YEZZABEL 😈
«Dirigí mi bastón hacia Yezzabel vertiginosamente y le arrojé un disparo.
―Mierda, July ―farfulló Nathan, más que inquieto, sacándose la katana de la vaina.
―¡No te metas! ―le pedí, poniéndome delante de él.
No era por orgullo, era por protegerle.
―Joder ―protestó con un gruñido.
Sabía cuánto le costaba mantenerse al margen, pero si luchaba contra la magia perdería una energía preciosa.
Mi chorro anaranjado se precipitó hacia la bruja, sin embargo, esa arpía logró bloquearlo con otro manguerazo negro.
Yezzabel escupió una risotada que me ofendió en el alma.
―¿Piensas detenerme con eso? ―se mofó, y alzando su mano, envió una orden a sus pájaros mitad cuervos mitad buitres.
Apreté los dientes.
―Claro que no.
La horda de pájaros invadió nuestro techo, arrojándose automáticamente hacia el grupo.
―¡En guardia! ―gritó Mark.
En un fugaz latido se inició una lucha encarnizada.
―Ten cuidado ―me pidió Nathan, sesgándole el pescuezo a un pájaro de Yezzabel con su katana.
El animal continuó moviendo sus patas, ya en el suelo, mientras su cuerpo perdía la vida poco a poco.
―Tranquilo, sé lo que hago ―y se me escapó una sonrisita maquiavélica que le dediqué a Yezzabel.
Un fogonazo explotó de mi bastón, y ese fuego se transformó en mi ave Fénix.
―Bueno, pero ten… ten cuidado ―volvió a pedirme mi chico.
Mi ave Fénix dio su aviso con un chillido y se arrojó con furia hacia la bruja. Esa arpía no tardó en responder.
Otra ave Fénix, esta negra, colisionó con la mía, enzarzándose en una pelea. Mientras luchaban, la Bruja Negra soltó otra de sus carcajadas.
―¿Creías que con eso ibas a terminar conmigo? Como ves, yo también puedo crear un ave Fénix.
Su pajarraco cogió a mi ave por el cuello y la zarandeó. Después, le rompió el cuello sin compasión y mi ave de fuego se desintegró.
―Te recuerdo que soy la bruja más poderosa de las Cuatro Tierras, querida ―presumió.
―Ya no ―no titubeé.
Mi ave renació al instante. Sin más dilación, volví a lanzarla contra Yezzabel. Pero se topó con su magia de nuevo. Cuando esa ave negra venció y se arrojó a por mí, Nathan se interpuso con su impulsividad habitual, quitándose de encima a otro pájaro gigante de un sablazo certero.
―Lo siento, pero no puedo quedarme de brazos cruzados ―gruñó con su katana por delante.
De una explosión, mi ave Fénix resurgió y se precipitó hacia el ataque de Yezzabel, bloqueándolo justo antes de que el filo de Nathan se interpusiera.
―De esto me encargo yo ―le reprendí.
―July ―protestó.
Tomé aire mientras conducía a mi ave para que se enzarzara con la de la bruja.
―No es por orgullo, ni nada de eso. Es que no quiero que desperdicies tu energía ―le aclaré, hablándole con más calma―. Si luchas contra la magia, tu energía también se verá mermada.
―Joder, esto es una mierda ―protestó, impotente.
―Tú protégeme de esos pajarracos.
Mi guerrero alzó la vista al ver cómo la sombra de unas enormes alas sobrevolaba nuestras cabezas y cómo un potente graznido ensordecía nuestros oídos.
―¡Joder! ―masculló, poniéndose manos a la obra. Luego, cuando se deshizo de nuestro atacante de plumas, farfulló algo ininteligible―. Mierda, de acuerdo, July ―aceptó por fin, aunque se percibía cuánto le seguía costando―. Acaba con ella.
Eso tenía pensado hacer.
Mi ave Fénix era una marioneta bien dirigida, y yo aprendía rápido. Como en el béisbol, todo era cuestión de estrategia y de cogerle el ritmo a tu rival. En cuanto Yezzabel realizó un quiebro con su ave, la mía la enganchó. El pájaro de la bruja se desintegró en el acto, al igual que haría una efímera ilusión de humo, pero a diferencia de mi ave Fénix, la suya no resurgió; Yezzabel tuvo que crear otra nueva.
Su ave solo era una burda imitación.
―¿Eso es lo único que puedes hacer? ―me burlé con una ceja y mi labio despuntados hacia arriba.
Yezzabel hizo crujir su mandíbula y ella misma hizo desvanecer a su falsa ave Fénix.
―Veamos qué puedes hacer contra esto, jovencita ―amenazó, entornando los ojos con inquina mientras soltaba la caracola. La concha se quedó quieta en el aire, si bien no se despegó de ella en ningún momento. Seguía todos sus movimientos, como un extraño satélite.
El cabello azabache de la bruja y su capa se levantaban con los súbitos arrebatos de la acción del fortísimo viento, dándole un aspecto más fiero, pero a mí me sucedía lo mismo con mi trenza pelirroja, así que supongo que yo también tenía más o menos ese porte. Sus pupilas me apuñalaron sin cuartel mientras sus manos se izaron para componer una maléfica sinfonía de magia. Entre tanto, el grupo continuaba luchando contra sus gigantescos pajarracos. Incluso Daero tenía que emplear su espada. Al tratarse de un príncipe, había recibido entrenamiento en el arte de la lucha, sin embargo se notaba que a Daero no le gustaba la violencia, eso hacía que no fuera tan diestro como el resto. Al menos se defendía, aunque Mark y Oliver mantenían su cabeza a salvo.
La Bruja Negra clamó al sombrío cielo con sus engarrotados dedos en alto y de pronto la tierra comenzó a removerse. Tembló, provocando más de un tambaleo entre los nuestros, y se agrietó después. El viento empezó a girar y girar, aprovechándose de la potencia del tornado que custodiaba el castillo. Varios fragmentos del terreno fueron arrancados por la actividad y se formó un tifón fino y alargado, pero potente. La arenisca y las piedras parecían un enjambre que se centrifugaba sin parar dentro de él.
Recordé las palabras de mi madre. Eso me dio fuerzas y me llenó de confianza. Y sabía que ella, aunque no pudiera salir del Cementerio Oscuro, estaba aquí conmigo de alguna forma. Sí, estaba aquí conmigo, y mi padre también. Quería que se sintieran orgullosos de mí, más orgullosos de lo que ya estaban. Quería que mi madre viera que su sacrificio había merecido la pena.
Mi bastón recogió a mi ave Fénix con súbita presteza. Mirando a la bruja con una sonrisita desafiante, moví la empuñadura de mi báculo en círculos continuadamente. El suelo tembló con otro seísmo, aunque en esta ocasión fue más fuerte y arrancó más trozos de terreno, hasta que modelé otro tornado. El mío fue más alto, tanto, que incluso atraía y tragaba a las mismísimas nubes. El grupo tuvo que aferrarse bien a lo que pudo para no salir volando. Martha aguantó gracias a Tom; Mark, Daero y Oliver formaron un tándem para tener más peso; Mike tuvo que sujetar a Tulio por el tobillo cuando este, aún inconsciente, se elevó; Ágatha se agarró a Basam; Nathan hundió su katana en el terreno y los demás le imitaron. Los pajarracos de la Bruja Negra tuvieron que emplearse a fondo para poder sostenerse en el aire.
―Vamos a dejarnos de juegos, ¿no te parece? ―le reté, enviándole mi tornado.
Las dos masas de aire chocaron entre sí varias veces, hasta que el mío engulló al suyo y se hizo más grande.
Los ojos de Yezzabel ya estaban abiertos de par en par, pero cuando vio cómo mi tornado giraba en rededor a una velocidad trepidante y se arrojaba hacia ella, su boca se cerró abruptamente con una tensión cortante. Con un gruñido sordo, se apartó de un salto urgente. El viento procedente del castillo la arrastró hacia atrás, aunque logró sujetarse con sus largas uñas. Un segundo después, y gracias a un salto respaldado por su magia, volvía a ponerse en pie.
Yezzabel tampoco desperdició el tiempo. Impuso una barrera que bloqueó mi tornado y alzó los brazos de nuevo. Las armas de los caídos en la batalla de Kádar y Orfeo se levantaron solas e iniciaron un acercamiento galopante e implacable en nuestra dirección. Los implicados en la guerra estaban tan concentrados, que no se percataron de nada.
―¡Cuidado! ―gritó Tom.
A la bruja no le importó que algunos de sus pajarracos fueran heridos por los filos de las espadas y los tridentes en esa ruta programada hacia mí.
―¡July! ―gruñó Nathan, a punto de intervenir.
Detuve mi tornado, haciendo que se desintegrara; todas las rocas y trozos de terreno que arrastraba se desplomaron de una forma intencionadamente brusca.
No tuve ni que mover un dedo. Simplemente empleando una mirada, las armas se detuvieron y se quedaron suspendidas en el aire. Un segundo después, y oscilando la vista hacia Yezzabel, cambiaron de dirección inopinadamente. La Bruja Negra se vio forzada a utilizar su barrera otra vez.
―¡Maldita! ―farfulló con rabia».
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