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sábado, 23 de diciembre de 2017

SUR. EL ROBO


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«De repente, un ruido en el exterior me asustó, haciendo que abriera los ojos de sopetón. Una vez más, el acto reflejo me había puesto en alerta total. Respiré hondo y me dije a mí misma que seguramente había sido el viento, que había hecho crujir la madera de las fachadas.

Sin embargo, el ruido volvió a repetirse. Ya estaba mosqueada, pero cuando unos toques resonaron en el cristal de mi ventana, mi temor aumentó. Me incorporé y giré medio cuerpo en esa dirección, con el corazón retumbándome en el pecho y los ojos abiertos como platos. ¿Alguien… acababa de picar en el cristal? No se veía a nadie. ¿Quién… quién sería? ¿Algún enviado de Orfeo? ¿De Kádar…?

―July, ¿estás ahí? Abre la ventana ―cuchicheó una voz que hizo que mi corazón saltara de nuevo, aunque en esta ocasión casi se me sale por la boca, de la impresión.

No me lo podía creer… 

Nathan… ¡Nathan!

Reaccioné. Aparté la manta con una rapidez que bien se le podría atribuir a algo sobrenatural y salí de la cama de igual modo, ni siquiera cogí mi bastón.

―July ―me llamó otra vez, en voz baja.

Vislumbre su silueta a un lado de la ventana. Se encontraba encaramado al canalón, esperando a que yo le abriera por fin. 

―Nathan… ―solo fui capaz de emitir ese susurro más que emocionado.

Quité el pestillo con mis temblorosas e impacientes manos y alcé la hoja lo mejor que pude, aunque los nervios que tenía provocaron que se me encasquillase y tuviera que empujar hacia arriba otra vez.

Me aparté de la ventana, con el corazón a punto de estallar, y esperé.

Nathan no tardó más en aparecer. Se internó por el hueco de la ventana, salvando el escritorio, y sus pies, calzados por esas botas negras terminadas en esa especie de doble dedo, aterrizaron en el suelo de mi dormitorio.

Una exhalación llena de fascinación se escapó de mis pulmones cuando le vi. 

Estaba completamente empapado y su fuerte pecho se movía arriba y abajo con una respiración algo agitada, como si estuviera cansado por haber venido corriendo. Aún vestía su uniforme ninja, aunque no tenía la montera puesta ni sus armas. Se quedó inmóvil ante mí, al igual que yo. Las gotas de su pelo resbalaban por su hermoso rostro, y sus preciosos y grandes ojos plateados repasaron mi cuerpo, hasta que luego se quedaron fijos en los míos con esa mirada penetrante, ya haciéndome temblar. 

Verle aquí, delante de mí, después de todo este tiempo de agonía me pareció un sueño. Juro que sentí cómo mi alma regresaba a mí. Verle de nuevo, vivo, sano y salvo, hizo que todo el sufrimiento que me había flagelado estos días mereciera la pena con creces. Me pareció un ángel, un ángel que vestía de negro en esta oscuridad. Un ángel oscuro… 

No pude evitarlo. Me abalancé hacia él, rompiendo a llorar. Ni siquiera sentí la protesta de mi pierna izquierda. Mi pecho se estampó contra el suyo cuando le abracé, lo hice con tanto ímpetu, que su cintura baja chocó contra el escritorio, aunque a él no pareció importarle en absoluto. Le apreté con todas mis fuerzas, pero sus manos también se apresuraron a envolverme y entonces vi parte del Paraíso. Jadeé, presa del deslumbramiento. La camiseta que llevaba puesta se humedeció al contacto con la suya, pero eso tampoco me importó lo más mínimo. Por fin estaba en mi rincón perfecto, por fin le sentía conmigo. Subí las manos hasta su nuca y su pelo, tocándole con avidez para cerciorarme de que estaba aquí conmigo de verdad. Hundí mi nariz en su cuello e inspiré con todas mis ganas, dándoles a mis bronquios el privilegio de llenarse con su prodigiosa fragancia. Él hizo exactamente lo mismo al oler mi pelo y todo mi vello se puso de punta.

―Nathan… ―murmuré, emocionada.
―¿Estás… llorando por verme? ―se sorprendió, hablando con un susurro.
―Sí ―confesé.

Me despegué de él con la intención de mirarle, pero mi cuerpo no quiso separarse nada más que lo justo. Cuando me di cuenta, nuestras frentes se rozaban y nuestros ojos se enganchaban, reclamándose, hipnotizándose… Mi boca soltó otro jadeo sordo y mis mariposas resucitaron del aletargamiento al que se habían visto sometidas durante todo este tiempo sin Nathan. Saltaron con ahínco, llenándome con su energía maravillosa. Era tan guapo, tan especial, y yo le amaba tanto… 

Demasiado como para permitir que Orfeo le hiciera daño.

Tuve que forzarme con toda mi voluntad para no arrojarme a sus labios, porque toda mi alma me suplicaba que le besara con esta pasión y locura que sentía dentro de mí, aunque me separé de él rápidamente para poder conseguirlo.

―¿Qué… qué haces aquí? ―logré preguntarle.

Era obvio que no había venido para quedarse. Mi alma sintió un pinchazo de angustia, pero traté de que eso no me afectara.

Él también pareció despertarse.

―Solo quería saber si estabas bien ―desveló, dando un paso hacia mí.

Mi corazón se aceleró al ver que se acercaba.

―¿Si estaba bien? ¿Por qué… ―empecé a hiperventilar cuando llevó su mano a mis mejillas para enjugarme las lágrimas― …lo dices? ―terminé con un frágil y tonto murmullo.

Las mariposas de mi estómago aleteaban sin cesar, sin embargo, pararon cuando Nathan dejó de tocar mi rostro y sus ojazos me observaron con una gravedad que ya me puso en alerta.

―Alguien ha robado el Fuego del Poder ―reveló, tensando la mandíbula por la rabia que eso le producía.

Mi boca se quedó colgando.

―¿Que alguien… ha robado el Fuego del Poder? ―no podía creerlo, era algo demasiado grave. 
―Sí, todo fue muy extraño. Nos tendieron una trampa y caímos como verdaderos idiotas ―resopló, mirando a un lado―. No tengo ni idea de cómo lo consiguieron, pero mientras estábamos entretenidos en el bosque, alguien aprovechó para asaltar el castillo y robó el fuego ―suspiró y regresó la vista hacia mí, clavando sus ojos grises en los míos―. Tú eres la única que puede manejar el fuego, quería asegurarme de que estabas a salvo.

Me obligué a respirar.

―Y crees que ha sido Orfeo.
―Vamos, deja de llamarle así. ¿Cuándo te darás cuenta de que ese “James” en realidad es…? ―su protesta se ahogó con sorpresa al percatarse de cómo había nombrado a ese monstruo y de cómo había formulado la frase. No era una crítica, como él se esperaba, sino un interrogante casi inculpador―. ¿Le has llamado Orfeo?
―Sí. Orfeo ―asentí, bajando la vista.

Sus ojazos se entrecerraron con extrañeza, pensativos, sin embargo, el descenso de los míos hizo que me fijara en algo que no había visto antes. Su camisa ninja estaba rota en la zona de su costado derecho, a lo que se sumaba una mancha de sangre. La tonalidad negra de la tela hacía que el plasma no se advirtiera bien, pero el corte que se escondía tras el desgarrado sí que se veía. Mis ojos se abrieron con horror.

―Dios mío, ¿qué te ha pasado? ―inquirí, acercándome a él con premura.

Ni lo pensé. Empecé a desanudar su cinturón para verle la herida mejor.

―No es nada, solo es un corte ―intentó calmarme mientras yo terminaba de deshacer la lazada.

No le di opción. Abrí su camisa de un movimiento enérgico y… Dios mío, todo mi organismo se volvió loco cuando vi la impresionante musculatura de su torso. Pero Dios mío, el corte de su costado sangraba. Poco para él, seguramente, pero demasiado para mí.

―Estás… estás sangrando ―musité―. Espera… espera aquí. Te curaré.

Eché a correr hacia la puerta.

―No hace falta, July, estoy bien ―objetó con un cuchicheo que pretendió alto.

Pero yo no le hice caso y continué mi camino. Eso sí, cuando llegué a la puerta, me detuve y viré medio cuerpo hacia él.

―No… no te marcharás, ¿verdad? ―dije con un murmullo.

Nathan me mostró una de sus sonrisas torcidas y yo casi me derrito allí mismo.

―No ―prometió.

Mis labios se curvaron en una sonrisa bobalicona. Luego, me forcé a volver en mí y me giré hacia la salida para dejar la habitación.

Corrí por el pasillo medio a la pata coja, más que histérica, apoyándome en las paredes para ayudarme a guardar el equilibrio. Estaba nerviosísima. Nathan estaba aquí, en mi habitación. Estaba soñando, estaba soñando…

Entré en el baño lo más sigilosamente que fui capaz para que nadie me oyese y abrí el armario superior del lavabo de igual modo. No tenía ni idea de dónde guardaba la tía Audrey el botiquín de primeros auxilios, en realidad, ni siquiera sabía si lo tenía. Mis abuelos solían tener uno, pero mis tíos… No encontré nada tras las pequeñas y alargadas puertas de espejo, así que pasé a mirar en el bajo mueble. Tras revolver con impaciencia entre las toallas, rollos de papel higiénico y demás, por fin encontré el dichoso botiquín.

Lo cogí y salí pitando del baño.

Atravesé el pasillo en “T” otra vez arrastrando mi pierna mala, rezando para que Nathan no se hubiera cansado de esperar y siguiera en mi cuarto, hasta que finalmente me planté frente a la puerta. La abrí deprisa y sin perder más tiempo, con pánico ante la posibilidad de que mis pupilas se encontrasen con que ya se había ido. Pero ahí seguía, sentado en mi cama, alzando esos ojazos de plata cuando me vio aparecer.

Mis pies se quedaron trabados y fui consciente de que mi rostro reflejaba el deslumbramiento que me invadió al verle. Se había quitado la camisa y la estaba utilizando para taponar la herida, así que su portentoso pecho, su viril y poderosa espalda y sus fuertes brazos estaban desnudos.

Dios mío… Todo mi cuerpo temblaba, y como en el baile, otra vez me sentí pequeña e insignificante ante él.

Me llevé la mano al muslo disimuladamente. El pellizco que me infringí a mí misma fue tan fuerte, que sirvió para que reaccionase de una vez. Tomé aire, terminé de pasar a mi cuarto y cerré la puerta tras de mí.

Caminé por el dormitorio, aún nerviosa, y me senté junto a Nathan, en la cama. Él lo había hecho de lado, recogiendo una de sus piernas sobre el colchón, así que yo hice lo mismo, quedándome frente a él. Por supuesto, su aroma hizo su acto de presencia y comenzó a provocar sus efectos encantadores en mí. Tomé aire por segunda vez y posé el botiquín sobre la colcha.

―Déjame ver ―le pedí, quitándole esa camisa arrebujada de la mano para separarla de la herida. La dejé junto al botiquín y observé el corte, aunque antes no pude evitar aprovechar para echarle un buen vistazo a su torso. Tragué saliva y proseguí―. Parece que ha dejado de sangrar algo.
―Ya te lo dije, solo es un arañazo.

Los dos alzamos la vista, aunque yo la bajé enseguida, ruborizada». 





sábado, 16 de diciembre de 2017

domingo, 10 de diciembre de 2017

EL BOSQUE DE NORTE


NORTE.


Nadie elige de quién se enamora…

Tras la misteriosa y traumática muerte de su padre, y siendo ya huérfana de madre, Juliah Olsen partió de Wilmington a los doce años para refugiarse en Boston, junto a sus abuelos. Aquel trágico suceso del que ella fue testigo le provocó una cojera irreparable, además de marcarla para siempre.

Siete años después, Juliah se ve obligada a regresar para comenzar una peculiar terapia que pretende curarla de su trauma. Insegura, deja atrás a sus protectores abuelos y a su novio, James. En Wilmington se enfrenta a un desagradable reencuentro con un fantasma de su infancia, parte de la pesadilla que la tortura: el enigmático y rebelde Nathan Sullivan.

Sin embargo, más sorpresas le aguardan. El bosque que se ubica en la parte posterior de la casa, y que le da tanto pavor, esconde un secreto muy bien guardado relacionado con la muerte de su padre, con Nathan y con ella misma. 

Juliah se verá envuelta en los entresijos de un mundo extraño y emprenderá un peligroso viaje para completar una misión que solo ella puede finalizar, contando con el insoportable Nathan como compañía. Juliah hallará la magia, se enfrentará a unos seres maléficos, conocerá lugares nuevos y tendrá que superarse a sí misma… Pero sobre todo aprenderá los caprichosos caminos que toma el amor cuando este descubre su verdadero destino. 

Sí, nadie elige de quién se enamora…

Puedes descargarlo en: https://www.amazon.es/Saga-Cuatro-Puntos-Cardinales-Norte-ebook/dp/B01NBPCL89/ref=sr_1_1?s=books&ie=UTF8&qid=1486826978&sr=1-1&keywords=los+cuatro+puntos+cardinales





sábado, 18 de noviembre de 2017

UN PASEO IMAGINARIO


¿Os apetece dar un paseo por Wilmington, Brattleboro o North Adams? Desde la web de Los4PC podéis imaginar cómo sería 😉

http://tgp7904.wixsite.com/los4pc/fuera-c1j7y

jueves, 16 de noviembre de 2017

UN LAVADO DE CARA A LA WEB


Le he dado un lavado de cara a la página web de Los4PC. Os dejo el enlace por si queréis echarle un vistazo al nuevo formato ;)

http://tgp7904.wixsite.com/los4pc




lunes, 13 de noviembre de 2017

EL FRAGMENTO PROMETIDO DE ☀️SOL Y LUNA🌙


Buenos días, mis guerreros.

Soy una mujer de palabra, así que aquí tenéis ese pequeño pedacito de ☀️SOL Y LUNA🌙 que os prometí 😏 Ya he avanzado mucho en la historia, así que, aunque todavía no os puedo dar fechas concretas, sí que os puedo decir que ¡ya queda menos! De momento, espero que os guste este trocito 😉 Todavía está en fase de borrador, con lo que podría haber alguna corrección en el futuro, aunque yo soy poco dada a demasiadas correcciones; a veces, de tanto repasar, quitar y poner, lo único que haces es manosear la historia, desgastarla, y al final pierde esa esencia y esa pasión que tiene un escrito en su forma original. En fin, que aquí os lo dejo 😂

Ahí va una canción inspiradora para vuestra lectura: https://www.youtube.com/watch?v=liuX0C5vx7A

☀️ SOKA ☀️

«Me puse a inspeccionar todo cuanto me rodeaba, al igual que él. Cada rincón oscuro, cada montículo, cada bulto.

Entonces, entre la oscuridad de la maleza, vislumbré unos ojos rojos como el carmín. 

―Sephis… ―fue lo único que me dio tiempo a murmurar debido al horror.

El hambriento noqui salió despedido de su escondite, abalanzándose sobre nosotros con un rugido estremecedor. 

―¡Nos ha seguido hasta aquí! ―exclamó mi exnovio.

Los caballos entraron en pánico, aunque Sephis fue capaz de controlar al suyo. El mío, en cambio, elevó sus patas delanteras con pavor y me tiró hacia atrás.

―¡Soka! ―gritó Sephis, bajándose de su equino.

Mientras los caballos trotaban descontrolados, me caí sobre el fango, si bien tuve suerte y lo hice sobre unos helechos embarrados que amortiguaron el golpe. Cuando me incorporé, vi las garras del noqui prácticamente encima de mí.

Sin embargo, el noqui se detuvo bruscamente cuando la lanza de Sephis le alcanzó en la espalda. No lo mató, pero sirvió para que la bestia se detuviera y se girase hacia atrás. 

―¡Huye! ―me pidió Sephis.

Mi horrorizado semblante se movió con unas asustadas negaciones. No, no podía dejarle ahí…

El noqui se dio la vuelta con súbita rapidez, utilizando sus seis patas para el potente salto. 

―¡Noooo! ―chillé, impotente por no ser capaz de moverme.

Por suerte Sephis estaba acostumbrado a la acción y brincó hacia un lado, esquivando a la bestia. Sacó su lanza de la joroba del noqui y la dirigió hacia el peludo costado, pero este se dio cuenta y él también se zafó, dándose la vuelta en mi dirección. Al hacerlo, sus ojos rojos otra vez se encontraron conmigo, y con un movimiento incontrolado, el noqui se arrojó a por mí de nuevo.

Con un grito, me aovillé para cubrirme con los brazos. Las fauces del noqui solamente me rozaron el cabello. Cuando descubrí mis pupilas para mirar qué ocurría, vi cómo Sephis tenía una encarnizada lucha contra esa bestia hambrienta. 

Sephis… Si le pasara algo no me lo perdonaría jamás. Si le pasara algo, yo…

El terreno comenzó a temblar de repente, y con él, se escuchó un extraño retumbar. El noqui derrapó al detenerse de forma drástica, estaba tan sorprendido y desconcertado como nosotros. Pero también asustado.

¿Por qué?

Mi pregunta pronto se respondió. 

Para nuestro asombro, una estampida de noquis apareció entre los árboles. Eran más de cien, más de doscientos… 

Antes de que pudiera pestañear, Sephis ya estaba corriendo hacia mí. Se tiró a mi lado para cubrirme con su cuerpo, protegiéndome. 

Sin embargo, esas bestias no nos miraron. Ni siquiera se percataron de nuestra presencia.

El noqui que nos asediaba se asustó aún más, pero no por sus congéneres. Lo que le daba miedo era el motivo por el cual corrían. Se unió a ellos, mezclándose entre todos esos cuerpos alargados de los cuales solo se veían continuos borrones rayados. 

Sephis se incorporó, dejando mi espalda triste y desamparada.

―Están huyendo ―se sorprendió.

Me icé para mirar lo que pasaba.

―¿De qué?
―No lo sé.
―Son muchos noquis ―todavía no daba crédito―. ¿De qué pueden estar huyendo, y de esa manera?
―No lo sé ―repitió Sephis con el mismo desconcierto―. Parece un éxodo. Un éxodo a toda prisa.

El último noqui desapareció entre la maleza, dejando un rastro de silencio y tranquilidad enrarecidos. Ni las diferentes aves de la selva quisieron hacer sonar sus cánticos. 

Me levanté, asistida por Sephis, quien me tendió la mano gentilmente. Miramos a un lado y al otro, comprobando que ya no había noquis cerca.

―Parece que ya se han ido ―dijo, llevando la vista a la vegetación que teníamos enfrente.

Los caballos aparecieron, resoplando por sus fosas nasales con los restos de su nerviosismo. Sephis avanzó un paso y de pronto su mano tiró de mí. Ambos miramos el amarre con sorpresa. No nos habíamos dado cuenta de que seguíamos cogidos. Le solté, ruborizada y apurada. Sephis mantuvo sus ojos negros sobre mí largo rato, lo que me incomodó bastante.

Otro ruido nos alertó, llamando toda nuestra atención, y los caballos emprendieron otra despavorida huida.

El brazo se Sephis me sujetó por la cintura y me escondió detrás de un tronco precipitadamente. Su cuerpo húmedo pero cálido se quedó pegado al mío por detrás y me quedé sin respiración.

―¿Qué ocurre? ―inquirí con temor.
―Hay… varias luces ―me desveló él, estupefacto.

¿Varias luces? Asomé la cabeza para poder verlo con mis propios ojos. Se abrieron como platos al ver lo que estaba sucediendo, aunque tuve que entrecerrarlos enseguida. 

Efectivamente, varias luces, brillantes como el mismísimo sol, flotaban con rapidez entre los árboles, iluminándolo todo con un fulgor cegador».




sábado, 11 de noviembre de 2017

viernes, 10 de noviembre de 2017

¿A QUÉ TIERRA PERTENECES? NORTE


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«Intenté buscar un tema más alegre, algo más trivial, algo que no tuviera nada que ver con todo lo que pasaba aquí. Entonces, me acordé del baile de disfraces de la universidad. No tengo ni idea de por qué aparecía eso en mi memoria en un momento como este, pero cuando quise darme cuenta, mis ojos ya estaban mirando a Nathan y mi labio inferior ya estaba siendo mordido.

¿Y si le pedía a él que viniera a ese baile conmigo? Puede que aquella ocurrencia de Lucy no fuera tan mala, aunque no con el matiz que ella quería darle, por supuesto. 

―Nathan ―le llamé, cortada.

Una vez más, giró el semblante hacia mí.

―Dime.

Tragué saliva y aparté la vista de sus ojos para atreverme. Dios, ¿por qué me ponía tan nerviosa con esta tontería? Éramos mejores amigos, como acabábamos de confesar, ¿no? Había confianza de sobra.

―¿Tienes… tienes pareja para ir al baile de disfraces de la universidad del próximo sábado? ―murmuré, no obstante.

¿Sería idiota? ¿Cómo no iba a tenerla? Menuda forma de pedírselo tan ridícula. Él enarcó las cejas.

―¿Me estás pidiendo que vaya al baile contigo? ―sonrió, sorprendido.

Volví a tragar saliva.

―Solo como amigos, claro ―aclaré.

¿Y ahora por qué hacía esta estúpida aclaración? Tonta, tonta, tonta…

―Guau, antes no querías ni sentarte a mi lado y ahora me estás pidiendo que vaya al baile contigo, increíble ―se burló.

Le di un pequeño codazo en el costado y él se rio.

―Venga, esto va en serio ―me quejé.
―¿Qué pasa? ¿Es que tu pijo de Boston no va contigo? ―inquirió, más sorprendido todavía.
―No, no puede. Tiene mucho que estudiar ―suspiré.

Nathan giró la cara hacia el otro lado.

―Ese tío siempre tiene que estudiar ―me pareció que mascullaba para sí. 
―¿Qué? ―pregunté.

Lo dijo tan entre dientes, que apenas le entendí.

―Nada ―exhaló, volviendo el rostro hacia mí.
―Bueno, ¿qué me dices? ¿Vendrás conmigo? ―repetí, sonriente.

Sus pupilas permanecieron fijas en mí durante unos segundos, hasta que se mordió el labio y las llevó al frente, algo pesaroso.

Oh, oh…

―Pues, verás, la verdad es que me encantaría ir contigo, July, pero no sé si voy a poder ir al baile. Es casi seguro que tendré que quedarme por las Tierras del Norte ―y soltó un resoplido disconforme.

Todas mis ilusiones se vinieron abajo de sopetón.

―Oh ―esto se notó en mi entonación.
―Mierda, lo siento, July ―lamentó profundamente, apoyando la cabeza en la pared de madera para fijar la vista en ese techo curvo.

Su brazo seguía envolviendo mi hombro, pero él no parecía prestarle la misma atención que yo.

―No pasa nada ―le calmé, extrañada por que se lo tomara tan a pecho.
―Sí, sí que pasa ―me contradijo, regresando su semblante hacia mí. De repente, se quedó observándome con disgusto, apretó los labios y, girando la cabeza hacia delante, la dejó caer sobre el paramento otra vez, descontento―. Mierda, me muero de ganas de ir contigo a ese baile. 

¿Que se moría por venir conmigo al baile? ¿Él? Eso sí que me dejó perpleja.

―No… no importa ―le contesté, llevando la vista al frente con nerviosismo―. Tienes obligaciones, lo comprendo.

Me froté las rodillas con las manos mientras Nathan ya separaba su coronilla de la pared para mirarme. Cuando viré la cara hacia la suya, me sorprendió ver esa mirada llena de determinación. Mi corazón pegó un salto enorme, casi tan grande como el estruendo que sonó afuera debido al rayo que acababa de azotar al cielo. Tomé aire por la nariz con fuerza para apaciguar el revuelo que se formó en mi abdomen, pero lo único que conseguí fue que su maravillosa y seductora fragancia llegase con más ahínco a mi sentido del olfato. Genial.

―No te preocupes. Intentaré ir, aunque solo sea un rato para bailar contigo, te lo prometo ―me garantizó con voz y gesto seguros.

Me quedé sin saliva que tragar. Me pellizqué la rodilla con disimulo para obligarme a reaccionar.

―¿Ba-bailar? Pero yo… estoy coja, Nathan ―le recordé con un murmullo, desconcertada por que se olvidase de ese pequeño detalle.
―Ya, ¿y qué más da? Nos las arreglaremos ―respondió, tan tranquilo, encogiéndose de hombros al tiempo que rotaba la cara al frente.

No me lo podía creer. ¿Estaba soñando? ¿Me estaba diciendo que iba a bailar conmigo en un baile a rebosar de gente?

―¿De verdad vas a bailar conmigo? ―interrogué sin creérmelo todavía.

Me miró de nuevo.

―¿No quieres bailar? 

¿Que si no quería bailar? No era mi sueño, pero casi. Sin embargo, también conocía mis limitaciones.

―Sí, pero… Es que… yo nunca he bailado ―confesé, ruborizada.
―¿Nunca has bailado? ―se sorprendió.
―No.
―¿Ni siquiera con tu pijo de Boston?
―No, él sabe que no puedo bailar.
―¿Sabe? ―se percató, alzando las cejas, incrédulo―. Ya veo, así que ha sido él quien te ha metido eso en la cabeza, qué imbécil ―chistó, sesgando la cara hacia el otro lado.
―Nathan ―le regañé, pegándole un manotazo en la pierna.
―Bueno, pues tú y yo bailaremos ―afirmó, mirándome con decisión.
―Pero haremos… Haré el ridículo ―le advertí, llena de dudas.
―De eso ni hablar, ya verás qué bien te sale ―siguió, en sus trece―. Cuando vuelvas a ver a tu pijo de Boston, serás tú quien le tengas que explicar cómo se baila.

Yo no las tenía todas conmigo, pero no pude evitar sonreír cuando soltó esa frase.

―Pero si ni siquiera sabes si puedes ir o no.
―Iré ―aseguró esta vez, firme―. Eso sí, no te prometo mucho tiempo, porque solamente podré escaparme un rato. Ya sabes que una hora de Wilmington equivale a un día de aquí.
―¿Lo dices en serio? ¿Harías… harías eso por mí? ―musité.

Sus ojos se internaron en los míos y mi cuerpo tembló.

―Yo haría cualquier cosa por ti, lo sabes. Eres mi mejor amiga ―me recordó.

Volví a pellizcarme.

―Entonces, ¿vendrás conmigo al baile? ―sonreí, alegre.
―Sí, claro, te lo estoy diciendo ―suspiró, haciéndose el tipo duro.
―Oh, Nathan, gracias ―mi sonrisa se amplió y me lancé a su mejilla para darle un efusivo beso.
―Vale, vale, vas a gastarme la cara ―protestó de mentira, apartando su rostro.

Solté una risilla y me separé del mismo».






jueves, 9 de noviembre de 2017

ADÉNTRATE EN LAS TINIEBLAS DEL OESTE


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«Sus pies se quedaron trabados cuando mi cuerpo también lo hizo. Me quedé levitando en vertical, en el umbral de la puerta. Prácticamente ya no percibía nada, pero sí lo sentí. En realidad no levitaba. Sentí un montón de manos en la espalda, sosteniéndome, ofreciendo oposición para que no cruzara el vano».





sábado, 28 de octubre de 2017

NUEVA ERA I. PROFECÍA

NUEVA ERA I. PROFECÍA🐺🦋: https://www.bubok.es/libros/220799/NUEVA-ERA-I-PROFECIA-FanFic-Continuacion-de-Despertar-18


JACOB.

«Busqué a alguien más de la manada, pero no encontré a ninguno. Todos habían desaparecido de repente.
¿Qué era esto? ¿Un complot?
―¿Pasa algo? ―preguntó ella, rompiendo el silencio que reinaba en ese bosque.
Nada, nada, mascullé, enfadado, desconectándome de mi manada invisible.
Ella solamente escuchó mis gañidos, pero, como siempre, los entendió a la perfección, aunque pareció evitar el tema.
―¿Podemos parar un poco? ―me pidió―. Tengo hambre, y mi cuerpo está destrozado de llevar tantas horas aquí sentada.
La verdad es que llevábamos muchas horas de viaje, no habíamos parado ni para comer, y ella se había pasado todo ese tiempo sobre mi lomo, con esa mochila a la espalda.
Reduje la velocidad hasta que el descenso por esa montaña sólo fue un simple trote y después me paré. Me giré y me eché en el terreno mirando hacia arriba, de modo que ella lo tuviera más fácil para bajar, y se apeó de mi lomo, dejando la mochila en el suelo para estirarse.
―Gracias ―me sonrió.
Asentí y me levanté.
Otra vez me fijé en la red en forma de telaraña que la envolvía bajo su alma. ¿Qué demonios sería eso? ¿Algún tipo de escudo? No. Parecía algo que la oprimiese. No me gustaba nada.
El problema es que no era ninguna energía, simplemente era eso, una especie de red, y no sabía si mi poder espiritual podría deshacerse de algo así. Me pregunté qué narices sería, porque jamás había visto nada parecido.
Llevé mi poder espiritual hacia ella para comprobarlo, no había peligro, no se iba a dar ni cuenta. Mi círculo de luz brillante se extendió y la envolvió.
Y entonces, mis ojos se abrieron como platos.
La telaraña se deshacía en algunas partes, pero eran sustituidas instantáneamente por otras, que se tejían a una velocidad ultrasónica. Sin embargo, eso, que ya era bastante alucinante y raro, no fue lo que más me sorprendió. Ella cerró los ojos y jadeó con intensidad, estaba sintiendo mi poder espiritual.
¿Cómo podía sentirlo? Eso… eso era imposible…
¿O no?
De pronto, mi cabeza se vio sacudida por una serie de imágenes y recuerdos dispersos, aleatorios, muy difusos y confusos que luchaban por salir de alguna parte, era como si estuviesen bloqueados por algo. Hasta que todo volvió a la calma de forma repentina.
¿Qué había sido eso?
Retiré mi círculo brillante inmediatamente, con urgencia.
La red siguió en el mismo sitio, y sus ojos continuaron cerrados durante un instante más mientras unas lágrimas se deslizaban a ambos lados de su precioso rostro maravillado. Los abrió lentamente, alzando sus largas pestañas, y los enganchó a los míos.
―Jake… ―murmuró, alucinada.
Mierda. ¿Y ahora qué le decía yo?
¿Y ella? ¿Sabría que estaba envuelta con esa telaraña?
―¿Por qué has hecho eso? ―preguntó, con un murmullo, estudiándome con la mirada.
Genial.
¿No tenías hambre?, inquirí, para cambiar de tema, gañendo y dando pataditas en el suelo como un imbécil.
―Ah, sí, claro, hemos parado para comer ―recordó, gracias a mis estúpidos gestos.
Oteé el ambiente con mi nariz, olisqueando para ver si detectaba algún efluvio animal cerca. Mi agudo olfato dio con una manada de ciervos no muy lejos de allí.
Vamos a cazar, gañí, empujándola con el hocico.
―Preferiría comer algo caliente, ya sabes, una hamburguesa o algo ―declaró.
Vale, guay. Ahora quería una hamburguesa.
¿Una hamburguesa? ¿Y de dónde te crees que…?
―Si no te transformas en humano, no te entiendo ni una palabra ―me cortó.
Sí, claro.
Digo que es mejor cazar un…
―No sé lo que dices ―afirmó de nuevo, mirando hacia otro lado para hacerse la tonta.
Resollé por las napias.
Aquí no hay…
―Nada, ni una palabra ―insistió.
Volví a resollar y me fui detrás de un árbol para adoptar mi forma humana. Me puse esos pantalones negros cortos, y salí de ese escondite para reunirme con ella.
―¿Te gusta más así? ―pregunté, de mal humor.
―Sí, así mucho mejor ―y desplegó esa preciosa y dulce sonrisa.
Tuve que coger una buena bocanada de aire y desviar la mirada con urgencia.
―Decía que es mejor que cacemos algo por el bosque ―repetí, en lengua humana.
―Yo prefiero una hamburguesa, ya que estamos aquí ―reiteró―. No estamos lejos de alguna carretera, y debe de haber una hamburguesería por aquí cerca, puedo oler la carne a la parrilla.
Pues sí, ahora que me fijaba olía, olía. Y también se escuchan los escasos coches que pasaban por esa calzada, además del curso de un río.
―No sé, no tenemos tiempo de…
―No pasa nada por parar a tomar una hamburguesa, además, un sitio lleno de gente es más seguro ―me interrumpió otra vez―. ¿Es que tú no tienes hambre? Porque yo estoy famélica, y esas hamburguesas huelen de muerte.
Sí, tenía razón, esas hamburguesas olían de muerte, y yo empezaba a notar el revoltijo de mis tripas. Pero eso de cenar a solas… Bueno, aunque el sitio estaba lleno de gente, se podía escuchar el leve bullicio desde aquí, bastante lejos, por cierto, y el hilo musical del local.
―Pues sí, tengo hambre, pero no voy preparado ―alegué, señalando mi escasa indumentaria.
―Ah, por eso no te preocupes. Te he metido algo de ropa y unas deportivas en mi mochila ―reveló, agachándose para abrir la susodicha.
Parpadeé, perplejo. ¿Había metido ropa para mí en su mochila?
Me mordí el labio, pensativo y dubitativo, mientras ponía los brazos en jarra y miraba a mi alrededor como un idiota, sin saber qué hacer ni cómo actuar.
Cerró la mochila, se la cargó a la espalda y se levantó con una camiseta blanca y unas deportivas negras en la mano que a mí no me sonaban de nada.
―¿De dónde has sacado eso? ―quise saber, sorprendido―. No es mío.
―Te lo compré antes de ir a La Push ―reveló, con una sonrisa. Otra vez tuve que parpadear, completamente descolocado―. Venga, vamos ―me azuzó, metiéndome el cuello de la camiseta por la cabeza y poniéndose detrás para empujarme.
―Vale, vale, pero, espera, tengo… tengo que calzarme ―acepté, algo confuso todavía.
Bajó a mi lado mientras terminaba de ponerme la camiseta, cuya talla era justo la mía, y me calzaba las deportivas, que también eran exactamente de mi número. Ella siempre daba en el clavo, por supuesto.
No le debió de ser fácil encontrar tiendas que tuvieran estas tallas. ¿Por qué se había tomado tantas molestias?
―Vamos, tengo hambre ―me apremió, sacándome de mis pensamientos, mientras empezaba a caminar por esa cuesta abajo.
―Espera, ¿dónde vas tan deprisa? ―resoplé, cogiéndole del brazo para pararla un poco―. No te separes de mí, ¿vale?
―No, nunca ―espetó, con un murmullo, alzando sus preciosos y dulces ojos para clavarlos en los míos con una doble intención que percibí a las claras.
¿A qué venía eso ahora?
―Va-vamos ―tartamudeé, llevando mis pies hacia delante.
Idiota, idiota.
Se puso a mi lado para bajar junto a mí y me fijé en esa mochila. Parecía bastante pesada, aunque sabía que para ella no sería nada.
―Trae, yo te la llevaré ―me ofrecí igualmente, quitándosela.
Ella me ayudó, sacando los brazos.
―Gracias ―me sonrió.
Miré hacia el frente con rapidez y me la puse a la espalda.
―De… de nada ―murmuré.
―Mira ―me avisó, cogiéndome del brazo para que mirase a mi lado izquierdo, donde se encontraba ella―, se ven luces allí, ¿las ves? ―y me señaló el sitio con el dedo de la mano que no me sujetaba―. Es un pueblo.
Sentir la calidez de su mano en mi brazo me puso todo el vello de punta.
―¿Eh? Ah, sí, sí ―asentí, obligándome a mí mismo a regresar al planeta tierra.
Tampoco me había dado cuenta de que estaba empezando a anochecer hasta que no me fijé en las luces de las casas.
Después de caminar varios minutos, con ella colgada de mi emocionado brazo, pasamos los últimos árboles del bosque y salimos a un terraplén muy empinado y alto que aterrizaba en el estrecho arcén de la carretera.
La vía seguía el curso del río, que se encontraba al otro lado de la misma.
Hice el amago de saltar, tirando de ella, pero me paró.
―Espera ―dijo, sin soltar mi brazo.
―¿Qué pasa? ―quise saber, girando medio cuerpo para mirarla extrañado.
―No… no puedo bajarlo sola ―declaró, mordiéndose el labio.
―¿Cómo?
―Hace un rato me hice daño en un tobillo ―me reveló―. No te dije nada para no preocuparte, pero me duele bastante. Si lo bajo yo sola, tengo miedo de hacerme un esguince o algo.
―¿Un esguince tú? ―cuestioné, alzando una ceja.
―Me duele bastante ―repitió.
Suspiré con vehemencia, mirando al frente para observar la altura. Habría un metro ochenta por lo menos.
―Bueno, vale ―refunfuñé, no muy conforme―. Bajaré yo primero y te cogeré desde abajo.
―Vale ―sonrió, soltando mi ahora desgraciado brazo para dejarme saltar a mí primero.
Suspiré de nuevo y salté el metro ochenta sin ningún problema.
Me di la vuelta y levanté los brazos para esperarla.
―Ya puedes saltar ―le comuniqué.
―¿Seguro que me cogerás? ―dudó, desde el borde del terraplén.
―No seas tonta, claro que te cogeré ―resoplé, abriendo más los brazos―. Venga, tírate ya.
―Espero que no me la juegues, me metería un buen morrazo contra el suelo ―bromeó, sonriendo.
No pude evitar que mi mente reprodujera esa escena, y me hizo gracia. Cuando me di cuenta, los tendones de mi boca se estiraban para curvar mis labios hacia arriba; llevaban tanto tiempo sin hacer esta función, que me pareció que estaban anquilosados.
―Eso estaría bien ―admití, escapándoseme una risita sorda que me sonó hasta extraña, a la vez que ladeaba la cara.
―Cuidado, que voy ―me avisó.
Eso hizo que girase el careto hacia ella con precipitación. Saltó hacia mí rápidamente y yo la cogí cuando su cuerpo se estampó contra el mío.
Se separó un poco para mirarme. Sus brazos rodeaban mi cuello. Tenerla tan pegada a mí, provocó que mi pulso se acelerase y que el cosquilleo de mi estómago cobrara protagonismo.
―Es la primera vez que sonríes ―murmuró, con sus preciosos labios también curvados hacia arriba.
Me obligué a tomar aire para recuperar la compostura.
―Sí, bueno ―murmuré, poniéndome serio, mientras ya la dejaba en el suelo―. Será mejor que nos demos prisa, todavía hay que andar un rato.
―Sí ―asintió.
―Camina detrás de mí, el arcén es muy estrecho ―le aconsejé―. Y no te separes de mí en ningún momento.
―Sí ―volvió a aceptar.
De pronto, su mano se enganchó a la mía, apretándola con fuerza. Eso hizo que mi corazón pegase otro salto y que el cosquilleo regresase. Sentí esa complicidad que siempre había existido entre los dos, como si nunca se hubiese ido. No me di la vuelta, no me detuve, pero me quedé con cara de idiota. Menos mal que ella no podía verla.
Me estaba cogiendo de la mano, me estaba cogiendo de la mano. ¿O era yo el que la cogía? Bueno, mi mano ya se negaba a soltarla. Realmente, era una situación de lo más extraña, y tampoco entendía qué estaba haciendo ella, a qué estaba jugando. Bueno, ni yo, porque lo que debería hacer es soltarla, pero el estúpido y tarado de mí ya no podía. Mi mano se negaba a dejar marchar a la suya, la había añorado tanto…
Sí, definitivamente era patético.
Me pregunté qué pensaría ese imbécil con el que estuviese si nos viese así. Por un instante rechiné los dientes al acordarme de él, pero por otro tenía que reconocer que sentí una enorme satisfacción, un poco maléfica y vengativa. Sabía de sobra qué parecíamos, y eso me gustaba. Maldita sea. Sí, todavía me gustaba. No me equivocaba, este viaje iba a ser muy peligroso para mí. Y aún así, seguía sin soltar su mano.
Caminamos siguiendo esa carretera que no sabíamos a qué pueblo daba mientras algún coche que otro pasaba a nuestro lado. Cuando esto sucedía, ella se pegaba más a mí, provocando continuamente ese cosquilleo de mi estómago.
―Dime, ¿te… te sigue doliendo el tobillo? ―le pregunté, sin quitar mi vista del frente.
―No, ahora no tanto.
―Bien.
No sé cuántos kilómetros anduvimos, y el tiempo se me pasó demasiado deprisa. Lo único que podía sentir era su mano sujetando la mía con ganas y su cuerpo muy próximo a mis espaldas, tras la mochila. Cuando me di cuenta, llegamos a nuestro objetivo.
Ambos nos detuvimos.
Justo delante de nuestras narices se encontraba la hamburguesería y un motel con un cartel enorme y luminoso que ponía Motel Wenatchee, consistente en una serie de casas prefabricadas de una sola planta baja que se distribuían en hilera y que estaban adosadas entre sí.
―¿Dónde estaremos? ―preguntó, soltando mi de repente desesperada mano para sacarse el mapa del bolsillo trasero de su pantalón vaquero. Lo desplegó y lo miró.
―Ni idea. Sólo sé que me dirigí hacia el este para no toparme con tantas montañas.
―Bueno, lo mejor será preguntar en la hamburguesería ―concluyó, guardándose el plano en el mismo sitio.
Tengo que admitir que me encantó cuando volvió a engancharse de mi mano, aunque esta vez tuve que girarme hacia delante con rapidez para que no descubriera mi cara de tonto.
Iniciamos la marcha por ese arcén estrecho y caminamos hasta allí. El olor y la música ambiental ya eran más que evidentes.
Entramos en la hamburguesería. Había algo de gente, pero enseguida vi una mesa vacía, así que me dirigí hacia allí. No me di cuenta de que seguía sosteniendo su mano hasta que llegamos al asiento y ella se sentó, quedándose con la misma suspendida en el aire por mi amarre. La solté, algo avergonzado, y me senté enfrente.
Cogí la carta plastificada y miré su contenido nerviosamente, intentando disimular y olvidar ese gran desliz».



miércoles, 25 de octubre de 2017

ESTE. DE PIEDRA


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MARK. 

«El extravagante espectáculo terminó y un hombre, que parecía salido de una película de gladiadores, apareció en escena, confiriéndole a todo esto un contraste de lo más extraño. Surgió de una de las puertas con los brazos en alza para animar al gentío, que correspondió sin problemas.

―¡Pueblo de las Cuatro Tierras! ―gritó, animando el cotarro―. ¡¿Queréis ver a nuestros luchadores?! ―el populacho dijo que sí con sus chillidos―. ¡Pues aquí los tenéis!
―Vamos ―nos azuzó el protector, abriendo la verja.
―¡Los guerreros de las Tierras del Norte! ―se escuchó acto seguido.

Y nuestro grupo, compuesto por Danny, Tom, Luke, Martha, Jessica, Peter, Jack, Mike, Sergey, Ágatha, Basam y yo, comenzamos a caminar hacia la arena entre el griterío ferviente. El colosal anfiteatro se abrió completamente ante nuestras asombradas pupilas. Lo que había visto desde la verja no era comparable a lo que se veía ahora que estaba sobre su pista ovalada. Era impresionante. Las gradas, abarrotadas de espectadores, se elevaban con poderío hacia el cielo azul, haciendo que el estruendo de los gritos y los aplausos resonara con una contundencia bestial. Todos nosotros mirábamos alrededor con cara de lerdos, menos mal que las caretas evitaban que esto se viera.

De todos modos, mi nerviosismo por el tema que me preocupaba consiguió reubicarme y me centré.

Sí, el momento había llegado. Ése en el que iba a comprobar si mis pesquisas acerca de Nathan eran ciertas. Mis desasosegados ojos fueron haciendo un exhaustivo escrutinio de las salidas de acceso a la arena, intentando dar con él entre el séquito de protectores y sirvientes de Orfeo. Sin embargo, debía de estar muy escondido, o muy bien camuflado, o tal vez fue la larga distancia que existía entre nuestra posición y las salidas, porque no daba con él. 

Tal y como nos habían ordenado, nos detuvimos frente al palco, y con una reverencia, saludamos al rey Damus. Igor permanecía serio, pero en su rostro se notaba el orgullo que sentía por nosotros. Eso me alentó durante un instante, si bien mi inquietud por Nathan se mantenía en una tensión constante.

―¡Los guerreros de las Tierras del Oeste! ―anunció el hombre de antes.

Los espectros de Kádar empezaron a salir, en medio de las potentes exclamaciones y ovaciones de los espectadores. Ambos bandos nos contemplamos cuando llegaron a nuestro emplazamiento. Ellos con esos inexistentes semblantes creados con la negrura de la misma nada que se entreveía por el hueco de las capuchas de sus casacas de color verde oscuro; nosotros con el resentimiento que todavía sentíamos porque nos hubieran robado el Fuego del Poder y por pura enemistad milenaria. Esta era una buena oportunidad para hacérselo pagar, y teníamos pensado aprovecharla. Los espectros se posicionaron a nuestro lado y efectuaron su saludo a Damus.

―¡Los guerreros de las Tierras del Sur!

Estos, sin transformarse, y equipados únicamente con los pantalones de su uniforme azul celeste y con otras máscaras similares a las nuestras, pisaron la arena al instante, marcando un paso firme de estilo militar. Suspiré y miré la puerta de los protectores del Sur otra vez.

―No puedo creerlo ―jadeó Peter de repente, igual que si hubiera visto un fantasma.

Entonces, al oír eso, una chispa de discernimiento me atizó por dentro con una contundencia que me dejó tieso durante un par de segundos. No podía ser… Mi vista, conmocionada, fue girándose lentamente conforme intentaba asimilar lo que ya estaba adivinando mi mente, entrando a la vez en un estado de shock total, incluso mi boca se quedó colgando.

―¿Qué coño…? ―musité sin apenas voz, cuando por fin lo vi con mis propios ojos.

Nathan caminaba entre los guerreros del Sur en último lugar, completamente a su bola, haciendo gala de esa indisciplina innata en él. No seguía esa marcha marcial, pero su paso, y aún más su mirada penetrante, me parecieron más firmes y peligrosos que los de todo ese grupo y el de los espectros juntos. Vestía sus pantalones negros de siempre, otra diferencia con los guerreros sureños, y su máscara era la única que tenía esculpido un rostro severo y serio, casi inexpresivo, confiriéndole, junto con el imponente tatuaje del dragón de su espalda, un aspecto más sobrecogedor y aterrador. Su sola presencia nos hizo temblar a todos, incluso el público bajó su griterío para murmurar cuando se dieron cuenta de quién se trataba. Por primera vez en toda mi vida, supe lo que sentían nuestros enemigos cuando se topaban con él.

Solté todo el oxígeno, consternado y confuso. Mis peores temores se habían hecho realidad, ¡aunque de qué manera! Como había supuesto, Nathan se había pasado al otro bando por Juliah, sí, pero lo que jamás me hubiera imaginado es que iba a luchar en la arena por el Sur. No… no podía ser… Nathan había firmado su sentencia de muerte con el Norte definitivamente, con su reino. Esto era traición… alta traición… ¿Por qué? Era el Dragón de los Guerreros, líder de los guerreros del Norte… ¿Por qué lo hacía?

Mientras Nathan y el grupo de guerreros del Sur se acercaban, miré al palco automáticamente. Igor creía estar viviendo toda una pesadilla, no quería creerlo, y se notaba que se estaba haciendo un montón de preguntas, al igual que yo. Orfeo sonrió con satisfacción y malicia, levantando su soberbio mentón, al ver la reacción de Igor y Kádar, el cual machacaba las muelas. En cambio, Juliah continuaba con ese rostro duro y frío, como si tal cosa. Mi ceño se frunció de lleno. No entendía nada. Juliah estaba por voluntad propia en el palco y no parecía importarle nada de lo que veía en la arena, y Nathan iba a luchar por el Sur…  ¡¿Qué cojones les pasaba a esos dos?! ¡¿Qué era esto?!

―Nathan nos ha traicionado ―condenó Ágatha, apretando los dientes y los puños, sobre todo cuando observó el palco con una incriminación clara hacia Juliah.

No pude articular palabra.

―No, es imposible ―cuestionó Luke, visiblemente dolido.
―Ahora mismo eso no es lo más importante ―declaró Sergey, más histérico por momentos al tiempo que su cabeza meditaba―. ¿No os dais cuenta? ¡Estamos perdidos! ¡Nos matará a todos!

Mis compañeros comenzaron a agitarse, y tengo que admitir que yo también me puse nervioso. La posibilidad de que alguno de nosotros tuviera que matarle en los juegos si llegase ese imposible caso también tendría que estar ahí, al igual que eso tendría que haberme puesto los pelos de punta, pero nadie se paró siquiera a plantearse esa absurda idea, porque todos sabíamos que ninguno de nosotros era capaz de vencer a Nathan, ninguno. Sin embargo, lo que sí era seguro es que tarde o temprano nos tendríamos que enfrentar a él en estos juegos, y ya se sabía cuál tenía que ser el resultado final de la pugna. El vencedor era el único que podía seguir con vida. Nathan era mi mejor amigo, ¿sería capaz de… matarle si se diera el más que hipotético e irrealizable caso de que le ganara? ¿Sería capaz cualquiera de nosotros? ¿Y él? Nosotros éramos sus amigos, sus compañeros de toda la vida, ¿es que nos iba a matar cuando nos venciera? ¿Qué era toda esta mierda?

―¡Sí, conoce todas nuestras técnicas! ―Jack ya se estaba llevando las manos a la cabeza.

Por fin, me obligué a despertar.

―¡Bueno, ya basta! ¡Nosotros también sabemos las suyas! ¡Y ahora comportaos, nos está mirando todo el mundo! ―farfullé, tratando de no levantar mucho el tono para que los espectros, que evidentemente ya estaban al loro, no me oyeran.

Yo no tenía el carisma ni el liderazgo de Nathan, así que tardaron un poco más de lo que me hubiera gustado en obedecerme.

Los guerreros del Sur se colocaron a unos escasos metros de los espectros, con Nathan como insólito compañero. Entonces, pude fijarme mejor en su mirada; una mirada que ya había visto con anterioridad, una mirada que conocía muy bien. Era la misma mirada concentrada que tenía los minutos precedentes a un partido trascendental, pero más intensa; era la misma mirada que tenía cuando se centraba en una batalla dura y difícil. Nosotros continuábamos desconcertados, sin embargo, cuando nos vio, Nathan ni siquiera se inmutó, parecía hecho de piedra. Ocupó su lugar en la fila y, en contra de lo que hubiera hecho normalmente, se sumó a la reverencia a Damus».

Canción para Este: https://www.youtube.com/watch?v=6xKTUhz_ACA








sábado, 21 de octubre de 2017

SUR. JUEGO PELIGROSO


💧SUR💧: https://www.amazon.es/Los-Cuatro-Puntos-Cardinales-Sur-ebook/dp/B01N5HS0CF/ref=pd_sim_351_1?_encoding=UTF8&psc=1&refRID=BQ019QAH8JC5K8VQ042S

«Me retiré hacia atrás con mi marcado renqueo, me acicalé un poco el cabello suelto que caía bajo esa diadema que seguía pareciéndome extraña y estiré bien ese camisón blanco que se extendía hacia mis pies descalzos. Después, me quedé a la espera. 

Mis bronquios no podían estar más nerviosos. Mis pupilas tampoco se despegaban de esa ventana abierta, por poco me creo que eran capaces de ver entre la negrura, como los gatos.
Pero Nathan no terminaba de aparecer.

¿Habría apagado la luz demasiado tarde? ¿O es que al final la nota se refería al mundo de ahí fuera? Claro, qué tonta era, ¿cómo iba a venir hasta aquí?

Ya estaba a punto de encerrar mi flequillo en la mano otra vez, claramente desilusionada y desconcertada por mi revuelto de sentimientos, cuando algo se vislumbró en la oscuridad.

Era una silueta. La silueta de un sigiloso y casi invisible ninja. La silueta de mi guerrero. Mis nervios se dispararon, así como los latidos que rebotaban en el interior de mi pecho.

Nathan pasó a través del hueco de la ventana con una maestría y una destreza increíbles, prácticamente no hizo ningún ruido. No portaba ninguna arma, seguramente Orfeo había ordenado despojar a los guerreros del Norte de ellas, lo que se sumó a mi preocupación. Se quedó ante mí y se quitó la montera, la cual guardó en uno de sus bolsillos, haciendo que mi organismo se volviera loco del todo cuando vi la totalidad de su hermoso rostro. Estábamos a oscuras, sin embargo, esos ojazos se empeñaban en reclamarme…

Antes de que me diese tiempo de reaccionar, Nathan se acercó a mí de dos zancadas y, decidido, me atrajo hacia su pecho para darme un efusivo abrazo. Exhalé. Las mariposas de mi abdomen saltaron con ahínco y mis brazos obedecieron a su petición ciegamente, rodeando su cuello para corresponderle. Ambos nos apretamos el uno al otro y yo me estremecí al sentir sus manos conquistando casi la total plenitud de mi espalda. Hundí el rostro en su cuello e inspiré con ganas para oler su maravilloso aroma. Él también aprovechó para olerme el cabello.

Viendo que yo era incapaz de moverme, Nathan se despegó un poco de mí para mirarme.

―¿Estás bien? ―quiso saber, dejando mi espalda desamparada para que fuera mi cara la que pasara a tener el privilegio de sentir el tacto de sus manos.

Su rostro estaba muy próximo al mío, y podía seguir oliéndole con intensidad. El dorso de sus dedos acariciaron mis mejillas y todo el vello se me puso de punta, eso sin contar con el alocado hormigueo de mi estómago.

Me obligué a tomar oxígeno.

―Sí ―solo fui capaz de emitir un susurro. Era consciente de que mis ojos estaban totalmente hechizados por los suyos, así que, ahora sí, me forcé a reaccionar―. ¿Cómo… cómo has…?
―Soy un ninja, ¿recuerdas? ―se adelantó, y su sonrisa torcida se mostró con algo de presunción.

Oh, Dios, qué guapo era...

―Sí, pero… ¿cómo has conseguido subir hasta aquí? ―pregunté, aún alelada―. No… no te habrá visto nadie, ¿no?

Sus manos dejaron mi rostro desnudo y Nathan se separó de mí, empezando un lento paseo por la habitación.

―No, tranquila, no me ha visto nadie ―me calmó mientras le echaba un vistazo a todo lo que le rodeaba―. Escalé hasta la segunda planta, me metí por una de las ventanas del vestíbulo y de ahí subí por las cuerdas del ascensor. Como en esta planta el hueco del ascensor tenía una rejilla bastante consistente, tuve que salir por una de las ventanas del piso inferior, pero repté por la fachada hasta la tuya. Fue bastante fácil, la verdad ―y se encogió de hombros a la vez que se giraba hacia mí. Pestañeé, alucinada, pero él se apoyó en uno de los mástiles del dosel de la cama, observó el dormitorio con otra mirada rápida y torció el gesto―. Oye, vaya horterada de cuarto que tienes, ¿no?

No pude evitar que se me escapase una corta y sorda risa. Puede que también influyeran mis nervios.

―Sí, es horripilante ―coincidí. Nathan me miró y sonrió, complacido de que su medio chiste hubiera surtido efecto―. ¿Cómo sabías que me encontraba aquí?
―Las princesas suelen estar en la torre más alta ―bromeó, guardando las manos en los bolsillos de su pantalón ninja. Le hice una mueca y él soltó una risa―. No, en serio. Vi cómo entrabas en esta torre con dos de esos protectores.
―Y la nota. ¿Cómo sabías que…?
―La nota era para el mundo de ahí fuera, pero Orfeo me lo puso en bandeja ―me aclaró, manteniendo esa preciosa sonrisa.

Señor, sí, qué guapo era…

―Pero ¿cómo sabías que yo iba a ir a esa reunión?
―No lo sabía. La verdad es que tenía pensado improvisar para dártela una vez que termináramos de atravesar la pasarela mañana, aunque no sabía si lo iba a conseguir. Ya te digo que Orfeo me lo puso en bandeja ―repitió, sonriente.
―Ah ―fue lo único que se me ocurrió decir. 

Sus respuestas habían sido breves, pero suficientes para resolver todas mis dudas a ese respecto. 

Mi guerrero le echó otro vistazo a la habitación.

―Este dormitorio es una horterada, pero no está mal. Por lo menos está mejor que el antro en el que nos han metido a nosotros.
―¿Dónde os ha alojado Orfeo? ―quise saber, ya temiéndome algo malo.

Su vista regresó a mí.

―En una de esas torres bajas que quedan atrás. Tendrías que verlas por dentro. Son como calabozos húmedos y llenos de mugre por todas partes. Orfeo ha sido muy generoso ―remarcó con sarcasmo.

La palabra “calabozo” me recordó al sótano de esta torre y por poco me pongo a temblequear.

―¿Y cómo has conseguido salir de ahí sin que te vean?

Antes de terminar la pregunta, su semblante algo presumido ya me había contestado.

―Soy un…
―Sí, sí, ya, eres un ninja ―caí, asintiendo varias veces.

Su sonrisa se ensanchó. Nos quedamos mirándonos durante unos segundos con nuestros labios curvados y yo terminé escondiendo mi mirada y mi rostro sonrojado en el forjado inferior otro corto intervalo de tiempo.

Nathan fue el primero que consiguió despertarse y prosiguió.

―No sé cómo tratarán aquí a sus guerreros, pero la verdad es que esos calabozos no tienen nada que ver con las cabañas donde vivimos nosotros, desde luego.
―Nunca te he preguntado, ¿cómo son? ―interrogué, realmente interesada.

Había sentido curiosidad muchas veces, aunque nunca había tenido la oportunidad de preguntárselo a él.

―Son todas iguales. Pequeñas, de madera ―se encogió de hombros.
―¿Nada más?
―¿Qué quieres que te cuente? ―rio.
―No sé, cuántas plantas tienen, por ejemplo. 
―Una ―me desveló, sonriendo.
―¿Solo una?
―Solamente las utilizamos para dormir y poco más, así que no necesitamos una cabaña grande. Además, una cabaña de una sola planta se oculta mejor en el bosque.
―¿Y dónde quedan? 
―¿Para qué quieres saberlo?
―Bueno, soy tu mejor amiga, pero nunca me has llevado a conocer tu cabaña ―le reproché un poco―. No sé dónde vives aquí en las Cuatro Tierras.
―¿Es que vas a ir a visitarme algún día? ―su sonrisa torcida se amplió y yo tuve que coger aire.

Ojalá pudiera hacerlo.

―Puede ―respondí, jugueteando con mi pelo.

Oh, no, mierda. No me lo podía creer. ¿Acababa de tontear con Nathan?  No, no, no, no… No podía, no debía… Sin embargo, aunque era consciente de lo que estaba haciendo, mi cuerpo no podía dejar de enviarle señales. Estupendo. ¿Por qué me traicionaba así?

―Están escondidas en el bosque que forma parte de nuestro territorio, a las afueras del pueblo, hacia el este, aunque esa zona ya no pertenece al Bosque de los Cuatro Puntos Cardinales ―reveló, clavándome una de sus penetrantes miradas.

Mi cerebro se apresuró a almacenar esos datos al instante, y eso que traté de centrarme.

―Tomo nota ―sonreí tímidamente».

La banda sonora de SUR: https://www.youtube.com/watch?v=XStm67vJL9Q





viernes, 20 de octubre de 2017

NORTE. MALHERIDO


🔥 NORTE 🔥: https://www.amazon.es/dp/B01NBPCL89/ref=pd_rhf_gw_p_img_1?_encoding=UTF8&psc=1&refRID=2HYZPR4FDZGKR63QX4G4

«Nathan se quitó el pasamontañas ninja que cubría su cabeza, visiblemente cabreado, y se bajó del caballo, pasando la pierna por encima de la cabeza del animal para saltar hacia abajo. Aparte de las riendas, la única montura del equino consistía en una especie de mantón negro de terciopelo cuyo simple adorno eran unos flecos colgantes en los extremos que caían sobre los costados del caballo, en el que también se encontraban los estribos para que su jinete apoyase los pies. Pero yo no tenía más sustento que Nathan, así que cuando él se bajó del animal, me sentí como si me quedase en el aire, y tampoco sabía cómo apearme de allí sin pegarme un buen morrazo. Para colmo, el caballo agitó su cabeza y todo su cuerpo temblequeó bajo mi titubeante trasero.

Nathan comenzó a dar unos paseíllos nerviosos, sin percatarse del apuro que yo estaba pasando por no saber cómo bajarme de su caballo.

―¡Maldita sea, July, ¿estás loca?! ―empezó a protestar, llevándose las manos a la cabeza―. ¡¿Cómo se te ocurre volver a entrar aquí?!

¿Por qué estaba tan enfadado conmigo? Encima que me había ocultado tantas cosas.

―¿Puedes ayudarme a bajar? ―le pedí, molesta.

Se detuvo para mirarme y resopló por la nariz, pero se acercó a mí, dejando su montera ninja sobre el mantón del caballo. Me sentí realmente incómoda cuando sus manos se engancharon a mi cintura, y creí que iba a caerme sobre él cuando tiró de mí, así que no me quedó más remedio que apoyar la mano que no sujetaba el bastón en su hombro, por si acaso. Sin embargo, Nathan me levantó con una facilidad pasmosa, como si yo fuera ligera como una pluma, y me dejó en el suelo con delicadeza.

Mi mano continuó apoyada en su hombro y las suyas siguieron aferradas a mi cintura. Otro calambrazo electrizó todo mi abdomen cuando nuestros ojos se encontraron, solo duró un segundo, pero me aparté de él rápidamente, con las manos temblorosas.

―Gra-gracias ―murmuré, ladeando el rostro para que no viera el rubor de mis mejillas. Todavía estaba demasiado desconcertada y confusa por todo esto.

Él no pareció reparar en nada de eso.

―No tenías que haber entrado aquí otra vez, ¿en qué estabas pensando? ―me regañó, dando paseíllos nerviosos de nuevo.
―Yo… creía que…
―¿Es que no tuviste bastante con lo de… ayer? ―me cortó, parándose frente a mí.
―Tenía que entrar ―me defendí, frunciendo el ceño por su actitud.

Vale, probablemente yo había supuesto un engorro y una carga para él, pero no entendía por qué se ponía así conmigo.

―¿Tenías que entrar? ―repitió, marcando aún más lo cabreado que estaba―. ¿Qué pasa? ¿Acaso te ponen las emociones fuertes o qué? ¿No viste lo peligroso que es esto?
―Claro que lo vi ―intenté alegar, enfadada―, por eso…
―¿Entonces para qué entraste aquí otra vez? ―siguió, interrumpiéndome de nuevo―. Tenías que haberte alejado de este bosque, haber vuelto a Boston, pero no.
―No podía…
―Mierda, July, ¿te das cuenta de lo que has hecho? Ahora ya no hay vuelta atrás, ¿por qué demonios no te quedaste en casa?
―¡Porque estaba preocupada por ti! ―espeté, exasperada. Se quedó paralizado ante mi confesión y su rostro enfadado se transformó en uno de sorpresa. Cuando yo misma me di cuenta de lo que acababa de admitir, volví a sentir el calor en mis mejillas―. Yo… sa-sabía que eras tú, y estabas… malherido, no… no podía dejarte aquí.

Sus ojos grises no se apartaron de los míos, aunque ahora había algo muy distinto que hizo que mi corazón saltase para latir a mil por hora y que mi estómago sufriera otra descarga eléctrica.

―¿Sabías que era yo? ¿Estabas… preocupada por mí? ―murmuró sin que sus ojos me dieran tregua.

Ni yo entendía por qué me había preocupado tanto por él, no podía explicarlo, pero tenía que reconocer que así era. Estaba tan preocupada, que en realidad hoy todo lo había hecho por él. Por él había entrado en el cuarto de mi padre, por él me había ido de clase corriendo, por él había entrado en este bosque mágico... Y la verdad es que no lo había dudado ni un instante.

Me quedé sin réplica, y la única contestación que pude darle fue el no poder apartar mis pupilas de las suyas.

―¿Preocupada por Nathan? Eso sí que es bueno ―se escuchó de pronto, y acto seguido unas conocidas risotadas explotaron a unos metros de nuestro lado.

Eso ya consiguió que dejase esas pupilas enigmáticas e hipnotizadoras para mirar en dirección a las risas. Eran Mark, que era el que había hablado, y los chicos, todos vestidos con sus uniformes negros pero a cara descubierta, que acababan de llegar de alguna parte.

Genial. Bajé la vista, más ruborizada todavía.

―No tienes por qué preocuparte por Nathan ―continuó Tom, pausado. No le veía la cara ahora mismo, pero por el tono de voz, y conociendo su personalidad responsable y seria, se notaba que era el único que no mantenía esa sonrisita tonta, aunque el dibujo de su labio tampoco era rectilíneo del todo―. Nadie lucha como él.

Giré la cara para mirarles, enfadada. Mark, Tom, Danny y Luke se habían apoyado en una parte de los árboles que rodeaban el pequeño claro, con toda tranquilidad.

―¿Ah, sí? Pues para ser tan bueno, recibió un buen tajazo en el brazo ―les reprendí. Me volví hacia Nathan―. Déjame ver la herida.
―¿Cómo? ―inquirió con cierto aire objetor.

Los chicos soltaron otras carcajadas, pero les ignoré.

―Que me dejes ver la herida ―le exigí, intentando abrir esa camisa negra cruzada que me recordaba a las que se usan en kárate, aunque esta era de una tela fina y las mangas eran más largas y se ceñían más a los brazos.
―¿Qué haces? ―intentó oponerse, sujetando mi muñeca.
―Esto no me lo pierdo ―se burló Danny, cruzándose de brazos como el que va a ver un espectáculo.

Me deshice de su amarre.

―Quiero ver si está infectada, no he venido hasta aquí para nada ―farfullé, pasando a deshacer el nudo de ese cinturón que rodeaba su cintura.

Lo malo es que con una mano costaba bastante.

―¿Has venido para curarme? ―se sorprendió, mirándome como antes.

Esta vez no me dejé atrapar por sus ojos, ya que concentré mi vista en el cinturón.

―Que conste que no lo hago por gusto ―le dejé claro sin dirigir la mirada a sus pupilas―. Pero me salvaste la vida, es lo mínimo que puedo hacer.
―Eso no importa. Además, estoy bien ―intentó convencerme, interponiendo sus manos una vez más.
―Sí, sí que importa ―refuté, alzando la vista para clavarla en la suya con firmeza―. Tenías una herida muy fea, así que quiero verla.

Sus ojos grises se mantuvieron enganchados a los míos durante un par de segundos, pero finalmente los apartó para resoplar.

―Vale, vale, muy bien, tú lo has querido ―accedió, aunque a regañadientes.

Nathan terminó de deshacer el nudo de su cinturón y la camisa se abrió ella sola, dejando su torso al descubierto. Me pasó el cinto para que lo sujetase, pero mi torpe mano lo perdió y se me cayó al suelo al ver tanto músculo junto. Bueno, sí, tenía un físico bastante increíble, vale, tenía que reconocerlo, pero eso no significaba nada, solo que su cuerpo moldeado de gimnasio era increíble y nada más. Me agaché para recoger el cinto negro con toda la dignidad que pude, eso sí, con la sangre acumulada en mi semblante, y cuando me alcé, Nathan ya estaba dejando la camisa sobre el manto de su caballo, con cara de resignación.

―Calzonazos ―se mofó Danny.
―Cállate ―replicó Nathan.

Entonces, mis ojos se abrieron del todo. El lugar que ayer ocupaba aquel tajo profundo que no dejaba de sangrar hoy estaba adueñado por una cicatriz que apenas se distinguía.

―¿Dónde… dónde está la herida? ―inquirí, sorprendida, sujetando su antebrazo y acercándome más para cerciorarme de que estaba mirando en el lugar correcto.

Sí, era el brazo derecho…

Al arrimarme tanto a él, su maravilloso y engatusador aroma se olió con más intensidad, introduciéndose por mi nariz con ganas. No alcanzaba a comprender por qué me gustaba tanto esa fragancia, pero era realmente cautivadora, olía extremadamente bien. Me percaté de que esa fragancia se desprendía de su piel y me aparté de él ipso facto.

―¿Contenta? ¿Me puedo vestir ya? ―me pidió con sarcasmo.

Yo no le había pedido que se descubriera del todo, pero en estos momentos estaba demasiado atónita como para replicarle.

―¿Cómo… cómo es posible? ―murmuré, observando lo que quedaba de cicatriz mientras Nathan ya se ponía la camisa―. Tenías una herida enorme...
―Acabas de alucinar, ¿eh? ―sonrió Danny.
―Magia. Y ahora vuelve a casa ―me azuzó Nathan, agarrándome del brazo para instarme a subir al caballo».

Mi banda sonora para Los4PC: https://www.youtube.com/watch?v=XVENxF3kiJo