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martes, 31 de mayo de 2011

NUEVA ERA. CAPITULO 5: ANIVERSARIO

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NUEVA ERA (Continuacion de "DESPERTAR")
Para leer este fic, primero tienes que leer el anterior "Despertar", que se encuentra en los 7 bloques situados a la derecha de este blog. Si no, no te enteraras de nada XDD

CAPITULOS:

2. SAGRADOS: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/05/nueva-era-capitulo-2-sagrados.html
3. PRACTICAS: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/05/nueva-era-capitulo-3-practicas.html
4. HELEN: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/05/nueva-era-capitulo-4-helen.html





ANIVERSARIO

Al día siguiente, Helen no estaba en su pupitre. Mis amigas y yo invadimos su móvil y su ordenador con llamadas y correos todo el martes y el miércoles, pero, como la semana anterior, no obtuvimos respuesta. Hasta que el miércoles por la noche recibí un mensaje suyo diciéndome que había recaído pero que ya se encontraba mejor. Siguió sin aparecer por el instituto el resto de la semana, sin embargo, ya nos quedamos un poco más tranquilas.
Como les había dicho a mis amigas, Jake y yo practicamos con mi coche por Port Angeles y Seattle del lunes al jueves, y cada día que conducía se me daba mejor, así que decidimos que ya me podía presentar al examen el lunes de la semana siguiente.
El viernes después de clase lo aprovechamos para practicar con las motos, aunque esta vez lo hicimos por la carretera de La Push, rodando tranquilamente, y después ya nos fuimos a la calzada sin asfaltar de la otra vez para echar alguna que otra carrera.
Como todos los fines de semana, nos acostamos pronto y nos levantamos tarde, pero este sábado en concreto era muy especial para nosotros, era cinco de febrero, y al día siguiente era nuestro aniversario. Nuestro primer año como novios.
El seis de febrero fue el día de la boda de Paul y Rachel, y fue el día en que nos dimos nuestro primer beso, el día en que Jake deslizó sus labios por los míos por primera vez, haciéndome quedar sin respiración, el día en que me di cuenta de que no podía seguir alejada de él, que no podía vivir sin él, que sería suya para siempre, hasta el final de mis días. Así que consideramos que, aunque ese interminable beso bajo la lluvia que nos hizo darnos cuenta de mi imprimación fue al día siguiente, nuestro aniversario tenía que ser el seis de febrero. Como caía en domingo, decidimos celebrarlo el sábado para ir a cenar a algún sitio especial esa noche.
Jake no me quiso decir dónde había hecho la reserva, ya que quería que fuese una sorpresa. Lo único que me dijo es que me pusiera el vestido rojo que había llevado a nuestra primera cita de verdad. No entendí por qué se empeñaba tanto en que me lo pusiera, pero me imaginé que era porque le gustaba mucho ese vestido.
Cuando lo saqué de la percha y lo vi, di gracias a Dios de tener una tía como Alice, ya que, gracias a ella, el vestido estaba impoluto. Viéndolo ahora, nadie diría cómo había quedado el año pasado después de rebozarnos por la arena de Rialto Beach. No sé cómo lo había hecho, pero seguro que había invertido bastante tiempo en sacarle toda la arena, aunque fuese un vampiro.
Me percaté de que no me había fijado hasta ahora en que el vestido estaba en mi armario, a decir verdad, creía que se había quedado en el vestidor de mi antiguo cuarto con el resto de ropa que había dejado allí, ya que en este armario no me cabía ni la cuarta parte de lo que tenía, y eso que Jake tenía poca ropa. Entonces, me acordé de que Seth, Brenda, Quil y Embry nos habían ayudado a traer algunas de nuestras cosas a casa. Alice tuvo que darle el vestido a Seth en algún momento y este lo metió en el armario, seguramente obedeciendo las instrucciones de ella. Hasta estaba la chaqueta negra, las medias con sus ligueros rojos los cuales estaban en una caja, en el cajón del armario y unos zapatos de tacón a juego.
Era como si ella ya supiese que Jake me iba a pedir que me lo pusiera para la noche de hoy. Sonreí. A veces me daba la sensación de que Alice sí que podía vernos el futuro, aunque sabía de sobra que no era así y que lo que derrochaba ella con nosotros era más intuición que otra cosa.
No pude evitarlo. Salí de la habitación, bajé las escaleras y cogí el móvil, que estaba en el taquillón de la entrada. Marqué el número de Alice me lo sabía de memoria, y era más rápido que buscarlo en la agenda y esperé hasta que lo cogió, cosa que fue muy rápida.
No me dejó ni decir hola.
¿Ya has visto el vestido? quiso saber nada más descolgar, con un tono muy animado.
¿Cómo sabías que me lo iba a poner hoy? me reí.
Bueno, solo había que ver la cara de Jacob cuando te vio con ese vestido la primera vez declaró, riéndose. No era muy difícil deducir que le gustaría vértelo puesto el día de vuestro aniversario. Jacob es un hombre, al fin y al cabo; son todos iguales.
Eres increíble reconocí, no sé cómo lo has hecho, pero te ha quedado perfecto.
Si te digo la verdad, cuando vi cómo había quedado ese precioso vestido me dolió como si me hubieran clavado una estaca. Casi lo hice más por mí que por ti se rio.
Muchas gracias, Alice, de verdad. Y por hacer que Seth también trajera las demás cosas del conjunto. ¡Hasta me has comprado unos zapatos!
Ese vestido no puede ir sin unos buenos zapatos de tacón, y tampoco sin esos ligueros. Por cierto, los metí en una caja para que Seth no los viera.
Sí, ya me he fijado.
A Jacob se le caerán los ojos otra vez cuando te vea tan sexy. Puede que no lleguéis a salir de casa afirmó con una risita picarona.
Aunque no la tenía delante, la sangre invadió mi cara.
Bueno, esa es la idea admití, aunque en voz baja. Ambas soltamos una risilla, la mía un poco tímida. ¿Y el resto? ¿No están ahí contigo? pregunté, un poco para cambiar de tema.
No. Rose, Em, Carlisle y Esme se han ido de caza. Y tus padres están en su casa.
Ah.
La casa de mi familia estaba ubicada al este de Anchorage, Alaska, en medio de unos frondosos bosques que estaban cercados por montañas, y era tan grande, que la habían dividido en dos partes para que mis padres pudieran gozar de más intimidad, ya que ellos así lo habían pedido. Con la parte más pequeña de la vivienda, mis progenitores se habían hecho un adosado que disponía de cuatro dormitorios y dos cuartos de baño, más un enorme salón y una no menos grande cocina. Como es evidente, los baños y la cocina no los utilizaban nunca, pero lo habían puesto solamente para cuando Jake y yo les visitáramos, cosa que nos pareció un detallazo por su parte y que nos dio un poco de apuro, pues, lógicamente, debido a nuestro pobre poder adquisitivo no íbamos a poder visitarles tanto como quisiéramos. La edificación era espectacular, y el emplazamiento precioso, o eso parecía en las fotografías que nos habían mandado por correo electrónico.
¿Quieres que los llame para…? entonces, comenzó a reírse con una risita traviesa. Jasper, espera… siguió riéndose.
Oh, no habré interrumpido nada, ¿no?
A decir verdad, sí. Los demás no regresarán hasta por la mañana, así que Jazz y yo estamos solos. Creo que nosotros no saldremos de casa insinuó con otra risa.
Pues ya os dejo en paz. Que lo paséis bien me reí.
Y vosotros también. Ah, y esta vez procura no perder los zapatos, ¿de acuerdo? bromeó. Jasper… volvió a regañarle entre risas.
Cuidaré bien de ellos, descuida le dije, aunque ella ya parecía no escucharme. Carraspeé. Hasta mañana me despedí.
Hasta mañana.
Y sus risillas se apagaron junto con su móvil.
Suspiré con alegría.
Dejé el teléfono en el recibidor y me fui a la cocina para picotear algo, ya que tenía un poco de hambre. Abrí el armario superior y bajé la caja de galletas. Me senté en la mesa, cogí una de las galletas de chocolate del bote y acerqué el periódico para leer un poco mientras comía.
Casi todas las noticias eran de economía y política, sin embargo, hubo un titular que, aunque estaba en una columna y las letras eran pequeñas, llamó mi atención.

EL NÚMERO DE DESAPARECIDOS EN EL NORTE DE LA PENÍNSULA DE OLIMPYC SE ELEVA YA A CINCO.
 Fred Gordon. Seattle.
El pasado miércoles otra desaparición se sumó a la cifra de extrañas desapariciones que están teniendo lugar en el norte de la Península de Olympic, hechos que tienen en verdadero jaque a la policía. El asunto se ha desbordado tanto, que el FBI ya se ha hecho cargo de los casos.
Las primeras personas en desaparecer fueron Mathew Scotch, el pasado 28 de enero, y Thomas Carlson, el 30 de enero, ambos en Port Angeles, seguido por Susan Becker, el 1 de febrero, y Manuel García, el 2 de febrero, los dos en Seattle, y el último ha sido Michael Wood, este pasado miércoles, en Sequim.
Todos estos casos recuerdan a los acontecidos el año pasado en Port Angeles y Seattle, donde un elevado número de personas fueron desaparecidas y encontradas después sin vida en un espacio de tiempo muy reducido y en circunstancias verdaderamente extrañas y escalofriantes (recordemos que los cuerpos presentaban muestras de violencia extrema y todos sufrieron brutales mutilaciones).

La galleta se me quedó atravesada en la garganta, de la impresión, y comencé a toser. Me levanté de la mesa, cogí un vaso del armario con urgencia y lo llené de agua. Tuve que meterme unos buenos tragos para calmar el picor de mi faringe y despejar mi asustada mente.
Asustada, porque sabía que ese artículo se refería a lo que había hecho ese horrible licántropo mutado junto con Nahuel. Tuve que respirar bien hondo para relajar a mi exaltado corazón y recordarme a mí misma que ellos no podían ser porque ya estaban muertos.
Posé el vaso, ya vacío, en la meseta y volví a sentarme para seguir leyendo la columna, aunque esta vez cerré el bote de galletas, ya no me entraba ni una más.

No obstante, el hecho de que todavía no haya aparecido ningún cadáver, dato que contrasta con el caso mencionado anteriormente, puesto que los desaparecidos se encontraban horas más tarde asesinados, descarta una posible relación con los crímenes del año pasado y da esperanzas de que estas personas aún se encuentren con vida, por lo que todo parece apuntar a una banda organizada dedicada al tráfico de personas o la prostitución, tanto femenina como masculina.

Me quedé mirando el artículo. Me daba mucha pena de esa gente, y de sus familias. ¿Qué les habría pasado?
Entonces, levanté la vista para mirar el reloj de la pared y me di cuenta de que iba a tener el tiempo justo para arreglarme.
Cerré el periódico mientras me levantaba de la mesa, guardé el bote de galletas en su sitio y salí de la cocina.
Subí las escaleras, y cuando llegué al vestíbulo superior y seguía por el pasillo, Jake salió del cuarto de baño. Llevaba la toalla enroscada en la cintura.
¿Ya puedo pasar? le pregunté, echándole un buen vistazo a su poderoso cuerpazo todavía mojado.
Sí, voy a vestirme en la habitación para que te de tiempo a todo, ¿vale? dijo, señalando la puerta de la misma con el dedo.
Gracias le sonreí y le di un beso corto en los labios, aprovechando ese pequeño instante para poner mis manos sobre su impresionante abdomen.
Cada segundo contaba.
Te esperaré abajo sonrió en mis labios.
Vale tan solo me salió un murmullo.
Me dio otro beso y me quedé mirando embobada su ancha espalda mientras se giraba y se metía en nuestro cuarto.
Respiré bien hondo para recuperar el aliento y entré en el baño.
Después de una cantarina y alegre ducha, me abrigué con el albornoz y me puse a trabajar con mi cabello directamente, puesto que a mí no me hacía falta depilarme, gracias a mis genes de vampiro.
Me desenredé el pelo, le puse pinzas por todas partes para dejar sueltos solamente los mechones que me interesaban, y comencé a peinármelo con el cepillo redondo y el secador. No es que se me diera mal, pero mi problema es que tenía demasiado cabello para tan poca paciencia. En esos momentos eché muchísimo de menos a Rose. De cuatro tirones supersónicos, ella ya me hubiese peinado y me habría dejado perfecta.
Tardé un poco más, y hubo una pequeña escena de pánico y de histerismo al ver que mi cabello se negaba a colocarse como yo pretendía que a punto estuvo de obligarme a tirar la toalla para hacerme un recogido de última hora, sin embargo, finalmente conservé la calma, conseguí dominar a esos pelos rebeldes y mi cabello por fin lució los resultados que yo esperaba.
Me sonreí ante el espejo, satisfecha y orgullosa de mí misma, cuando observé la cascada de sueltas ondas de mi pelo que casi llegaba hasta mi cintura. Se parecía bastante a lo que me hacía Rose con sus hábiles manos, aunque yo había tardado el triple.
Abrí el cajón del bajo mueble del lavabo y saqué mi neceser de pinturas.
No me eché maquillaje, puesto que mi rostro no lo necesitaba, pero sí que me puse un poco de sombra de ojos de color tostado, un poquito de rimel en las pestañas para alargarlas todavía más y una fina línea de color negro bajo mis ojos. No me molesté en pintarme los labios, sabía que no me iba a durar nada, y, además, quería que mi maquillaje pareciese lo más natural posible.
Volví a sonreír al ver el resultado que yo había esperado, guardé el neceser en su sitio y salí del baño para vestirme en el dormitorio.
Ya había dejado el vestido extendido sobre la cama, así que me quité el albornoz blanco y comencé a ponerme la ropa. Me puse el tanga rojo de encajes, los ligueros y las medias, estirándolas bien sobre mis piernas para que al engancharlas a las cintas quedasen perfectas. El propio escote del vestido hacía las veces de sostén, así que no hacía falta llevarlo. Me metí dentro del vestido, subí la cremallera lateral del mismo, lo coloqué todo en su sitio y ajusté el ancho cinturón negro que llevaba hasta que mi cintura quedó ceñida.
Me puse la chaqueta, atando el lazo que la cerraba con una lazada que quedase bonita, me calcé con los zapatos de tacón y me colgué el bolsito al hombro. Me eché un último vistazo en el espejo del dormitorio y salí de allí con los nervios a flor de piel.
Sí, estaba muy nerviosa, más bien entusiasmada.
Bajé las escaleras y me dirigí al saloncito, donde me esperaba mi chico.
Jake le llamé mientras cogía el móvil del mueble del recibidor para guardarlo en el bolso y caminaba por el vestíbulo.
¿Ya estás? preguntó, tirando la revista de mecánica que estaba leyendo encima de la mesa roja y levantándose del sofá de un brinco.
Cuando terminé de entrar en la estancia y los dos levantamos la vista, mi corazón metió la quinta y todas las mariposas de mi estómago pegaron un bote para empezar a volar ansiosas. Ambos nos quedamos inmóviles, mirándonos engatusados.
Jacob estaba guapísimo, mis ojos no querían ni parpadear para no perderle de vista ni una milésima de segundo. También iba igual que el año pasado en aquella cita. Llevaba la camisa azul y los pantalones de vestir marrones que le habían traído mis abuelos de París. No se podía estar más guapo.
Tuvo que ser Jake el que se obligara a despegar los pies del suelo para acercarse a mí, ya que los míos se negaban a responderme. Me cogió de la cintura y me arrimó a su cuerpo, pegando su rostro al mío con efusividad. Mis ojos se cerraron, ya rindiéndose a él, y mis pulmones empezaron a hiperventilar.
Ya te lo dije una vez, pero estás realmente impresionante con este vestido susurró en mis labios con anhelo.
Tú también estás muy guapo murmuré.
Me dio un beso corto y muy dulce, aunque se notaba que lo que deseaba realmente era besarme con pasión.
Si quieres cenar, es mejor que nos vayamos ya, porque lo único que me apetece ahora es llamar para anular la reserva… bisbiseó en mi boca con su sonrisa torcida.
Sí, vamos sonreí.
Se despegó de mí, me cogió de la mano y salimos de casa.
Por cierto, ¿adónde vamos a ir a cenar? quise saber, de camino al garaje.
Llevaba toda la semana preguntárselo y no había conseguido sonsacarle nada.
Ya lo verás sonrió.
Me mordí el labio, como llevaba haciéndolo siempre que escuchaba esa respuesta, y nos metimos en el garaje para coger el Golf.
No supe que íbamos a Port Angeles hasta que Jake tomó el desvío. Aparcó cerca del Erickson Play Field y entonces me percaté de adónde me llevaba, aunque esperé a cuando salimos del coche y comenzamos a caminar por esa conocida calle, para cerciorarme.
Ya sé dónde vamos solté, toda animada, agarrándome a su brazo. Al Wolf.
Qué fiera. Sabía que lo ibas a adivinar antes de llegar se rio, pasándome el brazo por el hombro. Bueno, ¿y te parece bien?
¿Bromeas? Me encanta ese sitio afirmé, rodeando su cintura para achucharme contra él. Me trae muy buenos recuerdos.
Jacob se rio con satisfacción y me dio un beso en la cabeza.
No tardamos en llegar al restaurante. Entramos y Jacob pidió la mesa que había reservado. Joseph apareció enseguida, haciendo esas reverencias suyas mientras también nos felicitaba por nuestro aniversario, y nos llevó rápidamente a la mesa, la misma en la que nos había sentado en la cita del año pasado. Nos trajo unas cartas y nos dejó a solas para que decidiéramos lo que íbamos a pedir.
Me quité la chaqueta y la dejé en el respaldo. Cuando me giré hacia delante, los ojos de Jake destellaban como si lo que tuviese delante fuera un diamante. Aunque sus pupilas siempre me miraban de ese modo, me ruboricé y cogí mi carta para disimular un poco, si bien estaba muy satisfecha por el efecto que mi vestido causaba en él.
La camarera nos tomó nota y volvimos a quedarnos a solas.
Veo que a Joseph le va bastante bien observé, echándole un vistazo al pequeño comedor, que estaba a rebosar de gente.
Sí, como siga así, va a tener que ampliarlo se rio.
¿Cómo es que te dio por venir aquí? le pregunté con una sonrisa. Y además, en la misma mesa y todo.
Bueno, quería revivir un poco nuestra primera cita de verdad. Fue tan especial.
Sí que lo había sido, ese fue el día en que me pidió que me casara con él, el día en que decidí ser su mujer sin dudarlo ni un instante, el día en nos íbamos a entregar por primera vez, aunque luego todo se nos hubiera chafado. Ahora entendía que insistiera tanto en que me pusiera este vestido y que él se hubiera puesto lo mismo que entonces.
¿Y luego vamos a ir a Rialto Beach? quise saber, utilizando para ello un tono insinuante.
Esa era la idea admitió con una sonrisa pícara. Pero si quieres, vamos a otro sitio.
No exclamé, sonriéndole. Estiré mis brazos y entrelacé mis dedos con los suyos. Todo es perfecto. Si te digo la verdad, ya estoy deseando que se termine la cena para ir allí confesé con un murmullo mientras mis ojos y los suyos se enganchaban.
Jacob apretó mis dedos y nuestras manos casi se fundieron, como lo haríamos los dos dentro de unas horas…
La camarera carraspeó y los dos volvimos al planeta Tierra, separando las manos para que ella pudiera poner los platos en la mesa.
Como en nuestra primera cita, la velada fue maravillosa, y me pasé toda la cena riéndome de las anécdotas de Jake y su manada. La comida estuvo deliciosa, el cocinero de Joseph se había superado, y los postres llegaron pronto, ya que mi chico y yo habíamos acelerado un poco el proceso para marcharnos temprano.
Jake volvió a pagar la rebajada cuenta, sin embargo, esta vez no pude protestar, ya que yo ahora no disponía de dinero al no tener la paga de mis padres. Hasta que no encontrase un empleo a media jornada, el único ingreso que entraba en casa era por parte de él. No me sentía nada a gusto en esta situación, a pesar de que Jacob me decía que no había prisa y que lo importante eran mis estudios, pero lo cierto es que por mucho que había buscado, todavía no había encontrado un trabajo, y eso que le pedí a Charlie que si sabía de algo me avisara.
Nos marchamos del Wolf, después de despedirnos del efusivo de Joseph y prometerle que volveríamos, y nos dirigimos al coche dando un tranquilo paseo por las calles de Port Angeles.
El Golf rodó rápidamente por la carretera hacia Forks, siguió por la de La Push, se desvió por la de Mora y en una hora y media de viaje total llegamos al parking de Rialto Beach.
Nos descalzamos en el coche para no perder los zapatos como la vez anterior y Jake me tomó de la mano nada más salir del vehículo. Me llevó corriendo mientras bromeábamos y nos reíamos, y nuestros pies descalzos comenzaron a pisar la fría arena y a sortear los leños varados de la playa. Redujimos la velocidad y nos pusimos a dar un paseo por la orilla, charlando, con el oleaje rompiendo en la arena como única música de fondo.
La luna era un cuarto creciente al que le quedaba poco para completarse del todo y la kilométrica orilla estaba iluminada por su nívea luz. Esta también se reflejaba en el mar, dibujaba una esfera blanca casi redonda en el agua que era concentrada en el centro y que se iba difuminando por los bordes debido a las ondas de las olas, hasta que solamente quedaban unas pinceladas que brillaban al son del suave movimiento de la marea.
Jugamos un poco en la orilla cuando yo le salpiqué con mis pies y él me cogió por detrás para levantarme y fingir que me iba a tirar al agua, que estaba helada. Finalmente, y ante mis reídas súplicas, Jake me dejó en tierra firme y me cogió de la mano otra vez para seguir caminando.
Mis ojos se abrieron como platos en cuanto vi una enorme manta extendida dentro de un círculo de grandes y anchos troncos blanquecinos que habían sido escogidos y colocados allí meticulosamente para conferir a ese rincón más privacidad e intimidad. Dentro del castro de troncos, y junto a la tela de lana, también había unas gruesas ramas, circundadas con piedras, que aún no habían sido encendidas para ser convertidas en pira.
¿Te gusta? preguntó con una enorme sonrisa.
¡Jake, es genial! exclamé, gratamente sorprendida, lanzándome a sus brazos para abrazarle.
Mi chico se rio y me elevó por el aire, dando un par de vueltas, hasta que permitió que mis pies se posaran en la arena.
¿Cuándo lo has hecho? quise saber, tirando de él para pasar entre los troncos y acercarnos a la manta.
Jacob había dejado un hueco para que pudiéramos ver el océano.
Esta mañana, cuando fui a hacer la compra me desveló, soltando mi mano para sacar un mechero del bolsillo de su pantalón.
Claro, ahora entiendo que insistieras en ir tú solo y que tardaras tanto en comprar leche y huevos.
Su risa fue acompasada por la mía.
Mientras yo me sentaba en la manta, Jake encendió la madera. El fuego azul verdoso comenzó a apoderarse de los leños poco a poco, obligándolos a restallar a su paso, y por fin flamearon en una cálida y romántica hoguera que empezó a devorar los palos con ansia.
Se sentó a mi lado, apoyando la espalda en el grueso tronco, y dio unas palmaditas sobre sus piernas con una amplísima sonrisa para que me pusiera sobre ellas.
Dicho y hecho.
Me senté sobre él como las niñas grandes y rodeé su cintura con mis brazos, acomodándome en ese acogedor abrazo suyo a la vez que mi mejilla descansaba en su hombro y mi frente se pegaba bien a su cuello. Me gustaba sentir el latido de su corazón retumbando en mi pecho y las palpitaciones de su yugular en mi frente. Mis mariposas ya aleteaban como locas.
Esto también me trajo muchos recuerdos del año pasado, solo que, en esta ocasión, sí que podríamos terminar aquello que habíamos empezado.
No quería esperar más.
Me separé de su torso y clavé mis pupilas en las suyas.
Sus ardientes palmas se deslizaron por mis muslos, arrastrando la falda de mi vestido hacia arriba. Entonces, bajó la mirada para observarme con esa sonrisa torcida suya que me hacía enloquecer.
Llevas lo mismo que el año pasado murmuró, pasando los dedos por el encaje de mis ligueros, luego, los subió para hacerlo por la parte superior de mi ropa interior.
Tan solo esa inocente caricia ya me ponía todo el vello de punta.
¿Cómo lo sabes? Creía que ese día no te habías fijado cuchicheé, sonriéndole.
Claro que me fijé aseguró, sonriendo con la misma mueca. Lo que pasa es que no me dio tiempo a decirte nada, por desgracia.
¿Y te gusta? le pregunté con un murmullo.
Jacob alzó la vista y volvió a clavarla en la mía.
Ya sabes que sí susurró, despegando su espalda del tronco para incorporarse un poco sobre mí. Nuestras frentes ya se rozaban y mi corazón empezó a saltar bajo mi esternón, desbocado. Me vuelve loco su rostro se pegó más y su labio superior consiguió rozar al mío, haciendo que mis párpados se cayeran y mis bronquios dejaran escapar unos suaves suspiros, que ya se mezclaban con los suyos.
La energía comenzó a fluir.
No me aparté de él ni un milímetro, pero comencé a desabrocharle la camisa lentamente, bajando mis dedos de ojal en ojal, hasta que terminé de sacar el último botón y abrí la prenda para dejar su pecho al descubierto.
Su labio superior acarició al mío con suavidad, casi como un susurro que apenas movió mi boca. Eso me hizo jadear de nuevo.
Separé un poco mi rostro para mirarle mejor, aunque dejé que nuestras frentes siguieran sintiéndose.
El fuego de la pira parecía fluctuar también en sus grandes pupilas negras, su rostro y su torso; las llamas bailaban una danza intermitente y pausada sobre su piel, parecía una aurora boreal, tiñéndola de luces azuladas y sombras que resaltaban todos sus impresionantes músculos y contrastaban con la nívea luz de la luna.
Sus grandes y brillantes ojos negros adquirieron una tonalidad distinta con la luz de la luna y las llamas de la hoguera. Todo parecía reflejarse en ellos, como un espejo. Y su reflejo principal eran los míos, los enganchaba y los hipnotizaba, reclamándome.
Deslicé mis sedientas manos por ese pecho caliente y terso, fuerte. Lo hacía todos los días, pero cada vez era diferente, siempre había algo nuevo en esa sedosa piel. Los palpé minuciosamente, escalando de abajo arriba con calma. Jacob se estremecía con cada uno de mis roces y su respiración se intensificó.
Las llevé hasta sus hombros y arrastré su camisa hacia atrás para quitársela, después sus manos me arrimaron más a su cuerpo y nuestros rostros se pegaron del todo, momento en el cual nuestros labios volvieron a rozarse.
Ya notaba su animoso aliento acariciando mi boca, el mío ya le estaba besando con ardor. Los alocados insectos de mi estómago no podían estar más excitados, y aún no me había tocado.
Subió sus manos, desató el lazo de mi chaqueta y me la quitó despacio, palpando mis brazos a su paso. Yo me bajé la cremallera lateral de mi vestido, me desabroché el cinturón y me despegué un poco de Jake para alzarlo y descubrirme.
Sus pupilas me repasaron entera con deseo mientras sus manos escalaban para acariciar mi espalda, hasta que se metieron por mi pelo, alzándolo un poco, y me empujaron otra vez hacia su rostro.
Deslizó su labio inferior por los míos con mucha calma, aunque su aliento ya los acariciaba con pasión. Todo mi cuerpo se estremeció y las mariposas de mi estómago volvieron a revolotear, fuera de sí. Una vez que los recorrió de abajo arriba, se quedó quieto, con el rostro bien pegado al mío.
Mi boca no se lo pensó dos veces y se fue a buscar la suya; en cuanto se encontraron de nuevo, empezaron a entremezclarse cada vez con más efusividad, ya respirando con fervor.
Una de sus manos soltó mi cabello. Subió por mi abdomen, arrastrando también su ardor, y llegó a mis senos. Volví a estremecerme y mi boca respondió con más animosidad.
Dejó mis labios, pero solo para recorrer mi cuello y mi garganta y descender hasta mi pecho. Mi cabeza se fue hacia atrás y mis manos se engancharon a su corto pelo mientras mi torso y mi pelvis se movían para acompasar a su boca. Ya no me quedaba aire que exhalar, este se escapaba completamente excitado. Sus palmas se deslizaron por mi espalda y llegaron hasta mi cintura más baja para ayudar a mis movimientos.
Sus labios regresaron a los míos entre jadeos y se inclinó sobre mí, sujetándome por la espalda y asiéndome con cuidado, para tumbarme en la manta y acomodarse entre mis piernas.
Comenzó a recorrerme entera con sus palmas y su tórrida boca, desnudándome a su paso, mientras mis manos ya se volvían locas por su pelo y su cuerpo.
Hicimos el amor junto al fuego azulado, en ese rincón tan íntimo y perfecto, mágico, con el océano y esa luna creciente como única compañía.
Y esta vez pudimos terminar aquella primera cita.

Me apreté a su cuerpo desnudo y acerqué mi rostro al suyo para besarle. La manta era tan grande, que la habíamos doblado en dos para cubrirnos con una de las mitades. Mientras mis labios se movían hechizados con los suyos, mi mano subió lentamente por su pecho, palpando esa extraordinaria y sedosa piel, que ahora estaba humedecida y olía afrodisíacamente bien.
La hoguera aún estaba encendida, aunque ahora las bajas llamas solo se limitaban a acariciar la madera ennegrecida. La encandilada marea conducía a las olas hacia la orilla para que muriesen en ella y creaba un murmullo de fondo monótono y rítmico que resultaba muy relajante.
Dejé sus labios, nos miramos a los ojos y nos sonreímos. Le di otro beso, este corto, y me acomodé en su costado con una enorme sonrisa de felicidad. Jake comenzó a pasar los dedos por mi frente para despegar los cabellos mojados de mi rostro y después siguió haciéndolo para peinar el resto de mi melena.
Voy a encargarle mi vestido de novia a Sarah le anuncié mientras acariciaba su torso con mis dedos. Lo he estado pensando y quiero que se haga en La Push.
¿Sí? sonrió con satisfacción.
Sí, ya he hablado con ella y me va a enseñar unos catálogos el próximo domingo.
Genial. Sarah es muy buena modista, ya lo verás y me dio un beso en la cabeza. Lo malo va a ser Alice, no sé cómo se lo tomará.
Ya se lo he dicho suspiré.
Jake giró el rostro hacia mí para mirarme.
¿Y cómo se lo ha tomado? me preguntó.
Bueno, creía que iba a ser peor, pero al parecer ya lo sabía. En realidad, fue papá el que se lo dijo. Debió de leer lo que rondaba por mi cabeza la última vez que vinieron me reí.
En fin, si tu tía la médium es capaz de controlarse… se rio entre dientes y volvió a mirar hacia el cielo todavía anochecido.
Por cierto, ¿ya has hablado con el Consejo y la manada sobre lo de mi familia?
Estoy en ello, todavía estamos negociándolo.
No entiendo por qué no quieren quitar el tratado critiqué sin dejar de acariciar su pecho. Ya han visto que mi familia es buena y que son inofensivos para la tribu.
El tratado tiene que seguir, lo que hay que hacer es cambiarlo, ¿entiendes? Modificar los términos empezó a explicarme. El nuevo tratado debería acordar que ellos pudieran entrar en nuestro territorio mientras siguieran sin morder a ningún humano. Pero hoy por hoy, eso no es posible. Por supuesto, si solo dependiera de mí, lo cambiaría ahora mismo para que los Cullen pudieran entrar a sus anchas en nuestro territorio, te lo aseguro, pero tienes que entender que para mi tribu tus familiares siguen siendo vampiros, por muy buenos que sean, y este tema es muy delicado aquí. Aunque yo sea el jefe de la tribu, tiene que haber un consenso unánime, o por lo menos, por mayoría amplia.
Pero tú tienes la última palabra, ¿no? Tu bisabuelo fue el que creó el tratado, y solo tú puedes cambiarlo.
Sí, pero no puedo cambiar las cosas a mi antojo solo porque nos vengan bien a nosotros, ¿comprendes? me aclaró, hablándome con dulzura, mientras sus dedos pasaban a través de mi pelo. Eso no sería correcto, tiene que haber un consenso unánime y democrático. No puedo hacer lo que me viene bien a mí sin contar con el pueblo para nada. Otra cosa es que todos estuvieran de acuerdo y que en la votación saliera por mayoría. Entonces el tratado se podría modificar sin problemas. Y eso es lo que estoy intentando hacer, pero es complicado. Verás, para empezar, Billy, Sam y Sue están de acuerdo en modificar el tratado, pero el Viejo Quil es muy testarudo y se niega a cambiar algo que lleva tantos años vigente y que según él sigue siendo necesario. Y la mayoría de la manada tampoco está de acuerdo en modificarlo. Aunque saben que tu familia es buena, para ellos siguen siendo vampiros, y piensan que cualquier día se les puede ir la pinza o algo a alguno de ellos y caer en la tentación de tomar sangre humana. No quieren correr riesgos. Para ellos, el tratado es una manera de evitar la tentación, no es que tengan nada personal en contra de tu familia, créeme, incluso hay miembros de los Cullen que son más que bienvenidos por aquí. Después de lo que pasó con mi coma, a Carlisle todos lo aprecian mucho y a Emmett ya le consideran un amigo. Pero para ellos todo se reduce a precaución, lo primero es la tribu y su seguridad. Simplemente, si no hay vampiros a la vista por aquí, no hay riesgos, ¿entiendes?
Pero yo voy a ser tu mujer, las cosas ahora son muy diferentes a cuando se firmó el tratado. ¿No hay ninguna forma de que cambie?
Sí, con un perímetro.
¿Un perímetro?
Lo que estoy negociando ahora es un perímetro que abarca la parcela que ocupa nuestra casa y un sendero que conduce a ella. Si excluimos del tratado esa parte del territorio, tu familia podría entrar en él y podrían venir a visitarnos a nuestra propia casa cuando quisieran. Esos terrenos son nuestros, y nadie podría decir nada. Ya sé que no es mucho, pero hay que empezar poco a poco, luego, dentro de unos años, cuando vean que no hay ningún peligro, quién sabe si no conseguimos más.
Me incorporé un poco y me apoyé sobre su pecho para verle mejor el rostro.
Eso sería genial sonreí. ¿Y se te ha ocurrido a ti?
Jake desplegó su maravillosa y reluciente sonrisa.
Por supuesto, preciosa presumió.
Le abracé y le di un merecido beso en los labios que duró más de lo que yo había planeado en un principio.
Cuando conseguí despegarme, tuve que respirar bien hondo.
¿Y el día de la boda? pregunté un poco más seria. ¿Cómo vamos a hacer con mi familia? Porque yo quiero que estén, si no, sería como si me faltase algo…
No te preocupes, cielo me cortó, poniéndome los dedos sobre los labios. Yo me encargaré de eso, ¿vale? Ya me las arreglaré. Te prometo que al final estarán en nuestra boda y que tu padre te llevará al altar.
Le sonreí y me eché sobre su torso para abrazarle. Jake ciñó los brazos en mi espalda para apretarme contra él.
Ah, va a empezar dijo de pronto, soltándome para incorporarse y apartándome con delicadeza.
¿El qué? quise saber, sentándome medio aovillada mientras veía cómo él se arrastraba hacia atrás y apoyaba su espalda en el tronco del principio.
Ven aquí me pidió, estirando los brazos hacia mí con una enorme sonrisa.
¿Qué pasa? me reí, acercándome a él.
Corre, corre, que no te va a dar tiempo azuzó, gesticulando con las manos.
¿A qué? volví a reír.
No, al revés me paró cuando iba a sentarme sobre él, de frente.
¿Al revés? ¿Quieres que te dé la espalda?
Sí, al revés rio.
A ver qué me vas a hacer, ¿eh? bromeé, dándome la vuelta.
Lo que te dejes, nena soltó en un tono vacilón.
Le di un manotazo en el brazo, entre las risas de los dos.
Me senté en el hueco que me dejaron sus piernas, adosando mi espalda a su pecho calentito y cómodo. Jacob pegó su cálida mejilla a mi sien, cogió la manta con sus manos a ambos lados y me rodeó con sus brazos, enroscando la tela a nuestros cuerpos. Me sentí como si un ángel me cubriera con sus alas; las de mis mariposas no paraban quietas.
Mira eso y me indicó el horizonte con la cabeza.
El cielo ya era de color añil, y allí, donde se unía con el océano, apareció un fino hilo de color naranja que brillaba como un diamante.
¡Está amaneciendo! exclamé con alegría.
Claro, y tú querías perdértelo se burló.
La destellante semiesfera comenzó a asomar como si saliese del océano, se elevaba en su camino hacia el cielo lentamente, iluminando el firmamento, que pasó del color lila oscuro a un violeta azulado, y tiñendo las escasas nubes que lo poblaban de sombras azafranadas que se entremezclaban con el gris que las caracterizaba. El agua empezó a centellear millones y millones de lucecitas que se encendían y se apagaban intermitentemente y que se dispersaban por el movimiento de las ondas del mar.
Es precioso musité, maravillada.
Feliz aniversario murmuró en mi oído, provocando ese intenso cosquilleo en mi estómago y haciendo que toda mi piel y mi cuerpo se estremeciera.
Me volví un poco hacia atrás para verle el rostro y le sonreí. Ahora su preciosa piel cobriza y sus ojos negros reflejaban la resplandeciente luz del sol.
Feliz aniversario susurré.
Sonrió y pegó su cara del todo a la mía para darme ese beso que nos dimos por primera vez, haciendo que mi corazón dejase de latir por un instante.
Ese horizonte que amanecía representaba nuestro futuro. Este solo era nuestro primer año como pareja, y delante teníamos ese horizonte eterno, infinito, donde el sol acababa de salir para llenarlo de luz y color.


sábado, 28 de mayo de 2011

NUEVA ERA. CAPITULO 4: HELEN

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NUEVA ERA (Continuacion de "DESPERTAR")
Para leer este fic, primero tienes que leer el anterior "Despertar", que se encuentra en los 7 bloques situados a la derecha de este blog. Si no, no te enteraras de nada XDD
CAPITULOS:

2. SAGRADOS: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/05/nueva-era-capitulo-2-sagrados.html
3. PRACTICAS: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/05/nueva-era-capitulo-3-practicas.html




HELEN

―¡Toma! ―gritó Quil, alzando el puño al aire como signo de victoria.
―¡Mierda! ―protestó Canaan, pasándole ya el mando a Rachel, que era la siguiente.
―No cantes victoria tan pronto, primo, que ahora me toca a mí ―le dijo ella.
―Ja ―se burló Quil.
―Es buena, te lo advierto ―afirmó Jake, llevándose el botellín de cerveza a la boca mientras yo seguía pasando los dedos por su pelo.
―Déjalo, hermanito. El movimiento se demuestra andando.
―Te voy a dar una paliza ―amenazó Quil.
―Eh, no te pases ―le advirtió Paul, dándole un empujón en el brazo.
―Tío, era en sentido figurado ―se defendió.
Jake se llevó la mano a la cara y se rio de la confusión de Paul. Su cuñado le reprendió a él también, dándole otro empujón.
Quil y Rachel empezaron la partida.
―¡Ahí te va, mi llave especial! ―voceó Quil con entusiasmo.
―¡De eso nada! ¡Toma patada!
―Jake, ¿me pasas una cerveza? ―le pedí.
―Claro.
Su espalda dejó el espacio de entre mis piernas, despegándose de los bajos del sofá que le hacían las veces de respaldo, y ladeó su torso, estirándose un poco. Abrió una de las neveras portátiles, cogió un botellín, secándolo un poco con un trapo que habíamos traído de la cocina con ese fin para que el agua no gotease por toda la alfombra, y le quitó la chapa.
―Toma ―me la pasó, apoyándose otra vez en el sofá.
―Gracias ―y le revolví el pelo a modo de caricia juguetona.
―¡Mierda! ―se quejó Quil.
―¿Lo ves? Te dije que era buena ―aguijoneó Jake.
―Sí, ya lo veo ―reconoció a regañadientes.
―Has perdido ―se burló Claire.
―Ya, ya. Pero la próxima vez, ganaré ―juró él.
―Bueno, ¿quién es el siguiente? ―preguntó Rachel.
―Yo ―levanté la mano y le pasé la cerveza a mi chico.
―¡Uf! ¡Duelo de titanes! ―exclamó él, riéndose con una malicia traviesa.
―Te voy a machacar ―afirmó Rachel.
―Eso ya lo veremos, guapa ―le rebatí con competitividad mientras le cogía el mando a Quil.
―¡Uah! ¡Esto va a ser muuuuy interesante! ―se rio Jacob, posando los botellines en el suelo para frotarse las manos.
―Si se pusieran en bikini y trajéramos un poco de barro, sí que sería interesante ―soltó Shubael, mirando con picardía al horizonte como pensando en ello.
El cuerpo del quileute fue zarandeado, primero por el empujón que le dio Jake en el brazo, que lo llevó a un lado, y después con el siguiente de Paul, que le llevó al otro.
―Qué cerdo, siempre pensando en lo mismo ―le reprendió Sarah, poniendo cara de asco.
―Ni que lo digas ―asintió Isaac―. Y lo peor es que los demás tenemos que aguantar esas fantasías guarras que tiene a todas horas.
La cara de Sarah pasó a ser de repugnancia total.
―Tú sí que estás para hablar ―le achacó Shubael―. Tus pensamientos son películas porno directamente.
―¡Por favor! ¡Hay una niña delante! ―les riñó Quil.
―¿Qué son películas porno, Quil? ―quiso saber ella.
―Genial ―masculló su imprimado con disgusto―. Sois un par de idiotas, ¿lo sabíais?
―Mira que sois burros ―les criticó Rachel.
Isaac le dio una colleja a Shubael por su metedura de pata y este se la devolvió por la suya.
―Di, ¿qué son? ―azuzó la niña, dándole palmaditas en el hombro.
―Pues… son unas películas muy feas donde sale gente muy rara y… ―pensó durante un par de segundos― hay muchos monstruos que hacen cosas muy malas y muy desagradables.
―Hombre, desagradables… ―dudó Shubael.
Ahora fueron todos los que le dieron la merecida colleja.
―¿Son películas de miedo? ―continuó Claire.
―Sí, eso. De terror, así que no las pueden ver las niñas.
Claire se quedó pensativa.
―¿Y tú cómo lo sabes? ¿Es que has visto alguna? ―inquirió con inocencia.
Se me había olvidado lo lista que era esta niña.
Quil se puso pálido y el saloncito estalló en una risotada.
―Apuesto cinco dólares por Nessie ―dijo Jared, para ver quién se apuntaba a su reto y para desviar la atención a otro tema, cosa que Quil le agradeció en el alma.
―Pues yo por Rachel ―picó Embry.
―Hecho ―aceptó el primero.
Y los dos chocaron los puños.
―¿Estás preparada? ―inquirió mi futura cuñada.
―Cuando quieras.
Ambas apretamos el botón de inicio y nuestros luchadores de Pressing Catch comenzaron a moverse en el cuadrilátero.
―Venga, nena ―me animó Jake, girando medio cuerpo para acariciar mi muslo, aunque sin quitarle ojo a la pantalla.
―Vamos, cariño ―alentó Paul a Rachel, haciendo lo mismo.
―Oh, ¿ya vais a empezar vosotros dos con lo de siempre? ―se quejó Seth entre risas.
Mi chico y Paul se dedicaron una mirada provocadora de reojo que ya respondía a su hermano de manada.
Me salió una risilla.
―¡Prepárate para recibir! ―gritó ella mientras su luchador ya saltaba desde las cuerdas y se caía encima del mío.
―¡Muy bien, cielo! ―alabó Paul, riéndose.
―¡Ja, de eso nada! ―contradije.
Toqué dos botones más y conseguí que mi personaje se levantara y le propinara una llave con patada al suyo, haciendo que saliera despedido del cuadrilátero.
―¡Sí, dale caña, preciosa! ―se carcajeó Jake, acariciándome con más brío.
―¡Vamos, tú puedes, cariño! ―trató de levantar Paul, aunque ya se mordía el labio al ver cómo mi luchador agarraba de los pelos al de Rachel y lo lanzara dentro de las cuerdas.
―¡Sigue así, pequeña! ―continuó animándome mi chico.
―¡Levántate, Rachel!
―¡No puedo! ―lamentó ella.
―¡Ahora, ahora! ¡Dale! ―siguió Jake.
―¡Y ahí tienes mi lluvia de patadas mortales! ―exclamé con entusiasmo, ante mi más que evidente victoria.
―¡No vale! ―se quejó Rachel, imitando el tono de un lloriqueo―. ¡Eres mitad vampiro, juegas con ventaja!
Me carcajeé con malicia, totalmente satisfecha.
El tubito que se llenaba a medida que mi luchador golpeaba y que indicaba los puntos, se coloreó del todo y la pelea terminó con mi personaje alzando los puños al aire mientras que mi rival quedaba tendido en el suelo con un cartel sobre él que ponía game over.
―¡Síííííííííí! ―gritó Jake entre carcajadas maléficas, poniéndose de pie de un salto y levantando los brazos como mi luchador.
―Oh, vamos, no exageres, ¿quieres? ―protestó Paul.
Mi chico se inclinó hacia mí para darme un beso y Embry le dio los cinco dólares a Jared no muy contento, a diferencia de este, que sonreía de oreja a oreja.
―¿Qué pasa? ¿Te fastidia? ―se burló Jake, sentándose de nuevo.
―Bah, pásame una de esas empanadillas que hizo Rachel, anda.
―¿Qué te crees que soy, tu criada? ―protestó él―. Cógelas tú, ya sabes dónde están.
―¿Vais a empezar a discutir? ―volvió a quejarse Seth.
―No te preocupes, Paul, yo las traeré ―intervine―. En realidad, creo que traeré toda la comida, ya es hora de que cenemos.
―Gracias, cuñadita ―me sonrió.
―Pero si tienes que seguir jugando ―señaló Jacob.
―Te paso el testigo a ti ―y le di el mando más un beso en la cabeza mientras me ponía de pie.
―Bueno, como quieras ―aceptó de buen grado.
―Espera, te ayudo ―se ofreció Brenda, levantándose del otro brazo del sofá.
―Vale ―asentí con una sonrisa.
Las demás chicas ya empezaban a levantarse para unirse a nosotras.
―No, no hace falta que vengáis ―les paré, riéndome al ver cómo intentaban salir de entre todos esos corpachones que tenían debajo de su asiento―. Brenda y yo nos las arreglamos, tranquilas.
―¿Seguro? ―inquirió Sarah con el trasero en alza.
―Seguro, no os preocupéis ―afirmé, comenzando a caminar hacia la cocina junto a Brenda―. Y tú defiende mi título bien, ¿eh? ―le dije a Jake de camino.
―Descuida, nena ―asintió, ya metido en el juego totalmente.
Mi amiga y yo entramos en la cocina y nos acercamos a la meseta para sacar la comida de las enormes bolsas de tela que habían traído los quileute.
El griterío del saloncito llegaba hasta la cocina, llenándola de alegría.
―¿Sabes algo de Helen? ―aproveché nuestra soledad para preguntarle a Brenda.
―No ―negó con la cabeza―. Esta mañana la llamé al móvil y a su casa, pero nada. Y tampoco contesta a mis correos.
―No sé, ya estoy empezando a preocuparme de verdad ―confesé con inquietud mientras sacaba los herméticos donde estaban las famosas empanadillas de Rachel―. Me parece muy raro que Helen no nos coja el teléfono, ni conteste a los correos, ni se quiera poner. ¿Le habrá pasado algo grave? Porque si es así, seguro que su padre no avisa a nadie.
―Bueno, ayer el señor Spencer te dijo que estaba en casa, ¿no?
―Sí, pero ¿y si Helen está en el hospital y no nos lo ha dicho? ―manifesté, mordiéndome el labio con preocupación―. Ese hombre es tan raro…
―¿Y por qué iba a estar en el hospital? ―cuestionó ella con una sonrisa un tanto objetora.
―Yo qué sé, por decir algo. A lo mejor ha tenido un accidente doméstico o algo ―conjeturé.
Brenda bajó la mirada, pensativa, y frunció los labios.
―¿Quieres que llame al hospital para preguntar y así nos quedamos más tranquilas? ―se ofreció, alzando la vista hacia mí.
Ahora mi amiga parecía algo preocupada.
―Igual estoy siendo demasiado exagerada, ¿no? ―reconocí, riéndome un poco por vergüenza, a la vez que posaba otro hermético en la encimera.
―No te creas, la verdad es que sí que es raro ―coincidió ella―. No me extrañaría nada que Helen estuviera en el hospital y el señor Spencer no le dijera nada a nadie. Ese hombre es muy huraño y no debe de estar muy bien de la cabeza. El pobre se quedó muy tocado con la muerte de su mujer. Helen me llegó a decir en una ocasión que hasta intentó suicidarse ―desveló, para mi completo asombro.
―¿En serio?
―Sí, pero no lo hizo y se dio más a la bebida, lo cual ha empeorado su carácter introvertido.
Me llevé la mano a la barbilla, pensativa, y ahora, además, todavía más preocupada por Helen.
―Llamaré al hospital ―declaró Brenda al ver mi cara, sacando su móvil del bolsillo de su pantalón mientras se acercaba a la ventana de la cocina.
Unas risotadas estallaron en el saloncito.
Me apoyé en la encimera y me quedé escuchando, mordiéndome la uña de mi dedo pulgar.
―Ah, hola ―empezó a hablar Brenda―. Mire, me gustaría saber si está ingresada una amiga mía ―se hizo un silencio de dos segundos―. Helen Spencer ―Brenda levantó la vista mientras esperaba la contestación y ambas nos miramos. La cara de alivio de después me tranquilizó―. Vale, gracias ―y colgó.
―No está ingresada ―adelanté, soltando un suspiro de sosiego.
―No ―ratificó, guardando su teléfono de nuevo y acercándose a la encimera para seguir sacando la comida―. Así que no tenemos por qué preocuparnos. Seguro que es una gripe o algo así. Ya verás cómo mañana está en clase ―me dijo para calmarme.
―Sí, tienes razón ―asentí con otra exhalación.
―Venga, llevemos esto, que esos lobos ya deben de estar todos hambrientos ―bromeó.
―Sí, si nos descuidamos, igual nos comen a nosotras ―me reí, portando dos herméticos abiertos y un mantel colgando del brazo para llevarlos a la mesa.
―Bueno, eso no estaría mal… ―insinuó, sonriendo―. Yo no tendría ningún problema en que me comiera Seth. ¿Tú que dices?
―A mí me encanta que me devore mi lobo feroz…
Y salimos las dos de la cocina entre risitas picaronas.

Corrí por el pasillo lo más deprisa que pude y que las vistas de los demás estudiantes que estaban terminando de entrar en sus aulas me permitían. Esa mañana Jacob y yo nos habíamos entretenido demasiado y ambos estábamos a punto de llegar tarde, yo a clase y él al trabajo.
Pasé el umbral de la puerta de mi clase y frené cuando vi que la mesa del profesor todavía estaba vacía. Espiré el aire con alivio y me giré para dirigirme a mi pupitre.
Mis ojos se sorprendieron al ver a Helen en su sitio y sonreí, todavía más aliviada y contenta. Brenda ya se encontraba en su asiento, pues ya había sonado el timbre.
No me dio tiempo ni de decir hola.
En cuanto me senté junto a Helen, el señor Grant apareció por la puerta, cerrando con un portazo alegre y dinámico. Bueno, señor era un decir, porque esta nueva adquisición del director para Ciencias Naturales no llegaría a treinta años. Su media melena rubia y revuelta, y una descuidada barba de varios días, le conferían un aire más juvenil y desenfadado, y sus ojos azules, su procedencia californiana y su ya conocido espíritu aventurero dentro y fuera del ámbito de la naturaleza, hacía que la mayoría de féminas de la clase suspirasen por él a cada instante. Era el único profesor que nos tuteaba.
El profesor posó su maletín en la mesa y comenzó a dar su clase, con las atentas miradas de un elevadísimo número de las chicas del aula.
Miré a mi derecha para ver a Helen por el rabillo del ojo. Su adormilado semblante estaba apoyado sobre su mano diestra y se inclinaba levemente hacia ese lado, en peso muerto. Sus ojos dorados falsos estaban bien remarcados por unas ojeras violetas que los hacía parecer hundidos y lúgubres, y su rostro parecía cansado y triste, melancólico. Llevaba su pelo castaño oscuro atado en una coleta hecha a desgana y no llevaba nada de maquillaje, lo cual me hizo verla de una manera nueva y extraña, ya que jamás la había visto sin sus párpados y sus labios negros; ni siquiera lucía su piercing en la nariz.
La verdad es que tenía un aspecto horrible. Lo único gótico que se había puesto para que yo pudiera identificarla eran sus lentillas doradas y sus ropajes oscuros.
Arranqué un trocito de papel de la parte trasera de mi cuaderno, vigilando al señor Grant, que se movía de lado a lado en la zona de la pizarra mientras daba su animosa lección, y escribí.

¿Qué te ha pasado? ¿Has estado enferma o algo?

Le pasé la nota. Helen estaba pensando en las musarañas, y tuve que darle un pequeño codazo para que reaccionara y viera el papelito.
Pegó un pequeño bote, del sobresalto, me miró, le señalé la nota con el dedo, y ella movió su cabeza para, por fin, verla.
La leyó y escribió justo debajo.

Sí, de gripe.

Contestó, escuetamente.

¿Y por qué no contestaste a nuestras llamadas ni a los correos? Estábamos muy preocupadas por ti, ¿sabes?

Porque estaba en la cama con fiebre.

Otra vez, una respuesta rápida. ¿Qué le pasaba? Parecía distante.

¿Es que estás enfadada con nosotras por algo?

Helen me miró y suspiró.

No.

Pues lo parece, la verdad.

Lo escribí con el ceño fruncido y lo deslicé por el pupitre con rapidez, en su dirección. Encima que habíamos estado preocupadas por ella…

No, claro que no estoy enfadada. Es solo que todavía no estoy recuperada del todo y me encuentro un poco mal, eso es todo. Perdonad por no haberos contestado.

Y me pasó su nota con una media sonrisa que suplicaba comprensión.
Lo cierto es que su aspecto no era muy saludable, que digamos. Le sonreí a modo de no pasa nada y dejé que atendiera a la lección sobre los bosques y el negativo impacto del ser humano que estaba dando el señor Grant con tanta pasión.
La hora del almuerzo tardó un poco, pero llegó. Helen, Brenda y yo nos encontramos con las gemelas en la cafetería, llenamos nuestras bandejas, después de esperar una larga cola,  y nos sentamos con ellas.
―¿Qué tal estás, Helen? ―le preguntó Alison con una mirada preocupada, al ver su aspecto.
―Sí, ¿qué te ha pasado? ―continuó su hermana―. ¿Por qué no nos has contestado?
―Porque he estado enferma de gripe y me he pasado toda la semana en la cama durmiendo ―respondió con un aire cansado.
―Tienes unas pintas horribles ―le soltó Brenda, llevándose una patata a la boca.
Le di un pisotón por debajo de la mesa para regañarla, pero no pareció darle importancia.
―Bueno, todavía no estoy bien del todo ―le contestó Helen con una mueca que simulaba odio.
―En fin, me alegro de verte por aquí ―sonrió Brenda―. Nos tenías bastante preocupadas.
―Ya, me lo dijo Nessie ―me miró y nos sonreímos―. Perdonad, pero estaba tan cansada, que no tenía fuerzas ni para levantar la mano.
―Habrá que perdonártelo ―bromeé, tirándole una miga de pan.
Helen se rio y me la devolvió.
―¿Qué tal el fin de semana? ¿Habéis hecho algo especial? ―inquirió Jennifer, tomando un sorbo de su refresco.
―Seguro que Nessie ha hecho muchas cosas especiales ―insinuó Brenda para tomarme el pelo.
Las chicas irrumpieron con unas risillas pícaras, aunque Helen solamente sonrió un poco, como si no lo hubiese escuchado bien. Yo me puse roja como un tomate.
―Ja, ja ―articulé con ironía―. Pues mira, sí, pero eso no te lo voy a contar a ti. Además, también estuve montando en moto y aprendiendo a conducir mi nuevo forito.
―¿Ya lo habéis terminado? ―exclamó Brenda con una sonrisa.
―Sí, Jake me compró un motor y me lo puso el viernes. Estuvo haciendo horas extra en el trabajo para poder regalármelo.
―Qué cielo ―le aclamó Alison, poniendo ojitos―. Yo quiero uno así…
―Vete a la reserva, a lo mejor lo encuentras ―le recomendó Brenda―. Mírame a mí.
Nos reímos una vez más, y esta vez, Helen ni siquiera levantó la comisura. Estaba totalmente distraída, pensando en algo. Mi sonrisa se apagó y terminé mordiéndome el labio inferior con preocupación.
―¿Y qué tal se te dio eso de conducir? ―me preguntó Jennifer, sacándome de mis pensamientos.
―Ah, muy bien. Ayer estuvimos practicando por Forks, y esta semana lo haremos por Port Angeles y Seattle. Si se me da tan bien como por aquí, me presentaré al examen la próxima semana.
―Guau, ¿tan pronto? ―se sorprendió.
―Ajá ―asentí, tomando un par de sorbos de mi bebida.
―Pues sí que se te debe de dar bien ―reconoció ella.
Me encogí de hombros y me metí un poco de comida en la boca.
―Bueno, cuando tengas ese carné, nos llevarás a dar una vuelta en tu forito, ¿no? ―reclamó Brenda.
―Claro, aunque vais a ir un poquito apretadas, porque es un coche pequeño ―les avisé.
―No importa, nos apretujaremos ―dijo Jennifer.
―¿Y todos los chicos de la reserva son como Jacob y Seth? ―interrogó de repente Alison, que seguía pensando en el tema anterior.
La mesa estalló en una carcajada, aunque mis ojos oscilaron directamente a Helen, la cual seguía en su nube, y no pudieron evitar mirarla otra vez con preocupación.
Estaba claro que algo raro le pasaba, no era solo la gripe. Parecía preocupada y angustiada. Me moría de ganas de saber qué era lo que ocurría, pero decidí que lo mejor era esperar al final de las clases para que estuviéramos a solas. Brenda no coincidía con nosotras en la última asignatura, así que podía aprovechar el momento entre el timbre y la salida de la clase para hablar con ella. Tendría que reprimir mis ganas de salir del aula corriendo para abrazar a Jake, pero bueno.
Una vez que terminamos de almorzar y, por lo tanto, de darle al pico, volvimos a clase. Las gemelas entraron por la puerta que les correspondía, y Helen, Brenda y yo por la nuestra.
El señor Varner ya estaba en el aula, pasando el borrador por la pizarra. Enseguida la llenó de logaritmos y fórmulas.
En cuanto la clase de Cálculo terminó, todos los alumnos comenzamos a recoger nuestras cosas para ir a la siguiente aula. Mis amigas y yo pusimos nuestras mochilas al hombro y nos dirigimos a la puerta.
Salimos al pasillo y, cuando íbamos a meternos en la siguiente clase, los pies de Helen se pararon repentinamente.
―Yo me voy ―anunció de pronto.
―¿Te vas? ―pregunté, parpadeando de la sorpresa.
―Sí, no… no me encuentro bien ―declaró con algo de nerviosismo, empezando a caminar hacia la puerta de salida―. Os veo mañana ―y sus pasos se aceleraron hasta que casi corría.
―Qué rara está hoy ―afirmó Brenda.
Brenda suspiró y entró en clase, pero yo me quedé clavada en el pasillo, observando cómo mi amiga salía del edificio y se llevaba con ella esa oportunidad de poder averiguar lo que le pasaba. Ahora tendría que esperar a mañana para saberlo.
Exhalé el aire por la nariz con inquietud mientras me mordía el labio, y entré en el aula, algo desmoralizada.