Bucea en las profundidades de 💦 SUR 💦
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«El azul marino volvió a envolverlo todo, junto con más corrientes frías, más burbujas y ese sonido acuático que taponaba mis oídos. Pero yo solamente podía estar a una cosa. A Nathan. Le busqué desesperadamente entre todo ese reflujo burbujeante, y entonces, cuando escuché las voces y mi rostro se giró con rapidez en esa dirección, mis párpados se alzaron aún más.
Varias sirenas se revolvían alrededor de Nathan, rodeándole sin cuartel para intentar seducirle con sus cánticos. Sus torsos de mujer, que tan solo eran cubiertos por dos conchas que ocultaban sus senos, eran esbeltos y perfectos, haciendo gala a su precedida fama mística. Sus cabellos eran largos, kilométricos, sedosos a la vista, danzaban con el agua como si esta los acariciase, como si los peinase con sus dedos formados por las corrientes. Sus rostros de ninfas eran demasiado bellos, incluso para una fémina; eran anacarados, hermosos, y lucían unos brillos blancos realmente bellos en los pómulos que hacían de su belleza algo aún más mágico. Las conchas que utilizaban para taparse diferían de unas sirenas a otras, correspondiendo a distintos moluscos, sin embargo, sus colas de pez eran todas de color verde oscuro y terminaban en una alargada aleta caudal de un verde más claro que se bifurcaba en su final. Parecía de gasa. Al contrario de lo que yo creía, sus voces eran muy dulces y melódicas, bonitas, y entonaban una única canción parecida a una nana que solo constaba de melodía.
No podía creerlo. Eran… sirenas. Esos seres mitológicos existían de verdad…
Aunque se trataba del mismo cántico, cada sirena la cantaba a su aire, tratando de encandilar a Nathan por su cuenta. Esto, y que hubiera empujones y rencillas entre ellas, hizo que enseguida me percatara de que estaban compitiendo y peleándose por él. Nathan intentaba esquivarlas y se removía para impedir que se acercasen más, si bien ellas trataban de retenerle, sujetándole de los brazos y de los hombros. Ya estaba a punto de ir hacia allí, por supuesto, pero cuando vi que una de ellas se atrevía a tocarle el torso, reaccioné con más ímpetu.
No eran tontas, no; y ciegas se ve que tampoco. Apreté los dientes y los puños y me abalancé hacia ese embrollo sirenil para impedir que consiguieran seducirle. Además, Nathan ya comenzaba a quedarse sin aire.
No tengo ni idea de cómo lo logré en esta ocasión, pero mis piernas pasaron olímpicamente de ese faldón blanco que se enredaba continuamente con ellas y buceé con celeridad. Mi pierna izquierda se resentía con cada vaivén y la corriente me succionaba y me rechazaba sin cuartel, poniéndome las cosas realmente difíciles, sin embargo, eso también me dio igual.
Con un esfuerzo tremendo, conseguí llegar al meollo y agarré a la sirena de la mano larga por detrás, sujetándola por el hombro para apartarla de mi camino y poder interponerme entre Nathan, ella y el resto de sirenas. Estas se apartaron con desagrado cuando me vieron, aunque también parecieron sorprendidas por mi aparición. O tal vez por mi atrevimiento. Tampoco escapó a sus ojos la diadema de sacerdotisa.
Nathan aprovechó para impulsase hacia la superficie y yo le acompañé, dejando a las desconcertadas sirenas abajo. Ambos salimos y cogimos aire. Las olas nos golpearon y nos separaron, aunque Nathan pronto se apresuró hacia mí.
―July, ¿qué has hecho? Vamos, tienes que salir del agua ya ―me azuzó con voz urgente e inquieta mientras me cogía del brazo para sacarme de allí.
―No, no me iré sin ti, y sé que no te dejarán en paz, no te dejarán marchar del agua ―alegué nerviosamente.
―A mí no pueden…
Antes de que terminara, Nathan volvió a hundirse súbitamente en la profundidad.
―¡NO! ―voceé, observando el lugar por donde había desaparecido mi guerrero con horror».
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