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sábado, 28 de octubre de 2017

NUEVA ERA I. PROFECÍA

NUEVA ERA I. PROFECÍA🐺🦋: https://www.bubok.es/libros/220799/NUEVA-ERA-I-PROFECIA-FanFic-Continuacion-de-Despertar-18


JACOB.

«Busqué a alguien más de la manada, pero no encontré a ninguno. Todos habían desaparecido de repente.
¿Qué era esto? ¿Un complot?
―¿Pasa algo? ―preguntó ella, rompiendo el silencio que reinaba en ese bosque.
Nada, nada, mascullé, enfadado, desconectándome de mi manada invisible.
Ella solamente escuchó mis gañidos, pero, como siempre, los entendió a la perfección, aunque pareció evitar el tema.
―¿Podemos parar un poco? ―me pidió―. Tengo hambre, y mi cuerpo está destrozado de llevar tantas horas aquí sentada.
La verdad es que llevábamos muchas horas de viaje, no habíamos parado ni para comer, y ella se había pasado todo ese tiempo sobre mi lomo, con esa mochila a la espalda.
Reduje la velocidad hasta que el descenso por esa montaña sólo fue un simple trote y después me paré. Me giré y me eché en el terreno mirando hacia arriba, de modo que ella lo tuviera más fácil para bajar, y se apeó de mi lomo, dejando la mochila en el suelo para estirarse.
―Gracias ―me sonrió.
Asentí y me levanté.
Otra vez me fijé en la red en forma de telaraña que la envolvía bajo su alma. ¿Qué demonios sería eso? ¿Algún tipo de escudo? No. Parecía algo que la oprimiese. No me gustaba nada.
El problema es que no era ninguna energía, simplemente era eso, una especie de red, y no sabía si mi poder espiritual podría deshacerse de algo así. Me pregunté qué narices sería, porque jamás había visto nada parecido.
Llevé mi poder espiritual hacia ella para comprobarlo, no había peligro, no se iba a dar ni cuenta. Mi círculo de luz brillante se extendió y la envolvió.
Y entonces, mis ojos se abrieron como platos.
La telaraña se deshacía en algunas partes, pero eran sustituidas instantáneamente por otras, que se tejían a una velocidad ultrasónica. Sin embargo, eso, que ya era bastante alucinante y raro, no fue lo que más me sorprendió. Ella cerró los ojos y jadeó con intensidad, estaba sintiendo mi poder espiritual.
¿Cómo podía sentirlo? Eso… eso era imposible…
¿O no?
De pronto, mi cabeza se vio sacudida por una serie de imágenes y recuerdos dispersos, aleatorios, muy difusos y confusos que luchaban por salir de alguna parte, era como si estuviesen bloqueados por algo. Hasta que todo volvió a la calma de forma repentina.
¿Qué había sido eso?
Retiré mi círculo brillante inmediatamente, con urgencia.
La red siguió en el mismo sitio, y sus ojos continuaron cerrados durante un instante más mientras unas lágrimas se deslizaban a ambos lados de su precioso rostro maravillado. Los abrió lentamente, alzando sus largas pestañas, y los enganchó a los míos.
―Jake… ―murmuró, alucinada.
Mierda. ¿Y ahora qué le decía yo?
¿Y ella? ¿Sabría que estaba envuelta con esa telaraña?
―¿Por qué has hecho eso? ―preguntó, con un murmullo, estudiándome con la mirada.
Genial.
¿No tenías hambre?, inquirí, para cambiar de tema, gañendo y dando pataditas en el suelo como un imbécil.
―Ah, sí, claro, hemos parado para comer ―recordó, gracias a mis estúpidos gestos.
Oteé el ambiente con mi nariz, olisqueando para ver si detectaba algún efluvio animal cerca. Mi agudo olfato dio con una manada de ciervos no muy lejos de allí.
Vamos a cazar, gañí, empujándola con el hocico.
―Preferiría comer algo caliente, ya sabes, una hamburguesa o algo ―declaró.
Vale, guay. Ahora quería una hamburguesa.
¿Una hamburguesa? ¿Y de dónde te crees que…?
―Si no te transformas en humano, no te entiendo ni una palabra ―me cortó.
Sí, claro.
Digo que es mejor cazar un…
―No sé lo que dices ―afirmó de nuevo, mirando hacia otro lado para hacerse la tonta.
Resollé por las napias.
Aquí no hay…
―Nada, ni una palabra ―insistió.
Volví a resollar y me fui detrás de un árbol para adoptar mi forma humana. Me puse esos pantalones negros cortos, y salí de ese escondite para reunirme con ella.
―¿Te gusta más así? ―pregunté, de mal humor.
―Sí, así mucho mejor ―y desplegó esa preciosa y dulce sonrisa.
Tuve que coger una buena bocanada de aire y desviar la mirada con urgencia.
―Decía que es mejor que cacemos algo por el bosque ―repetí, en lengua humana.
―Yo prefiero una hamburguesa, ya que estamos aquí ―reiteró―. No estamos lejos de alguna carretera, y debe de haber una hamburguesería por aquí cerca, puedo oler la carne a la parrilla.
Pues sí, ahora que me fijaba olía, olía. Y también se escuchan los escasos coches que pasaban por esa calzada, además del curso de un río.
―No sé, no tenemos tiempo de…
―No pasa nada por parar a tomar una hamburguesa, además, un sitio lleno de gente es más seguro ―me interrumpió otra vez―. ¿Es que tú no tienes hambre? Porque yo estoy famélica, y esas hamburguesas huelen de muerte.
Sí, tenía razón, esas hamburguesas olían de muerte, y yo empezaba a notar el revoltijo de mis tripas. Pero eso de cenar a solas… Bueno, aunque el sitio estaba lleno de gente, se podía escuchar el leve bullicio desde aquí, bastante lejos, por cierto, y el hilo musical del local.
―Pues sí, tengo hambre, pero no voy preparado ―alegué, señalando mi escasa indumentaria.
―Ah, por eso no te preocupes. Te he metido algo de ropa y unas deportivas en mi mochila ―reveló, agachándose para abrir la susodicha.
Parpadeé, perplejo. ¿Había metido ropa para mí en su mochila?
Me mordí el labio, pensativo y dubitativo, mientras ponía los brazos en jarra y miraba a mi alrededor como un idiota, sin saber qué hacer ni cómo actuar.
Cerró la mochila, se la cargó a la espalda y se levantó con una camiseta blanca y unas deportivas negras en la mano que a mí no me sonaban de nada.
―¿De dónde has sacado eso? ―quise saber, sorprendido―. No es mío.
―Te lo compré antes de ir a La Push ―reveló, con una sonrisa. Otra vez tuve que parpadear, completamente descolocado―. Venga, vamos ―me azuzó, metiéndome el cuello de la camiseta por la cabeza y poniéndose detrás para empujarme.
―Vale, vale, pero, espera, tengo… tengo que calzarme ―acepté, algo confuso todavía.
Bajó a mi lado mientras terminaba de ponerme la camiseta, cuya talla era justo la mía, y me calzaba las deportivas, que también eran exactamente de mi número. Ella siempre daba en el clavo, por supuesto.
No le debió de ser fácil encontrar tiendas que tuvieran estas tallas. ¿Por qué se había tomado tantas molestias?
―Vamos, tengo hambre ―me apremió, sacándome de mis pensamientos, mientras empezaba a caminar por esa cuesta abajo.
―Espera, ¿dónde vas tan deprisa? ―resoplé, cogiéndole del brazo para pararla un poco―. No te separes de mí, ¿vale?
―No, nunca ―espetó, con un murmullo, alzando sus preciosos y dulces ojos para clavarlos en los míos con una doble intención que percibí a las claras.
¿A qué venía eso ahora?
―Va-vamos ―tartamudeé, llevando mis pies hacia delante.
Idiota, idiota.
Se puso a mi lado para bajar junto a mí y me fijé en esa mochila. Parecía bastante pesada, aunque sabía que para ella no sería nada.
―Trae, yo te la llevaré ―me ofrecí igualmente, quitándosela.
Ella me ayudó, sacando los brazos.
―Gracias ―me sonrió.
Miré hacia el frente con rapidez y me la puse a la espalda.
―De… de nada ―murmuré.
―Mira ―me avisó, cogiéndome del brazo para que mirase a mi lado izquierdo, donde se encontraba ella―, se ven luces allí, ¿las ves? ―y me señaló el sitio con el dedo de la mano que no me sujetaba―. Es un pueblo.
Sentir la calidez de su mano en mi brazo me puso todo el vello de punta.
―¿Eh? Ah, sí, sí ―asentí, obligándome a mí mismo a regresar al planeta tierra.
Tampoco me había dado cuenta de que estaba empezando a anochecer hasta que no me fijé en las luces de las casas.
Después de caminar varios minutos, con ella colgada de mi emocionado brazo, pasamos los últimos árboles del bosque y salimos a un terraplén muy empinado y alto que aterrizaba en el estrecho arcén de la carretera.
La vía seguía el curso del río, que se encontraba al otro lado de la misma.
Hice el amago de saltar, tirando de ella, pero me paró.
―Espera ―dijo, sin soltar mi brazo.
―¿Qué pasa? ―quise saber, girando medio cuerpo para mirarla extrañado.
―No… no puedo bajarlo sola ―declaró, mordiéndose el labio.
―¿Cómo?
―Hace un rato me hice daño en un tobillo ―me reveló―. No te dije nada para no preocuparte, pero me duele bastante. Si lo bajo yo sola, tengo miedo de hacerme un esguince o algo.
―¿Un esguince tú? ―cuestioné, alzando una ceja.
―Me duele bastante ―repitió.
Suspiré con vehemencia, mirando al frente para observar la altura. Habría un metro ochenta por lo menos.
―Bueno, vale ―refunfuñé, no muy conforme―. Bajaré yo primero y te cogeré desde abajo.
―Vale ―sonrió, soltando mi ahora desgraciado brazo para dejarme saltar a mí primero.
Suspiré de nuevo y salté el metro ochenta sin ningún problema.
Me di la vuelta y levanté los brazos para esperarla.
―Ya puedes saltar ―le comuniqué.
―¿Seguro que me cogerás? ―dudó, desde el borde del terraplén.
―No seas tonta, claro que te cogeré ―resoplé, abriendo más los brazos―. Venga, tírate ya.
―Espero que no me la juegues, me metería un buen morrazo contra el suelo ―bromeó, sonriendo.
No pude evitar que mi mente reprodujera esa escena, y me hizo gracia. Cuando me di cuenta, los tendones de mi boca se estiraban para curvar mis labios hacia arriba; llevaban tanto tiempo sin hacer esta función, que me pareció que estaban anquilosados.
―Eso estaría bien ―admití, escapándoseme una risita sorda que me sonó hasta extraña, a la vez que ladeaba la cara.
―Cuidado, que voy ―me avisó.
Eso hizo que girase el careto hacia ella con precipitación. Saltó hacia mí rápidamente y yo la cogí cuando su cuerpo se estampó contra el mío.
Se separó un poco para mirarme. Sus brazos rodeaban mi cuello. Tenerla tan pegada a mí, provocó que mi pulso se acelerase y que el cosquilleo de mi estómago cobrara protagonismo.
―Es la primera vez que sonríes ―murmuró, con sus preciosos labios también curvados hacia arriba.
Me obligué a tomar aire para recuperar la compostura.
―Sí, bueno ―murmuré, poniéndome serio, mientras ya la dejaba en el suelo―. Será mejor que nos demos prisa, todavía hay que andar un rato.
―Sí ―asintió.
―Camina detrás de mí, el arcén es muy estrecho ―le aconsejé―. Y no te separes de mí en ningún momento.
―Sí ―volvió a aceptar.
De pronto, su mano se enganchó a la mía, apretándola con fuerza. Eso hizo que mi corazón pegase otro salto y que el cosquilleo regresase. Sentí esa complicidad que siempre había existido entre los dos, como si nunca se hubiese ido. No me di la vuelta, no me detuve, pero me quedé con cara de idiota. Menos mal que ella no podía verla.
Me estaba cogiendo de la mano, me estaba cogiendo de la mano. ¿O era yo el que la cogía? Bueno, mi mano ya se negaba a soltarla. Realmente, era una situación de lo más extraña, y tampoco entendía qué estaba haciendo ella, a qué estaba jugando. Bueno, ni yo, porque lo que debería hacer es soltarla, pero el estúpido y tarado de mí ya no podía. Mi mano se negaba a dejar marchar a la suya, la había añorado tanto…
Sí, definitivamente era patético.
Me pregunté qué pensaría ese imbécil con el que estuviese si nos viese así. Por un instante rechiné los dientes al acordarme de él, pero por otro tenía que reconocer que sentí una enorme satisfacción, un poco maléfica y vengativa. Sabía de sobra qué parecíamos, y eso me gustaba. Maldita sea. Sí, todavía me gustaba. No me equivocaba, este viaje iba a ser muy peligroso para mí. Y aún así, seguía sin soltar su mano.
Caminamos siguiendo esa carretera que no sabíamos a qué pueblo daba mientras algún coche que otro pasaba a nuestro lado. Cuando esto sucedía, ella se pegaba más a mí, provocando continuamente ese cosquilleo de mi estómago.
―Dime, ¿te… te sigue doliendo el tobillo? ―le pregunté, sin quitar mi vista del frente.
―No, ahora no tanto.
―Bien.
No sé cuántos kilómetros anduvimos, y el tiempo se me pasó demasiado deprisa. Lo único que podía sentir era su mano sujetando la mía con ganas y su cuerpo muy próximo a mis espaldas, tras la mochila. Cuando me di cuenta, llegamos a nuestro objetivo.
Ambos nos detuvimos.
Justo delante de nuestras narices se encontraba la hamburguesería y un motel con un cartel enorme y luminoso que ponía Motel Wenatchee, consistente en una serie de casas prefabricadas de una sola planta baja que se distribuían en hilera y que estaban adosadas entre sí.
―¿Dónde estaremos? ―preguntó, soltando mi de repente desesperada mano para sacarse el mapa del bolsillo trasero de su pantalón vaquero. Lo desplegó y lo miró.
―Ni idea. Sólo sé que me dirigí hacia el este para no toparme con tantas montañas.
―Bueno, lo mejor será preguntar en la hamburguesería ―concluyó, guardándose el plano en el mismo sitio.
Tengo que admitir que me encantó cuando volvió a engancharse de mi mano, aunque esta vez tuve que girarme hacia delante con rapidez para que no descubriera mi cara de tonto.
Iniciamos la marcha por ese arcén estrecho y caminamos hasta allí. El olor y la música ambiental ya eran más que evidentes.
Entramos en la hamburguesería. Había algo de gente, pero enseguida vi una mesa vacía, así que me dirigí hacia allí. No me di cuenta de que seguía sosteniendo su mano hasta que llegamos al asiento y ella se sentó, quedándose con la misma suspendida en el aire por mi amarre. La solté, algo avergonzado, y me senté enfrente.
Cogí la carta plastificada y miré su contenido nerviosamente, intentando disimular y olvidar ese gran desliz».



4 comentarios:

  1. Holaaa! Continuaras nueva era con Anthony? Gracias!

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    1. Hola, Iliane. Pues de momento estoy inmersa en mi nueva novela Sol y Luna, pero como siempre digo, no dejo ninguna puerta cerrada. Quién sabe, quizá en un futuro ;)

      Gracias por tu interés :)

      ¡Un lametón para ti!

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  2. Me encanta tus 3 libros de la continuacion de crepúsculo quisiera comprarlos donde los puedos conseguir

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  3. Ya los eh leido 3 veces quiero mas
    Me encanta tu imaginacion de mi parte no necesito pelicula para vivime los libros eres fantastica Tamara

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