engulles ―me
mofé.
―Así, así es como tragabas
tú ―me contestó, burlándose y gesticulando con la botella.
Me puse de pie para
quitársela y le arreé con ella en la cabeza, entre risas. Cuando le iba a dar
otro golpe, me sujetó otra vez por la muñeca y tiró de mí de tal manera que me
caí de nuevo espatarrada sobre él. Me arrimó tanto, que nuestras frentes se
rozaban; me clavó su intensa mirada de siempre y la botella se me resbaló de la
mano. Colocó mis brazos sobre sus hombros y desplazó sus manos hasta mi
cintura. Mi corazón ya no podía latir más deprisa, las mariposas aleteaban como
locas y las cosquillas ya estaban instaladas en mi muñeca derecha. Empecé a
hiperventilar cuando hundió su rostro en mi pecho y lo subió para olerme el
cuello. Mi alma entera se estremeció en el momento en que me apartó el pelo y
sus calientes labios rozaron mi piel. Sabía que debía pararlo, pero la
atracción que sentía por Jacob era tanta o más que la que sentía por su sangre.
Una vez que había probado el roce de sus dedos, de sus labios, de su aliento,
ya no me podía controlar. Nunca me había imaginado lo mucho que me iba a costar
no sucumbir a la tentación, el deseo que sentía por él era demasiado
irrefrenable. Yo era una adicta y él era mi dulce y ferviente droga. Una droga
imposible de rechazar, porque no podía ni quería hacerlo. Y ese era el
problema, que aunque sabía que tenía que dominarme, no quería. Mi cuerpo y mi
mente se negaban en rotundo. Todo mi ser se moría por sentir sus tórridas manos,
su abrasadora boca y su ardiente piel sobre mi piel. Alcé un poco la barbilla
para que pudiera recorrerme el cuello más fácilmente, y así lo hizo, rozando su
boca con suavidad, casi como un susurro. Introdujo sus calientes manos por
debajo de la camiseta y las deslizó por mi espalda para acariciarla. El aire se
me escapó audiblemente de los pulmones y metí mis dedos entre su pelo para
acercarle más a mí.
―Me encanta tu olor de
siempre ―susurró en mi cuello.
Entonces, cuando ya iba a
entregarme a mis deseos, levantó el rostro para clavarme su mirada de nuevo.
―Dime la verdad ―murmuró con
el semblante serio. Me puse nerviosa,
todavía no estaba preparada para darle una respuesta respecto a mis confusos
sentimientos. Comencé a arrepentirme y a sentirme culpable por dejar que el
ambiente se calentase―. ¿Te tocó? ―me preguntó de repente.
Parpadeé, confusa.
―¿Qué?
―Quiero saber si ese hijo de
puta te hizo algo ―masculló, apretando los dientes con furia retenida. Sentí
sus manos temblando en mi espalda y noté cómo le subía el calor por la columna vertebral―.
Porque si a esa cosa se le ocurrió rozarte un solo pelo, le buscaré, le
perseguiré y le torturaré arrancándole cada parte de su asqueroso cuerpo para
que se lo trague él mismo.
―No, no me tocó ―contesté
con un susurro.
―Pero lo intentó, ¿no? ―farfulló
con rabia.
Si le contestaba que sí
directamente, sabía que saldría corriendo para ir tras ese monstruo, le conocía
demasiado bien. Tenía que suavizarle la verdad.
―Me transformé en vampiro y
pude defenderme. Luego, la pulsera estalló a tiempo y conseguí escapar ―le
contesté con toda la tranquilidad que pude, intentando transmitírsela a él.
―Estalló. ¿Como aquel día
con tu madre? ―quiso saber.
―Sí, pero esta vez lo hizo
mucho más fuerte. Lo lanzó de espaldas y le quemó la cara y todo.
Se quedó un rato pensativo,
mirando a un lado con ojos incisivos.
―Bien ―asintió finalmente,
con un movimiento de cabeza.
De pronto, se enderezó; fue
tan repentino y tan rápido, que tuve que sujetarme a su cuello para no caerme
hacia atrás.
―Tenemos que irnos ―advirtió
con gesto grave, rechinando los dientes―. Viene hacia aquí, puedo olerle.
―¡¿Viene… hacia aquí?! ―mis
manos temblorosas se aferraron a él con más fuerza.
―Tranquila. Primero te
sacaré de aquí.
Estaba tan asustada, que mis
piernas ni siquiera me respondían. Se levantó, sosteniéndome en brazos, y echó
a correr hacia el aparcamiento del instituto a toda velocidad mientras yo escondía
el rostro en su hombro.
Al minuto, estábamos junto a
su moto. Me dejó en el suelo y se montó.
―Vamos, sube.
Extendió su mano y me ayudó
a sentarme tras él. Me agarré a su cuerpo lo más fuerte que pude y salimos a
toda mecha de allí.
El repugnante olor a
amoniaco me llegó enseguida y después escuché los gruñidos a nuestras espaldas.
Me negué a mí misma a mirar atrás, ya sabía de sobra que nos intentaría seguir.
Hundí mi aterrorizada cara en la espalda de Jacob y este aceleró. Los bramidos
y aullidos se fueron alejando cada vez más, hasta que ya no pude oír ni oler
nada.
El trayecto hasta mi casa se
me hizo largo, a pesar de la gran velocidad a la que nos desplazábamos. Durante
el viaje por el sendero, se escuchó un estruendo que me asustó y me hizo pegar
un bote en el asiento. Al llegar por fin, Jacob me tomó en brazos otra vez y me
llevó presuroso hasta el interior del edificio.
Le dio una patada a la
puerta para abrirla y mi madre vino tras nosotros inmediatamente, pero yo ni
siquiera escuché lo que decía.
No levanté el rostro de su
cuello hasta que me dejó tendida en el sofá. Mamá se puso delante de él y
empezó a tocar mi cara frenéticamente con sus frías manos para verificar mi
estado. Estaba angustiada, papá ya le había contado lo que había pasado.
―¡¿Estás bien?! ―me
preguntaba, estudiándome con sus ojos dorados, ansiosos y afligidos.
―Sí…
De repente, se escuchó un
portazo y mamá y yo nos volvimos a la vez, sobresaltadas, en dirección a la
puerta. Miré a mi alrededor, alarmada, y Jacob no estaba. En ese momento,
recordé su frase y me di cuenta de su significado: primero te sacaré de aquí.
Me había traído a casa para ponerme a salvo y ahora se había ido tras ese
monstruo.
―¡No! ¡Jake! ―grité,
levantándome para dirigirme a la puerta.
Cuando la abrí y salí al exterior,
vi sus pantalones negros y sus deportivas destrozados en el suelo, delante del
porche. Mamá me sujetó justo en el momento en que salté para perseguirle.
Intenté zafarme, pero sus
pétreos brazos eran demasiado compactos y fuertes para mí. Me abrazó y me eché
a llorar en su hombro, atormentada, mientras ella me acariciaba el pelo para
tranquilizarme.
―¡No puede ir! ¡Todavía está
débil por salvarme! ―sollocé, apretando mi abrazo con rabia.
No dijo nada, me llevó
dentro de la casa. Al entrar de nuevo, me di cuenta de que faltaban todos. Giré
la cabeza y vi el porqué de ese estruendo que me había asustado de camino. La
enorme mesa de cristal estaba hecha pedazos. Mi padre la había destrozado y la
había reducido a miles de trocitos de vidrio, seguramente al ver las imágenes
grabadas en mi mente de lo que había pasado.
―Tu padre se puso como loco
cuando vio lo que te había intentado hacer esa bestia ―explicó mamá, aún consternada―.
Salió en su busca para matarla. Emmett, Jasper y Nahuel le siguieron. Alice y
Rose están de guardia en el bosque, por si se le ocurriera buscarte por aquí ―me
quedé muda, mirando espantada a lo que quedaba de la mesa―. Carlisle y Esme se
han ido al aeropuerto para ver si pueden conseguir unos billetes a Paris y
visitar a su amigo Louis. Carlisle quiere averiguarlo todo sobre los
licántropos.
―Pero ahora… ―murmuré,
taciturna.
―Tranquila, todo va a salir
bien ―me calmó con voz serena―. Tu padre y tus tíos son fuertes, no podrá con
ellos.
Eso lo sabía de sobra, pero
a mí quien más me preocupaba era Jacob. Aún no se había recuperado del todo y
él se había marchado en solitario. ¿Qué pasaba si se topaba con ese monstruo él
solo? ¿Cómo iba a enfrentarse a él? Sabía que no llamaría a ninguno de sus
hermanos, porque esto se lo tomaría como algo personal, no querría poner en
peligro a nadie más; se guardaría sus pensamientos para que no se enteraran de
nada o les daría una orden con su voz de máximo Alfa. Esas horribles pesadillas
me vinieron a la cabeza y mis piernas empezaron a temblar. Tuve que apoyarme en
la pared cuando sentí en mi estómago el enorme pinchazo.
Tamara, gracias por colocar estos capítulos nuevos. Debo confesarte que la historia me tiene "enganchada".
ResponderEliminarCoincido desde todo punto de vista con el comentario de Luci, especialmente con el de las personalidades de Nessie y Jacob, "ella una chica dulce, humilde, amable, valiente y él...el chico perfecto".
¡Disfruté mucho leyendo el capítulo con el Viejo Quil, aunque la verdad es que todos estan fantásticos!...
Haz hecho un trabajo de calidad, te felicito!
Estoy segura que al igual que yo, el resto de las personas que leen tu relato lo harán hasta el final.
Un abrazo
Me encanta cada nuevo capitulo que publicas!
ResponderEliminarEspero que esta extraordinaria historia se ponga mas interesante de lo que ya es (:
Todos los dias me paso por tu blog para ver si ya publicaste los nuevos capitulo jajaja
Bueno no me queda mas que felicitarte por realizar un excelente trabajo, y seguiré esperando con ansias los próximos capítulos….
Chaio (:
¡Hola a las dos!
ResponderEliminarMuchisimas gracias por vuestros comentarios!! No sabeis la ilusion que me hace que alguien lea mi libro, y ya si le gusta, ni os cuento! jaja XDD
No os preocupeis, que yo, mientras haya una sola persona que lo lea, voy a seguir colgando capis ;)
Espero que la historia no os decepcione y que os guste ^^ Todavia quedan muchas sorpresas por venir, porque este libro trata del despertar de Nessie pero tambien es un despertar de Jacob, ya lo vereis ;)
Por cierto, podeis preguntarme lo que querais, que yo contestare a todo con mucho gusto, ¿vale? ;P
Bueno, y nada mas, seguire poniendo capis mientras os gusten XD
¡¡MUCHAS GRACIAS POR LEERLO!!
UN BESAZO
PD: y perdonad este desastre de blog, es que es el primero que hago y todavia no lo entiendo muy bien XP
gua no sabes como me encanta la historia tambn me engancho a mi, me hace irme de la realidad y guaauu es genial tu historia en definitiva creo que es la mejor que eh leido :D sigue asi y no dejes de subir capitulos :3
ResponderEliminar¡Muchas gracias a ti tambien, albajamille! XD
ResponderEliminarUN BESAZO!
¡hola! me he enganchado hace poco, cuando descubri vuestra pajina.Me abeis hecho leer despues de tanto tiempo, un libro; y sentir que mi vello se pusiera de punta con el relato de estos capitulos. Me he emocionado, reido y suspirar como lo hace Nessie.
ResponderEliminarEnhorabuena, estoy sedienta de más capitulos, ya no podre parar hasta el final
¡Muchas gracias!
ResponderEliminarMuchas gracias por darle una oportunidad a mis libros!!! Me alegro de que te gustasen =) Y también de que haya sido un aliciente para que leyeses!!! Si quieres seguir leyendo, también tienes la continuación, que se llama Nueva Era, también en este blog ;)
Lametones!!!
Hola Tamy.
ResponderEliminarSoynina vieja lectora tuya. Y he estado leyendo otra vez tu libro y me sigue encantando.
No te digo lo que ya sabes y tantas veces te dije. Eres una súper escritora espero terminar de leer pronto que me ha enganchado otra vez. Un saludo y un abrazo enorme de Kiara.
Hola tamara...
ResponderEliminarSoy de colombia y quiero agradecerte por estos hermosos capitulos y por mantener vivas nuestra obsecion por la saga ahora estoy leyendo con una amiga y nos a encantado esta super lindo
Queria hacerte una pregunta ... En que libro o capitulo se casan jacob y nessie? Te Agradesco de antemano la respuesta :) y muchas felicitaciones eres una muy buena escritora
Xoxo
¡Hola, guapísima!
EliminarMuchas gracias a ti por darme una oportunidad y leerme, me hace muy feliz tener nuevos lectores =) Y muchas gracias por tus hermosas palabras, me halagas un montón =)
Bueno, pues la boda está en "Nueva Era II. Comienzo", en el capítulo que también se llama "Comienzo" ;) Te dejo el enlace aquí, por si no lo encuentras, aunque si vas a la página principal, verás que siempre dejo una lista con los capítulos ;)
http://jacobnessie.blogspot.com/2011/07/nueva-era-capitulo-44-comienzo.html
Espero haberte ayudado. Muchas gracias por leerme!!!
Lametones!
Debo decir que me tienes en un hilo! Mil gracias, la historia es fantastica y rescata bastante la personalidad de los personajes, no es dificil imaginarse una continuacion de crepusculo con tu libro.:)
ResponderEliminarHola, *T*A*L*I*S*M*A*N*!!!
EliminarMuchísimas gracias por darme una oportunidad y leerme, me encanta tener nuevos lectores =) Muchas gracias por tu comentario, me alegro de que te esté gustando mi historia, me hace muy feliz que a la gente le guste mi particular continuación. Pues sí, he tratado de que los personajes sean los de siempre, sin cambiarlos, bueno, la única cambiada es Bella, pero tiene un por qué, ya lo verás ;) Y el Jacob que vemos aquí también es algo diferente (aunque mantiene su personalidad, por supuesto), porque es un Jake feliz, porque por fin está con su alma gemela, con su verdadera alma gemela ;)
Espero que te siga gustando la historia y también leas Nueva Era =)
Lametones!!!
Tienes razon, ver a Jacob feliz es maravilloso, un hombre como ese no se podia quedar solo, claro Bella cambio; pero responde tambien a una de las preguntas que podria hacerse cualquier vampiro y tambien es una forma de entender mejor a Edward y porque no queria transformar a su esposa. :)
ResponderEliminarPues sí, Jacob ahora por fin es felíz!!! *-* Y Bella, bueno, no todo iba a ser tan fácil, ¿no? Alguna cosa mala tenía que tener ser eternamente joven, jaja. No, en serio, creo que no todos los vampiros viven su transformación con tanta felicidad, de hecho, Rosalie o Edward, por ejemplo, no es que lo pasaran muy bien, precisamente, y aún en la época actual de la saga Crepúsculo Rosalie no le desea a Bella que se transforme, por algo será ^^ Yo sí creo que, pasados unos años de la transformación, y después de ver cómo todo el mundo sigue con el transcurso normal de su vida, con el transcurso natural y todo eso, y me refiero a la gente que quieres, a tu familia, incluso, de la cual te tienes que separar para siempre, tiene que resultar raro y difícil para un vampiro, por eso hice lo de la turbación =P
EliminarHola!! Ayer empecé a buscar si habría una continuación de la saga crepúsculo después de amanecer de Jacob y Renesmee y no te imaginas la ilusión que me hizo encontrar tú libro que es es fantástico y encima con un montón de capítulos y cosas por descubrir *-* Empecé ayer y ya voy por el Bloque 2. Me emociona tiene de todo, es perfecta de verdad. Muchas gracias por dar vida a esta maravillosa pareja *-* ES PERFECTO TU LIBRO! Solo deseo llegar a casa y empezar a leer verdad! Gracias! Iré comentando conforme vaya leyendo! Un beso!
ResponderEliminarHola, Noemí!!!!
EliminarMuchísimas gracias por darme una oportunidad y leerme, me encanta tener nuevos lectores =) Muchas gracias por tu comentario, me alegro de que te esté gustando mi historia, me hace muy feliz que a la gente le guste mi particular continuación. Y guau, qué cosas tan bonitas me has puesto, eres todo un sol, como Jake =º) Espero que te sigan gustando los capítulos ;)
Lametones!!!
Sencillamente...¡¡PERFECTO!!^_^
ResponderEliminarHola, Ler182!!!!
EliminarOooh, muchas gracias, me halagas un montón =º) Muchísimas gracias por darme una oportunidad y leerme, tener nuevos lectores me hace muy feliz =) Espero que te sigan gustando los capítulos ;)
Lametones!!!
Amiga estoy encantada con tu maravillosa historia, no puedo parar de leer todo es tan interesante y lleno de tantas emociones ... Te felicito y gracias otra vez por compartir esta historia, ME FASCINA...
ResponderEliminarGracias a ti, preciosa!!! Ya vi tu comentario posterior ;)
EliminarLametones!!
ups..!! x venir comentando ya despues que lo lei muxas peces pera la verdad es que me facina escribes muy bien y esta historia encaja a la perfección con la cotinuacion este capi me encanta..!! bss..!! saludos desde mexico!! atte: val!!
ResponderEliminarMuchas gracias, preciosa!!!! Guau, qué cosas tan bonitas me ponéis siempre, me siento realmente halagada =) Eres un sol!!!!
ResponderEliminarNo me dejen así !!!!!!
ResponderEliminarBueno ya me calme...…q suductivo este libro ;D
Sigue así bueno voy x el 3 libro
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ResponderEliminar2019 y me leo este libro por cuarta vez. Es una tradición... ¡me encanta!
ResponderEliminar