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INDICE DE CAPITULOS BLOQUE 4:
INDICE DE CAPITULOS BLOQUE 4:
28. PELEA
29. LOCURA
30. IMPROVISACIÓN
31. CASTIGO
32. AVISO
33. GRITOS
29. LOCURA
30. IMPROVISACIÓN
31. CASTIGO
32. AVISO
33. GRITOS
PELEA
―Nessie… ―me avisó entre
susurros, sin dejar de besarme.
―¿Qué…? ―le contesté de
igual modo.
Apartó un poco su boca para
hablar.
―Tenemos que irnos.
―Espera un poco… ―ronroneé,
volviendo a sus labios.
―Ya no hay nadie… ―murmuró.
Abrí los ojos y me despegué
de su boca. Pestañeé, atontada.
¿Ya estaba anocheciendo?
¿Tanto tiempo había pasado?
―¿Cuánto llevamos aquí? ―pregunté,
sorprendida.
A mí me habían parecido
minutos, ni siquiera había oído los coches de los demás estudiantes, pero ahora
el instituto estaba vacío y ya era casi de noche. Para colmo, con el beso, me
había olvidado de Brenda por completo y me había perdido su reacción.
―No sé ―se encogió de
hombros, sonriente.
―Bueno, ahora ya no importa
si nos quedamos un poco más, ¿no? ―bisbiseé, besándole muy despacio.
―Si llegamos tarde, tu padre
me va a matar…
Pasé mis labios a su
mandíbula y a su cuello.
―Podíamos ir a ese bosque… ―le
propuse, susurrándole al oído―. Allí estaremos a solas.
Sabía que con él no iba a
pasar ni una gota de frío, más bien todo lo contrario, que era lo que yo
quería. Mi boca se deslizó por su cuello de nuevo y él se estremeció otra vez.
―Qué demonios. A la porra tu
padre ―espetó.
Sonreí. Le cogí de la mano y
tiré de él para echar a correr hacia el bosque que había junto al instituto, el
mismo en el que había probado su suculenta sangre.
Nos adentramos bastante, no
queríamos que nadie pudiera molestarnos.
―A ver si me coges, lobo ―le
reté con una risilla, descalzándome para ir más deprisa y tirándole las
playeras en broma.
Salí disparada, a todo lo
que daban mis piernas, dejándole atrás.
―¡Espera! ¡Eso es trampa! ―gritó
a mis espaldas mientras se quitaba sus deportivas sin desatarlas.
Se lanzó como un bólido y se
quedó detrás de mí para perseguirme. Los dos nos movíamos a toda velocidad por
ese bosque frondoso y lleno de vegetación, riéndonos y jugando. Hasta que se
cansó de fingir que no me alcanzaba y me cogió de la mano. Entonces, reduje la
velocidad y nos detuvimos del todo.
Solté su mano y me di la
vuelta para mirarle a los ojos con determinación. Se acercó a mí de igual modo
y me cogió de las muñecas para ponerlas sobre sus hombros. Sus manos empujaron
mi cintura, arrimándome más a él, y empezó a besarme lentamente, entrelazando
sus labios y los míos con suavidad. Su delicioso aliento se abría paso por mi
boca, podía saborearlo bien; todo el vello se me ponía de punta, mi corazón
latía como loco y las mariposas de mi estómago no paraban de volar.
Bajé mis manos a su cintura
y nuestros labios se separaron cuando le quité la camiseta con calma. Acaricié todo
su torso con meticulosidad, pues era mío y podía tocarlo cuanto quisiera,
quería aprendérmelo de memoria. Arrimé mi frente y la rocé contra su pecho, este
comenzó a moverse con más viveza. Deslicé mi boca por su piel muy despacio,
quería sentir a fondo su terso, suave y cálido tacto. Notaba cómo se estremecía
a medida que mis labios y mis manos se deleitaban en su pecho, eso hacía que yo
sintiera lo mismo. Toda su ardiente piel era mía, todo su cuerpo era mío.
Arrastré mis palmas para desabrocharle el pantalón y se lo quité, tirando del
mismo hacia abajo.
Dejé su torso para
observarle bien. Ya le había visto desnudo aquel día en el río, pero no tan
cerca, no de este modo. Otra vez todo su cuerpo me pareció fuerte y vigoroso,
hermoso, perfecto. Mi encendida mirada se alzó para quedarse en sus intensos
ojos y me arrimé más a él. Le besé muy despacio, aunque suspirando con
desenfrenado deseo.
Jacob dejó mis labios y
clavó sus hambrientas pupilas en las mías. Bajó la cremallera de mi chaqueta y
me la quitó, arrastrándola para acariciar mis brazos hasta que la prenda cayó
al suelo y sus manos llegaron a las mías. Las separé con el fin de alzar mi
camiseta y quitármela. Él también me observó durante un rato, rozándome con sus
dedos, lo cual me provocaba taquicardias. Todo mi cuerpo era suyo y él lo
sabía. Posó sus palmas en mi cintura y las subió para acariciar mi espalda,
después, me pegó a su cuerpo. Palpité alocadamente al notar su tórrida piel
pegada a la mía. Una de sus manos se aferró en el pelo de mi nuca, instando a
mi cabeza a inclinarse hacia atrás con suavidad. Toda mi alma se volvió a
estremecer cuando su ardiente boca y su tórrido aliento me rozaron sin prisa
para besarme el cuello y la parte superior de mi pecho. Me soltó el cabello y
mi rostro se unió al suyo. Nos clavamos los ojos con deseo, espirando con
impaciencia.
Nuestros labios se
abalanzaron y nos besamos apasionadamente, entre jadeos. Mis manos y mis brazos
pasaron a su cuello y a sus hombros y le empujé hacia mí, obligándole a caminar
en mi dirección, hasta que mi espalda topó con el árbol que tenía detrás.
Mi corazón y mis mariposas
palpitaban con furor y mis pulmones ya no daban abasto. Ya no podía frenarme.
Lo único que quería era sentirle por todo mi cuerpo, sentirle dentro de mí,
sentir su ardiente piel fundiéndose con la mía.
Entonces, Jacob dejó mis
labios por un momento.
―¿Estás segura de esto? ―me
susurró en la boca, respirando aceleradamente―. Si empiezo, ya no podré parar.
¿Que si estaba segura? Yo le
deseaba con toda mi alma y él a mí. Estábamos imprimados y enamorados, y nos
conocíamos de toda la vida, era como si siempre hubiéramos sido novios.
Aferré mis manos a su pelo
con fervor.
―No quiero que pares ―le
imploré con ansia, casi con exigencia.
―Lo que tú digas, nena… ―murmuró
mientras su boca regresaba a la mía y sus manos empezaban a desabrochar mi
sujetador.
De pronto, nuestros labios y
sus manos se pararon en seco cuando percibimos algo raro.
Mi novio separó un poco su
cuerpo del mío y nos miramos a los ojos.
―Es ese asqueroso olor a
amoniaco ―observé por los dos con miedo; su rostro se giró de repente y el mío
hizo lo mismo.
Me quedé paralizada cuando
vi al licántropo entre los árboles. Nos estaba observando con sus ojos
amarillos reflectantes. Resollaba furiosamente y sus fauces mostraban sus
afilados dientes aserrados, entre gruñidos.
Jacob se despegó de mí
súbitamente, lleno de convulsiones y ya rugiendo. Se echó hacia delante con
rapidez, estirando los brazos, y su cuerpo explotó en el acto. Cuando se posó
en el suelo, era un colosal y enfurecido lobo rojizo.
El licántropo tuvo la osadía
de acercarse, eso sí, muy lentamente, fijando sus ojos obsesivos en mí. Jacob
se envaró y se irguió, cubriéndome todo el tiempo, y le enseñó su implacable y
letal dentadura mientras le gruñía con agresividad y le clavaba una mirada
enormemente amenazadora.
Cuando el licántropo retiró
su labio y le volvió a mostrar sus dientes, me invadió una oleada de pánico. Si
ese monstruo le mordía, Jacob sería infectado con la rabia y moriría. Mis puños
se cerraron con fuerza.
Mientras ambos fintaban, mis
manos empezaron a temblar. No podía permitirlo, tenía que hacer algo.
―¡Es mía! ―espetó rabioso el
licántropo, con un gañido profundamente gutural.
Me sobresalté al oírle, no
tenía ni idea de que pudiera hablar. Su voz sonaba extraña, oxidada, como si no
la hubiera usado en mil años.
La respuesta de Jacob no se
hizo esperar, no necesitaba hablar, ni traducción. Mi Gran Lobo mostró toda su
majestuosidad y poderío al enderezarse, alzando su grandioso pecho con
autoridad. Su tamaño se vio claramente incrementado, me pareció gigantesco,
descomunal. Le mostró su despiadada y mortal dentadura de nuevo y profirió un
potente rugido que salió de lo más profundo de su tórax y que cuando estalló en
su garganta retumbó en todos los árboles y en mis oídos, juraría que se
movieron hasta las hojas. El bosque se agitó y el cielo se llenó de aves y
criaturas de diferentes especies y tamaños que escapaban a tal amenaza.
Los aullidos de veintidós
lobos se escucharon a lo lejos.
Para mi asombro, el
licántropo se encaró con él. Se adelantó un paso y se puso en un cara a cara
con mi lobo, gruñéndole y rugiendo con furia. Sin embargo, Jacob no se movió ni
un centímetro. Siguió con la misma actitud y postura, clavándole los ojos desde
arriba, ya que era más grande y alto que el monstruo.
La mirada de mi Gran Lobo
era de firmeza y supremacía, enseñaba sus inmensos colmillos y tenía la cola
erguida hacia arriba. No mostraba ni un ápice de titubeo o temor. El licántropo
comenzó a recular, desconcertado, dio unos pasos hacia atrás y se quedó quieto,
vigilante. Se notaba que no sabía qué hacer, oscilaba la vista entre Jacob y
yo. Al lobo lo miraba con recelo y desconfianza, a mí con obsesión y
pretensión.
Entonces, cuando decidió y
avanzó un paso, se paró en seco con los ojos como platos.
Dos enormes y cabreados
lobos aparecieron de entre las sombras a ambos lados. Quil y Embry lo rodearon,
gruñendo y enseñándole sus no menos peligrosas dentaduras. Ambos se quedaron a
la espera de órdenes, con las colas hacia dentro, en señal de sumisión y
respeto al Gran Lobo.
Jacob dejó su pose y se
agazapó para atacar, rugiendo con tanta cólera, que el bosque se volvió a
conmocionar. Los dos lobos se unieron a él y también se inclinaron hacia
delante.
Un gran grupo de lobos
aulló, ahora se oía más cerca.
Todo ocurrió en una milésima
de segundo. El licántropo me echó una última ojeada y salió disparado hacia su
huida. Jacob me miró fugazmente para decirme que le esperase aquí y se impulsó
con sus dos hermanos para irse tras él a la velocidad del sonido.
En un abrir y cerrar de
ojos, los perdí de vista entre la espesura de la vegetación nocturna. Estaba
sola, pero no estaba asustada por mí. Yo ya no corría peligro. Paseé, algo
nerviosa; lo estaba por los lobos. ¿Podrían con él?
De repente, una enorme
manada de grandes lobos pasó a mis lados como una exhalación. No pude
distinguir bien a ninguno, puesto que solamente conseguí ver unos borrones de
distintos colores que se adentraron en la boscosidad, pero me pareció contar
hasta dieciséis manchas. Ni siquiera sé si ellos se fijaron en mí.
Eso hizo que me quedara un
poco más tranquila. Eran muchos contra esa bestia, era muy difícil que le
pasara algo a Jacob o a alguno de sus hermanos. Estaban acostumbrados a luchar
contra docenas de peligrosos y crueles vampiros, ansiosos por matarles. Yo solo
tenía que esperar a que Jake viniera a buscarme, seguro que no tardaría mucho.
Me disponía a agacharme para
recoger mi camiseta y mi chaqueta del suelo, cuando la pulsera vibró fuerte,
haciendo que me incorporara automáticamente, alarmada.
Me quedé como una piedra al
ver a Nahuel. Estaba frente a mí, mirándome con reproche y condena. Después,
sus ojos bajaron la vista hasta mi pecho y su rostro cambió. Me miraba del
mismo modo que el licántropo y había un matiz de perversidad en sus pupilas.
No me dio tiempo a coger mi
camiseta para vestirme. Se abalanzó hacia mí y me sujetó por las muñecas,
estrellándome en el mismo árbol en el que había estado hacía un rato con Jacob.
―¡Suéltame! ―le grité,
apretando los dientes, mientras intentaba escaparme de su presa.
Pero no era capaz de
conseguirlo, me aferraba con tanta fuerza, que me hacía daño. Tampoco podía
darle un rodillazo en su entrepierna, me tenía demasiado apretada contra el
tronco y sus piernas obstaculizaban a las mías.
―Es inútil que chilles o que
intentes nada ―resolló con ansia en mi mejilla―. Hoy serás mía de una vez por
todas.
Mi aro de cuero vibraba como
loco bajo su mano.
―Jacob va a llegar de un
momento a otro ―le advertí, apartando mi cara para no notar su aliento.
Se rio entre dientes con
maldad.
―No lo creo. Tengo a todos
esos lobos muy entretenidos con mi licántropo.
Mi cuerpo se quedó
paralizado por un momento.
―¿Tu… tu licántropo? ―farfullé,
helada.
Volvió a reírse.
―En realidad, no es mío del
todo. Lo creó Joham, pero yo lo crié y lo adiestré ―admitió con una serenidad
que me espantó―. Es mi mascota, mi perro.
Tragué saliva. Estaba más
loco de lo que yo creía.
―¿Tu padre manipuló sus
genes? ―le pregunté para tenerle distraído.
Jacob llegaría pronto.
―Ese científico chiflado lo
creó para mí ―me contestó, volviendo a mi mejilla. La aparté otro poco―. Fue un
regalo de cumpleaños ―me olió el pelo y comenzó a tocármelo con sus sucios
labios―. Al principio no lo quería, no quería nada de ese degenerado, pero
luego caí en la cuenta de que me podía ser de utilidad. Es mucho más cómodo
cazar humanos con un licántropo.
Noté cómo mi cuerpo se
petrificaba.
―Creía que ya no tomabas…
sangre humana ―conseguí musitar.
―Como ya te dije una vez, es
difícil resistirse cuando ya la has probado y has comprobado lo deliciosa y
extremadamente placentera que es.
―Pero Huilen…
―Huilen es una ingenua y una
cobarde ―espetó con rabia―. Siempre vive pensando en el pasado, no quiere
afrontar la realidad: que es un vampiro y que necesita sangre humana para
vivir. Sigue aferrándose a esa idea absurda de la abstinencia, piensa que así
es mejor que los demás. Pero se equivoca ―volvió a llevar su asqueroso y
agitado aliento a mi mejilla y esta se apartó de nuevo―. Intentó llevarme a su
terreno, pero no me dejé. La engañé, haciéndola creer que solamente me
alimentaba de sangre animal, así me dejaba tranquilo y podía actuar a gusto.
Cuando Joham apareció un día con el licántropo, vi el cielo abierto. Lo
adiestré para que cazara para mí. Deberías de ver la cantidad de humanos que
puede cazar un licántropo en un par de horas, sobre todo teniendo una ciudad
como Seattle cerca ―mi cerebro no daba crédito a lo que estaba escuchando. Mi
mente se llenó con las imágenes de la cabeza y el torso encontrados en el
bosque de Jacob y con todas esas pobres víctimas que salían todos los días en
el periódico. Todas esas veces que Nahuel salía de caza…―. Por supuesto, yo solo
me alimento de la sangre, el resto es para él.
―Y… ―pensé en mi próxima
pregunta con rapidez para tenerlo entretenido hasta que llegara Jake―, ¿Huilen nunca
sospechó nada?
―Claro que no ―el dorso de
su mano pasó a mi pómulo y mi rostro se separó instintivamente a la vez que mi
mano liberada se ponía en su torso para apartarle de mí, sin éxito. Se quedó
mirándome un rato, irritado, y siguió hablando―. Lo tenía encerrado en una
cueva para que ella no lo viera, solamente salía un par de horas para que me
hiciera el trabajo.
―¿Lo tenías encerrado en una
cueva? ―inquirí, espantada.
Ese licántropo era un
monstruo, pero lo que había hecho Nahuel me parecía abominable. ¿Cuántos años
habría estado encerrado? ¿A cuántos humanos le habría obligado a matar? Seguramente
ese licántropo hubiera asesinado a otras personas si hubiera estado suelto,
pero él le había reforzado esa conducta asesina solo para conseguir su
propósito, lo cual me parecía peor. Él se dio cuenta de mi repulsa.
―No me digas que también vas
a defender a ese animal ―me recriminó con acidez. Entonces, se apretó contra mí
con violencia, poniéndome el brazo en el cuello―. ¿Tanto te atraen los perros,
que ibas a mancillarte con uno? ―me acusó con un deseo rabioso en la voz.
Sus palabras me dieron asco.
Le escupí en la cara con odio.
―¡Eres repugnante! ―mascullé,
iracunda.
Se limpió y me miró furioso,
respirando agitadamente.
―Serás mi esposa, quieras o
no ―afirmó con convicción, apretándose contra mi cuerpo.
―Lo tenías planeado desde el
principio, ¿no? ―argüí, separándome como podía―. No sé cómo lo hiciste, pero
engañaste a todo el mundo: a Alice y Jasper, incluso a mi padre…
―Fue muy fácil ―declaró con
impaciencia―. He heredado algunos dones de mi padre, es lo único bueno que me
dejó.
―Utilizaste a tu licántropo
para que fuera a por mí ―le acusé.
―No. Su misión era cargarse
a tu querido perro, sin embargo, ese licántropo estúpido se ha obsesionado
contigo desde que te vio en vuestro bosque ―me quedé todavía más helada al recordar.
Ahora caía. Lo que me había rozado en el bosque el día que me perdí en la
niebla no había sido mi lobo. Nahuel consiguió bajar su rostro a mi cuello y
jadeó, ansioso―. Lo que no entiende ese idiota es que eres mía.
Posó sus labios en mi piel y
mis manos consiguieron soltarse.
―¡Déjame! ―chillé―. ¡Yo jamás
seré tuya!
La pulsera reaccionó con
ímpetu mientras le empujaba. Vibró sobre mi muñeca con un golpe enérgico e
impetuoso y, con una fuerza increíble, estalló con su onda expansiva de fuego.
Nahuel salió disparado hacia atrás, colisionando de espaldas contra el árbol de
enfrente.
Eché a correr, pero no me
dio tiempo a llegar muy lejos. Se lanzó sobre mí, colérico, y ambos caímos en
el suelo.
Consiguió ponerse encima de
mí, jadeando salvajemente, intentando llegar a mi cuello, a mi pecho. Mientras
forcejeaba con él, empezó a atravesarme el fuego por mi espalda. Yo no sería
suya, jamás. Si tenía un dueño, ese era Jacob. Solo Jacob. Antes prefería
morirme, a que me tomara otro hombre. Mi sangre comenzó a volverse gélida y mi
garganta prorrumpió un rugido.
Sin embargo, mi cuerpo no
pasó de ahí.
―¡SUÉLTALA, HIJO DE PUTA! ―rugió
Jacob, encolerizado―. ¡NO LA TOQUES!
Nahuel salió disparado de
espaldas y se estrelló contra otro árbol. El crujido fue estrepitoso cuando el
tronco se partió en dos. La parte superior del pino se cayó encima de otro y
fue arrastrándose, escurriéndose de rama en rama hasta que terminó en el
terreno.
Jacob se quedó frente a él,
mirándole con combatividad, esperando a que se incorporase. Ni siquiera se
había puesto los pantalones.
―¡Venga, levanta! ―bramó―.
¡Lucha conmigo, si eres hombre!
Lo levantó él mismo del
suelo con las dos manos y lo volvió a lanzar contra otro pino.
Me puse en pie y me quedé
contra el tronco de otro árbol.
Nahuel se incorporó, rabioso,
y se lanzó de cabeza contra él, haciendo que la espalda de Jacob se estrellara
con un gran abeto.
Embry y Quil aparecieron de
entre el follaje y se quedaron paralizados al ver la escena. Quil giró el
rostro para mirarme y el entendimiento le llegó cuando sostuve mi asustada mirada
con él. Embry avanzó un paso para echarle una mano a Jake, pero fue bloqueado
por el brazo de Quil y, entonces, él también se fijó en mí. Los dos volvieron
la vista a la pugna con los semblantes severos.
Jake empujó a Nahuel con un
solo brazo y le propinó un puñetazo con el otro puño. El golpe fue tan fuerte,
que Nahuel emitió un alarido y se cayó en el suelo de espaldas. Cuando
consiguió ponerse en pie, tenía la nariz rota y la cara ensangrentada.
La piel de un semivampiro es
impenetrable, a no ser que se encuentre con el puño de un hombre lobo
encolerizado.
―Te apuesto cinco pavos a
que la garrapata sale corriendo ―le cuchicheó Quil a Embry.
―Y yo a que Jake acaba con
él ―le respondió este último.
―Acepto.
Los dos quileute chocaron
los puños para cerrar la apuesta.
¿Cómo podían estar tan
tranquilos? Yo estaba temblando, Nahuel era venenoso, si conseguía morderle…
Nahuel se limpió la sangre
con la mano y le clavó una mirada de odio a Jacob. Se movió hacia un lado y mi
novio fintó hacia el otro. Entonces, con un movimiento rapidísimo, Nahuel
serpenteó y se escuchó un crujido cuando consiguió golpear a Jake en la cara.
―¡Jake! ―chillé,
horrorizada, llevándome las manos a la boca.
―¡Jo-der! ¡Le ha roto la
nariz, tío! ―exclamó Quil con una mueca de suplicio.
―¡Uf! Eso tiene que doler… ―murmuró
Embry como si estuviera viendo una lucha de Pressing
Catch tranquilamente en su casa.
Quil se dio cuenta de mi
cara de espanto.
―Tranquila ―me dijo―, dentro
de dos minutos estará como una rosa.
Jacob se recolocó la nariz y
se oyó otro chasquido. Sus dos hermanos pegaron un respingo con gestos de dolor
y yo casi me desmayo.
―Bueno, ya me he cansado de
jugar ―masculló, furioso, limpiándose la sangre de la nariz con el dorso de la
mano.
Con un movimiento veloz, se
lanzó hacia Nahuel y empezó a asaltarle a puñetazos. Cuando este se caía al
suelo, lo levantaba por la solapa de su camisa para seguir su ataque. Mis
piernas se aflojaron al ver cómo Nahuel se revolvía e intentaba morderle.
Sin embargo, Jacob lo
enganchó del cuello como si de una serpiente se tratase y lo estampó contra el
tronco de un pino. Lo levantó del suelo y Nahuel se quedó con las piernas
colgando, procurando soltarse de la guillotina de sus manos. Todo su esfuerzo
era en vano. La cólera de Jacob era tan grande, que estaba completamente
cegado. Nahuel empezó a quedarse sin aire cuando Jake apretó su presa con ira.
―¡No lo hagas, Jake! ―grité
a modo de súplica.
―¡Iba a…! ―no terminó la
frase. Gruñó, enfurecido, con los dientes tan apretados que le rechinaban,
mientras le clavaba una mirada que clamaba venganza.
Me acerqué a él corriendo y
le abracé por detrás.
―Por favor ―le rogué con un
murmullo―. Deja que se vaya. Sé que no se lo merece, pero él nos salvó la vida
hace seis años, en cierto modo estamos en deuda con él. Perdónasela tú ahora.
Así ya no le deberemos nada.
Mis palmas, que estaban
sobre su pecho, podían notar su enojada respiración. Escuché otro rechinamiento
de dientes y su torso comenzó a relajarse poco a poco. Sus manos se fueron
aflojando hasta que Nahuel cayó al suelo, tosiendo y llevándose las manos a la
garganta.
―Tienes suerte de que ella
me lo haya pedido ―aseveró, mirándole con firmeza y severidad―. Ahora vete de
aquí y no vuelvas más. La próxima vez que te vea, te mataré ―le advirtió con
igual tono.
Nahuel se levantó y se quedó
frente a él.
―Esto no quedará así ―afirmó,
dando unos pasos de espaldas.
Se giró del todo y echó a
correr sin mirar atrás.
―Bueno, ya puedes ir dándome
los cinco pavos ―le dijo Quil a su hermano, haciéndole un gesto con la mano
para que le diera el dinero.
―¿Qué dices? ―protestó
Embry.
―Ha huido. Los cinco pavos ―solicitó
de nuevo Quil.
―¡Iba a matarle! ―se quejó
su amigo―. No huyó, le dejó escapar, que es diferente, así que tú me tienes que dar los cinco pavos.
―Tú lo has dicho. Iba a matarle, pero no lo hizo ―le corrigió―. Al final salió corriendo, ¿no?
―¡Ni hablar, tío! ―exclamó
Embry.
Mientras los dos quileute
discutían sobre su apuesta, me puse frente a Jake para abrazarle con fuerza.
―¿Estás bien? ―me preguntó,
apretando su abrazo.
―Sí, ¿y tú?
―No tenía que haberte dejado
sola.
―No es culpa tuya ―le
contesté―. ¿Quién se iba a imaginar que Nahuel andaba por aquí?
―Sí, ¿por qué estaría por
aquí?
Aparté mi mejilla de su
pecho para mirarle.
―El licántropo es…
Entonces, me quedé sin
habla. Su nariz estaba perfecta, pero sus labios y su barbilla estaban bañados
con su sangre, aún estaba fresca y olía muy bien. Muy, muy bien.
No pude contenerme. Acerqué
mi rostro al suyo y empecé a pasarle mi lengua por su mandíbula y sus labios
lentamente, saboreando ese delicioso e irresistible manjar.
―¿Qué estás haciendo…? ―murmuró.
―Tu sangre está tan rica… ―confesé
con un murmullo―. Solo un poquito más y ya paro, te lo prometo ―ronroneé.
―Pues me está gustando…
demasiado ―admitió entre susurros―. Por mí, puedes seguir haciendo eso…, me
estás poniendo a cien…
Quil y Embry carraspearon y
respingaron con cara de asco, interrumpiendo nuestra conversación. Me había olvidado de ellos por completo. Al parecer,
ya habían llegado a un acuerdo, lo habían dejado en tablas. Me aparté de Jake,
totalmente ruborizada.
―Vemos que ya no nos
necesitas, así que nos piramos ―anunció Quil mientras los dos nos miraban,
sonriendo con picardía.
De repente, me di cuenta de
que Jacob seguía desnudo y yo estaba en sujetador. Me tapé con los brazos, como
si ya no hubieran visto bastante, y mi cara sufrió un atracón de sangre. Seguro
que ya se imaginaban por dónde iban los tiros y dentro de un rato lo sabría
toda la manada. Genial.
Jacob se percató enseguida
de mi mal rato y se acercó corriendo a donde estaban nuestras ropas para
recogerlas del suelo. Regresó a mi lado para pasarme mi camiseta y se empezó a
vestir con agilidad. Me la puse ipso facto y cogí mi chaqueta para hacer lo
mismo.
―Tienes que saber que Jake
es el semental de las manadas ―me informó Embry, casi serio―. Por eso tiene esa…
―¡¿Quieres callarte?! ―le
regañó Jacob, enfadado, antes de que acabara la frase y terminara de señalar
con el dedo―. ¡¿No os ibais a largar?!
―¿El… semental? ―inquirí, un
tanto confusa y roja como un tomate, ya me había fijado antes en ese detalle.
―No la asustes, estúpido. La
estás confundiendo ―le reprendió Quil. Luego, se dirigió a mí―. No te
preocupes, Jake todavía es virgen.
Los dos se empezaron a
carcajear, dándose codazos cómplices.
Suspiré, resignada. Tendría
que empezar a acostumbrarme a estas bromas quileute producidas por tanta
testosterona junta.
―¿Y qué pasa contigo, Quil? ―le
apuntó Jacob con sarcasmo ácido―. ¿Cuántos años más tienes que esperar?
El semblante de Quil cambió
de repente. Le dio otro codazo a Embry, pero, esta vez, molesto porque se riera
de él.
―Nos piramos ―dijo Quil,
enfurruñado.
―Ya hablaremos de vuestros
turnos ―amenazó Jake mientras me cogía de la mano.
Los dos quileute se miraron
con muecas de dolor y de arrepentimiento. Se dieron la vuelta, dándose
empujones, recriminándose el uno al otro, y desaparecieron entre el boscaje.
―Vamos, te llevaré a casa ―me
dijo, a la vez que empezábamos a caminar en dirección al instituto―. Tu padre
sí que me va a matar cuando vea lo que ha pasado y por qué ha pasado ―resopló.
Ahora era él el que tenía una expresión de dolor―. Da gracias si salgo con vida
de allí.
―Podíamos fugarnos juntos ―bromeé,
riéndome.
Me pasó el brazo por el
hombro y yo aferré su mano, entrelazando nuestros dedos.
―Nos encontraría, seguro ―manifestó,
sonriente, siguiendo mi broma.
―Sí ―me reí, asintiendo con
la cabeza―. Aunque lo de rastrear no es lo suyo…
―Tranquila, a mí seguro que
me rastrearía bien ―aseguró.
―Hablando de persecuciones,
¿habéis cogido al licántropo?
La cara alegre de Jacob se
puso seria.
―No ―suspiró, decepcionado―.
Se colgó de los árboles como un mono y se nos escapó. Lo siento, cielo ―se
excusó, mirándome un poco afligido.
―Me gusta más nena ―declaré.
Sonrió al captar mi intento
de animarle y quitarle hierro al asunto.
―Nena aquí no pegaba,
nena ―me respondió con su sonrisa torcida, acercando su rostro al mío.
―Pues a mí me vuelve loca
cuando me lo dices… ―admití entre susurros, hiperventilando, ya notaba el ardor
de su aliento en mis labios.
―Entonces te lo diré
siempre…
Su murmullo se apagó cuando
sus labios por fin se encontraron con los míos.
Habíamos dejado de caminar y
estábamos a mitad de camino hacia el aparcamiento del instituto. Ambos nos
obligamos a separar nuestras bocas para seguir el trayecto, nos estábamos
retrasando bastante y la bronca ya iba a ser lo suficientemente grande como
para complicarla más.
Recogimos nuestro calzado
del suelo y emprendimos la marcha de nuevo, aunque esta vez corriendo.
―¡No puedo creerlo! ―exclamó
Alice, horrorizada, cuando terminé de contar todo lo ocurrido―. Yo… no vi nada…
Mi padre seguía con el
semblante grave, parecía de piedra de verdad. Yo no sabía si era por lo del
licántropo, por lo de Nahuel, por lo de escaparnos al bosque, o por todo junto.
―¿Por qué no me dijiste que
él estaba implicado en todas esas matanzas? ―me echó en cara Jake, enfadado.
―Si te lo hubiera dicho, no
me habrías escuchado y le habrías matado. Y entonces nosotros nos hubiéramos
igualado a él. No debemos de tomarnos la justicia por nuestra mano. La vida
misma ya le pondrá en su lugar, por algún sitio encontrará su merecido.
―Ya, pero hemos dejado
escapar a un asesino, Nessie, no sé ―resopló―. Ahora seguirá matando más gente
inocente.
Eso era verdad. Me mordí el
labio, un poco arrepentida. Ya no sabía si había hecho bien. Ahora iba a seguir
asesinando por mi culpa. Jake se dio cuenta enseguida de mi malestar y, como
siempre, parecía que me hubiera leído la mente.
―Bueno, no te preocupes ―ahora
el arrepentido era él por decirme eso y me hablaba con voz dulce―. Ya
encontraremos alguna solución para pillarle, ¿vale? No quiero que te sientas
mal. El único culpable es él ―y me dio un beso en la mejilla, palabras y gesto
que agradecí sonriéndole.
―Jake tenía razón todo el
tiempo ―señaló Emmett con el semblante serio―. Hicimos bien en dejarle dormir
en la puerta de Nessie, a saber qué se habría traído entre manos ese malnacido,
de no ser así.
Rosalie le dio un pellizco
de reprimenda en el brazo mientras miraba a mi enfrascado padre.
―Tendré que llamar a Eleazar
para saber cómo lo ha hecho… ―murmuró papá de repente, con la mente sumida en
sus pensamientos.
―¡Edward, cariño! ―le avisó
mi madre, dándole unas palmaditas en la cara para ver si se espabilaba.
―Ese tío, Eleazar, es el que
puede adivinar los dones de la gente, ¿no? ―preguntó Jake, intentando recordar.
―Sí ―le respondió mi madre,
ya que mi padre seguía en estado de shock―. Fue el que descubrió mi escudo.
―Yo le llamaré ―dijo
Carlisle, dirigiéndose a su despacho.
―¡Hay que ir tras él! ―bufó
Emmett, apuntando la puerta con su enorme dedo y mirando a mi padre.
―¡Edward! ―volvió a exclamar
mamá.
―Si ya parecía un zombie, ahora ni te cuento ―se mofó
Jake.
Papá se levantó del sofá de
sopetón.
―Si no te mato ahora mismo,
es por todas las veces que has salvado a mi hija ―espetó con los dientes
apretados.
―Tranquilo, tío. Era una
broma ―se defendió él.
―No me refiero a eso. Me
refiero a lo del bosque ―le corrigió de la misma guisa.
―Ya decía yo que tardabas mucho…
―resopló Jacob, cruzándose de brazos y mirando a otro lado.
―¡¿Te das cuenta de lo que
ibais a hacer?! ―bramó mi padre, encarándose con él.
Jacob soltó los brazos y se
puso tenso.
―Lo sabemos de sobra, ya
somos mayorcitos ―declaró con voz firme.
―Edward, ¿qué te pasa? ―inquirió
mamá, asustada, sujetándole por el hombro.
―¡Papá! ―protesté con
energía, interponiéndome entre ellos.
―¿Y no crees que vais un
poco deprisa? ―criticó este.
―¿De qué estáis hablando? ―quiso
saber mi madre, mosqueada.
―No es asunto tuyo ―le
contestó Jake a mi padre en el mismo tono de antes.
―¡Es mi hija! ―voceó él.
―¿Qué ibas a hacer con él? ―me
preguntó mi madre, furiosa, mirándonos nerviosa y visiblemente afectada.
Mi pulsera comenzó a vibrar.
―Nada malo ―respondí, cabreada―.
¿Y ahora podemos dejar este tema, por favor? Nuestra vida sexual es privada ―protesté,
para total asombro de los que estaban allí, que no entendían nada.
Ni siquiera me ruboricé.
Estaba empezando a hartarme de sus estúpidos y cada vez más evidentes celos. Ya
no de eso, sino de que siempre se pusiera de ese modo, como si tuviera algún
derecho sobre él. Sabía que tenía que frenarme, sin embargo, aunque era mi
madre, no dejábamos de ser dos mujeres. Y Jacob era mío, lucharía con
cualquiera para que no nos separaran, incluso con ella.
Las pupilas de mi madre
adquirieron un pequeño matiz oscuro, no obstante, no me amilané, le clavé la
vista, desafiante. Ella se percató de mi mirada y apartó la suya al instante
hacia el suelo. Mi aro de cuero dejó de actuar a la vez.
Papá también sostuvo la
mirada con Jacob durante un rato y después la llevó hasta la mía. Le miré
enfadada, claro que no era asunto suyo. Y Jake tenía razón, yo ya era
mayorcita, incluso mayor que mis progenitores, aunque mi falso carné pusiera
diecisiete.
En ese momento, Carlisle
bajó como una exhalación por las escaleras.
―He hablado con Eleazar y me
ha contado cosas muy interesantes.
La atención de mi padre se
centró en mi abuelo.
―¿Qué te ha dicho?
―Al parecer, utiliza una
especie de escudo ―empezó a explicar―. Él se dio cuenta hace seis años, cuando
vio a Nahuel en nuestro peculiar encuentro con los Vulturis. No nos dijo nada,
porque no creía que fuera en nuestra contra.
―¿Un escudo? ―interrogó
mamá.
―No es como el tuyo ―siguió
Carlisle―. Es como un espejo, solo refleja lo que él quiere que los demás crean
y deja ver lo que él quiere que vean ―nuestros rostros se quedaron perplejos a
la vez, excepto el de Jacob―, por eso Edward veía otras imágenes y pensamientos
y Alice solamente ve las partes de su futuro que él le deja ver. Es un
ilusionista, un encantador, igual que su padre.
―Al único que no pudo
engañar fue a Jacob ―afirmé, agarrando su mano, orgullosa.
―Por supuesto ―ratificó este
con una sonrisa―. Tenía el alma negra como un tizón.
―Lo que yo decía. El sexto
sentido de los animales ―bromeó Emmett.
―Sí, claro. Muy gracioso ―le
contestó Jake con retintín.
―Bueno, ¿y qué hacemos
ahora? ―quiso saber mi padre―. ¿Nos vamos a quedar de brazos cruzados y ya
está?
―Yo digo que vayamos a por
él y a por su licántropo ―propuso Em, sonriendo al pensar en una pelea.
―Yo digo lo mismo ―le siguió
mi novio.
―No sabemos adónde han ido,
estaremos dando palos de ciego, perdiendo el tiempo ―respondió Carlisle con más
mesura―. Lo mejor es esperar a que Alice tenga una visión. Bueno, eso si Nahuel
le deja ver. Puede que él no haya decidido ni planeado nada todavía y esté con
la alerta baja. Si tenemos suerte, tal vez se le escape alguna decisión y Alice
pueda verla.
―Sí, si esperamos a que ella
vea algo, podremos actuar con más eficacia ―aprobó Jasper.
―Estaré muy atenta ―dijo
Alice.
―Bien, entonces esperaremos ―decidió
mi abuelo.
LOCURA
―Es un milagro que siga vivo
―afirmó Jake, peinándome el pelo con los dedos.
Habíamos subido a mi dormitorio
después de cenar, para charlar un rato antes de dormir. Él se había echado boca
arriba en mi cama y yo me acurruqué a su lado.
―No les hagas caso ―suspiré―.
Tendrán que acostumbrarse.
Sobre todo mi madre, pensé.
Nos quedamos un rato en
silencio, pensando. Se estaba en la gloria sobre su pecho calentito mientras me
atusaba la melena. Alcé un poco la cabeza para darle un beso, pero me detuve al
verle con el rostro preocupado.
―¿Qué te pasa? ―le pregunté―.
No estarás preocupado por eso, ¿no?
―¿Por lo de tu padre? Qué va
―aseguró.
―¿Entonces?
Cogió aire lentamente por la
nariz y lo soltó de sopetón, con desazón.
―Es por Sam.
Me incorporé un poco más y
me eché boca abajo, apoyándome en su torso para verle mejor la cara.
―¿Es que le ha pasado algo?
―No, no es eso ―se quedó
unos segundos mirando al techo y volvió a suspirar―. Quiere dejarlo ―soltó al
fin.
Me quedé a cuadros.
―¿Sam dejarlo?
―Bueno, no del todo. Quiere
seguir unos años más y luego envejecer junto a Emily.
―¿Y cuál es el problema? Ya
sabías que eso tenía que pasar tarde o temprano ―le dije, pasándole los dedos
por el pelo.
―Pues que no quiere seguir
siendo un Alfa ―empezó a explicar―, quiere pasarse a mi manada, como los demás,
y ahí está el problema, que ya no habrá dos manadas.
―¿Los demás? ―inquirí sin
comprender.
―Mi manada ha crecido ―anunció
con resignación.
En ese momento, me di cuenta
de la de cosas que me había perdido estos cuatro meses. Me acordé de la gran
manada que había pasado a mi lado en el bosque para perseguir al licántropo,
había contado hasta dieciséis borrones.
―¿Cuántos sois ahora?
―Diecinueve ―resopló―. Estas
dos últimas semanas han sido una locura ―se quejó―. Primero fueron los más
jóvenes: Cheran, Thomas e Ivah. Después, llegaron Jeremiah y Aaron diciéndome
que también querían estar en mi manada ―volvió a resoplar―. Y no veas qué jaleo
se montó cuando llegó el resto ―frunció el ceño al recordar―. Vinieron en
tropel y tuve que reorganizarlo todo. Leah no hacía más que quejarse y, para
colmo, el lío de la boda de mi hermana a las puertas.
―Entonces, la manada de Sam
consta de cinco miembros, ¿no?
―Sí.
―Sam, Jared, Paul…
―Michael y Nathan ―siguió él.
―¿Todos los demás se han
pasado a la tuya? ―pregunté,
sorprendida―. ¿Por eso Sam no quiere
seguir siendo un Alfa? ¿No le basta una manada de cinco miembros?
―No, eso le da igual. Podía
haber seguido unos años más de Alfa tranquilamente con su manada hasta que lo
dejara, pero es por todo ese rollo del Gran Lobo ―protestó con una mueca de disgusto―. No me deja de
dar la brasa con eso de que soy Taha Aki, que tengo que ser yo el jefe de la
tribu y que solo puede haber una manada. Jared, Paul, Michael y Nathan también
piensan lo mismo, pero siguen con él por lealtad, ¿entiendes? Cuando él se pase
a mi manada, ellos harán lo mismo encantados. Así que tendré que liderar a
veintitrés lobos y, para colmo, ya me dirás en qué puesto pongo a Sam, porque
Leah no está dispuesta a perder su posición de segundo al mando. Menudo marrón
que me viene ―resopló por enésima vez―. ¿Te acuerdas cuando Emily dio a luz y tuve que
encargarme de las dos manadas?
―Sí, claro.
―Por lo visto, era una
prueba, ¿puedes creértelo? ―suspiró con
indignación―. Un ensayo o algo así para
ver si estaba preparado para llevar una manada tan grande. El muy cretino habló
con el Consejo y lo planearon todo.
―Y, por supuesto, pasaste la
prueba ―declaré, sonriendo con
orgullo, sin dejar de acariciarle la cabeza con los dedos.
―Parece ser que sí ―exhaló. Luego, se quedó mirándome, sonriendo con esa
sonrisa que me volvía loca―. Veo que a ti
te gusta bastante mi asquerosa situación.
―No es asquerosa. Yo estoy
muy orgullosa de ti y sé que lo harás muy bien ―confesé, acercándome a su rostro―. Además ―bajé mi dedo por su pecho―, es lo que tenía que pasar. Es un honor para ellos,
es normal que todos quieran estar bajo tus órdenes, Gran Lobo ―susurré en sus labios.
―Bueno, si a ti te gusta
tanto, puede que no esté tan mal, después de todo ―murmuró.
Le besé muy despacio y metí la mano bajo su camiseta para acariciar su
impresionante torso.
―He estado pensando que
podíamos tener esa cita que tanto querías ―cuchicheé sin
dejar de rozar su labio inferior con los míos.
―Menos mal ―sonrió―. Creí que no
ibas a tener una cita conmigo nunca.
―Ya ves, he cambiado de
opinión. ¿Qué te parece este sábado?
―No sé, tendré que mirar mi
apretadísima agenda ―bromeó,
haciéndose el remolón.
―Sería por la noche ―le señalé con intención.
Jacob captó mi mensaje enseguida. Se giró e invirtió nuestra postura.
Ahora yo estaba boca arriba y él boca abajo, con la mitad del cuerpo sobre mí.
Mi corazón metió la quinta.
―Creo que podría hacer un
hueco ―murmuró, deslizando sus
labios por mi mandíbula.
―Tú y yo solos… ―seguí insinuando con un susurro.
Bajó su caliente mano y empezó a arrastrarla por debajo de mi
camiseta, provocando aún más a mi ya estremecida piel.
―Tiraría la agenda por la
ventana. Me muero por estar contigo… ―me susurró,
besándome con suavidad.
Solo con esa ardiente caricia y el roce de sus palabras, todo mi
cuerpo, incluidas las mariposas, se puso a hiperventilar.
Llevé mis manos a su nuca y a su espalda.
―Jake… ―suspiré.
Alguien picó a la puerta cuando nuestros labios se mezclaron con más
efusividad.
―Renesmee, voy a entrar ―anunció mi padre, malhumorado.
Nos separamos a regañadientes y nos quedamos sentados en la cama,
esperando a que pasara.
Mi padre abrió la puerta y entró en el dormitorio con gesto serio. Me
crucé de brazos y le miré con el ceño fruncido.
―¿Qué quieres? ―le pregunté.
―Solamente venía a comprobar
cómo iba la cosa.
Iba bien, hasta que llegaste
tú,
pensé.
Mi padre sonrió con un poco de malicia, dándome a entender que por eso
había venido.
―No estábamos haciendo nada ―resopló Jake.
―Por cierto, Jacob. Ahora que
Nahuel no está en esta casa, ya no hay motivo para que te quedes a dormir ―le dijo mi padre.
―¡Papá! ―protesté.
―A Carlisle no le molesta ―replicó Jacob.
―Pero a mí sí ―le respondió él.
―¿Por qué? Te recuerdo que tú
te quedabas todas las noches con Bella mientras ella dormía.
―Exacto, mientras dormía ―matizó mi padre.
―Sí, porque no podíais hacer
nada ―rebatió mi novio. Entonces,
esbozó una enorme sonrisa―. ¿Es por eso?
¿Es porque yo sí puedo tocar a Nessie?
―Jacob, no te pases conmigo ―le advirtió mi padre con su rostro de mármol todavía
más tenso―. Hoy no estoy para juegos,
así que ya puedes largarte ahora mismo antes de que te…
―Vale, vale, está bien ―le interrumpió él, enfadado, levantándose de la cama―. Ya me voy, tranquilo.
―¡No! ―me quejé, poniéndome en pie como un resorte y pegándome
a Jake.
―Ya está bien, Renesmee ―me regañó papá―. Jacob tiene
que irse a su casa. También tiene allí a su padre, que lleva durmiendo solo
mucho tiempo.
Me mordí el labio, pensativa. Eso era verdad.
―No te preocupes ―me susurró mientras me cogía por la cintura para
arrimarme a él―. Estaré aquí todas las
mañanas a primera hora, cuando te levantes.
Asentí con la cabeza y rodeé su cuello con mis brazos para besarle.
Escuché muy de fondo los irritados suspiros nasales de mi padre cuando nuestros
efusivos labios no terminaban de despegarse.
―¡Jacob! ―bufó papá de repente―. ¡Deja de pensar en eso! ¡Soy su padre, por el amor de Dios!
―Nadie te ha dicho que hurgues
en mi mente ―le respondió este, dejando
mi boca para ello.
―¡No juegues conmigo, perro! ―voceó mi padre, exasperado―. ¡Vete de aquí ya, si no quieres que…!
―Vale, vale ―le cortó de nuevo, separándose de mí―. Bueno, preciosa, hasta mañana ―se despidió por el camino, a la vez que me daba
besos cortos y me llevaba con él de la mano a medida que se acercaba de
espaldas a la puerta.
―Hasta mañana ―le respondí, sonriente, entre beso y beso.
―¡Jacob! ―rugió mi padre.
―Vale, vale.
Me dio un último beso y me soltó la mano para largarse por piernas de
la habitación.
Me asomé a la puerta para verle marchar por el pasillo y solté una
risilla cuando le vi lanzándome besos al aire hasta que se perdió escaleras
abajo.
Le pedí a Rosalie que me peinara y a Alice que me maquillara un poco.
No entendía por qué estaba tan nerviosa por esta cita, ya que veía a Jacob
todos los días. Sin embargo, tenía la tonta intuición de que iba a pasar algo
especial, aunque todo me parecía especial a su lado.
Habíamos hablado de nuestra cita toda la semana, pero Jacob no me
quiso decir adónde me iba a llevar. Lo único que sabía es que era en Port
Angeles, ya que mi padre no quería que fuéramos muy lejos después de todo lo
que había pasado con Nahuel y el licántropo, y que era un restaurante muy guay.
Intenté averiguar algo preguntándoles a mis amigas, a ver si ellas
sabían de algún restaurante muy guay
en Port Angeles, sin embargo, ninguna sabía nada. Helen solamente iba a locales
de comida rápida, las gemelas no conocían mucho mundo debido a su estricto
padre y Brenda llevaba toda la semana casi sin hablarme, del enorme disgusto
que se había llevado con el beso del lunes, del martes, del miércoles...
Me levanté y me eché un último vistazo en el espejo del baño después
de mi sesión de maquillaje y peluquería. Mi pelo caía suelto con una cascada de suaves rizos y mi maquillaje
era muy natural, tan solo se notaba la sombra en tonos tostados y la línea
negra bajo mis ojos.
―Muchas gracias, sois las dos
geniales ―felicité a mis tías, dándoles
y beso en la mejilla y sonriendo abiertamente.
―Me encanta cómo te queda
este vestido rojo ―me dijo Alice,
toda emocionada. Entonces, lo alzó y sonrió al ver las medias y los ligueros―. Los encajes de las medias son preciosos. Y los
zapatos son lo más. Deberías de ponerte tacones más veces.
Los ligueros, las medias transparentes, el pequeño bolsito y los zapatos
me los había comprado ella en cuanto vio que me iba a poner mi vestido rojo, no
sé ni cómo le dio tiempo.
―Sí, claro ―suspiré con una risa―. Ni siquiera sé si sabré caminar con esto.
―Eres mitad vampiro, por
supuesto que sabrás ―alegó ella en
un tono petulante. De pronto, me pasó el brazo por los hombros y su voz musical
se tornó, además, sugerente―. Bueno, cuéntale
a tu tiíta, ¿a qué se debe esta indumentaria tan sexy? ¿Es que quieres provocar
a Jacob?
Mis mejillas se encendieron, aunque esa era la idea.
―No creo que necesite eso
para provocar a ese animal ―exhaló Rosalie.
―¡Rose! ―le regañé.
―Perdona, era una broma ―se disculpó al ver mi cara de enfado―. Quiero decir, que a él ya le gustas igual ―intentó arreglar.
―Bueno, bueno ―me animó Alice, empujándome hacia la puerta―. No le hagas esperar más.
―Sí, bajo ya.
¿Por qué estaba tan nerviosa? Qué tontería.
Cogí aire y salí del baño.
Caminar con esos tacones no se me daba tan mal como yo pensaba, hasta
bajé muy bien las escaleras de las dos plantas y todo.
Los nervios se transformaron en una enorme revolución de sentimientos
cuando vi a Jacob en el salón. Mis piernas se quedaron tiesas en el primer
escalón y mis embobados ojos se clavaron en él.
Me pareció que iba tan guapo como el día de la boda de Paul y Rachel.
Estaba esperándome de pie, mirándome tan pasmado como yo a él. Me fijé en que
los pantalones de vestir marrones y la camisa azul eran parte de la ropa que
Carlisle y Esme le habían traído de París. Y era la primera vez en toda mi vida
que le veía con zapatos.
Me obligué a tomar aire y avancé hacia él.
―Estás… estás… ―balbuceó, mirándome de arriba abajo como si no se lo
creyese.
―Tú también estás muy guapo ―concluí yo con una sonrisa mientras rodeaba su
cuello con mis brazos.
―Impresionante, esa es la
palabra… ―me susurró en los labios.
Me apretó contra él y empezamos a besarnos con intensa animosidad. Su ardiente
aliento ya empezaba a calentar mi cuerpo.
Un molesto carraspeo me hizo bajar del cielo y me forcé a separar mi
boca de la suya. Mi padre nos miraba con una mezcolanza de angustia, disgusto y
enfado en su rostro. Sin duda, estaba viendo nuestras mentes.
―Hice bien en no ponerle
barra de labios ―le cuchicheó
Alice a Rosalie.
Entonces, me dio por mirar a mi alrededor y me percaté de que estaba
allí toda mi familia. Mi madre miraba hacia otro lado y tenía los ojos fijos en
el suelo.
―Estás preciosa ―dijo mi padre, sonriéndome. Luego, le cambió el
semblante―. Demasiado, demasiado
preciosa ―y miró a Jake con ojos
disconformes.
Mi novio despegó la vista de mí, movió sus pupilas hacia papá y bajó
la curvatura bobalicona de su labio, carraspeando con disimulo.
―Gracias. Bueno, ¿nos vamos? ―le sugerí a Jake para salir de esa casa de una vez.
―Un momento ―nos interrumpió Alice, parecía indignada por algo―. No iréis en ese coche, ¿no? ―le preguntó a Jacob.
―¿Qué le pasa a mi coche? ―protestó él con el ceño fruncido.
Mi tía levanto la mano y a Jake se le iluminó el rostro, como si el
brillo de la llave que le mostraba ella se reflejara en él.
―Nada, pero es mejor mi
Ferrari ―le contestó con un aire
presuntuoso.
―¿Me vas a dejar tu Ferrari? ―inquirió él, sorprendidísimo.
―¡Muchas gracias, Alice! ―exclamé, lanzándome a ella para abrazarla.
Era tan pequeña y menuda, que no apreté mucho, daba la sensación de
que se fuera a romper, aunque sabía que si la abrazaba con fuerza, lo más
seguro es que la que acabara rota fuera yo.
―Alice, si no fueras un
vampiro quemanarices, te daría un beso ―declaró Jake
entre risas.
―Doy gracias a eso, entonces.
Pero, bueno, me lo tomaré como un cumplido ―suspiró ella
con una sonrisa, alzando más la llave para que él la cogiera.
Y así lo hizo. Me tomó de la mano y nos dirigimos hacia la puerta.
―Jacob ―le llamó mi padre.
Puso los ojos en blanco y se dio la vuelta, resoplando.
―Ten cuidado con ese coche.
Ah, y a las doce en casa ―le dijo en tono
de advertencia.
―¡Papá! ―protesté.
―¿A las doce? Venga ya ―se quejó―. ¿Te crees que
es Cenicienta?
―A las doce ―repitió mi padre con el semblante inflexible.
Suspiramos y Jacob abrió la puerta para dejarme salir.
El Ferrari no corrió por la carretera hacia Port Angeles, voló como un
cohete. Yo ni me imaginaba que podía llegar a esas velocidades. Jacob disfrutó
como un niño, al volante. Solamente disminuyó cuando empezamos a divisar la
ciudad.
Aparcó cerca del Erickson Play Field[1]
y nos dirigimos al restaurante donde había hecho la reserva, dando un paseo.
No quedaba lejos de allí. Aunque fuimos a paso lento, llegamos en diez
minutos. Cuando vi el establecimiento, me quedé boquiabierta.
―¿Es aquí? ―le pregunté, gratamente sorprendida.
―Sí ―me contestó, sonriente.
Era un restaurante de estilo moderno, con un cartel en tonos negros y
rojos con el dibujo de un lobo enorme que ponía: Wolf [2].
―El nombre es muy apropiado ―me reí―. Pero este sitio
tiene pinta de ser un poco caro… ―opiné, más
seria.
―Bah, un día es un día.
Además, tengo enchufe ―admitió,
sonriendo de oreja a oreja.
―¿Enchufe?
―Ya lo verás ―se rio―. Vamos ―tiró de mi mano y empujó la puerta con la otra.
Pasamos y nos dirigimos a una pequeña barra que había en la entrada.
El restaurante no era muy grande, pero parecía muy acogedor. Estaba todo
decorado en tonos negros, rojos y plateados, y era muy chic, a Alice le
hubiera encantado, si pudiese comer, claro. El tema central en todo el comedor
eran los lobos, había algunos cuadros de estilo vanguardista de estos cánidos
por las paredes.
―Buenas noches ―nos saludó
el camarero de la barra.
―Hola, teníamos una mesa
reservada ―le indicó Jake.
El camarero abrió un pequeño
cuadernillo por una hoja que tenía marcada con una cinta.
―¿A nombre de quién? ―preguntó,
sin dejar de mirar a la libreta.
―De Jacob Black.
El chico de pajarita levantó
la vista al instante y miró a Jake con sorpresa.
―Esperen aquí un momento,
por favor ―dijo mientras se marchaba de la barra apurado y se perdía por una
puerta.
―¿Qué pasa? ―quise saber.
―¡Jacob! ―exclamó un hombre
que salía como una exhalación de la misma puerta con los brazos extendidos.
Parecía de la reserva. Era
indio, y su pelo negro y liso estaba atado en una corta coleta.
―Hola, Joe ―le saludó él con
una sonrisa.
―Te estaba esperando. ¿Cómo
estás? ―le estrechó la mano con evidente respeto―. ¿Y tu padre?
Sí, era de La Push.
―Bien, estamos todos bien,
gracias.
―¡Oh! ―volvió a exclamar,
mirándome a mí de arriba abajo, deslumbrado―. Esta debe de ser tu preciosa
novia. Renesmee Cullen, ¿verdad?
―Sí ―contesté con timidez, a
la vez que estrechaba mi mano también con deferencia, cosa que me pareció un
poco embarazosa.
―Yo soy Joseph Luta, el
padre de Cheran ―me aclaró―. Pero no os entretengo más. Seguidme por aquí, os
sentaré en vuestra mesa.
Ahora lo entendía todo. Por
eso el nombre y tema del restaurante y su trato respetuoso, de ahí el enchufe
de Jacob.
Joseph se encaminó hacia el
comedor y nos condujo hasta un pequeño rincón. Por el camino, me percaté de que
la mayoría de los comensales eran gente joven acomodada. Nos miraban con cierto
asombro. Yo no sabía si era por mi atuendo o por mi alto y espectacular novio.
―Es esa mesa de ahí ―nos
anunció, señalándola con la mano―. Os traigo las cartas ahora mismo.
Se marchó, raudo, y nosotros
nos sentamos uno enfrente del otro.
La mesa era para cuatro
personas, aunque nos la habían preparado para dos con unos modernos manteles
individuales de color rojo, al igual que las servilletas, sobre uno negro que
la cubría entera. Los platos intercambiaban el negro y el rojo y tenían un
ribeteo en plateado.
Me volví para quitarme mi
chaqueta negra y la dejé en el respaldo de la silla. Cuando me giré de nuevo y
Jake me vio, se le resbaló el tenedor de las manos, el cual cayó sobre el plato
y produjo un ruido estridente. La gente se dio la vuelta para mirarnos, pero él
ni se dio cuenta, lo único que hacían sus pupilas era repasarme, fascinadas. Me
sentí satisfecha de que mi vestido hubiera causado el efecto que yo esperaba, pero,
aun así, se me subió el color a las mejillas.
―Estás… estás… ―balbuceó
otra vez.
―Todo está al detalle ―le
dije para cambiar de tema.
Mi cara empezaba a estar tan
roja como mi vestido.
―¿Te gusta? ―me preguntó con
sus ojos negros, centelleantes.
―Me encanta ―admití con una
sonrisa―. Sobre todo la compañía.
Nos cogimos de las manos,
entrelazando los dedos, y nos sonreímos.
Estaba tan guapo… Si no
hubiera sido porque nos separaba la mesa, me habría lanzado a sus brazos para
besarle.
―Bueno, aquí tenéis las
cartas ―intervino Joseph, interrumpiendo mis pensamientos―. Ahora os atenderá
la camarera.
―Gracias ―contestamos los
dos al mismo tiempo, cogiéndolas.
El dueño se marchó de nuevo
para dejarnos mirarlas a gusto.
―Ahora entiendo tu enchufe
―me reí―. ¿Cómo es que el padre de Cheran tiene este restaurante?
―Le tocó la lotería y lo
puso hace poco ―cuchicheó.
―Vaya ―exclamé.
―El tipo llevaba currando
mucho tiempo de camarero y su sueño era poner un negocio como este ―empezó a
explicarme en voz baja―. Nunca había jugado, y el único día que juega, ¡toma!, va
y le toca. Eso es tener suerte. Cuando Cheran me dijo que su padre acababa de
abrir este restaurante, creí que era mejor venir aquí que no dejar dinero en
otro, ¿no te parece?
―Sí ―asentí, totalmente de
acuerdo.
Miramos las cartas y, cuando
decidimos lo que íbamos a cenar, apareció la camarera para tomarnos nota. Se
puso roja como un tomate cuando Jacob empezó a hablarle, y se quedó atónita
cuando vio todos los platos que él iba a comer.
La cena fue deliciosa y la
compañía mucho mejor. Me pasé toda la velada riéndome de las anécdotas de la
ahora enorme manada de Jake, aunque había algún detalle peligroso que se le
escapó que no me gustaba tanto. Cuando me percaté, ya lo habíamos terminado
todo, postres incluidos, y Joseph le puso la cuenta a él.
Alargué la mano para
cogerla, sin embargo, él me la apartó, puso el dinero y se la dio a la camarera
con rapidez. Ni siquiera me dio tiempo a mirar el importe.
―¡Jake! ―protesté―. Creía
que íbamos a pagar a medias.
―De eso nada, a esto te
invito yo ―me respondió, un tanto ofendido.
―Pero será caro ―me lamenté.
―No te preocupes ―se acercó
a mí―. Además, ya te he dicho que tengo enchufe. Joe me lo ha dejado un poco
más barato ―confesó con un bisbiseo―. Hace tiempo le arreglé el coche gratis.
―Ah.
―Bueno, ¿nos vamos?
―Sí ―le contesté, poniéndome
la chaqueta.
Nos levantamos de la mesa y
Jake me cogió de la mano para dirigirnos a la zona de la barra. Joseph se
despidió de nosotros efusivamente y nos fuimos.
Empezamos a caminar hacia el
coche, aunque íbamos sin rumbo.
―¿Adónde vamos? ―le
pregunté, acurrucándome debajo del abrigo de su brazo.
―¿Qué hora es? ―quiso saber.
―No lo sé ―me encogí de
hombros―. No llevo reloj.
Se quedó pensativo durante
unos segundos.
―Podíamos ir a la playa a
dar un paseo por la arena, ¿qué te parece? ―propuso con una sonrisa.
―Vale ―acepté, encantada.
Llegamos al coche en menos
de diez minutos, nos subimos y Jake se puso a calibrar el espejo retrovisor.
―No puede ser ―exhaló de
repente, mirando por el espejo con cara de malas pulgas.
―¿Qué pasa? ―me giré para
mirar.
―Es tu padre ―resopló,
enfadado―. Está detrás de aquel árbol.
No podía creerlo. A lo
lejos, mi padre nos observaba, escondido tras un árbol. Nos estaba espiando,
increíble. Esto ya era el colmo.
¿Es que no podía confiar en
nosotros? ¿No podía respetar mis decisiones? Era mi intimidad, o eso creía yo.
El aire empezó a salírseme
por las narices cuando mi padre comenzó a asomar de entre las sombras para
acercarse, desde esa distancia ya podía escuchar nuestros pensamientos y ya
sabía que lo habíamos pillado. Lo hacía a un paso humano, puesto que había
gente por la calle.
Rechiné los dientes. A mi
padre le parecería una tontería, pero para nosotros era importante. Habíamos
estado esperando esta cita toda la semana, en realidad, toda la vida, y ahora
venía él para estropeárnosla.
Una luz roja parpadeó en mi
cerebro como si de una alarma se tratase y, de pronto, se presentó ante mí una
idea tan disparatada e insensata, que se me antojó muy tentadora, tanto como la
sangre de Jacob. Mi corazón bombeó la adrenalina de mis venas con fuertes
latidos, haciendo que esta se esparciera por todas las células de mi organismo,
llenándolas de locura. Sí, era peligroso, y eso lo hacía excitante e
irresistible, igual que el ardiente deseo que sentía en esos momentos por Jake.
Jacob hizo el amago de salir
por la puerta para hablar con mi padre, pero le agarré del brazo y no le dejé.
Teníamos que huir de allí.
Huir juntos.
―¡Vámonos de aquí, Jake! ―clamé,
entusiasmada ante la alocada idea.
―¿Qué? Ya nos ha visto,
¿estás loca? ―cuestionó, aunque podía advertir un matiz de excitación en sus
ojos.
―Sí, estoy loca. Estoy loca
por ti y por estar contigo ―admití, nerviosa e impaciente al ver que mi padre
se acercaba.
Lo hacía sigilosamente, como
si estuviera esperando la respuesta de Jacob.
―¡Huyamos juntos, Jake! ―le
imploré con entusiasmo. Me pegué a él y le acaricié la sien con mi frente
efusivamente―. Quiero estar entre tus brazos ya ―le susurré apasionadamente al
oído.
Mi padre se abalanzó hacia
el Ferrari a la vez que Jake ponía el coche en marcha y metía marcha atrás.
―Vámonos de aquí, preciosa ―accedió,
girándose y pisando el acelerador a fondo.
Me agarré bien a Jacob para
no estamparme en el salpicadero. El chirrido de los neumáticos fue ensordecedor
cuando el coche salió despedido hacia atrás, y todas las personas que pasaban
por allí se quedaron mirando. Mi padre se detuvo a un palmo de la parte trasera
del vehículo y se marchó como una bala humana en la dirección opuesta.
―¡Corre, se ha subido a su
coche! ―le avisé.
El Ferrari se movió
rápidamente por las calles de Port Angeles, sin embargo, no podíamos ir más
deprisa por culpa de los peatones y semáforos que no nos quedaba más remedio
que respetar. Miré atrás varias veces, lo teníamos a dos coches de distancia.
En cuanto salimos de la
ciudad, Jacob pisó el acelerador y en un segundo estábamos volando por la
carretera. El Volkswagen marrón metálico de mi padre apareció enseguida, aunque
no conseguía ponerse a nuestra altura.
―Jake, está detrás de
nosotros ―anuncié, preocupada.
―Tranquila, nena ―me calmó
con una sonrisa maliciosa―. Su coche no puede competir con este.
De repente, el vehículo
marrón aceleró y se quedó casi pegado al nuestro. Se notaba que lo conducía un
vampiro, dada la precisión para no colisionar.
―¡Jake!
―¡Mierda! ―gruñó.
El pie de Jacob se clavó a
fondo en el pedal y nuestro coche se separó del de mi padre a gran velocidad.
Nos reímos mientras él observaba por el retrovisor y yo miraba hacia atrás, y
luego nos dimos un beso, contentos. No obstante, la risa se nos apagó cuando mi
padre se volvió a pegar a nosotros.
El móvil sonó en mi bolso.
―Es él. ¡¿Es que no nos va a
dejar en paz?! ―protesté.
Miré hacia atrás otra vez,
con el ceño fruncido. Mi padre estaba cabreadísimo, con su móvil pegado en la
oreja. Alcé el mío para que lo viera bien y le colgué delante de sus narices,
lo apagué y lo tiré al asiento trasero.
El teléfono de mi padre
quedó hecho añicos en su mano. Podía ver sus ojos enfurecidos, regañándome y
censurándome.
Me giré para no ver ese
rostro que empezaba a darme miedo de verdad y me apreté a Jacob.
―¡RENESMEE, JACOB! ―se
escuchó bramar a mi padre, tal era la potencia de su voz. Aun así, no me volví―.
¡SI NO PARAIS AHORA MISMO…!
―¡Se va a enterar! ―exclamó
Jake, cortándole.
Entonces, pulsó un botón
rojo que había en el salpicadero y el Ferrari salió como un cohete hacia
delante, dejando a mi padre con la palabra en la boca.
―¡Sí! ―grité, riéndome,
mirando por la luna trasera.
Los árboles de la carretera
pasaban a toda mecha, sin embargo, el motor apenas emitía ruido alguno. Mi
padre nos seguía, aunque de más lejos. Continuamos así hasta que llegamos a
Forks.
―¡Nos va a perseguir hasta
el fin del mundo! ―me quejé―. ¡No hay forma de quitárnoslo de encima!
―Hasta el fin del mundo, no ―afirmó
Jacob, sonriendo con seguridad―. Hay un sitio en el que no puede entrar.
―¡La Push! ―adiviné entre
risas.
―Exacto.
IMPROVISACIÓN
En cuanto pasamos la
frontera quileute, mi padre frenó en seco y nosotros nos reímos con
satisfacción. Me pegué a Jake y comencé a darle besos cortos en la mejilla y la
mandíbula. El coche avanzó rapidísimo por la carretera de La Push y se desvió
por la carretera de Mora, hasta que llegamos al final de esta y Jacob aparcó en
el pequeño parking de Rialto Beach.
La sensación de la
adrenalina era tan fuerte, que nos bajamos del Ferrari, nos descalzamos por el
camino, bajamos volando hacia la playa, saltando y sorteando los troncos
blanquecinos de diferentes tamaños, y corrimos durante un rato por esa orilla
de arena oscura y piedrecillas, carcajeándonos.
―¡Lo conseguimos! ―grité,
emocionada, lanzándome a sus brazos.
Jacob me elevó por el aire y
dio unas cuantas vueltas mientras nos reíamos, hasta que me dejó en la arena.
―Estamos locos, ¿lo sabías? ―murmuró,
acercando su rostro al mío con efusividad.
―Yo solo estoy loca por ti ―susurré,
ansiosa, estampando mis labios en los suyos para besarlos con avidez.
Me pegué a él con tanto
énfasis, que Jacob se vio obligado a retroceder un paso y terminamos cayéndonos
en la blanda arena empapada de la orilla. Aun así, no despegamos nuestras
hambrientas bocas.
Mientras estaba encima de él
y le besaba, aproveché para desabrocharle la camisa. El agua que le llegaba no
parecía molestarle en absoluto cuando deslicé mi boca y mi lengua por su
agitado pecho desnudo, ya mojado. La espuma de las olas bañaba su cobriza piel
y la hacía más apetecible. Sus manos escalaron por la parte trasera de mis
muslos, alzando la chorreante falda de mi vestido a su paso, y me estremecí.
Volví a sus labios y me friccioné hacia delante con su ayuda, a los dos se nos
escapó un gemido sordo. Pasé a recorrer todo su cuello con mi boca y nuestros
labios acabaron encontrándose de nuevo entre los jadeos. Todo él sabía salado,
su pecho, su cuello, su boca. Todo excepto su lengua, esta era húmeda, suave,
tórrida y dulce, lo mismo que su aliento.
Sus manos subieron y
desataron con facilidad el lazo de mi chaqueta, tirando de uno de los extremos.
Me la quitó de un solo movimiento y yo le ayudé, sacando mis brazos de las
mangas. Se giró y se colocó sobre mí, entre mis piernas. Ahora las olas bañaban
mi cuerpo, sin embargo, y a pesar de que el agua estaba helada, no tenía ni una
gota de frío. Yo ardía como una llama de fuego.
Nuestras bocas se movían
ardientes, intercambiando bravías espiraciones. Bajó los gruesos tirantes de mi
vestido y dejó todo mi pecho al descubierto, tocándolo a su paso. Abandonó mis
labios para deslizar su boca y su lengua por el mismo, eso me excitó tanto, que
me aferré a su espalda y a su pelo y mi cuerpo se arqueó hacia atrás; mis piernas
se abrieron más en respuesta. El agua consiguió llegar a toda mi cabeza y mi
pelo se mezcló con la arena y la espuma de las olas que lo azotaban. Su palma
reptó por mi pierna y volvió a arrastrar la falda hacia arriba, deslizándose
por la media. Se topó con el liguero, pero eso no fue impedimento para él,
metió la mano por debajo de la cinta roja y me acarició el muslo. Volví a estremecerme
al notar su ardiente tacto sobre la parte de mi piel desnuda.
Sus labios empezaron a subir
más despacio, parándose un rato en mi cuello, hasta que regresaron a los míos.
―Espera ―me susurró.
Me subió los tirantes del
vestido, se incorporó, cogiendo mi chaqueta empapada, y me levantó para tomarme
en brazos.
―No quiero que pases frío ―murmuró.
―No tengo nada de frío ―susurré,
besándole a la vez que me asía bien a su cuello.
Jacob comenzó a caminar
hacia un rincón escondido que había entre todos aquellos enormes trozos de
árboles blanquecinos, en una zona donde la arena todavía era fina y no había
esos cantos de piedra más grandes propios de Rialto Beach. Volvió a soltar mi
boca.
―Espera aquí ―me dijo, dejándome de pie en el suelo, al borde de
los pinos que delimitaban la playa―. Vengo
enseguida.
Me dio un beso corto y salió como una bala hacia el parking.
Una pequeña brisa pasó a través del bosquecillo y me dio un respingo.
Sí, la verdad es que ahora tenía frío. Me froté los brazos con las manos,
aunque estaba tan empapada, que poco podía hacer. Reuní todo lo que pude de la
falda de mi vestido y la retorcí para escurrirla. Lo mismo hice con mi pelo.
Jake llegó con una enorme manta que había sacado del maletero y volvió hacia mí
corriendo.
―Es mejor que te sientes aquí
―me aconsejó mientras
extendía la tela de lana tratada en la arena seca―, así no tendrás tanto frío.
Se adentró un poco entre el boscaje a toda velocidad y yo le hice
caso. Me senté en la manta, sujetándome
las rodillas con las manos. Regresó al poco con un montón de ramas secas y las
apiló a nuestros pies para hacer una hoguera.
―Es una suerte que Alice
tuviera una manta y un mechero en el coche, ¿no crees? ―declaró, sonriente,
mientras encendía la madera.
―Sí, si no fuera porque
sabemos que no puede, creería que nos ha visto el futuro ―me reí.
Sopló un poco hasta que la
hoguera prendió del todo, con una llama azul debido a la sal de los leños, se
quitó la camisa mojada y se sentó a mi lado, descansando la espalda en uno de
los troncos más grandes que había esparcidos por la arena y que configuraban
aquel rincón tan íntimo.
―Aquí no tendrás frío ―me
sugirió con una sonrisa, abriendo los brazos.
Le correspondí la sonrisa y
me senté sobre él, apoyando la cara en su amplio y cómodo hombro, con la frente
pegada a su cuello, y fundiendo mi cuerpo con su pecho seco y calentito. Su
acogedor abrazo ya empezaba a calentarme.
―¿Estás mejor? ―murmuró,
frotándome la espalda.
―Sí, así se está en la
gloria ―confesé, casi ronroneando―. Me quedaría aquí contigo para siempre.
Giré mi rostro e inhalé su
maravilloso olor, ahora estaba mezclado con el salitre del mar. Me despegué un
poco de él, llevando mi cuerpo hacia atrás, y comencé a recorrer su increíble
torso con mi boca y mi lengua para saborearlo. Pude notar cómo se estremecía
con mis caricias y todo mi ser palpitó alocado. Escalé su pecho y su cuello y lancé
mis labios a los suyos.
―Espera ―me paró de pronto,
sujetándome con delicadeza por los hombros―. Tengo que decirte una cosa antes
de que empecemos.
―¿Qué pasa? ―pregunté,
extrañada. Entonces, me acordé de las palabras de sus amigos en el bosque―. Ah,
ya sé. ¿Es porque eres virgen? ―aventuré, sonriendo―. No te preocupes, a mí no
me importa ―afirmé, besándole otra vez―. Si te digo la verdad, me encanta que
hayas esperado por mí ―ronroneé en sus labios―. Me encanta ser la primera y
única para ti…
Me despegó de nuevo con el
mismo mimo.
―No. Bueno, quiero decir,
que sí, soy virgen, pero eso no me preocupa nada. Te he esperado todos estos
años porque quería que fueras tú y solo tú, jamás podría entregarme a otra
mujer, y esperaría otros cien, si tú quisieras. Quiero que esto sea muy especial
para los dos. Pero no se trata de eso ―agachó la cabeza, parecía algo nervioso―.
Lo que quiero… es decirte algo.
Me separé un poco más para
verle mejor el rostro.
―¿Decirme algo?
―No tenía pensado decírtelo
todavía, esto no lo tenía planeado, es totalmente improvisado, ¿vale? No sé
cómo me saldrá. Sé que solo llevamos una semana como novios, pero es que si no
te lo digo ya, reviento ―quitó mis
brazos de su cuello y me cogió las manos―. No quiero que
pienses que tengo prisa, ni nada de eso ―le dio la vuelta
a mi muñeca derecha y empezó a desabrocharme la pulsera. Le miré sin comprender―, aunque tampoco quiero que pienses que lo hago a lo
loco, sé muy bien lo que hago y quiero hacerlo, le he estado dando vueltas
desde siempre ―deslizó el aro de cuero por
mi mano y mi muñeca quedó desnuda, vacía, casi huérfana.
―¿Por… por qué me quitas la
pulsera? ―inquirí, confusa.
Jacob cogió mi mano derecha, se inclinó un poco hacia mí y me clavó su
intensa mirada con resolución. Entonces, todas mis mariposas, más otras que
creía que ni existían, se revolvieron por mi cuerpo cuando supe con certeza lo
que iba a pedirme. Mi corazón empezó a saltar como nunca y me quedé sin aire.
―Renesmee Carlie Cullen,
¿quieres casarte conmigo? ―murmuró con voz
firme.
Mis pulmones no pudieron reaccionar y me quedé sin habla. Jacob siguió
con su improvisado discurso, clavándome la misma mirada.
―Sé que yo no tengo dinero,
ni nada. No puedo ofrecerte una casa grande, ni cochazos, ni vestidos caros. Lo
único que puedo ofrecerte, lo tienes delante. Pero yo te quiero con toda mi
alma, estoy imprimado y enamorado de ti, daría mi vida por ti sin pensármelo ni
un segundo y sé que te haría feliz, Nessie ―abrí la boca
para contestar, sin embargo, me puso el dedo en los labios y no me dejó―. Si aceptases, no digo que tuviéramos que casarnos
ahora, podríamos esperar el tiempo que tú quisieras, somos muy jóvenes y
tenemos muchos años por delante, ya te digo que no tengo prisa; podrías ir a la
universidad, trabajar o lo que quisieras, yo te esperaría los años que hicieran
falta. También sé que nuestro vínculo ya es increíblemente fuerte y que no
necesitamos hacerlo, pero yo querría casarme contigo, si tú me aceptas. Y si no
me aceptas, no pasa…
Le corté, abrazándole con fuerza y lanzándome a sus labios para
besarle con entusiasmo. Tuve que obligarme a despegarme, para darle mi
respuesta.
―Sí ―exclamé, frotando su frente con la mía.
―¿Sí? ―preguntó sin creérselo―. ¿Te… te casarás conmigo?
―Sí, sí quiero ―contesté con la voz rota, abrazándole de nuevo.
―Nessie… ―susurró con alegría.
Hundí mi rostro en su hombro y me puse a llorar de felicidad como una
idiota cursi mientras él me rodeaba con sus impetuosos y cálidos brazos.
Esto era algo que ni siquiera se me había pasado por la cabeza, al
menos, no tan pronto. Sin embargo, no lo dudaba ni un momento, lo tenía tan
claro. Quería casarme con él. ¿Cómo no iba a querer? Le amaba con toda mi alma,
estaba locamente enamorada de él, desde el mismo día en que había nacido y le
había visto por primera vez. Recordé la boda de Rachel y Paul y lo que sentí
cuando me vi en el altar junto a Jake. Sí, nuestro vínculo era irrompible,
pero, aun así, quería casarme con él, quería ser su mujer y que él fuera mi
marido. Aunque eso ya fuera dentro de unos años, claro.
Jacob me separó y me enjugó las lágrimas con los dedos. Metió la
pulsera por mi mano y la volvió a anudar en mi muñeca derecha. El nudo se
apretó él solo.
―Guau ―dijo, sorprendido.
―Es una pulsera mágica ―le recordé, sonriéndole.
―Ya, pero es que verlo tan
directamente…
Subí mis brazos a su cuello y me arrimé a él.
―Te quiero, Jacob Black.
―Y yo a ti, Nessie Cullen.
―Llámame Nessie Black ―le susurré en los labios.
―Eso suena muy, pero que muy
bien ―murmuró, pasándome su labio inferior
por los míos―. Vuélvelo a decir.
―Nessie Black… ―repetí, ya sin aire.
―Sí, suena genial ―susurró, besándome despacio. Volvió a reposar su
espalda en el tronco blanquecino, llevándome con él―. Bueno, ahora ya podemos seguir. ¿Por dónde
íbamos…?
Me separé de sus labios, me
arrastré un poco hacia atrás y comencé a recorrer su pecho con mi boca y mi
lengua de nuevo.
―Estaba saboreando tu piel…
―Ah, sí… Y eso me volvía
loco…
―Luego, pasaba a tu cuello…
―Eso ya me ponía a cien…
―Y después, iba a hacer
esto…
Despegué mis labios de su
cuello, me volví a arrimar bien a él y me bajé el vestido poco a poco hasta la
cintura. Jacob me observó, maravillado.
―Eso ya son palabras
mayores, preciosa…
Por fin estábamos solos,
y teníamos toda la noche por delante, puesto que ya habíamos infringido muchas leyes
de mi padre y, llegados a este punto, era una tontería cumplir su horario.
Solamente nos acompañaba el sonido de las olas rompiéndose en la orilla, la
brisa marina agitando las hojas de los árboles, el chasquido de aquel mágico
fuego azul verdoso y el calor, mucho calor.
De repente, cuando Jake ya me estaba acariciando la espalda y estaba a
punto de hundir su rostro en mi pecho, me asusté y me volví a pegar a su torso
ipso facto.
―¿Qué pasa? ―preguntó, extrañado.
―¡Menos mal que te encuentro,
tío! ―exclamó Seth, parándose a
nuestro lado.
No sé la cara que puso Jacob, puesto que yo la tenía fijada a su
clavícula, tan roja, que hasta su piel me pareció fría en ese momento. Si lo
del otro día en el bosque ya me había parecido vergonzoso, ahora esto. Otro
cotilleo más para la manada. Jake me apretó contra su pecho y me tapó con sus
brazos.
―¡Maldita sea, Seth! ―bueno, podía imaginarme su semblante perfectamente―. ¡¿Qué narices estás haciendo aquí?! ―gruñó, seguramente sustituyendo el vocablo que iba a
utilizar por ese mucho más suave, ya que yo estaba delante―. ¡¿No ves que estamos muy ocupados?! ¡Mejor dicho,
como hayas mirado algo te juro que te despellejo vivo! ―le gritó, estrechándome aún más.
Me subí el vestido como pude, sin despegarme de él, y reuní el
suficiente valor para girar mi rostro rojo, pero enfadadísimo, con el fin de
mirar al oportuno de Seth.
―No he visto nada, lo juro ―aseguró, un tanto amilanado, levantando las manos―. He venido porque tengo algo que decirte, y no veas
cómo me ha costado encontrarte. He estado dando vueltas por toda la reserva, me
he transformado para ver si habías cambiado de fase, me he vuelto a
transformar, he ido hasta tu casa…
―¡Bueno, vale ya! ―bufó Jacob―. ¡Suéltalo
pronto y ve al grano, estoy muy ocupado!
―No os interrumpiría si no
fuera algo importante ―declaró Seth
con el semblante serio.
Jake también cambió el gesto y se incorporó un poco.
―¿Qué pasa? ¿Es algo de la
manada? ¿Ha pasado algo?
Me separé de él, mirando a Seth, ahora con preocupación. Entonces, este
bajó sus pupilas de chocolate hasta las mías.
―Es tu padre. Me ha llamado.
Jacob y yo nos quedamos inmóviles, mirándole.
―Bah, piérdete Seth ―le exhortó Jake, apoyándose en el tronco otra vez.
―Quiere que vayáis a casa ya,
palabras textuales ―siguió su
hermano.
―¿Es que ahora eres su
recadero? ―le criticó con sarcasmo―. Pues ve a llamarle y dile que en estos momentos no
podemos atenderle.
―Alice ha tenido una visión.
Nuestras miradas se encontraron con desasosiego y una mueca de pesar
se apoderó de nuestros rostros mientras suspirábamos con resignación. Lo que
iba a ser una noche perfecta, se había terminado.
―¿Una visión? ¿Te ha dicho de
qué? ―interrogué, levantándome.
Jacob también se puso en pie y echó arena sobre la hoguera para
apagarla.
―No, solo me ha dicho que
vayáis a casa ya, palabras…
―Vale, vale, palabras
textuales ―resopló Jake, recogiendo su
camisa y mi chaqueta aún mojadas y rebozadas en esa arena gris.
Hice lo mismo con la manta, la sacudí y la doblé lo mejor que pude.
Jacob la cogió para llevarla y me tomó de la mano. Me percaté de que yo misma
iba hecha unos zorros. Mi vestido rojo, al ser de gasa, estaba casi seco
gracias al calor de Jacob y la hoguera, pero estaba completamente arrugado y
lleno de arena, eso sin mencionar mi pelo. Mientras caminábamos hacia el parking,
zarandeé mi vestido con brío y después agité mi enredado cabello. Lo dejé
cuando vi que todo esfuerzo por mejorar eso era inútil.
―¿Qué habéis hecho? ―se rio Seth, mirándome de arriba abajo―. Parece que vengáis de la selva, como en una de
esas pelis de Indiana Jones ―luego, se dirigió a Jake―. A ti solo te falta el sombrero y el látigo.
―Muy gracioso ―contestó este en tono irónico mientras su amigo se
reía.
―Bueno, ya me enteraré cuando
patrullemos mañana.
Mi rostro se giró súbitamente hacia Jake y le hice un gesto de
advertencia.
―Tranquila, me pondré los auriculares ―me aseguró con un cuchicheo.
―¡Uah! ¡El Ferrari de Alice! ―exclamó Seth, acercándose al coche con entusiasmo.
Este abrió la puerta y echó mi asiento hacia delante.
―¿Adónde vas? ―quiso saber Jacob, mosqueado.
―Voy con vosotros ―respondió Seth con un pie ya metido dentro.
―No, no, no. Tu misión
acaba aquí ―objetó él con reticencia,
guardando la manta en el maletero.
―Y luego dices que no te
gusta mandar ―se quejó Seth, saliendo del
coche a regañadientes.
―Muérete de la envidia, chaval
―le respondió Jacob,
sonriente, subiéndose al Ferrari.
Cerré mi puerta y arrancó el coche, haciéndolo rugir un poco para
ponerle los dientes largos a su hermano de manada.
―No seas malo, Jake ―le regañé con una risilla.
―Tengo que aprovechar mi
momento ―se defendió con su sonrisa
burlona, dando marcha atrás―. No creo que
pueda volver a coger un Ferrari en mi vida.
Me despedí de Seth con la mano mientras Jake pisaba a fondo y salíamos
disparados por la carretera de La Push de regreso a mi casa.
No me arrepentí de nada de lo que habíamos hecho hasta que pusimos los
pies descalzos en mi casa. Me invadió un miedo terrible y apreté los dedos
entrelazados de Jake. Mis padres apartaron la vista cuando me vieron, exhalando
audiblemente con desaprobación y crítica. Jacob solo llevaba puesto el pantalón
y mi vestido era todo un cirio. Menos mal que el resto de mi familia no estaba.
―¿Qué habéis estado haciendo?
―quiso saber mi madre,
mirándonos con unos ojos llenos de condena.
―Es mejor que no lo sepas ―suspiró mi padre, irritado, frotándose la frente con
la mano.
―¿Dónde están todos? ―pregunté con aires de sospecha―. Alice ha tenido una visión, ¿no? ¿O era una trampa
para que viniéramos?
―No, es cierto. Alice ha
tenido una visión ―contestó mi
padre con el rostro tenso―. Pero antes
queríamos hablar con vosotros a solas.
―No tenemos nada de qué
hablar ―contesté, enfadada, tirando
de Jake para subir a mi habitación.
Mi padre se puso frente a nosotros y nos cortó el paso.
―Os habéis comportado como
críos ―criticó, cabreado.
―¡¿Cómo habéis podido huir de
tu padre?! ―voceó mi madre, furiosa,
poniéndose junto a él.
―¡No, ¿cómo ha podido él ir a
espiarnos?! ―rebatí.
―No fui a espiaros ―afirmó, indignado―. Fui para
protegeros.
―¿Protegernos? ―exhaló Jacob, riéndose con incredulidad mientras
negaba con la cabeza. Entonces, se mordió el labio y se puso serio―. Me parece que lo que pasa es que la quieres proteger de mí, ¿no es eso?
―No, Jacob. Ya me he dado
cuenta de que eso es imposible, sobre todo después de lo que ha pasado esta
noche ―admitió, mirándome con
acusación―. El licántropo sigue
matando en Seattle y Port Angeles, no lo olvides, por lo que Nahuel también
andará cerca. No me hizo falta ni quererlo para ver lo que gritabais en
vuestras mentes cuando salíais de casa ―aseveró con
desagrado―. Era evidente que tú no
ibas a prestar atención a otra cosa.
Mi madre se cruzó de brazos, enfadada, mirando hacia otro lado.
―Eso te crees tú ―se defendió Jake.
―Te aseguro que lo sé muy
bien ―reiteró mi padre, enojado―. Solo pensabas en eso, no lo niegues. Hasta ibas
preparado.
―Por supuesto, yo siempre
llevaré protección, por si acaso surge ―rebatió sin
cortarse un pelo―. Así que
puedes quedarte tranquilo en eso.
Noté el rojo fuego llameando en mi rostro y el rechinamiento de
dientes de mi madre.
―Por lo menos, eres
responsable en algo ―exhaló mi
padre, rindiéndose a disgusto.
―Si venías para guardarnos
las espaldas, ¿por qué no lo dijiste? ―cuestioné a
modo de protesta, para cambiar de tema.
―Intenté hacerlo, ¿recuerdas?
―me recordó con tono
inculpador―. Pero salisteis huyendo y después
me colgaste el teléfono.
Mi mente empezó a sufrir un ataque de arrepentimiento y culpabilidad.
―Bueno, fue un malentendido y
lo sentimos mucho. ¿Podemos irnos ya? ―preguntó Jacob,
cansado.
―No, hay otro tema que os
queríamos comentar ―intervino mi
madre, agarrando la mano de mi padre.
De repente, sus rostros cambiaron. Me recordaron a esos semblantes
afligidos y casi atormentados que había visto el otro día.
―¿Qué ocurre? ―interrogué con preocupación.
Jacob frunció el ceño para estudiar sus expresiones y apretó mi mano. Mis
padres se miraron y mamá le hizo un gesto con la cabeza para que hablara él.
―Nos mudamos ―anunció. Un glaciar gélido recorrió todo mi cuerpo―. Ya no podemos quedarnos aquí por más tiempo, nos
han visto demasiado en este pueblo y Carlisle no puede seguir en ese hospital,
la gente empieza a sospechar. Además, estamos llamando demasiado la atención de
otros vampiros y ponemos en peligro a la gente de Forks y a los lobos, eso sin
mencionar a los Vulturis.
―¿Cuándo? ―inquirí, con la mente embarullada de sensaciones y
sentimientos.
―Cuando terminemos con el
asunto de los Vulturis ―contestó mi
madre―. Nos marcharemos a Alaska,
quiero retomar mis estudios e ir a la universidad ―empezó a explicar, más relajada y alegre―. Bueno, tu padre también asistirá a las clases
conmigo, y puede que tú coincidas con nosotros dentro de dos años, cuando también
vayas a la universidad. A lo mejor nos toca en alguna clase juntos, ¿te
imaginas? ―se rio―. Tendremos que decir que somos primos.
Noté el temblor en la mano de Jacob. Nos apretamos los dedos con tanta
fuerza, que nuestras manos se podrían fundir perfectamente.
―Pero yo… no voy a ir…
―Bueno, no importa. Lo que tú
quieras ―siguió ella con el mismo
tono―. Todavía tienes un año de
instituto para pensar en la universidad. Ya verás cómo te gusta el instituto de
allí, está muy bien. Enseguida harás amigos, estoy segura. La gente de allí…
―Bella ―le interrumpió mi padre, agachando la cabeza―. No la has entendido ―anticipó.
―Yo no voy a ir a Alaska ―afirmé con seguridad―. Me quedo con Jacob en La Push.
Mamá levantó el rostro con un movimiento casi imperceptible para
mirarme con desconcierto.
―¿Cómo? ¿No vas a venir? Pero
nosotros somos tu familia.
Mi padre se alzó con asombro, adelantándose a las palabras que mi
mente estaba mezclando. No parecía disgustado del todo.
―Jacob me ha pedido que me
case con él y he aceptado ―anuncié.
―¿Qué? ―murmuró ella, descompuesta.
―Aunque si no me lo hubiera
pedido, me hubiese quedado con él igualmente ―reconocí abiertamente.
―Bueno, era evidente, al
ritmo que vais… ―suspiró mi
padre―. En fin, supongo que me
pedirás su mano como es debido.
―¿Qué dices, tío? ―se rio Jacob, frunciendo el ceño, alucinado―. Ni que estuviéramos en la Edad Media.
―Está bien, no quiero
menospreciar su elección. Pero al menos podías pedirme mi bendición, ¿no? ―le instó con educación.
―Yo no necesito la bendición
de nadie ―le contestó, más serio―. Además, te recuerdo que ya me diste tu palabra.
―¿Cuándo? ―preguntamos mamá y yo a la vez, ella con enfado y yo
con perplejidad.
―El día que Carlisle nos explicó
todo ese rollo de los genes ―aclaró, sonriente―. Me acuerdo perfectamente de nuestra conversación
mental. Yo iba a salir tras el licántropo y tú me dijiste que no querías que
Nessie se quedara viuda antes de tiempo. Así que te pregunté: No es que me importe,
pero, ¿dejarías que se casara conmigo, aunque eso supusiera que tuvierais que
renunciar a ella para siempre?, así, con estas palabras ―mi padre suspiró con resignación―. Y tú contestaste que sí. Luego, te pregunté si
creías que ella se casaría conmigo, que si creías que ella me quería, y me
dijiste que eso no me lo podías decir, que no te estaba permitido. ¿No te
acuerdas? Porque yo sí que me acuerdo, perfectamente. Lo tengo todo grabado
aquí ―se señaló la cabeza con el
dedo―. Después, me diste tu palabra.
Como ves, no se me ha olvidado.
―Siempre me ha asombrado tu
increíble memoria, Jacob ―admitió a
regañadientes.
―Tengo bastante coco, sí ―respondió él con una amplia sonrisa de satisfacción.
―Entonces, solo me queda
daros la enhorabuena ―nos felicitó,
aunque percibí un matiz de amargura por la inminente pérdida de su hija―. Me alegro de que al menos hagas algo bien ―le dijo.
―Hombre, gracias ―le respondió Jacob con sarcasmo.
Mi aro de cuero rojizo comenzó a vibrar. Por supuesto, no me fue
difícil deducir el porqué. El rostro de mi madre reflejaba con claridad la
decepción y la desesperación. Caminaba nerviosa, metiendo la mano entre el
pelo.
―¿Cuándo… cuándo os vais a… casar? ―le costó decir la palabra.
―Todavía no tenemos fecha ―admitió mi novio, encogiéndose de hombros―. Puede que dentro de unos años, no sé. En realidad,
todo ha sido improvisado. No tenía pensado…
Solo vi un borrón moverse y mamá ya estaba frente a Jake.
―O sea, que se lo has pedido
y, ¿ya está? ―desaprobó ella
enérgicamente, interrumpiéndole―. ¿No tienes
nada planeado?
―No te sigo.
―¿Dónde vais a vivir, Jacob? ―le preguntó con acidez―. ¿Vais a ir a la pequeña casa de Billy?
―Bella ―intentó calmarla papá, cogiéndola del brazo.
―Ya nos buscaremos un sitio ―replicó él, frunciendo el ceño sin comprender.
―¿Y eso es lo que le vas a
ofrecer a mi hija? ―le reprochó―. ¿Ese es el futuro que le vas a dar?
―¡Ese es el futuro que yo
quiero! ―protesté, alzando la voz.
―¿Ah, sí? ¿Y vais a vivir del
aire? ―continuó ella―. Porque para comprar cosas como una casa, hace
falta dinero.
―Puedo trabajar en un taller
hasta que ahorre lo suficiente para poner mi propio negocio ―alegó Jake, muy acertadamente―. Lo haría rápido, tengo muy buena reputación en La
Push, y ya sabes que salimos muy económicos en comida y calefacción ―concluyó con una sonrisa triunfal.
El golpe que asistió Jake la dejó un poco K.O. y mamá tuvo que pensar
en su próxima embestida.
―¿Y qué pasa con Renesmee? ―siguió al fin―. ¿Va a estar
esperándote en casa toda la vida a que llegues de patrullar o de trabajar?
―Si quiere, trabajaría
conmigo en mi taller ―empezó a
exponer―. Le he enseñado todo lo que
sabe de mecánica, además, se nos da muy bien trabajar juntos, nos compenetramos
muy bien.
―¡Sí, me encantaría! ―le miré emocionada, como si ya lo estuviera viendo.
―¿Qué taller? Todavía no lo
tienes, Jacob ―quiso hacernos recapitular.
―Estaremos juntos mucho
tiempo, nena, será genial ―me dijo con sus
ojos centelleantes mientras me agarraba por la cintura, haciendo caso omiso a
las palabras de mi madre.
―Sí ―le sonreí, mirando mis adoradas pupilas negras,
embobada.
Mi cerebro se vació de todo y actuó por su cuenta cuando Jacob acercó
su rostro y nuestros labios empezaron a moverse juntos, esa hechizante energía
era demasiado fuerte, aunque no pude evitar escuchar el suspiro desesperado de
mi madre y el carraspeo de incomodidad paternal. En el momento en que mi cuerpo
se pegó al suyo y mi mano se aferró a su pelo, mi pulsera vibró con más
insistencia y un brazo pétreo y frío se interpuso para apartarle de mi lado. Jake
respingó por ese contacto helado.
―Jacob, ven con nosotros ―le imploró mi madre con impaciencia, arrebatándomelo
por los hombros.
Mi novio la miró, sin comprender su reacción. Mis pestañas no dejaban
de moverse, atónitas. Esto ya me superaba.
―Bella, por favor ―le rogó mi padre, ahora interponiendo él su brazo
para separarla de Jacob.
―Si él viene, ella vendrá y
no la perderemos ―manifestó con
un nudo en la garganta.
Mi padre la abrazó y ella hundió el rostro en su torso.
Jake volvió a mi lado, me cogió de la mano y nos quedamos mirando la
estampa, desconcertados y contrariados. Yo sobre todo, porque mi pulsera
vibraba intermitentemente, como con dudas. Los sentimientos encontrados de mi
madre debían de estar haciéndola un lío a ella también. No pude evitar sentir
lástima por mamá.
―Ya sabíamos que esto iba a
pasar ―le recordó mi padre entre
susurros―. Era de esperar, sobre todo
después de ver que ella también está imprimada.
―Lo sé, pero si él se viene…
―Mamá, mi sitio está con él,
y Jake tiene que estar con su manada ―le interrumpí―. Jamás le pediría que dejara a su tribu para irse
conmigo.
―Yo lo dejaría todo por ti,
tú eres lo primero ―afirmó Jacob.
―Lo sé. Pero tú eres el Gran
Lobo y no puedes abandonar a tu manada, no lo permitiría. Ellos te necesitan, y
yo no seré tan feliz en ningún sitio como en La Push.
Jacob me sonrió.
―No quiero perderte ―murmuró ella con un hilo de voz.
Suspiré y puse los ojos en blanco.
―Venga ya. No hagas un drama
de esto ―resoplé―. Podéis venir a vernos siempre que queráis. ¡Por
Dios, sois ricos! ―exclamé, harta,
alzando mi brazo libre―. Podéis coger
un avión cuando se os antoje, nos llamáis y quedamos en algún sitio. No es tan
grave, no os vais a Marte, ni nada de eso. Y a La Push también llega Internet,
¿sabéis? Hay una cosa que se llama Chat, Webcam
y eso que está muy bien ―dije con ironía
para bromear un poco.
―Tiene razón ―secundó mi padre, sonriéndola, mientras la sujetaba
por la barbilla―. Podemos venir
todos los fines de semana, si quieres.
―Tampoco os paséis, ¿vale? ―reclamó Jake―. Nosotros
también queremos nuestros momentos, ¿sabéis?
―¿Era por eso? ¿Por eso
teníais esas caras el otro día? ―interrogué con un
poco de sorna.
Mi madre sonrió un poco, y juraría que la vi algo ruborizada.
―Vaya unos blandengues ―me reí.
―¡Jacob, ¿puedes dejar de
recordar eso, por favor?! ―protestó mi
padre de repente―. ¡Soy su
padre!
―Pues deja de meterte en mi
mente ―se quejó este―. Además, ahora ya no me puedes decir nada, voy a
ser su marido.
La verdad es que sonaba tan bien.
―¿Qué está pensando? ―quiso saber mi madre, molesta.
―Mejor no te lo digo ―le previno. Luego, se dirigió a Jake con voz áspera―. Todavía no estáis casados, así que por supuesto
que puedo.
―Sí, sí, vale ―replicó con pasotismo―. Bueno, ¿podemos hablar de la visión de Alice de una vez? ―resopló para cambiar de tema.
―Primero creo que sería mejor
que os ducharais y os cambiarais ―sugirió mi
padre―. Tenéis un aspecto
horrible. Mientras, yo llamaré a los demás.
―Sí, buena idea ―aprobé con las mejillas encendidas.
―Eso, vamos ―me dijo Jake, sonriente, tirando de mí para subir
las escaleras.
―¡Jacob! ―bufó mi padre de nuevo―. ¡Para de una vez!
CASTIGO
La ducha fue una maravilla. Parecía que me hubiera quitado un kilo de
cemento de la cabeza y el cuerpo. Cuando me puse el chándal, me sentí limpia,
calentita y cómoda.
Salí de mi vestidor y Jacob entraba por la puerta de mi dormitorio con
la toalla puesta. Mis ojos actuaron con descaro, ahora ya no había motivo para
disimular.
―Se me olvidó coger la ropa ―dijo, pasando al cuartito―. Todavía tengo algo aquí, ¿no?
―Sí ―contesté, asomándome por el marco―. Tienes ahí tus…
Mis cuerdas vocales se ahogaron cuando Jacob se quitó la toalla, se
secó el pelo y la tiró en el cesto de la ropa sucia.
―¿Qué pasa? ―preguntó, riéndose, al ver mi cara de alelada―. Ya me has visto desnudo.
Sí, y en varias ocasiones y situaciones.
―Es que me has pillado
desprevenida ―admití, un poco ruborizada,
aunque no le quité la vista de encima.
―Perdona, no me di cuenta de
que te podías sentir incómoda ―declaró,
poniéndose unos pantalones vaqueros cortos―. Estoy tan
acostumbrado a que me vean desnudo, que ya ni lo noto.
―Solo he dicho que me
pillaste desprevenida, no que no me guste o me sienta incómoda ―confesé con una sonrisilla, apoyándome en el marco
de la puerta.
Jacob sonrió.
Entonces, reparé en algo en lo que nunca me había parado a pensar.
―¿Y… Leah también te ha visto
desnudo? ―quise saber, mordiéndome el
labio.
―¿Es que te molesta eso? ―y me miró con su sonrisa torcida.
―Bueno, que otra mujer pueda
ver a mi chico desnudo, no es que me haga mucha gracia, la verdad ―reconocí―. Y menos si a esa
mujer le gustabas.
―Hace años que ya no le gusto
―se rio―. Además, ahora tiene novio y te aseguro que está
muy enamorada de él.
―Mejor ―se me escapó con una sonrisita un tanto
maquiavélica.
Su sonrisa se amplió.
―No te preocupes, Leah nos ha
visto a todos, está curada de espanto.
―¿Y vosotros también la
habéis visto a ella?
―Sí, claro ―se encogió de hombros―. Bueno, ella siempre se esconde, pero ya estamos muy acostumbrados. A
estas alturas, ninguno se fija en que es una chica. Es uno más. Aunque
procuramos mirar hacia otro lado cuando no le queda otro remedio que cambiar de
fase delante nuestro. Por respetar un poco su intimidad y todo eso, ya sabes.
―Pobre Leah ―me compadecí―. No me
gustaría estar en su pellejo. Debió de pasarlo fatal al principio.
Encima de haber tenido que enfrentarse a la tortura de estar con su
antiguo amor, escuchando y compartiendo los pensamientos de ambos, tuvo que
soportar las miradas y, en consecuencia, inevitables juicios de los chicos.
―No te preocupes, ahora los
tiene a todos a raya ―aseguró,
riéndose, mientras se ponía la camiseta.
Parecía que me hubiera leído el pensamiento, como siempre.
―¿Ya estás? ¿Podemos bajar?
―Solo una cosa ―dijo, cogiéndome del brazo. Tiró hacia él,
haciéndome entrar en el vestidor, cerró la puerta y me empujó con suavidad para
acorralarme contra la misma. Empecé a hiperventilar cuando se pegó a mí―. Solo quiero besarte antes de bajar ahí abajo ―me susurró con su voz ronca, pegando la frente a la
mía.
Los coloridos insectos de mi estómago aletearon con ímpetu cuando su
abrasador aliento empezó a acariciar mi boca. Frotó su suave y ardiente labio inferior
con mucha calma por los míos, cosa que me recordó a nuestro primer beso, y todo
mi cuerpo se estremeció; mis pulmones no pudieron evitar soltar un estimulado
suspiro. Deslicé la punta de mi lengua con la misma lentitud por sus labios,
saboreando y palpando su sedoso tacto, y mis manos empezaron a escalar hasta su
cuello para arrojarme a él.
―¡Renesmee, Jacob! ―se oyó bramar a mi padre desde el salón.
―Mierda, estamos vigilados ―se quejó Jake con un murmullo.
Dejé sus labios y retiré la cabeza hacia atrás.
―Será mejor que bajemos ―exhalé con resignación.
―Sí, creo que por hoy ya me
la he jugado bastante ―suscribió en mi
mismo tono―. Vamos.
Me tomó de la mano y salimos del vestidor para dirigirnos al salón.
El murmullo de voces se hacía más fuerte a medida que bajábamos las
escaleras, hasta que llegamos a la algarabía que se había montado.
―¡Felicidades, cielo! ―exclamó Alice, emocionadísima, pegando saltitos
hacia nosotros.
Oh, no. Mis padres ya habían dado la noticia.
Jacob y yo nos miramos espantados. El resto de mi familia asintió
sonriente, secundando los vítores de mi tía.
―Gracias ―contesté con timidez.
―Nunca pensé que acabaría
emparentada con un perro ―dijo Rosalie,
eso sí, sonriendo.
―Ya ves. La vida da muchas
vueltas, rubia ―le contestó
Jacob con ironía.
Rose sonrió mientras negaba con la cabeza y miraba hacia otro lado.
―Enhorabuena, chicos ―nos felicitó Carlisle junto a Esme―. Me alegro mucho, de verdad. Me congratula que
formes parte de nuestra familia.
―Gracias, Doc ―le respondió Jake, sonriendo―. Aunque más bien ella formará parte de la mía ―su sonrisa se amplió aún más.
Mis padres se limitaron a poner los ojos en blanco.
―Tenemos que hacer una fiesta
para celebrarlo antes de que nos marchemos ―declaró Alice,
aplaudiendo con entusiasmo.
―Todavía no nos vamos a casar
―aclaró Jacob―. Vamos a esperar unos cuantos años.
―¿Cuántos? ―inquirió ella con expectación.
―Pues, no sé. Todavía no lo
hemos pensado. Puede que nos casemos dentro de cinco, diez o cincuenta años,
quién sabe; cuando nos apetezca ―manifestó,
encogiéndose de hombros.
―Cincuenta años pasan volando
―afirmó Alice, pensativa―. ¿Y será una boda quileute en La Push?
―Ya te he dicho que no lo
hemos pensado ―resopló Jacob, ya cansado de
tantas preguntitas―. Pero, sí, lo
más seguro es que sea una boda quileute ―entonces, me
miró inseguro―. ¿No? ―me preguntó.
―Por supuesto ―le sonreí.
―Bueno, aunque sea en La
Push, estaremos invitados, ¿no?
―Veré lo que puedo hacer
dentro de cincuenta años ―suspiró―. Bueno, ¿podemos pasar ya al tema de la visión?
Mi familia empezó a ponerse más seria.
―He tenido una visión ―anunció Alice, enigmática.
Jacob puso los ojos en blanco.
―Sí, sí, ya lo sabía, te lo
acabo de decir, ¿qué más? ―azuzó.
―Nahuel va a ir a Volterra ―declaró ella―. Le he visto
sacándose un billete de avión y conduciendo hasta allí.
―¿A Volterra? Ahí están…
―Los Vulturis ―se me anticipó mi padre con un semblante
impenetrable―. Creemos que quiere ir a
hablar con ellos de vosotros, puesto que Alice no ve el motivo por el que va ni
la conversación que mantiene con ellos.
―Quiere vengarse, eso sí lo
sé ―siguió mi tía―, puedo percibir el sentimiento de venganza en su
decisión.
―Tenía que haberle matado ―gruñó Jacob, nervioso.
―Es raro que Nahuel dejara
escapar esas partes de su futuro ―intervino
Emmett.
―Sabe que hemos descubierto
su verdadera personalidad, no tiene nada que perder ―opinó papá―. Además, creo
que lo está haciendo adrede para inquietarnos aún más.
―Maldito… ―masculló Jake, apretando los dientes.
―¿Y qué creéis que les va a
decir? ―inquirí con preocupación―. No hemos hecho nada malo.
―Que estáis juntos ―empezó a explicar mi padre, mirándome con cautela―. Los Vulturis no aceptarán que un metamorfo esté
con un semivampiro, piensan igual que Nahuel. Además, él juega con ventaja.
Sabe todo lo que hablamos de la visita de estos para llevarse a los lobos y lo
más seguro es que lo utilice en nuestra contra.
―¿Qué quieres decir? ―quiso saber Jacob.
Mi padre cogió aire y lo soltó lentamente.
―Nos harán chantaje ―afirmó con seguridad―. Querrán hacer un cambio, negociar. Aro no querrá marcharse con las
manos vacías y esta es una buena oportunidad para él. Nahuel se lo pondrá en
bandeja.
Jacob apretó mi mano.
―¿O Nessie o mi manada? ¿Es
eso?
―Seguramente. Conociendo lo
cruel que puede llegar a ser, lo más seguro es que Aro te haga escoger entre
esas dos opciones.
Se hizo un silencio en la estancia que se prolongó más de lo que me
hubiera gustado.
―¿Quién se creen que son, los
dueños y jueces del universo? No pienso dejar ninguna de las dos cosas, ellos
no son nadie ―aseguró Jacob finalmente,
con determinación―. No voy a
entregar a mi manada y, desde luego, nadie me separará de ella, eso lo juro por
mi vida ―garantizó, apretando más mi
mano.
―Lo sabemos ―asintió papá―. Y estamos de
acuerdo contigo, nosotros tampoco lo permitiremos. Por eso tenemos que planear
algo, y tendremos que hacerlo bien ―dijo, paseando
pensativo.
―Yo podría mostrarles lo que
descubrí con mi amigo Louis sobre los genes de Nessie ―propuso Carlisle en su habitual tono comedido―. Tal vez si demuestro que ella también es un
metamorfo como Jacob, no puedan oponerse a su relación.
Los ojos topacio de mi padre se iluminaron un poco más.
―Necesitaríamos testigos para
que estuvieran presentes, así no podrían alegar nada en contra ―empezó a bosquejar mi progenitor sin dejar de pasear―. Tendremos que llamar a todo el mundo.
―No creo que vengan para
defender a los lobos ―dijo Jasper.
―Eso no importa. Lo harán por
Renesmee, así que, indirectamente, lo harán por los metamorfos ―replicó mi padre.
―¿Pero los Vulturis no se
opondrán a que Renesmee haya mutado? ―preguntó mi
madre, preocupada―. Quiero decir,
que a ellos tampoco les gustan las especies nuevas ni únicas.
―Ella no ha sido manipulada,
ha sido algo de la naturaleza ―fundamentó papá―. Y ellos siempre están aludiendo a lo natural y a
lo antinatural. Si Carlisle demuestra eso, tendríamos esperanzas.
―Si Carlisle les enseña la
peculiaridad genética de Nessie, verán que con Jacob ella puede perpetuar su
propia especie. ¿No crees que aprovecharán para cortar eso de raíz? ―interrogó Alice―. Después de
todo, Bella tiene razón. A los Vulturis les incomoda mucho las especies nuevas
y desconocidas.
Jacob escuchaba la conversación con mucha atención, mientras que yo le
miraba de vez en cuando para ver la expresión de su rostro.
―Me remito a lo que he dicho
antes ―reiteró mi padre―. Es algo de la naturaleza, no ha sido manipulado
con ningún fin ni con malicia, no pone en peligro nuestro mundo. No pueden
alegar nada en contra, y menos delante de testigos. Además, Renesmee no es
desconocida ni peligrosa, ya lo visto todo el mundo hace seis años.
―Llamaré a Louis para que me
envíe algunos documentos y pruebas ―declaró mi
abuelo.
―Todavía queda por arreglar
el tema de los lobos ―manifestó
Emmett.
―Respecto a eso, seguiremos
nuestro plan inicial ―aclaró papá―. No podrán hacernos nada con el escudo de Bella,
tendremos que tratar de convencer a Aro de que no puede ser. Seguramente, Cayo
no estará muy de acuerdo con Aro y podremos servirnos de eso.
―¿Y si no se rinden? ―preguntó mi madre.
―Entonces tendremos que
luchar ―declaró mi padre con
tensión.
―Eso me gusta ―dijo Em, sonriendo ante la idea.
―Nosotros estaremos
preparados ―anunció Jacob―. No me fío de la garrapata ni de los vejestorios
esos.
―Habrá que tener los ojos
bien abiertos ―observó Jasper―. Hasta que Alice no vea algo más, la única fecha
que tenemos es primavera–verano.
―Estaré atenta ―ratificó ella, asintiendo con la cabeza.
―Bueno, pues eso es todo ―concluyó mi padre―. No nos queda
otro remedio que llamar a nuestros aliados para que estén alerta y esperar. Es
lo único que podemos hacer ahora.
Hubo un asentimiento general y todo volvió a la normalidad en un abrir
y cerrar de ojos, como si no hubiera pasado nada.
―Bueno, a mí me ha entrado
hambre, de las ganas que tengo de una buena lucha ―dijo Emmett con una sonrisa de oreja a oreja. Luego,
se dirigió a Rose―. ¿Nos vamos de
caza?
Esta asintió con la cabeza mientras sonreía y se marcharon como balas
por la puerta.
―Tendrías que ver nuestra
nueva casa, Nessie ―parloteó Alice―. La he decorado de maravilla, me ha quedado
estupenda.
―¿Ya tenéis casa? ―inquirí, sorprendida―. ¿Pero cuándo la habéis comprado?
―¿Te acuerdas de aquellas excursiones?
―Ah, claro ―caí.
Ahora entendía esas salidas que habían hecho el día de la boda y el
domingo siguiente, sin decirme nada. Podían haber ido a Alaska en avión tranquilamente
de madrugada, ver casas a su velocidad de vampiro y regresar a medio día. Hasta
podían haber ido en un vuelo privado.
―Es una pena que no la puedas
ver ―suspiró Alice.
―Puedes mandarme fotos por
Internet ―propuse―. Y también iremos a veros alguna vez, no te
preocupes. Tienes tiempo de enseñarme hasta el más mínimo detalle.
Que seguro que lo hacía.
―¡Sí, será estupendo! ―exclamó.
―Podíamos ir con Em y Rose ―intervino Jasper.
―Buena idea ―le respondió ella―. Nos vemos
luego ―se despidió mientras ya traspasaban
la puerta como fantasmas.
―Vamos con ellos ―dijo Esme, tirando de mi abuelo para ir tras ellos;
y también salieron disparados.
Le eché un repaso a Jacob con disimulo y carraspeé.
―¿Te vienes un rato a mi
habitación antes de que me eche a dormir? ―le pregunté.
―Eso no hace falta ni que me
lo pidas ―me sonrió.
Se la correspondí y empezamos a caminar hacia las escaleras.
―Un momento, ¿adónde creéis
que vais? ―nos paró mi padre,
poniéndose delante, con una cara de piedra que no me gustaba nada.
―A mi cuarto ―respondí sin comprender.
―De eso nada, estás castigada
hasta nuevo aviso ―decretó con
dureza.
―Pero…
―Jacob tendrá que traerte
directamente a casa en cuanto terminen las clases ―siguió en el mismo tono, silenciando mi protesta y
dirigiéndose también a mi novio―. Los fines de
semana también los pasaréis aquí. Y nada de subiros a tu dormitorio los dos
solos, estaréis en el salón, donde pueda veros. Cuando te vayas a la cama, él
se marchará a su casa.
―¿Qué es esto? ―protestó Jake.
―Hoy os habéis pasado y no
tengo el cuerpo para bromas ―aseguró mi
padre con una firmeza que daba miedo.
Sabía que, en ese estado, iba a ser imposible debatir nada con él. Exhalé,
cabreada, y tiré de Jacob, que seguía con el ceño fruncido y boquiabierto, para
estar a solas en un rincón lo más
escondido posible. Encontré uno bajo la escalera. Papá se sentó en el sofá a
ver la televisión junto a mi madre, aunque estaba vigilándonos.
―Creo que nuestra gran noche se ha terminado ―cuchicheé, hundiendo el rostro en su pecho mientras
rodeaba su torso con mis brazos e inhalaba su maravilloso efluvio.
Jacob me rodeó con los suyos.
―Bueno, ya habrá más ―aseguró, oliéndome el pelo.
Levanté el rostro para mirarle.
―El castigo durará siglos, ya
lo verás ―suspiré―. No vamos a poder estar a solas en mucho tiempo.
―Eso no quiere decir que no
te pueda besar ―afirmó.
Después, miró a mi padre con provocación―. ¿No dice que
quiere vernos? Pues nos va a ver. Ven aquí ―me arrimó más a
él y acercó su rostro al mío.
―¿Qué haces? ―bisbiseé, riéndome.
―Tendremos que hacer que se
arrepienta de no dejarnos a solas ―me susurró en
los labios; sonreí ante la idea.
Mi padre no dijo nada, no obstante, los dos sabíamos que nos estaba
escuchando perfectamente y que nos estaba leyendo la mente. Aun así, empezamos
a besarnos despacio, recreándonos en cada beso.
―Jacob, no me hace gracia ―habló por fin papá―. Además, no va a servir para que le quite el castigo, ¿me oyes?
Exhaló, cansado, cuando vio que no le hacíamos caso, y subió el
volumen de la televisión.
Ya no le oíamos ninguno de los dos. Nuestros cerebros se habían
desconectado de todo y solamente se centraban en los besos.
Yo no podía sentir otra cosa que no fuera Jacob. Solo podía notar la
energía que emanaba de nosotros y fluía a nuestro alrededor, esa energía que
nos rodeaba y nos atraía el uno hacia el otro como si de un hechizo de hadas se
tratase. Y cada vez se sentía más fuerte, más viva, más activa.
Me dejé llevar, sin poder evitarlo. Entreabrí más mis labios y
conseguí introducir mi lengua en su boca para que jugara con la suya. Él aceptó
mi juego, encantado, y movimos nuestras lenguas juntos, muy despacio. Sabía
deliciosa, dulce, húmeda, caliente…
De repente, mi aro de cuero vibró fuerte y abrí los ojos al instante.
Mi aguda vista ni siquiera pudo captar cómo sucedió, tan solo vi un borrón que
se acercó a nosotros como un tornado.
En una milésima de segundo, Jacob fue despegado de mí y mi madre
estaba delante de él, observándome airada.
―¡Bueno, ya está bien! ―protestó con una octava más alta de la cuenta―. ¡¿Es que no podéis ser menos descarados?!
La miré con rabia.
Mi padre se plantó a su lado con la misma rapidez.
―Estábamos bajo la escalera ―me defendí.
―Por Dios, ¿cuántos años tenéis,
diecinueve o setenta? ―se quejó Jake―. Solo ha sido un beso.
―Jacob, es mejor que te
marches ―le recomendó mi padre, serio.
Mi prometido suspiró, cabreado, y bordeó a mi madre para acercarse a
mí.
―Bueno, preciosa ―dijo, cogiéndome de la cintura―. Ya ves que me tengo que ir ―asentí con la cabeza, fastidiada―. Mañana estaré esperándote aquí abajo ―matizó, mirando a mi padre―, a primera hora, ¿vale?
―Sí.
Acercó su rostro y…
―A ver lo que vas a hacer ―le advirtió mi padre con cara de pocos amigos.
…empezó a besarme despacio, como antes.
―¡Jacob, si no te marchas
ahora mismo de esta casa…!
Despegó sus labios de los míos para que mi padre no continuara con su
amenazadora frase.
―Hasta mañana ―me susurró, besándome en la frente.
―Hasta mañana ―le sonreí.
Cuando pasó por su lado, le dedicó una mirada de enfado a mi padre y
otra a mi madre. Esta agachó la cabeza y miró para otro lado.
Mi padre se cercioró de que el Golf ya estaba lo suficientemente lejos
como para que Jake no pudiera escuchar nada y se dirigió a mí con su impoluto semblante
de mármol tirante.
―Y tú, jovencita, vas a estar
castigada mucho tiempo.
Y tanto. Ya estábamos a mediados de marzo, y mi padre aún no me había
levantado el castigo.
Me duché y me arreglé lo más deprisa que pude. Salí del baño y bajé
las escaleras corriendo. Jacob todavía no había llegado, pero quería esperarle
en el porche para, por lo menos, poder darle un beso de verdad, llevaba un mes
sin poder saborear bien sus labios.
Sin embargo, mis piernas disminuyeron la velocidad hasta que se
pararon en seco y me quedé clavada en el primer escalón, al ver la imagen que
tenía delante.
Mi madre estaba sola, sentada en el níveo sofá, mirando ensimismada la
pulsera que Jacob le había regalado el día de su graduación. La sostenía con
una mano y hacía girar el lobito de madera, acariciándolo con el dedo de vez en
cuando.
Estaba tan absorta y abstraída, que ni siquiera se dio cuenta de mi
presencia en la escalera. Mi mano se aferró con tensión en la barandilla.
De repente, mamá guardó la pulsera en el bolsillo de su chaqueta, lo
hizo tan rápido, que apenas se vio un movimiento, y se puso de pie, paseando
nerviosa. La puerta de casa se abrió y Jake entró en el salón.
Mi reacción fue la de subir unos peldaños y esconderme. Me sentía tan
incómoda y estaba tan desconcertada, que no sabía qué hacer.
―Hola, Bells ―saludó él con una sonrisa―. ¿Nessie ya está lista?
―Pues todavía no ha bajado ―contestó ella sin dejar de mover las manos.
―¿Y Edward? Qué raro que no
esté por aquí.
―Tenía algunas cosas que
hacer. Vendrá dentro de un rato.
Jacob se sentó en el sofá y cogió el mando a distancia para encender
la televisión.
―Vaya porquería de
programación ―se quejó sin dejar de hacer zapping―. Bah, voy a ir haciendo el desayuno.
Mamá lo sostuvo por los hombros y no dejó que se levantase. Mi pulsera
empezó a vibrar.
―No, espera un poco ―le dijo, sentándose a su lado―. Este concurso es bueno.
―¿Este? ―cuestionó Jacob, sonriendo con cara de sorpresa―. No me digas que te gusta este concurso.
―Está muy bien, ya lo verás ―le contestó ella, riéndose, mientras se agarraba de
su brazo.
Mi madre se quedó un momento mirando a Jake de reojo. No me gustaba su
mirada, era de anhelo, como aquella vez en el bosque. Después, lo repasó de
arriba abajo de igual modo.
Un rayo de fuego me atravesó de la cabeza a los pies y salí de mi
escondite ipso facto.
―Vaya un rollo ―se burló Jake.
Entonces, sus ojos me vieron y salió despedido del sofá para abrazarme
con una sonrisa enorme, dejando la mano de mi madre colgando en el aire.
―Buenos días, preciosa ―me susurró en los labios.
―Buenos días ―le sonreí.
Nuestros labios se acariciaron con un corto beso, aunque no pudimos
evitar mantener nuestros rostros unidos durante un rato. Su estimulante y
agitado aliento incitaba a mi boca a que regresara a la suya, pero con el
castigo, teníamos que reprimirnos.
Mamá terminó carraspeando para recordárnoslo.
―Será mejor que nos pongamos
a hacer el desayuno ―volvió a
susurrarme en los labios.
―Sí.
A los dos nos costó separarnos. Finalmente, Jake me cogió de la mano y
nos dirigimos a la cocina.
Acabamos el ritual de cada mañana y nos marchamos con rapidez de la casa
para subirnos al Golf e irnos al instituto.
Por el camino del sendero, me fijé en el bosque que lo limitaba.
―Ya casi es primavera ―le comenté, mirando por mi ventanilla los árboles
que ya habían florecido. De pronto, me invadió una sensación de temor―. Se acerca la fecha… ―murmuré con inquietud.
―No te preocupes. Todo saldrá
bien, ya lo verás.
Me quedé mirándole mientras conducía. Parecía tan tranquilo… ¿Cómo
podía estarlo? Vale que las manadas fueran muy fuertes, pero los Vulturis
tenían un enorme ejército de vampiros, a cada cual más cruel y peligroso, y
algunos de ellos con dotes que los confería de mucho más poder asesino.
Era mejor no pensar demasiado en eso, mis piernas ya flaqueaban; si no
hubiera estado sentada, puede que incluso me hubiese tenido que sujetar.
Giré mi manivela y bajé la ventanilla un poco para que me diera el
aire, que ya comenzaba a ser algo templado.
―Papá ya está ahí, como
siempre ―suspiré, al ver el Volkswagen marrón metálico siguiéndonos por el espejo
de mi puerta.
―¿Hasta cuándo piensa
tenernos así? ―resopló, echando una ojeada
por el retrovisor―. Llevamos un
mes con vigilancia, solo le falta ponernos un cinturón de castidad.
―No lo digas muy alto, por si
acaso ―me reí.
No tardamos mucho en llegar al aparcamiento del instituto, custodiados
por mi padre. Jake aparcó donde solía hacerlo y el coche marrón lo hizo a su
lado, como ya venía siendo habitual.
―Podía venir con nosotros en
el coche, total ―volvió a
resoplar.
―Bueno, no te enfades ―le calmé, arrimándome a él.
―Tu padre está disfrutando
con esto, pero yo estoy harto de esta chorrada.
―No puede tenerme castigada
para siempre. Ya verás cómo me lo quita pronto.
―Eso espero, porque esto de
no poder darte un beso como es debido es una mierda ―murmuró, pegando su frente a la mía con vehemencia―. ¿No se da cuenta de que lo que está haciendo es
contraproducente? Lo único que está consiguiendo es que te desee cada día más.
―Calla, o no me levantará el
castigo en la vida ―bisbiseé.
―Es que no te imaginas lo
mucho que me cuesta ―susurró
mientras empezaba a besarme con brío―. Me vuelves
loco, Nessie…
―Jake… ―suspiré entre los besos, llevando mi mano a su nuca
para acercarle más a mí.
El repiqueteo en el cristal no se hizo esperar nada. Papá nos sonreía
con malicia debajo de la capucha de su sudadera.
Jacob bajó su ventanilla a regañadientes.
―¿Qué te pasa ahora? ―protestó con cara de malas pulgas.
―Renesmee tiene que entrar en
clase, ya es la hora ―respondió mi
padre con la misma expresión.
―Sí, sí, ya lo sabíamos,
¿vale? ―replicó Jacob, cabreado―. Solamente nos estábamos despidiendo.
Papá corrió a velocidad humana hasta mi puerta y la abrió.
―Ya os habéis despedido
bastante ―declaró, sonriente,
sosteniendo la puerta abierta para que yo saliera.
―Te veo al salir de clase ―exhalé.
―Mejor di que nos ves ―bufó, irritado.
―Por supuesto. Yo también
estaré aquí ―afirmó mi padre con su
sonrisa, tendiéndome la mano para que saliera del coche.
Suspiré, cansada, y salí del Golf, mirando a mi padre enfadada.
―Te estás pasando con este
castigo ―le reproché al pasar a su
lado.
Caminé enrabietada por el aparcamiento hasta que me reuní con mis
amigas y nos metimos en el centro.
Desde el vestíbulo, pude escuchar y distinguir con total claridad el
rugido del motor furioso de Jacob saliendo del instituto.
AVISO
―¡¿Lo dices en serio?! ―exclamé, gratamente sorprendida.
―¿No te acordabas? Hoy es el examen de recuperación del señor Varner ―me
empezó a recordar Helen―, y resulta que la señora Smith no puede venir, le ha
surgido un imprevisto.
Un imprevisto que a mí me
venía que ni pintado. Ahora tenía las dos últimas horas de clase libres. Libres
para estar con Jacob sin que mi padre pudiera estar al acecho. Libres para
estar SOLOS. Me daba igual que después de regresar mi padre se enterase de
todo, ya no habría podido evitarlo.
―Vengo enseguida ―dije,
levantándome de la mesa―. Tengo que hacer una llamada.
―¿Vas a llamar a Jacob? ―quiso
saber Helen con una voz pícara.
―¿Tú qué crees? ―le contesté
con el mismo tono.
Brenda se limitó a mirar
hacia otro lado mientras se comía su lechuga sin ganas. Últimamente parecía
bastante decaída, la verdad.
Tampoco la hice mucho caso,
me dirigí rauda hasta la puerta de la cafetería y salí de ese barullo para
llamarle por mi móvil.
No tardó mucho en cogerme el
teléfono.
―¿Diga?
Solo escuchar su voz, ya me
elevaba por los cielos.
―Jake, soy yo.
―¿Pasa algo? ―preguntó,
alarmado.
―No. Bueno, sí. Pero es algo
muy bueno ―le informé con alegría.
―¿Tu padre te ha levantado
el castigo? ―inquirió con entusiasmo.
―No, ojalá ―suspiré, él hizo
lo mismo―. Es algo un poco menos bueno. Tengo las dos últimas clases libres y
había pensado…
―Estaré allí ―se me adelantó.
―Genial ―sonreí―. Entonces,
te veo luego.
―Sí, hasta luego.
―Te quiero ―le susurré muy
bajito para que la gente de alrededor no pudiera oírme.
―Y yo a ti.
Sonreí de nuevo y colgué el
teléfono.
Me dirigí casi danzando
hasta la mesa para seguir almorzando, aunque se me habían quitado todas las
ganas de comer, las mariposas ya ocupaban todo mi estómago.
Me senté en mi silla y me
metí una patata en la boca.
―¿Dónde está Brenda? ―pregunté
al ver que no estaba.
―Ha ido al baño ―me contestó
Alison.
―Se la ve muy baja, ¿no? ―dijo
Jennifer.
―Es por Jacob. Al parecer,
era su chico ideal ―afirmó Helen.
Después, le dio un sorbo a
su refresco tan tranquila, mientras que yo me sentía culpable y todo.
―¿Su chico ideal? Yo… no lo
sabía… Si lo llego a saber, no hubiera…
―Tú no tienes la culpa ―me
interrumpió Alison, echándole ketchup
a sus patatas fritas.
―Sí, fue ella la que se
encaprichó con él sabiendo que estaba loco por ti ―siguió su hermana.
―Le pudo más su ego personal
y ahora lo está pagando ―declaró Helen.
―Bueno, aun así…
―Una cura de humildad de vez
en cuando no le viene mal a nadie ―intervino Jennifer―. No te preocupes, ya
verás cómo se le pasa.
―Sí, dentro de una semana la
tendremos tonteando con otro y volverá a ser nuestra Brenda de siempre ―continuó
Alison entre risas.
Las demás se rieron, pero yo
solo me limité a sonreír por educación. La verdad es que había pasado más de un
mes desde que Jacob y yo estábamos juntos, y Brenda seguía decaída. ¿Sería
cierto eso de que era su chico ideal? Y yo restregándoselo en la cara. Ahora
tenía el alma en los pies.
Brenda apareció por la
puerta que llevaba a los aseos y se sentó de nuevo en la mesa.
―¿Ya quedaste con Jacob? ―me
preguntó.
―Sí ―le respondí con
cautela.
―¿Le dirás que se pase esta
noche por el Ocean? ―quiso saber,
toda sonriente.
Mis pies le dieron un
puntapié a mi alma y la pusieron de nuevo en su sitio.
―Por supuesto… ―dejé la
frase en el aire un segundo con intención―…que no.
Se dedicó a poner una mueca
mientras le daba un sorbo a su bebida. El resto me miró y nos echamos a reír,
negando con la cabeza.
Cuando terminamos de
almorzar, nos volvimos cada una a sus aulas. Helen tenía que hacer el examen de
recuperación de Trigonometría después de esta clase, pero a mí solo me quedaba
esta hora. Una hora y estaría con Jacob.
El timbre tardó en sonar,
como no podía ser de otra manera. Sin embargo, en cuanto lo hizo, me levanté
casi a la vez de mi silla, le deseé suerte a Helen y salí por piernas de la
clase con las miradas de mis compañeros clavadas en la espalda.
Fui guardando las cosas en
mi mochila mientras corría a velocidad humana por el pasillo, de camino a la
calle ―lo cual me costó un triunfo, al oler ya el efluvio de mi chico―, y por
fin salí al exterior.
Una mano me agarró de la
muñeca en la puerta y me llevó hacia un lado.
Jacob me arrimó a él y
empezó a besarme con entusiasmo. Tiré la mochila al suelo para rodear su cuello
y su espalda con mis manos y lo pegué más a mí. Mis palmas se movían ansiosas,
buscando las caricias que habían perdido todo este tiempo de castigo. Parecía
que se hubieran liberado de alguna cadena y se movieran con más agilidad al
sentirse libres. Él también acarició mi espalda con efusividad, por debajo de
mi cazadora. Finalmente, no me quedó otro remedio que despegar mis labios de
los suyos, con desgana.
―Solo tenemos dos horas ―le
avisé, frotando nuestras frentes.
―Conozco un sitio al que
podemos ir ―murmuró―. Vamos.
Se separó de mi cuerpo,
recogió mi mochila del suelo y me tomó de la mano para caminar juntos.
Me percaté de las atónitas
miradas de los pocos estudiantes que andaban por las afueras del centro, entre
ellos, algunos de mis compañeros de clase, aunque bastante me importaban en ese
momento.
Nos dirigimos al vehículo y
Jacob metió mi mochila en el maletero. Levanté el pie hacia mi puerta, pero él
me desvió de ese camino.
―¿No vamos en el Golf?
―Allí no se puede ir en
coche. Además, llegaremos más rápido si me transformo y me montas.
Entonces, me fijé en que iba
descalzo.
Salimos del instituto y de
las vistas curiosas de la gente y nos encaminamos al bosque de las proximidades.
Una vez que nos adentramos,
Jacob empezó a desnudarse. Mis ojos se quedaron clavados en su cuerpo, como si
hiciera siglos que no lo hubieran ojeado. Se anudó la ropa a la fina cinta de
cuero de su tobillo y mi novio se convirtió en mi lobo, explotando delante de
mí.
Se sacudió un poco y se echó
en el suelo para que me subiera.
Esta vez, di un paso atrás para
coger impulso y brinqué sobre él, cayéndome sentada en su lomo. Jacob se rio
con su risa lupina y se incorporó cuando terminé de aferrarme bien a su pelo.
En un latido de corazón,
estábamos volando, casi literalmente, por el bosque. Ni siquiera me daba tiempo
a ver por dónde íbamos, dada la increíble velocidad, aunque tampoco le presté
demasiada atención. Tenía bastante con disfrutar de la enorme sensación de
libertad que me invadía y de sentir la adrenalina quemándome las venas.
No sé cuánto tiempo
tardamos, a mí me pareció muy poco. Jacob redujo la velocidad y siguió al
trote. Llegamos a una zona menos boscosa, donde predominaban más las rocas, y salimos
a una despejada pradera con una verde hierba llena de flores silvestres,
delimitada por un gran lago que reflejaba las montañas de Olympic con el bosque
que había en sus faldas y el cielo medio descubierto.
―¡Jake, esto es precioso! ―exclamé
al ver el paisaje.
Mi lobo se rio con
satisfacción y se agachó para echarse sobre la hierba.
Me bajé de su lomo y me
quedé observando la estampa, boquiabierta.
El lago estaba lleno de
vida. Había bandadas de diferentes aves migratorias chapoteando sobre el agua,
seguramente acababan de terminar su viaje hasta estas tierras con el fin de
procrear en esta casi entrada primavera. Los pájaros cantaban alegremente desde
los árboles que habíamos dejado atrás, la pradera estaba envuelta por el sonido
de los grillos y la dulce fragancia de las flores, y se podía escuchar el
murmullo del agua de un riachuelo cercano. Todo rebosaba paz y tranquilidad.
Jacob se colocó detrás de
mí, ya como humano, y me rodeó con sus brazos.
―¿Te gusta? ―murmuró en mi
pelo.
Me di la vuelta para mirarle
y mis brazos se alzaron para envolver su cuello.
―Me encanta ―admití―. ¿Cómo
sabías de este sitio?
―Lo encontré cuando volvía
de perseguir al licántropo hasta las montañas, aquella vez.
―Pues es un sitio precioso ―susurré,
llevando mis labios a los suyos para que bebieran un rato.
Saciamos un poco nuestra sed
y nos separamos para dar un paseo por la pradera bajo aquel inusitado sol que
había que aprovechar.
Cogí unas cuantas flores por
el camino, nos sentamos sobre la hierba, me quité la cazadora de pana y me puse
a trabajar con ellas.
―¿Te acuerdas hace unos años,
cuando hacía coronas de flores? ―le pregunté mientras pasaba la corola de una
flor por el fino y largo tallo de otra.
―Vaya si me acuerdo ―contestó―.
Hubo una temporada que no hacías otra cosa. Casi dejas el bosque sin flores.
―Fue por la boda de Sam y
Emily ―confesé, pasando las flores rápidamente por el tallo―. Lo que más me
gustó fue la corona que llevaba ella.
―Ya me lo imaginaba yo ―sonrió―.
A todas las crías siempre les llama la atención eso.
Anudé la corona y se la puse
en la cabeza.
―Estás muy guapo ―me reí con
una risilla.
―Muy graciosa ―dijo con
retintín, quitándosela.
Me la colocó en la mía y se
quedó mirándome embobado, clavándome sus intensos y brillantes ojos negros.
―Te queda mucho mejor a ti ―murmuró.
Mi corazón empezó a bombear
la sangre a toda mecha cuando acercó su rostro al mío lentamente y lo pegó para
besarme con calma. Mis mariposas ya no podían dar más de sí. Su aliento era más
tórrido que nunca y consiguió abrirse paso por mi faringe hasta que llegó hasta
mi estómago, caldeando todo mi cuerpo.
Solté su boca para quitarle
la camiseta, arrastrándosela hacia arriba, y acaricié su pecho con las dos
manos, dejando que mis pupilas lo observaran bien.
―Eres tan perfecto ―revelé
con un murmullo, pasando mis dedos por su torso.
―¿Y me lo dices tú? ―me
susurró con una sonrisa.
Levanté la mirada para
fijarla con determinación y deseo en sus ojos y mi palma ascendió por su pecho
y su cuello para posarse en su mejilla. Le mostré lo mucho que le deseaba, lo
mucho que ansiaba que me hiciera suya completamente, todo lo que le amaba. Jacob
jadeó al sentir la fuerza de mis pensamientos y pegó su frente a la mía, bajando
los párpados. Cuando tomó aire para hablar, deslicé la mano y posé los dedos
sobre su boca. No me hacía falta escucharlo, sabía que él sentía exactamente lo
mismo que yo.
Retiré la mano de sus labios
y me tumbé en el mantón de hierba y flores a esperarle, mientras mis ojos le
reclamaban y los suyos ya me respondían.
No se hizo esperar y se
inclinó sobre mí.
Comenzó a besarme sin prisa,
eso sí, entrelazando con ímpetu y empeño nuestros ansiosos labios. Mis palmas
se arrastraron por su espalda con avidez y continuaron lo que empezaron en la
salida del instituto, aunque esta vez tocando por fin su ardiente y tersa piel.
Nuestros labios pasaron a moverse con más pasión, jadeando con intensidad, y su
mano se deslizó por mi torso para desabrochar los botones de mi blusa.
―Vaya, vaya, ¿qué te parece?
―intervino una voz desconocida.
Dejamos de besarnos,
sobresaltados, y Jacob se giró para mirar.
Tan solo me dio tiempo a
notar las primeras convulsiones de su cuerpo. Jake se incorporó de un salto y
se cayó a cuatro patas en su forma lobuna, tras una explosión que dejó sus
pantalones hechos jirones encima de mis piernas.
Mi colosal lobo rojizo se
agazapó hacia delante, protegiéndome, y arrugó el hocico para mostrar su
implacable dentadura mientras su garganta soltaba un rugido estremecedor que
hizo eco en la cordillera rocosa y provocó que las aves del lago salieran
espantadas hacia el cielo, así como las del bosque a nuestras espaldas y el que
descansaba en las faldas de las lejanas montañas.
Me retiré hacia atrás,
asustada, al ver a los dos vampiros, me quité la corona de flores y me puse en
pie, en la retaguardia de mi Gran Lobo.
Los dos vampiros nos miraban
con sus ojos color escarlata, pero había diferencias entre ellos. Uno era
moreno y el otro pelirrojo. El moreno tenía una media melena que le llegaba
hasta la barbilla, la cual estaba rodeada por una cuidada perilla, era bastante
fuerte y su rostro perfecto esbozaba una sonrisa arrogante. El pelirrojo
llevaba el pelo muy corto y en punta, era delgado y nervudo, y tenía una mirada
fría, sin brillo alguno, que no apartaba de nosotros. Su semblante no mostraba
ningún tipo de expresión, parecía una estatua.
―Qué pena, Enguerrand.
Teníamos que haber esperado un poco más, tal vez hubiéramos tenido un buen
espectáculo ―se lamentó el vampiro moreno con su voz clara y perfecta de antes
y un acento marcadamente francés.
Jacob volvió a rugir con
rabia, sin moverse ni un ápice de su posición y actitud amenazadora.
Su compañero ni siquiera le
miró.
―Resulta que eras tú, el
chico que siempre estaba con la niña. Me habían dicho que el líder de los lobos
como caballos era enorme, el más grande, pero he de reconocer que me he quedado
impresionado ―dijo el mismo, dirigiéndose a Jake―. Eres realmente descomunal,
ahora entiendo que mi maestro esté tan interesado en ti.
―¿Quiénes sois? ¿Qué
queréis? ―interrogué lo más firme que fui capaz.
―Renesmee, ¿no te acuerdas
de mí? ―me preguntó ese vampiro, fingiendo decepción.
Le observé durante unos
segundos. Su rostro marmóreo, impoluto, me sonaba de algo, aunque no lograba
conectarlo en mi memoria.
―No.
―Soy Moïse, estuve en tu
casa hace algunos años. Es increíble lo bien que has madurado ―afirmó, bajando
la mirada mientras tragaba saliva.
El rugido de Jacob volvió a
retumbar en las montañas y comenzó a moverse nerviosamente de lado a lado.
Me abroché con rapidez los
botones que le había dado tiempo a desabrochar a Jake.
―No me acuerdo, han pasado
muchas visitas por esa casa y yo era muy pequeña ―admití con sobriedad.
―Bueno, en realidad, eso no
importa. Hemos venido a comprobar si lo que dice ese mediovampiro es verdad ―su
sonrisa desapareció de repente y su cara adoptó una mueca de nostalgia. La mía
se había quedado de piedra―. Me da mucha pena, la verdad, le tenía aprecio a tu
familia. Nunca comprendí vuestra filosofía de vida, no obstante, los Cullen me
acogisteis bien los días que estuve en vuestra casa ―suspiró intencionadamente
alto, simulando desconsuelo―. Aro va a
estar muy decepcionado, Renesmee. Un híbrido como tú con un metamorfo ―negó con
la cabeza.
El movimiento de Jake
terminó y se colocó en su posición inicial, emitiendo amenazantes gruñidos y
resollando furioso.
Mi respiración quiso
acelerarse, pero fui capaz de controlarla.
Alice y mi padre tenían
razón. Nahuel ya había visitado a los Vulturis y les había hablado de nosotros
dos.
―¿Os… ha enviado Aro para
verificarlo? ―inquirí.
―Sí ―sonrió con unos dientes
blancos como la cal―, y para llevarnos a tu… ―chasqueó los dedos como pensando.
De pronto, sus ojos subieron para clavarse en los de Jacob con extremada
agresividad― ¡mascota!
Un borrón se lanzó sobre mi
lobo, fue tan rápido, que ni siquiera me dio tiempo a asustarme. Jacob
consiguió esquivarle y me empujó con su enorme cabeza para apartarme.
Caí sobre la hierba y rodé
dos vueltas sobre mí misma. Mi cara se levantó de sopetón, horrorizada, cuando
escuché el crujido de un hueso y el lamento ahogado de mi lobo.
Mi instinto me hizo
levantarme de un salto para buscarle. Jacob caminaba cojo, aunque seguía
fintando su ataque.
―Ríndete, lobo ―le exhortó
Moïse con una voz de ultratumba mientras echaba su labio hacia atrás―. No
puedes hacer nada. Acabaré llevándote ante Aro y después saciaré mi sed con
ella ―sus ojos color escarlata me miraron sedientos―. Solo con olerla, se me hace
la boca agua…
Jacob prorrumpió otro rugido
estremecedor y se envaró, agazapándose con sus cuatro patas ya perfectas.
Mi Gran Lobo se abalanzó
hacia el vampiro y este hizo lo mismo. Se enzarzaron en una enérgica pelea en
la que el vampiro trataba de romperle otro hueso y Jacob intentaba clavarle sus
fauces en algún miembro para arrancárselo del cuerpo; los rugidos y los
chasquidos de su mandíbula al cerrarse con furia chocaban con las montañas y
eran ensordecedores.
Durante un fugaz segundo,
mis pupilas cambiaron de posición para controlar al vampiro pelirrojo. No se
movía de su sitio, estaba completamente quieto y observaba la pugna con suma
atención, con esos ojos fríos y secos, imperturbables.
Me invadió el terror cuando,
entre ese caos, escuché otros crujidos y un alarido mezclado con otro lamento
lupino. El vampiro se retiró hacia atrás, llevándose la mano a su muñeca, pero
Jacob volvía a cojear, y esta vez era más pronunciadamente.
Aun así, él seguía luchando,
se movía a tres patas, protegiéndome en todo momento, pelearía por mí hasta la
muerte.
¿Y yo? ¿Tenía que quedarme
de brazos cruzados mientras atacaban a mi lobo? Jacob estaba herido y querían
llevárselo delante de mis narices.
No.
La mano de Moïse yacía en el
suelo a mi lado y continuaba moviéndose. Le di una patada con furia, alejándola
de su dueño.
No, no se lo llevarían.
Algo saltó dentro de mi
cerebro, un interruptor que ponía en marcha mis sentimientos más sádicos. Mis
manos ya temblorosas se me cerraron en puños, tan apretados, que me restallaron
las falanges de los dedos. Un sentimiento parecido a la cólera y a la ira se
apoderó de mí y pude sentir con total claridad cómo mi espalda y todo mi cuerpo
era arrasado por una lengua de candente lava. Mis venas y arterias se quemaban
de lo gélida que ya era mi sangre en un abrir y cerrar de ojos. Mi corazón
apenas bombeaba y mis músculos se volvieron duros como el acero.
No se lo llevarían nunca,
antes tendrían que acabar conmigo, pero a ellos también les costaría la vida.
Lucharía junto a Jacob con uñas y dientes. Nadie iba a separarnos jamás, nadie
iba a tocarle otro pelo más.
A mi cerebro no le hizo
falta dar ninguna orden para que mi labio superior dejara ver mi severa
dentadura. Mi caja torácica sacó el aire con fuerza y el rugido que salió me
raspó la garganta, tanto, que lo sentí escaparse como una lija.
Escuché un zumbido en mi
cabeza que me extrañó, pero no le hice caso.
Moïse giró el rostro con
desconcierto para mirarme. El pelirrojo seguía con su perdida mirada clavada en
nosotros, sin levantar siquiera un dedo.
De un salto, en el que tuve
que girar en el aire porque había calculado mal, de lo potente que me salió, me
planté al lado de mi lobo para protegerle mientras terminaba de curarse.
―¿Qué es esto? ―se burló
Moïse, moviéndose lentamente hacia un lado.
Por Dios, Jake, cúrate pronto, pensé, a la vez que fintaba con mi labio retirado.
¿Nessie?,
escuché en mi mente.
Mi rostro se giró
repentinamente para mirar a Jacob boquiabierta.
¡No le quites ojo!,
gritó.
Me volví hacia Moïse y esquivé
el puñetazo que tenía preparado para mí, curvando mi columna vertebral y mi
cabeza hacia atrás con más elasticidad de la normal, mientras Jacob saltaba
hacia él para derribarlo. El vampiro consiguió apartarse con rapidez y mi lobo
aterrizó en el suelo sin problemas.
El vampiro volvió a quedarse
frente a nosotros, moviéndose hacia los lados, buscando un hueco para atacar.
Jake, puedo… puedo oírte…, balbuceé.
Lo sé, esto es muy raro, pero ahora no tenemos tiempo
para pensar en ello.
―¿No eras un híbrido de
vampiro y humana? ¿Por qué ahora pareces un vampiro? ―quiso saber Moïse―.
Aunque hueles diferente ―afirmó, arrugando la nariz.
Yo también arrugué la nariz
ante su olor. Me extrañó, aunque enseguida comprendí que se debía a que mi
olfato estaba todavía más desarrollado y que era mi falta de costumbre.
―No tengo por qué darte
explicaciones ―le contesté con un siseo.
Buena respuesta, nena.
¿Ya estás bien?,
le pregunté, vigilando a Moïse.
Sí, aunque estaría mejor si no te hubieras metido en
esto, ¿por qué demonios te has transformado?, gruñó.
No puedo evitarlo, ¿recuerdas? Además, creo que fue
porque estabas en apuros.
Mi lobo protestó con un gañido
en voz alta.
De repente, me volví a
sobresaltar.
Jake, ¿me oyes? ¿Cómo va?, escuché que preguntaba otra voz.
De momento, bien. No hace falta que vengáis.
¿Seth?,
pregunté, perpleja.
¿Nessie? ¿Eres tú?
Podía imaginarme la cara de
Seth con sus ojos tan abiertos como los míos. Una algarabía de voces de
diferentes miembros de la manada de Jacob empezó a mezclarse en mi cerebro,
todos alucinados.
¿Qué está pasando, Jake?, inquirió Leah.
¡Es Nessie!,
exclamó Isaac.
¿Cómo estás, guapísima?, me saludó Shubael.
¿Cuándo vienes por La Push?, quiso saber Quil.
¿Cómo es que podemos oírte?, se sorprendió Embry.
No tenemos tiempo de charlas ni de explicaciones, contestó Jacob.
Os lo contaré todo más tarde. Voy a volver a desconectarme, ya os aviso si os
necesito.
Estaremos por aquí, le dijo Leah.
Entonces, las voces se
oyeron más bajas, como murmullos lejanos. ¿Era eso el zumbido que escuchaba en
mi cabeza?
―Es mejor que no os
resistáis ―nos advirtió Moïse―. Aro nos pidió que le lleváramos al líder de los
lobos en buenas condiciones, no quiero hacer un escarnio.
De momento, a ti te falta una mano y yo estoy entero, replicó Jacob mentalmente con enfado.
―Él no se va a mover de
aquí, te lo aseguro ―le garanticé, apretando los dientes.
Moïse siseó y retiró su
labio hacia atrás.
¿Ves a la sanguijuela con el pelo de zanahoria?, me señaló Jacob. No
se ha movido ni ha hablado en ningún momento. Solamente se limita a mirar,
parece un robot.
Sí, ya me he dado cuenta. ¿Crees que es más peligroso
que este?
No lo sé. Tendremos que estar muy alerta.
El vampiro moreno fintó
hacia su derecha y nosotros hicimos lo propio.
Fíjate en la posición de sus pies, me indicó, y así lo hice. Va a desplazarse en zigzag. Estate atenta, no sabemos a quién va a
atacar, pero lo más seguro es que sea a ti. Tú no te preocupes, dedícate a
protegerte y defenderte. Yo aprovecharé su distracción para quitártelo de
encima, ni siquiera te tocará.
¿Y si es al revés?
Será a ti,
respondió con seguridad.
¿Cómo lo sabes?
Este chupasangres es fuerte, pero no tiene cabeza para
la lucha. No es como Jasper o tu padre, no usa ninguna estrategia. Se limita a
atacar sin control y sin miras. Puedo adivinar todos sus movimientos, ni
siquiera se molesta en disimular. Sé que le has dado una buena sorpresa y está
deseando medir sus fuerzas contigo.
Tragué saliva.
Todo saldrá bien, tranquila.
Tan pronto como escuché su
último pensamiento, Moïse hizo un movimiento en zigzag a una velocidad
vertiginosa, que no hubiera podido ver si no fuera un vampiro casi completo, y
se lanzó hacia mí como una bala.
¡Salta!, me
ordenó Jacob con firmeza.
Sin saber por qué, mi cuerpo
lo sintió y respondió a su sobrecogedora voz de Alfa. Mis rodillas se doblaron
y lanzaron a mi cuerpo hacia arriba como si de un muelle me tratase, jamás
había saltado tan alto. La percepción de mi visión en mi estado de vampiro era
tal, que aunque todo ocurría a una velocidad de vértigo, podía apreciar cada
movimiento con total claridad. Mientras me parecía estar suspendida en el aire,
miré hacia abajo y vi cómo mi Gran Lobo se arrojaba con ferocidad sobre el
distraído Moïse, llevándose su brazo a su paso. El alarido del vampiro fue atronador,
se llevó la mano a lo que quedaba de extremidad, encogiéndose de dolor.
Mi cuerpo comenzó a
descender y, cuando estaba a punto de echarme a reír, el vampiro se incorporó y
saltó hacia Jacob, que todavía estaba aterrizando en el suelo.
¡Jacob, cuidado!, lo pensé, puesto que era más rápido que pronunciarlo.
Pero no le dio tiempo.
Una vez que mis pies tocaron
tierra, el vampiro le propinó una durísima patada en el costado y, aunque
consiguió esquivarlo un poco, Jake cayó tumbado en el terreno, desplazándose varios
metros de donde yo estaba, mientras su mente profería todo un rosario de
palabrotas y maldiciones.
―¡Jake! ―chillé, esta vez en
voz alta.
El sentimiento de su dolor
se me clavó en el pecho y casi me pongo a gemir como él. Mi ira explotó como si
de un volcán se tratase y mi garganta emitió otro rugido raspante y abrasador.
Corrí hacia el vampiro con
cólera y, con un giro inusitadamente vertiginoso, le pegué una patada con una
de las llaves que mi padre me había enseñado, para apartarle de mi lobo.
Moïse no se lo esperaba y
salió despedido hacia un lado. Ahora el que se cayó al suelo con la mano que le
quedaba en las costillas era él.
Guau, Nessie,
no sabía que peleabas tan bien, me
dijo Jacob, incorporándose de nuevo. Me
has dado miedo hasta mí.
Sí, debí de heredarlo de mi padre, le contesté, un poco aliviada por mi desahogo,
aunque sin quitarle ojo al vampiro, que ya se estaba levantando. ¿Estás bien?
Bueno, luego igual tienes que darme un masaje, bromeó, pero
sí, estoy recuperado. Por suerte, solamente me fracturó una costilla.
Jacob se colocó a mi lado y
le miré por el rabillo del ojo para comprobar que eso era así. Agarró el brazo
del vampiro con la boca y lo lanzó al lago con un meneo de cabeza.
¡Puaj!,
exclamó con un respingo.
―¡Bâtard! ―le chilló el
vampiro, acercándose a nosotros.
¿Qué me ha llamado?, quiso saber mi lobo, un tanto ofendido.
Eso es “bastardo”, en francés.
Qué lista es mi chica. Si no fuera un lobo, te daría
un beso ahora mismo.
Después.
―¡Te vas a arrepentir de
esto, Renesmee! ―voceó Moïse mientras respiraba enfurecido―. ¡Es una pena que
des la vida por tu mascota!
―¡Es mi macho! ―escupió mi
boca con furia.
¿Tu macho?,
preguntó Jake, gratamente sorprendido.
No… no sé por qué lo he dicho. Me ha salido así, ha
sido una respuesta instintiva,
confesé.
Si no fuera porque casi era
un vampiro, me hubiera puesto roja como el fuego.
Bueno, que no te de vergüenza admitirlo, nena. Claro
que soy tu macho.
Casi podía imaginarme su
sonrisa torcida. ¿Cómo podía estar tan tranquilo, con lo que teníamos encima?
―¡Tu macho! ―repitió el
vampiro con desagrado―. Eso le encantará a Aro.
Jacob se inclinó de nuevo
hacia delante y le mostró su poderosa y letal dentadura, emitiendo unos
amenazantes gruñidos.
El vampiro pelirrojo por fin
se movió.
Estate atenta,
me dijo Jake.
Mi Gran Lobo y yo nos
agazapamos, a la espera.
De pronto, los ojos del
vampiro pelirrojo cambiaron totalmente. Ahora eran brillantes, rojos, vivos, y
nos miraban con una dureza, que dejó mi cuerpo todavía más helado.
Sí, sin duda, este era más
peligroso que su compañero.
Los gruñidos de Jacob se
oyeron más altos.
De repente, el rostro de
este vampiro se giró con precipitación hacia Moïse, le hizo una señal con la
cabeza y se retiró, echando a correr por la pradera hasta que desapareció entre
los árboles.
¿Se van?,
inquirí, sorprendida.
Eso parece.
―No te creas que se ha
terminado. Esto solo ha sido un aviso, lobo ―amenazó Moïse con resquemor―.
Volveremos a por ti y yo terminaré saciando mi sed con tu… hembra.
Mi Gran Lobo se reclinó aún
más y prorrumpió otro rugido de esos que hacía temblar hasta la nieve de las
montañas.
El vampiro nos echó una
última mirada de odio y se escapó, metiéndose en el agua primero para recuperar
su brazo y cogiendo después su mano; se marchó a la velocidad de la luz por
donde su compañero.
El murmullo de voces se
volvió a escuchar con total claridad.
Ya se ha terminado todo,
chicos, avisó Jacob. Seguid con lo
vuestro.
De acuerdo, respondió Leah.
Y las voces se apagaron de
nuevo en un murmullo.
¿No vamos a seguirles?, quise saber.
GRITOS
¿Seguirles? Tú estás
loca, no pienso ponerte en más peligro.
¿Y qué…?
―¿Y qué hacemos? ―terminé de
preguntar en voz alta.
Mi lobo me empujó con el
hocico.
De momento, ir a cazar,
¿no tienes sed?
―No.
Ahora mismo puede que no,
pero dentro de un rato la tendrás y paso de ser tu comida otra vez.
―Muy gracioso ―contesté con
ironía mientras él se reía.
En serio, tienes que
beber sangre para volver a transformarte.
―Oh, es verdad ―dije al
darme cuenta.
Recogí mi cazadora, me la
puse y Jacob se echó en el suelo.
Venga, sube. Seguro que
ahora corres más que yo, pero es mejor que guardes energías para la caza.
―Sí, tienes razón ―asentí.
Iba a pegar un brinco otra
vez, sin embargo, me acordé de que en este estado no me era necesario. Apoyé la
mano en su hombro y, de un ligero y alto salto, me senté sobre su lomo.
Vaya, vamos mejorando, se rio.
―Solo es porque casi soy un
vampiro, la próxima vez tendré que coger impulso y brincar de nuevo.
¡Ay, Nessie! Esta vez sí
que me vas a arrancar el pelo de verdad.
―Lo siento ―le contesté con
pesadumbre, metiendo los dedos entre su pelambrera para frotarle y aliviarle el
tirón―. Es que no mido bien las fuerzas.
Ya veo, ya, se rio.
Se alzó y empezó a correr
por el bosque, alejándose de la floreada pradera del lago. Miré hacia atrás
para ver el hermoso paisaje por última vez y suspiré para mis adentros. Dos
horas que teníamos para estar solos, y nos las habían estropeado, otra vez.
Ya te digo, resopló al hilo de mi pensamiento.
―Se me hace raro que podamos
oírnos ―confesé―. ¿Por qué habrá ocurrido esto?
Me imagino que será por
nuestra conexión. Es todavía más fuerte de lo que nos imaginábamos, hasta el
punto de que tienes conductas e instintos lupinos.
Parpadeé, perpleja.
―¿Instintos lupinos?
Sí, eso de “macho” y
“hembra” es un lenguaje muy de lobos. Lo
soltaste sin querer, el instinto lo hizo por ti.
―Pero si yo me transformo en
un vampiro.
Pues hueles como nosotros, afirmó. ¿No te das cuenta? ¿No viste cómo
arrugó la nariz el chupasangres?
Acerqué mi nariz a mi brazo
y me olí. La fascinación se hizo cargo de mi cerebro.
No olía igual que Sam, ni
que Seth o Quil. No. Mi efluvio tenía exactamente los mismos matices que el de
Jacob, abarcando todos los espectros que conformaban su fragancia, podía
distinguirlos perfectamente.
―Huelo igual que tú ―le maticé,
deslumbrada.
Por supuesto. Todo es por
nuestro vínculo. Los lobos también nos distinguimos y nos identificamos por
nuestro olor, podemos buscar o rastrear a uno de los nuestros casi en cualquier
parte. Tú tienes mi efluvio porque eres mi hembra, pequeña. Tu olor dice: “eh,
cuidado. Esta es la chica de Jake”.
―Me encanta oler igual que
tú ―reconocí, sonriente.
Pues a mí, ni te imaginas, afirmó con su sonrisa torcida, imaginada por mí. Aunque me gusta más tu olor de siempre,
convino.
―La primera vez que me
transformé no me di cuenta de mi olor ―desvelé, casi diciéndomelo a mí misma―.
Estaba tan absorta luchando con ese licántropo... Y después, me empecé a sentir
tan agotada y tan mal, que ni me enteré.
A mí me pasó algo
parecido. Cuando me abrazaste, noté que tu olor era diferente, pero luego todo
pasó muy rápido y no tuve tiempo de pensar en otra cosa que no fuera salvarte.
Bueno, aparte de que también olías a ese asqueroso licántropo y ya me cegué,
claro.
―¿Y con las demás chicas
también pasa?
Ellas no se transforman
en nada, siempre son humanas, además, no tienen el vínculo con sus imprimados que
tenemos nosotros.
―Sí, es cierto.
Siendo casi un vampiro, mi
efluvio tendría que disgustarme, sin embargo, mi olor me encantaba, como
siempre me había encantado el de Jacob. Sonreí, satisfecha, e inhalé mi propio
olor unas cuantas veces más. Era como tener un pañuelo impregnado de la colonia
de tu chico.
―Lo que me quemaba la nariz
era el olor del vampiro, no el mío ―me
revelé a mí misma con sorpresa.
¿Ves? Eso son instintos y conductas de lobo.
―Claro, por eso sentí tu voz
de Alfa.
¿También has sentido mi fuerza de mando?, me preguntó, exultante.
―Sí, y es increíble. No pude
evitar saltar ―mi rostro no podía ocultar la excitación que sentía por dentro―.
¿Cómo es que también funciona conmigo?
No tengo ni idea, no te lo grité con esa intención, reconoció.
Bueno, supongo que si puedes oírme, también te afecta mi voz de Alfa.
―¿Por qué crees que pude oír
al resto de la manada?
Es por lo mismo. Tú y yo estamos vinculados, y como yo
estoy conectado con mi manada, tú también.
―¿Y cuando te desconectas? ¿Por qué los demás no pueden oírte y yo sí?
Eso es porque yo te dejé conmigo.
―¿Y puedes hacer eso? ―le
pregunté, maravillada.
Claro. Puedo meter a quien yo quiera.
―Qué guay ―respondí con una
risa. Entonces, recordé otra cosa―. Aquella vez en el bosque, cuando me donaste
tu sangre, cambiaste de fase para buscarme presas y yo no te escuché.
Aquel día me desconecté automáticamente en cuanto cambié
de fase, y te quedaste fuera; no sabía que podías oírme, por eso no te metí
conmigo. Verás, esto es como un círculo. Yo estoy dentro, y solamente pasa el
que yo quiero que pase, ¿entiendes? Vale, y ahí va mi teoría: en aquella
ocasión, tú ya te habías transformado antes que yo, así que, al desconectarme,
al crear mi círculo, te quedaste fuera. Podía haberte dejado entrar después,
pero como ya te dije, no sabía que podías escuchar mis pensamientos. En cambio,
ahora, al transformarte después que yo, lo hiciste directamente dentro del
círculo, porque estás unida a mí, tu alma complementa a la mía y juntas hacen
un solo ser, siempre tienen que estar unidas, y mi círculo siempre estará
abierto para ti. Eres la única que puede hacer eso. Nadie más podría entrar así
en mi círculo, aunque, bueno, solo pudiste quedarte conmigo porque yo te dejé.
―Es increíble ―murmuré,
alucinada.
Me quedé pensando un rato en
lo ocurrido y en las voces.
―¿Siempre oyes ese murmullo
tan bajo cuando te desconectas? ―quise saber por curiosidad.
Lo gradúo a mi gusto.
Mi cara no dejaba de
asombrarse.
―¿También puedes hacer eso?
Al principio no me salía
muy bien, pero ahora ya le tengo el tranquillo pillado. Es muy útil cuando
quiero concentrarme en otras cosas.
―Nunca me lo habías contado ―le
reproché un poco.
Bueno, nunca salió el
tema, se excusó.
―¿Y cómo sabes si te necesitan,
teniendo el volumen tan bajo? ―utilicé una metáfora, ya que no sabía cómo
preguntárselo.
A Jacob le hizo gracia.
No está tan bajo, se rio. Puedo distinguir sus voces perfectamente.
―Pues yo no ―admití,
pasmada.
Eso es porque yo tengo
mucha práctica y tú no, se volvió a
reír.
―Sí, será ―contesté, aunque
no muy convencida.
Lo más seguro es que fuera
porque él era el Gran Lobo y yo no.
El bosque pasaba
rápidamente, aunque ya no me parecía tanto como en mi estado normal. Aun así,
me encantaba galopar en el lomo de Jacob.
―¿Ya estás curado del todo? ―le
pregunté.
Como un roble.
Lo peor fue sentir tu dolor, admití mentalmente con voz queda, al recordar el
horrible puntazo en mi pecho.
Sí, eso es lo peor de todo. Aunque nosotros ya estamos
acostumbrados.
¿Tanto os hieren?
Luchar con vampiros no es fácil. Son muy rápidos y
cuando te toca uno estratégico como Jasper o tu padre, la cosa se complica
mucho. Lo bueno es que no se esperan que nosotros también somos muy
estratégicos, aparte de más numerosos, claro.
Menos mal que os curáis tan rápido. A lo mejor a mí me
pasa lo mismo.
Desgraciadamente, no lo creo.
¿Por qué lo dices?
Bueno, la verdad es que eres como una loba en un
cuerpo de vampiro. Me estoy dando cuenta de que eres un poco “bicho raro”, bromeó.
Muchas gracias, le respondí con sarcasmo.
Va en serio. Quitando lo de “bicho raro”, lo demás es
cierto.
¿Crees que soy una loba encerrada en un cuerpo de
vampiro?,
cuestioné, sorprendida.
Algo así. Pero lo de curarse rápido no funciona en ti
porque eso es exclusivo de la morfología lupina, y tú no dejas de ser un
vampiro cuando te transformas. Tu cuerpo no está hecho como el nuestro,
¿entiendes?
Ah, claro. Qué pena, me lamenté. Empezaba a gustarme
esto de pelear.
Yo prefiero que no te pongas en peligro, aunque
reconozco que está bien que sepas luchar. Nunca se sabe.
Jake, ahora sí que tengo sed.
Espera, huelo una manada de ciervos por aquí cerca.
Sí, por eso lo decía.
Solo oler la sangre próxima,
ya había desatado mis ganas de beber. Aunque olía muchísimo mejor la que tenía
justo debajo, la boca ya se me hacía agua.
Ya voy, ya voy,
dijo, apresurando el paso.
Mi extremado sentido del
olfato localizó al grupo cérvico de inmediato.
No esperé a que Jacob se
detuviera. De un acrobático salto, me bajé de su lomo y volé entre los árboles.
Te sigo, Nessie,
escuché en mi mente.
Ya los veo.
Le eché el ojo a uno bien
grande y me lancé sin contemplaciones a su yugular. El animal ni se dio cuenta
de mi ataque, lo maté en el acto al clavarle los dientes y partirle el cuello en
dos. Los demás ciervos se fueron en estampida.
Me senté para estar más
cómoda y Jacob llegó enseguida.
Qué manera de tragar, me recuerda a algo, se burló, respingándose.
Está más rica la tuya, reconocí mientras seguía tragando.
Ya, pero mejor toma esa.
Mi lobo se echó a mi lado a
esperar a que terminase mi tentempié.
Sentí cómo la sangre
caldeaba mi estómago, aunque no era tan caliente como la de Jacob y tuve que
beber más para que mis células empezaran a llenarse de energía y mi corazón
comenzase a bombear con brío mi plasma, que se templaba poco a poco. Mis
músculos se fueron ablandando paulatinamente y todo mi cuerpo recuperó su
estado normal.
Dejé caer el ciervo en el
suelo y me apoyé en el tronco que tenía detrás, llena y saciada. Jacob arrimó
el hocico para olerme y me lamió la cara con ternura para limpiarme los restos
de sangre.
―Ya no puedo oírte ―me
lamenté, pasando los dedos por la pelambrera de su cuello con el fin de
acariciarle.
Mi lobo se levantó de
repente y volvió a transformarse en mi novio delante de mí.
―Mejor así, ¿no te parece? ―afirmó
con una sonrisa, sentándose a mi lado.
―Sí, mucho mejor ―le
respondí, sonriéndole, mientras le rodeaba el cuello con mis brazos―. Por
cierto, me debes un beso por ser una chica lista, ¿recuerdas?
Me abarcó con los suyos y me
arrimó tanto a él, que nuestros rostros se unieron. Empecé a hiperventilar al
notar su ardiente aliento.
―Tranquila, te daré muchos
más ―murmuró en mis labios.
Me dio una serie de besos
cortos y dulces a la vez que mis mariposas y mi corazón se aceleraban y se
ponían como locos.
Para mi desgracia, tenía que
cortar mi entusiasmo.
―Jake… ―le llamé con un
susurro entre beso y beso.
―Dime…
―Tenemos… ―otro beso―, que
irnos.
―Espera un poco…
―Se nos… hace tarde.
Jacob se despegó de mi boca
para mirarme.
―¿Qué hora es? ―me preguntó.
―Tenemos veinte minutos para
llegar al instituto ―le confirmé después de mirar mi reloj.
―Pues primero tendría que ir
a tu casa a por ropa ―me avisó con una media sonrisa―. No querrás que me plante
en tu instituto de esta guisa, ¿no?
―Vaya, tu camiseta ―me mordí
el labio―. Se me olvidó cogértela y se quedó en la pradera.
―No importa, tampoco iba a
arreglar nada con ella ―se rio.
―¿Nos dará tiempo a ir a
casa y volver al instituto?
―Lo mejor sería que nos
quedáramos en tu casa ―declaró―. Total, tu padre ya se va a enterar de todo, y
seguramente todavía esté allí y no haya ido al instituto, por lo que nos va a
pillar seguro. Yo no puedo entrar en tu casa desnudo, tendrías que hacerlo tú
para cogerme la ropa, y tu familia o tu padre te verían, así que estamos
pillados por todas partes.
―Espera, ¿y si vamos a tu
casa y te vistes allí? ―se me ocurrió.
―Da lo mismo, tu padre se va
a enterar en cuanto pase revista a nuestras mentes.
―Sí, tienes razón ―suspiré.
―Además, tendremos que
contarles lo de esos chupasangres ―manifestó, poniéndose de pie―. Ese Zanahorio me ha dejado un poco
descolocado.
―¿Zanahorio? ¿Ya le has puesto mote? ―me reí mientras cogía su mano y
me levantaba.
―¿A que le queda bien? ―dijo,
riéndose―. Soy un hacha poniendo motes.
―Sí, ya lo veo ―admití.
Jacob volvió a cambiar de
fase delante de mí y se echó en el suelo para que le montara; otra vez tuve que
dar un paso atrás para coger impulso, y pegué un brinco.
Tomé aire, abrí la puerta y
entré en casa.
En el salón solamente estaban
Emmett y Rosalie. Él estaba viendo un partido en la televisión y ella se
pintaba las uñas a su lado.
―Hola ―saludé rápidamente
con disimulo mientras me dirigía a las escaleras.
―Hola ―me respondieron.
Se miraron el uno al otro
con extrañeza.
―Nessie ―me llamó Rose.
Me paré en el tercer escalón
y me giré para mirarla.
―¿Sí?
―¿Ha pasado algo? ¿Dónde
está ese… Jacob? ―corrigió a tiempo.
―No, tenía libre esta última
hora ―medio mentí―. Jake está fuera, pero viene ahora.
Se quedaron un poco
pensativos, aunque ninguno dijo nada.
Me volví de nuevo y seguí mi
trayecto hasta mi dormitorio.
Una vez dentro, me metí en
el vestidor, me quité la cazadora y cogí unos pantalones y una camiseta de
Jacob. Salí de mi dormitorio y entré en el baño con sigilo. Cerré la puerta, me
acerqué a la ventana y la abrí. Pude ver a Jake esperando abajo cuando me asomé,
y le tiré la ropa. La cogió con rapidez y se escondió tras un árbol. Salí del
baño y bajé al salón otra vez.
A ninguno de mis tíos les
extrañó que Jake fuera descalzo. Entró tan tranquilo en la estancia y se puso a
mi lado.
―¿Dónde está todo el mundo? ―preguntó
mi novio, mirando alrededor.
―Se han ido todos de caza ―nos
aclaró Rose―. Bueno, todos no. Edward y Bella están en su cabaña ―nos desveló
con una risilla tonta.
―Bueno, nosotros nos vamos
arriba ―anuncié―. Tengo deberes que hacer y con la tele no me concentro ―mentí.
Mi tía sonrió como si
supiera más que yo.
Tiré de Jacob, antes de que
mis mejillas empezaran a traicionarme, y subimos las escaleras hasta mi
habitación.
En cuanto él entró en el
cuarto detrás de mí, cerré la puerta y lo aprisioné contra ella para besarle
con efusividad.
―Nessie… ―intentó llamarme,
sorprendido.
No teníamos mucho tiempo.
Me separé de su cuerpo sin
dejar sus labios y comencé a desabrocharme la blusa apresuradamente, me la
quité de un bandazo y la tiré en el suelo.
Metí mis manos bajo su
camiseta y abandoné su boca para alzarla y dejar su torso libre.
―Tus tíos están abajo ―consiguió
musitar antes de que volviera a besarle, aunque sus manos ya se deslizaban por
mi espalda con deseo.
―Me da igual… ―ronroneé
mientras bajaba mis labios hasta su cuello y mis palmas se volvían locas
acariciando su pecho, sus hombros y su nuca.
Me apreté contra él y seguí
recorriendo fervientemente su cuello con mi boca y mi lengua.
―Sí, a mí también… ―susurró
con ansia, bajando sus manos hasta mi espalda más baja y atrapando después mis
labios con los suyos.
Me despegué de su boca para
hacerle la señal de silencio con el dedo y lo comprendió perfectamente.
Nuestras bocas volvieron a moverse juntas con pasión, espirando nuestros
alientos con el mayor mutismo posible.
Emmett estaba demasiado
concentrado en el partido y Rosalie estaba muy ocupada con sus uñas, eso nos lo
ponía un poco más fácil, pero, aun así, tendríamos que ser muy silenciosos.
Se apartó de la puerta sin
dejar de besarme, haciéndome caminar hacia atrás mientras llevaba sus manos al
botón de mi pantalón para desabrochármelo. Me lo bajó un poco y me impelió
hacia la cama.
Caí boca arriba y le ayudé a
quitármelos del todo, sacando mis piernas. Nuestras bocas volvieron a jadear
juntas en silencio cuando se recostó encima de mí. Me arrastré hacia atrás y
Jacob reptó conmigo hasta que mi cabeza se apoyó en la almohada y él reposó entre
mis piernas.
Acaricié su espalda con la
misma avidez con la que él acarició mis muslos y mis caderas. Se friccionó
varias veces contra mí y nuestras bocas y mis manos enloquecieron, tuvimos que
hacer uso de todo nuestro autocontrol para no gemir, aunque se nos escapó algún
jadeo en voz alta, y eso que todavía no lo sentía dentro de mí, no quería ni
imaginarme cómo sería entonces, puede que no fuera capaz de reprimir a mi
garganta.
Todo mi ser temblaba de
excitación, su aliento abrasador y su ardiente lengua contribuían a subir más
la temperatura de mi cuerpo ya candente. Pasé mis manos a su pecho y las bajé
lentamente hasta el cierre de su pantalón para desabrochárselo.
Unos puñetazos en la puerta
nos hicieron pegar un pequeño bote.
―No puede ser… ―me quejé en
los labios de Jake, aún respirando con agitación.
―¡Jacob, quítate ahora mismo
de ahí! ―bramó mi padre, furioso―. ¡Y Renesmee, vístete! Aunque ya te he visto
más de lo que quisiera ―refunfuñó con disgusto.
―Dios… ―se lamentó Jacob,
hundiendo la cabeza en mi hombro.
―¡Jacob, ¿me has oído?! ―volvió
a bufar papá―. ¡Voy a entrar!
―¡Sí, sí! ―protestó,
enfadado―. Lo siento, preciosa ―me susurró―. Vamos a tener que esperar.
―Esto es el colmo ―resoplé,
irritada―. Es mi habitación.
Me dio un beso corto y se
incorporó para ponerse en pie. Mientras se abrochaba el pantalón, me pasó mi
ropa y me levanté de la cama, cabreada e indignada.
Mi padre traspasó la puerta
en cuanto terminé de vestirme, y me crucé de brazos.
―¡¿Por qué…?! ―papá enmudeció
cuando bajó la mirada a la entrepierna de Jacob, y se le quedó una cara de
impacto que me dio una vergüenza terrible.
Jake agarró un cojín de mi
cama con celeridad y se tapó.
Mi padre se giró, llevándose
la mano a la cabeza, y se volvió de nuevo, pasándosela por la barbilla.
―¡¿Os dais cuenta de lo
altísimo que estabais gritando?! ―nos increpó, airado.
Jacob y yo nos miramos
extrañados.
―Pues debían de ser otros,
porque nosotros no hicimos ningún ruido ―contestó mi novio.
―¡Sí, ya lo sé! ¡Pero en
vuestras mentes gritabais tan alto, que os escuchaba perfectamente desde la
cabaña! ―voceó con la mirada enervada.
―¿Y qué quieres que hagamos?
―replicó Jake, molesto.
―¡Quiero que me respetes,
soy su padre!
―No sabíamos que nos podías
oír ―rebatió en el mismo tono―. Si llego a saberlo, no nos hubiéramos quedado
aquí, eso te lo aseguro.
―No, no me has entendido.
Para respetarme, primero tienes que respetar a mi hija. Así que ni aquí, ni en
ningún sitio ―matizó, siguiendo con su exasperación.
―Sabes que la respeto ―contestó
Jake, tenso por la ofensa―. Tú mejor que nadie sabes lo enamorado que estoy de
ella.
Mi padre y Jacob se quedaron
quietos, mirándose a los ojos fijamente.
―Ya está bien, papá ―me
quejé, indignada―. Fui yo la que empecé.
―Me da igual quién haya
empezado ―me respondió sin apartar la vista de Jake―. Él debería controlarse.
―Sabes que tarde o temprano
Jake y yo…
―No estáis casados ―me cortó
en el mismo tono.
―¡Venga ya, Edward! ―criticó
Jacob con enfado―. ¡Estamos prometidos!
―Te repito que no estáis
casados.
―¡Tampoco lo están Alice y
Jasper, ni Emmett y Rosalie! ―intervine.
―Emmett y Rosalie sí lo
están, y Alice y Jasper no son mis hijos ―argumentó.
―¡Es absurdo! ―protestó Jake
enérgicamente―. ¡¿Por qué haces una cruzada de esto?! ¡Vosotros os marcharéis
dentro de unos meses y Nessie y yo viviremos juntos! ¡¿Crees que vamos a
esperar entonces?!
―Por supuesto que no. No
espero eso de ti ―le reprochó mi padre con acidez.
―Dices que tengo que
respetarte, pero tú también tienes que respetarnos a nosotros ―manifestó Jacob
con firmeza―. No puedes obligarnos a vivir como tú quieres, Edward. Nosotros
hemos nacido en este siglo, ¿recuerdas? Las cosas no son como cuando tú
naciste.
―Eso ya lo sé, he vivido
todos los cambios ―le recordó con ironía―. Sin embargo, mi deseo como padre sería
que Renesmee llegara virgen al matrimonio.
―¡Papá! ―me quejé con la
cara encendida.
―Nessie y yo tenemos un
vínculo mucho más fuerte que el matrimonio, lo sabes perfectamente. Ahora bien,
si ella me dice que quiere esperar, esperaré lo que haga falta, pero no porque
me lo digas tú.
―Creo que ha quedado claro
que no quiero esperar ―admití de mala gana.
―He dicho que es mi deseo,
no que no sepa que no lo vais a cumplir ―alegó a regañadientes―. Y tenéis que
comprender que yo lo veo todo en vuestras cabezas, no es algo que pueda
controlar, sobre todo si gritáis de esa manera, y para mí, como padre, es muy
difícil de asimilar ―confesó finalmente.
―Bueno, nos controlaremos
cuando andes cerca o por los alrededores, ¿te parece mejor? ―le propuso mi
novio.
―No me queda otra opción,
¿no? ―gruñó, cansado.
―No ―afirmó Jacob con una
sonrisa insolente.
―Es nuestra vida privada,
papá, nuestra intimidad ―declaré, enfadada―. Esta es mi habitación, mi espacio
privado. Me vine a vivir a esta casa para tener mi intimidad y algo de
independencia, y lo único que hacéis tú y mamá es vigilarme a todas horas. Ya
sé que sois mis padres y que solo os preocupáis por mí, pero esto ya se pasa de
la raya. Aunque mi carné pone que tengo diecisiete años, ya soy mayor de edad,
lo sabéis de sobra, soy totalmente capaz de tomar mis decisiones, y tienes que
aceptarlas, te gusten o no. Entiendo que para ti es especialmente difícil
porque puedes ver nuestras mentes, y lo siento. Pero, al igual que tú, pensar
es algo que nosotros no podemos controlar, y nuestros pensamientos forman parte
de nuestra intimidad, por mucho que gritemos, como dices tú.
Mi padre suspiró, llevándose
la mano al pelo.
―Nos casaremos. Si es por
eso, no te preocupes ―garantizó Jake, ahora más serio.
―Sí, lo sé, lo sé ―transigió
mi padre, protestando―. Sé lo vinculados que estáis, aunque he de reconocer que
me quedaría más tranquilo si me dierais una fecha o un plazo, algo a lo que
agarrarme.
―No te la puedo dar. Nessie
y yo ni siquiera hemos hablado de eso.
―Ya lo sabía ―reprochó otra
vez, descontento.
―Bueno, ¿podemos dejar el
tema ya, por favor? ―propuse con irritación.
―En realidad, también quería
hablar de tu castigo y de lo que ha pasado hoy ―me respondió con una mirada
intransigente.
Me mordí el labio, temerosa.
―Te lo íbamos a contar,
¿vale? ―habló Jake en nuestra defensa―. Por eso vinimos aquí.
―Sí, porque os iba a pillar,
¿no es eso? ―replicó papá en un tono ácido―. Habéis incumplido el castigo.
―Si te paras a pensar, no lo
hemos incumplido del todo ―manifestó Jacob, tirando el cojín a mi cama―. Yo
tenía que llevarla a casa cuando terminaran las clases, no hablaste de horas
sueltas, ni nada de eso.
―Las excursiones tampoco estaban permitidas ―debatió mi padre con una
voz tan calmada, que daba miedo.
―Bueno, como no dijiste nada
de excursiones…
―Jacob, deja de tomarme el
pelo, ¿quieres? ―bufó, enfadado―. Habéis incumplido el castigo y, para colmo,
os habéis puesto en peligro.
―Era un sitio muy tranquilo,
¿cómo iba yo a imaginar que iban a aparecer esos chupasangres por allí? ―refutó,
frunciendo el ceño, cabreado―. Nosotros no tenemos la culpa de todo lo que pasa
alrededor, ¿sabes? Y tampoco podemos escondernos todo el día en esta
madriguera, ¡no me da la gana! ―se rebeló enérgicamente―. Siempre estás vigilando,
a todas horas, y hablo de mi cabeza, Edward. Y siempre juzgándome, es como si,
a estas alturas y sabiendo todo lo que siento por tu hija y lo que ella
significa para mí, no te fiaras de mí. Es absurdo. Pues te voy a decir una
cosa. Es mi novia, mi prometida, mi imprimada; diablos, ¡voy a ser su marido!, y
tenemos derecho a estar solos, a tener intimidad de vez en cuando, y es lo que
vamos a hacer, te guste o no. Así que ya puedes meterte tu estúpido castigo por
donde te quepa. ¡Estoy harto! ―gritó al final.
Se hizo un silencio muy
incómodo en el que ambos mantuvieron sus miradas, Jacob con determinación y
exacerbación, mi padre con tensión.
―Quiero que me respetes ―volvió
a decir mi padre, con una voz tan tirante como su cara―. Aunque físicamente
aparente menos edad que tú, soy mucho mayor, no lo olvides.
―Sí, eso ya lo sé ―resopló
Jake―. Sobre todo mentalmente, hasta el abuelo de mi tatarabuelo era más
moderno que tú. Estás muy chapado a la antigua, tío, deberías abrir tu mente un
poco más y no juzgar tanto.
Mi padre volvió a observar a
Jacob durante un rato, pensativo.
―De acuerdo, le quitaré el
castigo ―cedió por fin, aunque no de muy buena gana.
No pude evitar mi enorme
sonrisa.
―¿Dejarás de seguirnos y
todas esas cosas? ―inquirió Jacob, tan firme como antes―. Porque si no lo
haces, será peor para ti. No pienso cortarme un pelo con ella.
―Ya me lo imagino ―le
contestó mi padre a modo de reproche. Luego, exhaló con rendición―. Está bien,
tienes razón. Supongo que no puedo evitarlo, ella ya no me pertenece a mí. En
realidad, nunca me ha pertenecido, ni siquiera a Bella. Siempre ha sido tuya… ―aseguró
con pesadumbre.
―Papá…
La enorme pena que teñía sus
ojos me flageló como un latigazo en el corazón. El rostro de Jacob reflejaba el
choque que sus palabras le estaban produciendo, no se creía que mi padre
estuviera reconociendo eso.
Papá caminó hasta el
ventanal y se quedó mirando el paisaje, con la mirada perdida.
―Naciste para estar con él,
cada día que pasaba me daba más cuenta, pero no quería aceptarlo ―confesó con
melancolía―. Mi enemigo de sangre, y mi única hija nace para él, una mutación
genética, una imprimación mutua ―se rio con amargura―. La vida me da un regalo
que ya creía perdido, y él me lo quita ―me aferré a la mano de Jacob y él entrelazó
sus dedos con los míos―. Debería estar enfadado, sin embargo, no puedo. No
puedo porque todos los días veo lo que sentís el uno hacia el otro, eso también
lo gritáis ―su semblante cambió y se tornó un tanto encandilado―. Siento esa
energía que desprendéis cuando os miráis y os besáis, es como si os quedaseis
hechizados, y yo mismo me quedo embaucado, nunca en mi vida he visto cosa
igual. Lo que sentís es tan fuerte, que a veces me abruma, estáis conectados de
una forma increíble, es casi magia ―hizo una pequeña pausa y, entonces, giró el
rostro hacia Jacob con entereza―. Ella te pertenece, y hubo un tiempo en que
eso me dolía como si me arrancaran una mano, pero ya me he dado cuenta de que
no habría nadie mejor para ella que tú, mal que me pese reconocerlo. Llegados a
este punto, sé que es una tontería totalmente innecesaria, no obstante, sigo
siendo su padre, y aunque no me lo has pedido ni me lo vas a pedir, os doy mi
bendición.
Jacob se quedó callado
durante un momento, mirando a mi padre con respetabilidad.
―Te lo agradezco, Edward ―le
contestó finalmente en un tono formal―.
Te doy mi palabra de que siempre cuidaré de ella, la protegeré con mi vida si
hace falta.
―Sí, eso ya lo sé ―afirmó
con integridad―. Lo único que os pido es que me deis tiempo para asimilar ciertas cosas ―enfatizó.
―Sin problema ―asintió Jake.
Era la primera vez que los
veía mirándose con ese respeto mutuo, aunque sabía que no iba a durar mucho.
―¿Ves qué fácil era? ―apuntó
mi novio con una sonrisa triunfal―. Tenías que haber empezado por ahí, y no
entrar aquí como un loco.
―No te emociones ―le avisó
mi padre―. Eso no quiere decir que yo no quiera que mi hija llegue…
―Vale ya, por favor ―le
corté, harta del tema―. ¿Podemos dejarlo ya?
Mi progenitor carraspeó.
―Bien, y ahora contadme eso
de los vampiros de Aro.
―Nahuel ya se ha chivado ―empezó
a explicar Jacob, medio sentándose en mi mesita y cogiéndome por detrás para
que me apoyara en él, entre sus piernas―. Aro mandó a esos dos para comprobar
si era verdad.
Puse mis palmas sobre el
dorso de sus manos y entrelacé mis dedos con los suyos.
―Y también querían llevarse
a Jacob ―declaré, todavía con el susto en el cuerpo.
―Sí, qué idiotas ―se rio con
desdén―. Como si pudieran llevarme tan fácilmente.
―¿Querían llevarte ante Aro?
―preguntó mi padre, muy sorprendido―. ¿Vinieron para llevarte con ellos?
Mis dedos apretaron mi
amarre.
El semblante de Jacob volvió
a ponerse serio.
―Sí, ¿por qué? ¿Qué pasa?
―Es muy raro ―afirmó papá,
paseando por la habitación―. Alice no ha visto que Aro cambie su decisión.
¿Para qué querría llevarte? ―se paró, frotándose la cara, pensativo―. Sin
embargo, solamente mandó a dos vampiros. Dos vampiros para llevarse al enorme e
impresionante Gran Lobo…
―Hombre, gracias por el
cumplido ―sonrió abiertamente―. Hoy estás del todo, tío.
―Aro sabe que eres muy
fuerte… ―siguió cavilando mi padre, sin hacer caso del comentario de Jacob―. Es
raro que solo haya mandado a dos vampiros para llevarte…
―En realidad, uno y medio ―apuntilló
Jake―, porque uno de ellos ni se movía, era igual que un poste.
Mi padre salió de su nube
para mirarle.
―¿Cómo?
―Había uno pelirrojo que
solamente miraba ―le contesté yo.
Mi mente comenzó a recordar
las imágenes de lo ocurrido para que él las viera. El semblante de mi padre se
iba endureciendo más conforme veía a través de mi cabeza.
―Enguerrand y Moïse ―señaló
con gesto grave.
―¿Los conoces? ―preguntó
Jake.
―Moïse estuvo en casa hace
unos cuatro años.
―Eso dijo, pero yo no me
acuerdo de él y Nessie tampoco. Aunque, claro, venían tantos y todos eran tan raros,
que ya no me molestaba ni en intentar distinguirlos.
―No se dejó ver mucho ―aclaró
mi padre―. Estuvo una semana y se marchó sin apenas despedirse.
―¿Y el Zanahorio?
Mi padre puso los ojos en
blanco, sin embargo, no pudo evitar que se le escapara una sonrisilla. Se
aclaró la voz y habló con sobriedad.
―No sé mucho acerca de él ―confesó―.
Es uno de los pupilos más preciados de Aro, él mismo lo creó hace unos siglos.
Le es muy útil porque es capaz de grabar imágenes en su mente, como si filmase
una película. Aro lo envió a muchas batallas para que se las grabase, luego, él
las veía mirando en su mente. Eso le divertía.
―¿Quieres decir que nos
estuvo grabando en vídeo? ―Jacob no salía de su asombro.
―Sí.
―¿Y para qué? ―inquirió,
extrañado.
―No lo sé ―mi padre comenzó
a pasear nerviosamente otra vez―. Eso es lo que me tiene desconcertado. Aro solo
mandó a dos vampiros para llevarte con ellos, sin embargo, aunque Enguerrand es
muy inteligente y es un gran luchador, solamente se limitó a grabar, y Moïse es
fuerte, pero no lo suficiente como para vencerte solo y poder llevarte vivo
hasta Volterra. Normalmente Aro enviaría un séquito preparado con jaulas y
cadenas, como se hizo con la caza de licántropos.
―¿Ja-jaulas y cadenas?
¿Caza? ―repetí con un murmullo, asustada.
Jake me dio un beso en la
sien para tranquilizarme.
―Pues no envió nada de eso,
solamente a ese estúpido sin cabeza de Moïse y al cinéfilo pelirrojo.
Papá siguió su paseo,
frotándose la barbilla y la cara sin parar, con la vista en el suelo, reflexionando.
―No sé qué es lo que
pretende ―expresó del mismo modo.
―Cuando se marcharon, Moïse
dijo que no se había terminado, que solo era un aviso ―recordé, mordiéndome el
labio con preocupación.
El semblante grave de mi
padre se levantó de sopetón.
―Eso quiere decir que
volverán, y lo más seguro es que la próxima vez vengan acompañados. Hablaré con
Carlisle. Tendremos que estar muy atentos y vigilantes.
Su voz, que reflejaba
fielmente lo expresado por su rostro, hizo que mi estómago pegara un salto y
mis manos volvieran a apretar su amarre inevitablemente.
:O Dios mío de capitulo xd me dio un ataque de risa en esta parte: papá enmudeció cuando bajó la mirada a la entrepierna de Jacob, y se le quedó una cara de impacto, que me dio una vergüenza terrible. Jajajajaja no lo supero, me pareció muy cómica.
ResponderEliminarDéjame decirte que me has dejado impresionada, una vez mas, con este capitulo, ya veo por que decías “zona caliente” xd
Me han surgido unas preguntas las cuales me gustaría que me respondieras, y son las siguientes:
¿Todos los capítulos que siguen van a ser así? Me refiero a que si solo van a tratar de como tu dices “zonas calientes”
¿Ya no van a haber más celos con Brenda?
Bueno solo son esas las inquietudes que tengo con respecto a la historia.
Te felicito de nuevo, lo haces muy bien, ¡no dejes de hacerlo!
Seguiré fielmente tu historia ya que es mi favorita (:
Mi nombre es Gene por si quieres saber ya que siempre comento y pongo Anónimo x)
Chaiitoo ♥
Hola, Gene!!
ResponderEliminarJajaja, eso de Edward tb le hizo mucha gracia a mi hermana cuando lo leyo XDD
Sobre lo de "zona caliente" me refiero a que es una etapa del libro donde Jacob y Nessie, bueno, ya sabes XDD , pero no toda la historia va de eso, como has visto. Hay muchas otras cosas que pasan y que seguiran trayendo problemas ;) Pobrecitos, dejamelos que disfruten un poco, despues de estar tanto tiempo separados y de que Jacob esperase tanto por ella... XDD
Todavia quedan muchas cosas por pasar, ya lo veras ;)
Y Brenda ya veras, ya... Te vas a quedar asi O-O , jajajajaja.
Bueno, espero que te siga gustando ^^
Ya colgare mas capis.
Muchas gracias por ser tu historia favorita :º), me hace mucha, mucha ilusion, de verdad.
Un besazo enorme y gracias por leerme!!
MUCHAS GRACIAS por responder a mis preguntas, ya que tenia una inquietud muy grande con respecto a eso (:
ResponderEliminar:OOO con lo que me dices déjame decirte que NO ME AGUANTO, NO ME AGUANTO tengo muchas pero muchas ansias por saber que pasara!
De nada, seguiré leyendo tus capítulos hasta el infinito y mas allá xd
Un beso grandísimo para ti ♥
Gene(:
ala hasta ahorita termino de leerlos! y woowww encerio me a atrapado la historia ya sabes!
ResponderEliminarme encanto el apodo "zanahorio" xD
ya quiero mas capitulos encerio tu hitoria es genial! ;D
Hola Tamara,
ResponderEliminarEste nuevo bloque realmente está cargado de mucha sensualidad y sentimiento.
En primer lugar, me encanta la manera tan sublime como describes esa fuente de sensaciones diversas, que sienten Nessie y Jacob, sobre todo, la pureza presente que tienen ambos en el acto espontáneo de buscar ese contacto físico.
¡Narras las escenas cargadas de sensualidad y belleza con tanta naturalidad, que realmente sientes como lector, que tú también estás viviendo esa experiencia!
Ciertamente, podemos apreciar que tanto Nessie como Jacob han crecido. Ahora que ambos tienen claro sus sentimientos, tendrán la fuerza necesaria para enfrentar los retos que le imponga la vida.
Me parece que Edward, sigue “chapado a la antigua” aunque diga que ha vivido los cambios de su generación a la de ahora. Entiendo que desde su punto de vista como padre, sea muy difícil adaptarse a esos cambios, pero Jacob y Nessie han madurado lo suficiente como para tomar sus propias decisiones con responsabilidad.
Y Bella pues, no me gustaría estar en sus “zapatos”. Debe ser muy duro estar confundida sin entender el por qué. Seguramente Edward la ayudará a aclarar sus sentimientos con el amor y la paciencia que le caracterizan.
Como siempre, te felicito por lo impecable de tu trabajo. La verdad es que nos maravillas cada vez más, con la habilidad innata que posees de transmitirnos todo ese cúmulo de sensaciones diversas que viven tus personajes…
¡Y al igual que el resto de tus lectoras, estoy ansiosa por leer lo que sigue!
Continuo “enganchada” a tu Historia…
Un beso grande.
Isa
haaaaa...!!!esto me encanta...!!!esta super tu historia...!! de verdad eres una super escritora...!!!apenasempese a leer ac unos dias...!!!pero ya estoy clabadisima contu historia...!!!
ResponderEliminarby:mari cdño
¡Hola, mari!
ResponderEliminarMuchas gracias por darle una oportunidad a mi libro!!! Me haces muy feliz!!! Y muchas gracias por eso tan bonito que me pones =º)
Pues espero que te siga gustando la historia y luego te animes con la continuación xDD
Lametones para ti!!!
¡HOLA!, SOY NOVIEMBRE. QUIERO RECARCAR DE ESTOS EPISODIOS QUE HE REIDO A CARCAJADAS,CUANDO LE DICE(QUE ELLOS SE VAN A ALASKA PERO QUE PUEDEN VENIR
ResponderEliminarTODOS LOS FINES DE SEMANA; Y DICE JACO QUE DE ESO NADA QUE ES MUCHO), O CUANDO LA ENTREPIERNA Y SE TIENE QUE TAPAR CON UN COJIN; EN FIN ME HE REIDO MUCHO. QUE AGONIA SIEMPRE SE QUEDAN A MEDIAS PORQUE LOS PILLAN.
COMO VERAS ESTOY DISFRUTANDO DE LO LINDO CON TU HISTORIA.
NO TE HAS PLANTEADO LLEVAR A TELEVISIÓN TU LIBRO PARA QUE LO TRANSMITAN COMO
SERIE TELEVISIVA, Y PUEDAN MÁS GENTE DISFRUTAR Y VIBRAR CON EL RELATO. (CON
LOS MISMOS PROTAGONISTAS DEL CINE.SERIA UNA BOMBA SEGUIR TODOS DIAS Y VER ESE CUERPAZO DEL LOBO. BESOS
Hola, Noviembre!! (qué nombre más bonito =) )
ResponderEliminarMuchas gracias por tus palabras, por esas cosas tan bonitas que me has puesto =º)
Me alegro mucho de que te esté gustando tanto la historia y de que te hayas reído con esos capis xDD
Sobre lo de llevarlo a la tele, jaja, bueno, si los personajes fueran míos, hubiera publicado el libro, pero como pertenecen a Stephenie Meyer, pues no hay nada que hacer, jaja, primero habría que pedirle permiso a ella xDD Pero tu propuesta no estaría nada mal, la verdad xDD
Muchas gracias por darle una oportunidad a mi historia y leerla!!!
Lametones!!!
Pero podrías canviar los nombre ¿no?
EliminarPor cierto me e reído mucho y de 12 historias diferentes esta es la mejor que me e leído
Q apasionado te salió este libró
ResponderEliminarMe agrado q le pusieras una pizca de peligro
Deberías enviarle los libros a la auctora de twilight para hagan una peli aunque no se comparen con la imaginación
Bueno al siguiente libro
Te quiero
K=D
Wow dejañe decirt q enserio esta historia es increible te atrapa esta tan bien adaptada q como ya t an dicho un comentario uno como lector siente las emociones esta increible muchas felicidades y dejame decirte q tu serias un escritora magnifica y ps si tienes otras cosas q has escrito me encantaria leerlas enserio tu me dist inspiracion para hacer algo q siempre e querido hacer escribir pero la verdad siempre me da sierto miedo d escribir temo q no les guste pero no se leer DESPERTAR me animo y ya e empezado a escribir una pequeña historia grasias por darnos algo q muchos twilighter quisimos la continuacion de amanecer y queria saber tambiien si te gustaria compartir tu historia en un grupo de facebook para q mas jente lea esta maravillosa historia q has escrito
ResponderEliminarescribes increible enserio C; te dejo mi correo me gustaria hablar contigo y pueda darme algunos consejos grasias
*
zury-bowerjames@hotmail.com
Hola Zury,
EliminarEn primer lugar, muchísimas gracias por haberle dado una oportunidad a mi particular continuación de la saga Crepúsculo, me ha encantado tu comentario. Perdona si no te he contestado antes, pero mi tiempo libre cada vez es más reducido. Muchas gracias por tus bonitas palabras y todos esos halagos que me pones, ¡eres encantadora! Espero que escribas mucho, yo te animo a ello, y no tengas miedo si escribes algo y no gusta; al principio es normal cometer muchos fallos, o no terminar de conectar con los lectores, pero todo eso requiere práctica y se acaba aprendiendo ;)
Sobre si tengo más libros, sí, ahora estoy inmersa en una nueva saga llamada Los Cuatro Puntos Cardinales. No tiene nada que ver con Crepúsculo, pero también va de amor, fantasía, magia, acción, aventuras... Lo primero que quiero es dejar muy claro que esto NO SON FICS, son libros como los que se venden en las librerías, con todos los registros legales en las instituciones y administraciones españolas, en la Propiedad Intelectual, en el Ministerio de Cultura español, etc, de hecho, los estoy vendiendo en una librería virtual, por llamarlo de algún modo, en una página web que se dedica a publicar libros de auto edición o auto publicación (Bubok), ya que soy yo misma quien lo saca a la venta (no tengo editorial). Los libros forman parte de una saga de cuatro. Como he dicho, la saga se llama LOS CUATRO PUNTOS CARDINALES, y consta de 4 libros: NORTE (ya publicado), SUR (también publicado), ESTE y OESTE, éstos últimos aún sin escribir (ya estoy terminando Este). Norte se puede descargar gratis y Sur está a la venta, pero solamente cuesta 2€, ¡prácticamente lo regalo! También he hecho una PÁGINA WEB DE LA SAGA, te dejo la dirección, por si te interesa saber más:
www.tgp7904.wix.com/los4pc
- Como te dije, NORTE se puede descargar GRATIS ;) Puedes descargártelo aquí, si te interesa:
http://www.bubok.es/libros/219589/Los-Cuatro-Puntos-Cardinales-Norte
- Descarga de SUR, en varios países:
En Bubok España (2,00€): http://www.bubok.es/libros/226442/Los-Cuatro-Puntos-Cardinales-Sur-2-novela-de-la-saga
En Bubok México (33.00$(MXN)) http://www.bubok.com.mx/libros/195524/Los-Cuatro-Puntos-Cardinales-Sur-2-novela-de-la-saga
En Bubok Argentina (15,00$(ARS)): http://www.bubok.com.ar/libros/195681/Los-Cuatro-Puntos-Cardinales-Sur-2-novela-de-la-saga
En Bubok Colombia ($ 4.900 / USD 2,74): http://www.bubok.co/libros/213468/Los-Cuatro-Puntos-Cardinales-Sur-2-novela-de-la-saga
El eBook puedes adquirirlo donde quieras, el cambio de moneda se hace automáticamente con el pago de tarjeta de crédito ;)
Sobre colgar mi historia en ese grupo de Facebook, me gustaría que primero me dijeras qué grupo es, para echarle un vistazo. Y luego ya te diré si lo colgamos o no, ¿de acuerdo? ;) Muchas gracias por leerme y por las cosas tan bonitas que me has dicho.
¡Un lametón lobuno para ti!
Ah, y sobre aconsejarte en tu literatura, no sé si yo estoy para aconsejar mucho, jajaja, pero bueno, aquí estoy ;)
Eliminarhola me llamo Aymara soy de Venezuela y tu historia me ha gustado mucho me parece genial que escribieras sobre renesme y jacob,y su historia de amor esta cargada de mucha pasión.
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