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jueves, 12 de abril de 2018

MALAS RELACIONES. OESTE


¿Te atreves a vagar por las tinieblas de las Tierras del Oeste? Recorre el Norte, el Sur y el Este y concluye este maravilloso viaje en el Oeste ;)


«La mano negra se detuvo bruscamente al verse en serio peligro. Después, profirió un alarido rabioso y se esfumó. 

Todos se habían quedado tan estupefactos, que nadie hizo nada cuando los guerreros de Gälion se subieron a los pajarracos e hicieron mutis por el foro despegando a toda prisa.

Cabeceé para espabilarme yo también.

―¡Mierda, se escapan! ―protesté cuando vi que se alejaban volando.

Nadie pareció escuchar mi queja.

―¿Cómo has hecho eso? ―exhaló Mark con el semblante bañado en admiración.

Mierda, los demás me miraban igual.

Suspiré y me acerqué a la sacerdotisa, aunque ella ya estaba viniendo hacia mí.

―¿Estás bien? ―intenté que mi voz sonara indiferente, pero al ver su rostro y sus ojos creo que mi truco falló.
―Sí, ¿y tú? ―inquirió, estudiando mis heridas preocupada.
―Sí, sí, yo estoy perfectamente ―le contesté con un aire despreocupado.

Un momento, ¿estaba haciéndome el duro para ligármela? Joder, ¿pero qué coño me pasaba?

―¿Y vos, estáis bien? ―le preguntó al príncipe, girándose hacia él.

El muy idiota puso cara de pena para dar lástima.

―Bueno, lo cierto es que siento todo el cuerpo dolorido, y tampoco acostumbro a sangrar de esta manera ―se lamentó con tono y gesto pusilánimes mientras se frotaba el brazo―. Las garras de esas aves son realmente afiladas.

Venga ya, no me jodas. ¿Ese pijo estaba haciéndose el mártir para ligársela?

―Déjadme ver ―le pidió ella, echándole un vistazo al antebrazo con inquietud. Una mueca de dolor atravesó su rostro al ver los alargados y finos cortes que apenas sangraban ya―. Lo siento mucho, todo es por mi culpa.

Fruncí el ceño. Pero si no eran para tanto. ¿Y los míos?

―Por supuesto que no ―le calmó él con la dulzura propia de un gorrioncillo. Mi boca comenzó a colgar conforme escuchaba―. Todos estamos aquí para ayudarnos mutuamente. Hoy os tocó a vos recibir ayuda. Mañana tal vez sea yo, o cualquiera.

La sacerdotisa le dedicó una sonrisa que agujereó mi estómago como si fuera ácido. Estaba empezando a arrepentirme de hacerme el duro…

―¿Cómo lo has hecho? ―repitió Mark, que se había quedado estancado en la batalla.

Puse los ojos en blanco y suspiré otra vez.

―Pues como hago siempre. Dejo que mi dragón se libere y…
―No, me refiero a lo otro ―me corrigió, fascinado. Me paré a observar a los demás. Todos me miraban de la misma forma, todos me hacían la misma pregunta que Mark―. ¿Cómo has hecho para que tu katana y el látigo pudieran pelear físicamente con la magia negra de Yezzabel?

Vale, reconozco que me quedé sin respuesta, porque ni yo mismo lo sabía.

―No… no lo sé ―admití, pensativo.

¿Y yo qué cojones sabía?

Lucy y Liam aparecieron después de salir de su escondite.

―¡Guau, ha sido increíble! ¡Guau! ―exclamó Lucy con una expresión iluminada, llevándose las manos a los pelos como una de esas seguidoras fanáticas de un grupo de rock.

Genial.

Sin embargo, ambos se percataron de los cuerpos desparramados que se hallaban en el suelo y sus semblantes se transformaron. Palidecieron tanto, que creí que se iban a poner azules.

―Creo que voy a vomitar ―balbuceó Liam, dándose la vuelta con la mano en esa boca suya amenazada por una arcada.

Lucy se fue con él para asistirle.

―Mierda… ―farfullé, restregándome la cara.

Sabía que este momento iba a llegar, pero creo que iba a ser más difícil de lo que me había imaginado.

―Lo dicho, un día de estos me va a dar un infarto… ―reiteró Oliver, secándose el sudor de la frente con un pañuelo blanco y pulcro cuyos bordes estaban rematados con unas prolijas puntillas. 

La sacerdotisa movió su pie y su bastón para acompañar a su prima y mi hermano, pero me di cuenta a tiempo y la detuve.

―No, tú te quedas a mi lado. Quiero que no te separes de mí ni un milímetro ―le ordené con una mirada fija e inflexible.

Su primera reacción fue el asombro. Luego su boca esbozó una ligera sonrisa.

―Sí ―asintió, dejando que su mirada me ratificara que no pensaba hacerlo.

Casi diría que literalmente.

Carraspeé.

―¿Cómo han podido saber nuestra posición? ―inquirió Jessica, nerviosa.

Salí disparado de mis pensamientos y me paré a reflexionar un segundo. 

―Somos nosotros ―opinó Tom―. Somos muchos, dejamos huellas muy claras.
―Es imposible, no puede ser ―rebatió Martha―. Siempre somos extremadamente discretos, y nos hemos cerciorado de no dejar pistas.
―Pues esta vez Yezzabel nos ha pillado ―resopló Ágatha.
―Son los protectores ―les achacó Peter, contemplándoles de arriba abajo con mala cara.
―¿Qué estás diciendo? ―se quejó Bryan, observándole de igual modo―. Somos tan sigilosos como podéis serlo vosotros.
―¡Ja! ―exclamó Danny con burla.
―Sí, claro, en vuestros sueños ―replicó Jack.

Mis palabras evitaron que el protector lo rebatiera.

―El veneno solo era una distracción para que no avanzáramos. Necesitaban tiempo para alcanzarnos ―mascullé.
―Bueno, ¿y qué hacemos? ―preguntó Luke.

Esta vez ni me lo planteé.

―Tenemos que dividirnos ―decreté con determinación.
―¿Dividirnos? ¿Estás seguro? ―se cercioró Mark.
―Sí. Si nos dividimos, engañaremos a Yezzabel durante un tiempo. Eso nos dará un margen y algo de ventaja. Vosotros continuaréis por esta ruta, así pensará que se mueve todo el grupo. La sacerdotisa y yo nos iremos solos ―el rostro de la susodicha pareció ser enfocado con una luz y sus ojos volaron hacia mí―. Nos reuniremos en el poblado rakah y partiremos juntos hacia el castillo de Kádar desde allí. La tribu nos dará su protección, incluso puede que la ayuden a recuperar su magia.
―¿Iréis vosotros solos? ―cuestionó el príncipe, mordiéndose su fino y pálido labio―. ¿No será… peligroso?

Me dio la impresión de que ese «peligro» al que se refería el pijo era muy distinto al de tener que enfrentarse a la magia negra de Yezzabel. Sí, me encantó que se viera amenazado por ese «peligro» y mi boca se curvó en una media sonrisa maliciosa.

―Conmigo no podría estar más segura ―afirmé sin tapujos ni dudas. Entonces, le clavé una mirada llena de doble sentido―. ¿O es que estaría más segura contigo?

El principito enrojeció y se vio en una encrucijada por un momento, pero parpadeó cuando reaccionó.

―No estoy diciendo eso ―alegó, aún rojo―. Por supuesto que con quien más segura se halla es contigo, eres el Dragón. Sin embargo, no veo por qué no ha de acompañaros nadie más.

Ya estábamos. Una de cal y otra de arena. Arg, que tío más repelente.

―¿No me has oído o es que no lo has pillado? ―gruñí.
―Nathan ―empezó a regañarme Mark entre dientes.
―No discutáis, por favor ―rogó la sacerdotisa.
―Cuantos más seáis vosotros, mejor será nuestra tapadera ―seguí, sin cesar en mis malos modos―. Y si vamos la sacerdotisa y yo solos será más fácil que pasemos desapercibidos. Dos se esconden mejor que tres o que cuatro.
―Yo estoy de acuerdo con Nathan, alteza ―me apoyó la propia sacerdotisa, interviniendo con la rapidez de una liebre.

Mis amigos y ella se dedicaron unas miradas cooperativas que no comprendí. 

―Pero… ―trató de objetar el príncipe, contrariado.
―Es lo mejor ―opinó Danny en nombre de todos, inmediatamente después de esas miradas.  

Bajé las cejas con extrañeza.

―Siento profundamente tener que admitirlo, pero, mal que me pese, en este caso Nathan tiene razón, alteza ―terció Oliver con un mal gesto que delataba lo que le costaba darme el tanto a mí―. Es un buen plan. Él es el Dragón y acabamos de ver que es muy capaz de proteger a la sacerdotisa. Ninguno de nosotros podría protegerla igual, carecemos de ningún poder o ayuda sobrenatural ―y remarcó la última palabra con un desaire que no me gustó nada.
―Lo dices como si mis méritos me los hubiera ganado por enchufe o algo así ―refunfuñé.
―Solo digo que ganar batallas con ayuda es más fácil.

Tócate los huevos.

―Oye, desgraciado, antes de tener ese poder ya ganaba batallas que tú ni siquiera imaginarías, a ver si te enteras ―protesté, echándome hacia delante para discutírselo frente a ese asqueroso careto suyo.
―Nathan ―me riñó Mark de nuevo, esta vez sujetándome del antebrazo.
―Además ―continué, haciendo caso omiso de mi amigo―, ese poder no explota siempre, gilipollas, ni siquiera lo hace todas las veces que a mí me gustaría.
―De acuerdo, de acuerdo ―medió el príncipe, metiéndose en el medio de los dos―. Nosotros iremos por un lado y… ―su frente se llenó de pinchacitos― Juliah y tú por otro.
―Por supuesto, me la llevo de aquí ya ―dije, agarrando a la sacerdotisa de la mano.

No solo mi acción sorprendió a todos. Yo mismo fui consciente de repente del matiz amenazante y sobreprotector con que lo había hecho. Los ojos de la sacerdotisa se anclaron en mí con la misma esperanza que habían destilado en la Entrada Real.

Maldición. Solté su mano y desvié la vista hacia otro lado.

―Llévatela ya, venga ―me instó Mark con calma, esbozando una media sonrisa.

Sesgué el semblante hacia él y la primera parte de nuestra conversación del día anterior volvió a relucir en el hueco de mis recuerdos. 

Tenía que haberle bufado.

Pero en lugar de eso al idiota de mí lo que le salió fue devolverle su mirada cómplice».