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CAPITULOS:
PARTE UNO: HORIZONTE:
RENESMEE:
1. MAS HUMANA: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/05/nueva-era-capitulo-1-mas-humana.html
RENESMEE:
1. MAS HUMANA: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/05/nueva-era-capitulo-1-mas-humana.html
2. SAGRADOS: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/05/nueva-era-capitulo-2-sagrados.html
3. PRACTICAS: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/05/nueva-era-capitulo-3-practicas.html
4. HELEN: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/05/nueva-era-capitulo-4-helen.html
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4. HELEN: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/05/nueva-era-capitulo-4-helen.html
ANIVERSARIO
Al día siguiente, Helen no
estaba en su pupitre. Mis amigas y yo invadimos su móvil y su ordenador con
llamadas y correos todo el martes y el miércoles, pero, como la semana
anterior, no obtuvimos respuesta. Hasta que el miércoles por la noche recibí un
mensaje suyo diciéndome que había recaído pero que ya se encontraba mejor. Siguió
sin aparecer por el instituto el resto de la semana, sin embargo, ya nos
quedamos un poco más tranquilas.
Como
les había dicho a mis amigas, Jake y yo practicamos con mi coche por Port
Angeles y Seattle del lunes al jueves, y cada día que conducía se me daba
mejor, así que decidimos que ya me podía presentar al examen el lunes de la
semana siguiente.
El
viernes después de clase lo aprovechamos para practicar con las motos, aunque
esta vez lo hicimos por la carretera de La Push, rodando tranquilamente, y
después ya nos fuimos a la calzada sin asfaltar de la otra vez para echar
alguna que otra carrera.
Como
todos los fines de semana, nos acostamos pronto y nos levantamos tarde, pero
este sábado en concreto era muy especial para nosotros, era cinco de febrero, y
al día siguiente era nuestro aniversario. Nuestro primer año como novios.
El
seis de febrero fue el día de la boda de Paul y Rachel, y fue el día en que nos
dimos nuestro primer beso, el día en que Jake deslizó sus labios por los míos
por primera vez, haciéndome quedar sin respiración, el día en que me di cuenta
de que no podía seguir alejada de él, que no podía vivir sin él, que sería suya
para siempre, hasta el final de mis días. Así que consideramos que, aunque ese
interminable beso bajo la lluvia que nos hizo darnos cuenta de mi imprimación
fue al día siguiente, nuestro aniversario tenía que ser el seis de febrero. Como
caía en domingo, decidimos celebrarlo el sábado para ir a cenar a algún sitio
especial esa noche.
Jake
no me quiso decir dónde había hecho la reserva, ya que quería que fuese una
sorpresa. Lo único que me dijo es que me pusiera el vestido rojo que había
llevado a nuestra primera cita de verdad. No entendí por qué se empeñaba tanto
en que me lo pusiera, pero me imaginé que era porque le gustaba mucho ese
vestido.
Cuando
lo saqué de la percha y lo vi, di gracias a Dios de tener una tía como Alice,
ya que, gracias a ella, el vestido estaba impoluto. Viéndolo ahora, nadie diría
cómo había quedado el año pasado después de rebozarnos por la arena de Rialto
Beach. No sé cómo lo había hecho, pero seguro que había invertido bastante
tiempo en sacarle toda la arena, aunque fuese un vampiro.
Me
percaté de que no me había fijado hasta ahora en que el vestido estaba en mi
armario, a decir verdad, creía que se había quedado en el vestidor de mi
antiguo cuarto con el resto de ropa que había dejado allí, ya que en este
armario no me cabía ni la cuarta parte de lo que tenía, y eso que Jake tenía
poca ropa. Entonces, me acordé de que Seth, Brenda, Quil y Embry nos habían
ayudado a traer algunas de nuestras cosas a casa. Alice tuvo que darle el
vestido a Seth en algún momento y este lo metió en el armario, seguramente
obedeciendo las instrucciones de ella. Hasta estaba la chaqueta negra, las
medias con sus ligueros rojos ―los cuales estaban en una caja, en el cajón
del armario― y unos zapatos de
tacón a juego.
Era
como si ella ya supiese que Jake me iba a pedir que me lo pusiera para la noche
de hoy. Sonreí. A veces me daba la sensación de que Alice sí que podía vernos
el futuro, aunque sabía de sobra que no era así y que lo que derrochaba ella
con nosotros era más intuición que otra cosa.
No
pude evitarlo. Salí de la habitación, bajé las escaleras y cogí el móvil, que
estaba en el taquillón de la entrada. Marqué el número de Alice ―me lo sabía
de memoria, y era más rápido que buscarlo en la agenda― y esperé hasta que lo cogió, cosa que fue
muy rápida.
No
me dejó ni decir hola.
―¿Ya has visto el vestido? ―quiso saber nada más descolgar, con un tono muy animado.
―¿Cómo sabías que me lo iba a poner hoy? ―me reí.
―Bueno, solo había que ver la cara de Jacob cuando te vio con ese
vestido la primera vez ―declaró,
riéndose―. No era muy difícil
deducir que le gustaría vértelo puesto el día de vuestro aniversario. Jacob es
un hombre, al fin y al cabo; son todos iguales.
―Eres increíble ―reconocí―, no sé cómo lo has hecho, pero te ha
quedado perfecto.
―Si te digo la verdad, cuando vi cómo había quedado ese precioso vestido
me dolió como si me hubieran clavado una estaca. Casi lo hice más por mí que
por ti ―se rio.
―Muchas gracias, Alice, de verdad. Y por hacer que Seth también trajera
las demás cosas del conjunto. ¡Hasta me has comprado unos zapatos!
―Ese vestido no puede ir sin unos buenos zapatos de tacón, y tampoco sin
esos ligueros. Por cierto, los metí en una caja para que Seth no los viera.
―Sí, ya me he fijado.
―A Jacob se le caerán los ojos otra vez cuando te vea tan sexy. Puede
que no lleguéis a salir de casa ―afirmó
con una risita picarona.
Aunque
no la tenía delante, la sangre invadió mi cara.
―Bueno, esa es la idea ―admití,
aunque en voz baja. Ambas soltamos una risilla, la mía un poco tímida―. ¿Y el resto? ¿No están ahí contigo? ―pregunté, un poco para cambiar de tema.
―No. Rose, Em, Carlisle y Esme se han ido de caza. Y tus padres están en
su casa.
―Ah.
La
casa de mi familia estaba ubicada al este de Anchorage, Alaska, en medio de unos
frondosos bosques que estaban cercados por montañas, y era tan grande, que la
habían dividido en dos partes para que mis padres pudieran gozar de más intimidad,
ya que ellos así lo habían pedido. Con la parte más pequeña de la vivienda, mis
progenitores se habían hecho un adosado que disponía de cuatro dormitorios y
dos cuartos de baño, más un enorme salón y una no menos grande cocina. Como es
evidente, los baños y la cocina no los utilizaban nunca, pero lo habían puesto
solamente para cuando Jake y yo les visitáramos, cosa que nos pareció un
detallazo por su parte y que nos dio un poco de apuro, pues, lógicamente,
debido a nuestro pobre poder adquisitivo no íbamos a poder visitarles tanto
como quisiéramos. La edificación era espectacular, y el emplazamiento precioso,
o eso parecía en las fotografías que nos habían mandado por correo electrónico.
―¿Quieres que los llame para…? ―entonces, comenzó a reírse con una risita traviesa―. Jasper, espera… ―siguió riéndose.
―Oh, no habré interrumpido nada, ¿no?
―A decir verdad, sí. Los demás no regresarán hasta por la mañana, así
que Jazz y yo estamos solos. Creo que nosotros no saldremos de casa ―insinuó con otra risa.
―Pues ya os dejo en paz. Que lo paséis bien ―me reí.
―Y vosotros también. Ah, y esta vez procura no perder los zapatos, ¿de
acuerdo? ―bromeó―. Jasper… ―volvió a regañarle entre risas.
―Cuidaré bien de ellos, descuida ―le dije, aunque ella ya parecía no escucharme. Carraspeé―. Hasta mañana ―me despedí.
―Hasta mañana.
Y
sus risillas se apagaron junto con su móvil.
Suspiré
con alegría.
Dejé
el teléfono en el recibidor y me fui a la cocina para picotear algo, ya que
tenía un poco de hambre. Abrí el armario superior y bajé la caja de galletas.
Me senté en la mesa, cogí una de las galletas de chocolate del bote y acerqué
el periódico para leer un poco mientras comía.
Casi
todas las noticias eran de economía y política, sin embargo, hubo un titular
que, aunque estaba en una columna y las letras eran pequeñas, llamó mi
atención.
EL
NÚMERO DE DESAPARECIDOS EN EL NORTE DE LA PENÍNSULA DE OLIMPYC SE ELEVA YA A
CINCO.
Fred
Gordon. Seattle.
El pasado miércoles otra desaparición se sumó a la cifra de extrañas
desapariciones que están teniendo lugar en el norte de la Península de
Olympic, hechos que tienen en verdadero jaque a la policía. El asunto se ha
desbordado tanto, que el FBI ya se ha hecho cargo de los casos.
Las primeras personas en desaparecer fueron Mathew Scotch, el pasado
28 de enero, y Thomas Carlson, el 30 de enero, ambos en Port Angeles, seguido
por Susan Becker, el 1 de febrero, y Manuel García, el 2 de febrero, los dos
en Seattle, y el último ha sido Michael Wood, este pasado miércoles, en
Sequim.
Todos estos casos recuerdan a los acontecidos el año pasado en Port
Angeles y Seattle, donde un elevado número de personas fueron desaparecidas y
encontradas después sin vida en un espacio de tiempo muy reducido y en
circunstancias verdaderamente extrañas y escalofriantes (recordemos que los
cuerpos presentaban muestras de violencia extrema y todos sufrieron brutales
mutilaciones).
|
La
galleta se me quedó atravesada en la garganta, de la impresión, y comencé a
toser. Me levanté de la mesa, cogí un vaso del armario con urgencia y lo llené
de agua. Tuve que meterme unos buenos tragos para calmar el picor de mi faringe
y despejar mi asustada mente.
Asustada,
porque sabía que ese artículo se refería a lo que había hecho ese horrible
licántropo mutado junto con Nahuel. Tuve que respirar bien hondo para relajar a
mi exaltado corazón y recordarme a mí misma que ellos no podían ser porque ya
estaban muertos.
Posé
el vaso, ya vacío, en la meseta y volví a sentarme para seguir leyendo la
columna, aunque esta vez cerré el bote de galletas, ya no me entraba ni una
más.
No obstante, el hecho de que todavía no haya aparecido ningún cadáver,
dato que contrasta con el caso mencionado anteriormente, puesto que los
desaparecidos se encontraban horas más tarde asesinados, descarta una posible
relación con los crímenes del año pasado y da esperanzas de que estas
personas aún se encuentren con vida, por lo que todo parece apuntar a una
banda organizada dedicada al tráfico de personas o la prostitución, tanto
femenina como masculina.
|
Me
quedé mirando el artículo. Me daba mucha pena de esa gente, y de sus familias.
¿Qué les habría pasado?
Entonces,
levanté la vista para mirar el reloj de la pared y me di cuenta de que iba a
tener el tiempo justo para arreglarme.
Cerré
el periódico mientras me levantaba de la mesa, guardé el bote de galletas en su
sitio y salí de la cocina.
Subí
las escaleras, y cuando llegué al vestíbulo superior y seguía por el pasillo,
Jake salió del cuarto de baño. Llevaba la toalla enroscada en la cintura.
―¿Ya puedo pasar? ―le pregunté,
echándole un buen vistazo a su poderoso cuerpazo todavía mojado.
―Sí, voy a vestirme en la habitación para que te de tiempo a todo,
¿vale? ―dijo, señalando la
puerta de la misma con el dedo.
―Gracias ―le sonreí y le
di un beso corto en los labios, aprovechando ese pequeño instante para poner
mis manos sobre su impresionante abdomen.
Cada
segundo contaba.
―Te esperaré abajo ―sonrió
en mis labios.
―Vale ―tan solo me salió
un murmullo.
Me
dio otro beso y me quedé mirando embobada su ancha espalda mientras se giraba y
se metía en nuestro cuarto.
Respiré
bien hondo para recuperar el aliento y entré en el baño.
Después
de una cantarina y alegre ducha, me abrigué con el albornoz y me puse a
trabajar con mi cabello directamente, puesto que a mí no me hacía falta
depilarme, gracias a mis genes de vampiro.
Me
desenredé el pelo, le puse pinzas por todas partes para dejar sueltos solamente
los mechones que me interesaban, y comencé a peinármelo con el cepillo redondo
y el secador. No es que se me diera mal, pero mi problema es que tenía
demasiado cabello para tan poca paciencia. En esos momentos eché muchísimo de
menos a Rose. De cuatro tirones supersónicos, ella ya me hubiese peinado y me habría
dejado perfecta.
Tardé
un poco más, y hubo una pequeña escena de pánico y de histerismo al ver que mi
cabello se negaba a colocarse como yo pretendía que a punto estuvo de obligarme
a tirar la toalla para hacerme un recogido de última hora, sin embargo,
finalmente conservé la calma, conseguí dominar a esos pelos rebeldes y mi cabello
por fin lució los resultados que yo esperaba.
Me
sonreí ante el espejo, satisfecha y orgullosa de mí misma, cuando observé la
cascada de sueltas ondas de mi pelo que casi llegaba hasta mi cintura. Se
parecía bastante a lo que me hacía Rose con sus hábiles manos, aunque yo había
tardado el triple.
Abrí
el cajón del bajo mueble del lavabo y saqué mi neceser de pinturas.
No
me eché maquillaje, puesto que mi rostro no lo necesitaba, pero sí que me puse
un poco de sombra de ojos de color tostado, un poquito de rimel en las pestañas
para alargarlas todavía más y una fina línea de color negro bajo mis ojos. No
me molesté en pintarme los labios, sabía que no me iba a durar nada, y, además,
quería que mi maquillaje pareciese lo más natural posible.
Volví
a sonreír al ver el resultado que yo había esperado, guardé el neceser en su
sitio y salí del baño para vestirme en el dormitorio.
Ya
había dejado el vestido extendido sobre la cama, así que me quité el albornoz
blanco y comencé a ponerme la ropa. Me puse el tanga rojo de encajes, los
ligueros y las medias, estirándolas bien sobre mis piernas para que al engancharlas
a las cintas quedasen perfectas. El propio escote del vestido hacía las veces
de sostén, así que no hacía falta llevarlo. Me metí dentro del vestido, subí la
cremallera lateral del mismo, lo coloqué todo en su sitio y ajusté el ancho
cinturón negro que llevaba hasta que mi cintura quedó ceñida.
Me
puse la chaqueta, atando el lazo que la cerraba con una lazada que quedase bonita,
me calcé con los zapatos de tacón y me colgué el bolsito al hombro. Me eché un
último vistazo en el espejo del dormitorio y salí de allí con los nervios a
flor de piel.
Sí,
estaba muy nerviosa, más bien entusiasmada.
Bajé
las escaleras y me dirigí al saloncito, donde me esperaba mi chico.
―Jake ―le llamé mientras
cogía el móvil del mueble del recibidor para guardarlo en el bolso y caminaba
por el vestíbulo.
―¿Ya estás? ―preguntó,
tirando la revista de mecánica que estaba leyendo encima de la mesa roja y
levantándose del sofá de un brinco.
Cuando
terminé de entrar en la estancia y los dos levantamos la vista, mi corazón
metió la quinta y todas las mariposas de mi estómago pegaron un bote para
empezar a volar ansiosas. Ambos nos quedamos inmóviles, mirándonos engatusados.
Jacob
estaba guapísimo, mis ojos no querían ni parpadear para no perderle de vista ni
una milésima de segundo. También iba igual que el año pasado en aquella cita. Llevaba
la camisa azul y los pantalones de vestir marrones que le habían traído mis
abuelos de París. No se podía estar más guapo.
Tuvo
que ser Jake el que se obligara a despegar los pies del suelo para acercarse a mí,
ya que los míos se negaban a responderme. Me cogió de la cintura y me arrimó a su
cuerpo, pegando su rostro al mío con efusividad. Mis ojos se cerraron, ya
rindiéndose a él, y mis pulmones empezaron a hiperventilar.
―Ya te lo dije una vez, pero estás realmente impresionante con este
vestido ―susurró en mis labios
con anhelo.
―Tú también estás muy guapo ―murmuré.
Me
dio un beso corto y muy dulce, aunque se notaba que lo que deseaba realmente
era besarme con pasión.
―Si quieres cenar, es mejor que nos vayamos ya, porque lo único que me
apetece ahora es llamar para anular la reserva… ―bisbiseó en mi boca con su sonrisa torcida.
―Sí, vamos ―sonreí.
Se
despegó de mí, me cogió de la mano y salimos de casa.
―Por cierto, ¿adónde vamos a ir a cenar? ―quise saber, de camino al garaje.
Llevaba
toda la semana preguntárselo y no había conseguido sonsacarle nada.
―Ya lo verás ―sonrió.
Me
mordí el labio, como llevaba haciéndolo siempre que escuchaba esa respuesta, y
nos metimos en el garaje para coger el Golf.
No
supe que íbamos a Port Angeles hasta que Jake tomó el desvío. Aparcó cerca del Erickson Play
Field y entonces me percaté de adónde me llevaba, aunque esperé a cuando
salimos del coche y comenzamos a caminar por esa conocida calle, para
cerciorarme.
―Ya
sé dónde vamos ―solté, toda animada, agarrándome a su brazo―. Al Wolf.
―Qué fiera. Sabía que lo ibas a adivinar antes de llegar ―se rio, pasándome el brazo por el hombro―. Bueno, ¿y te parece bien?
―¿Bromeas? Me encanta ese sitio ―afirmé, rodeando su cintura para achucharme contra él―. Me trae muy buenos recuerdos.
Jacob
se rio con satisfacción y me dio un beso en la cabeza.
No
tardamos en llegar al restaurante. Entramos y Jacob pidió la mesa que había
reservado. Joseph apareció enseguida, haciendo esas reverencias suyas mientras
también nos felicitaba por nuestro aniversario, y nos llevó rápidamente a la
mesa, la misma en la que nos había sentado en la cita del año pasado. Nos trajo
unas cartas y nos dejó a solas para que decidiéramos lo que íbamos a pedir.
Me
quité la chaqueta y la dejé en el respaldo. Cuando me giré hacia delante, los
ojos de Jake destellaban como si lo que tuviese delante fuera un diamante. Aunque
sus pupilas siempre me miraban de ese modo, me ruboricé y cogí mi carta para
disimular un poco, si bien estaba muy satisfecha por el efecto que mi vestido
causaba en él.
La
camarera nos tomó nota y volvimos a quedarnos a solas.
―Veo que a Joseph le va bastante bien ―observé, echándole un vistazo al pequeño comedor, que estaba a rebosar
de gente.
―Sí, como siga así, va a tener que ampliarlo ―se rio.
―¿Cómo es que te dio por venir aquí? ―le pregunté con una sonrisa―. Y además, en la misma mesa y todo.
―Bueno, quería revivir un poco nuestra primera cita de verdad. Fue tan
especial.
Sí
que lo había sido, ese fue el día en que me pidió que me casara con él, el día
en que decidí ser su mujer sin dudarlo ni un instante, el día en nos íbamos a
entregar por primera vez, aunque luego todo se nos hubiera chafado. Ahora
entendía que insistiera tanto en que me pusiera este vestido y que él se
hubiera puesto lo mismo que entonces.
―¿Y luego vamos a ir a Rialto Beach? ―quise saber, utilizando para ello un tono insinuante.
―Esa era la idea ―admitió
con una sonrisa pícara―. Pero
si quieres, vamos a otro sitio.
―No ―exclamé,
sonriéndole. Estiré mis brazos y entrelacé mis dedos con los suyos―. Todo es perfecto. Si te digo la verdad, ya
estoy deseando que se termine la cena para ir allí ―confesé con un murmullo mientras mis ojos y
los suyos se enganchaban.
Jacob
apretó mis dedos y nuestras manos casi se fundieron, como lo haríamos los dos dentro
de unas horas…
La
camarera carraspeó y los dos volvimos al planeta Tierra, separando las manos
para que ella pudiera poner los platos en la mesa.
Como
en nuestra primera cita, la velada fue maravillosa, y me pasé toda la cena
riéndome de las anécdotas de Jake y su manada. La comida estuvo deliciosa, el
cocinero de Joseph se había superado, y los postres llegaron pronto, ya que mi
chico y yo habíamos acelerado un poco el proceso para marcharnos temprano.
Jake
volvió a pagar la rebajada cuenta, sin embargo, esta vez no pude protestar, ya
que yo ahora no disponía de dinero al no tener la paga de mis padres. Hasta que
no encontrase un empleo a media jornada, el único ingreso que entraba en casa
era por parte de él. No me sentía nada a gusto en esta situación, a pesar de
que Jacob me decía que no había prisa y que lo importante eran mis estudios,
pero lo cierto es que por mucho que había buscado, todavía no había encontrado
un trabajo, y eso que le pedí a Charlie que si sabía de algo me avisara.
Nos
marchamos del Wolf, después de despedirnos del efusivo de Joseph y
prometerle que volveríamos, y nos dirigimos al coche dando un tranquilo paseo
por las calles de Port Angeles.
El
Golf rodó rápidamente por la carretera hacia Forks, siguió por la de La Push,
se desvió por la de Mora y en una hora y media de viaje total llegamos al
parking de Rialto Beach.
Nos
descalzamos en el coche ―para no perder los zapatos como la vez
anterior― y Jake me tomó de la
mano nada más salir del vehículo. Me llevó corriendo mientras bromeábamos y nos
reíamos, y nuestros pies descalzos comenzaron a pisar la fría arena y a sortear
los leños varados de la playa. Redujimos la velocidad y nos pusimos a dar un
paseo por la orilla, charlando, con el oleaje rompiendo en la arena como única
música de fondo.
La
luna era un cuarto creciente al que le quedaba poco para completarse del todo y
la kilométrica orilla estaba iluminada por su nívea luz. Esta también se
reflejaba en el mar, dibujaba una esfera blanca casi redonda en el agua que era
concentrada en el centro y que se iba difuminando por los bordes debido a las
ondas de las olas, hasta que solamente quedaban unas pinceladas que brillaban al
son del suave movimiento de la marea.
Jugamos
un poco en la orilla cuando yo le salpiqué con mis pies y él me cogió por
detrás para levantarme y fingir que me iba a tirar al agua, que estaba helada.
Finalmente, y ante mis reídas súplicas, Jake me dejó en tierra firme y me cogió
de la mano otra vez para seguir caminando.
Mis
ojos se abrieron como platos en cuanto vi una enorme manta extendida dentro de
un círculo de grandes y anchos troncos blanquecinos que habían sido escogidos y
colocados allí meticulosamente para conferir a ese rincón más privacidad e
intimidad. Dentro del castro de troncos, y junto a la tela de lana, también
había unas gruesas ramas, circundadas con piedras, que aún no habían sido
encendidas para ser convertidas en pira.
―¿Te gusta? ―preguntó
con una enorme sonrisa.
―¡Jake, es genial! ―exclamé,
gratamente sorprendida, lanzándome a sus brazos para abrazarle.
Mi
chico se rio y me elevó por el aire, dando un par de vueltas, hasta que
permitió que mis pies se posaran en la arena.
―¿Cuándo lo has hecho? ―quise
saber, tirando de él para pasar entre los troncos y acercarnos a la manta.
Jacob
había dejado un hueco para que pudiéramos ver el océano.
―Esta mañana, cuando fui a hacer la compra ―me desveló, soltando mi mano para sacar un
mechero del bolsillo de su pantalón.
―Claro, ahora entiendo que insistieras en ir tú solo y que tardaras
tanto en comprar leche y huevos.
Su
risa fue acompasada por la mía.
Mientras
yo me sentaba en la manta, Jake encendió la madera. El fuego azul verdoso
comenzó a apoderarse de los leños poco a poco, obligándolos a restallar a su
paso, y por fin flamearon en una cálida y romántica hoguera que empezó a devorar
los palos con ansia.
Se
sentó a mi lado, apoyando la espalda en el grueso tronco, y dio unas palmaditas
sobre sus piernas con una amplísima sonrisa para que me pusiera sobre ellas.
Dicho
y hecho.
Me
senté sobre él como las niñas grandes y rodeé su cintura con mis brazos,
acomodándome en ese acogedor abrazo suyo a la vez que mi mejilla descansaba en su
hombro y mi frente se pegaba bien a su cuello. Me gustaba sentir el latido de
su corazón retumbando en mi pecho y las palpitaciones de su yugular en mi
frente. Mis mariposas ya aleteaban como locas.
Esto
también me trajo muchos recuerdos del año pasado, solo que, en esta ocasión, sí
que podríamos terminar aquello que habíamos empezado.
No
quería esperar más.
Me
separé de su torso y clavé mis pupilas en las suyas.
Sus
ardientes palmas se deslizaron por mis muslos, arrastrando la falda de mi
vestido hacia arriba. Entonces, bajó la mirada para observarme con esa sonrisa
torcida suya que me hacía enloquecer.
―Llevas lo mismo que el año pasado ―murmuró, pasando los dedos por el encaje de mis ligueros, luego, los
subió para hacerlo por la parte superior de mi ropa interior.
Tan
solo esa inocente caricia ya me ponía todo el vello de punta.
―¿Cómo lo sabes? Creía que ese día no te habías fijado ―cuchicheé, sonriéndole.
―Claro que me fijé ―aseguró,
sonriendo con la misma mueca―. Lo
que pasa es que no me dio tiempo a decirte nada, por desgracia.
―¿Y te gusta? ―le
pregunté con un murmullo.
Jacob
alzó la vista y volvió a clavarla en la mía.
―Ya sabes que sí ―susurró,
despegando su espalda del tronco para incorporarse un poco sobre mí. Nuestras
frentes ya se rozaban y mi corazón empezó a saltar bajo mi esternón, desbocado―. Me vuelve loco ―su rostro se pegó más y su labio superior
consiguió rozar al mío, haciendo que mis párpados se cayeran y mis bronquios
dejaran escapar unos suaves suspiros, que ya se mezclaban con los suyos.
La
energía comenzó a fluir.
No
me aparté de él ni un milímetro, pero comencé a desabrocharle la camisa
lentamente, bajando mis dedos de ojal en ojal, hasta que terminé de sacar el
último botón y abrí la prenda para dejar su pecho al descubierto.
Su
labio superior acarició al mío con suavidad, casi como un susurro que apenas
movió mi boca. Eso me hizo jadear de nuevo.
Separé
un poco mi rostro para mirarle mejor, aunque dejé que nuestras frentes
siguieran sintiéndose.
El
fuego de la pira parecía fluctuar también en sus grandes pupilas negras, su
rostro y su torso; las llamas bailaban una danza intermitente y pausada sobre
su piel, parecía una aurora boreal, tiñéndola de luces azuladas y sombras que
resaltaban todos sus impresionantes músculos y contrastaban con la nívea luz de
la luna.
Sus
grandes y brillantes ojos negros adquirieron una tonalidad distinta con la luz
de la luna y las llamas de la hoguera. Todo parecía reflejarse en ellos, como
un espejo. Y su reflejo principal eran los míos, los enganchaba y los
hipnotizaba, reclamándome.
Deslicé
mis sedientas manos por ese pecho caliente y terso, fuerte. Lo hacía todos los
días, pero cada vez era diferente, siempre había algo nuevo en esa sedosa piel.
Los palpé minuciosamente, escalando de abajo arriba con calma. Jacob se
estremecía con cada uno de mis roces y su respiración se intensificó.
Las
llevé hasta sus hombros y arrastré su camisa hacia atrás para quitársela,
después sus manos me arrimaron más a su cuerpo y nuestros rostros se pegaron
del todo, momento en el cual nuestros labios volvieron a rozarse.
Ya
notaba su animoso aliento acariciando mi boca, el mío ya le estaba besando con
ardor. Los alocados insectos de mi estómago no podían estar más excitados, y
aún no me había tocado.
Subió
sus manos, desató el lazo de mi chaqueta y me la quitó despacio, palpando mis
brazos a su paso. Yo me bajé la cremallera lateral de mi vestido, me desabroché
el cinturón y me despegué un poco de Jake para alzarlo y descubrirme.
Sus
pupilas me repasaron entera con deseo mientras sus manos escalaban para
acariciar mi espalda, hasta que se metieron por mi pelo, alzándolo un poco, y me
empujaron otra vez hacia su rostro.
Deslizó
su labio inferior por los míos con mucha calma, aunque su aliento ya los
acariciaba con pasión. Todo mi cuerpo se estremeció y las mariposas de mi
estómago volvieron a revolotear, fuera de sí. Una vez que los recorrió de abajo
arriba, se quedó quieto, con el rostro bien pegado al mío.
Mi
boca no se lo pensó dos veces y se fue a buscar la suya; en cuanto se
encontraron de nuevo, empezaron a entremezclarse cada vez con más efusividad, ya
respirando con fervor.
Una
de sus manos soltó mi cabello. Subió por mi abdomen, arrastrando también su
ardor, y llegó a mis senos. Volví a estremecerme y mi boca respondió con más
animosidad.
Dejó
mis labios, pero solo para recorrer mi cuello y mi garganta y descender hasta
mi pecho. Mi cabeza se fue hacia atrás y mis manos se engancharon a su corto
pelo mientras mi torso y mi pelvis se movían para acompasar a su boca. Ya no me
quedaba aire que exhalar, este se escapaba completamente excitado. Sus palmas se
deslizaron por mi espalda y llegaron hasta mi cintura más baja para ayudar a
mis movimientos.
Sus
labios regresaron a los míos entre jadeos y se inclinó sobre mí, sujetándome
por la espalda y asiéndome con cuidado, para tumbarme en la manta y acomodarse
entre mis piernas.
Comenzó
a recorrerme entera con sus palmas y su tórrida boca, desnudándome a su paso,
mientras mis manos ya se volvían locas por su pelo y su cuerpo.
Hicimos
el amor junto al fuego azulado, en ese rincón tan íntimo y perfecto, mágico, con
el océano y esa luna creciente como única compañía.
Y
esta vez pudimos terminar aquella primera cita.
Me
apreté a su cuerpo desnudo y acerqué mi rostro al suyo para besarle. La manta
era tan grande, que la habíamos doblado en dos para cubrirnos con una de las
mitades. Mientras mis labios se movían hechizados con los suyos, mi mano subió
lentamente por su pecho, palpando esa extraordinaria y sedosa piel, que ahora estaba
humedecida y olía afrodisíacamente bien.
La
hoguera aún estaba encendida, aunque ahora las bajas llamas solo se limitaban a
acariciar la madera ennegrecida. La encandilada marea conducía a las olas hacia
la orilla para que muriesen en ella y creaba un murmullo de fondo monótono y
rítmico que resultaba muy relajante.
Dejé
sus labios, nos miramos a los ojos y nos sonreímos. Le di otro beso, este
corto, y me acomodé en su costado con una enorme sonrisa de felicidad. Jake
comenzó a pasar los dedos por mi frente para despegar los cabellos mojados de
mi rostro y después siguió haciéndolo para peinar el resto de mi melena.
―Voy a encargarle mi vestido de novia a Sarah ―le anuncié mientras acariciaba su torso con
mis dedos―. Lo he estado
pensando y quiero que se haga en La Push.
―¿Sí? ―sonrió con
satisfacción.
―Sí, ya he hablado con ella y me va a enseñar unos catálogos el próximo
domingo.
―Genial. Sarah es muy buena modista, ya lo verás ―y me dio un beso en la cabeza―. Lo malo va a ser Alice, no sé cómo se lo
tomará.
―Ya se lo he dicho ―suspiré.
Jake
giró el rostro hacia mí para mirarme.
―¿Y cómo se lo ha tomado? ―me
preguntó.
―Bueno, creía que iba a ser peor, pero al parecer ya lo sabía. En
realidad, fue papá el que se lo dijo. Debió de leer lo que rondaba por mi
cabeza la última vez que vinieron ―me reí.
―En fin, si tu tía la médium es capaz de controlarse… ―se rio entre dientes y volvió a mirar hacia
el cielo todavía anochecido.
―Por cierto, ¿ya has hablado con el Consejo y la manada sobre lo de mi
familia?
―Estoy en ello, todavía estamos negociándolo.
―No entiendo por qué no quieren quitar el tratado ―critiqué sin dejar de acariciar su pecho―. Ya han visto que mi familia es buena y que
son inofensivos para la tribu.
―El tratado tiene que seguir, lo que hay que hacer es cambiarlo,
¿entiendes? Modificar los términos ―empezó a explicarme―. El
nuevo tratado debería acordar que ellos pudieran entrar en nuestro territorio
mientras siguieran sin morder a ningún humano. Pero hoy por hoy, eso no es
posible. Por supuesto, si solo dependiera de mí, lo cambiaría ahora mismo para
que los Cullen pudieran entrar a sus anchas en nuestro territorio, te lo
aseguro, pero tienes que entender que para mi tribu tus familiares siguen
siendo vampiros, por muy buenos que sean, y este tema es muy delicado aquí.
Aunque yo sea el jefe de la tribu, tiene que haber un consenso unánime, o por
lo menos, por mayoría amplia.
―Pero tú tienes la última palabra, ¿no? Tu bisabuelo fue el que creó el
tratado, y solo tú puedes cambiarlo.
―Sí, pero no puedo cambiar las cosas a mi antojo solo porque nos vengan
bien a nosotros, ¿comprendes? ―me
aclaró, hablándome con dulzura, mientras sus dedos pasaban a través de mi pelo―. Eso no sería correcto, tiene que haber un
consenso unánime y democrático. No puedo hacer lo que me viene bien a mí sin
contar con el pueblo para nada. Otra cosa es que todos estuvieran de acuerdo y que
en la votación saliera por mayoría. Entonces el tratado se podría modificar sin
problemas. Y eso es lo que estoy intentando hacer, pero es complicado. Verás, para
empezar, Billy, Sam y Sue están de acuerdo en modificar el tratado, pero el
Viejo Quil es muy testarudo y se niega a cambiar algo que lleva tantos años
vigente y que según él sigue siendo necesario. Y la mayoría de la manada
tampoco está de acuerdo en modificarlo. Aunque saben que tu familia es buena,
para ellos siguen siendo vampiros, y piensan que cualquier día se les puede ir
la pinza o algo a alguno de ellos y caer en la tentación de tomar sangre
humana. No quieren correr riesgos. Para ellos, el tratado es una manera de
evitar la tentación, no es que tengan nada personal en contra de tu familia,
créeme, incluso hay miembros de los Cullen que son más que bienvenidos por
aquí. Después de lo que pasó con mi coma, a Carlisle todos lo aprecian mucho y
a Emmett ya le consideran un amigo. Pero para ellos todo se reduce a precaución,
lo primero es la tribu y su seguridad. Simplemente, si no hay vampiros a la
vista por aquí, no hay riesgos, ¿entiendes?
―Pero yo voy a ser tu mujer, las cosas ahora son muy diferentes a cuando
se firmó el tratado. ¿No hay ninguna forma de que cambie?
―Sí, con un perímetro.
―¿Un perímetro?
―Lo que estoy negociando ahora es un perímetro que abarca la parcela que
ocupa nuestra casa y un sendero que conduce a ella. Si excluimos del tratado esa
parte del territorio, tu familia podría entrar en él y podrían venir a
visitarnos a nuestra propia casa cuando quisieran. Esos terrenos son nuestros,
y nadie podría decir nada. Ya sé que no es mucho, pero hay que empezar poco a
poco, luego, dentro de unos años, cuando vean que no hay ningún peligro, quién
sabe si no conseguimos más.
Me
incorporé un poco y me apoyé sobre su pecho para verle mejor el rostro.
―Eso sería genial ―sonreí―. ¿Y se te ha ocurrido a ti?
Jake
desplegó su maravillosa y reluciente sonrisa.
―Por supuesto, preciosa ―presumió.
Le
abracé y le di un merecido beso en los labios que duró más de lo que yo había
planeado en un principio.
Cuando
conseguí despegarme, tuve que respirar bien hondo.
―¿Y el día de la boda? ―pregunté
un poco más seria―. ¿Cómo vamos
a hacer con mi familia? Porque yo quiero que estén, si no, sería como si me
faltase algo…
―No te preocupes, cielo ―me
cortó, poniéndome los dedos sobre los labios―. Yo me encargaré de eso, ¿vale? Ya me las arreglaré. Te prometo que al
final estarán en nuestra boda y que tu padre te llevará al altar.
Le
sonreí y me eché sobre su torso para abrazarle. Jake ciñó los brazos en mi
espalda para apretarme contra él.
―Ah, va a empezar ―dijo
de pronto, soltándome para incorporarse y apartándome con delicadeza.
―¿El qué? ―quise saber,
sentándome medio aovillada mientras veía cómo él se arrastraba hacia atrás y
apoyaba su espalda en el tronco del principio.
―Ven aquí ―me pidió,
estirando los brazos hacia mí con una enorme sonrisa.
―¿Qué pasa? ―me reí,
acercándome a él.
―Corre, corre, que no te va a dar tiempo ―azuzó, gesticulando con las manos.
―¿A qué? ―volví a reír.
―No, al revés ―me paró
cuando iba a sentarme sobre él, de frente.
―¿Al revés? ¿Quieres que te dé la espalda?
―Sí, al revés ―rio.
―A ver qué me vas a hacer, ¿eh? ―bromeé, dándome la vuelta.
―Lo que te dejes, nena ―soltó
en un tono vacilón.
Le
di un manotazo en el brazo, entre las risas de los dos.
Me
senté en el hueco que me dejaron sus piernas, adosando mi espalda a su pecho
calentito y cómodo. Jacob pegó su cálida mejilla a mi sien, cogió la manta con
sus manos a ambos lados y me rodeó con sus brazos, enroscando la tela a
nuestros cuerpos. Me sentí como si un ángel me cubriera con sus alas; las de mis
mariposas no paraban quietas.
―Mira eso ―y me indicó
el horizonte con la cabeza.
El
cielo ya era de color añil, y allí, donde se unía con el océano, apareció un
fino hilo de color naranja que brillaba como un diamante.
―¡Está amaneciendo! ―exclamé
con alegría.
―Claro, y tú querías perdértelo ―se burló.
La
destellante semiesfera comenzó a asomar como si saliese del océano, se elevaba
en su camino hacia el cielo lentamente, iluminando el firmamento, que pasó del
color lila oscuro a un violeta azulado, y tiñendo las escasas nubes que lo poblaban
de sombras azafranadas que se entremezclaban con el gris que las caracterizaba.
El agua empezó a centellear millones y millones de lucecitas que se encendían y
se apagaban intermitentemente y que se dispersaban por el movimiento de las
ondas del mar.
―Es precioso ―musité,
maravillada.
―Feliz aniversario ―murmuró
en mi oído, provocando ese intenso cosquilleo en mi estómago y haciendo que toda
mi piel y mi cuerpo se estremeciera.
Me
volví un poco hacia atrás para verle el rostro y le sonreí. Ahora su preciosa
piel cobriza y sus ojos negros reflejaban la resplandeciente luz del sol.
―Feliz aniversario ―susurré.
Sonrió
y pegó su cara del todo a la mía para darme ese beso que nos dimos por primera
vez, haciendo que mi corazón dejase de latir por un instante.
Ese
horizonte que amanecía representaba nuestro futuro. Este solo era nuestro
primer año como pareja, y delante teníamos ese horizonte eterno, infinito, donde
el sol acababa de salir para llenarlo de luz y color.