«Mientras Nathan regañaba a sus compañeros, mis ojos se desviaron momentáneamente hacia el otro lado. Sus múltiples y numerosas armas reposaban en el terreno, pero su katana sobresalía entre todas ellas. Primero me mordí el labio, y después terminé tirando mi bastón para agacharme a coger el sable.
―Está bien, no te enfades, os dejaremos tranquilos ―accedió Tom con demasiada facilidad, ya levantándose del sitio―. Daremos un paseo y volveremos más tarde.
Le tendió la mano a Martha, ofreciéndole otra flor al mismo tiempo, y ella, sonriente, agarró las dos cosas para ponerse de pie. Eso fue lo último que vi de esa escena, pues ya me centré en la katana que tenía en mi poder.
La desenvainé con rapidez y decisión, sin más dilación, dejando que la funda negra se precipitara al terreno. Sostuve la katana en alto con las dos manos y la observé casi con deslumbramiento, girando su filo para provocar al fulgor de su fino acero. Este respondió a mi reto y destelló un golpe de brillo que nada tenía que envidiar al de una estrella, a pesar de que el astro rey había desaparecido sobre la niebla. Enseguida empecé a sentir todo el poder que esa arma era capaz de otorgar a la persona que la portaba. ¿Sería así como se sentía Nathan cuando la empuñaba?
―Será mejor que dejes eso, es peligroso ―dijo él de repente, dándome un pequeño susto.
Me di cuenta de que Tom y Martha ya se habían ido, así que Nathan y yo estábamos prácticamente a solas, puesto que Mike continuaba roncando bajo el árbol. Me giré hacia mi guerrero y él tuvo que pegar un corto salto hacia atrás para esquivar la punta de la katana.
―¿Tan peligroso como tú? ―sonreí, clavándole la vista con coquetería al tiempo que le apuntaba con el sable.
Sus ojos se internaron en los míos, provocando toda una revolución en mi abdomen, y su boca se torció en una media sonrisa.
―Vamos, dámela ―me pidió, extendiendo la mano.
―Esto me recuerda a esa escena del "Guardaespaldas", ¿no te parece?
―Ya, pero esta katana resulta que es de verdad. Y es muy peligrosa.
―Creía que a ti te gustaba el peligro.
―Y me encanta el peligro ―alardeó, torciendo esa sonrisa todavía más con un mensaje oculto que capté a la perfección. Mi estómago se revolucionó de nuevo―. Pero para mí, no para ti ―matizó acto seguido, poniéndose más serio―. Puedes hacerte mucho daño con eso.
―¿La quieres? Ven a buscarla ―jugueteé, observándole con una sugerencia que ya dejaba claro el síndrome de abstinencia que sufría por sus labios.
Nathan me miró con autosuficiencia, aunque el objeto de mi síndrome volvió a curvarse. Mi guerrero se perdió de mi vista momentáneamente cuando se inclinó. Arrancó una brizna fina de hierba del terreno, una sola, y cuando se puso otra vez en el centro de mis pupilas, la estiró sobre el filo, a unos míseros centímetros del mismo. Nathan no dijo nada más, no hizo falta. Ni siquiera la posó en esa ínfima línea que dibujaba el borde de la katana, simplemente dejó caer la verde y fresca hoja sobre el filo.
Apenas lo había rozado, sin embargo, se tajó en dos partes que descendieron con una descontrolada y ligera rapidez, tomando caminos diferentes.
Exhalé y pestañeé. Sabía que estas armas cortaban lo suyo, pero verlo tan directamente impresionaba, la verdad, y más al percatarme de que podía haberle hecho mucho daño si me hubiera dado por juguetear más. Sin darme opción a reaccionar, Nathan sorteó el sable para acercarse a mí y sujetó mi muñeca, obligándome a bajar los brazos. Lo hice ipso facto, posando su punta en el suelo. Luego, dejé que su mano sustituyera a las mías para tomar el mango y la katana regresó con su verdadero dueño.
Ambos hicimos reencontrar nuestras miradas. Mi estómago se electrizó, esta vez con más ahínco. Se encontraba tan cerca de mí… Su maravillosa fragancia ya me reclamaba… Aunque Nathan parecía más atento a otras cosas.
―Esto no es un juego, July ―me reconvino, serio, recogiendo la vaina para cubrir el arma.
La tiró junto con el resto de sus hermanas menores.
―Lo sé, lo siento ―me disculpé.
Mi guerrero comenzó a pasear, perdiéndose a mis espaldas.
―Tal vez puedas usar tu magia, que no lo dudo, pero si te enseño algunas técnicas de defensa es porque toda precaución es poca. La batalla será muy dura, y no voy a pasar por alto que todavía eres novata.
―Sí, pero…
―No tienes experiencia, eso hará que te agotes con facilidad ―me interrumpió―. Yo intentaré protegerte en todo momento, pero también tendré que luchar. Además, en un momento dado, tu magia podría fallar, y ahí es donde entran las técnicas de defensa personal que te voy a enseñar. Tenemos muy poco tiempo, pero intentaré que practiques un poco de esto y de lo otro.
―De acuerdo ―acepté.
―Quiero que sepas que voy a ser muy duro contigo ―murmuró en mi oído por detrás, de la que volvía al frente.
Me estremecí con su susurro.
―¿Ah sí? ¿Cómo de duro? ―tonteé con una sonrisita alelada mientras aprovechaba para repasar la parte trasera de ese cuerpazo.
Él se giró hacia mí y no sonrió nada.
―Tanto que durante un momento llegarás a odiarme ―afirmó, mirándome con severidad.
Las comisuras de mis labios bajaron en picado.
―Oh ―solo fui capaz de responder eso.
―¿Estás lista?
―Sí, supongo…
―Lo primero que haremos será saludarnos para mostrarnos nuestros respetos ―me instruyó, inclinándose en una reverencia típica de las artes marciales.
―Sí ―y le imité, aunque yo me sentía algo ridícula haciendo esto.
Se irguió y se quedó mirándome fijamente.
―Bien, quiero ver qué es lo que sabes hacer. Voy a atacarte y quiero que te defiendas ―me avisó, adoptando una postura de combate».
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