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domingo, 17 de septiembre de 2017

EL DRAGÓN


«El gigante había soltado a Nathan de sopetón, quien pudo caer de pie gracias a una habilidosa pirueta en el aire. Nadie había visto a qué se había debido, excepto yo; el dragón de su espalda todavía seguía en llamas, aunque se apagó en cuanto pisó el terreno. El siguiente ataque lo realizó él. Aprovechando su posición y la inercia de su aterrizaje, lanzó la kusarigama hacia los tobillos de uno de sus rivales. Para mi sorpresa, estos no eran la presa de su filo, sino que fue la cadena la que los atrapó, enroscándose con fiereza. Un potente tirón bastó para que la tremenda fuerza de Nathan lo derribase. El anfiteatro tembló cuando el espinazo del gigante se topó con el terreno, incluso una nube de polvareda amarilla se levantó por la colisión. Transcurrió un segundo en el que no se pudo vislumbrar nada, y de pronto, una ráfaga de viento se llevó la cortina. Las exclamaciones de las gradas lo invadieron todo. El guerrero del Este ya era un muchacho descuartizado, podían verse todas sus tripas y entrañas desparramadas en la arena, arrastradas desde la abertura limpia que deformaba su torso. La kusarigama de Nathan aún tenía los restos de esa sangre, al igual que él, y nadie había escuchado ni el más mínimo sonido, ni siquiera el otro gigante, que ahora le miraba con pavor, como si por fin se hubiera creído que era el auténtico Dragón.

―Ese guerrero es… increíble ―reconoció Damus, patidifuso, mientras Nathan ya se estaba abalanzando contra el asustado gigante que quedaba.
―Sí, resulta fascinante ―opinó Daero, que le observaba con cierta maravilla―. Había oído… leyendas acerca de él, pero ahora veo que son ciertas. Infunde en los demás un profundo temor por lo cruento de su metodología, sin embargo, eso mismo a su vez produce un sentimiento de admiración y respeto incomprensible. Es… muy desconcertante y misterioso.

Las palabras de Daero iban acompañadas por un rostro ensimismado que era algo anormal en alguien como él. Delataba el profundo interés que sentía hacia Nathan, un interés de admiración, y eso me sorprendió; más tratándose de alguien que debería tenerle en cuenta como un posible enemigo.  

―Es el yin y el yang ―intervino Igor de repente.
―¿Cómo? ―inquirió Daero sin comprender.

Eso también llamó mi atención y dejé la arena un instante para dirigir mi interesada vista hacia él.

―Él aúna lo bueno y lo malo, su aura reúne el bien y el mal, es un guerrero completo, por eso es el Dragón ―explicó el Sabio, sin mutar lo más mínimo su expresión seria, aunque el orgullo que seguía sintiendo hacia Nathan, a pesar de todo, resplandecía en su cara. Observé a Nathan otra vez, absorta por lo que acababa de oír, y analicé todos los vocablos inconscientemente―. El día no es día sin la noche, no hay amanecer si no anochece, no brilla la luz si no hay oscuridad, del mismo modo que no existe el bien si no existe el mal. Todo yin necesita su yang, así como todo su yang necesita su yin. Ambos se equilibran para formar un todo, y cuando eso sucede, se alcanza la perfección. Nathan está totalmente equilibrado, domina y controla tanto el bien como el mal, es un guerrero perfecto, no existe nadie como él, y eso le hace imparable e invencible.

Sabía que mi boca se había ido quedando colgando con cada palabra, pero no pude impedirlo. 

―Y ese guerrero invencible ahora es mi esclavo, lucha para mí ―sonrió Orfeo, curvando su asquerosa boca con arrogancia y una petulancia que daban ganas de arrancarle la cabeza―. Me sorprende que digas eso, parece que das por hecho que mi guerrero será el vencedor.

Igor, fiel al estilo que había adoptado al llegar a las Tierras del Este, prefirió guardar silencio.

―Vuestro… esclavo ―dijo Kádar, utilizando esas formas protocolarias que ellos dos solo usaban aquí para fingir― será invencible con los demás guerreros, pero no podrá hacer nada contra mis espectros. 

En esta ocasión fue Orfeo quien optó por callar, aunque la comisura de su labio se curvó ligeramente con una confianza que me extrañó».