Aquí tenéis un último adelanto de OESTE. Deciros que espero tenerlo (más me vale por mi seguridad, jajajaja) a finales de primavera. ¡Ya queda menos! En fin, aquí tenéis el adelanto, espero que os guste ;)
NATHAN.
«Todos nos giramos para mirar al unísono, aunque fueron los caballos los que intuyeron primero el peligro que estaba a punto de cernirse sobre nosotros. Su inquietud se transformó en un soplo de fuertes relinches cuando una gran rama se lanzaba en nuestra dirección, y justo en ese momento, un sinfín de chasquidos más resonaron con estrépito. Los árboles estaban siendo arrasados por una fuerza invisible y devastadora, la cual los despedazaba en cientos de pedazos que eran engullidos con ferocidad. En un parpadeo, vimos cómo un tsunami enmarañado de puntiagudas ramas se abalanzaba hacia nosotros.
―¡Corred! ―voceé, azuzando ya con los talones a mi compañero de cuatro patas.
Más relinches acompañaron a los gritos de los protectores, y a éstos, el fragor de los cascos de los caballos y el estruendo de esa masa de ramaje que nos perseguía.
Ya estaba comenzando a galopar cuando mi vista se escapó a mi lado, hacia la sacerdotisa. No estaba, así que volví a dirigir la mirada hacia delante. Un momento, ¿no estaba? Viré la cara de sopetón. Mis ojos se abrieron del todo al descubrir que se estaba dando la vuelta y se estaba quedando atrás.
¡¿Qué cojones hacía?!
―¡¿Qué estás haciendo?! ―la increpé.
―¡Retenerlo para que os dé tiempo a escapar! ―contestó, tirando de las riendas de su caballo para calmarlo. Milagrosamente, logró que el animal fuera contra todos sus principios naturales y se mantuviera lo bastante sereno como para poder realizar la hazaña que tuviera en mente.
La sacerdotisa llevó sus palmas hacia delante y las dirigió de inmediato a ese azote de aspecto implacable que se arrojaba hacia nosotros. De pronto, todas las ramas, hojas y pedazos de troncos se estamparon contra un escudo transparente, aunque parecían empujarlo con una fuerza bestial. Sin embargo, los árboles seguían siendo despedazados por ese tornado invisible y se unían a los otros al chocar contra la barrera, por lo que el peso que soportaba aumentaba a cada instante. Ella arrugó la frente, del esfuerzo.
Otra vez sentía ese extraño impulso…
Joder, ¡al diablo! Pasaba. Que le dieran por el…
Estrujé los labios.
¡Arg! Pero no podía, ese impulso era demasiado fuerte. Mierda, ¡mierda!
Detuve mi marcha a regañadientes y di media vuelta.
―¡¿Adónde vas?! ―me regañó Mark, sesgando su estupefacto semblante en mi dirección.
―¡Oh, señor! ¡Juliah! ―voceó el príncipe, que acababa de darse cuenta del percal.
¿Y todavía se enteraba ahora?
―¡No os detengáis! ¡Nos reuniremos ahora! ―les mandé, sin mutar lo más mínimo mi actividad.
Mark rechinó los dientes con impotencia, pero también sabía que poco o nada iba a conseguir intentando convencerme, así que obedeció mi orden, junto con los demás. El principito hizo el amago de girarse también. Frunció los labios y su expresión se tornó en algo parecido a la valentía y determinación.
―¡No, alteza! ―le pidió Oliver.
No hizo falta más. Al segundo, todo ese gesto de su rostro fue barrido por la cobardía, y en otro, ya estaba siguiendo con la huida.
Mejor, lo que me faltaba era estar pendiente de él también.
Llegué junto a la sacerdotisa y, al igual que ella, logré calmar a mi caballo.
―Ve con los demás ―me exigió.
―Yo no obedezco órdenes de nadie ―le recordé.
―No te necesito.
―¿Ah, no? ¿Y cómo coño piensas salir tú de esta? Sabes que no puedes retener esto eternamente…
―No, puedo deshacerme de esto…
―…y cuando eso pase, toda esa mierda te arrastrará con ella ―continué sin escucharla.
La sacerdotisa tenía la boca abierta para rebatírmelo, pero de repente pareció caer en algo y la cerró.
―Está bien, ¿qué hacemos? ―preguntó.
Miré a mi alrededor, buscando un plan. Lo encontré.
―Ese agujero parece una cueva ―le señalé. Luego la miré a ella―. Bien, ahora escucha. Tendremos que bajarnos de los caballos. Te sujetaré por detrás, y cuando cuente hasta tres, tiraré de ti con todas mis fuerzas para que podamos saltar. Con un poco de suerte podremos refugiarnos en la cueva a tiempo.
―De acuerdo ―asintió―. Espero que los demás hayan encontrado un refugio.
Me bajé del caballo y le di un azote en sus cuartos traseros para que emprendiera la huida. Después, me acerqué al equino gris, posicionándome a un lado de la sacerdotisa.
―Déjate caer ―le exhorté, dejando mis brazos abiertos―. No te preocupes, te cogeré.
―¿Seguro? ―dudó.
―Sí, confía en mí.
La sacerdotisa clavó sus ojos en los míos.
―Claro que confío en ti ―aseguró.
Mi estómago fue recorrido por una corriente extraña.
Carraspeé.
―Pues venga ―la azucé, abriendo mis brazos un poco más.
Asintió. Miró al frente y, sin dejar de extender su escudo, se dejó caer hacia mi lado. Mis brazos la recibieron sin problemas y la ayudé a apearse de su caballo.
―Mi bastón ―me avisó.
Reparé en que lo tenía enganchado en una de las cintas que sujetaban el mantón.
―Ah, sí.
Entonces, cuando lo cogí, me fijé en la empuñadura. Esta vez mi estómago fue sacudido por un chispazo gigantesco. No me había fijado hasta ahora, pero era un dragón. Un dragón. Y lo peor es que ese bastón me resultaba tan familiar…
―¿A la de tres? ―inquirió la sacerdotisa.
Sacudí la cabeza y me guardé el bastón en la espalda, junto a mis armas. El caballo gris ya estaba corriendo en dirección opuesta, siguiendo la estela del mío.
―Eso es, a la de tres ―ratifiqué, engarzando su cintura con fuerza.
Otra vez la calidez de su cuerpo. Su coronilla alcanzaba mi nariz, y su aroma a jazmín ya empezaba a engatusarla.
Genial.
―Cógeme bien ―imploró.
―Sí, sí, te tengo bien cogida ―le calmé, soltando un suspiro cansado―. Oye, ¿podrás saltar con esa pierna?
Mi duda pareció ofenderla.
―Tengo la otra, ¿recuerdas?
Ese aire refunfuñón me hizo un poco de gracia, aunque he de admitir que la chica tenía garra.
―Vale, vale. Bueno, ¿preparada?
―Sí.
―Bien, pues vamos allá ―ambos tomamos aire y lo retuvimos un par de segundos―. Uno, dos y… ¡tres!
Tiré de ella y… ¡un buen salto!
Ya estábamos cayendo en el agujero, cuando de repente, en un instante fugaz, vi cómo un par de columnas de fuego se espetaban contra el tsunami de ramas. Todo sucedió en una fracción de segundo. El voraz tsunami era volatilizado y los pedazos encendidos de troncos y ramas saltaban en todas direcciones, quemándose y extinguiéndose por completo.
¿Qué demonios había sido eso?
Sin embargo, un montón de ramas se dirigió en nuestra dirección de una extraña forma. Salieron de ese caos con total independencia para abalanzarse a por nosotros, como si fuesen atraídas por un imán. En un abrir y cerrar de ojos las teníamos justo encima de nosotros. De pronto la oscuridad lo invadió todo, y al instante, sentí el golpe de mi cuerpo contra el suelo. Tenía a la sacerdotisa bien sujeta, sin embargo, no pude evitar que termináramos rodando por el impulso de la caída.
Un muro de piedra fue lo que consiguió que nos detuviéramos. Terminé boca arriba, con la sacerdotisa sobre mí, aunque no se veía absolutamente nada. Una chispa me cegó momentáneamente, hasta que vi que se trataba de una llama de fuego que emergía de la nada, iluminando el lugar. La sacerdotisa estaba sentada sobre mí, y el halo de fuego se hallaba por encima de su cabeza, flotando. La flamante llama anaranjada creaba un efecto óptico en su rostro, arropándolo en una especie de nebulosa mágica que suavizaba aún más sus facciones ya de por sí dulces. Su cabello, peinado con un intrínseco trenzado, resbaló sobre su hombro justo cuando clavó esos ojos almendrados en los míos. Tan sólo las gemas de su diadema brillaban tanto como ellos.
Entonces, algo sucedió. Algo que me dejó petrificado.
La nebulosa que perfilaba su rostro se transformó en niebla, y en un suspiro los dos estábamos envueltos por ella. Exhalé con desconcierto, porque de repente me vi en un sueño extrañamente familiar.
Pero eso no fue todo.
El soplo de una brisa cálida y frágil se llevó la bruma, ocultando a la sacerdotisa durante un momento, y cuando desapareció por completo, ella volvió a resurgir ante mis pupilas. Esta vez no pude evitar soltar un jadeo. Estaba desnuda. Su larga melena caía libre, enmarañada y salvaje sobre sus hombros y sus senos mientras ella se mecía sobre mi cuerpo con pasión. Ahora eran sus ojos los que flameaban como el fuego, fijos en mí.
Me incorporé súbitamente, sobresaltado, y con tanta fuerza que la sacerdotisa se cayó hacia atrás. Parpadeé varias veces al ver que todo había vuelto a la normalidad.
―¿Qué fue eso? ―pregunté, aún con el corazón a mil por hora.
―¿El qué? ―ella frunció el ceño con extrañeza, frotándose la espalda con una mano quejumbrosa por el golpe―. ¿Qué te pasa?
Eso quisiera saber yo.
―Na-nada ―le respondí, poniéndome de pie rápidamente».
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