💧 LOS CUATRO PUNTOS CARDINALES. SUR 💧
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«El lugar que se presentó ante nosotros era lúgubre y tétrico, húmedo y frío. Apenas unas antorchas aportaban una vaga luz a ese sótano. Orfeo me obligó a salir con otro tirón al iniciar la marcha y comenzamos a caminar por unos pasillos estrechos y claustrofóbicos. Los paramentos eran de roca, como si esos pasadizos hubieran sido escavados en el propio peñón con forma de muela, en el subsuelo del complejo del castillo.
Mis ojos se abrieron con horror mientras avanzábamos. Una sucesión de celdas empezó a distribuirse a nuestros lados conforme pasábamos por esos pasillos, y estaban provistas de arandelas, grilletes y cadenas de acero para amarrar a sus víctimas. La sangre, alguna fresca, aún teñía sus paredes. Pero mis pupilas pasaron al espanto cuando terminamos ese sinfín de pasadizos y accedimos a otra estancia.
Era una sala de tortura.
En ella se encontraban un montón de máquinas de madera. Algunas tenían unas formas tan retorcidas, que era imposible adivinar qué clase de atrocidad podían provocar, pero otras presentaban innumerables e innombrables elementos cuyas finalidades de tortura daban poco margen a la imaginación. La sangre de las celdas me había impactado, pero la que bañaba a los distintos aparatos me horrorizó por completo. El pavor se apoderó de mí, sobre todo con la sola idea de relacionar a Nathan con cualquiera de esas máquinas.
Recordé ese sentimiento escalofriante que había atravesado mi ser la primera noche que había pasado aquí, durante aquel baño en el que había terminado llorando por la marcha de Nathan. Este lugar, este castillo, tenía algo que me inundaba con un sentimiento helado. Y ahora sabía por qué.
―¿Qué es esto? ―pregunté a duras penas.
―¿Crees que voy a conformarme solamente con denunciarle para que le pongan un simple castigo? ―dijo, mostrando una sonrisa malvada y pérfida que era escalofriantemente irónica. Después, su rostro se transformó súbitamente en uno lleno de perversidad y crueldad, pronunciando cada siguiente palabra de igual modo―. Le capturaré y le haré mi esclavo; le torturaré, haré que sufra hasta que agonice y muera.
Sus vocablos escupieron el profundo odio que sentía hacia Nathan sin tapujo alguno. Toda mi alma fue atacada por un inmenso vértigo al escuchar semejante cosa. No podía ni imaginarme tal atrocidad, jamás hubiera pensado que el chico que tenía delante y con el que había mantenido dos años de relación fuera capaz de hacer algo así. Sin embargo, su semblante no mostraba ni un ápice de compasión o vacilación, al contrario, se le veía muy seguro, capaz de realizar esa brutalidad. Sentí que me iba a desmayar, aunque, no sé cómo, conseguí mantenerme en pie.
―¿Qué… estás diciendo? ―exhalé, y mis cuerdas vocales temblaron con horror.
―Observa esos artificios ―me mostró, lanzándome hacia delante con un empujón brusco cuando soltó mi brazo, para que me fijara bien en las pruebas que tenía delante―. Imagínate todas las cosas que puedo hacerle a tu guerrero con ellos.
―No ―clamé ya con pánico, girándome hacia él.
―Esa máquina de ahí, por ejemplo ―señaló, ignorando mi súplica llorosa, demostrándome lo impasible y frío que era en realidad―. Le mutilaría poco a poco.
―No ―sollocé.
―Empezaría por las manos y los pies ―prosiguió él, hablándome con una ferocidad espeluznante―, y después le cortaría en rodajas, despacio, hasta mutilarle del todo. Agonizaría y moriría desangrado, aunque hasta que lo hiciera, su dolor sería insoportable.
―¡No, basta!
―O esa de ahí ―me indicó con la mano―. Estira a sus víctimas hasta que mueren dislocadas.
―¡Basta! ―imploré, llorando.
―Los brazos y las piernas de tu querido guerrero se desmembrarían lentamente, haciendo que su muerte fuera larga y desgarradora.
El bastón se me cayó al suelo.
―¡No, por favor, basta! ―chillé entre lágrimas, llevándome las manos a los oídos.
Orfeo por fin se quedó en silencio, aunque su mirada seguía helándome completamente.
―Si no quieres que siga describiendo lo que le haré a tu querido guerrero, accederás a todas mis peticiones. De lo contrario, la próxima vez no serán meras descripciones; lo verás con tus propios ojos ―aseguró.
Alcé la vista hacia él con arrebato.
―¡Eres un monstruo! ―le grité con una inquina y una rabia inusitadas en mí, arrojándome hacia él para darle puñetazos en el pecho.
No llegué a pegarle mucho. Orfeo consiguió zafarse de mis puños y me dio una potente y dura bofetada en la cara que me lanzó hacia atrás. Mi cuerpo y mi rostro se quedaron ladeados, del golpe, al tiempo que intentaba salir de mi estado de shock y desesperación. Orfeo se encargó de virarme la cara, sujetándomela con brusquedad.
―Jamás lo olvides. Ahora soy tu rey, obedecerás a todo lo que te diga si no quieres ver sufrir a tu guerrero. Arrodíllate ante mí ―me ordenó, soltando mi cara de un empujón seco, a la vez que sostenía su mirada fría, impasible.
Me quedé petrificada por todo lo que estaba oyendo y descubriendo. Mis ojos observaban, horrorizados, a ese chico al que antes llamaba James. Qué idiota había sido, qué ciega. Esa flecha empapada de culpabilidad que había sentido con anterioridad se desintegró al instante, estallando en millones de virutas que transportaban el mismo número de sentimientos desconcertados. No me podía creer que hubiera estado saliendo durante dos años con un monstruo así, y lo que es peor, que me hubiera acostado con él, que me hubiera… tocado. Empecé a sentir cómo mis tripas se revolvían, incluso me entraron ganas de vomitar.
―¡Arrodíllate! ―voceó al ver que no me movía.
Casi no tuve tiempo de sentir mi miedo. Unas manos rudas se estamparon sobre mis hombros inopinadamente y fui impelida hacia abajo con virulencia. Mis rodillas se estrellaron contra el pétreo forjado, produciéndose un punzante dolor en mis rótulas por el fuerte impacto, mientras el protector que lo había hecho se quedaba detrás de mí para encargarse de que no me levantara.
―Te alejarás de ese maldito guerrero para siempre. Te olvidarás de él para siempre ―me ordenó el cruel Orfeo, rebosando odio en cada sílaba que pronunciaba.
Las palmas de mis manos golpearon el suelo cuando me caí hacia delante, de la agonía y el profundo dolor que mi alma estaba sufriendo. Mis pulmones apenas podían inspirar el aire debido a mis atormentados llantos, incluso el pecho me dolía. No, no podía vivir sin Nathan, todo mi ser, todo mi espíritu lo sabía.
―Cuando yo te diga, te quedarás un año aquí, accederás a una vida eterna y reinarás junto a mí ―continuó, intransigente y despiadado―. Así también dejarás de ser una tullida. Una reina tiene que caminar con elegancia.
Las desesperadas lágrimas no dejaban de resbalar por mi cara. Esto no podía estar pasando, era otra pesadilla.
―Ahora regresarás a tu casa, has pasado demasiados días aquí y ya se nos ha hecho tarde, pero la próxima vez que estés en mi reino lucirás la diadema azul. ¿Está todo claro? ―decretó, alzando el mentón con autoridad.
Me ahogaba. Casi no podía respirar.
―¡¿Está todo claro?! ―repitió, pegando un grito feroz.
―Sí ―pronunció mi apagada garganta, llorando desconsoladamente.
Mi mente ni siquiera quería plantearse esta opción tan desoladora y devastadora, pero no me quedaba más remedio que obedecer. Si no lo hacía, Orfeo atraparía a Nathan y le haría todas esas cosas horribles que había jurado antes. Era muy capaz de hacerlo, y yo no podría soportarlo. No verle era una agonía para mí, pero verle sufrir era insoportable, mi cerebro se negaba siquiera el amago de pensarlo. Nathan era lo más importante para mí, él estaba por encima de mi propia vida. Si tenía que sacrificarla para salvarle a él, lo haría sin pensarlo. Le amaba demasiado, no podía dejar que le pasara nada malo.
Noté cómo mi corazón se descerrajaba, casi literalmente, estaba herido de muerte. Sí, porque sin mi ángel, sin Nathan, no podía vivir. Yo jamás dejaría de amarle, jamás, ahora lo sabía con absoluta certeza. Sin embargo, no podíamos estar juntos.
Todo mi mundo se vino abajo. Me vi cayendo por un precipicio oscuro e interminable, hacia un vacío frío, desgarrador, sordo.
Esto… esto era otra pesadilla».
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