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viernes, 10 de noviembre de 2017

¿A QUÉ TIERRA PERTENECES? NORTE


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«Intenté buscar un tema más alegre, algo más trivial, algo que no tuviera nada que ver con todo lo que pasaba aquí. Entonces, me acordé del baile de disfraces de la universidad. No tengo ni idea de por qué aparecía eso en mi memoria en un momento como este, pero cuando quise darme cuenta, mis ojos ya estaban mirando a Nathan y mi labio inferior ya estaba siendo mordido.

¿Y si le pedía a él que viniera a ese baile conmigo? Puede que aquella ocurrencia de Lucy no fuera tan mala, aunque no con el matiz que ella quería darle, por supuesto. 

―Nathan ―le llamé, cortada.

Una vez más, giró el semblante hacia mí.

―Dime.

Tragué saliva y aparté la vista de sus ojos para atreverme. Dios, ¿por qué me ponía tan nerviosa con esta tontería? Éramos mejores amigos, como acabábamos de confesar, ¿no? Había confianza de sobra.

―¿Tienes… tienes pareja para ir al baile de disfraces de la universidad del próximo sábado? ―murmuré, no obstante.

¿Sería idiota? ¿Cómo no iba a tenerla? Menuda forma de pedírselo tan ridícula. Él enarcó las cejas.

―¿Me estás pidiendo que vaya al baile contigo? ―sonrió, sorprendido.

Volví a tragar saliva.

―Solo como amigos, claro ―aclaré.

¿Y ahora por qué hacía esta estúpida aclaración? Tonta, tonta, tonta…

―Guau, antes no querías ni sentarte a mi lado y ahora me estás pidiendo que vaya al baile contigo, increíble ―se burló.

Le di un pequeño codazo en el costado y él se rio.

―Venga, esto va en serio ―me quejé.
―¿Qué pasa? ¿Es que tu pijo de Boston no va contigo? ―inquirió, más sorprendido todavía.
―No, no puede. Tiene mucho que estudiar ―suspiré.

Nathan giró la cara hacia el otro lado.

―Ese tío siempre tiene que estudiar ―me pareció que mascullaba para sí. 
―¿Qué? ―pregunté.

Lo dijo tan entre dientes, que apenas le entendí.

―Nada ―exhaló, volviendo el rostro hacia mí.
―Bueno, ¿qué me dices? ¿Vendrás conmigo? ―repetí, sonriente.

Sus pupilas permanecieron fijas en mí durante unos segundos, hasta que se mordió el labio y las llevó al frente, algo pesaroso.

Oh, oh…

―Pues, verás, la verdad es que me encantaría ir contigo, July, pero no sé si voy a poder ir al baile. Es casi seguro que tendré que quedarme por las Tierras del Norte ―y soltó un resoplido disconforme.

Todas mis ilusiones se vinieron abajo de sopetón.

―Oh ―esto se notó en mi entonación.
―Mierda, lo siento, July ―lamentó profundamente, apoyando la cabeza en la pared de madera para fijar la vista en ese techo curvo.

Su brazo seguía envolviendo mi hombro, pero él no parecía prestarle la misma atención que yo.

―No pasa nada ―le calmé, extrañada por que se lo tomara tan a pecho.
―Sí, sí que pasa ―me contradijo, regresando su semblante hacia mí. De repente, se quedó observándome con disgusto, apretó los labios y, girando la cabeza hacia delante, la dejó caer sobre el paramento otra vez, descontento―. Mierda, me muero de ganas de ir contigo a ese baile. 

¿Que se moría por venir conmigo al baile? ¿Él? Eso sí que me dejó perpleja.

―No… no importa ―le contesté, llevando la vista al frente con nerviosismo―. Tienes obligaciones, lo comprendo.

Me froté las rodillas con las manos mientras Nathan ya separaba su coronilla de la pared para mirarme. Cuando viré la cara hacia la suya, me sorprendió ver esa mirada llena de determinación. Mi corazón pegó un salto enorme, casi tan grande como el estruendo que sonó afuera debido al rayo que acababa de azotar al cielo. Tomé aire por la nariz con fuerza para apaciguar el revuelo que se formó en mi abdomen, pero lo único que conseguí fue que su maravillosa y seductora fragancia llegase con más ahínco a mi sentido del olfato. Genial.

―No te preocupes. Intentaré ir, aunque solo sea un rato para bailar contigo, te lo prometo ―me garantizó con voz y gesto seguros.

Me quedé sin saliva que tragar. Me pellizqué la rodilla con disimulo para obligarme a reaccionar.

―¿Ba-bailar? Pero yo… estoy coja, Nathan ―le recordé con un murmullo, desconcertada por que se olvidase de ese pequeño detalle.
―Ya, ¿y qué más da? Nos las arreglaremos ―respondió, tan tranquilo, encogiéndose de hombros al tiempo que rotaba la cara al frente.

No me lo podía creer. ¿Estaba soñando? ¿Me estaba diciendo que iba a bailar conmigo en un baile a rebosar de gente?

―¿De verdad vas a bailar conmigo? ―interrogué sin creérmelo todavía.

Me miró de nuevo.

―¿No quieres bailar? 

¿Que si no quería bailar? No era mi sueño, pero casi. Sin embargo, también conocía mis limitaciones.

―Sí, pero… Es que… yo nunca he bailado ―confesé, ruborizada.
―¿Nunca has bailado? ―se sorprendió.
―No.
―¿Ni siquiera con tu pijo de Boston?
―No, él sabe que no puedo bailar.
―¿Sabe? ―se percató, alzando las cejas, incrédulo―. Ya veo, así que ha sido él quien te ha metido eso en la cabeza, qué imbécil ―chistó, sesgando la cara hacia el otro lado.
―Nathan ―le regañé, pegándole un manotazo en la pierna.
―Bueno, pues tú y yo bailaremos ―afirmó, mirándome con decisión.
―Pero haremos… Haré el ridículo ―le advertí, llena de dudas.
―De eso ni hablar, ya verás qué bien te sale ―siguió, en sus trece―. Cuando vuelvas a ver a tu pijo de Boston, serás tú quien le tengas que explicar cómo se baila.

Yo no las tenía todas conmigo, pero no pude evitar sonreír cuando soltó esa frase.

―Pero si ni siquiera sabes si puedes ir o no.
―Iré ―aseguró esta vez, firme―. Eso sí, no te prometo mucho tiempo, porque solamente podré escaparme un rato. Ya sabes que una hora de Wilmington equivale a un día de aquí.
―¿Lo dices en serio? ¿Harías… harías eso por mí? ―musité.

Sus ojos se internaron en los míos y mi cuerpo tembló.

―Yo haría cualquier cosa por ti, lo sabes. Eres mi mejor amiga ―me recordó.

Volví a pellizcarme.

―Entonces, ¿vendrás conmigo al baile? ―sonreí, alegre.
―Sí, claro, te lo estoy diciendo ―suspiró, haciéndose el tipo duro.
―Oh, Nathan, gracias ―mi sonrisa se amplió y me lancé a su mejilla para darle un efusivo beso.
―Vale, vale, vas a gastarme la cara ―protestó de mentira, apartando su rostro.

Solté una risilla y me separé del mismo».






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