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sábado, 28 de octubre de 2017

NUEVA ERA I. PROFECÍA

NUEVA ERA I. PROFECÍA🐺🦋: https://www.bubok.es/libros/220799/NUEVA-ERA-I-PROFECIA-FanFic-Continuacion-de-Despertar-18


JACOB.

«Busqué a alguien más de la manada, pero no encontré a ninguno. Todos habían desaparecido de repente.
¿Qué era esto? ¿Un complot?
―¿Pasa algo? ―preguntó ella, rompiendo el silencio que reinaba en ese bosque.
Nada, nada, mascullé, enfadado, desconectándome de mi manada invisible.
Ella solamente escuchó mis gañidos, pero, como siempre, los entendió a la perfección, aunque pareció evitar el tema.
―¿Podemos parar un poco? ―me pidió―. Tengo hambre, y mi cuerpo está destrozado de llevar tantas horas aquí sentada.
La verdad es que llevábamos muchas horas de viaje, no habíamos parado ni para comer, y ella se había pasado todo ese tiempo sobre mi lomo, con esa mochila a la espalda.
Reduje la velocidad hasta que el descenso por esa montaña sólo fue un simple trote y después me paré. Me giré y me eché en el terreno mirando hacia arriba, de modo que ella lo tuviera más fácil para bajar, y se apeó de mi lomo, dejando la mochila en el suelo para estirarse.
―Gracias ―me sonrió.
Asentí y me levanté.
Otra vez me fijé en la red en forma de telaraña que la envolvía bajo su alma. ¿Qué demonios sería eso? ¿Algún tipo de escudo? No. Parecía algo que la oprimiese. No me gustaba nada.
El problema es que no era ninguna energía, simplemente era eso, una especie de red, y no sabía si mi poder espiritual podría deshacerse de algo así. Me pregunté qué narices sería, porque jamás había visto nada parecido.
Llevé mi poder espiritual hacia ella para comprobarlo, no había peligro, no se iba a dar ni cuenta. Mi círculo de luz brillante se extendió y la envolvió.
Y entonces, mis ojos se abrieron como platos.
La telaraña se deshacía en algunas partes, pero eran sustituidas instantáneamente por otras, que se tejían a una velocidad ultrasónica. Sin embargo, eso, que ya era bastante alucinante y raro, no fue lo que más me sorprendió. Ella cerró los ojos y jadeó con intensidad, estaba sintiendo mi poder espiritual.
¿Cómo podía sentirlo? Eso… eso era imposible…
¿O no?
De pronto, mi cabeza se vio sacudida por una serie de imágenes y recuerdos dispersos, aleatorios, muy difusos y confusos que luchaban por salir de alguna parte, era como si estuviesen bloqueados por algo. Hasta que todo volvió a la calma de forma repentina.
¿Qué había sido eso?
Retiré mi círculo brillante inmediatamente, con urgencia.
La red siguió en el mismo sitio, y sus ojos continuaron cerrados durante un instante más mientras unas lágrimas se deslizaban a ambos lados de su precioso rostro maravillado. Los abrió lentamente, alzando sus largas pestañas, y los enganchó a los míos.
―Jake… ―murmuró, alucinada.
Mierda. ¿Y ahora qué le decía yo?
¿Y ella? ¿Sabría que estaba envuelta con esa telaraña?
―¿Por qué has hecho eso? ―preguntó, con un murmullo, estudiándome con la mirada.
Genial.
¿No tenías hambre?, inquirí, para cambiar de tema, gañendo y dando pataditas en el suelo como un imbécil.
―Ah, sí, claro, hemos parado para comer ―recordó, gracias a mis estúpidos gestos.
Oteé el ambiente con mi nariz, olisqueando para ver si detectaba algún efluvio animal cerca. Mi agudo olfato dio con una manada de ciervos no muy lejos de allí.
Vamos a cazar, gañí, empujándola con el hocico.
―Preferiría comer algo caliente, ya sabes, una hamburguesa o algo ―declaró.
Vale, guay. Ahora quería una hamburguesa.
¿Una hamburguesa? ¿Y de dónde te crees que…?
―Si no te transformas en humano, no te entiendo ni una palabra ―me cortó.
Sí, claro.
Digo que es mejor cazar un…
―No sé lo que dices ―afirmó de nuevo, mirando hacia otro lado para hacerse la tonta.
Resollé por las napias.
Aquí no hay…
―Nada, ni una palabra ―insistió.
Volví a resollar y me fui detrás de un árbol para adoptar mi forma humana. Me puse esos pantalones negros cortos, y salí de ese escondite para reunirme con ella.
―¿Te gusta más así? ―pregunté, de mal humor.
―Sí, así mucho mejor ―y desplegó esa preciosa y dulce sonrisa.
Tuve que coger una buena bocanada de aire y desviar la mirada con urgencia.
―Decía que es mejor que cacemos algo por el bosque ―repetí, en lengua humana.
―Yo prefiero una hamburguesa, ya que estamos aquí ―reiteró―. No estamos lejos de alguna carretera, y debe de haber una hamburguesería por aquí cerca, puedo oler la carne a la parrilla.
Pues sí, ahora que me fijaba olía, olía. Y también se escuchan los escasos coches que pasaban por esa calzada, además del curso de un río.
―No sé, no tenemos tiempo de…
―No pasa nada por parar a tomar una hamburguesa, además, un sitio lleno de gente es más seguro ―me interrumpió otra vez―. ¿Es que tú no tienes hambre? Porque yo estoy famélica, y esas hamburguesas huelen de muerte.
Sí, tenía razón, esas hamburguesas olían de muerte, y yo empezaba a notar el revoltijo de mis tripas. Pero eso de cenar a solas… Bueno, aunque el sitio estaba lleno de gente, se podía escuchar el leve bullicio desde aquí, bastante lejos, por cierto, y el hilo musical del local.
―Pues sí, tengo hambre, pero no voy preparado ―alegué, señalando mi escasa indumentaria.
―Ah, por eso no te preocupes. Te he metido algo de ropa y unas deportivas en mi mochila ―reveló, agachándose para abrir la susodicha.
Parpadeé, perplejo. ¿Había metido ropa para mí en su mochila?
Me mordí el labio, pensativo y dubitativo, mientras ponía los brazos en jarra y miraba a mi alrededor como un idiota, sin saber qué hacer ni cómo actuar.
Cerró la mochila, se la cargó a la espalda y se levantó con una camiseta blanca y unas deportivas negras en la mano que a mí no me sonaban de nada.
―¿De dónde has sacado eso? ―quise saber, sorprendido―. No es mío.
―Te lo compré antes de ir a La Push ―reveló, con una sonrisa. Otra vez tuve que parpadear, completamente descolocado―. Venga, vamos ―me azuzó, metiéndome el cuello de la camiseta por la cabeza y poniéndose detrás para empujarme.
―Vale, vale, pero, espera, tengo… tengo que calzarme ―acepté, algo confuso todavía.
Bajó a mi lado mientras terminaba de ponerme la camiseta, cuya talla era justo la mía, y me calzaba las deportivas, que también eran exactamente de mi número. Ella siempre daba en el clavo, por supuesto.
No le debió de ser fácil encontrar tiendas que tuvieran estas tallas. ¿Por qué se había tomado tantas molestias?
―Vamos, tengo hambre ―me apremió, sacándome de mis pensamientos, mientras empezaba a caminar por esa cuesta abajo.
―Espera, ¿dónde vas tan deprisa? ―resoplé, cogiéndole del brazo para pararla un poco―. No te separes de mí, ¿vale?
―No, nunca ―espetó, con un murmullo, alzando sus preciosos y dulces ojos para clavarlos en los míos con una doble intención que percibí a las claras.
¿A qué venía eso ahora?
―Va-vamos ―tartamudeé, llevando mis pies hacia delante.
Idiota, idiota.
Se puso a mi lado para bajar junto a mí y me fijé en esa mochila. Parecía bastante pesada, aunque sabía que para ella no sería nada.
―Trae, yo te la llevaré ―me ofrecí igualmente, quitándosela.
Ella me ayudó, sacando los brazos.
―Gracias ―me sonrió.
Miré hacia el frente con rapidez y me la puse a la espalda.
―De… de nada ―murmuré.
―Mira ―me avisó, cogiéndome del brazo para que mirase a mi lado izquierdo, donde se encontraba ella―, se ven luces allí, ¿las ves? ―y me señaló el sitio con el dedo de la mano que no me sujetaba―. Es un pueblo.
Sentir la calidez de su mano en mi brazo me puso todo el vello de punta.
―¿Eh? Ah, sí, sí ―asentí, obligándome a mí mismo a regresar al planeta tierra.
Tampoco me había dado cuenta de que estaba empezando a anochecer hasta que no me fijé en las luces de las casas.
Después de caminar varios minutos, con ella colgada de mi emocionado brazo, pasamos los últimos árboles del bosque y salimos a un terraplén muy empinado y alto que aterrizaba en el estrecho arcén de la carretera.
La vía seguía el curso del río, que se encontraba al otro lado de la misma.
Hice el amago de saltar, tirando de ella, pero me paró.
―Espera ―dijo, sin soltar mi brazo.
―¿Qué pasa? ―quise saber, girando medio cuerpo para mirarla extrañado.
―No… no puedo bajarlo sola ―declaró, mordiéndose el labio.
―¿Cómo?
―Hace un rato me hice daño en un tobillo ―me reveló―. No te dije nada para no preocuparte, pero me duele bastante. Si lo bajo yo sola, tengo miedo de hacerme un esguince o algo.
―¿Un esguince tú? ―cuestioné, alzando una ceja.
―Me duele bastante ―repitió.
Suspiré con vehemencia, mirando al frente para observar la altura. Habría un metro ochenta por lo menos.
―Bueno, vale ―refunfuñé, no muy conforme―. Bajaré yo primero y te cogeré desde abajo.
―Vale ―sonrió, soltando mi ahora desgraciado brazo para dejarme saltar a mí primero.
Suspiré de nuevo y salté el metro ochenta sin ningún problema.
Me di la vuelta y levanté los brazos para esperarla.
―Ya puedes saltar ―le comuniqué.
―¿Seguro que me cogerás? ―dudó, desde el borde del terraplén.
―No seas tonta, claro que te cogeré ―resoplé, abriendo más los brazos―. Venga, tírate ya.
―Espero que no me la juegues, me metería un buen morrazo contra el suelo ―bromeó, sonriendo.
No pude evitar que mi mente reprodujera esa escena, y me hizo gracia. Cuando me di cuenta, los tendones de mi boca se estiraban para curvar mis labios hacia arriba; llevaban tanto tiempo sin hacer esta función, que me pareció que estaban anquilosados.
―Eso estaría bien ―admití, escapándoseme una risita sorda que me sonó hasta extraña, a la vez que ladeaba la cara.
―Cuidado, que voy ―me avisó.
Eso hizo que girase el careto hacia ella con precipitación. Saltó hacia mí rápidamente y yo la cogí cuando su cuerpo se estampó contra el mío.
Se separó un poco para mirarme. Sus brazos rodeaban mi cuello. Tenerla tan pegada a mí, provocó que mi pulso se acelerase y que el cosquilleo de mi estómago cobrara protagonismo.
―Es la primera vez que sonríes ―murmuró, con sus preciosos labios también curvados hacia arriba.
Me obligué a tomar aire para recuperar la compostura.
―Sí, bueno ―murmuré, poniéndome serio, mientras ya la dejaba en el suelo―. Será mejor que nos demos prisa, todavía hay que andar un rato.
―Sí ―asintió.
―Camina detrás de mí, el arcén es muy estrecho ―le aconsejé―. Y no te separes de mí en ningún momento.
―Sí ―volvió a aceptar.
De pronto, su mano se enganchó a la mía, apretándola con fuerza. Eso hizo que mi corazón pegase otro salto y que el cosquilleo regresase. Sentí esa complicidad que siempre había existido entre los dos, como si nunca se hubiese ido. No me di la vuelta, no me detuve, pero me quedé con cara de idiota. Menos mal que ella no podía verla.
Me estaba cogiendo de la mano, me estaba cogiendo de la mano. ¿O era yo el que la cogía? Bueno, mi mano ya se negaba a soltarla. Realmente, era una situación de lo más extraña, y tampoco entendía qué estaba haciendo ella, a qué estaba jugando. Bueno, ni yo, porque lo que debería hacer es soltarla, pero el estúpido y tarado de mí ya no podía. Mi mano se negaba a dejar marchar a la suya, la había añorado tanto…
Sí, definitivamente era patético.
Me pregunté qué pensaría ese imbécil con el que estuviese si nos viese así. Por un instante rechiné los dientes al acordarme de él, pero por otro tenía que reconocer que sentí una enorme satisfacción, un poco maléfica y vengativa. Sabía de sobra qué parecíamos, y eso me gustaba. Maldita sea. Sí, todavía me gustaba. No me equivocaba, este viaje iba a ser muy peligroso para mí. Y aún así, seguía sin soltar su mano.
Caminamos siguiendo esa carretera que no sabíamos a qué pueblo daba mientras algún coche que otro pasaba a nuestro lado. Cuando esto sucedía, ella se pegaba más a mí, provocando continuamente ese cosquilleo de mi estómago.
―Dime, ¿te… te sigue doliendo el tobillo? ―le pregunté, sin quitar mi vista del frente.
―No, ahora no tanto.
―Bien.
No sé cuántos kilómetros anduvimos, y el tiempo se me pasó demasiado deprisa. Lo único que podía sentir era su mano sujetando la mía con ganas y su cuerpo muy próximo a mis espaldas, tras la mochila. Cuando me di cuenta, llegamos a nuestro objetivo.
Ambos nos detuvimos.
Justo delante de nuestras narices se encontraba la hamburguesería y un motel con un cartel enorme y luminoso que ponía Motel Wenatchee, consistente en una serie de casas prefabricadas de una sola planta baja que se distribuían en hilera y que estaban adosadas entre sí.
―¿Dónde estaremos? ―preguntó, soltando mi de repente desesperada mano para sacarse el mapa del bolsillo trasero de su pantalón vaquero. Lo desplegó y lo miró.
―Ni idea. Sólo sé que me dirigí hacia el este para no toparme con tantas montañas.
―Bueno, lo mejor será preguntar en la hamburguesería ―concluyó, guardándose el plano en el mismo sitio.
Tengo que admitir que me encantó cuando volvió a engancharse de mi mano, aunque esta vez tuve que girarme hacia delante con rapidez para que no descubriera mi cara de tonto.
Iniciamos la marcha por ese arcén estrecho y caminamos hasta allí. El olor y la música ambiental ya eran más que evidentes.
Entramos en la hamburguesería. Había algo de gente, pero enseguida vi una mesa vacía, así que me dirigí hacia allí. No me di cuenta de que seguía sosteniendo su mano hasta que llegamos al asiento y ella se sentó, quedándose con la misma suspendida en el aire por mi amarre. La solté, algo avergonzado, y me senté enfrente.
Cogí la carta plastificada y miré su contenido nerviosamente, intentando disimular y olvidar ese gran desliz».



miércoles, 25 de octubre de 2017

ESTE. DE PIEDRA


🍁 ESTE 🍁: https://www.amazon.es/Los-Cuatro-Puntos-Cardinales-Este-ebook/dp/B01N9JZE08/ref=pd_sim_351_2?_encoding=UTF8&psc=1&refRID=7NKXVZAX8YAM9Q9PCHK2

MARK. 

«El extravagante espectáculo terminó y un hombre, que parecía salido de una película de gladiadores, apareció en escena, confiriéndole a todo esto un contraste de lo más extraño. Surgió de una de las puertas con los brazos en alza para animar al gentío, que correspondió sin problemas.

―¡Pueblo de las Cuatro Tierras! ―gritó, animando el cotarro―. ¡¿Queréis ver a nuestros luchadores?! ―el populacho dijo que sí con sus chillidos―. ¡Pues aquí los tenéis!
―Vamos ―nos azuzó el protector, abriendo la verja.
―¡Los guerreros de las Tierras del Norte! ―se escuchó acto seguido.

Y nuestro grupo, compuesto por Danny, Tom, Luke, Martha, Jessica, Peter, Jack, Mike, Sergey, Ágatha, Basam y yo, comenzamos a caminar hacia la arena entre el griterío ferviente. El colosal anfiteatro se abrió completamente ante nuestras asombradas pupilas. Lo que había visto desde la verja no era comparable a lo que se veía ahora que estaba sobre su pista ovalada. Era impresionante. Las gradas, abarrotadas de espectadores, se elevaban con poderío hacia el cielo azul, haciendo que el estruendo de los gritos y los aplausos resonara con una contundencia bestial. Todos nosotros mirábamos alrededor con cara de lerdos, menos mal que las caretas evitaban que esto se viera.

De todos modos, mi nerviosismo por el tema que me preocupaba consiguió reubicarme y me centré.

Sí, el momento había llegado. Ése en el que iba a comprobar si mis pesquisas acerca de Nathan eran ciertas. Mis desasosegados ojos fueron haciendo un exhaustivo escrutinio de las salidas de acceso a la arena, intentando dar con él entre el séquito de protectores y sirvientes de Orfeo. Sin embargo, debía de estar muy escondido, o muy bien camuflado, o tal vez fue la larga distancia que existía entre nuestra posición y las salidas, porque no daba con él. 

Tal y como nos habían ordenado, nos detuvimos frente al palco, y con una reverencia, saludamos al rey Damus. Igor permanecía serio, pero en su rostro se notaba el orgullo que sentía por nosotros. Eso me alentó durante un instante, si bien mi inquietud por Nathan se mantenía en una tensión constante.

―¡Los guerreros de las Tierras del Oeste! ―anunció el hombre de antes.

Los espectros de Kádar empezaron a salir, en medio de las potentes exclamaciones y ovaciones de los espectadores. Ambos bandos nos contemplamos cuando llegaron a nuestro emplazamiento. Ellos con esos inexistentes semblantes creados con la negrura de la misma nada que se entreveía por el hueco de las capuchas de sus casacas de color verde oscuro; nosotros con el resentimiento que todavía sentíamos porque nos hubieran robado el Fuego del Poder y por pura enemistad milenaria. Esta era una buena oportunidad para hacérselo pagar, y teníamos pensado aprovecharla. Los espectros se posicionaron a nuestro lado y efectuaron su saludo a Damus.

―¡Los guerreros de las Tierras del Sur!

Estos, sin transformarse, y equipados únicamente con los pantalones de su uniforme azul celeste y con otras máscaras similares a las nuestras, pisaron la arena al instante, marcando un paso firme de estilo militar. Suspiré y miré la puerta de los protectores del Sur otra vez.

―No puedo creerlo ―jadeó Peter de repente, igual que si hubiera visto un fantasma.

Entonces, al oír eso, una chispa de discernimiento me atizó por dentro con una contundencia que me dejó tieso durante un par de segundos. No podía ser… Mi vista, conmocionada, fue girándose lentamente conforme intentaba asimilar lo que ya estaba adivinando mi mente, entrando a la vez en un estado de shock total, incluso mi boca se quedó colgando.

―¿Qué coño…? ―musité sin apenas voz, cuando por fin lo vi con mis propios ojos.

Nathan caminaba entre los guerreros del Sur en último lugar, completamente a su bola, haciendo gala de esa indisciplina innata en él. No seguía esa marcha marcial, pero su paso, y aún más su mirada penetrante, me parecieron más firmes y peligrosos que los de todo ese grupo y el de los espectros juntos. Vestía sus pantalones negros de siempre, otra diferencia con los guerreros sureños, y su máscara era la única que tenía esculpido un rostro severo y serio, casi inexpresivo, confiriéndole, junto con el imponente tatuaje del dragón de su espalda, un aspecto más sobrecogedor y aterrador. Su sola presencia nos hizo temblar a todos, incluso el público bajó su griterío para murmurar cuando se dieron cuenta de quién se trataba. Por primera vez en toda mi vida, supe lo que sentían nuestros enemigos cuando se topaban con él.

Solté todo el oxígeno, consternado y confuso. Mis peores temores se habían hecho realidad, ¡aunque de qué manera! Como había supuesto, Nathan se había pasado al otro bando por Juliah, sí, pero lo que jamás me hubiera imaginado es que iba a luchar en la arena por el Sur. No… no podía ser… Nathan había firmado su sentencia de muerte con el Norte definitivamente, con su reino. Esto era traición… alta traición… ¿Por qué? Era el Dragón de los Guerreros, líder de los guerreros del Norte… ¿Por qué lo hacía?

Mientras Nathan y el grupo de guerreros del Sur se acercaban, miré al palco automáticamente. Igor creía estar viviendo toda una pesadilla, no quería creerlo, y se notaba que se estaba haciendo un montón de preguntas, al igual que yo. Orfeo sonrió con satisfacción y malicia, levantando su soberbio mentón, al ver la reacción de Igor y Kádar, el cual machacaba las muelas. En cambio, Juliah continuaba con ese rostro duro y frío, como si tal cosa. Mi ceño se frunció de lleno. No entendía nada. Juliah estaba por voluntad propia en el palco y no parecía importarle nada de lo que veía en la arena, y Nathan iba a luchar por el Sur…  ¡¿Qué cojones les pasaba a esos dos?! ¡¿Qué era esto?!

―Nathan nos ha traicionado ―condenó Ágatha, apretando los dientes y los puños, sobre todo cuando observó el palco con una incriminación clara hacia Juliah.

No pude articular palabra.

―No, es imposible ―cuestionó Luke, visiblemente dolido.
―Ahora mismo eso no es lo más importante ―declaró Sergey, más histérico por momentos al tiempo que su cabeza meditaba―. ¿No os dais cuenta? ¡Estamos perdidos! ¡Nos matará a todos!

Mis compañeros comenzaron a agitarse, y tengo que admitir que yo también me puse nervioso. La posibilidad de que alguno de nosotros tuviera que matarle en los juegos si llegase ese imposible caso también tendría que estar ahí, al igual que eso tendría que haberme puesto los pelos de punta, pero nadie se paró siquiera a plantearse esa absurda idea, porque todos sabíamos que ninguno de nosotros era capaz de vencer a Nathan, ninguno. Sin embargo, lo que sí era seguro es que tarde o temprano nos tendríamos que enfrentar a él en estos juegos, y ya se sabía cuál tenía que ser el resultado final de la pugna. El vencedor era el único que podía seguir con vida. Nathan era mi mejor amigo, ¿sería capaz de… matarle si se diera el más que hipotético e irrealizable caso de que le ganara? ¿Sería capaz cualquiera de nosotros? ¿Y él? Nosotros éramos sus amigos, sus compañeros de toda la vida, ¿es que nos iba a matar cuando nos venciera? ¿Qué era toda esta mierda?

―¡Sí, conoce todas nuestras técnicas! ―Jack ya se estaba llevando las manos a la cabeza.

Por fin, me obligué a despertar.

―¡Bueno, ya basta! ¡Nosotros también sabemos las suyas! ¡Y ahora comportaos, nos está mirando todo el mundo! ―farfullé, tratando de no levantar mucho el tono para que los espectros, que evidentemente ya estaban al loro, no me oyeran.

Yo no tenía el carisma ni el liderazgo de Nathan, así que tardaron un poco más de lo que me hubiera gustado en obedecerme.

Los guerreros del Sur se colocaron a unos escasos metros de los espectros, con Nathan como insólito compañero. Entonces, pude fijarme mejor en su mirada; una mirada que ya había visto con anterioridad, una mirada que conocía muy bien. Era la misma mirada concentrada que tenía los minutos precedentes a un partido trascendental, pero más intensa; era la misma mirada que tenía cuando se centraba en una batalla dura y difícil. Nosotros continuábamos desconcertados, sin embargo, cuando nos vio, Nathan ni siquiera se inmutó, parecía hecho de piedra. Ocupó su lugar en la fila y, en contra de lo que hubiera hecho normalmente, se sumó a la reverencia a Damus».

Canción para Este: https://www.youtube.com/watch?v=6xKTUhz_ACA








sábado, 21 de octubre de 2017

SUR. JUEGO PELIGROSO


💧SUR💧: https://www.amazon.es/Los-Cuatro-Puntos-Cardinales-Sur-ebook/dp/B01N5HS0CF/ref=pd_sim_351_1?_encoding=UTF8&psc=1&refRID=BQ019QAH8JC5K8VQ042S

«Me retiré hacia atrás con mi marcado renqueo, me acicalé un poco el cabello suelto que caía bajo esa diadema que seguía pareciéndome extraña y estiré bien ese camisón blanco que se extendía hacia mis pies descalzos. Después, me quedé a la espera. 

Mis bronquios no podían estar más nerviosos. Mis pupilas tampoco se despegaban de esa ventana abierta, por poco me creo que eran capaces de ver entre la negrura, como los gatos.
Pero Nathan no terminaba de aparecer.

¿Habría apagado la luz demasiado tarde? ¿O es que al final la nota se refería al mundo de ahí fuera? Claro, qué tonta era, ¿cómo iba a venir hasta aquí?

Ya estaba a punto de encerrar mi flequillo en la mano otra vez, claramente desilusionada y desconcertada por mi revuelto de sentimientos, cuando algo se vislumbró en la oscuridad.

Era una silueta. La silueta de un sigiloso y casi invisible ninja. La silueta de mi guerrero. Mis nervios se dispararon, así como los latidos que rebotaban en el interior de mi pecho.

Nathan pasó a través del hueco de la ventana con una maestría y una destreza increíbles, prácticamente no hizo ningún ruido. No portaba ninguna arma, seguramente Orfeo había ordenado despojar a los guerreros del Norte de ellas, lo que se sumó a mi preocupación. Se quedó ante mí y se quitó la montera, la cual guardó en uno de sus bolsillos, haciendo que mi organismo se volviera loco del todo cuando vi la totalidad de su hermoso rostro. Estábamos a oscuras, sin embargo, esos ojazos se empeñaban en reclamarme…

Antes de que me diese tiempo de reaccionar, Nathan se acercó a mí de dos zancadas y, decidido, me atrajo hacia su pecho para darme un efusivo abrazo. Exhalé. Las mariposas de mi abdomen saltaron con ahínco y mis brazos obedecieron a su petición ciegamente, rodeando su cuello para corresponderle. Ambos nos apretamos el uno al otro y yo me estremecí al sentir sus manos conquistando casi la total plenitud de mi espalda. Hundí el rostro en su cuello e inspiré con ganas para oler su maravilloso aroma. Él también aprovechó para olerme el cabello.

Viendo que yo era incapaz de moverme, Nathan se despegó un poco de mí para mirarme.

―¿Estás bien? ―quiso saber, dejando mi espalda desamparada para que fuera mi cara la que pasara a tener el privilegio de sentir el tacto de sus manos.

Su rostro estaba muy próximo al mío, y podía seguir oliéndole con intensidad. El dorso de sus dedos acariciaron mis mejillas y todo el vello se me puso de punta, eso sin contar con el alocado hormigueo de mi estómago.

Me obligué a tomar oxígeno.

―Sí ―solo fui capaz de emitir un susurro. Era consciente de que mis ojos estaban totalmente hechizados por los suyos, así que, ahora sí, me forcé a reaccionar―. ¿Cómo… cómo has…?
―Soy un ninja, ¿recuerdas? ―se adelantó, y su sonrisa torcida se mostró con algo de presunción.

Oh, Dios, qué guapo era...

―Sí, pero… ¿cómo has conseguido subir hasta aquí? ―pregunté, aún alelada―. No… no te habrá visto nadie, ¿no?

Sus manos dejaron mi rostro desnudo y Nathan se separó de mí, empezando un lento paseo por la habitación.

―No, tranquila, no me ha visto nadie ―me calmó mientras le echaba un vistazo a todo lo que le rodeaba―. Escalé hasta la segunda planta, me metí por una de las ventanas del vestíbulo y de ahí subí por las cuerdas del ascensor. Como en esta planta el hueco del ascensor tenía una rejilla bastante consistente, tuve que salir por una de las ventanas del piso inferior, pero repté por la fachada hasta la tuya. Fue bastante fácil, la verdad ―y se encogió de hombros a la vez que se giraba hacia mí. Pestañeé, alucinada, pero él se apoyó en uno de los mástiles del dosel de la cama, observó el dormitorio con otra mirada rápida y torció el gesto―. Oye, vaya horterada de cuarto que tienes, ¿no?

No pude evitar que se me escapase una corta y sorda risa. Puede que también influyeran mis nervios.

―Sí, es horripilante ―coincidí. Nathan me miró y sonrió, complacido de que su medio chiste hubiera surtido efecto―. ¿Cómo sabías que me encontraba aquí?
―Las princesas suelen estar en la torre más alta ―bromeó, guardando las manos en los bolsillos de su pantalón ninja. Le hice una mueca y él soltó una risa―. No, en serio. Vi cómo entrabas en esta torre con dos de esos protectores.
―Y la nota. ¿Cómo sabías que…?
―La nota era para el mundo de ahí fuera, pero Orfeo me lo puso en bandeja ―me aclaró, manteniendo esa preciosa sonrisa.

Señor, sí, qué guapo era…

―Pero ¿cómo sabías que yo iba a ir a esa reunión?
―No lo sabía. La verdad es que tenía pensado improvisar para dártela una vez que termináramos de atravesar la pasarela mañana, aunque no sabía si lo iba a conseguir. Ya te digo que Orfeo me lo puso en bandeja ―repitió, sonriente.
―Ah ―fue lo único que se me ocurrió decir. 

Sus respuestas habían sido breves, pero suficientes para resolver todas mis dudas a ese respecto. 

Mi guerrero le echó otro vistazo a la habitación.

―Este dormitorio es una horterada, pero no está mal. Por lo menos está mejor que el antro en el que nos han metido a nosotros.
―¿Dónde os ha alojado Orfeo? ―quise saber, ya temiéndome algo malo.

Su vista regresó a mí.

―En una de esas torres bajas que quedan atrás. Tendrías que verlas por dentro. Son como calabozos húmedos y llenos de mugre por todas partes. Orfeo ha sido muy generoso ―remarcó con sarcasmo.

La palabra “calabozo” me recordó al sótano de esta torre y por poco me pongo a temblequear.

―¿Y cómo has conseguido salir de ahí sin que te vean?

Antes de terminar la pregunta, su semblante algo presumido ya me había contestado.

―Soy un…
―Sí, sí, ya, eres un ninja ―caí, asintiendo varias veces.

Su sonrisa se ensanchó. Nos quedamos mirándonos durante unos segundos con nuestros labios curvados y yo terminé escondiendo mi mirada y mi rostro sonrojado en el forjado inferior otro corto intervalo de tiempo.

Nathan fue el primero que consiguió despertarse y prosiguió.

―No sé cómo tratarán aquí a sus guerreros, pero la verdad es que esos calabozos no tienen nada que ver con las cabañas donde vivimos nosotros, desde luego.
―Nunca te he preguntado, ¿cómo son? ―interrogué, realmente interesada.

Había sentido curiosidad muchas veces, aunque nunca había tenido la oportunidad de preguntárselo a él.

―Son todas iguales. Pequeñas, de madera ―se encogió de hombros.
―¿Nada más?
―¿Qué quieres que te cuente? ―rio.
―No sé, cuántas plantas tienen, por ejemplo. 
―Una ―me desveló, sonriendo.
―¿Solo una?
―Solamente las utilizamos para dormir y poco más, así que no necesitamos una cabaña grande. Además, una cabaña de una sola planta se oculta mejor en el bosque.
―¿Y dónde quedan? 
―¿Para qué quieres saberlo?
―Bueno, soy tu mejor amiga, pero nunca me has llevado a conocer tu cabaña ―le reproché un poco―. No sé dónde vives aquí en las Cuatro Tierras.
―¿Es que vas a ir a visitarme algún día? ―su sonrisa torcida se amplió y yo tuve que coger aire.

Ojalá pudiera hacerlo.

―Puede ―respondí, jugueteando con mi pelo.

Oh, no, mierda. No me lo podía creer. ¿Acababa de tontear con Nathan?  No, no, no, no… No podía, no debía… Sin embargo, aunque era consciente de lo que estaba haciendo, mi cuerpo no podía dejar de enviarle señales. Estupendo. ¿Por qué me traicionaba así?

―Están escondidas en el bosque que forma parte de nuestro territorio, a las afueras del pueblo, hacia el este, aunque esa zona ya no pertenece al Bosque de los Cuatro Puntos Cardinales ―reveló, clavándome una de sus penetrantes miradas.

Mi cerebro se apresuró a almacenar esos datos al instante, y eso que traté de centrarme.

―Tomo nota ―sonreí tímidamente».

La banda sonora de SUR: https://www.youtube.com/watch?v=XStm67vJL9Q





viernes, 20 de octubre de 2017

NORTE. MALHERIDO


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«Nathan se quitó el pasamontañas ninja que cubría su cabeza, visiblemente cabreado, y se bajó del caballo, pasando la pierna por encima de la cabeza del animal para saltar hacia abajo. Aparte de las riendas, la única montura del equino consistía en una especie de mantón negro de terciopelo cuyo simple adorno eran unos flecos colgantes en los extremos que caían sobre los costados del caballo, en el que también se encontraban los estribos para que su jinete apoyase los pies. Pero yo no tenía más sustento que Nathan, así que cuando él se bajó del animal, me sentí como si me quedase en el aire, y tampoco sabía cómo apearme de allí sin pegarme un buen morrazo. Para colmo, el caballo agitó su cabeza y todo su cuerpo temblequeó bajo mi titubeante trasero.

Nathan comenzó a dar unos paseíllos nerviosos, sin percatarse del apuro que yo estaba pasando por no saber cómo bajarme de su caballo.

―¡Maldita sea, July, ¿estás loca?! ―empezó a protestar, llevándose las manos a la cabeza―. ¡¿Cómo se te ocurre volver a entrar aquí?!

¿Por qué estaba tan enfadado conmigo? Encima que me había ocultado tantas cosas.

―¿Puedes ayudarme a bajar? ―le pedí, molesta.

Se detuvo para mirarme y resopló por la nariz, pero se acercó a mí, dejando su montera ninja sobre el mantón del caballo. Me sentí realmente incómoda cuando sus manos se engancharon a mi cintura, y creí que iba a caerme sobre él cuando tiró de mí, así que no me quedó más remedio que apoyar la mano que no sujetaba el bastón en su hombro, por si acaso. Sin embargo, Nathan me levantó con una facilidad pasmosa, como si yo fuera ligera como una pluma, y me dejó en el suelo con delicadeza.

Mi mano continuó apoyada en su hombro y las suyas siguieron aferradas a mi cintura. Otro calambrazo electrizó todo mi abdomen cuando nuestros ojos se encontraron, solo duró un segundo, pero me aparté de él rápidamente, con las manos temblorosas.

―Gra-gracias ―murmuré, ladeando el rostro para que no viera el rubor de mis mejillas. Todavía estaba demasiado desconcertada y confusa por todo esto.

Él no pareció reparar en nada de eso.

―No tenías que haber entrado aquí otra vez, ¿en qué estabas pensando? ―me regañó, dando paseíllos nerviosos de nuevo.
―Yo… creía que…
―¿Es que no tuviste bastante con lo de… ayer? ―me cortó, parándose frente a mí.
―Tenía que entrar ―me defendí, frunciendo el ceño por su actitud.

Vale, probablemente yo había supuesto un engorro y una carga para él, pero no entendía por qué se ponía así conmigo.

―¿Tenías que entrar? ―repitió, marcando aún más lo cabreado que estaba―. ¿Qué pasa? ¿Acaso te ponen las emociones fuertes o qué? ¿No viste lo peligroso que es esto?
―Claro que lo vi ―intenté alegar, enfadada―, por eso…
―¿Entonces para qué entraste aquí otra vez? ―siguió, interrumpiéndome de nuevo―. Tenías que haberte alejado de este bosque, haber vuelto a Boston, pero no.
―No podía…
―Mierda, July, ¿te das cuenta de lo que has hecho? Ahora ya no hay vuelta atrás, ¿por qué demonios no te quedaste en casa?
―¡Porque estaba preocupada por ti! ―espeté, exasperada. Se quedó paralizado ante mi confesión y su rostro enfadado se transformó en uno de sorpresa. Cuando yo misma me di cuenta de lo que acababa de admitir, volví a sentir el calor en mis mejillas―. Yo… sa-sabía que eras tú, y estabas… malherido, no… no podía dejarte aquí.

Sus ojos grises no se apartaron de los míos, aunque ahora había algo muy distinto que hizo que mi corazón saltase para latir a mil por hora y que mi estómago sufriera otra descarga eléctrica.

―¿Sabías que era yo? ¿Estabas… preocupada por mí? ―murmuró sin que sus ojos me dieran tregua.

Ni yo entendía por qué me había preocupado tanto por él, no podía explicarlo, pero tenía que reconocer que así era. Estaba tan preocupada, que en realidad hoy todo lo había hecho por él. Por él había entrado en el cuarto de mi padre, por él me había ido de clase corriendo, por él había entrado en este bosque mágico... Y la verdad es que no lo había dudado ni un instante.

Me quedé sin réplica, y la única contestación que pude darle fue el no poder apartar mis pupilas de las suyas.

―¿Preocupada por Nathan? Eso sí que es bueno ―se escuchó de pronto, y acto seguido unas conocidas risotadas explotaron a unos metros de nuestro lado.

Eso ya consiguió que dejase esas pupilas enigmáticas e hipnotizadoras para mirar en dirección a las risas. Eran Mark, que era el que había hablado, y los chicos, todos vestidos con sus uniformes negros pero a cara descubierta, que acababan de llegar de alguna parte.

Genial. Bajé la vista, más ruborizada todavía.

―No tienes por qué preocuparte por Nathan ―continuó Tom, pausado. No le veía la cara ahora mismo, pero por el tono de voz, y conociendo su personalidad responsable y seria, se notaba que era el único que no mantenía esa sonrisita tonta, aunque el dibujo de su labio tampoco era rectilíneo del todo―. Nadie lucha como él.

Giré la cara para mirarles, enfadada. Mark, Tom, Danny y Luke se habían apoyado en una parte de los árboles que rodeaban el pequeño claro, con toda tranquilidad.

―¿Ah, sí? Pues para ser tan bueno, recibió un buen tajazo en el brazo ―les reprendí. Me volví hacia Nathan―. Déjame ver la herida.
―¿Cómo? ―inquirió con cierto aire objetor.

Los chicos soltaron otras carcajadas, pero les ignoré.

―Que me dejes ver la herida ―le exigí, intentando abrir esa camisa negra cruzada que me recordaba a las que se usan en kárate, aunque esta era de una tela fina y las mangas eran más largas y se ceñían más a los brazos.
―¿Qué haces? ―intentó oponerse, sujetando mi muñeca.
―Esto no me lo pierdo ―se burló Danny, cruzándose de brazos como el que va a ver un espectáculo.

Me deshice de su amarre.

―Quiero ver si está infectada, no he venido hasta aquí para nada ―farfullé, pasando a deshacer el nudo de ese cinturón que rodeaba su cintura.

Lo malo es que con una mano costaba bastante.

―¿Has venido para curarme? ―se sorprendió, mirándome como antes.

Esta vez no me dejé atrapar por sus ojos, ya que concentré mi vista en el cinturón.

―Que conste que no lo hago por gusto ―le dejé claro sin dirigir la mirada a sus pupilas―. Pero me salvaste la vida, es lo mínimo que puedo hacer.
―Eso no importa. Además, estoy bien ―intentó convencerme, interponiendo sus manos una vez más.
―Sí, sí que importa ―refuté, alzando la vista para clavarla en la suya con firmeza―. Tenías una herida muy fea, así que quiero verla.

Sus ojos grises se mantuvieron enganchados a los míos durante un par de segundos, pero finalmente los apartó para resoplar.

―Vale, vale, muy bien, tú lo has querido ―accedió, aunque a regañadientes.

Nathan terminó de deshacer el nudo de su cinturón y la camisa se abrió ella sola, dejando su torso al descubierto. Me pasó el cinto para que lo sujetase, pero mi torpe mano lo perdió y se me cayó al suelo al ver tanto músculo junto. Bueno, sí, tenía un físico bastante increíble, vale, tenía que reconocerlo, pero eso no significaba nada, solo que su cuerpo moldeado de gimnasio era increíble y nada más. Me agaché para recoger el cinto negro con toda la dignidad que pude, eso sí, con la sangre acumulada en mi semblante, y cuando me alcé, Nathan ya estaba dejando la camisa sobre el manto de su caballo, con cara de resignación.

―Calzonazos ―se mofó Danny.
―Cállate ―replicó Nathan.

Entonces, mis ojos se abrieron del todo. El lugar que ayer ocupaba aquel tajo profundo que no dejaba de sangrar hoy estaba adueñado por una cicatriz que apenas se distinguía.

―¿Dónde… dónde está la herida? ―inquirí, sorprendida, sujetando su antebrazo y acercándome más para cerciorarme de que estaba mirando en el lugar correcto.

Sí, era el brazo derecho…

Al arrimarme tanto a él, su maravilloso y engatusador aroma se olió con más intensidad, introduciéndose por mi nariz con ganas. No alcanzaba a comprender por qué me gustaba tanto esa fragancia, pero era realmente cautivadora, olía extremadamente bien. Me percaté de que esa fragancia se desprendía de su piel y me aparté de él ipso facto.

―¿Contenta? ¿Me puedo vestir ya? ―me pidió con sarcasmo.

Yo no le había pedido que se descubriera del todo, pero en estos momentos estaba demasiado atónita como para replicarle.

―¿Cómo… cómo es posible? ―murmuré, observando lo que quedaba de cicatriz mientras Nathan ya se ponía la camisa―. Tenías una herida enorme...
―Acabas de alucinar, ¿eh? ―sonrió Danny.
―Magia. Y ahora vuelve a casa ―me azuzó Nathan, agarrándome del brazo para instarme a subir al caballo».

Mi banda sonora para Los4PC: https://www.youtube.com/watch?v=XVENxF3kiJo







martes, 17 de octubre de 2017

TERMINA LA MISIÓN EN EL OESTE


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NATHAN.

«El silencio de fuera hubiera sido sepulcral de no ser por el son de los muertos, que alargaban su plañido constante y agónico en medio de ese ambiente con olor a cementerio e iglesia vieja. Aun así, dentro de la madriguera el sonido exterior se escuchaba atenuado, casi lejano, lo que la hacía un lugar algo más acogedor.

―Podíamos haber puesto hojas secas en el suelo, está lleno de surcos ―dijo la sacerdotisa, fijándose en las hendiduras que tenía bajo su culo.

El mío también tenía alguna que otra alrededor.

―Vale, sal ahí y recoge unas cuantas ―le respondí en broma.

Dejó el terreno para observarme. Primero lo hizo con estupor, pero enseguida me mostró una de esas preciosas sonrisas que últimamente siempre coloreaban su rostro cuando estaba conmigo.

―Creo que paso.

Se me escapó una ligera sonrisa, aunque me recompuse a tiempo. Carraspeé, ladeando la cara, y continué con los codos apoyados en las rodillas para tener la espalda separada de la pared.

―¿Te duele mucho? ―me preguntó.

Al mirarla de nuevo me topé con un semblante preocupado que se estaba mordiendo el labio.

―Soy un guerrero del Norte, ¿recuerdas? Aquí nuestra percepción del dolor es otra ―y otra sonrisita, esta fanfarrona, se fugó de mi boca.

Mierda. Otra vez estaba flirteando con ella, ¿es que me había vuelto loco?

La sacerdotisa se levantó de sopetón, decidida. 

¿Qué coño…? 

Desató su cinturón y se quitó la camisa delante de mis narices, quedándose en sujetador. Tuve que parpadear para cerciorarme de que lo que estaba viendo era cierto. Eso sí, mis ojos no pudieron evitar repasar ese cuello, hombros y clavícula suaves y esos pechos colmados de erotismo cuyo sostén se encargaba de realzar aún más con la puntilla de su encaje, aunque fue peor el calambrazo que nació en mi estómago y que recorrió toda mi anatomía. Y cuando digo toda, me refiero a TODA.

Había sido por el susto, claro, ¿quién iba a esperar que hiciera algo así?

―¿Qué haces? ―inquirí con una mezcla de extrañeza y un estúpido temor. 

Ella, totalmente inmersa en su tarea y ajena a cualquier tipo de rubor por su semi desnudez, me respondió cuando rasgó la parte inferior de la prenda para sacar una tira larga.

―Voy a vendarte esa espalda.
―¿Vendármela?

Se acercó a mí y se arrodilló frente a mi careto pasmado.

―Quítate la camisa ―me pidió en tanto preparaba la tira que acababa de arrancar.

Mi incomprensible nerviosismo por su proximidad aumentó. La pantalla de mis recuerdos no necesitaba ir muy atrás para que las imágenes de las otras veces que me había curado la cicatriz sangrante de mi torso surgieran en mi mente con fuerza. Y encima ella ahora estaba en sujetador…

―No… no hace falta ―repliqué.

Pero ella no atendió a mi negativa.

―Claro que sí.

Deshizo el nudo de mi cinturón con brío y naturalidad y, como ya tenía por costumbre, abrió la prenda. Vale, reconozco que no me opuse cuando me la quitó.

―Vamos a ver ―murmuró, tirándola a un lado. Se desplazó para poder trabajar con mi espalda, dejando un velo aromático a jazmín. Se le escapó un jadeo al ver las heridas―. Esa águila te ha hecho un buen escarnio.
―¿Me ha jodido el tatuaje? ―inquirí de coña.
―Tranquilo, si fuera un tatuaje hecho con tinta normal ya no tendría remedio, pero el tuyo quedará impecable ―me calmó, siguiendo mi comedia.
―Es lo que tiene la tinta mágica ―sonreí.

Un momento, ¿me estaba mostrando amigable con ella?

―Voy a limpiarte las heridas.

Escuché cómo rasgaba otro trozo de tela y sesgué el rostro un poco hacia atrás para ver qué hacía.

―Como sigas así vas a quedarte sin camisa.

Mierda, sí, estaba siendo amigable.

―No te preocupes, me quedaba muy larga ―sonrió.

Volví la vista al frente cuando esa sonrisa me arrojó sus brazos engatusadores.

¿Por qué me latía el corazón así?

El agua se filtraba a través de las raíces que sobresalían de la pared, procedentes de los árboles de la superficie. No me hizo falta mirar para saber que la sacerdotisa se servía de ellas para empapar el retal que acababa de cortar ahora mismo. Con él, comenzó a limpiar los cortes.

―¿Te escuece? ―se preocupó.
―No. 

Terminó de lavar mi espalda en silencio, con sumo cuidado. A pesar de que la húmeda tela rozaba mis heridas, la delicadeza de la sacerdotisa me estimulaba tanto, que incluso me ponía el vello de punta. Dios, sí que estaba loco de verdad. 

―Ya están limpias ―declaró con un hilo de voz―. Sin la sangre el escarnio parece menos escarnio.

Estaba tan fresco y tan a gusto, que no pude decir nada, la verdad.

Pasó a vendármela, empleando la misma ternura. Cuando sus manos rodearon mi pecho para pasar la tela por delante, noté su aliento en mi nuca. Uf. Otra vez me estremecí, aunque en esta ocasión se afianzó en mi cuerpo con más ahínco. La cosa empeoró. Sus dedos rozaron mi piel al hacer el nudo y la temperatura de mi organismo aumentó súbitamente.

―Gracias ―murmuró de pronto.

Giré el rostro hacia ella, extrañado.

―¿Por qué?

Levantó esa mirada tan dulce. Y, maldición, estaba tan cerca… Su aroma, y la atracción de sus ojos, embriagaban todos mis sentidos…

―Por protegerme del águila. Por protegerme siempre ―susurró a un palmo de mí».






domingo, 15 de octubre de 2017

ENCUESTA


Hola, mis guerreros.

Hoy, una pequeña encuesta 😉 A la hora de leer una novela romántica-erótica, ¿qué os gusta más? ¿El sexo descriptivo y explícito, o algo más sugerente? ❤️

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NATHAN Y ÁGATHA. ESTE


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«Unos toques en la puerta irrumpieron de repente en mis virulentos pensamientos. Me incorporé y me quedé sentado en el camastro.

―¿Quién es? ―quise saber, resoplando.

La puerta se abrió y Ágatha apareció por el oscuro umbral.

Joder. Lo que me faltaba.

―Hola ―saludó, cerrando con el trasero.
―¿Qué coño haces tú aquí?

No sé ni por qué demonios lo pregunté, porque ya lo sabía de sobra.

―Vengo a hacerte una visita, como te prometí ―me recordó, esbozando una sonrisita presuntuosa que se combinaba con un regusto claramente libidinoso.
―No quiero visitas ―repliqué con firmeza, levantándome.
―Ya me he dado cuenta. Tienes a toda una fila de mujeres y rameras esperándote por los alrededores ―y su estúpida sonrisita se amplió, como si para ella el estar aquí ya supusiera todo un triunfo.
―Vete ―le dije, señalándole la puerta con mi seria mirada para  luego volver a observarla a ella con más crudeza.
Pero Ágatha se acercó a mí con su paso sigiloso y elegante de gata.
―¿Por qué? Solo quiero que pasemos un buen rato juntos ―contestó con un ronroneo, rozando mi pecho desnudo con su dedo al tiempo que lo repasaba con una mirada sexual.

Me quedé observando cómo su yema descendía, inexpresivo, hasta que alcé la vista hacia su rostro.

―Eso no va a pasar. Vete ―reiteré con inflexibilidad, sujetando su muñeca para que su dedo no continuase bajando hacia mi pantalón.

Intentó no darle importancia a mi claro gesto de rechazo y empezó a rodear con otros métodos.

―¿Sabes? El combate de hoy nos ha dejado a todos sorprendidos, aunque seguimos un poco perdidos ―declaró, llevando unas pupilas tan seductoras como su entonación hacia las mías―. No sabemos por qué lo hiciste, y tampoco sabemos todavía por qué nos has traicionado, ni siquiera Igor parece encontrar respuestas.

No me inmuté.

―Lárgate, Ágatha.
―No me voy a ir hasta que no me des lo que quiero ―rio―. Vamos, lo único que quiero es pasar una noche con el fuerte y poderoso Dragón.
―Te repito que no la vas a tener ―volví a decir, inexpugnable.

A Ágatha le empezaron a fastidiar mis negativas y se soltó de mi sujeción, cabreada.

―¿Qué coño te pasa? Te estoy ofreciendo un buen polvo, ¿es que se te ha caído la polla o qué?
―Mi polla sigue en su sitio, pero mi cordura también ―afirmé con acidez.
―Eso último empiezo a dudarlo ―bufó.

Un breve mutismo ventiló la pequeña estancia. Ágatha lo aprovechó para soltar un exasperado suspiro.

―Será mejor que regreses con tu grupo ―le aconsejé, momento en el cual su vista regresó a mí―. Lo de Sergey habrá sido un golpe duro para todos.

Pero eso tampoco le sirvió. Se quedó observándome, analítica, como si estuviese rebuscando dentro de mis sesos.

―Nunca quisiste follar conmigo, en cambio, a otras no te importaba tirártelas ―soltó con ese gesto―. ¿Por qué?
―Porque no me apetecía ―le espeté a la cara con algo de desplante.

Se echó a reír, como si lo que acababa de decir no pudiera ser cierto. Su semblante pareció relajarse un poco, aunque podía ser otra de sus técnicas de persuasión.

―¿Acaso no te gusto? ¿No te parezco atractiva? ―preguntó con otra entonación sugerente mientras se abría la camisa».



martes, 10 de octubre de 2017

TORTURA


💧 LOS CUATRO PUNTOS CARDINALES. SUR 💧
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«El lugar que se presentó ante nosotros era lúgubre y tétrico, húmedo y frío. Apenas unas antorchas aportaban una vaga luz a ese sótano. Orfeo me obligó a salir con otro tirón al iniciar la marcha y comenzamos a caminar por unos pasillos estrechos y claustrofóbicos. Los paramentos eran de roca, como si esos pasadizos hubieran sido escavados en el propio peñón con forma de muela, en el subsuelo del complejo del castillo.

Mis ojos se abrieron con horror mientras avanzábamos. Una sucesión de celdas empezó a distribuirse a nuestros lados conforme pasábamos por esos pasillos, y estaban provistas de arandelas, grilletes y cadenas de acero para amarrar a sus víctimas. La sangre, alguna fresca, aún teñía sus paredes. Pero mis pupilas pasaron al espanto cuando terminamos ese sinfín de pasadizos y accedimos a otra estancia.

Era una sala de tortura. 

En ella se encontraban un montón de máquinas de madera. Algunas tenían unas formas tan retorcidas, que era imposible adivinar qué clase de atrocidad podían provocar, pero otras presentaban innumerables e innombrables elementos cuyas finalidades de tortura daban poco margen a la imaginación. La sangre de las celdas me había impactado, pero la que bañaba a los distintos aparatos me horrorizó por completo. El pavor se apoderó de mí, sobre todo con la sola idea de relacionar a Nathan con cualquiera de esas máquinas.

Recordé ese sentimiento escalofriante que había atravesado mi ser la primera noche que había pasado aquí, durante aquel baño en el que había terminado llorando por la marcha de Nathan. Este lugar, este castillo, tenía algo que me inundaba con un sentimiento helado. Y ahora sabía por qué.

―¿Qué es esto? ―pregunté a duras penas.
―¿Crees que voy a conformarme solamente con denunciarle para que le pongan un simple castigo? ―dijo, mostrando una sonrisa malvada y pérfida que era escalofriantemente irónica. Después, su rostro se transformó súbitamente en uno lleno de perversidad y crueldad, pronunciando cada siguiente palabra de igual modo―. Le capturaré y le haré mi esclavo; le torturaré, haré que sufra hasta que agonice y muera.

Sus vocablos escupieron el profundo odio que sentía hacia Nathan sin tapujo alguno. Toda mi alma fue atacada por un inmenso vértigo al escuchar semejante cosa. No podía ni imaginarme tal atrocidad, jamás hubiera pensado que el chico que tenía delante y con el que había mantenido dos años de relación fuera capaz de hacer algo así. Sin embargo, su semblante no mostraba ni un ápice de compasión o vacilación, al contrario, se le veía muy seguro, capaz de realizar esa brutalidad. Sentí que me iba a desmayar, aunque, no sé cómo, conseguí mantenerme en pie.

―¿Qué… estás diciendo? ―exhalé, y mis cuerdas vocales temblaron con horror.
―Observa esos artificios ―me mostró, lanzándome hacia delante con un empujón brusco cuando soltó mi brazo, para que me fijara bien en las pruebas que tenía delante―. Imagínate todas las cosas que puedo hacerle a tu guerrero con ellos.
―No ―clamé ya con pánico, girándome hacia él.
―Esa máquina de ahí, por ejemplo ―señaló, ignorando mi súplica llorosa, demostrándome lo impasible y frío que era en realidad―. Le mutilaría poco a poco. 
―No ―sollocé.
―Empezaría por las manos y los pies ―prosiguió él, hablándome con una ferocidad espeluznante―, y después le cortaría en rodajas, despacio, hasta mutilarle del todo. Agonizaría y moriría desangrado, aunque hasta que lo hiciera, su dolor sería insoportable.
―¡No, basta!
―O esa de ahí ―me indicó con la mano―. Estira a sus víctimas hasta que mueren dislocadas.
―¡Basta! ―imploré, llorando.
―Los brazos y las piernas de tu querido guerrero se desmembrarían lentamente, haciendo que su muerte fuera larga y desgarradora.

El bastón se me cayó al suelo.

―¡No, por favor, basta! ―chillé entre lágrimas, llevándome las manos a los oídos.

Orfeo por fin se quedó en silencio, aunque su mirada seguía helándome completamente.

―Si no quieres que siga describiendo lo que le haré a tu querido guerrero, accederás a todas mis peticiones. De lo contrario, la próxima vez no serán meras descripciones; lo verás con tus propios ojos ―aseguró.

Alcé la vista hacia él con arrebato.

―¡Eres un monstruo! ―le grité con una inquina y una rabia inusitadas en mí, arrojándome hacia él para darle puñetazos en el pecho.

No llegué a pegarle mucho. Orfeo consiguió zafarse de mis puños y me dio una potente y dura bofetada en la cara que me lanzó hacia atrás. Mi cuerpo y mi rostro se quedaron ladeados, del golpe, al tiempo que intentaba salir de mi estado de shock y desesperación. Orfeo se encargó de virarme la cara, sujetándomela con brusquedad. 

―Jamás lo olvides. Ahora soy tu rey, obedecerás a todo lo que te diga si no quieres ver sufrir a tu guerrero. Arrodíllate ante mí ―me ordenó, soltando mi cara de un empujón seco, a la vez que sostenía su mirada fría, impasible.

Me quedé petrificada por todo lo que estaba oyendo y descubriendo. Mis ojos observaban, horrorizados, a ese chico al que antes llamaba James. Qué idiota había sido, qué ciega. Esa flecha empapada de culpabilidad que había sentido con anterioridad se desintegró al instante, estallando en millones de virutas que transportaban el mismo número de sentimientos desconcertados. No me podía creer que hubiera estado saliendo durante dos años con un monstruo así, y lo que es peor, que me hubiera acostado con él, que me hubiera… tocado. Empecé a sentir cómo mis tripas se revolvían, incluso me entraron ganas de vomitar.

―¡Arrodíllate! ―voceó al ver que no me movía.

Casi no tuve tiempo de sentir mi miedo. Unas manos rudas se estamparon sobre mis hombros inopinadamente y fui impelida hacia abajo con virulencia. Mis rodillas se estrellaron contra el pétreo forjado, produciéndose un punzante dolor en mis rótulas por el fuerte impacto, mientras el protector que lo había hecho se quedaba detrás de mí para encargarse de que no me levantara.

―Te alejarás de ese maldito guerrero para siempre. Te olvidarás de él para siempre ―me ordenó el cruel Orfeo, rebosando odio en cada sílaba que pronunciaba. 

Las palmas de mis manos golpearon el suelo cuando me caí hacia delante, de la agonía y el profundo dolor que mi alma estaba sufriendo. Mis pulmones apenas podían inspirar el aire debido a mis atormentados llantos, incluso el pecho me dolía. No, no podía vivir sin Nathan, todo mi ser, todo mi espíritu lo sabía.

―Cuando yo te diga, te quedarás un año aquí, accederás a una vida eterna y reinarás junto a mí ―continuó, intransigente y despiadado―. Así también dejarás de ser una tullida. Una reina tiene que caminar con elegancia.

Las desesperadas lágrimas no dejaban de resbalar por mi cara. Esto no podía estar pasando, era otra pesadilla.

―Ahora regresarás a tu casa, has pasado demasiados días aquí y ya se nos ha hecho tarde, pero la próxima vez que estés en mi reino lucirás la diadema azul. ¿Está todo claro? ―decretó, alzando el mentón con autoridad.

Me ahogaba. Casi no podía respirar. 

―¡¿Está todo claro?! ―repitió, pegando un grito feroz.
―Sí ―pronunció mi apagada garganta, llorando desconsoladamente.

Mi mente ni siquiera quería plantearse esta opción tan desoladora y devastadora, pero no me quedaba más remedio que obedecer. Si no lo hacía, Orfeo atraparía a Nathan y le haría todas esas cosas horribles que había jurado antes. Era muy capaz de hacerlo, y yo no podría soportarlo. No verle era una agonía para mí, pero verle sufrir era insoportable, mi cerebro se negaba siquiera el amago de pensarlo. Nathan era lo más importante para mí, él estaba por encima de mi propia vida. Si tenía que sacrificarla para salvarle a él, lo haría sin pensarlo. Le amaba demasiado, no podía dejar que le pasara nada malo. 

Noté cómo mi corazón se descerrajaba, casi literalmente, estaba herido de muerte. Sí, porque sin mi ángel, sin Nathan, no podía vivir. Yo jamás dejaría de amarle, jamás, ahora lo sabía con absoluta certeza. Sin embargo, no podíamos estar juntos.

Todo mi mundo se vino abajo. Me vi cayendo por un precipicio oscuro e interminable, hacia un vacío frío, desgarrador, sordo.

Esto… esto era otra pesadilla».




martes, 3 de octubre de 2017

lunes, 2 de octubre de 2017

OTRO ADELANTO DE SOL Y LUNA

Buen lunes a todos. 

Ayer os dije en Facebook que hoy iba a colgar un adelanto de ☀️ SOL Y LUNA 🌙 ¡Bien, pues aquí está! Es cortito, pero intenso, jejeje. Y como regalo, una imagen del que podría ser Jedram. El dibujo es de una artista llamada aenaluck; yo he modificado un poco la imagen para asemejarlo un poco al personaje (lo siento, no he podido dejarlo mejor). Podéis ver más de sus maravillosas obras de arte en su web: https://aenaluck.deviantart.com/ Espero que os guste el adelanto 😉 


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NALA.

«Me quedé petrificada, completamente absorta… Jedram estaba desnudo, secándose después de un baño en ese lago cuyas aguas calientes humeaban con calmada relajación. Solo le vi de espaldas, pero no pude apartar la vista de él, de ese cuerpo sublime. Sin duda tenía que ser el hijo de un dios. Su larga cabellera mojada se desparramaba por su ancha y fuerte espalda, y las goteantes puntas se esforzaban por tocar ese trasero terso y perfecto que tan al alcance tenían. Jedram ya había visto al lobo, quien se acercó a él con la alegría de un cánido que ve a su Alfa, y le acarició el lomo. Mientras el animal gozaba de su cariño, Jedram sesgó medio cuerpo hacia mí y me clavó una de sus intensas y misteriosas miradas violáceas. Me miraba con tanta intensidad, que todo en mí palpitó. La electricidad recorrió todo mi organismo, desde la cabeza a los pies, provocando la aceleración de mi corazón.

Pero algo me distrajo de mi apurón. Unas risitas morbosas y tontas se escaparon de la linde de los árboles. Giré la cabeza en esa dirección de inmediato. Estaba tan embelesada con la imagen que mis retinas aún retenían, que me sorprendió descubrir a un pequeño grupo de mujeres espiándole a unos pocos metros de mí, tras unos setos. Enseguida me di cuenta de cómo le observaban. Jedram era muy atractivo, tenía que reconocerlo, y eso no escapaba a los ojos de las demás féminas.

Descaradas…

Mi mandíbula se cerró abruptamente al sentir un fuego extraño quemándome el estómago. Ni qué decir tiene que no era por Jedram; aparte de que no había prácticamente ninguna clase de relación entre nosotros excepto miradas mudas, mi corazón le pertenecía única y exclusivamente a mi Sephis, pero esto era algo que pisoteaba mi honor. Jedram, a ojos de todos, era mi marido, y esas mujeres, esas rameras descaradas, estaban observándole sin ningún tipo de tapujo hacia mí, como si yo no importara lo más mínimo. Para ellas yo no significaba nada, no me tenían ningún respeto. Todavía no me tenían por la esposa de su rey.

Rechiné los dientes. Esto era cuestión de honor. Si quería que esta gente tozuda me tuviera en cuenta debía hacerme respetar. Y ahora ya empezaba a comprender su juego.

Me quité el cinturón de la vaina y dejé que cayera al suelo junto con la espada que guardaba. Para cuando me quité las botas y los pantalones las risitas estúpidas ya habían cesado. No solo esas mujeres me observaban. Jedram permaneció en silencio, sin quitarme ojo de encima, pero mi acción pareció agradarle. Sus pupilas me repasaron entera al ver cómo me despojaba de la parte superior de mi indumentaria, y pude percibir el deseo que eso despertó en él. Me desnudé ante mi marido y les eché una mirada altiva a esas zorras morbosas. Por primera vez, vi el labio de Jedram despuntarse hacia arriba, divertido. El mío se izó más cuando me solté el pelo, presumiendo delante de las mironas. 

Corrí hacia el agua con gracia, imitando a la mismísima Soka. Estaba bastante caliente, aunque disimulé esa sensación zambulléndome del todo. Emergí cual ninfa y les dediqué otra miradita a las mujeres espías de maridos ajenos. Se quedaron tan perplejas y pálidas que abandonaron su puesto como una exhalación. 

¡Ja! Me entraron unas ganas tremendas de reírme a carcajadas, sin embargo, una vez más todo eso se cortó de cuajo».