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Capitulos bloque 5

EL LIBRO AL COMPLETO ESTÁ COLGADO EN EL BLOG, JUSTO A LA DERECHA DE LA PANTALLA, DEBAJO DE LA PORTADA DE DESPERTAR. ESTÁ DIVIDIDO EN 7 BLOQUES. Para DESCARGAR la saga GRATUITAMENTE, pincha en el cuadro superior del lado izquierdo. ¡¡¡Gracias por leerla y darle una oportunidad!!! Espero que os guste tanto como me ha gustado a mí escribirla. ¡Un lametón lobuno!


INDICE CAPITULOS BLOQUE 5:


34. FIESTA
35. LLAMADA
36. TENSIÓN
37. HUÍR
38. REGALOS
39. PLAYA
40. LUCHA


FIESTA

Las fiestas no entraban en mi concepto de estar alerta y vigilantes, sin embargo, Jacob insistió en que nos vendría bien un poco de diversión y, además, como era en La Push, rodeados de enormes chicos lobo, sabíamos que no iba a haber ningún peligro.
La verdad es que necesitaba un poco de distracción, estas últimas semanas no había hecho más que pensar en el séquito de vampiros que querían llevarse a Jacob con sus jaulas y cadenas, en la visita cada vez más cercana de los Vulturis, en el licántropo que me acosaba y que seguía por los alrededores matando a gente inocente sin que pudiéramos hacer nada… Sí, definitivamente, un poco de diversión me vendría bien, de todas formas, tampoco hacíamos nada quedándonos en casa.
Con veinticuatro lobos gigantes, no había sitio más seguro en el mundo que La Push, y eso también lo sabía mi padre, por lo que accedió sin problemas a que fuéramos a la fiesta. Eso sí, con un toque de queda que a él le pareció el más apropiado, pero que a nosotros nos fastidió un poco.
La cafetería estaba atestada, como siempre. Helen y yo tuvimos que estar un rato en la cola hasta llegar a la comida. Cuando por fin llenamos nuestras bandejas, nos sentamos en la mesa de siempre, con el resto de las chicas.
Lo primero que hice, como llevaba haciendo últimamente, fue mirar a la persona que tenía enfrente. Brenda seguía decaída, otro día más; el tema ya empezaba a preocuparme de verdad.
―Tim Morrey me ha invitado al baile de fin de curso ―anunció Alison, toda emocionada.
La mesa se revolucionó en un jolgorio de voces y risas, ya que Alison llevaba bastante tiempo detrás de ese chico. Todas, excepto Brenda. Esta se limitó a sonreír sin ganas.
―¿Tan pronto? ―inquirió Helen con entusiasmo.
―Bueno, es treinta de marzo. Hasta el veinticinco de junio quedan tres meses, tampoco es tanto ―rebatí con ironía.
―Muy graciosa ―contestó Alison con retintín.
Nos reímos durante unos segundos. Otra vez todas, menos Brenda.
―Yo creo que a mí me va a invitar Justin Musset ―declaró Helen con sus ojos dorados falsos mirando con picardía a la mesa de la ventana, donde estaba el mencionado―, aunque no me quiero hacer ilusiones, por si acaso.
Irremediablemente, todas giramos las cabezas hacia allí. El chico era mono, tenía una larga melena negra lisa y vestía todo de negro, más al estilo heavy, que al gótico de Helen, pero aun así…
―Te pega ―afirmé, siguiendo mis pensamientos―. Además, es bastante guapo.
Justin y sus amigos se dieron cuenta de nuestro repaso y juicio y nos sonrieron. Volvimos las cabezas ipso facto y nos reímos.
―Sí, a mí también me lo parece ―manifestó ella―. Pero por eso no me quiero emocionar todavía. Es pronto.
―Pues yo creo que le gustas ―atestigüé; acto seguido, le di un sorbo a mi refresco.
―No quiero emocionarme ―repitió, comiéndose una patata.
―A mí me lo va a pedir Kevin Carroll, me lo han dicho sus amigos ―confesó Jennifer, algo ruborizada.
―Vaya, qué calladito te lo tenías ―le amonesté en broma, tirándole una miga de pan.
Me sonrió con una mueca y me respondió lanzándome un trozo más grande.
―A mí ni siquiera me miran ―me quejé.
―Por supuesto que te miran, eso te lo aseguro ―garantizó mi compañera de pupitre―. Lo que pasa es que también miran a tu pedazo de novio y ninguno se atreve siquiera a acercarse a ti.
―Eso es verdad ―sonreí.
―¿Vas a ir al baile con Jacob? ―me preguntó Jennifer.
―¿Puede venir?
―Claro, si paga la entrada ―me confirmó.
―No sé. Él tiene veintiún años y yo… diecisiete ―tuve que pensar mi edad, debido a que había vuelto a desarrollar otro poco y ya era más mayor―. A lo mejor nos ponen algún impedimento, como yo todavía soy menor de edad. Y tampoco sé si le apetecerá venir a un baile de instituto.
Mentí sobre su edad para que no hubiera tanta diferencia entre nuestros años, ya que se suponía que yo tenía que tener diecisiete. Si decía que Jacob en realidad tenía veintitrés, ya eran seis años de diferencia. En cambio, así, eran cuatro años los que me llevaba, lo cual no dejaba de ser verdad, porque yo realmente ya debía de tener como unos veinte. Aunque Jacob aparentaba unos veinticinco…
Pusieron una cara un poco rara, pero se lo tragaron.
―Sí, es cierto ―ratificó ella―. No creo que al director le hiciera mucha gracia, os tendría vigilados todo el baile.
―¿Y a ti, Brenda? ¿Te lo ha pedido alguien? ―interrogó Alison.
Las cuatro miramos a la aludida con expectación, aunque he de admitir que yo, además, con esperanza.
―Sí, un par de chicos ―respondió, desvaída.
―¿Quién? ―inquirí, fingiendo entusiasmo para ver si ella se animaba un poco.
―No sé cómo se llaman ―contestó, encogiendo aún más sus caídos hombros.
―¿Y son guapos? ―seguí con mi táctica.
―No sé, no me he fijado ―continuó ella con su poco ánimo.
Las miradas de mis amigas oscilaban de unas a otras con preocupación.
Sí, Brenda estaba hecha polvo. Jacob era su chico ideal y se había dado cuenta, por fin, de que no tenía nada que hacer porque estaba enamorado ―e imprimado― de mí. Y encima, yo se lo había restregado por la cara durante semanas. Empecé a sentirme una persona horrible y cruel. Yo era la culpable de su tristeza.
Sin embargo, ¿qué podía hacer? Yo no podía evitar besarle cuando lo veía a la salida de clase después de tantas horas sin estar a su lado. Si supiera que ambos estábamos imprimados, sabría que nos era imposible no abrazarnos o besarnos. Tendría que aceptarlo tarde o temprano. No obstante, verla así, tan decaída, me rompía el corazón. Como no conociera a otro chico como Jacob…
Entonces, mi cabeza se iluminó como una lámpara. La fiesta en La Push. Allí había chicos altos y musculosos, estilo Jacob, por un tubo. Alguno le tendría que gustar, ¿no? Desde luego, no eran tan guapos como él, o eso me parecía a mí, claro, pero…
―¿Te han vuelto a dar la noche libre, Brenda? ―le pregunté.
―¿Eh? ―salió de su nube―. Ah, sí.
―Esta noche Jacob y yo vamos a una fiesta en La Push, ¿te apetece venir?
Las tres cabezas de mis amigas se giraron hacia mí, estupefactas.
El rostro de Helen se desfiguró con una mueca y empezó a negar levemente, advirtiéndome. La ignoré.
―No sé… ―respondió con decaimiento.
―Venga, será divertido ―la animé―. Habrá una hoguera, comida, música, chicos… ―recalqué―. Lo pasaremos bien.
―No sé… ―repitió.
Esto no iba bien. Tendría que usar mi última arma, muy a mi pesar.
―Jacob me ha preguntado si ibas a venir ―mentí, haciéndome la tonta―. Creo que quiere presentarte a alguno de sus amigos.
Su rostro se llenó de luz en un latido de corazón.
―¿Jacob te ha preguntado eso?
Suspiré para mis adentros, casi empezaba a arrepentirme de esto.
Helen se metió una patata en la boca mientras miraba hacia otro lado, dándome a entender que ella ya me lo había advertido y que no quería saber nada.
―Sí, quiere presentarte a alguno de sus amigos ―reiteré.
―¿A qué hora quedamos?
Sí, ya me estaba arrepintiendo…

―¿Seguro que esta es su casa? ―protestó Jacob.
―Sí. Mira, ya sale.
―Ya era hora ―resopló.
Brenda cerró la puerta de su casa y se acercó al coche con diligencia. Saludó a Jacob con la mano desde el otro lado del parabrisas cuando pasó por delante del Golf, y este asintió con una sonrisa forzada, todavía estaba irritado por tenernos esperando quince minutos.
―Pórtate bien, ¿vale? ―le advertí antes de que él abriera la manilla―. La pobre está pasando por una mala racha.
―Sí, sí, ya me lo has dicho ―suspiró, y abrió la puerta.
―Hola, Jacob ―saludó con efusividad, asomando la cabeza por el hueco antes de que a él le diera tiempo a salir.
―Hola ―respondimos los dos, yo con un tono más alto de la cuenta para que me oyera bien.
Jake salió del coche, echó su asiento hacia delante y mi amiga se subió, sentándose en la parte trasera del Golf.
Mi novio volvió a montarse, puso en marcha el motor y empezamos a avanzar por la calzada estrecha hasta que salimos a la carretera de Forks.
―Perdonad si os he hecho esperar un poco.
―¿Un poco? ―se quejó Jacob con un cuchicheo.
Le di un pequeño codazo como regañina.
―No importa, tampoco tenemos… ―antes de que terminara la frase, el coche aceleró y todo empezó a pasar a nuestro lado a gran velocidad―…prisa. ¿Verdad, Jake? ―le insinué con intención.
―No, claro ―aceptó a regañadientes.
El pie de Jacob se levantó un poco del acelerador y las pocas casas que quedaban del pueblo pasaron más despacio, aunque no mucho más.
Seguimos por la carretera de La Push, hasta que llegamos a nuestro destino sin problema. Por supuesto, Brenda se pasó todo el viaje insinuándose y haciéndole preguntas tontas a Jacob, hubo un momento en el que estuve a punto de dejarla en el arcén, pero me contuve. Todo fuera por no verla en ese estado vegetal por más tiempo. Recé para que le gustase alguno de los chicos quileute, o por lo menos que se divirtiera, tal vez así se animaba un poco.
Jacob aparcó cerca del espigón y nos bajamos del coche para encaminarnos a la playa de First Beach, donde ya se encontraban todos; se podía ver la hoguera y escuchar la música desde allí.
Por el camino, se nos cruzó un perro callejero y Brenda pegó un brinco, asustada, escondiéndose detrás de Jacob. Y eso que era mediano.
―¿Qué pasa, no te gustan los perros? ―le pregunté, al ver su reacción.
―No. Me dan un poco de repelús, la verdad ―confesó.
Era un tanto paradójico. La traía aquí, donde todos los chicos con los que íbamos a estar se convertían en enormes lobos, si ella lo supiera... Jake también se dio cuenta de esto y se empezó a carcajear, contagiándome la risa.
―¿Qué pasa? ―quiso saber ella.
―No, nada ―le dije, aguantándome todo lo que pude.
Jake me cogió de la mano y seguimos caminando hasta que llegamos a la arena. Brenda me agarró del otro brazo, separándome de él, disimulando una conversación que no tenía sentido alguno. Siempre evitaba que mis amigas me tocaran, para que no notaran la alta temperatura de mi piel, y siempre estaba atenta, pero en esta ocasión me pilló totalmente desprevenida. Suspiré aliviada cuando me di cuenta de que llevaba la cazadora y ella no me tocaba. Nos descalzamos, dejamos el calzado en el mismo sitio que el resto y nos adentramos en la playa, en dirección a la hoguera verde azulada.
Brenda se aferraba a mi brazo como si fuera amiga mía de toda la vida, todo con tal de alejarme de Jake. Suspiré para mis adentros, esta vez cansada. Sí, definitivamente, me estaba arrepintiendo de esto. Empecé a dar por sentado que traerla a la fiesta para que conociera a otros chicos era la mayor estupidez de mi vida, porque lo único a lo que se iba a dedicar era a apartarme del mío.
Giré la cabeza hacia atrás y miré con cara de arrepentimiento a Jacob, que caminaba solo detrás de nosotras, con las manos en los bolsillos de su pantalón corto. Me dedicó una sonrisa de venganza.
Entonces, Brenda se paró de repente y tuve que frenar en seco para no caerme de morros en la arena.
―Brenda, casi me caigo ―protesté.
No me hizo ni caso. Se quedó asombrada, mirando algo con la boca abierta y una sonrisa que se le iba a salir de la cara.
Miré en su dirección y me quedé patidifusa. Jacob se puso a mi lado a observar lo mismo que veían mis ojos.
―Se llama Seth ―le informé, asiéndome a la mano de Jake con esperanzas.
―¿Seth? ―su sonrisa se amplió todavía más.
El mencionado estaba jugando con un balón de fútbol americano en la orilla, con Rephael y Cheran. Los tres iban sin camiseta, sin embargo, por alguna razón, en el que más se fijó fue en Seth. En cuanto Brenda vio sus músculos, ya no hubo más que decir. Me di cuenta del porqué enseguida. Bien mirado, se podría decir que Seth tenía un aire a Jacob, aunque no fuera tan guapo y fuerte como él, claro, al menos para mí, de ahí que fuera el que más le gustase de todos los que allí estaban. ¿Su chico ideal también podría ser Seth?
―¡Eh, Jacob! ―nos llamó Sam desde la hoguera, haciéndonos gestos para que nos acercáramos.
Paul levantó el brazo, enseñándonos un perrito caliente.
―¿No tenéis hambre? Porque yo estoy muerto ―afirmó Jake, tirando de mí para que iniciásemos la caminata.
Mi amiga se unió a nuestra marcha hacia la hoguera, encantada, sin dejar de echar miraditas en dirección a Seth. Ya no me agarraba ni me comentaba temas absurdos, en realidad, ni siquiera hablaba.
―¿Cómo va eso? ―nos saludó Shubael―. Eh, Nessie, estás muy guapa esta noche ―me dijo, dándome un beso en la mano.
―Gracias, tú siempre tan cumplidor ―me reí.
―Sí, demasiado, diría yo ―resopló Jake.
―¿Quién es tu amiga? ―quiso saber.
―Me llamo Brenda ―contestó ella, toda sonriente.
―Encantado, yo soy Shubael ―se presentó, besando también su mano.
―Y yo Isaac ―se interpuso este, quitando a su amigo para hacer lo mismo.
Los dos quileute se enzarzaron en un forcejeo para hablar con Brenda.
―Dejadlo ya, ¿queréis? ―intervino Emily―. Va a pensar que nunca habéis visto a una chica.
―Siempre intentando ligar ―se mofó Rachel.
Brenda se rio, halagada por todo el teatro. A ella se la notaba en su salsa. Mis esperanzas aumentaban cada vez más.
―Bueno, te voy a presentar al resto ―enuncié. Conforme iba pronunciando sus nombres, iban asintiendo con la cabeza―. Estos son Sam y Emily, Paul y Rachel, Jared y Kim, Brady y Ruth, Canaan y Sarah, Daniel y Martha, Jeremiah y Jemima, Aaron y Eve ―tomé aire para seguir―, Quil, Embry, Collin, Matthew, Abel, Leah y… ―miré al novio de esta―, lo siento, no sé tu nombre.
―Simon ―me contestó con una sonrisa nívea.
Tenía que reconocerle el gusto a Leah, era bastante guapo. Su melena lisa y negra caía justo sobre sus hombros, tenía unos ojos de color castaño que brillaban alegres y, por su sonrisa sincera, parecía agradable y simpático.
―Bueno, de paso, encantada ―le dije, correspondiendo esa sonrisa.
―Lo mismo digo ―nos contestó a las dos.
Mi amiga saludó con un encantada general y nos sentamos en uno de los troncos blanquecinos que habían puesto de asientos. Jacob nos pasó unos perritos y se sentó a mi lado.
―¿Todos los chicos de aquí son así de grandes? ―me preguntó Brenda con un cuchicheo, mirándolos con asombro.
―Pues como ves, sí ―me reí.
―¿Qué les dan de comer? ―se rio ella también.
―Será esto ―levanté mi perrito y nos reímos más―. Comen como limas, ya lo verás.
―Es mucha gente, no sé si me acordaré del nombre de todos ―manifestó.
Y eso que faltaban Michael, Nathan, Ivah y Thomas, que estaban de vigilancia por los alrededores.
―No te preocupes, ya te los aprenderás.
―¿Y los tres que están jugando en la orilla? Me dijiste que aquel de allí se llama Seth, ¿no? ―intentó hacerse la tonta, pero se le notaba a leguas.
―Sí ―sonreí. Luego, señalé con el dedo a los otros dos―. Ese es Rephael y el otro Cheran.
―Ah ―se comió un bocadito del perrito para disimular y siguió hablando―. ¿Y no van a venir a comer nada?
Como siempre en Brenda, se notaba que ese van en realidad era un va, en singular.
―Me imagino que sí.
―Ah ―y se volvió a comer un trocito de comida sin dejar de mirar a la orilla.
―¿Cómo va la cosa? ―me bisbiseó Jake al oído, poniéndome todo el vello de punta―. ¿Se lo está pasando bien?
―De momento, parece que sí. Oye, ¿por qué no llamas a Seth y a los otros para que vengan? ―se me ocurrió.
―¿Para qué? Si están jugando, será porque no tienen mucha hambre. Ya vendrán.
―¿Tengo que explicártelo todo? ―le insinué, señalando a Brenda con un ligero movimiento de cabeza.
―Ah, claro.
Jacob pegó un elevado silbido, metiendo lo dedos en la boca, y les hizo una seña para que vinieran.
―Qué discreto… ―le eché en cara con ironía.
―¿Y cómo quieres que les llame? ―refunfuñó.
―No sé, vosotros tenéis muy buen oído, ¿no? ―le contesté―. Podías haber usado otro método, no hacía falta que se enterase toda la tribu.
―Vale, vale, no me di cuenta ―reconoció a regañadientes.
Entonces, a medida que los tres chicos se acercaban, me percaté de algo en lo que no había pensado.
―¿Crees que saldrá bien? ―le bisbiseé―. A lo mejor a Seth no le gusta Brenda.
―Yo diría más bien todo lo contrario, mira eso ―aseguró Jacob, enarcando las cejas con asombro.
―¿Qué pasa? ―quise saber, girando el rostro para mirar.
Se hizo un silencio en el que solamente se escuchaba la música del radiocasete que había sobre la arena.
El perrito casi se me cae al suelo cuando vi a Seth. Estaba plantado a dos metros de Brenda, boquiabierto, con sus ojos de chocolate clavados en ella, mirándola maravillado y pasmado, como si acabase de encontrar un tesoro.
Brenda le sonrió, para mi asombro tímidamente y ruborizada, y él le correspondió la sonrisa con otra deslumbrante.
―No me lo puedo creer ―le murmuré a Jacob, moviendo las pestañas sin parar―. No me digas que Seth…
―Sí, se acaba de imprimar de tu amiga ―me corroboró él, riéndose.
A mí no me hacía tanta gracia. Esto no entraba dentro de mis planes. Había traído a Brenda para levantarle el ánimo, para que conociera a otros chicos, bueno, y tenía que reconocer que también para que se olvidase de mi Jacob de una vez, pero esto de que uno de esos chicos se imprimara de ella…
Ahora el que me preocupaba era Seth. ¿Y si para ella era solo un pasatiempo? Porque tratándose de ella…
Leah parecía tan sorprendida y cauta como yo, estudiaba la nueva e imprevista situación con sumo interés.
Hubo un carraspeo generalizado y la hoguera se llenó de murmullos de conversaciones otra vez, como si no pasara nada. Jake les hizo una señal a Cheran y Rephael para que siguieran a lo suyo, cosa que hicieron al ver la situación.
―¡Otro más! ―exclamó Isaac, irritado.
―Nada, tío ―resopló Shubael―. Ya no hay nada que hacer.
―Mejor nos retiramos ―suspiró el primero.
Los dos quileutes se apartaron, dejándole paso a Seth.
―Hola, me llamo Seth, ¿y tú? ―le preguntó, exultante.
―Brenda ―le respondió esta con timidez.
No me lo podía creer. ¡Brenda colorada!
―Brenda… ―repitió él con un murmullo, fascinado.
Jacob y yo le dimos otro bocado a nuestros perritos, mirándoles de reojo con interés.
―¿Te sientas ahí conmigo? ―le propuso Seth sin cortarse un pelo, señalando un tronco un poco más alejado―. Me gustaría conocerte mejor.
Jacob volvió a levantar las cejas sin creérselo.
―Sí, claro ―consintió ella, encantada.
Los ojos se le iban a salir de su sitio, de tanto fijarse en él.
Brenda se levantó sin pensárselo dos veces y se fue con Seth sin ni siquiera mirarme, ya tenía bastante con el torso aún desnudo de él.
―Hey, cuñado, pásame ese perrito, anda ―pidió Paul, indicando con el dedo el último que quedaba.
―No me llames cuñado, ¿quieres? ―protestó Jacob.
Agarró el perrito y se lo lanzó con malas formas. Paul se levantó y lo cogió en el aire con la boca.
―No hagáis el tonto, por favor ―se quejó Rachel.
―Pareces un mono de circo ―se carcajeó Jacob con malicia.
―Muy gracioso ―le contestó Paul con la boca llena.
―¡Paul, por favor! ―gimió Rachel con una mueca.
―Sí, cielito[1] ―le dijo, dándole un beso en la mejilla.
―¿Cielito? ―se burló Jake.
―Es que se me ha pegado algo de México ―se excusó, dándole otro enorme mordisco a su perrito.
―Dios, mejor se te hubieran pegado algunos modales a la mesa ―masculló Jacob con cara de asco―. Te estoy viendo hasta las amígdalas.
Paul abrió más la boca, enseñándole lo que había masticado.
―Eres un cerdo, tío ―se rio mi novio con la misma cara.
―¡Paul! ―volvió a regañarle Rachel, pegándole un manotazo en el brazo―. ¡Y tú Jacob, deja de pincharle! ¡Siempre estáis igual, parecéis críos!
Jake se carcajeó y cogió una cerveza sin alcohol del bidón con hielo en el que estaban.
―¿Quieres, cielito? ―me ofreció, burlándose de Paul.
―¡Jacob! ―le riñó su hermana.
―Vale, vale ―se rindió sin dejar de reírse, después se aclaró la voz y se dirigió a mí―. En serio, ¿quieres una o prefieres un refresco de limón?
―Sí, una cerveza está bien ―acepté.
Agarró otra lata, la abrió, me la dio y se sentó a mi lado. Me pasó el brazo por los hombros y me acurruqué bien pegada a él. Comenzó a pasarme los dedos por el pelo y a acariciarme la cabeza, estaba tan a gusto, que solamente me faltaba ronronear.
Le di unos cuantos tragos a la cerveza y me puse a escuchar la conversación que mantenían todos sobre el turno de ese día. Me extrañó que hablaran de eso delante de Simon. Creía que no sabía nada del tema, pero luego Jacob me explicó al oído que había dejado que Leah se lo contara todo. Después de todo, él se lo había contado a mi madre y no le parecía mal que Leah hiciera lo mismo si ella lo creía conveniente. Además, se fiaba de ella y de su criterio.
Lo pensé detenidamente durante un instante. La propia Leah había sufrido en sus carnes lo que era no saber nada y sentirse engañada cuando Sam empezó con las transformaciones y desaparecía sin dar explicaciones. Supuse que ella no quería hacerle eso a su pareja, lo cual me pareció totalmente comprensible.
―Vamos a jugar un poco, ¿alguien se apunta? ―propuso Quil junto a Embry, con el balón de fútbol americano en las manos.
Algunos de los chicos ya estaban esperando en la orilla.
―Sí, ¿por qué no? ―aceptó Paul.
―Tengo ganas de machacar a alguien ―asintió Sam, levantándose y estirándose.
―Hoy no te vas a librar ―le dijo Jeremiah a Canaan, dándole un golpe en el brazo.
―Eso ya lo veremos ―le contestó este.
―Apuesto diez pavos por Jeremiah ―retó Jared.
―Yo por Canaan ―jugó Matthew.
―Hecho ―los dos chocaron las manos por el camino.
Los troncos de la hoguera empezaron a quedarse más vacíos a medida que los metamorfos se iban hacia la orilla en forma de media luna. Hasta Simon se marchó con ellos, aunque solo para hacer de árbitro, ya que no se atrevía a jugar con esos enormes y fuertes chicos que podían machacarle con un simple golpe.
―¿Y tú, Jake? ―inquirió Quil.
―No, gracias. Estoy muy bien aquí ―le respondió, todo sonriente, apretando su abrazo.
Sabía que eso era verdad, pero sus pupilas negras no podían engañarme. Tenían ese brillo competitivo que tienen todos los hombres cuando se trata de disputar algún partido.
―Vete, si quieres ―le animé―. No seas tonto y pásatelo bien con los chicos, a mí no me importa.
―Me lo paso mejor contigo ―rebatió―. Además, no quiero dejarte sola.
―¿Y nosotras qué somos? ¿Monigotes? ―se quejó Sarah.
―Ve a jugar, estaré muy bien con las chicas ―le exhorté con una sonrisa sincera.
―Sí, déjala en nuestras manos ―intervino Eve.
―¿De verdad? ¿No te importa? ―se aseguró, mirándome a los ojos para verificarlo.
―Sí, no te preocupes. Así charlaré un poco con ellas de nuestras cosas.
―¿Qué cosas? ―preguntó con curiosidad.
―Cosas de chicas lobo ―le respondí con una sonrisa más amplia.
―¿Quieres irte ya y dejárnosla un rato? ―bufó Rachel.
―Vale, vale ―accedió finalmente―. Bueno, preciosa, vendré enseguida ―prometió, para posar después sus labios sobre los míos.
No sé qué me pasó, pero, de una forma repentina y acalorada, mi boca empezó a buscar la suya con bastante más ansiedad que normalmente, sin poder resistirme. Sentí un impulso y una atracción tan fuerte como la que sentía con la tentación de su deliciosa sangre. Mis manos se aferraron a su camiseta con avaricia, parecía que tuvieran síndrome de abstinencia. Hubo una serie de carraspeos cuando no éramos capaces de despegarnos.
Jacob tuvo más voluntad que yo y al final consiguió separar sus labios.
―¿De verdad quieres que me vaya? ―me susurró.
Tuve que tomar aire para centrarme de nuevo y poder hablar. ¿Qué me había pasado? Además, tenía un calor horrible, parecía que tuviera fiebre.
―Sí, sí ―tragué saliva para recuperarme del todo―. Pásatelo bien.
―Vale ―sonrió.
Me dio un beso corto ―en el que mi cara se fue ella sola un poco hacia delante para que mis labios intentaran retener a los suyos, aunque sin éxito―, se puso en pie y se alejó con Quil y Embry hacia la orilla.
Me quité la cazadora y me puse la lata fría en las mejillas. Las chicas me miraban y se reían con unas risitas tontas. Era lo que me faltaba. Si no fuera porque mi cara ya parecía un fogón, se hubiera notado mi enorme vergüenza. ¿Por qué había hecho eso?
La hoguera se convirtió en un corrillo enseguida.
―¿Cómo es la chica de la que se acaba de imprimar mi hermano? ―quiso saber Leah, observándoles con interés.
―Pues, es… ―todas se quedaron mirándome, expectantes, mientras pensaba lo que iba a decir―, mi amiga, ¿qué puedo decir? ―me reí.
Eso, ¿qué iba a decir? ¿Que era una descarada y que le gustaba flirtear con los chicos? Desde luego, si yo fuera la hermana de Seth, no me gustaría escuchar eso.
―Bueno, supongo que si Seth se ha imprimado de ella, será una buena chica ―afirmó ella.
Lo único que se me ocurrió en ese momento fue sonreír.
Mientras ellas seguían conversando, eché un vistazo a la orilla para ver cómo jugaban Jacob y sus hermanos. Se me escapó una risilla al verles tirándose unos encima de otros con tal de conseguir el balón, estaban todos empapados y rebozados en arena.
Mi enorme calor se fue tan súbitamente como vino, así que me puse la cazadora otra vez y le di unos tragos a mi cerveza ahora caliente.
―¿Qué vas a hacer ahora, Nessie? ―me preguntó Jemima.
―¿Cómo? ―no la entendí.
―Brenda va contigo al instituto, ¿no? ―siguió Sarah―. ¿Qué vas a hacer cuando se entere de todo? ¿Cómo crees que se lo tomará?
¿Enterarse de todo?
―¿Por qué se iba a enterar? ―cuestioné, sonriendo con tranquilidad.
―Los imprimados no le guardan ningún secreto a sus parejas, ya lo sabes ―manifestó Eve.
―¿Parejas? Bueno, Seth y Brenda solamente se están conociendo ―alegué.
―Sí, parece que se están conociendo bastante bien ―se rio Emily, secundada por las demás, mientras señalaba con la cabeza en dirección a Seth y Brenda.
Mi mandíbula se quedó colgando cuando giré el rostro y vi a Brenda besándose con Seth.
―Ha caído como una mosca ―dijo Martha, riéndose.
―No… no puede ser… ―murmuré.
―Yo también caí el primer día ―reconoció Ruth―. En La Push, estos flechazos con los imprimados son bastante habituales.
―Sí, menos Jacob y Nessie, que tardaron lo suyo ―se burló Emily.
―Muy graciosa ―repliqué con retintín―. No os riáis, esto es muy serio. Ahora Seth se lo contará todo, ¿sabéis lo que significa eso? Que también se enterará de que soy lo que soy ―me lamenté en voz alta con una mueca de dolor.
―Tal vez si Jake habla con Seth… ―intervino Leah―. Aunque no te garantizo nada, para un imprimado es casi imposible no contárselo todo, bueno, tú lo sabes mejor que nadie.
Sí, lo sabía muy bien. Jacob y yo no nos ocultábamos nada, no había secretos entre nosotros. Era imposible.
Otra duda inundó mi mente. ¿Y si para Brenda era un simple ligue de una noche? Aun así, Seth ya no podría alejarse de ella, con lo cual seguirían viéndose como amigos o algo y se lo acabaría contando igual, seguro. Sí, ella se iba a enterar de todas, todas. Y para colmo, ahora también me preocupaba Seth.
¿Por qué todo me pasaba a mí? ¿Se podía tener más mala suerte? ¿Qué iba a hacer cuando ella se enterase de todo? ¿Cómo se lo tomaría? Lo más seguro es que saliera espantada. A lo mejor tenía que dejar el instituto si ella no lo aceptaba o me cogía miedo. A lo mejor se lo contaba a alguien. Otro problema más que añadir a mi lista de preocupaciones. ¿Por qué la habría traído a la fiesta?
Me mordí el labio, temerosa y dubitativa, mientras observaba la estampa de aquellos dos y pensaba en las diferentes posibilidades que se me presentaban a partir de ahora.
Jacob, Sam y Paul vinieron trotando y bromeando hasta la hoguera.
―Vaya ―exclamó Jake, alucinado, cuando vio a la nueva pareja.
―Sí, definitivamente, Seth es más listo que tú ―se mofó Sam.
―Qué simpático ―le contestó él con ironía.
Se acercó a mí, me dio un beso y se sentó a mi lado.
―Estás empapado ―le dije con una sonrisa, acicalándole el pelo.
Jacob se quitó la camiseta, la escurrió, la sacudió bien y la extendió a su lado, sobre la madera blanquecina.
―Bah, esto seca pronto ―y me pasó su brazo calentito y ya seco por los hombros―. Menuda suerte, ¿eh? Traes a Brenda y Seth se imprima de ella. Y encima, él triunfa a la primera, hay que ver...
―Tienes que hablar con Seth ―le imploré, mordiéndome el labio de nuevo.
―¿Por qué? ¿Qué pasa? ―interrogó, preocupado, al ver mi rostro.
―Mi secreto corre peligro.




[1] N. de la A. Lo dice en español.


LLAMADA

Me pasé el viaje de vuelta a casa pensando en el tema, aunque Jacob ya había hablado con Seth y este le había dicho que no nos preocupáramos, que aún era pronto, pero que cuando se lo contara no iba a comentarle nada de lo mío, ya que no era asunto suyo y no tenía por qué. Eso me alivió un poco, sin embargo, el riesgo de que Brenda se enterase estaba ahí, y cuando supiera de la existencia de lobos gigantes y vampiros, mucho más. Además, sabía que tarde o temprano, aunque fuera sin querer, a Seth se le acabaría escapando algo.
Cuando me di cuenta, Jacob estaba aparcando delante del porche. Habíamos llegado más pronto de lo previsto, ya que Brenda se había quedado con Seth y él se iba a encargar de llevarla a su casa. Hasta el día siguiente no me enteraría de si a ella le interesaba él de verdad o era un simple capricho, porque pensaba preguntárselo, vamos.
―No te preocupes ―me animó Jake, adivinando mis pensamientos, mientras acariciaba mi nuca―. Seth sabe que es tu secreto, no se meterá.
―Ya, pero, ¿y si se le escapa?
―Si Brenda supera que su chico sea un lobo, no creo que ya se asuste mucho de que su amiga sea mitad vampiro ―alegó, riéndose.
―No te rías, a mí no me hace gracia ―suspiré―. Además, de momento no es su chico, eso también me preocupa.
―Seth es mayorcito para saber lo que hace, y creo que a Brenda le ha gustado de verdad ―afirmó con una sonrisa―. Vamos, no niegues que es gracioso. Si ya le tenía miedo a ese perro que se nos cruzó cuando llegamos a la playa, imagínatela cuando Seth se transforme delante de ella la primera vez ―se carcajeó.
Su risa me contagió y la sonrisa se me dibujó sola en la cara en cuanto mi mente se inventó la imagen de la escena.
―La verdad es que sí, le va a dar un patatús ―asentí entre risas, hundiendo mi rostro en su pecho.
Jacob me abrazó y yo le rodeé con mis brazos, apoyando mi mejilla.
―Me gusta verte reír ―manifestó, ahora más serio, pasándome los dedos por el pelo―. No quiero que te preocupes por eso, ¿vale? Si Seth se ha imprimado de ella, es porque es la persona adecuada para él, ya lo verás, es su alma gemela. Aceptará nuestros mundos, y a ti también. Eres la persona más maravillosa del universo, ¿cómo no va a hacerlo?
Me separé de su torso para mirar a mis adorados ojazos negros y pasé mis brazos a su cuello.
―Tú sí que lo eres ―afirmé con un murmullo―. Siempre consigues animarme.
―Solamente digo la verdad.
Le sonreí y uní mis labios a los suyos.
De pronto, volvió a darme un golpe de calor enorme y me pasó lo mismo que en la hoguera. Solo que, esta vez, mi lengua se unió a mi boca y ambas se movieron frenéticamente entre jadeos, sin que pudiera reprimirme. Lo que encontraban era mejor que beber su sangre. Mi cuerpo se incorporó para pegarse y llegar mejor a él, tanto, que Jacob tuvo que apoyar su espalda en la puerta del coche.
Y entonces, el calor se fue otra vez de repente y ya pude controlarme. Separé mi boca de la suya, exhalando con dificultad.
―Hoy estás especialmente efusiva ―me susurró, respirando agitadamente, mientras acariciaba mi espalda por dentro de mi camiseta.
Solo esa caricia ya me hacía estremecer.
―Es que tenía mucho calor ―le confesé.
―Pues el que tiene calor ahora soy yo ―me sonrió.
―Lo siento ―murmuré, completamente ruborizada, apartándome un poco de él y volviendo a mi sitio.
―¿Por qué? Me ha encantado ―admitió con su sonrisa torcida, despegando su espalda de la puerta―. Además, como despedida hasta mañana por la tarde está muy bien.
―¿Mañana por la tarde?
―Sí, mañana no puedo venir a buscarte ―empezó a aclararme―. Tengo una reunión muy importante con el Consejo a primera hora. Me han dicho que quieren ultimar algunos detalles de la visita de los Vulturis y de los vampiros que me persiguen, aunque sé que lo que realmente quieren es darme otro discursito sobre ese rollo de ser jefe de la tribu ―resopló―. No me pude negar, lo siento.
―No importa ―le sonreí―. Ya me llevará alguien, no te preocupes. Lo primero es lo primero ―dije, orgullosa. Jacob puso los ojos en blanco y suspiró―. Bueno, tengo que irme. Mi madre ya está en la ventana ―declaré con pesadumbre.
―Entonces, te veo por la tarde a la salida de clase, ¿vale? ―me confirmó con su preciosa sonrisa, metiéndome el pelo detrás de la oreja.
―Vale ―sonreí yo también.
Nos dimos otro beso, un poco menos largo y efusivo, y salí del coche para meterme en mi casa.

Bajé las escaleras después de lavarme los dientes y me dirigí al salón, donde me esperaba Emmett.
―¿Ya estás? ―me preguntó, tirando la revista de caza que estaba leyendo encima de la mesita.
―Sí.
Mi tío se levantó del sofá y salimos al porche para dirigirnos al garaje.
Aunque hoy no hacía calor, en cuanto me dio la brisa me entró un sofoco terrible, y eso que era más bien fría y se suponía que tomando el aire uno se refresca. No obstante, a mí me estaba pasando justo lo contrario, cuanto más aire, más sofoco. Empecé a sentirme rara. Me abaniqué con la mano, pero al final me tuve que quitar la chaqueta.
Me subí al Jeep de Emmett,  tiré la mochila y la chaqueta en el asiento trasero y puse el aire acondicionado de inmediato, sin embargo, el calor no se me iba y acabé subiéndolo casi a tope. El coche parecía un congelador, pero Em no era el único que no lo notaba, parecía que mi cuerpo tampoco respondía al frío.
Después de despedirme de mi tío, salí del vehículo y me dispuse a dirigirme a la entrada del edificio, donde me esperaban mis amigas.
Entonces, mientras caminaba acalorada por el aparcamiento, pensando en lo que tenía que hablar con Brenda, me paré en seco y comencé a olisquear el ambiente con entusiasmo sin ser capaz de reprimirme, delante de las miradas atónitas de los demás estudiantes y del propio Emmett.
―¿Pasa algo, Nessie? ―me preguntó desde el coche, extrañado de no oler nada raro.
Al parecer, Em no percibía nada, pero yo sí podía oler y distinguir perfectamente el efluvio de Jacob que el viento del oeste me traía desde lejos, y olía algo diferente, pero muy, muy bien. Demasiado bien. Tanto, que mi cuerpo se estaba encendiendo como una llama. ¿Qué me estaba pasando? Inhalé más profundamente y mis ojos se cerraron cuando todo el vello se me puso de punta, el aire me rozaba como si de una caricia se tratase.
―¿Nessie? ―volvió a interrogar mi tío con preocupación, a punto de salir del vehículo.
Abrí los ojos de sopetón, parpadeando de lo confusa que estaba. Mis amigas me observaban desde la entrada sin comprender nada. Yo estaba igual que ellas.
―No, nada ―le contesté por fin a mi tío―. Solo estaba respirando el aire de primavera.
Me salió una risa tonta que intentó disimular mi enorme vergüenza y me acerqué con paso diligente a mis amigas. El sofoco seguía, el aroma seguía, y ya ni siquiera me acordaba de lo que tenía que hablar con Brenda.
―¿Quién es ese? ―interrogó Helen con curiosidad.
―¿Eh? Ah, mi primo.
―Es enorme ―murmuró ella con asombro.
―¡Tía, lo de ayer fue increíble! ―exclamó Brenda nada más llegar a su lado, recordándome lo que tenía que comentarle.
Se arrimó a mí y se pasó todo el recorrido del pasillo contándome lo maravilloso y perfecto que era Seth. Helen y las gemelas tenían cara de resaberlo todo, Brenda ya se lo había contado unas quinientas veces, seguro.
―Entonces, ¿Seth te interesa? ―quise saber, abanicándome con uno de los cuadernos que había sacado de mi mochila.
Parecía que dentro del centro no se olía tan fuerte, aunque el calor no se iba.
―¿Bromeas? ¡Es mi hombre ideal! ―volvió a exclamar.
Sí, en cuanto te enteres de lo otro…, pensé.
El timbre sonó y la gente comenzó a meterse en sus aulas.
―Tenemos que entrar, Nessie ―me exhortó Helen.
―Bueno, ya hablamos en la cafetería ―le dije a Brenda, que asintió, toda sonriente.
Suspiré para mis adentros. Parecía emocionada, pero, claro, el día después era lógico. Habría que esperar a que Seth le contara su secreto.
Mi compañera de pupitre y yo entramos en clase de Trigonometría. Helen se pasó toda la hora dándome notas con el fin de saber qué había ocurrido en la fiesta para que Brenda hubiera cambiado de ánimo tan de repente.
Tuve que explicárselo ―a medias, por supuesto― para que me dejara tranquila. La verdad es que no estaba nada concentrada, las hojas de mi mano ya no calmaban mi gran sofoco.
En cuanto el señor Varner terminó su clase, salimos y nos cambiamos al aula de al lado.
Alguien había abierto la ventana, al parecer, yo no era la única que tenía calor. Sin embargo, eso no hizo otra cosa más que empeorar mi situación. Ahora el aroma que traía el aire entraba a sus anchas en el recinto al haber corriente y mi cuerpo empezó a sentirse raro de nuevo.
Sí, olía muy bien. Era extremadamente tentador, como el olor de su sangre fresca. No, mucho más fuerte.
El señor Berty entró y posó su maletín en la mesa.
No sé lo que hizo después.
Una ráfaga de viento entró con brío, agitando las cortinas a su paso, y su incitante olor penetró por mi nariz hasta clavarse en mi cerebro como un punzón candente. Un inmenso deseo se apoderó de mi cuerpo y de mi mente, hasta el punto de que me costaba muchísimo controlarlo, notaba mi piel ardiendo. Ahora no era una llama, mi organismo era un fogonazo continuo. Mi cerebro captó por fin el mensaje, descifró el código de barras que conformaba su excitante aroma. La mayoría de las barras eran las de siempre, sin embargo, había otras que tenían algo añadido, eran señales, y cada vez las sentía más claras y con más intensidad. Esa afrodisíaca fragancia me llamaba, era un antojo apasionado que necesitaba saciar YA.
Ahora no tenía calor, estaba en combustión. Di gracias de haberme puesto falda, así pude levantarla un poco. También me desabroché dos botones de mi blusa y me abaniqué con energía. Vi por el rabillo del ojo cómo me miraban algunos compañeros, pero estaba tan ocupada intentando refrenarme, que me dio completamente igual.
Lo único que quería con ansia era una cosa y tenía que esperar, aunque, ¿podría esperar hasta por la tarde? Mi mente estaba completamente obsesionada, cegada, solamente estaba concentrada en eso, no había sitio para nada más.
Las cortinas se agitaron otra vez. No, no podía esperar. La atracción era demasiado intensa y poderosa. Ya me tenía poseída del todo. Tenía que ir a ver a Jacob, tenía que contestar a la llamada como fuera, donde fuera, eso no importaba en absoluto.
El timbre sonó y me levanté de mi silla con celeridad. Metí mi chaqueta en la mochila y recogí el resto de mis cosas.
Helen iba hablando mientras caminábamos por el pasillo de camino a clase de Historia. Estaba comentando el examen de Cálculo o algo así. Ya ni siquiera la escuchaba.
Tenía que ir a verle. La llamada era muy fuerte. Ya no podía seguir evitándola.
―Esto… tengo que irme ―la interrumpí―. No me encuentro muy bien.
Helen me miró preocupada.
―¿Qué te pasa? Se te ve muy sofocada. ¿Tienes fiebre?
¿Fiebre? ¡Buf! Mi cuerpo ardía.
Puse voz pusilánime para terminar de rematar mi actuación.
―Sí, creo que sí ―me toqué la frente con la mano―. Oye, ¿le dirás a la señora Smith que me encontraba mal?
―Claro.
―Gracias.
Me despedí con la mano y salí lentamente por el pasillo, con la cabeza gacha, fingiendo mi malestar.
En cuanto salí por la puerta, miré al frente y aceleré el paso. No sabía cómo, pero tenía que ir a su casa como fuera. Sabía que estaba allí.
Me quité los zapatos y avancé al trote por la carretera del pueblo. La gente que me encontraba a mi paso se quedaba mirando como si vieran a una loca o algo así. No debe de ser muy normal en Forks ver a una chica con falda y descalza galopando como si estuviera en una maratón. En cuanto vi la linde del bosque, tiré los zapatos al suelo y eché a correr lo más rápido que pude.
La falda se me enredaba en las piernas conforme estas se movían y la mochila iba a trompicones en mi espalda. El aire azotaba mi cara, agitando mi pelo hacia atrás, y los árboles pasaban a mi lado como borrones de color bermejo, verde y marrón. Sin embargo, ese viento no era suficiente para apagar mi fiebre, sino más bien todo lo contrario, la avivaba mucho más, porque me servía su magnífico olor en bandeja. Esa llamada salvaje y primitiva me reclamaba, me dominaba, hacía que ya no fuera la dueña de mi cuerpo.
Me crucé a toda velocidad con algunos lobos que estaban de patrulla, pero ni siquiera pude ver de quiénes se trataban, ni si se habían fijado en mí. No me importaba. Seguí por el bosque hasta que divisé la casa de Jacob. Moderé el paso y fui hasta allí.
La puerta estaba abierta, como siempre. Entré en la vieja casa roja sin llamar, tiré la mochila al suelo y apoyé la espalda en la puerta para cerrarla. Jacob estaba de pie, cambiando de canal en la tele, o tal vez encendiéndola. Acababa de llegar de patrullar con la manada, porque estaba descalzo.
Se quedó mirándome con una mezcolanza de sentimientos en su rostro, encantado y a la vez extrañado de verme allí a esas horas.
―¿Qué haces aquí, es que no tenías clase? ¿Cómo has venido? ¿Por qué no me llam…?
Demasiadas preguntas y yo ya no tenía tiempo. Se quedó mudo en cuanto pasé a su lado despacio, rozándole lentamente y mirándole con ojos hambrientos mientras me dirigía a su cuarto.
Crucé su pequeño dormitorio ―casi no había espacio, ya que la cama doble ocupaba casi toda la estancia― y me quedé esperándole al fondo, con el lecho delante de mí. No tuve que esperar nada.
Entró en la habitación, raudo, con ojos más que decididos, cerrando la puerta de un portazo detrás de él, sin mirar atrás. Me pegó a su cuerpo, cogiéndome por la parte más baja de mi cintura, para besarme con deseo y yo lancé mis ansiosas manos a su cuello.
No podía más. De dos impetuosos tirones, le rasgué la camiseta de arriba abajo y se la quité con un arrebato más que desmesurado; él me ayudó, sacando los brazos. Sus manos regresaron a mi espalda baja y yo empecé a acariciarle el torso con efusividad. Llevé mi boca y mi lengua por su cuello y las bajé para que jugasen con las formas de sus impresionantes músculos. La vaga luz del sol que entraba por las cortinas iluminaba su cobriza piel y los hacía destacar más. Su pecho era tan grande, que me podía perder en él, hoy me parecía más terso, cálido y sedoso al tacto que nunca. Mi mano descendió, palpando bien sus abdominales, hasta que llegó al cierre de su pantalón y, cuando lo abrí, la deslicé al interior del mismo. Comprobé que él ya estaba tan encendido como yo. Un gemido sordo salió por su boca y su respiración se intensificó con entusiasmo; arrastré después las dos manos por detrás para quitárselo.
Mis caricias parecieron excitarle sumamente y me aprisionó contra la pared que tenía detrás. Los besos pasaron a ser mucho más ardientes y dinámicos. Nuestras lenguas se encontraban y se perdían fervientemente mientras jadeábamos con pasión. Sus palmas se deslizaron por mis muslos con avidez y alzaron mi falda en su ascenso. Pasé mi tacto a la espalda, complaciéndome en sus amplios hombros y bajando hasta el final de esta para adosarle más a mí.
Intentó desabrocharme el tercer botón de mi blusa, pero sus dedos eran demasiado grandes para unos botones tan pequeños, así que terminó abriéndomela de un solo tirón, haciendo que estos salieran despedidos por toda la habitación. Me la quitó con un movimiento enérgico y comenzó a besarme y a lamerme con hambre por el cuello. Todo mi ser se estremeció al sentir su aliento ardiente en mi piel y metí mis dedos entre su pelo. Mi lengua, mis dientes y mis labios recorrieron el suyo cuando les llegó su turno, parándome a morderle el lóbulo de la oreja, y bajé de nuevo por su garganta hasta que llegué a su hombro. Sus manos se movían con entusiasmo por mi espalda, mi nuca y mi cintura. Volví a su cuello e inspiré profundamente para olerle. Esa era la voz de la llamada. Su aroma era el de siempre, solo que ahora estaba mezclado con algo, algo salvaje, casi animal, que me excitaba muchísimo.
Me lancé a su boca, jadeando indómitamente, igual que él. Me quitó el sujetador, arrancando el cierre de cuajo sin ninguna dificultad, y yo me deshice del resto de mi ropa, dejándolo caer todo en el suelo. Mientras nuestros labios se movían con ferocidad, sus dedos se deslizaron delicadamente por mi garganta y bajaron hasta mi pecho. Me acarició con su palma suave y caliente y después bajó su boca y su tórrida lengua para recorrerlo bien. Me estremecí de nuevo con intensidad y mi cabeza se apoyó en la pared. Aferré mis dedos a su pelo ansiosamente para que su boca no parase nunca, a la vez que mi torso ya se movía apasionado, en total colaboración con ella; sus dedos subieron hasta la mía, los besé y los lamí con auténtico fervor. Dejó mi pecho y sus labios volvieron a los míos mientras resbalaba sus manos hasta mi espalda más baja y se friccionaba contra mí con avidez. Esta vez me excité el triple al notar su piel y espiré audiblemente.
Al abrir nuestras bocas, su aliento abrasador se abría paso por mi garganta, haciendo que me sintiera arder entera. Pero quería más, quería quemarme por completo.
Me dio la vuelta con arrebato y se pegó a mí por detrás, arrinconándome contra el paramento. Acarició mis caderas y arrimó su frente a mi sien al olerme. Metió su mano por mi pelo y lo encerró con fuerza en un puño para hacerme girar el rostro hacia el suyo. Eso me encendió enormemente y arrojé mis labios contra los suyos para morderlos y lamerlos, completamente desbocada. Tiró de mi cabello hacia atrás, obligándome con ello a levantar la barbilla, para mover su boca por mi cuello y mi garganta mientras su otra mano se deslizaba por mi pecho y bajaba para acariciar el interior de mi muslo. Todos sus ardientes contactos me estremecían y los jadeos se volvieron bestiales. Coloqué mi mano sobre la que estaba en mi pelo y entrelazamos los dedos. Regresó a mis labios, ya sedientos, y su otra mano se movió justo hasta donde yo quería. Estaba tan mojada, que su dedo se deslizaba con una libertad increíble. Esta vez gemí, acompasando sus movimientos con mi cuerpo, y él se excitó más, apretándose contra mí.
Con un movimiento rápido y apasionado, me giró de nuevo y me volvió a aprisionar, sujetándome por las muñecas. Nuestros labios se movían bravíos y hambrientos, acompasados y sin errores, porque él sabía lo que querían los míos y yo sabía lo que querían los suyos.
Ya no teníamos tiempo para ir la cama. Una vez que me soltó, llevé mis manos a su cuello y a su espalda para agarrarme a él en el momento en que me levantó y me sujetó contra la pared sin ningún esfuerzo.
―Jake… ―suspiré con placer cuando empecé a sentirle dentro de mí.
Aunque los dos teníamos mucha prisa, se unió a mí muy despacio, con mucha delicadeza, complaciéndose en ese primer roce, siempre atento a cualquier microexpresión que le indicara que yo sentía el más mínimo dolor en esta primera vez. Pero no hubo dolor alguno, era como si mi vientre hubiera estado programado desde el principio de los tiempos para este momento, esperándolo, ansiándolo, suplicándolo... Jacob era su dueño, su único dueño. Él lo supo al instante, con tan solo observarme, haciendo gala de nuestra telepatía, y dejó que toda su virilidad resbalara lentamente dentro de mí, tomándome, poseyéndome... Nuestra primera unión fue muy fácil, y sirvió una sola vez, nuestros cuerpos estaban hechos el uno para el otro, éramos dos piezas bien engranadas que encajaban a la perfección, y yo llevaba esperándole con ansia toda mi vida, mi cuerpo estaba más que receptivo.
Otro gemido rozó sus labios al salir por mi boca cuando por fin se unió a mí del todo, y mi mano se asió a su pelo con un anhelo desmedido, como si todo lo juntos que ya estábamos aún no fuera suficiente. A él también se le escapó un gemido sordo.
Entrelazó del todo sus labios con los míos, con dulzura, aunque respirando con furor.
Ahora éramos uno solo. No hacían falta explicaciones, ni ataduras, ni matrimonio, ni papeles, nada. Nuestro vínculo era muchísimo más fuerte que todo eso junto. Él ya era mío y yo ya era suya. Por fin era suya del todo.
Comenzó a deslizarse muy lento, otra vez atento, sin apartar su rostro del mío, mientras nuestras bocas seguían rozándose, besándose, lamiéndose, aunque la mía también volvió a suspirar su nombre de nuevo, y con movimientos rítmicos, fue aumentando la velocidad poco a poco conforme se incrementaba nuestra excitación, hasta que se convirtió en algo activo y dinámico; la energía mística que nos rodeaba era realmente inmensa, electrizante, todo mi interior se estremecía con elevado entusiasmo y los jadeos ya eran fervientes.
Su piel se humedeció y ese aroma que me llamaba se intensificó al máximo. Por primera vez en mi vida, la mía también empezó a sudar, tal era el ardor que corría por mis venas. Nuestros intensificados efluvios se mezclaban al rozarse, aunque yo solamente estaba hechizada con el suyo, el olor de su sudor me volvía completamente loca y mi cuerpo se estremecía cada vez más con su apasionada actividad.
Su mirada estaba llena de fuego, como la mía. Una llama flameaba, reflejándose en los míos. Su cuerpo me quemaba, todo él me quemaba. Lo notaba, lo sentía, por todas partes. Lo único que quería era notar ese fuego dentro de mí. Clavé mis sedientos dedos en su piel para que aumentara el ritmo aún más y me uní a sus irrefrenables movimientos de una forma frenética. Yo ya era fuego como él, y el fuego solo provoca más fuego. Nuestra cadencia se volvió salvaje y espasmódica y todas las sensaciones se multiplicaron por mil. Sentí cómo nuestra electrizante energía se mezclaba a la vez con el inmenso placer que empezaba a extenderse por todo mi organismo, y por fin se descargaba del todo, soltando toda su magia. Entonces, otra energía, diferente a la anterior, atravesó mi cuerpo completamente; esta era tan cálida, prodigiosa, maravillosa e indescriptible, que me poseyó entera, haciendo que mi ser ya no fuera mío y se fundiera con el de Jacob. Sí, lo noté y lo supe perfectamente, era su alma, que se unía a la mía para fundirse en una sola, y el enorme placer que ya sentía, de repente se volvió infinitamente más inmenso y duradero, transformándose en un clímax que tomó todo mi cuerpo, recorriéndolo como la lava de un volcán que explosiona. La mezcla de sensaciones fue tan poderosa, espiritual, mágica e intensa, que mis ojos no pudieron evitar cerrarse y dos lágrimas rodaron por ambos lados de mi rostro. Gemimos más fuerte y me aferré a su cabello y a su espalda con ansia, tanta, que mis uñas se clavaron en su piel, aunque el olor de la sangre desapareció enseguida, las heridas se cerraron casi instantáneamente. Por fin me sentía quemar por su fuego, por fin había respondido a su llamada.
Nos quedamos quietos, mirándonos maravillados, todavía unidos, respirando agitadamente. Mis dedos continuaban en su espalda y entre su pelo, no quería separarme de él jamás. Las palabras sobraban, ya nos lo habíamos dicho todo, y decir que nos amábamos con locura se quedaba demasiado corto. Sabíamos que eso tan mágico que acababa de ocurrir se debía a nuestro extraordinario vínculo, nuestras almas habían nacido para estar juntas. Además, no teníamos tiempo, en nuestros ojos seguía flameando la llama con viveza.
Volvió a deslizarse muy, muy despacio, concienzudamente, clavando sus intensas y apasionadas pupilas en las mías. En ese momento, mi cuerpo y mi epidermis estaban tan hipersensibles, que mis piernas reaccionaron inmediatamente a la excitación de su roce y todo mi ser palpitó de nuevo como antes sin que hiciera falta nada más; la energía explotó y su alma se fundió con la mía, la lava me recorrió entera otra vez, dominándome por completo, haciéndome gemir en sus labios y aferrarme a su piel una vez más.
Pegó del todo su boca a la mía, espirando con ímpetu, y comenzó a besarme lentamente con sus ardientes y suaves labios, introduciendo su abrasador y delicioso aliento por mi garganta mientras mis palmas acariciaban su espalda con mucha calma, palpando su piel minuciosamente.
Me dejó en el suelo y, sin dejar de besarnos, lo impelí hacia la cama. Caímos conmigo encima. Me dio la vuelta con cuidado y me colocó la cabeza en la almohada.
A partir de ahí, todo fue muy fácil. Nuestras mentes ya sabían dónde había que besar, lamer, acariciar y tocar al otro, era como si alguien lo hubiera grabado en ellas para que lo utilizáramos en este momento. Mi cuerpo estaba hecho para el suyo y el suyo estaba hecho para el mío. Nuestra completa sincronización casi telepática se hizo patente más que nunca.
Esta vez hicimos el amor despacio, disfrutando de cada beso y de cada caricia, de nuestra unión, sintiéndonos bien el uno al otro. Ahora ya no había prisa. Por fin sentía su piel pegada a la mía, sus manos, su lengua, sus labios, Jacob recorriendo todo mi cuerpo. Y yo también hice lo propio con el suyo. Todas las veces que había soñado que hacía el amor con él, que estaba entre sus brazos, que sentía sus manos acariciándome con deseo y pasión, que sus ardientes labios me recorrían entera, que su piel se rozaba con la mía, que lo sentía dentro de mí, todo, se había quedado muy corto comparado con lo que sentía en esos momentos, porque, desde luego, era algo físico, pero también había algo espiritual que lo intensificaba al máximo y lo volvía mágico y maravilloso, increíble.

Pude comprobar cómo la hechizante energía que giraba a nuestro alrededor siempre explotaba del todo para elevarnos aún más y su alma se unía a la mía, haciéndonos sentir un placer inmenso e indescriptible, lleno de magia. Y era tan fácil. No me hizo falta morirme para que mi alma supiera qué era alcanzar el cielo junto a la suya, aunque también tocamos el infierno, porque nuestro amor era así, tierno, dulce, infinito, y de pronto se volvía indómito, bestial, salvaje. Jacob era pura raza y pasión, pero también muy cálido, dulce, delicado, y su entusiasmo era muy contagioso. Además, nuestra piel mojada impregnaba el ambiente de ese aroma que nos llamaba y nos volvía completamente locos, y esa locura nos prendía una y otra vez, hasta que el fuego se apoderaba de los dos y de la pequeña habitación, arrasando con todo a su paso.


TENSIÓN

Mi cuerpo dejó de moverse sobre el suyo cuando apagamos nuestra última llamarada, y mi frente reposó en su frente mientras nuestros pulmones trabajaban sin cesar, intentando recuperarse. Jacob acarició mi nuca y mi espalda y nos besamos con dulzura durante un rato, más tranquilos.
Por primera vez, parecía que mi fuego se había calmado un poco, y me encontraba totalmente relajada. Aunque aún sentía el calor y la llamada de su efluvio, me sentía satisfecha, y el inmenso e incontenible deseo había disminuido algo de intensidad, poco, pero lo suficiente como para ser capaz por fin de controlarme. A Jacob parecía pasarle igual que a mí.
Me bajé de mi maravilloso y perfecto pedestal y Jake levantó su brazo para que me acurrucase a su lado a descansar. Lo hice encantada, sonriendo de felicidad, que era lo que sentía en esos momentos. Mi mano y mis dedos empezaron a jugar con las curvas de su increíble y aún húmedo torso; sí, no había mujer más feliz en el universo que yo, no había nada ni nadie mejor que Jacob.
Giró su rostro y lo acercó hasta que nuestras frentes se rozaron. Sus ojos y los míos se engancharon por un instante y ya nos lo dijimos todo. Aun así, alcé la mano y la puse en su mejilla, dejándole ver todo lo que sentía mi alocado corazón. Jake jadeó y pegó su rostro del todo.
―Acabas de describir lo que yo siento ―susurró en mis labios; nos sonreímos y después los unimos por unos minutos.
No hubo más palabras, ni preguntas, nos conocíamos tan bien que no hacía falta. Ambos sabíamos lo que pasaba por la mente del otro en estos momentos. Nuestros rostros de felicidad plena y absoluta lo decían todo. Describían perfectamente lo especial, increíble, mágica y maravillosa que había sido nuestra primera vez, no había suficientes adjetivos para calificarla. Jake me apartó el pelo mojado de la cara y me dio un beso en la frente.
―¿No tienes hambre? ―inquirió, pasando sus dedos por la maraña de mi cabello.
Levanté un poco la barbilla y comencé a besarle por la mandíbula.
―Sí, todavía tengo hambre ―ronroneé, bajando a su cuello―, pero de otra clase… ¿Tú no?
―Uf. Si yo te contara ―afirmó con un murmullo―. Tu olor me vuelve loco.
Me separé para mirarle con sorpresa.
―¿Mi olor?
―Es muy fuerte. Tu olor es inconfundible, nada más que pasaste por mi lado pude sentir la pulsión y ya no me pude resistir.
Mis párpados se abrieron y se cerraron con alegría. Él había sentido lo mismo.
―Yo también sentí la llamada, pulsión o como se llame ―le confesé―, por eso vine hasta aquí sin poder evitarlo.
―Por supuesto, ya te dije que tienes instintos lupinos ―declaró con una enorme sonrisa.
―¿Esto es un instinto lupino?
Jacob bajó su rostro para mirarme.
―¿No te has dado cuenta? ―me preguntó.
―¿De qué? ―quise saber, sin entender.
―Bueno, suena fatal, pero estás en celo, Nessie ―me reveló con su sonrisa torcida.
―¿En celo? ¿Me tomas el pelo?
―Te lo aseguro ―asintió con convicción.
Mi boca se quedó abierta, sin embargo, algo dentro de mí sintió como si le hubieran quitado un peso de encima al saber por fin qué me pasaba. Ahora todo encajaba.
―¿Y cómo lo sabes?
―Ya te he dicho que noté la pulsión al instante ―me recordó, volviendo la vista al techo―. Nunca lo había sentido, pero mi instinto supo enseguida lo que era y lo que tenía que hacer. Tus señales son tan fuertes, que podría olerte a kilómetros de distancia.
―Pues tú también debes de estarlo, porque yo te podía oler desde el instituto, creo que incluso desde mi casa, y sentí tu llamada perfectamente ―expuse con una sonrisa.
―Los machos estamos en celo todo el año, nena ―manifestó con otra sonrisa torcida―. Aquí la que manda es la hembra. Seguro que yo estoy llamándote todo el año como un idiota ―se rio.
Me incorporé para echarme boca abajo y apoyarme en su pecho, así le veía mejor el rostro.
―Pero si hueles distinto ―alegué.
―Eso es lo que te parece a ti, pero mi olor te aseguro que es el mismo de siempre. Lo que pasa es que ahora estás en celo y notas otros matices que normalmente no puedes.
Me acordé del código de barras y de los matices diferentes que había percibido.
―Sí, debe ser verdad, porque tu olor me vuelve completamente loca ―ronroneé, besando su cuello con ansia y acariciando su torso de igual modo―. No puedo resistirme…
―Nessie… ―me llamó con un susurro mientras su respiración empezaba a aumentar de intensidad―. Nada me gustaría más, te lo aseguro, pero vamos a tener que dejarlo por hoy.
Levanté la vista para mirarle extrañada y, por qué no decirlo, un poquito decepcionada.
―¿Por qué? ¿Ya no te apetece?
―¡Uf, ¿que si no me apetece?! ―exclamó en voz baja, recuperándose―. Soy el semental de la manada, ¿recuerdas? ―me dijo con una sonrisa un poco fanfarrona―. Mientras estés así, puedo pasarme las veinticuatro horas haciéndote el amor. No te imaginas lo que me está costando ahora mismo no abalanzarme sobre ti.
La sábana había terminado por los suelos, así que mis pupilas enseguida lo comprobaron.
―Sí, ya lo veo ―sonreí, satisfecha. Luego, alcé mi hambrienta mirada hacia la suya y pegué nuestros rostros―. Veo que Quil y Embry no lo decían en broma ―murmuré en sus labios.
―Soy el Gran Lobo, nena ―presumió con un susurro mientras acariciaba mi espalda―. Soy el que tiene los mejores genes y mi cuerpo está preparado para transmitirlos bien.
―Sí, ya he comprobado que está muy, muy preparado… ―bajé mi mirada de nuevo y sonreí en su boca, otra vez con satisfacción―. ¿Y por qué no seguimos aprovechando eso ahora? ―le insinué, dándole besos cortos y descendiendo la mano por su pecho.
―Bueno ―su boca se torció en una sonrisa―, no sé si te has dado cuenta, pero ya está anocheciendo y mi viejo está al caer. Además, llevamos todo el día en la cama, ni siquiera hemos comido, y aunque soy un hombre lobo, no soy Superman, preciosa. Necesito meterme algo en el estómago y descansar para recuperar fuerzas.
Mi rostro sufrió un colapso de sangre cuando analicé todas sus palabras, y me separé de sus labios. Había venido a su casa sin reparar en Billy para nada y, después, ni me había acordado de él.
―¡Billy! ¡¿No habrá estado por aquí?!
―No. Hemos tenido suerte ―me calmó―. Resulta que, justo hoy, Charlie tenía el día libre porque se lo debían o algo así, y se fueron a pescar.
Suspiré, aliviada.
―No sabía que era tan tarde. En realidad, se me ha pasado el tiempo volando ―reconocí, sonriéndole.
―Sí, a mí también ―se unió a mi sonrisa.
Me percaté de que ahora nos podíamos controlar porque mi celo había bajado un poco, al haberlo saciado algo, aunque me asusté de que para ello hubiéramos tenido que emplear casi todo el día y, aun así, yo seguía sintiendo su llamada.
―Va a ser un problema, si esto dura demasiado ―declaré, siguiendo el hilo de mis pensamientos, recostándome a su lado otra vez―. No sé cómo vamos a hacer, pero yo no puedo salir corriendo de clase todos los días, y tú tienes tus responsabilidades, no puedes dejar de patrullar de repente y dejar tirados a tus hermanos.
―Sí, vamos a tener que aprender a controlarnos ―suscribió él con un suspiro―. Aunque yo diría que va a ser imposible, ahora mismo me está costando un triunfo, y eso que tu olor ha bajado de intensidad. Creo que será mejor que me de una ducha fría o algo, mi padre no tardará mucho en llegar ―anunció.
―Y yo creo que primero voy a comer algo, la verdad es que tengo un poco de hambre ―reconocí.
―Espera, prepararé unos bocadillos para los dos, entonces ―me dio un beso y se incorporó para levantarse.
Se puso los pantalones, se quedó mirándome fijamente, repasándome de arriba abajo mientras se mordía el labio, y se recostó a mi lado para darme otro beso.
―¿Te he dicho que te quiero? ―me susurró en la boca.
―Sí, unas mil veces ―sonreí, rodeándole con mis brazos.
―Y… ¿que eres preciosa? ―murmuró, deslizando su labio inferior por los míos con mucha, mucha calma.
―Unas quinientas… ―jadeé ya.
―Nena… ―susurró, acomodándose entre mis piernas mientras me besaba con pasión.
―Jake…, tenemos que controlarnos ―conseguí decir entre jadeos cuando soltó mis labios para reptar por mi cuello, aunque mis manos no podían dejar de palpar su espalda y su nuca―. Billy va a venir…
Le dije eso como última opción, porque si él no paraba, desde luego yo no iba a hacerlo tampoco.
Y pareció funcionar. Jacob dejó mi garganta y hundió el rostro en la almohada, junto a mi cabeza, respirando a mil por hora.
―Sí, es verdad, perdona. Me he dejado llevar un poco ―alzó la cara y me miró durante un rato, mordiéndose el labio otra vez―. Esto me va a costar muchísimo, creo que me voy a dar esa ducha fría ahora mismo.
Me dio otro beso corto mientras le sonreía, se levantó y salió corriendo del pequeño dormitorio para meterse en el baño.
Me abaniqué con la mano para relajarme un poco y también me levanté de la cama. Recogí mi sostén y mi blusa del suelo. Alcé mi sujetador y vi que el cierre estaba destrozado y que no se podía arreglar. La blusa ni siquiera tenía botones, estaban desperdigados por toda la habitación. Eran tan pequeños, que como para ponerse a buscarlos. Seguramente terminarían en la bolsa del aspirador de Billy. La camiseta de Jacob había quedado reducida a un trapo.
Me puse lo que quedaba de mi ropa interior y abrí el pequeño armario de Jacob para cogerle una de sus camisetas. Como todavía tenía bastante calor, escogí una sin mangas. Me quedaba enorme, pero por lo menos me tapaba.
Abrí la ventana para que ventilara un poco la habitación, recogí y organicé un poco aquel desastre y me dirigí a la pequeña cocina. Cogí el pan de molde y lo que encontré por el frigorífico para preparar unos sándwiches rápidos.
Unos brazos fuertes me rodearon por detrás y Jacob se pegó a mí, besándome en la sien. Todo mi cuerpo se estremeció y una de las láminas del pan que estaba untando de manteca de cacahuete se me cayó en la encimera.
―Menos mal que se quedó boca arriba.
―¡Qué hambre! ―exclamó, metiendo el dedo en el tarro.
―¡No seas guarro, Jacob! ―le regañé, riéndome, pegándole un manotazo en la mano.
Jacob la retiró, carcajeándose, no sin haber conseguido antes su botín.
―Espera, ya sigo yo ―me dijo, chupándose el dedo.
Jake untó el resto de los sándwiches, ya que él no se conformaba con uno solo, y me pasó el mío.
Nos sentamos en la mesa libro y empezamos a comer.
―Dices que me podrías oler a kilómetros de distancia, pero la que te olí fui yo ―le piqué con una sonrisa, después de tragarme mi primer bocado.
―El viento soplaba del oeste, en tu dirección, por eso no me llegó tu efluvio. Si no, ya te diría yo. Te habría sacado del instituto en volandas ―aseveró.
―¿Y cuánto me va a durar esto? ¿Toda la primavera?
Di por hecho que mi celo era en primavera, ya que normalmente es la época de reproducción de la mayoría de las especies, y como era mi primera primavera como adulta, era evidente por qué no me había pasado nunca.
―No tengo ni idea. Puede que solamente sea hoy, o que dure unos días, una semana, dos…, quién sabe ―se encogió de hombros―. Nunca le había pasado a nadie ―admitió, dándole un mordisco a su sándwich.
―¿No? ¿No le ha pasado a ninguno de tus hermanos con sus chicas?
―Ellas son humanas, no tienen instintos lupinos ―me explicó―. Tú, en cambio, sí los tienes. Es lo que hablamos aquella vez de nuestro vínculo, ¿recuerdas?
―Dios, cuando corría por el bosque de camino hacia aquí me crucé con algunos de los chicos ―me acordé, un tanto asustada―. Los demás no podrán olerme, ¿no?
―¿Te persiguieron o algo? ―quiso saber.
―No. Se quedaron mirándome extrañados, eso sí ―le dije, mordiéndome el labio.
―Entonces no.
―¿Seguro?
―Sí, no te preocupes ―se rio―. Si no te han seguido ni han tirado la puerta abajo, es porque tu olor no les atrae. Solo me atrae a mí, porque eres mi hembra, solamente estás vinculada a mí, solo estás en celo para mí ―su sonrisa se amplió, como si esto último acabara de descubrirlo para él también y eso le satisficiera enormemente―. Seguramente ellos ni siquiera pueden notar nada diferente, te huelen igual que siempre, excepto cuando te transformas, claro, que hueles como yo.
Respiré tranquila.
―¿Y a Leah? ¿A ella no le pasa?
―Es estéril.
―Oh ―ya no me acordaba. Claro, si era una loba, era por eso―. O sea, que soy la única hembra que pasa por esto ―interpreté a modo de queja, cogiendo mi vaso de agua para beber.
―Vamos, es muy guay ―sonrió con satisfacción, pegándole otro bocado a su tercer sándwich.
―Sí, sobre todo para ti, no te fastidia ―bromeé―. No es que no me guste, pero no sabes el apuro que tuve que pasar en el instituto. Si esto sigue así, tendré que faltar unos días, no quiero parecer una loca otra vez.
―Tal vez tengas que quedarte aquí mientras tanto, ya sabes, para aliviarte y eso ―sugirió, sonriendo otra vez.
―Sí, claro ―me reí―. A mi padre le iba a encantar. Ya me lo imagino: Oye, papá, que me quedo con Jacob en su casa unos días porque estoy en celo ―teatralicé, gesticulando con la mano como si hablara por teléfono. Jake se carcajeó con malicia y satisfacción, seguramente se estaba imaginando la cara de angustia y horror de mi padre―. No te rías ―le regañé, dándole un manotazo, aunque yo tampoco podía evitar una sonrisilla―. Si el pobre ya tenía bastante con la mutación de mis genes, con mi imprimación, con enterarse de que su hija tiene parte de lobo por mi vínculo contigo y con tener que escuchar nuestros gritos, ahora esto.
―No lo puedo evitar ―siguió riéndose―. Tiene su punto cómico, reconócelo. Todavía me acuerdo de la cara que puso cuando le contamos lo de tu parte lobuna, ya verás cuando se entere de esto ―y le dio un mordisco a lo poco que quedaba de su comida, alegremente―. Lo más seguro es que me mate.
―No te creas, puede que a mí también ―gemí al imaginar la situación que me esperaba en casa.
―Bueno, nosotros no tenemos la culpa de que nos pase esto ―alegó, poniéndose en pie y recogiendo los platos―. Es la naturaleza, el instinto de reproducción, no lo podemos evitar.
―Las otras veces, si no llega a ser por las dichosas interrupciones, lo hubiéramos hecho, y yo no estaba en celo ―le recordé―. Así que no creo que eso le sirva mucho a mi padre ―suspiré, levantándome para ayudarle a recoger―. Y ni se te ocurra decirle eso del instinto de reproducción, se pondría malo.
―Sí, tienes razón ―se rio. Entonces, me miró de arriba abajo mientras yo retiraba las cosas de la pequeña meseta―. ¿Sabes que estás muy sexy con esa camiseta?
―Claro, es tu camiseta ―contesté con una sonrisa.
De repente, el calor y el deseo que me producía su efluvio subió hasta lo incontenible otra vez y mi cuerpo se encendió al instante como la mecha de un explosivo. Era como si todo lo de antes hubiera sido un terremoto y ahora se produjera una réplica.
―No, eres tú ―afirmó con un arrebato de pasión, tirando de mi brazo para pegarme a él.
―Jake…, ha vuelto ―fue lo único que pude decir con un murmullo entre nuestros irrefrenables besos, aunque él me entendió perfectamente.
―Sí, ya lo he notado… ―susurró con ansia, llevando sus manos hasta mi espalda más baja para friccionarme contra él.
Se me escapó un gemido sordo.
―Vamos a la ducha ―propuse con su mismo afán, empujándole hacia la puerta de la cocina―. Así, matamos dos pájaros de un tiro y nos da tiempo a todo antes de que vuelva Billy.
―Buena idea.
Salimos con rapidez de la cocina, sin dejar de besarnos alocadamente. Nuestras ropas se fueron quedando esparcidas por el suelo mientras nos dirigíamos al baño.
Allí, nos metimos en la ducha y terminé ardiendo entre sus brazos, suspirando su nombre de nuevo bajo el agua tibia.

Conseguimos marcharnos de su casa antes de que llegara Billy, no sin algún apuro ni prisas. Tuvimos que ir corriendo hacia el garaje y salir con el Golf vertiginosamente, ya que podíamos escuchar el coche de Charlie acercándose.
Después de esa réplica, ambos volvimos a quedarnos relajados y mi celo bajó de intensidad de nuevo, otra vez lo justo como para poder controlarnos. Aun así, bajamos las ventanillas para que entrara el aire exterior y el vehículo se llenase de otros olores. No lograba tapar nuestros efluvios del todo, pero por lo menos los disimulaba un poco. El aire fresco de la noche azotaba mi pelo mojado y ayudaba a que me refrescase algo.
―¿Qué tal la reunión con el Consejo? ―le pregunté después de poner música en el estéreo.
De paso, me distraía.
―Pues, como te dije ayer, fue más bien para convencerme de ser el jefe de la tribu ―suspiró.
―¿Y tú qué les has dicho?
―Que me lo tenía que pensar ―volvió a suspirar.
―¿Vas a aceptar? ―interrogué, gratamente sorprendida.
Mi rostro alegre se apagó cuando observé el suyo.
―No me queda otro remedio ―resopló con evidente disgusto―. Sam ya les ha dicho hoy que su manada se va a disolver porque se pasan a la mía y que va a dejarlo dentro de unos años.
―Entonces, ¿ya es oficial? ¿Sam y los otros se pasan a tu manada? ¿Y cuándo se van a pasar?
―Mañana ya seremos una sola manada ―me contestó con la misma pesadumbre, apoyando el codo en la ventanilla para revolverse el pelo.
―¿Y cómo vas a hacer con el puesto de segundo al mando?
―Le he estado dando muchas vueltas y al final he decidido que, como es una manada demasiado grande, voy a organizarla en dos grupos ―me empezó a explicar―. Uno lo supervisará Leah y el otro Sam, así no habrá problemas. Pero tampoco quiero que haya separaciones, preferencias o diferencias entre los miembros, ni que se convierta en una competición, tenemos que mantener la unidad de la manada, así que intercambiaré los lobos entre un grupo y otro todos los días. Cada día serán dos grupos completamente diferentes.
―Es muy buena idea ―reconocí con una sonrisa de orgullo por lo listo que era mi chico.
Jacob por fin sonrió.
―¿Verdad que sí?
Me arrimé a él, le di un beso en la mejilla y le cogí del brazo para apoyar mi cabeza en su hombro.
―Sí. Y mi macho Alfa liderará a los veintitrés.
Jake sonrió de nuevo y me dio un beso en el pelo.
No tardamos mucho más en llegar hasta mi casa. Mi novio aparcó delante del porche, como siempre, y nos bajamos para atravesar juntos, cogidos de la mano, el umbral hacia el terrible escenario que nos esperaba en el salón.
Nos sorprendió encontrar solamente a mi madre. Estaba mirando por la ventana, con los brazos cruzados y una expresión de enfado y contrariedad. Mi pulsera comenzó a vibrar, mala señal.
―Ya era hora ―protestó, girándose con precipitación.
Entonces, se fijó en la camiseta de Jacob que me había puesto ―esta con mangas― y le rechinaron los dientes.
La verdad es que debía de tener un aspecto de lo más desastroso, con aquella camiseta que me quedaba enorme, mi falda y descalza.
―¿Dónde está papá? ―quise saber a la vez que dejaba la mochila en el suelo, intentando no hacer caso de su reacción.
Fue peor.
―¡Tu padre se ha tenido que marchar lejos para no tener que escuchar ni ver vuestras calenturientas mentes de la que veníais! ―nos recriminó, cabreada, acercándose a nosotros como una exhalación―. ¡¿En qué estabas pensando, Renesmee?! ¡¿Qué es todo eso de vuestro vínculo, instintos lupinos y tu… celo?! ―escupió el vocablo con trabajo.
―Por lo visto, papá ya te lo ha contado ―observé, enfadada―. Así que creo que ya no tengo que explicarte nada.
―Jacob, ¿puedes dejarnos a solas? ―le pidió, no de muy buenas formas.
―Creo que esto también me concierne a mí ―contestó él,  molesto―. Esto es cosa de los dos.
―Muy bien, ya veo que la quieres defender ―le achacó con rabia.
―Esto no es asunto tuyo ―le reprobé a mi madre.
―Por supuesto que lo es, sobre todo si faltas a clase ―me respondió, irritada. Después, su estado de ánimo subió hasta el histerismo―. ¡¿Cómo se te ocurre marcharte del instituto para… para…?!
―¡Para irme con Jacob, dilo! ―voceé, ya harta.
―¡Para acostarte con Jacob! ―gritó, furiosa, apretando los puños―. ¡¿En qué estabas pensando?! ¡¿Y si te quedas embarazada?!
Jake miró a otro lado y resolló, ofendido.
―No somos tontos, ¿sabes? ―le contestó él.
―Por eso no te preocupes, estoy tomando la píldora ―me vi obligada a confesar para que se relajara un poco, aunque muy enojada.
Relajar, lo que se dice relajar, no fue lo que le produjo exactamente. Más bien se quedó patidifusa.
―¿La píldora? ¿Y cómo…?
―Carlisle me las consigue ―reconocí a regañadientes―. Fui a verle poco después de que papá me pusiera aquel castigo, para consultarle ―y buena vergüenza que pasé―. Me dijo que mi sistema reproductivo funcionaba como el de una humana, así que me hizo una analítica y me las consiguió ―suspiré con cansancio.
―Jacob, ahora sí que quiero que me dejes a solas con mi hija ―declaró, apretando los dientes.
Mi cuero vibró más fuerte.
―No creo que…
―¡Que te vayas! ―repitió con una octava más alta de la cuenta, mirándole con fiereza.
―¡Mamá, te estás pasando! ―me quejé.
―Quiero hablar con mi hija a solas ―fue diciendo cada palabra una por una, con una calma malamente pretendida.
Jacob le clavó una mirada crítica y de clara censura y apretó la mandíbula.
―Te veo mañana ―me dijo.
Me dio un beso corto, volvió a mirar del mismo modo a mi madre y se marchó cabreado, pegando un portazo.
Ni siquiera me había podido despedir de él como es debido, después del maravilloso día que habíamos pasado juntos.
Las dos esperamos a que el rugido del coche se alejara lo suficiente.
―¡Muy bien, mamá! ―bufé, caminando enrabietada por el salón―. ¡Esta vez te has lucido!
―¡¿Adónde te crees que vas?! ―me paró, interponiéndose en mi camino como un rayo―. ¡Todavía no hemos terminado!
―¡Yo creo que sí! ¡Me voy a mi cuarto! ―contesté, bordeándola para pasar.
Tampoco me dejó.
―¡Claro que no! ¡Tenemos que hablar de muchas cosas!
Me crucé de brazos, exasperada.
―¿Como por ejemplo?
―¡¿Por qué estás tomando la píldora?! ¡¿Es que no os servía con otro método anticonceptivo?! ―interrogó, enervada.
Esto era el colmo. Yo ya era adulta y era mi intimidad, ¿hasta en eso se tenía que meter?
―No creo que los condones nos fueran muy útiles ―le respondí con insolencia, ya estaba más que harta―. Y ahora, si me disculpas, me voy a dormir, estoy agotada.
Cuando me disponía a avanzar hacia las escaleras, mi madre me sujetó de la muñeca y me dio la vuelta con fuerza para ponerme frente a ella. Sus ojos se habían oscurecido y me miraban con una furia nerviosa, ansiosa. Mi aro de compromiso aumentó su intensidad, hasta que su vibración se convirtió en algo alocado.
―¡¿Que estás agotada?! ―me voceó, lanzando mi brazo hacia atrás al soltar su amarre con rabia―. ¡¿Tanto lo habéis hecho, que estás agotada?!
―¡No es asunto tuyo! ¡Es mi vida privada!
―¡Contesta! ―me gritó.
Su ira me contagió y la mía salió de lo más profundo de mi ser para presentarse con contundencia. Ya no soportaba sus estúpidos y más que evidentes celos, estos también me estaban infectando, se metían por mis venas como un corrosivo veneno y hacían que yo misma comenzara a ponerme celosa.
―¡¿Qué es lo que quieres saber exactamente, mamá?! ―le espeté, en un tono mordaz―. ¡¿Que Jacob es todo un semental?! ¡¿Que hicimos el amor todo el día y que fue más que increíble?! ¡¿Que un solo roce suyo me vuelve completamente loca?! ¡¿Es eso lo que quieres saber?! ―sus ojos no se movieron de los míos cuando sus dientes chirriaron―. ¡¿O quieres saber todo lo que me hizo sentir?! ¡¿Quieres que también te ponga la mano para que lo veas tú misma?! ―la alcé para fingir que se la iba a plantar en la cara y me la apartó de un manotazo.
―¡Basta, cállate! ―me chilló acto seguido―. ¡Eres una descarada!
―¡Y tú una caprichosa que no sabe lo que quiere! ―le solté. El calor comenzó a recorrer toda mi espalda y no pude evitar el temblor en mis manos―. ¡No te basta solo con papá! ¡A él también lo quieres para ti, pero no te lo dejaré! ¡Ya hiciste tu elección, ahora déjale en paz!
Mi madre se quedó más de piedra de lo que era, aunque su actitud no cambió para nada.
―¡¿Quién te ha contado eso?! ¡¿Jacob?!
―¡Eso no importa! ¡Jacob no es para ti, nunca lo ha sido! ―escupí con ira.
―¡Tú no tienes ni idea! ―me echó en cara, furiosa―. ¡Jacob es mi mejor amigo, siempre lo ha sido y siempre lo será! ¡Es mi Jacob!
Mis puños se cerraron con tanta fuerza, que me crujieron los huesos incluso de las muñecas. Mi sangre ya era azul, fría como un glacial.
―¡Jacob es mío! ―el rugido que escapó al morir la frase retumbó en las paredes de la casa e hizo vibrar los cristales del salón―. ¡Ya te lo dije aquella vez que intentaste atacarle, cuando te enteraste de que se había imprimado de mí! ¡Te lo dejé bien claro! ¡Te dejé bien claro que siempre había sido mío! ¡No es tuyo, nunca lo ha sido!
El rostro de mi madre se convirtió en un collage de expresiones al ver mi transformación. Seguía enervada, sin embargo, sus pies empezaron a recular un tanto cautos.
―Tu olor… ―reparó, extrañada― es igual que el suyo…
A mí el de ella me quemaba al pasar por mi orificio nasal, en realidad, todo apestaba por todas partes, pero mi cerebro estaba demasiado ocupado ahora mismo como para pararse a hacerle caso a esa sensación.
―Él nació para mí y yo nací para él ―seguí, calcando las muelas con rabia―. Eres tú la que no tiene ni idea de nada. Nuestro vínculo es infinitamente fuerte y poderoso, nadie nos separará jamás. Estamos imprimados y enamorados, y lucharía por él con quien fuera, incluso contigo, aunque no me haría falta, porque no habría lucha, él ya es mío, así como yo soy suya.
―Las personas no pertenecen a nadie ―rebatió con enfado.
―Eso ya lo sé, sabes perfectamente a qué me refiero.
―Yo no quiero separaros, si es eso lo que insinúas ―alegó, irritada.
¿No? Pues mi pulsera no dejaba de decir lo contrario.
―¿Y por qué no puedes alegrarte por nosotros? ―le acusé―. ¿Por qué cuando te dije que nos íbamos a casar, no pudiste alegrarte por mí y darme la enhorabuena? Soy la mujer más feliz del mundo con él, ¿no te hace feliz eso a ti también?
―Por supuesto. Eres mi hija y ante todo quiero tu felicidad, eso es lo más importante para mí ―me aclaró, ahora más calmada―. Y te doy mi enhorabuena sincera. Siento no haberlo hecho antes, pero tienes que entender que las cosas han pasado muy deprisa y que me ha chocado, eso es todo. Quiero lo mejor para ti y sé que no hay nadie mejor que Jacob.
Sí, seguro que eso lo sabía muy bien.
―Si lo que dices es verdad, no comprendo por qué te molesta tanto que esté con él ―le achaqué sin cortarme un pelo.
Me entendió mal, o tal vez se hizo la tonta.
―No me molesta, es que lo abarcas todo para ti sola ―me criticó, malhumorada―. ¿No te das cuenta de que Jacob es una de las personas más importantes de mi vida? A mí también me gustaría pasar tiempo con él.
―Podemos pasar tiempo juntos, solamente tienes que decirlo.
―Me refiero a solas.
Mis cejas se arquearon y mi boca se quedó colgando cuando mis pulmones exhalaron el aire sin poder creérselo.
―¿Cómo dices?
―Ya sé que tú quieres estar con él a todas horas, pero podrías sacrificarte un poco y dejar algo para mí ―propuso sin pestañear.
―¿Y entonces qué quieres, que lo compartamos? ―interrogué, indignada.
―Pues sí ―reconoció.
¿Compartirlo? ¿Me estaba tomando el pelo? Que me llamasen ultraegoísta, pero no, no estaba dispuesta a compartirlo con nadie, y mucho menos dejarle a solas con Jacob, sabiendo que todavía sentía algo por él. Ni qué decir tiene que me fiaba de Jake al cien por cien, sin embargo, no podía decir lo mismo de ella, algo, incluida mi pulsera, me decían que no lo hiciera. Además, me negaba a perder ni un minuto más del necesario de mi larga vida sin él, para mí era imposible. Ya había tenido suficiente con aquellos agónicos cuatro meses.
―Sabes que no voy a hacer eso ―le contesté con severidad.
―Es mi mejor amigo, yo también tengo derecho a estar con él ―me estampó en la cara.
―Es mi prometido, yo tengo más derecho ―le repliqué, molesta.
Usé el vocablo prometido, que sonaba más contundente.
―Era mi mejor amigo incluso antes de que tú nacieras ―rebatió con obstinación.
Mis pulmones volvieron a hacer lo mismo que antes.
―¿Para qué quieres estar a solas con él? No lo entiendo ―exigí saber, observándole enojada. Me dio la callada por respuesta y su mirada osciló del suelo a la ventana. Apreté los puños de nuevo―. Las cosas han cambiado, mamá. Jacob es mío, tienes que aceptarlo de una vez.
―Te repito que las personas no pertenecen a nadie, por muy imprimadas que estén ―aseveró, mirándome fijamente a los ojos.
―Y yo te repito que no te lo dejaré ―reiteré, rechinando los dientes mientras también le clavaba la mirada con desafío.
―Tranquila, no te lo voy a quitar ―se defendió ella, riéndose, en un tono irónico que no me gustó nada.
―Desde luego que no, de eso estoy completamente segura ―le respondí, levantando la barbilla con convicción.
La sonrisa se le borró de la cara al instante.
―Yo estoy muy enamorada de tu padre. Jacob solo es un amigo para mí ―declaró.
―Entonces, ¿por qué me das explicaciones? ―le imputé.
Se quedó en silencio una vez más.
Resollé por la nariz y empecé a caminar hacia las escaleras, cansada del tema. Era una tontería seguir discutiendo con ella de este asunto, igual que rebotar una pelota en la pared sin parar. Ella no iba a reconocer nada y, a decir verdad, yo tampoco quería que lo hiciera.
―¿Adónde vas? ―me preguntó con el ceño fruncido.
Me paré en el segundo escalón y me di la vuelta para mirarla sin ganas.
―Tengo que beber sangre para volver a transformarme ―le expliqué de igual modo―. El día que hablé con Carlisle también me enseñó las reservas de sangre que tiene guardadas, por si acaso había una emergencia como esta.
―Ah.
―Así que si me disculpas, me voy a cenar ―exhalé, inapetente.
Mi pie subió otro peldaño, pero de repente me acordé de algo y volví a girarme.
―Por cierto, estos días faltaré a clase. Mientras me dure esto del celo no puedo ir.
Para mi asombro, parece ser que le hizo mucha gracia.
―¿Tan fuerte es? ―se rio, sin poder disimularlo.
Desde luego, yo no estaba de humor para bromas, estaba muy enfadada y disgustada, pero su risa sincera y descontrolada me contagió sin querer y terminé sonriendo un poco yo también. Además, mi pulsera había dejado de vibrar. Aleluya.
―No te rías, no tiene gracia ―le regañé con el labio inevitablemente curvado hacia arriba―. No veas qué mal lo he pasado hoy en clase.
Mamá carraspeó para ponerse seria.
―Lo siento, ya me lo imagino ―se le escapó la risa otra vez y puso la mano en la boca para disimular―. Otra vez, llévate una bolsa con hielo en la mochila.
―Muy graciosa ―le respondí con retintín.
Subí otro peldaño y mi madre apareció a mi lado como por arte de magia.
―Espera ―me paró, cogiéndome del hombro.
Me giró y me dio un fuerte abrazo que me pilló totalmente desprevenida y que me dejó fuera de combate por completo, tanto, que por un instante volví a notar esa complicidad que siempre había tenido con mi madre y que ya empezaba a echar de menos cada vez con más frecuencia, aunque no soportaba su olor y el de la casa, seguían quemándome la nariz. Aun así, no pude evitar que se me aferrara un nudo a la garganta. Sí, la echaba mucho de menos. Me hubiera gustado llegar a casa y poder contarle mis confidencias, como hacíamos no hace tanto tiempo, contarle lo mucho que amaba a Jacob, lo feliz que era a su lado, lo importante que había sido este día para mí, incluso lo increíble y mágica que había sido mi primera vez. Pero no podía hacerlo.
―Tienes que perdonarme por enfadarme tanto antes ―murmuró en mi hombro, sacándome de mis pensamientos―. Ya sé que siempre te digo lo mismo, pero has crecido tan rápido…
―Mamá… ―resoplé.
―Sí, lo sé, lo sé ―suspiró―. Ya eres toda una mujer, de eso no hay duda.
Se quedó un minuto en silencio y, entonces, para mi disgusto y el de mi aro de cuero, inspiró el efluvio que emanaba mi cabello disimuladamente. Se suponía que mi olor tendría que parecerle muy desagradable, como a mí me lo estaba pareciendo el suyo en estos momentos, en cambio, lo inspiraba con ganas, creyendo que yo no me estaba percatando de nada. En lo que no caía ella es que, con mi transformación, todos mis sentidos estaban todavía más agudizados, incluido el oído.
Después, tomó aire y habló de nuevo.
―Sobre lo de compartir a Jacob… ―notó cómo mi cuerpo se ponía tenso entre sus brazos―. Lo comprendo ―se limitó a manifestar.
No dije nada. No quería volver a la discusión de hacía un rato, y se me había acumulado tanta tensión por lo de antes, que empezaba a tener sed. Además, ya no podía seguir soportando aquella peste por más tiempo, tenía que transformarme y volver a mis olores de siempre. Ahora me daba cuenta de lo mal que lo tenía que pasar Jacob al tener que estar en esta casa tanto tiempo, no sé cómo había podido soportarlo todos estos años. Lo que hace el amor…
―Bueno, me voy a cenar mi sangre ―aproveché para usar de excusa, y me separé de ella por fin―. Empiezo a sentirme algo débil.
―Lo siento ―murmuró con voz queda y sus ojos, otra vez dorados, rebosantes de tanta culpabilidad que se me clavaron en el corazón.
Mi pulsera de color rojizo dejó de vibrar otra vez, iba a terminar loca perdida, como yo. En ese instante, supe con certeza que no me estaba pidiendo perdón por haber provocado mi transformación, que era lo que ella quería fingir ―mamá mentía realmente mal―, lo estaba haciendo por seguir sintiendo algo hacia Jacob. Toda mi alma se llenó de un sentimiento agridulce. Estaba muy enfadada, dolida e indignada por eso, sí, y por sus celos sin sentido; sin embargo, también sabía que estaba luchando consigo misma para evitarlo y eso me hacía tener lástima por ella. No, no podía contarle ninguna confidencia respecto a Jacob. No quería herirla, era mi madre y la quería con locura. Ella había entregado su vida por mí, había luchado contra viento y marea para tenerme, a pesar de la oposición de todo el mundo, incluidos mi padre y el propio Jacob. Empecé a sentirme muy incómoda, culpable y todo. Muy bien, Nessie…
―No importa ―le contesté con una sonrisa, en un intento de quitarle hierro al asunto para ambas―. Yo también tengo la culpa, soy muy impulsiva ―la suya fue un tanto desvaída, reflejo fiel de sus sentimientos encontrados―. Bueno ―carraspeé―, voy a cenar y después ya me voy a la cama, así que hasta mañana.
―Hasta mañana, hija ―me sonrió de igual modo.
Mis piernas empezaron a subir las escaleras.
―Cielo ―me llamó. Me di la vuelta para mirarla, preguntándome qué era lo que quería ahora―. Me alegro mucho por ti ―y me mostró una de las mejores y más sinceras sonrisas de regocijo que había visto nunca en su impoluto rostro.

(PARÉNTESIS)
BELLA

A medida que mi hija iba subiendo las escaleras, mi terrible angustia y tormento iban aumentando.
Esperé hasta que ella entró en el despacho de Carlisle y escuché la puerta cerrarse, para sentarme en el sofá. Era una estupidez, pero necesitaba hacerlo, como si esa necesidad típicamente humana también quisiera acompañar al resto de sensaciones mortales que me invadían y se empeñara en hacer acto de presencia.
¿Por qué había hecho eso tan horrible? ¿Por qué no había podido detenerlo? ¿Es que esto no iba a parar hasta que no terminase de destruir todo lo que más amaba? ¿Es que tenía que herir a todo el mundo? ¿A mi marido? ¿A mi propia hija? ¿Incluso a Jacob?
Odiaba este absurdo comportamiento, pero era incapaz de pararlo, no podía detenerlo ni controlarlo, era imposible. Era peor que la sangre. Ese fuego rabioso explotaba y me dominaba.
Su olor aún estaba por la estancia. Esa nube invisible flotaba con un movimiento imperceptible, casi se había quedado estanca en el ambiente. Di gracias a Dios de que mis ojos estuvieran exentos de la obligación de ser tapados por los párpados, porque si los bajaba ahora mismo, todavía podía verlos a ellos dos, juntos. Juntos.
No pude evitar que me rechinaran los dientes.
Me incliné hacia delante y mis manos se mezclaron con mi cabello para encerrarlo entre sus dedos. No podía salir de esta espiral en la que me veía encerrada, me sentía completamente perdida. Era un agujero negro que me envolvía, un pozo oscuro lleno de miedos, confusión, dudas, y esos recuerdos de mi vida humana, vagos aunque dulces recuerdos, que me flagelaban y me sumían más en ese pozo.
Dulces recuerdos. Mi infancia junto a Renée, mis días de vacaciones en Forks con Charlie, y Jacob, mi Jacob… Mi sol…
Sumida en esta oscuridad, ahora necesitaba ese sol más que nunca, necesitaba su luz y su calor. Cómo lo echaba de menos. Creía que esa dependencia se había esfumado, pero desde que Renesmee había crecido, desde que me había envuelto esta repentina y negra espiral, esa dependencia había regresado con más fuerza que nunca. Todo había regresado.
No entendía por qué era así, qué me estaba pasando. Esta espiral era como una regresión al pasado, me envolvía y me llevaba hacia atrás una y otra vez, como una ola que te sumerge continuamente y no te deja salir a la superficie. Llenaba mi cabeza de interferencias, unas interferencias que traían los recuerdos de mi vida humana, clavándomelos a fuego para obligarme a sentirlos de nuevo. Y todo había empezado hace seis años, después de la visita de los Vulturis, cuando Renesmee me había dejado ver sus verdaderos sentimientos hacia Jacob, aun siendo tan pequeñita.
Yo no le había hecho mucho caso, lo cierto es que en aquel entonces no me afectó lo más mínimo. Lo que no me imaginaba es que eso solo habían sido unas pequeñas gotas, había sido la primera chispa del rayo. La verdadera tormenta había estallado ahora, cuando ella había crecido y me había dado cuenta de lo que eso suponía; de lo que eso suponía a todos los niveles, porque no eran solamente estos extraños sentimientos hacia Jacob lo que me perturbaba y me angustiaba.
Todo se me había juntado.
Para empezar, estaba eso mismo, el crecimiento de mi hija. Siempre habían existido otras posibilidades, desde luego, pero yo sabía que Jacob y ella terminarían juntos cuando eso sucediera. Y siempre me había preocupado Jacob en este asunto, en cómo le afectaría a él una separación de Renesmee, porque algún día íbamos a tener que marcharnos de Forks. Lo que no me imaginaba es que la que iba a tener que sufrirlo iba a ser yo. Porque siempre di por hecho que mi hija y yo ―y Edward, por supuesto― íbamos a estar juntas para siempre, y jamás se me pasó por la cabeza que ella pudiera estar imprimada también y que se fueran a quedar en La Push. Yo entendía su decisión perfectamente, claro está, Jacob también se debía a su manada, a su tribu, él era el jefe de la tribu legítimamente, y la decisión de Renesmee me parecía la más adecuada. Además, cuando me había dado la noticia, se me había venido el mundo encima, pero ahora, pensándolo más en frío, me daba cuenta de que el querer que ella se viniera era algo egoísta por mi parte. Porque nosotros teníamos que mudarnos continuamente para evitar las sospechas, pero ella podía llevar una vida más normal, en un sitio fijo, en el que formara un hogar, una familia. Sin embargo, y a pesar de todos mis intentos, no podía evitar que el tema me afectase. Egoístamente, sí, me resultaba muy duro el entregársela a Jacob y tener que separarme de ella. Esto era una de las elipses de la espiral.
Otra elipse era mi madre. Renée me llamaba todos los días y no hacía más que preguntarme por qué no nos veíamos, por qué no iba a verla en el Día de Acción de Gracias, o en Navidad, por qué no íbamos a pasar unos días con ella y Phil en verano, por qué siempre le ponía excusas para que ellos no vinieran por aquí, por qué no sabía dónde vivíamos. Y esto me dolía profundamente, porque la añoraba, la echaba muchísimo de menos, pero no podía acceder a sus peticiones. Y desde que Renesmee había crecido y me había dado cuenta de que nos íbamos a tener que separar, no podía evitar sentirme identificada con mi madre, con lo que ella tenía que estar sufriendo, con la de preguntas que debía de estar haciéndose, con lo que me tenía que estar echando de menos. Me sentía tan culpable por eso…
Y no solo por ella. Ahora también tenía que dejar a Charlie atrás y eso me producía una desazón enorme, otra elipse más. Sabía que Sue cuidaría muy bien de él y que lo haría feliz, desde que estaban juntos mi padre era otro. Sin embargo, también sabía que él me echaría mucho de menos y que siempre estaría preocupando por mí. Y el hecho de que supiera tantas cosas, aunque no del todo concretas, no ayudaba nada, encima, eso le ponía en peligro.
Últimamente, mi mente no hacía más que pensar que mi tiempo con ellos se agotaba cada día sin que yo pudiera hacer nada para remediarlo. Cada día, cada hora, cada minuto, los perdía un poco más. Porque ellos seguían envejeciendo y algún día dejarían este mundo. Por supuesto, ellos iban a hacerlo igualmente siendo yo humana o vampiro, pero todo adquiría un matiz diferente. De Charlie sí podría despedirme, decirle todo lo que le quería, cuidarle si se diera el caso, incluso pedirle perdón por haber hecho esta elección. Sin embargo, tal y como estaban las cosas, no podría hacer eso con Renée. Algún día yo tendría que dejar de contestar a sus llamadas, llegaría un momento en que no podría disimular mi joven voz, evitar sus peticiones de fotos y de webcam, ya no me quedarían coartadas, y tendría que desaparecer para ella. Renée se pasaría toda la vida buscándome, de eso estaba completamente segura, yo era su hija, su única hija. Yo haría lo mismo con la mía. Y yo ni siquiera iba a poder despedirme de ella cuando se fuera de este mundo, pedirle perdón. Esto flagelaba mi corazón profundamente.
Ya sabía que no iba a ser fácil, pero con la madurez de Renesmee empezaba a ver de verdad las consecuencias de mi elección, de mi transformación, eso de lo que Edward me había advertido tanto y de lo que había querido alejarme. Sin embargo, también sabía que esta elección me había hecho feliz, porque, aun con todas estas cosas, dudas, temores y confusiones, era lo que quería y seguía siendo feliz. Y no solo por eso. Si yo no hubiera hecho esta elección, me hubiera muerto, no hubiera podido vivir sin Edward, lo sabía, habría acabado volviéndome loca, o habría terminado muerta en vida, y eso les hubiera hecho más daño a ellos.
Pero otra elipse más se sumaba a las anteriores. Y esta era terrible. Mi hija, mi propia hija, fallecería algún día. Tan solo pensar en la palabra, ya helaba a mi pobre corazón. No sabía si eso podría soportarlo. Sobrevivir a un hijo es lo más duro que puede pasarte en la vida, aunque en este caso fuera una muerte natural. Otra vez mi corazón sufrió un calambre. Y no solo eso. Jacob, mi Jacob, ¿qué haría él cuándo eso ocurriese? Se quedaría destrozado, puede que él… No, no quería ni pensarlo tampoco.
Jacob, él era el núcleo de la espiral. Y esto era lo peor de todo, porque ya se veían implicadas directamente las dos personas que más amaba del mundo. Edward y Renesmee. Creía que todo aquello que había sentido hacia él en mi vida humana solo había sido fruto de mi debilidad como mortal, que todo había acabado con el nacimiento de Renesmee. Y podía sentirlo. Podía sentir que ese vínculo que había tenido con Jacob, esa necesidad de tenerle cerca, esa dependencia, ya no existía desde entonces. Pero ahora no sabía lo que me estaba pasando, esta espiral me hacía sentirlo de nuevo, no podía evitarlo. Me sentía como si hubiera estado enferma, me hubiese curado, y ahora la enfermedad me hubiera hecho recaer de nuevo. En él se había centrado toda esta espiral, y eso sí sabía a que se debía. A Renée no la veía, solo hablaba conmigo unos minutos al día por teléfono, eso hacía que lo sobrellevara mejor, y Charlie no parecía estar llevándolo tan mal por el momento; pero a Jacob tenía que verle todos los días, y tenía que enfrentarme a esos sentimientos de frente, y sin quererlo, sin poder evitarlo, tenía que soportar estos estallidos continuamente, haciendo que me hundiera más en ese pozo oscuro. Que Jacob fuera el núcleo de la espiral hacía que se produjera un bucle extraño. Por una parte, él estaba dentro de ese pozo, junto al resto de sentimientos; sentimientos humanos que me hacían sentir esa dependencia hacia él, Jacob era una de las razones de esta negra espiral, pero por otra, a su vez, esa misma dependencia hacía que le necesitara junto a mí para salir de esta oscuridad. Era la pescadilla que se muerde la cola.
Me odiaba a mí misma, sí, me asqueaba todo lo que sentía, por muchas razones, pero sobre todo por Edward y por mi hija.
Edward.
Mi marido, el amor de mi vida, una de las razones de mi existencia.
No podía seguir ocultándoselo, eso me estaba matando. Odiaba esconderle nada. Lo había hecho para que él no sufriera, para evitar que su mirada se tiñera de angustia y tristeza innecesariamente, para no tener que enfrentarme a unos ojos llenos de desengaño que helarían mi alma y la dejarían aún más desolada. Porque yo no quería verle sufrir. Él no se merecía eso. Pero esto ya se estaba alargando más de la cuenta y Edward ya empezaba a sospechar algo, y yo no podía más. En realidad, creo que ya lo sabía todo, me conocía demasiado bien. Y aun así, seguía sin decirme nada para no herirme a mí. En vez de eso, me alentaba con sus silencios respetuosos, con sus abrazos de comprensión, con sus tiernos besos, y esas preciosas pupilas que siempre me observaban sin un atisbo de rencor, enfado o dudas hacia mí, sino que desbordaban confianza, alianza y amor, ante todo amor. Amor sin reservas, sin condiciones.
No me lo merecía. No me merecía ese amor.
¿Es que mi sino era el terminar haciéndole daño siempre? Él no se merecía esto. Otra vez. Otra vez le estaba haciendo daño, otra vez tropezaba con la misma piedra. Y todo era por esta espiral que había desempolvado esos sentimientos de nuevo. Pero esto no dejaba de ser otra prueba más del destino, otro examen a nuestro infinito amor. Una prueba de tantas a las que nos tendríamos que enfrentar, porque nunca me había dado cuenta de que el amor no solo cuesta conseguirlo, también hay que superar los obstáculos que se presentan en el camino para mantenerlo vivo. Creía que al transformarme todo sería fácil, que ya no habría ninguna barrera entre nosotros, pero me equivocaba. La vida iba a estar llena de obstáculos que tendríamos que sortear juntos. Sin embargo, todo esto no hacía más que afianzar mi amor por Edward, porque, aun pasando todo esto, aun sintiendo todo esto, lo tenía tan claro. Si me dieran a escoger mil veces, mil veces que le escogería a él, un millón de veces, un billón de veces. Siempre a él. Para siempre. Eternamente. Y sabía que esto que me estaba pasando, esta espiral, esta caída a este agujero negro, era temporal. Otra prueba más, otra prueba que venceríamos juntos.
Y otra vez mi hija. Renesmee.
La otra razón de mi existencia, ella era parte de mí. Mi única hija.
A ella también la echaba tanto de menos. Mi pequeña, mi niña. ¿Cómo podía hacerle algo así a mi niña? Era una persona horrible, una mala madre. Extrañaba tanto esa complicidad que siempre había existido entre nosotras, y todo lo estaba estropeando yo. Si supiera lo feliz que me sentía por ella, verla a ella feliz, me hacía feliz a mí también. Y por Jacob. Él seguía siendo mi mejor amigo, sabía que no habría nadie mejor para él que ella, ni nadie mejor para ella que él,  nadie iba a amarla como lo hacía él. Ellos habían nacido para estar juntos, eso lo sabía yo mejor que nadie. Y después de todo lo que había sufrido él, me sentía feliz porque por fin hubiera encontrado su alma gemela, su amor verdadero. No sé si hubiera soportado que se hubiese imprimado de otra, pero con Renesmee era distinto. Porque ella sí se lo merecía, se merecían mutuamente, estaban hechos el uno para el otro, solo había que ver cómo se miraban, con esa adoración mutua. Verlos juntos me hacía feliz. Sí, realmente me hacía feliz.
Entonces, ¿por qué me comportaba así? ¿Por qué estaba feliz por ellos y a la vez no podía evitar sentir esto otro? Siempre me daban esos ataques repentinos que no era capaz de controlar por culpa de esta oscura espiral que me atacaba; me cubría esta nube negra que llenaba mi cerebro de interferencias y hacía regresar todos mis recuerdos de mi vida humana, me obligaba a sentirlos, a añorarlos…, y cuando eso sucedía, mi rabia estallaba y lo estropeaba todo. Todo.
Cuando esa bomba explotaba, yo no era yo. Era como si saliese otra personalidad distinta de lo más profundo de mis entrañas y dominara a mi verdadero yo, haciéndome actuar de esa forma tan extraña y horrible sin que pudiera hacer nada para evitarlo. Me sentía como si estuviese poseída, como si me estuviese volviendo loca. A veces creía que me lo estaba volviendo de verdad.
Todavía no entendía por qué era así, pero esto sí lo veía: ese yo extraño era mi yo humano, solo que mezclado con otros ingredientes que lo hacían más egoísta y rabioso, y este yo humano hacía que lo que había sentido por Jacob en aquel entonces regresara ahora. Era como si estuviese reviviéndolo de nuevo, solo que peor, porque al verle junto a Renesmee saltaba la hebilla de la granada y explotaban todos esos celos absurdos y miserables, inexplicables, deplorables.
Ahora también me daba cuenta de las barbaridades que había hecho en estos meses. Mis absurdos y egoístas celos habían llegado a un punto tal, que incluso había intentado separarla un poco de Jacob. ¿Cómo había hecho algo tan ruin y mezquino? Me sentía tan mal, tan culpable por eso, porque ellos sufrieran por mi culpa. Por supuesto, nunca había querido que se separasen físicamente, ni como amigos, sabía que eso era imposible, y yo jamás habría querido algo así, pero tenía que reconocer que sí evitar que Renesmee estuviera con él, que llegaran a algo más. Aquella vez había sido la primera que había escuchado de su boca que lo quería, que lo amaba con toda su alma… No sé qué me había pasado, supongo que la granada explotó un poco en cierto modo.
¿Por qué me daban esos arrebatos incontrolados? ¿Por qué antes me había detenido a oler a mi hija cuando le iba a pedir que me lo contara todo, como hacíamos no hace tanto tiempo? Me hubiera gustado saber lo feliz que se sentía, lo mucho que amaba a Jacob, lo feliz que era a su lado, lo importante que había sido este día para ella, incluso que me contara cómo había sido su primera vez… Y no sentir todo esto que me estaba torturando. Esto que también la dañaba a ella y que nos alejaba cada vez más. No podía dejar de sentir que la estaba fallando, ahora que más me necesitaba, en su adolescencia, esa época de su vida tan importante que no volvería jamás…
Otro recuerdo se clavó en mi mente, pero este no era dulce, este se insertó con ferocidad y dejó mi alma congelada.
Ese recuerdo no era sino ese espantoso recordatorio que últimamente se repetía en mi cerebro una y otra vez. Nunca le había dado importancia, pero ahora tenía tanta. Ese recordatorio me decía que yo no volvería a tener más hijos, nunca más, jamás. Nunca más tendría otra oportunidad en toda la eternidad. Ahora comprendía a Rose, aunque mi caso era diferente al suyo, ya que, por lo menos, yo había tenido una hija. Sin embargo, Renesmee había crecido tan extremadamente rápido, que había disfrutado muy poco de ella, no lo había saboreado, no me había dado tiempo a nada, a nada.
Ese fuego incontrolado comenzó a quemarme las venas, como ya venía siendo habitual. Sentí envidia de ella. Ella sí podía tener hijos, su parte humana hacía que su sistema reproductivo funcionara bien. Y ella los tendría, con Jacob… Algún día ella y Jacob serían… papás… Todas las veces que quisieran…, niños, varones, que crecieran a un ritmo humano…, y niñas que lo harían rápidamente, pero podían tener tantas…, las que quisieran… Y yo… Yo no… Yo solo había tenido seis cortísimos años…
Ese violento vértigo se apoderó de mí y me vi inmersa en esa negra espiral de confusión, dudas, aturdimiento, angustia, recuerdos y caos. Casi me parecía que era literalmente, tal eran los mareos que me daban. Mis dedos oprimieron mi cabello todavía con más fuerza y un leve gemido de dolor se escapó por mi garganta.
¿Cómo podía tenerle envidia a mi hija? ¡A mi propia hija! A lo que más quería del mundo, por la que daría mi vida sin pensarlo ni una décima de segundo. ¿Cómo podía hacerle esto a Edward? ¿Cómo podía amar a Edward como lo amaba, y a la vez seguir teniendo estos estúpidos sentimientos hacia Jacob? ¿Por qué me invadían esos sentimientos, si ya no era humana? Yo era un vampiro. ¡Un vampiro!
Me odiaba, me odiaba. No me reconocía, no me encontraba, ¿dónde estaba yo? Yo no era esa. ¡No era esa!
Odiaba esta espiral. La odiaba con todas mis fuerzas.
Basta, basta, ¡BASTA!
Alcé mi cabeza con determinación.
No volvería a hacerle daño a Edward, ni a Renesmee, JAMÁS.
Tenía que acabar con esto de una vez. Y solamente había una manera. Ya lo había intentado, pero Renesmee no me había dejado. Sin embargo, no había otra forma. Aunque los métodos fueran un poco sucios y dolorosos, tenía que hacerlo, por ella y por Edward.
Jacob era el núcleo de la espiral. Si liberaba todos estos sentimientos y emociones, podría dejarlo todo atrás, me desbloquearía y podría empezar a escalar hacia fuera del pozo. Necesitaba sacarlo todo fuera. TODO. No sabía si sería capaz de mantenerme entera, de controlarme, de detener esta explosión de fuego que sacaba a ese yo extraño y me obligaba a hablar y actuar con arrebato, pero tendría que ser fuerte, tenía que hacerlo. Por Edward y por Renesmee.
Tenía que salir de esta espiral. Y solamente había una manera.


(FIN DEL PARÉNTESIS)


HUIR

Estaba agotada, sin embargo, me costó mucho conciliar el sueño. Aparte del tema de mi madre, sufrí unas cuantas réplicas y tuve que levantarme varias veces para darme unas duchas bien frías y, aun así, no era a quitarme el calor del cuerpo.
No obstante, eso no hizo que mi felicidad se borrase de mi cara. Me pasé ese desvelo pensando en Jacob, en el día tan increíble que habíamos pasado juntos, en su poderoso cuerpo perfecto, en todo lo que me había hecho sentir… Creo que eso también contribuyó a que mi celo regresara con ganas.
Tanto, que hasta en mis sueños era incapaz de reprimirme. Me desperté sofocadísima, me destapé del todo y agarré la tapa que había arrancado de una libreta y que había dejado en la mesilla para abanicarme. La agité con brío, intentando lanzar el poco aire que provocaba hacia la cara. La fuerte lluvia repiqueteaba en la cristalera; eso, y la monótona música que provocaba al chocar contra la vegetación y la tierra de fuera, era lo único que se oía.
Entonces, la tapa se me resbaló de la mano y cayó sobre el colchón cuando escuché un portazo y las alteradas voces de mis tías.
―¡¿Qué haces aquí?! ―protestó Rosalie.
―¡No, Jacob! ―gritó Alice.
―¡Maldito chucho! ¡¿Adónde te crees que vas?! ¡¿Es que quieres que Edward te mate?!
No escuché su voz. Lo siguiente que sonó fueron unos pies descalzos subiendo los últimos escalones a toda prisa y acercándose por el pasillo, mezclados con los pasos y las quejas de mis tías. Mi aliento comenzó a salir agitado y emocionado.
Me levanté de un salto y no me dio tiempo a más. La puerta se abrió con un movimiento enérgico y Jacob apareció tras ella. Estaba completamente empapado, esos pantalones cortos de color gris claro que le había regalado hacía un mes ahora eran de un gris oscuro, y el agua le goteaba de los mismos y del pelo. Su mirada era más penetrante que nunca y su olor era tan fuerte como por el día.
No vaciló en ningún momento, y yo tampoco. Antes de que a mis tías les diera tiempo a levantar otro pie para detenerle, cerró de un portazo y dio una zancada en mi dirección; yo me abalancé a sus brazos, con tanto empeño, que estampé su espalda en la pared.
Mientras nos besábamos con auténtico ardor, sus manos se pegaron a la parte posterior de mis muslos. Estaban mojadas, como todo él, pero eran tan calientes como siempre. Escalaron hacia arriba con ansia, levantando mi camisón de algodón, y cuando llegaron a su objetivo, me friccionó contra él. Ninguno de los dos pudo evitar que su garganta dejara escapar un gemido sordo. Pero yo quería más, me pegué bien a él y volví a friccionarme varias veces, completamente desbocada. Los fuertes jadeos se escaparon de nuevo y sus dedos se clavaron en mi piel con avidez.
Mis manos soltaron su pelo y descendieron por su pecho, acariciándolo con vehemencia a su paso, hasta que llegaron al cierre de su pantalón. Entonces, se separó de mis labios.
―Espera ―me paró, respirando a cien por hora―. Aquí no.
Me tomó de la mano y se despegó de la pared, llevándome con él. Abrió la puerta con el mismo brío que había puesto para abrirla y la atravesamos a toda velocidad.
Mis tías, que todavía se encontraban en el pasillo, se habían quedado totalmente desconcertadas, bloqueadas, no sabían qué hacer. Hasta que Alice reaccionó y comenzó a seguirnos por las escaleras.
―No vayas ―me pidió, poniéndose a mi lado e implorándome con sus ojos dorados muy abiertos―. Les prometí a tus padres que te vigilaría y que no saldrías de esta casa.
―Lo siento, Alice. Tengo que ir ―y la esquivé para seguir avanzando por el salón con Jacob.
En cuanto atravesamos la puerta, Jake me soltó, pegó un salto hacia delante, salvando los escalones del porche, y se transformó en pleno vuelo, dejando sus pantalones hechos trizas. Aterrizó en el suelo y se echó para que le montara.
Moví el pie y Alice me agarró del brazo para detenerme.
Mi Gran Lobo se levantó y se agazapó para colocarse en una postura amenazadora mientras ya profería un rugido estremecedor que agitó hasta las hojas de los árboles. Se quedó observándola, resollando por la nariz con furia y mostrando su implacable y mortífera dentadura diseñada para matar vampiros. Su mirada era tan agresiva, que hasta Alice prefirió no jugársela y me soltó.
―Lo siento ―repetí, y salté las escaleras del porche a la vez que él se echaba de nuevo en el suelo para que le montase.
―¡Nessie! ―gritó a mis espaldas con lamento.
Pegué otro brinco y me subí a su lomo, agarrándome bien a su pelaje empapado.
―¡No puedes hacerme esto! ―se quejó cuando Jake ya iniciaba la carrera―. ¡Tus padres me van a matar!
Pero ya no la escuché. La tremenda velocidad ya hacía que el viento y la lluvia me azotaran por todas partes y no podía oír otra cosa que su zumbido y el del paso de los árboles a nuestro lado. Me incliné sobre Jake y él aumentó el galope.
Nos escapamos del territorio de mi familia y respiré tranquila cuando por fin pasamos a los límites del bosque de La Push, ya que, seguramente, mis padres habrían oído el rugido de mi lobo. Jacob continuó corriendo durante otro rato, hasta que disminuyó la velocidad y se detuvo en un rincón que parecía bastante apartado y escondido.
Me bajé de su lomo y me quedé de pie, esperando a que adquiriera su forma humana, bajo aquella intensa lluvia. Lo hizo rápido y no perdió el tiempo.
Hicimos el amor con ganas, allí mismo, sobre ese lecho de hierba, hojas y tierra mojada, con el agua chorreando sobre nosotros. No me importaba nada más, no había nada más, lo único que podía sentir era a Jacob, su ardiente cuerpo moviéndose sobre el mío con pasión, con deseo, con amor. Mis manos y mi garganta suplicaban que no parase jamás; las primeras, deslizándose frenéticamente por todo su cuerpo, por su pelo empapado y escurridizo, clavándose en su piel con ansia; la segunda, implorándolo a cada instante en su boca, pegada a la mía unas veces, recorriéndome entera otras. Solo quería seguir sintiéndole dentro de mí, seguir sintiendo sus manos acariciando todo mi cuerpo y aferrándose a mi pelo, su piel de fuego prendiendo la mía también candente, su ardiente e impetuoso aliento mezclándose con el mío, sus besos, la hechizante y vertiginosa energía bailando a nuestro alrededor, creciendo a cada instante, guiándonos, atrayéndonos aún más, la magia, su alma y mi alma uniéndose de nuevo por fin, las lágrimas, el clímax…

Sus manos aflojaron el amarre de mi cabello y las mías hicieron lo mismo con el suyo de un modo totalmente sincronizado, aunque no lo soltamos. Nuestros rostros habían estado unidos todo el tiempo y seguían estándolo ahora, así que pegué mi boca a la suya y seguimos besándonos, todavía exhalando con dificultad. Jake apoyó su espalda contra el tronco, llevándome con él, y terminamos liberándonos el pelo para acariciarnos un poco más. Había dejado de llover y la única agua que caía de arriba eran las enormes gotas que resbalaban de las hojas del árbol bajo el que estábamos sentados. Me desprendí de él y me aovillé sobre su caliente cuerpo, acurrucándome en su pecho y apoyando la cabeza en su hombro, bien pegada a su cuello. Sus cálidos brazos me rodearon y me arroparon con mimo, apretándome un poco más contra él.
Estaba tan a gusto ahí, que mis párpados comenzaron a cerrarse, y después de todo el día anterior y de esta larga réplica que por fin habíamos saciado, la verdad es que estaba agotada, satisfecha, sí, muy satisfecha, pero agotada, muy agotada. Jake se dio cuenta enseguida.
―Debería llevarte a casa ahora mismo para que te metieras en la cama.
―No, espera un poco ―ronroneé, achuchándole más.
―Vas a coger frío ―murmuró, pasando los dedos por mi pelo mojado.
―Sabes de sobra que aquí no tengo nada de frío ―y volví a estrujarle otro poco.
―Sí, ya lo sé ―sonrió―. Bueno, pero a lo mejor estarías más calentita si te vistieras, ¿no crees?
Me despegué de su cuello para poder verle el rostro.
―Te recuerdo que me has roto el camisón y el culotte ―sonreí.
―Es verdad. Mierda, perdona. Mierda, y mis pantalones ―lamentó, apoyando la cabeza en el tronco.
―No importa, ya te regalaré otros ―me arrimé de nuevo a él y empecé a darle besos por el cuello y la mandíbula―. Te compraría todos los pantalones del mundo, ha sido tan increíble… ―susurré―. ¿Cómo se te ocurrió venir a buscarme?
―Tu olor estaba por toda mi cama y me estaba volviendo loco, ya no aguantaba más ―murmuró, girando el rostro para que mis labios alcanzaran a los suyos―. Me escapé por la ventana para que mi padre no me pillara.
Sonreí al principio, pero su frase me hizo caer en algo en lo que no me había parado a pensar y me despegué de su boca.
―Mis padres ―gemí con penitencia, pensando en las más que posibles consecuencias de mi escapada con Jacob―. Nos van a matar ―resumí.
―Pues vente conmigo ―propuso con un murmullo, regresando a mi boca para darme besos cortos.
―¿Adónde? ―cuestioné con una risilla.
―No sé, a cualquier sitio donde no puedan encontrarnos jamás y podamos ser libres de una vez ―murmuró con su sonrisa torcida, sin dejar de besarme―. Podíamos huir juntos y casarnos en secreto.
Solamente con oír eso, mis mariposas ya iniciaban el vuelo, dispuestas a todo. Entonces, algo saltó en mi cabeza como un resorte. La palabra libres resaltó en mi mente como si tuviera luces de neón y parpadeara sin cesar. Libres, libres, libres
―¿Y por qué no lo hacemos de verdad? ―mi voz ya salía con nervio.
Dejó mis labios para observarme con esos ojazos negros suyos.
―¿Lo harías? ¿Te marcharías conmigo?
―Sí ―afirmé sin un atisbo de duda, entusiasmada. Luego, pegué mi frente a la suya y le miré fijamente―. Estoy harta de los celos de mamá, de la continua vigilancia de mi padre y de que siempre nos estén juzgando. Quiero irme contigo ahora, quiero estar junto a ti para siempre, sin tener que dar explicaciones a nadie, es lo que más deseo del mundo…
―¿De verdad quieres hacerlo? Porque a mí no me importa dejarlo todo por ti, pero tú tienes que pensar en tu familia. Ahora, si es lo que quieres, si estás completamente segura, me levanto y partimos ya mismo.
Mi corazón no podía latir más deprisa, hasta mi aliento se agitó, impulsivo, ansioso porque me levantara y partiera con Jacob ya. Pero la pequeñísima parte de mí que todavía tenía uso de razón, esa minúscula porción de mi cerebro que se encargaba de enfriar mis emociones para hacer de mí un ser un poco más racional, y del que normalmente no hacía mucho caso, se encargó de estamparme en la cara la imagen de mis padres, en cómo se iban a quedar si yo huía y, esta vez, consiguió sosegarme un poco, lo justo para no estar corriendo ya sobre el lomo de Jacob, aunque no lo suficiente como para convencerme de lo contrario.
―Tú eres lo que más me importa del mundo y te amo por encima de todo. Si tú quieres, me voy contigo ahora mismo, a donde sea. Y mi familia, mis padres… ―susurré con un hilo de voz que me salió más quebrado de lo me hubiera gustado―, bueno, tal vez me perdonen algún día…
―Para, no sigas ―me cortó con un murmullo, poniéndome las yemas sobre los labios―. No se trata de lo que yo quiera, Nessie. Se trata de lo que realmente queramos los dos. No quiero que hagas algo que no quieres hacer.
―Sí, sí que quiero ―acaricié su frente con la mía efusivamente―. Quiero estar contigo, vivir contigo, quiero que seamos libres…
―Sí, ya lo sé, y yo también ―bajó la cabeza y suspiró―. Pero no puedes hacerlo, no quiero que lo hagas.
―Pero, Jake…
―Yo jamás permitiría que sacrificases nada por mí ―me volvió a cortar, alzando el rostro de nuevo para mirarme―. Te amo, y quiero lo mejor para ti, no quiero que renuncies a nada ni a nadie, quiero que lo tengas todo. Antes renuncio yo a ti.
―Entonces, sabes que me moriría ―alegué―. Y ya estaría sacrificando algo, lo más importante.
―Bueno, vale. Eso no podría hacerlo ―aceptó―. Pero sí que puedo esperar lo que haga falta, ya te dije que no tengo prisa. Lo mejor es aguantar unos meses más y esperar a que tu familia se mude, entonces, podremos tener vía libre para hacer lo que queramos y todos estaremos contentos, habremos hecho las cosas bien. Desde luego, yo me iría contigo ahora mismo, al Polo Norte, si fuera necesario, pero esto es lo mejor para ti, no tendrías que dejar así a tu familia, ni les harías daño a ellos, ni a ti misma.
―Jake…
―Esperaré ―aseveró, clavándome esa mirada brillante y penetrante que me volvía loca. Después, su sonrisa se dibujó otra vez en su cara―. En realidad, no tenemos prisa, ¿verdad? Podemos aguantar la vigilancia de tus padres unos pocos meses más, no es tan grave, no nos vamos a morir, ni nada de eso.
―Tienes razón ―suspiré―. Además, tú también tienes a tu padre y a tus hermanas, aparte de la manada, claro. Pero es que tengo tantas ganas de vivir contigo ―declaré, acercándome a su boca.
―Sí, ya lo sé, preciosa ―sonrió en mis labios―. Yo también ―y unió su boca a la mía para besarme durante un rato. Me hubiera quedado así el resto de mi vida, si no llega a ser porque soltó mis labios de nuevo, y, encima, para nada bueno―. Hablando de cosas graves y de muertes, será mejor que te lleve a casa ahora. Vamos a tener que enfrentarnos a la cruda realidad y prepararnos para una buena.
―Dirás, mejor, que me tendré que preparar ―le corregí con un suspiro de resignación―. Tú no vas a poner un pie en mi casa, bueno, si no quieres morir de verdad, claro.
―Ni hablar, yo jamás me escondo. Te he sacado de tu casa por la noche en volandas, como quien dice, así que tendré que dar la cara, ¿no te parece?
―De eso nada ―le regañé mientras me despegaba de él y me ponía de pie―. ¿Es que quieres que mi padre te mate?
Su sonrisa volvió, aunque esta vez más amplia.
―Eso me gustaría verlo ―y se levantó.
―Ni lo pienses. No vas a entrar y punto ―recogí mi camisón del suelo. El escote estaba roto hasta la cintura y, encima, estaba mojado y sucio. Se me escapó una mueca de dolor al levantarlo y verlo, sobre todo al pensar en la imagen que iban a ver mis padres cuando entrara en casa. Entonces, miré a Jake―. Además, estás desnudo.
―Eso no importa. Mira, tú entras, subes a tu habitación y me pillas unos pantalones. Me los tiras por la ventana del baño y luego entro yo en escena, ¿qué te parece?
―Que no.
Me puse el camisón y le hice tres nudos para coser el escote de alguna manera.
―Estás preciosa ―se burló.
―Sí, gracias a ti ―le contesté con retintín.
―No, en serio ―se acercó a mí y me arrimó a él―. Estás muy, muy sexy, ¿lo sabías? ―me susurró al oído, provocando al vello de todo mi cuerpo―. Bueno, quiero decir, es que… ―se despegó de mi oreja y bajó la vista a mi pecho― este camisón, así, mojado, pegadito a tu cuerpo, todo se nota más… ―me miré y los colores se me subieron a la cara―. Nena, ahora mismo solo me apetece volver a arrancarte el camisón ―susurró, pegándome a él.
―Jake… ―le regañé con una risilla mientras me despegaba la tela del pecho―. Pero si acabas de verme desnuda.
―No, no hagas eso… ―suplicó, implorándome con los ojos y llevando mi espalda contra el tronco en el que habíamos estado sentados―. Mejor no te lo quites, no hace falta ―murmuró mientras ya empezaba a besarme con pasión.
Fui capaz de apartarme de su boca, lo justo para poder hablar.
―Creía que ibas a llevarme a casa… ―bisbiseé con una sonrisa, en sus labios.
―Bueno, total, ahora ya no tenemos prisa, ¿no? ―susurró con deseo, y siguió besándome por el cuello a la vez que sus manos acariciaban mis muslos para levantar el camisón.
―No… ―jadeé ya, llevando mis manos a su nuca y a su espalda.

Me costó un triunfo, pero conseguí convencerle para que no se acercara a la casa y me dejara en los árboles que la bordeaban. Mi padre no iba a ser un problema, si no había salido ya, era porque se había vuelto a marchar lejos, eso me tranquilizó, pero mi madre era tema aparte. No sabía cómo iba a reaccionar, viendo lo furiosa que se había puesto hacía unas horas. Eso también preocupaba a Jacob, por eso quería entrar y dar la cara, sin embargo, era mejor que no lo hiciera, puede que hasta lo quisiera agredir o algo.
No fue nada fácil despedirme de él. Ya que no le dejé entrar, Jake quiso quedarse allí para vigilar y comprobar que todo iba bien, así que las dos veces que me giré y le vi con medio cuerpo asomando del tronco en el que se ocultaba, para verme partir hacia el edificio, no pude reprimirme y di la vuelta corriendo para besarle.
Cuando por fin lo conseguí y entré en casa, vi a mi madre sentada en el sofá. Como supuse, papá no estaba, y ella se encontraba sola, con los brazos cruzados y el ceño tan fruncido, que hasta afeaba su hermoso e impoluto rostro de porcelana. Sin embargo, no pronunció ni una palabra, se limitó a mirarme con la censura y la furia saliéndole por los ojos, observando mi camisón mientras le rechinaban los dientes. Creo que no me dijo nada porque sabía que Jake estaba fuera y no quería que él pasase, más bien para evitar atacarle y después arrepentirse, que por otra cosa.
Yo tampoco hablé, no sabía qué decirle. Agarré la parte de tela de mi pecho para mantenerla lo más despegada posible, avancé por el salón con celeridad y subí las escaleras hacia mi habitación.



REGALOS

Por la mañana me tuve que duchar con agua fría otra vez, aunque de poco sirvió. Aunque había estado con Jake hacía solo unas horas, el recipiente que contenía la gasolina que simbolizaba mi celo estaba lleno hasta arriba de nuevo y seguía subiendo, y hasta que no le prendiéramos fuego y se consumiera, no iba a haber forma de parar aquello.
Cuando bajé al salón, Jake no estaba y mi padre tampoco. Al parecer, y según Alice y Rose, que seguían enfurruñadas conmigo, mi progenitor no le había dejado entrar en casa y él se había ido muy lejos de nuevo para no escuchar nuestros gritos. Aun así, el efluvio de Jacob estaba tan cerca, que conseguía penetrar por las rendijas de la puerta y de las ventanas, clavándose en mi cerebro para poner en marcha el botón que activaba la alarma, porque ya no era una llamada, era una alarma.
Ni siquiera desayuné. Salí volando del edificio y me abalancé como una posesa sobre Jacob, que me esperaba apoyado en su moto. Por poco la tiramos abajo.
―Dios, Nessie… ―susurró entre los jadeos, sin dejar de besarme alocadamente―. Vámonos de aquí ya…
Nos costó lo nuestro despegarnos, pero al final lo conseguimos.
Nos subimos a su Harley Sprint y nos largamos con urgencia. Fue una buena idea que viniera a buscarme en moto; esta vez no me puse el casco para que me diera bien el aire en la cara.
El vehículo se desplazó a todo lo que daba por la carretera de La Push hasta que, por fin, llegamos a su garaje.
Dejamos la moto y Jacob me cogió de la mano para dirigirnos prestos hacia la casita roja.
―¿Billy se ha ido a pescar otra vez? ―le pregunté por el camino, extrañada al percatarme de adónde íbamos.
―Se ha ido unos días a casa de Rachel y Paul para dejarnos a solas.
―¿Se lo has contado? ―quise saber, con una vergüenza horrible.
―No pude evitarlo, tu olor está por toda la casa y se me notaba muchísimo ―confesó escuetamente, acelerando el paso.
―Pero ahora Paul también se va a enterar ―me lamenté.
Eso significaba que la manada acabaría sabiéndolo. Horror.
Jacob abrió la puerta de su casa y me metió dentro, tirando de mí para pegarme a su cuerpo.
―Nena…, tenemos la casa para nosotros solos durante días ―me reiteró al ver que no me había fijado en lo importante, exhalando con intensidad mientras ya me besaba sin freno.
¡La casa para nosotros solos durante días!, repitió mi acalorada mente.
Cerré la puerta con el pie, de un portazo, y ya no me importó nada más.

Descubrimos que mi celo duraba una semana. Al principio, me pareció sorprendente que mi padre aceptara de buen grado mi estancia en casa de Jacob durante la duración del mismo cuando ese día le llamé por teléfono para pedirle permiso, aunque luego comprendí que lo hacía más bien por él y por su propia salud mental. Según mi madre, esa noche mi mente también había gritado a todas horas, hasta en sueños, y mi padre estaba al borde del colapso. Casi fue un alivio para él cuando se lo pedí, así me lo hizo notar su voz, y Jake y yo pegamos un salto de alegría cuando colgué. A mi madre, en cambio, no le gustó mucho la idea, sin embargo, avisó a Seth para que me fuese a buscar algo de ropa y me la trajera.
El paciente y más que atento Billy nos había dejado la despensa y la nevera llenas, al parecer, no quería que a mí me faltase de nada ―siempre me había tratado como a una hija, pero desde que le habíamos anunciado nuestro compromiso, estaba encantado y me tenía como a una reina, y eso que le dijimos que todavía no había fecha―, quería que me sintiese como en mi casa, aunque ya le dije a Jacob que todo eso no hacía falta, puesto que yo me sentía en mi hogar. Con Billy todo era muy fácil, no hacía falta darle ninguna explicación, todo le parecía bien. Solamente nos llamaba algún día para ver si necesitábamos algo. Desde luego, tendríamos que pagarle este enorme favor con creces cuando todo terminase.
Por supuesto, toda la manada se enteró. Se podía escuchar de vez en cuando algún aullido socarrón que otro cuando pasaban cerca de casa de Jacob. Si bien Paul no había aguantado con la boca cerrada, Jake tenía que cambiar de fase todos los días solo para dar instrucciones, con lo que se habrían enterado igualmente, así que lo ratificó para que se quedasen tranquilos. Nadie hubiese entendido entonces por qué su líder no podía aparecer por allí durante tantos días y habrían pensado que le había pasado algo, por lo que Jacob tuvo que explicarlo. Les pareció que era una más que buena razón para ello.
Esa semana fue la mejor semana de toda mi vida, y eso que apenas salimos de la casa, tan solo para pasear por la playa al atardecer, que era cuando controlábamos un poco mejor el desmedido deseo y, aun así, alguna vez no pudimos llegar a la vivienda. Por las noches parecía bajar algo el apetito y dormíamos bastante bien, pero siempre había alguna que otra réplica. Me encantaba despertarme entre sus brazos por la mañana y descubrir su rostro encandilado observándome desde hacía ya rato. Fue una especie de luna de miel para nosotros, aunque mucho más intensa, salvaje y desenfrenada, y decidimos que, a partir de ese momento, llamaríamos así a mi temporada de celo. A mí me sonaba muchísimo mejor, no me parecía tan explícito e incómodo.
Mi celo fue constante durante siete días, hasta que al octavo, tal cual vino, se marchó. Podíamos haber prolongado un poco más mi estancia ―parece mentira, pero todavía nos quedaban ganas de seguir, y eso que todo había terminado―, sin embargo, nos pareció que ya habíamos abusado bastante de Billy y que el pobre tenía que volver a su casa; aunque ese octavo día lo aprovechamos para comprobar que no nos hacía falta mi celo para prender llama y arder juntos, todo era igual de increíble, mágico y maravilloso, solo que el deseo que sentíamos el uno por el otro era… dominable.
Cuando anocheció, ya lo teníamos todo recogido, y en cuanto Billy entró por la puerta, nos encontró en el sofá viendo la tele como dos niños buenos. Todo iba muy bien, hasta que no me libré de tener que escuchar cómo mi futuro suegro me decía un bromista aunque orgulloso: un Black siempre cumple, cosa que me dio tanta vergüenza, que me apetecía llenar el lavabo de agua y meter la cabeza dentro. Aun así, asentí y aguantamos el chaparrón, era lo menos que podíamos hacer después de que nos dejara su hogar.
Jacob me llevó a mi casa en el Golf y aparcó delante del porche. Tuvimos que aguantar las correspondientes y esperadas bromas de Emmett, como la típica se os ve más delgados y de esa clase, las miradas aliviadas, aunque no por ello menos censuradoras y doloridas, de mi padre y las sonrisillas del resto de mi familia, a excepción de mi madre, como era de esperar. A mis tías parecía habérseles pasado el enfado.
Después de cenar y recoger la cocina, nos subimos a mi ahora extraño dormitorio y nos tumbamos en la cama para charlar un poco.
―Te voy a echar muchísimo de menos ―murmuró Jake mientras me pasaba los dedos por el pelo―. Toda mi casa huele a ti.
―Y yo a ti ―contesté, abrazándole más fuerte―. Se me va a hacer muy raro no dormir contigo.
―Esto es una mierda ―se quejó―. Es como si nos hubiésemos ido a vivir juntos y de repente tuviéramos que volver a vivir con nuestros padres.
―Sí, no sé si no habría sido mejor que no hubiésemos pasado nuestra luna de miel juntos.
Nos miramos el uno al otro durante un segundo.
―No ―afirmamos los dos con una sonrisa.
Volvimos la vista al techo y nos quedamos un rato en silencio.
―¿Tu familia se va a marchar justo después de la visita de los Vulturis, o va a esperar un poco? ―quiso saber, pensativo.
―No lo sé, ¿por qué?
―No, por nada. Por saberlo ―me respondió, encogiéndose de hombros.
Unos nudillos pegaron unos toques en la puerta.
―Nessie, Jacob, ¿podemos pasar? ―preguntó Carlisle desde fuera.
Mi novio y yo nos incorporamos para quedarnos sentados en la cama.
―Sí, claro ―consentí.
Mis abuelos entraron en la habitación, sonriéndonos.
―No queremos molestaros mucho, solamente veníamos a daros nuestro regalo de boda ―dijo él, entregándome un sobre alargado y blanco.
Jacob se puso de pie.
―¿Nuestro regalo de boda? ―murmuré, mirando el sobre con sorpresa.
―No teníais que haberos molestado, Doc ―declaró Jake, rascándose la nuca, un tanto apurado―. Todavía no tenemos fecha, teníais mucho tiempo para pensároslo.
―Lo sabemos. No obstante, nos apetecía dároslo antes de que nos mudáramos, por si no queríais esperar ―mis abuelos se miraron y se sonrieron―. Aunque ya os habéis adelantado.
Abrí el sobre y mi cara se iluminó como si el interior del mismo proyectara un halo de luz.
―Son unos vales canjeables por un viaje de quince días a donde queráis ―le aclaró Esme a Jacob―. Era vuestro viaje de luna de miel, pero… ―Carlisle y Esme se volvieron a mirar sonrientes.
―¿Quince días…? ―mi mente ya empezaba a vagar ella sola, sumergiéndose en mis recientes y fantásticos recuerdos.
Jacob me quitó los vales de la mano para mirarlos con una sonrisa enorme.
―Bueno, eso solo fue un ensayo ―afirmó―. Tendremos que repetir.
―¡Muchas gracias! ―exclamé, abrazando a los dos.
―Sí, gracias ―secundó Jake, sonriéndoles―. Esto es demasiado, yo no… ―se le escapó una risa nerviosa―. Bueno, Doc, no tengo palabras, de verdad.
―De nada ―asintió Carlisle, complacido.
―Caducan dentro de seis meses, así que deberíais ir pensando el sitio ―nos informó Esme.
Cualquier sitio con Jacob a mi lado sería el paraíso.
―Bien, ya os dejamos ―anunció Carlisle, dirigiéndose a la puerta con Esme de la mano.
―Gracias otra vez ―les agradeció Jacob, levantando los vales con su maravillosa y deslumbrante sonrisa dibujada en la cara.
Mis abuelos se despidieron con la mano y salieron de la habitación, y Jacob y yo nos fundimos en un abrazo de oso en el que mis pies terminaron volando.

No tuve que inventarme ninguna excusa que darles a mis amigas, Seth ya lo había hecho por mí. Al parecer, le había dicho a Brenda que había tenido fiebre. Por supuesto, todas me preguntaron que a qué se había debido y si ya estaba bien del todo. Les dije que se había debido a una reacción de la primavera. Si yo les contara mi semana de placer y lujuria…
Me pase la mayor parte de las clases mirando por la ventana, pensando en Jacob. Lo echaba tanto de menos. Después de pasarnos ocho días pegados a todas horas, esto iba a ser un suplicio. Como por la noche, la despedida de la mañana había sido larga y nos costó decirnos hasta luego, aunque conseguí tener fuerza de voluntad y salir del coche gracias a Brenda. Me esperaba después de despedirse de Seth para que nos reuniéramos con el resto de mis amigas.
No me sorprendió ver el coche de Seth en el aparcamiento del instituto por la mañana y por la tarde, un Volvo azul metalizado de segunda mano que Jake le había reparado hacía un par de años. Cuando mis amigas y yo salimos del centro, Jacob y Seth estaban apoyados en el vehículo de este último, charlando animadamente. En cuanto nos vieron a Brenda y a mí, dejaron de hablar para sonreírnos.
Yo fui la primera en salir corriendo para abrazar y besar a mi novio, Brenda no estaba imprimada y no sentía esa necesidad tan fuertemente. Y más después de todo lo que le había echado de menos. El beso se prolongó durante un rato y cuando mis alocadas mariposas empezaron a agitarse más de la cuenta, me obligué a despegarme de él, si no, ya no habría manera.
―¿Qué pasa, no habéis tenido bastante esta semana? ―se burló Seth, con la consecuente cara de no entender nada de Brenda.
Jacob le dedicó una mirada de reojo enfadada y yo me puse como un tomate.
―Piérdete, Seth ―le contestó, cogiéndome de la mano para dirigirnos a la moto.
Me despedí de ellos y del resto de mis amigas haciéndoles señales.
―¿Adónde vamos hoy? ―le pregunté.
―A La Push, tengo una sorpresa para ti ―me contestó, desplegando su blanquísima sonrisa.
―¿Una sorpresa? ¿Qué es? ―quise saber, tirando de su brazo toda emocionada.
―Ah, ya lo verás ―me dijo, pasándome el casco.
Me lo puse y me monté en la moto negra con Jake, agarrándome y arrimándome bien a él.
Los árboles que bordeaban la carretera pasaban a toda velocidad cuando los acantilados y la playa en forma de media luna se dejaron ver. No tardamos mucho más en llegar a casa de Jacob; nos bajamos de la moto y la llevamos hasta el garaje para aparcarla.
Jake me cogió de la mano y empezamos a caminar en dirección a la playa.
―¿Adónde me llevas? ―quise saber con mucha curiosidad.
―Ten paciencia ―me respondió, tocándome la punta de la nariz con el dedo―. Lo verás ahora mismo.
Mordí mi sonriente labio, nerviosa.
―Dame una pista, por lo menos ―le imploré.
―No puedo. Con lo lista que eres, si te la doy, seguro que lo adivinas. Ten paciencia ―repitió con una sonrisa.
Volví a morderme el labio.
―¿Qué tal en clase? ―preguntó para distraerme―. ¿Te han dicho algo por faltar toda la semana?
―No, con el justificante de Carlisle fue suficiente. El apuro lo he pasado con mis amigas ―confesé―. A Seth no se le ocurrió otra cosa que decirle a Brenda que había tenido fiebre.
―¿Fiebre? ―se rio―. Bueno, visto así…
―Por cierto, ¿Seth ya le ha contado a Brenda vuestro secreto? ―interrogué.
―No, todavía no.
Entonces, de repente, se echó a reír con ganas.
―¿Qué pasa? ―pregunté con mi labio curvado por el contagio de su risa.
―Al parecer, Seth ha visto que Brenda le tiene miedo a los perros y ahora no sabe cómo decírselo ―no pudo evitar carcajearse otro rato―. ¿Te lo puedes creer? Tanto reírse de mí porque tardaste en ser mi chica, y la suya le va a tener pavor. Por lo menos, a la mía le gustan los animales.
―Claro, por eso estoy contigo ―bromeé.
―Ja, ja ―articuló con ironía. Se colocó detrás de mí y me abrazó por la cintura para caminar juntos―. Estoy seguro de que eso es lo que más te gusta de mí ―afirmó con segundas en un tono pícaro mientras me daba unos suaves mordiscos en el cuello para hacerme cosquillas.
―No seas bruto ―le regañé, riéndome, empujándole la cabeza hacia atrás.
Se carcajeó durante un rato y, de pronto, se paró en seco, obligándome a mí también a detenerme. Entonces, me puso las manos sobre los ojos.
―Ya hemos llegado ―me anunció, girándome hacia un lado―. Bueno, no te asustes ni nada cuando lo veas, ¿vale? ―me avisó―. No está muy bien, pero tiene arreglo.
―Jake, por favor ―le rogué con nerviosismo.
―¿Estas preparada?
―¡Jake! ―protesté entre risas.
Jacob se rio y por fin me despejó los ojos.
Cuando los abrí, tuve que pestañear para aclarármelos un poco, ya que lo que tenía delante no sabía si era de verdad o era un efecto óptico.
―Una… una casa… ―susurré.
―Sí, ya sé que no está muy bien ―me repitió a modo de lamento, al ver mi cara boquiabierta.
Se desplazó a mi lado y me volvió a coger de la mano.
Lo cierto es que la casa estaba bastante envejecida, se notaba el abandono al que había estado expuesta durante años, sin embargo, no se veía en mal estado.
Era una casita humilde de dos plantas, más rectangular que cuadrada, típica construcción de madera de La Push. Las fachadas apenas tenían restos de pintura, no se distinguía ningún vestigio del color que las había vestido en su pasado, y algunas de las ventanas ―también de madera― ni siquiera tenían cristales y estaban tapiadas con tablones. Un reducido porche presidía la edificación, albergaba la puerta de entrada y una ventana a la derecha de esta, y estaba cubierto por un tejadillo a dos aguas, apoyado en dos estrechos pilares situados en los extremos.
La casa estaba ubicada en un claro rodeado de árboles, y frente al porche se abría un hueco entre ellos en el que quedaba a la vista First Beach, con sus troncos color ahuesado esparcidos y los cantos de rocas de diferentes tamaños cubriendo la arena grisácea como si fuera una enorme alfombra, el mar y la Isla de James. La parte posterior de la vivienda dejaba ver el bosque a unos metros, se podía escuchar el sonido del río Quillayute cerca, y el manto que cubría todo el prado estaba cubierto de flores silvestres. Me pareció un sitio privilegiado, precioso.
―¿Por qué me enseñas esta casa? ―le pregunté, observando la misma sin entender muy bien la razón.
¿Acaso quería que la comprásemos en un futuro?
―Porque es nuestra ―afirmó con una sonrisa.
Mi rostro se giró súbitamente para mirarle sorprendida.
―¿Nuestra? ―mis párpados se movieron con rapidez y asombro―. ¿Pero, cómo…?
―Era la casa de soltera de mi madre ―empezó a explicarme―. Aquí nació y creció hasta que se casó con mi padre. Mi abuela se la dejó en herencia cuando murió y ella hizo lo mismo con Rachel, Rebecca y yo. Como mis hermanas ya están casadas y tienen su propia casa, les compré su parte.
―¿Que les compraste su parte? ¿Cuándo? ¿Cómo? ―mi rostro no dejaba de sorprenderse.
―Bueno, en realidad, todavía no se la he comprado, solamente he hablado con ellas y nos venden su parte encantadas ―confesó―. Queda firmar algunos papeles, pero ya está casi hecho.
―¿Y el dinero…? ―mi voz ya quería quebrarse.
―He juntado unos ahorrillos todos estos años gracias a chapuzas que me han ido saliendo ―admitió, encogiéndose de hombros como si nada―. Aunque te confieso que me salió muy barata, porque esta casa no vale nada, es tan vieja...
A mí eso no me importaba en absoluto.
―¿Has estado… ahorrando estos seis años… para comprar esta casa para nosotros? ―inquirí, embargada por la emoción.
La casa estaba apagada, como si se hubiese quedado suspendida en el tiempo y fuera una foto en blanco y negro, pero aun así, mis ojos empezaron a mostrármela completamente diferente, colorida, llena de vida, alegre, perfecta. Era el hogar que siempre había soñado para vivir con Jacob, mi casita de cuento.
Entonces, se giró para ponerse frente a mí y me cogió por la cintura.
―Sé que es poca cosa y que tú te mereces algo mucho mejor ―murmuró, clavándome sus intensos y profundos ojos negros en los míos―, pero no me ha dado tiempo a ahorrar más y tenía que buscar una casa rápido, porque tu familia se marcha dentro de unos cuatro o cinco meses, como mucho, y se me terminaba el plazo.
―Jake… ―intenté hablar, con un nudo en la garganta.
―Espera, déjame terminar ―me cortó, rozando mis labios con los dedos.
―Pero a mí me…
―No sabes lo que me gustaría ofrecerte una casa más grande y bonita ―me volvió a interrumpir―, pero creo que podemos ser muy felices aquí unos años, hasta que podamos comprar otra. Los chicos van a ayudarme a arreglarla y la tendremos lista a tiempo, te lo prometo. Sé que parece una birria, pero ya verás qué bien queda cuando la rehabilitemos y…
Su voz se quedó por el camino cuando le abracé y hundí mi rostro en su pecho, llorando.
―Te quiero… ―sollocé como una idiota.
―Nessie… ―me susurró en el pelo, apretando su abrazo.
―Me encanta… ―le dije, levantando la cara para quedarme en sus pupilas―. Es la casa de mis sueños y quiero vivir aquí contigo para siempre.
Jacob me miró maravillado y me limpió las lágrimas con el dorso de la mano.
―¿Te gusta de verdad? ―inquirió con ojos centelleantes.
―Sí ―le sonreí y le abracé con efusividad.
Nos quedamos abrazados unos minutos, sin decir nada. Si me pidiera que viviera con él debajo de un puente, lo aceptaría encantada con tal de estar a su lado para siempre. Seguiría siendo feliz. Sin embargo, ya no podía pedirle más a la vida, todo era perfecto. Podía escuchar los felices latidos de su corazón, más lentos pero totalmente acompasados con los míos, el sonido de las olas rompiendo en la orilla un poco más allá y la corriente del río siguiendo su camino hacia el mar, el sonido de las hojas de los árboles al agitarse con la suave brisa primaveral, los pájaros cantando, las gaviotas… Sí, era la mujer más feliz del universo y lo sería toda la vida junto a Jacob.
―Es un poco pequeña, pero cuando la pintemos y eso quedará muy guay, ya lo verás ―declaró, observando la casa.
―Roja ―afirmé, animadísima, separándome para mirarle.
―¿Qué? ―bajó sus ojos hacia los míos.
―Quiero que sea roja, como la de Billy ―le sonreí, acercando mi rostro al suyo―. Siempre me imaginé viviendo contigo en una casita roja.
―Vale, pues será roja ―sonrió en mis labios.
Y nos besamos muy despacio, dejándonos llevar durante un rato por la energía y la magia que siempre notábamos fluyendo a nuestro alrededor; podíamos estar horas solamente sintiéndonos el uno al otro, atraídos por ese hechizo. Esas mariposas que danzaban sobre las flores podrían ser las que se habían escapado de mi estómago y mi corazón sin ningún problema.
Nos forzamos a deshacer el encantamiento y despegamos nuestras bocas. Jacob sujetó mi rostro entre sus manos, después de meterme el pelo detrás de las orejas, para mirarme absorto. Creo que yo debía de tener la misma cara que él.
―Eres tan especial, todo te vale ―me susurró, acariciando mis mejillas con los pulgares.
―Todo es perfecto si estoy a tu lado.
Nos sonreímos y nos dimos otro beso, esta vez más corto y dulce.
―¿Sabes una cosa? ―pasó sus manos a mi cintura otra vez―. Aunque no me hubiese imprimado, me hubiera enamorado de ti igualmente ―aseveró con convicción.
―Sí, si antes no hubieses conseguido matarme, ¿no? ―bromeé, riéndome.
―Bueno, no creo que hubiese podido. Tu tía la Barbie es bastante fuerte, a lo mejor no hubiera podido con ella ―dijo para seguir mi broma.
―Deberías ser mi enemigo número uno solo por haberlo pensado ―manifesté, entrecerrando los ojos―. Aunque creo que, aun así, yo también me hubiera enamorado de ti igualmente ―le sonreí.
―En aquel momento estaba muy equivocado con respecto a ti. No te conocía ―alegó con un tinte de remordimiento en las pupilas.
―Era una broma, Jake ―le contesté, ahora preocupada por si le había ofendido―. Sabes que no te culpo por nada. Es más, después de todo lo que tuviste que pasar, lo entiendo perfectamente. Yo hubiera hecho lo mismo, créeme.
―Nunca te he pedido perdón por eso. Si te hubiese hecho daño, yo no… ―apretó los dientes con rabia y bajó la mirada al suelo.
―Basta, Jake ―le regañé, cogiéndole la cara para que me mirase a los ojos; y así lo hizo―. No tengo nada que perdonarte. Las cosas tenían que pasar de ese modo. Si no hubieses notado la pulsión de acercarte a mí creyendo que querías matarme, no me hubieras visto nunca; habrías salido corriendo de la casa para vivir como lobo para siempre y no estaríamos aquí ahora los dos juntos.
―¿Ves lo que te digo? ―se rio―. Todo te vale.
―Todo no ―le corregí con una sonrisa, volviendo a rodearle el cuello con mis brazos―. Te repito que solo si estoy a tu lado.
―Eso que has dicho antes de tu enemigo, ¿sabes que en realidad tendríamos que ser enemigos por naturaleza? ―señaló, todo sonriente. Me encantaba verle así―. No deberías estar conmigo, nena, podrías meterte en líos ―chanceó con mi adorada sonrisa torcida.
―Pues ya ves, me encantan los retos difíciles y los líos. Y resulta que estamos hechos el uno para el otro ―le respondí, siguiendo su juego―. Además, eso lo hace todavía más excitante.
―Sí, estoy de acuerdo ―asintió, sonriendo en mi boca.
Y volvimos a besarnos durante un largo rato, aunque esta vez la energía y el beso fueron un poco más efusivos. Al final, Jacob tuvo más voluntad que yo y soltó mis labios.
―¿Quieres ver nuestra casa por dentro? ―me propuso, después de tomar aire.
Cómo me gustaba ese término.
―¿Tienes la llave? ―le pregunté, gratamente sorprendida.
Jacob soltó mi cintura, metió la mano en su bolsillo derecho y alzó la llave, meneándola para que la viera.
―¿Y por qué no lo has dicho antes? ―me quejé con una risa, dándole un manotazo.
Me tomó de la mano para acercarnos a la casa.
―Te entretuviste hablando, abrazándome y besándome, ¿recuerdas? ―replicó con su sonrisa burlona.
―Fuiste tú ―objeté, dándole otro manotazo en el brazo.
Mi novio se rio y me condujo hasta el pequeño porche.
―Bueno, te advierto que está todo sucio y hecho un desastre. Puede que una pija como tú, acostumbrada a vivir en esa mansión, no lo aguante ―se mofó.
―Te recuerdo que he vivido en una cabaña mucho más pequeña que esta casa. Lo soportaré ―respondí con ironía.
Una vez en el umbral, nos paramos frente a la puerta principal, la abrió con la llave y entré detrás de él.
El pequeño vestíbulo diáfano que daba al saloncito apenas estaba iluminado por la poca luz que penetraba por las ventanas de este último, ya que estaban tapiadas con tablones.
―Todavía no hay luz, pero Isaac y su padre son electricistas y se van a encargar de la instalación eléctrica, así que no tardaremos en tenerla ―me anunció.
―No importa, se ve de sobra.
A la izquierda de la entrada nacía una escalera recta que daba al piso superior, pero Jacob siguió de frente y me llevó hasta el saloncito. Este era rectangular, y enfrente de nosotros, en la pared más larga de la estancia, se disponían dos ventanas que supuse daban al bosque, ya que esa era la fachada posterior de la casa. Fui girando la cabeza hacia la derecha y vi que en la esquina había una chimenea sencilla hecha de ladrillo rojo y a su lado, en una de las paredes cortas, se disponía otra ventana.
―Tenemos chimenea ―exclamé, maravillada.
―Sí ―se rio―. Está todo muy viejo y sucio, ¿a que sí?
―La verdad es que pensaba que iba a estar peor ―admití.
―Lo bueno es que la estructura está perfectamente y solo hay que reforzar algunos elementos. Por precaución y todo eso, ya sabes.
Irremediablemente, mi mente empezó a divagar ella sola, imaginándome con Jacob junto a la chimenea, y mi estómago se llenó de su cosquilleo habitual. Ya sabía lo que iba a poner en ese rincón, dos butacones modernos y una enorme y mullida alfombra. Mi boca no pudo evitar curvarse hacia arriba ante tal visión.
―Aquí está la cocina ―me indicó, sacándome de mis dulces pensamientos.
Nos dirigimos hacia una puerta que estaba en la pared siguiente a la de la ventana única, frente a la chimenea.
La cocina era de planta cuadrada y la meseta, en ele, se disponía en el paramento donde estaba el hueco de entrada a la estancia y en el de la izquierda. Frente a la puerta, se situaba la ventana, que daba al porche, aunque también había otra un poco más pequeña en la pared de la meseta, sobre el fregadero.
―Ahí podemos poner la mesa ―me dijo Jake, señalándome la esquina libre que quedaba bajo la ventana―. Y, bueno, esto habrá que quitarlo todo y ponerlo nuevo ―siguió, apuntándome los muebles―. Los azulejos y el suelo también. El padre de Jeremiah es fontanero y tienen que arreglar toda la instalación.
―¿Es que vas a poner a toda la manada y a sus familias a trabajar aquí? ―me reí.
―Somos una gran familia, nos ayudamos los unos a los otros, ya lo sabes ―se defendió―. Todos quieren hacer algo, aquí siempre se hace así. Ayudar a otro quileute es un regalo y nosotros lo tenemos que tomar como un honor para con la tribu, ¿entiendes? Además, está mal que yo lo diga, pero muchos de ellos me deben algunos favores con sus coches, así que…
―Yo también quiero ayudar ―me ofrecí―. Quiero hacer algo, ya que no voy a poner un centavo…
―Venga ya ―protestó con una sonrisa mientras salíamos de la cocina hacia las escaleras―. No me digas que te preocupa lo del dinero ―y se rio como si nada.
―No quiero que lo pongas todo tú ―me quejé, haciéndole pararse en el vestíbulo―. Me sentiré mucho mejor si me dejas poner algo de mi parte, ¿no crees que es justo? ¿Has ahorrado durante seis años y yo no voy a hacer nada?
―Tú vas a escoger todos los materiales ―me anunció―. Eso también lleva trabajo.
―Eso lo haremos los dos ―discutí―. Me refiero a que quiero trabajar en la casa.
Se quedó un momento mirándome, pensativo.
―Bueno, vale ―accedió al fin―.  Hay que ver qué carácter. Ya te buscaré alguna tarea.
―Así me gusta.
Le sonreí, él puso los ojos en blanco y comenzamos a caminar de nuevo.
―Ten cuidado, ya ves que no tiene barandilla ―me avisó cuando su pie pisó el primer peldaño.
La escalera recta era de madera y estaba tan vieja, que crujía. Seguramente, ese era uno de los elementos estructurales a los que se refería Jacob cuando hablaba de reforzar.
Subimos a otro pequeño vestíbulo, que tenía una ventana con vistas al bosque, y a un corto pasillo, con dos puertas a lo largo y una al fondo.
―Este es un dormitorio ―me enseñó, después de abrir la primera de las puertas―. Como ves, no es muy grande.
El susodicho cuarto era rectangular y tenía la ventana frente a la puerta, en la fachada corta.
―¿Era el de tu madre?
―Sí, y el otro el de mi abuela.
Salimos de allí y entramos en el dormitorio de al lado, también de planta rectangular. Era más amplio, y la ventana se ubicaba en el mismo sitio que el anterior, solo que esta era más grande y la fachada que quedaba frente a la puerta no era de las cortas, sino que era una de las paredes largas.
―Y este será el nuestro, ¿no? ―auguré, sonriente.
―Exacto ―ratificó con otra sonrisa, pasándome el brazo por los hombros―. ¿Qué te parece?
Ya estaba viendo la enorme cama…
Me giré para ponerme frente a él y rodear su cuello con mis brazos.
―Me gusta mucho ―afirmé, sonriéndole―. Toda la casa me encanta.
―Bueno, como ves, es pequeña.
―Es muy acogedora. Y quedará preciosa cuando la reformemos.
―Entonces, ¿te gusta? ―sonrió.
―Mucho ―admití, correspondiéndole con una sonrisa aún más grande.
―Genial.
Me dio un beso corto, volvió a sonreírme y me tomó otra vez de la mano.
―El baño está aquí, ven ―me dijo, llevándome hasta la puerta situada al fondo del pasillo, junto a la de nuestra habitación―. Este sí que lo hay que arreglar de cabo a rabo.
La estrecha ventana, al fondo del baño rectangular, era lo único que quedaba sano.
―¿Jeremiah y su padre? ―aventuré con segundas para quedarme un poco con él.
―Sí, ¿cómo lo sabes? ―me respondió con sarcasmo para seguir mi broma.
Nos reímos y nos pasamos todo el camino hasta el vestíbulo de abajo jugueteando un poco.
―¿De dónde vamos a sacar los materiales de la obra? ―quise saber mientras salíamos de la casa.
―Ya te he dicho que tengo algunos ahorros ―me recordó, cerrando la puerta con llave―, y hay gente que me lo puede conseguir a mitad de precio, ya sabes ―reconoció con una enorme sonrisa de complacencia, rodeándome los hombros con su brazo.
―Ya. Ventajas de ser el Gran Lobo, ¿no?
―¿Cómo lo sabes? ―admitió en el mismo tono que antes.
Nos miramos, sonrientes, y nos dimos un beso.
―Mira ―me aferró la mano y me condujo hasta el hueco que había entre los árboles que bordeaban la playa―. ¿Ves quién va a ser nuestro vecino? ―y me indicó con el dedo una casa conocida a unos cuantos metros más allá, junto a la arena.
―El Viejo Quil ―exclamé.
―Y mi padre, por donde vinimos ―señaló.
―Ya tengo a quién pedirle la sal ―me reí―. Una cosa, ¿y tu garaje?
―De momento, tendré que seguir con el que tengo en casa de mi viejo ―suspiró.
Me gustó esa referencia, esta ya era nuestra casa. Luego, reflexionó durante un momento, observando la edificación con los ojos entrecerrados.
―Más adelante, lo montaré allí atrás, ¿qué te parece?
Miré a donde me apuntaba. Al fondo, a la izquierda de la vivienda, cuya fachada no tenía ventana alguna, quedaba un espacio bastante grande, cerca de los árboles de la parte de atrás. Mi imaginación empezó a dibujar el garaje de paneles de chapa junto a nuestra preciosa casa roja, todo colorido y alegre, y a Jacob merodeando por allí con alguna pieza.
―Sí, allí quedará bien ―asentí, rodeándole con mis brazos mientras observaba la estampa.
―Sí ―sonrió, satisfecho―. Bueno, qué, ¿damos un paseo por la playa?
―Vale, te echo una carrera.

Y salí disparada en dirección a la arena de First Beach, con Jacob persiguiéndome, ya pisándome los talones.

PLAYA

Bajé un poco más la ventanilla del Golf para que me diera el aire caliente más propio del verano que del mes de mayo en el que aún estábamos. Según la previsión metereológica, la ola de calor que invadía el noroeste de Estados Unidos en este final de mes iba a durar una semana, así que, ya que era sábado y que no era época de turistas ni surfistas, aprovechamos para pasar el día en la playa con algunos de los chicos de la manada que no tenían que patrullar hasta por la noche.
Además, Jake quería darles un pequeño descanso como agradecimiento por su ayuda en la rehabilitación de nuestra casa, que iba viento en popa. Ya tenía luz, agua y saneamiento, y se iban notando los progresos día a día. Nuestra preciosa casita ya iba tomando forma.
Eso me recordó mi pequeño accidente del día anterior y me miré el dedo, aún algo dolorido.
―¿Todavía te duele? ―quiso saber Jake, echándome un vistazo mientras conducía.
―Un poco.
―Menos mal que tienes la piel dura, si no, te habría traspasado todo el dedo y te lo hubiese clavado en el tablón ―entonces, me miró con su sonrisa torcida―. ¿Cómo diablos harías para incrustarte un clavo en el dedo con la pistola de clavos? ―se burló―. ¿Adónde estarías mirando?
―A ningún sitio ―repliqué, girando mi rostro de mejillas ruborizadas hacia la ventanilla―. Fue un accidente.
En realidad, le estaba mirando a él cuando trabajaba sin camiseta encaramado en una de las ventanas del pequeño salón.
Se carcajeó durante un rato, seguramente sabiendo toda la verdad, y mi cabeza asomó otro poco por la ventanilla.
Enseguida llegamos a La Push y Jacob aparcó el coche en la que seguía siendo su casa, desde allí, se llegaba en un momento hasta First Beach. Entramos para que yo saludara a Billy y que él se pusiera el bañador, y nos marchamos cargando con las mochilas llenas de los artilugios necesarios para un día de playa más todos los bocadillos que te puedas imaginar.
Nos dirigimos dando un tranquilo y largo paseo al extremo sur de la medialuna de la playa, donde estaban todos esparcidos en sus toallas. Había algunas personas tomando el sol al norte, cerca del espigón de madera, pero el más de kilómetro y medio de distancia que nos separaba hacía prácticamente imposible que esos ojos humanos pudieran distinguir nada.
―¿Cómo va eso? ―saludó Embry cuando llegamos, chocando el puño con Jacob.
―¿Qué tal? ―le correspondió mi novio, incluyendo también a Quil.
―¿Esta es Nessie? ―le bisbiseó Claire a Quil al oído.
―Sí ―le respondió él del mismo modo.
Claire estaba con su imprimado, jugando a las cartas. Me miraba un tanto asombrada, y casi diría que con un matiz de admiración que me ruborizó un poco, aunque tampoco me extrañó. Claire me había visto crecer a la velocidad del rayo, mientras que ella lo hacía a un ritmo normal. La última vez que nos habíamos visto había sido hacía unos meses y yo era una niña de doce años. Ahora se encontraba con una chica adulta y, a sus nueve años, eso le encantaba, porque veía en mí lo que ella ya tenía ganas de ser. Por supuesto, estaba al tanto de todo, por eso no se asustaba, sabía a qué se había debido mi apresurado crecimiento.
Saludamos al resto y sacamos las toallas de las mochilas.
―¡Nessie, poneos aquí! ―exclamó Brenda, que estaba tumbada boca abajo mientras Seth le ponía crema en la espalda encantado de la vida.
―Claro ―le dije.
Brenda estaba batiendo su propio récord al llevar más de un mes con un chico, cosa que me alegraba. La verdad es que se la veía muy enamorada, siempre me estaba hablando de Seth en la cafetería del instituto, y había cambiado mucho. Ya no se maquillaba tanto ―aunque seguía siendo muy coqueta―, ni iba por ahí meneando las caderas sin parar, hablando de los chicos que se había ligado en el Ocean. Se había convertido en una chica muy agradable con la que se podía hablar, o tal vez había salido la verdadera Brenda, quién sabe. Lo cierto es que mi amiga me sorprendió mucho, nunca me había imaginado que hubiera la posibilidad de que formase parte de mi gran familia de lobos, ni que se fuera a integrar tan bien. Sin embargo, había una cosa que me preocupaba, dos, en realidad. La primera era que Seth todavía no le había contado su secreto y nadie sabía cómo iba a reaccionar cuando supiera que el chico de sus sueños podía transformarse en un enorme lobo; la segunda era que podía enterarse del mío en cuanto lo supiera.
¿Seguiría con Seth entonces? ¿Qué pensaría de mí? ¿Sería capaz de mantener la boca cerrada?
Nos acercamos a ellos y extendimos las toallas junto a la suyas. Jake ya venía descalzo y sin camiseta, solo llevaba su bañador tipo bermudas de diferentes tonos azulados. Yo me descalcé, poniendo las playeras al lado de una de nuestras mochilas.
―¡Te gane otra vez! ―gritó Claire, alzando los brazos al aire.
―Te está dando una paliza, chaval ―se burló Aaron, secundado por las risas de Eve.
―Acabamos de empezar ―se defendió Quil.
―Sí, claro ―siguió Brady, que ya se estaba comiendo un bocadillo junto a  Ruth―. Siete partidas y ninguna ganada, ¡vaya empezar!
Las risotadas fueron amortiguadas por el sonido de las olas del mar.
Me quité mi camiseta de tirantes naranja y marrón y mis pantalones piratas blancos. Los colores se me subieron enseguida a la cara cuando vi cómo me observaban todos, incluida Brenda, hasta se hizo un silencio durante dos breves segundos que a mí se me hicieron eternos. El rubor de mis mejillas pasó a ser rojo fuerte al escuchar el silbido de Isaac y el comentario que Shubael le decía al oído creyendo que yo no podía escucharlo.
Jacob se repantigó en su toalla, mirándome y sonriendo con satisfacción, y dio unas palmaditas en la mía para que me echase a su lado. Así lo hice. Metí mi ropa doblada en la mochila y me tumbé junto a él con rapidez para no seguir en ese incómodo escaparate.
―¿Y ese bikini? ―inquirió, repasándome con la vista sin cortarse un pelo.
―Sí, ya lo sé ―cuchicheé, avergonzada―. Era el más decente que encontré en mi vestidor, ya sabes: Alice. Creo que será mejor que me ponga la camiseta ―dije, metiendo la mano en la mochila.
―No, así estás muy bien ―me paró.
―Entonces, ¿no te molesta?
―¿Molestarme? ¿Estás de broma? ―se rio―. Me encanta presumir de chica. Déjales que te miren un poco y se mueran de la envidia ―fanfarroneó con una sonrisa enorme.
¿Y me lo decía él? Porque yo, por mucho que mirase a mi alrededor, no encontraba a ninguno tan perfecto como Jacob. Le sonreí y me estiré para darle un merecido beso. Acto seguido, me incorporé para coger el bronceador de mi mochila.
―Tienes una piel súper luminosa… ―me dijo Brenda, con la boca casi colgándole de verdad―. ¿Cómo lo consigues? ¿Te echas alguna crema especial?
―No. Bueno, como no sea mi bodymilk… ―mentí, otra vez ruborizada y algo apurada por su observación un tanto peligrosa―, pero no recuerdo la marca ―disimulé rápidamente para que no siguiera preguntando.
El rostro de mi amiga se desfiguró con una mueca, pero sirvió para que no preguntara más sobre ese tema y desviara la atención a otro.
―¿Cómo llevas el trabajo de Historia? ―me preguntó.
―Bueno, ahí está ―me eché un poco de crema en la mano y comencé a extendérmela por las piernas. Jacob no me quitaba el ojo de encima, lo hacía con tanto descaro, que mis mejillas se encendieron sin poder evitarlo―. Me… me quedan los dos últimos temas.
―Pues ya vas mejor que yo ―suspiró ella.
―Espera, ya te echo yo por la espalda ―se ofreció Jacob cuando terminé de echarme el bronceador por el resto del cuerpo.
Le pasé la crema y me giré para que pudiera hacerlo. Apartó mi coleta hacia delante y comenzó a extendérmela por la espalda, la nuca y los hombros. Sus manos eran tan grandes, que podía haber terminado de dos caricias perfectamente, sin embargo, aprovechó y me dio unas cuantas más.
―¿Ya?
―No, todavía te queda algo aquí ―disimuló, deslizando su mano de mis riñones a mi vientre.
―¡Jake! ―le regañé entre risas, pegándole un manotazo en el dorso de la mano.
―Vale, vale ―se rio.
―Ahora te toca a ti.
―¡Puaj, qué asco! ―protestó, apartándose cuando vio que le iba a echar crema―. Yo no me echo eso ni de coña.
―Tú también tienes que protegerte la piel ―le reñí, forcejeando con él.
―Mi piel ya está bastante curtida ―replicó.
―¡Hey, Jake! ―le llamó Jeremiah desde la orilla con un balón en las manos―. ¿Te apuntas?
―Vuelvo enseguida.
Y me dio un beso rápido para salir pitando hacia la orilla con el resto de sus hermanos.
―Tendrás cara… ―resoplé para mí, aunque luego no pude evitar que se me escapara una sonrisilla.
Mientras los chicos jugaban con el balón en el agua, nosotras nos juntamos para charlar. Teníamos que tener pies de plomo, puesto que Brenda no sabía nada y no podíamos comentar ciertos temas, pero nos las arreglamos. Fue suficiente para percibir la preocupación que había entre nuestras filas con todo el tema de los Vulturis, a pesar de que ellos siempre nos estaban diciendo que todo iba a salir bien. La pequeña Claire ya estaba en esa edad en la que comienzas a enterarte de las cosas y Brenda empezaba a poner caras raras al no comprender nada de nuestro lenguaje en clave, así que terminamos cambiando la conversación a una más alegre.
Jacob, Seth y Quil salieron del agua y se acercaron hasta nosotras.
Quil y Seth se sentaron en sus toallas y Claire corrió sin pensárselo dos veces junto a su imprimado. Me recordó a cuando yo era pequeña y me hizo gracia. Cómo habían cambiado las cosas desde entonces.
―Ven, vamos a bañarnos ―me propuso Jake, cogiéndome de la mano.
―¿A bañarnos? Pero el agua estará helada, ¿no? ―objeté mientras él me ayudaba a ponerme de pie.
―Qué va, está muy bien ―me dijo, tirando de mí hacia la orilla.
―Para ti, que estás a 48 grados, seguro que sí, pero para mí…
―Bueno, y tu temperatura corporal es de 40, tampoco hay tanta diferencia. Además, estos días estoy en menos.
En cuanto mis pies sintieron el agua que azotaba la orilla, reculé.
―No, solo son ocho grados ―le rebatí con ironía.
―Si te pegas bien a mí, seguro que no pasas nada de frío ―afirmó con una sonrisa pícara.
―Ahora lo entiendo todo ―y le eché una mirada acusadora sin poder impedir que mi labio se curvase.
―En nuestra primera cita no te quejaste nada, y te recuerdo que era invierno y de noche ―siguió con la misma sonrisa.
―Era una situación muy diferente ―alegué―. Yo estaba… Tenía… ―su sonrisa se amplió―. Bueno, vale ―accedí, colorada.
Me quité la goma del pelo, me la puse en la muñeca izquierda y me revolví un poco el cabello para soltarlo del todo.
―Venga, vamos ―me animó, cogiéndome de las dos manos para empujarme hacia el agua mientras él avanzaba de espaldas.
―¡Ay, está fría! ―me quejé cuando una ola se estampó hasta mis rodillas.
Jacob se carcajeó y tiró de mí para pegarme a él y seguir adentrándonos en el mar. El truco pareció funcionar y el agua ya no se sentía tan fría. Ocho grados de diferencia, son ocho grados. Sin darme apenas cuenta, el líquido ya me cubría el pecho.
―No te metas más, te recuerdo que no sé nadar ―le avisé, agarrándome a su cuello al ver que él no se detenía.
No sabía porque el agua nunca me había gustado demasiado.
―Pues mira a ver cómo te las arreglas ―me respondió con una sonrisa golfa.
No me quedó más remedio que encaramarme a él, rodeándole con mis piernas, cuando el agua ya me tocaba la barbilla y continuaba subiendo. A él, sin embargo, todavía le llegaba por el pecho. Sonrió satisfecho y me sujetó sin ningún problema a la vez que seguía avanzando otro poco.
Las ondas del mar que aún no se transformaban en olas nos balanceaban arriba y abajo, y la costa se veía bastante lejos, con lo que nos encontrábamos casi a solas. Los quileute que no habían dejado de jugar en el agua estaban en la orilla y sus voces formaban un griterío de fondo.
―Vaya cara que tienes ―le acusé.
―Venga, no me digas que no estás en la gloria ―se rio.
Pues sí, pero no pensaba reconocérselo.
―Eres un granuja. Me has engañado de mala manera ―le achaqué, sonriéndole.
―Yo no tengo la culpa de que no sepas nadar ―se defendió―. No me voy a quedar ahí como los niños pequeños, ¿no te parece?
―Ja, ja. Y yo no tengo la culpa de que seas tan alto ―repliqué.
―Tendré que enseñarte a nadar. Es una vergüenza que un semivampiro como tú no sepa ―se burló.
―Muy gracioso ―le contesté con sarcasmo―. Dudo que puedas enseñarme. Además ―me arrimé a él hasta que nuestras frentes se tocaron―, me da igual no saber nadar, no se está nada mal así ―reconocí al final.
Era imposible no hacerlo, con lo que tenía delante.
Su sonrisa se amplió, la mía también y empezamos a besarnos.
Un agudo aullido, a una frecuencia lo suficientemente baja para que un oído humano no lo escuchara, hizo que nuestros labios se separaran con brusquedad y que la energía y mis mariposas se detuvieran de sopetón.
―¡Mierda! ―masculló Jake con los dientes apretados.
Fue lo único que me dio tiempo a oír antes de hundirme en el agua cuando me solté de su cuerpo debido al susto y me caí hacia atrás. Jacob me sujetó al instante, subiéndome a la superficie, y me tomó en brazos.
―¡¿Qué pasa?! ―quise saber, asustada.
―Vampiros ―anunció con el semblante grave mientras comenzaba a avanzar hacia la orilla todo lo rápido que le dejaba el agua.
De repente, algo salió disparado a una velocidad vertiginosa del líquido salino, abalanzándose sobre nosotros y atacándonos de costado, y volví a hundirme bajo el mar junto a Jacob.
Noté cómo sus brazos eran apartados de mí, y mis ojos se abrieron de inmediato. No podía ver nada, no podía oír nada, excepto el murmullo alocado del revuelo formado por las burbujas y el sonido del fondo marino, y encima no sabía nadar, me ahogaba.
Sin embargo, no tenía tiempo para pensar en mí.
¡Jacob! ¡Jacob!
Mis escocidos ojos pudieron captar un movimiento entre aquella algarabía y mi angustia aumentó el triple cuando vi cómo Jake era arrastrado y alejado de mí súbitamente hacia la profundidad como si un tiburón tirase de él. Pero no era un escualo. La mujer vampiro lo sujetaba por detrás, aferrando su cuello con su brazo de hierro, y lo zarandeaba hacia los lados para asfixiarle.
Mi alma se estremeció al verle en serio peligro; era totalmente vulnerable, no podía cambiar de fase en el agua, ya que estaría en más desventaja.
Mi cerebro y mi cuerpo no se lo pensaron dos veces. Busqué la lengua de fuego en mi interior para que me quemara la espalda y me transformé sin vacilación ninguna en el mismo elemento acuoso. En ese momento, el agua pasó a ser caliente. Me percaté de que en esa zona hacía pie y subí a la superficie durante una milésima de segundo para tomar una sola bocanada del aire que ya me urgía. Con eso era suficiente para un buen rato, mi corazón latía muy despacio, ya que no tenía que bombear tanto mi sangre casi inerte.
No sé cómo lo hice, ni si sería capaz de repetirlo en otra ocasión, pero mi instinto hizo que mis brazos y mis piernas se movieran solos, y me arrojé hacia ella como un torpedo rabioso. El estruendo del choque retumbó en las rocas submarinas próximas y mi cuerpo cayó en la arena del fondo, sobre el de la mujer. Mis pupilas solo se distrajeron lo justo para ver que Jacob se podía poner en pie y subía a la superficie para tomar oxígeno.
No obstante, eso fue suficiente para ella. La mujer vampiro me propinó una patada en mi estómago, ahora de mármol, y mi cuerpo salió despedido, estrellándose en una enorme piedra. Mientras los trozos de la misma rebotaban en la arena, Jacob me agarró del brazo y tiró hacia él con potencia. En el mismo instante en que mi cuerpo se apartó del todo, el puño de la mujer se estampaba en la roca.
La vampiro se lanzó de nuevo hacia nosotros con un ansia desmedida, con sus despiadados ojos clavados en él, pero yo, lejos de esquivarla, me solté de Jake, lo aparté a un lado de un empujón, del que salió dando vueltas, y arremetí contra ella con furia.
Las dos chocamos y colisionamos en la misma roca de antes, solo que, esta vez, la que tenía la espalda incrustada era ella. La ira inundó mi mente, rayando el sadismo. NADIE tocaría a Jacob, y menos delante de mí.
Mis pies se colocaron en su estómago a una velocidad de vértigo ―y eso que era bajo el agua―, y a la vez sujeté su cabeza entre mis brazos. Sus manos se aferraron a la mía, pero no le di opción a que se moviera, pegué un tirón con fuerza hasta que la desmembré, y sus manos cayeron sobre mis hombros, sin vida. Dejé caer la cabeza al fondo.
El resto del cuerpo se deslizó y reposó en la arena, balanceándose a merced de la corriente, cuando Jacob regresó a mi lado.
Salimos a la superficie para tomar aire y nos abrazamos.
―¿Estás bien? ―me preguntó, examinándome la cara.
―Sí, ¿y tú?
―Sí, gracias a ti ―me sonrió, y yo le correspondí la sonrisa.
No había tiempo para nada más, el aullido había dado la voz de alarma y teníamos que volver a tierra cuanto antes.
―Tenemos que recoger el cuerpo para quemarlo ―me avisó―. Si no, volverá a juntarse y revivirá.
Dicho y hecho. Me sumergí en el agua y recogí las partes. Le pasé el cuerpo a Jacob, que lo arrastró por un brazo, yo cargué con la cabeza, agarrándola por los pelos, y empezamos a correr hacia la playa.
Quil y Embry paseaban nerviosamente en la orilla, corriendo de lado a lado con sus cuatro patas sumergidas en el agua. Seguramente habían estado observando lo poco que se veía de la pugna desde allí con desasosiego.
Jacob no esperó a salir del agua. Cuando le llegaba por la cintura, lanzó el cuerpo hacia la orilla con un movimiento ágil y los lobos comenzaron a desmembrarlo.
―Sujétame esto ―me pidió.
Y sacó su bañador del agua para depositarlo en mi mano libre.
De un salto, en el que creí que se iba a volver a sumergir, su cuerpo explotó y cayó a cuatro patas, salpicándome entera cuando su colosal cabeza se irguió.
¡Por ahí!
¡Mío!
¡Ni lo sueñes!
Un jaleo de veintitrés voces diferentes, del que apenas distinguía ninguna oración, se instaló de pronto en mi cabeza.
Leah, ¿cómo vais?, le preguntó Jacob.
Son muchos, tenéis que venir.
Mi lobo y yo salimos del agua, tiré la cabeza junto a lo que quedaba del cuerpo y nos reunimos con el resto de los chicos que habían venido con nosotros a la playa.
¿Dónde están Shubael e Isaac?, quiso saber Jake.
Ya se han reunido con la manada, le informó Brady.
Bien.
Todos los presentes estaban en su forma lobuna junto a sus parejas. Fue entonces cuando reparé en Seth y Brenda.
―¡Brenda! ―grité cuando la vi tumbada en la arena, boca arriba, con Seth gimoteando y lamiéndole la cara.
Me acerqué a ella con paso presto y me arrodillé a su lado para atenderla junto a él.
―Tranquila, solo se ha desmayado ―me comunicó Jemima.
Tenía que habérselo dicho antes, lloriqueó Seth.
¡Son unos cincuenta!, se distinguió el grito de Sam desde la batalla.
¿Cincuenta? ¡¿Cincuenta vampiros?!
Tenemos que irnos, Seth, le dijo Jacob con premura. Nessie cuidará de ella. Sus enormes ojos negros se movieron y se clavaron en mí. Escóndete con el resto de las chicas en aquella cueva. Embry se quedará con vosotras para protegeros.
El mencionado se desplazó a nuestro lado sin rechistar.
―¡No! ―protesté, poniéndome en pie―. ¡Yo quiero ayudar!
Es muy peligroso, Nessie. No pienso dejar que vayas allí.
―¡Lo mismo puedo decir yo! ―me quejé con energía.
¡No te lo estoy pidiendo!
No llegó a ser un grito, sin embargo, su voz de Alfa hizo tambalear mis piernas y no me caí sentada en la arena de puro milagro gracias a que me apoyé en Seth.
Venga, vámonos, les ordenó a los demás, después de echarme un último vistazo; Seth se fue tras ellos, sollozando.
Rechiné los dientes con rabia, pero no me quedaba otra opción que obedecer. La coacción que ejercía su mando era demasiado fuerte como para poder rebelarme y, además, una angustiosa preocupación ya se había hecho con toda mi mente, tapando cualquier otra sensación; a su lado, eran simples estupideces.
Ten mucho cuidado, le imploré mientras se alejaba con el grupo por el bosque que limitaba con la playa.
Tranquila, estaremos en contacto todo el tiempo. Podemos oírnos, ¿recuerdas?
Te quiero.
Se escucharon unos silbidos y unas risillas burlonas que no provenían de los imprimados, sino que procedían del resto de la manada que se encontraba en el bosque luchando.
¿Cómo podían estar atentos a todo? Yo casi no distinguía las conversaciones entremezcladas. Las voces se apagaron hasta que solamente fueron un zumbido muy bajo y monocorde.
Yo también te quiero, cielo, contestó finalmente.
¿Estamos solos?, le pregunté.
Podía ver a través de sus ojos. Ya se estaban adentrando en lo más profundo del bosque.
Sí, pero no por mucho tiempo, me reveló. Escucha, vas a oír muchas voces y gritos en tu cabeza, pero no te asustes, ¿vale? Esto es lo normal. No te puedo aislar conmigo, necesito comunicarme constantemente con la manada. Céntrate en escucharme solamente a mí cuando yo hable contigo, no hagas caso de todo lo demás, ¿de acuerdo? Y no te preocupes por mí, estaré bien.
Eso último ya era más difícil.
Las chicas ya se habían vestido y comenzaron a guardar las cosas en las mochilas con rapidez, incluidas las nuestras.
¿Por qué tuviste que dejar aquí a Embry y no te quedaste tú?, le reproché un poco.
Nada me gustaría más que estar ahí a tu lado, ya lo sabes. A mí también me cuesta mucho dejarte, pero si yo me quedo, todos los demás imprimados querrán hacer lo mismo y ellas igual, no puede ser. Son muchos vampiros y la manada nos necesita, y yo soy el primero que tengo que dar ejemplo. Embry no está imprimado de ninguna y no habrá problemas, ¿entiendes? Además, Embry os cuidará bien, confío en él. Sé que estaréis a salvo, si no, no te dejaría ahí.
Sí, tienes razón, perdona, suspiré con remordimiento. No tenía que haberte dicho eso. Es que me he puesto un poco nerviosa.
Llévalas a la cueva, allí estaréis bien. Ah, y cuida de Brenda, que este Seth me va a volver loco. Ve retransmitiéndole el parte médico de vez en cuando, se rio.
De acuerdo, sonreí.
Voy a meter al resto, me avisó.
Sus ojos seguían mostrándome su avance por el bosque, y no me gustaba nada lo que estaban viendo.
Ten mucho cuidado, repetí, temerosa.
Un montón de voces y gritos aparecieron de repente.
Ya estoy con vosotros, anunció. Embry, Nessie también puede oírte.
Vale, le respondió él, mirándome y asintiendo con su gran cabeza lobuna.
―Jake me ha dicho que vayamos a esa cueva ―les retransmití a las chicas.
Todas asintieron sin decir ni pío, era el Gran Lobo quien daba la orden.

Ruth encendió una cerilla, la lanzó sobre el cuerpo mutilado de la mujer vampiro, que estaba medio escondido entre los primeros árboles de la playa, y recogieron las mochilas de la arena para iniciar la marcha. Los restos se inflamaron en una alta llamarada y una humareda púrpura empezó a invadir el cielo, sobre nuestras cabezas. Claire corrió para ponerse a mi lado y agarró mi mochila. Me puse la de Jacob a la espalda, cogí a Brenda en brazos, que estaba más despierta aunque seguía en estado de shock, y nos encaminamos a la caverna custodiadas por el lobo gris plateado.



LUCHA

¡Quil, Aaron, cubrid ese flanco!, mandó Jacob a la vez que nosotras llegábamos a la cueva. ¡Jeremiah, ayuda a Seth en esa emboscada! ¡Brady, tú ven conmigo!
La cueva, en realidad, era un enorme hueco sin salida en los acantilados ―salpicados de caprichosa vegetación y coronados con enormes abetos― que lindaban con esa zona de la playa y el mar, la cual tendría unos cinco metros de fondo por unos tres de ancho. Las chicas se acomodaron repartidas por las paredes de piedra, con las caras intranquilas, y Embry se sentó en la entrada, vigilante.
Dejé a Brenda con cuidado en la arena, estaba húmeda de la pleamar que la había inundado hacía unas horas, pero no podía hacer otra cosa. Por lo menos, la superficie estaba blanda. Claire me ayudó, sujetándole la cabeza para apoyarla con suavidad.
Jacob tenía razón. Mi mente estaba repleta de voces y gritos, una maraña embarullada del que no distinguía casi nada, tan solo tensión y más tensión.
Estaba tan preocupada por Jake y sus hermanos, tan nerviosa, que no sabía qué hacer con las manos, incluso me dio un escalofrío, con el calor que hacía. Y lo peor es que no podía avisar a mi familia. Ellos no podían saltarse el tratado, así que si los llamaba solamente iba a conseguir que se preocuparan. Además, confiaba en el buen hacer de Jake y la manada. Ellos estaban acostumbrados a luchar con grupos grandes de vampiros y nunca habían necesitado de la ayuda de nadie, ¿no? Intenté aferrarme a esa idea.
Saqué mi ropa de la mochila para vestirme. Mis pantalones piratas blancos no subían bien debido a que todavía estaba mojada, así que me los embutí como pude. La camiseta fue mucho más fácil de poner. Escurrí el bañador de Jacob todo lo que dio de sí, lo sacudí y lo metí en su mochila, doblándolo bien. Me arrodillé junto a mi amiga a esperar a que se despertase del todo y le di aire con una revista que me pasó Eve.
Claire se arrodilló frente a mí, dejando a Brenda en el medio de las dos, y me observó con sus dulces ojos marrones, absorta.
―¿Ahora eres un vampiro? ―me preguntó de repente.
Miré a Brenda para cerciorarme de que seguía desmayada.
―Casi. Nunca me transformo del todo ―le aclaré.
―¿Y no quieres chuparnos la sangre?
Todos los rostros, incluido el lobuno de Embry, se giraron para mirarme con un matiz de cautela.
―No. Como no soy un vampiro completo, tengo sangre en mi cuerpo ―empecé a aclararle, lo más sencillo que pude para que una niña de nueve años lo entendiera―, así que mi organismo la coge de ahí, ¿entiendes?
―¿Quieres decir que chupas tu propia sangre?
Era una niña muy lista, enseguida lo pilló.
―Sí, visto así… ―me reí.
―¿Y qué pasa si se te acaba tu sangre?
Sí, era muy, muy lista.
Todos volvieron a mirarme, expectantes.
―Pues… que tengo que beber la de otros seres ―pude percibir el salto de los corazones que me rodeaban―, pero solo la de los animales ―maticé.
A Embry le dio un respingo.
―La de los lobos tampoco ―apuntillé con una sonrisa.
Escuché su risa en mi mente.
―¿Y por qué puedes oír a los chicos?
Ups, a ver cómo le explicaba yo eso…
―Claire, deja a Nessie en paz, ¿quieres? ―le regañó Eve.
Menos mal…
Mi amiga empezó a reaccionar.
Brenda se está despertando, pensé para que lo oyera Seth.
¿Cómo está?, quiso saber, angustiado.
Creo que bien. Ya te lo diré cuando lo haga del todo, no te preocupes.
Céntrate, Seth, le dijo Jake.
Los ojos de Brenda se abrieron de sopetón y se incorporó con precipitación.
―¿Dónde estoy…? ―preguntó, parpadeando con confusión y mirando a los lados.
Entonces, su mirada se quedó fija en el enorme lobo que estaba sentado en la boca de la caverna y se tornó del desconcierto al terror en un segundo.
Me vi obligada a taparle la boca para acallar sus gritos, si seguía chillando así, llamaría la atención de todos los vampiros del mundo, eso sin mencionar que Seth podía oírla a través de mí y de Embry.
¡¿Qué ha pasado?!
Sí, Seth ya la había oído.
Está todo controlado, ella está bien, le contesté para sosegarle.
Es una chillona.
Cállate, Embry, replicó Seth con acidez.
Es que eres muy feo, tío, se burló Isaac, refiriéndose al lobo que nos hacía compañía.
Ja, ja, respondió Embry irónicamente.
―Tranquilízate, Brenda ―le calmé, hablándole bajito y con pausa para causar más efecto sobre ella, sin quitarle la mano de la boca―. No nos va a hacer nada, es de los buenos, ¿ves? ―sus asustados ojos se desviaron para fijarse en los míos y después la osciló de nuevo hacia Embry, que sacó la lengua y le dedicó una sonrisa lobuna para hacer la gracia―. Está vigilando la cueva para protegernos.
Retiré la mano con cautela y dejé que recuperase el aliento.
―¡¿Protegernos de qué?! ―inquirió, todavía horrorizada―. ¡¿Y por qué estás tan… gélida…?! ―su voz se quebró, sobrecogida.
¡Mierda!, masculló Embry, levantándose con presteza, antes de que me diera tiempo a responderla.
Las demás solamente escucharon el gañido.
Brenda pegó un brinco del susto y su espalda se apretó contra la roca, sin apartar sus sobresaltadas pupilas del lobo.
Por lo menos, no se había desmayado otra vez.
¡¿Qué pasa, Embry?!, exigió saber el Gran Lobo.
Las voces de los imprimados de las chicas que estaban conmigo irrumpieron en mi mente sobre las demás con sendas preguntas.
Apesta a vampiros por aquí, le avisó, asomando la cabeza al exterior. Voy a echar un vistazo, no quiero que descubran la cueva.
De acuerdo, aceptó Jake. Nessie, no os mováis de ahí hasta nuevo aviso.
Vale, asentí con miedo.
La peste no tardó en entrar en la caverna cuando Embry dejó la entrada libre al marcharse con diligencia.
―¿Qué pasa? ―preguntó Ruth con preocupación, por boca de todas.
Miré a Brenda y a Claire con precaución y cambié hacia las otras. No podía engañarlas, ellas también comprendían muy bien el lenguaje corporal de los lobos y sabían que pasaba algo malo.
―Embry ha ido a echar un vistazo ―fluctué mis pupilas hacia mi amiga y la niña durante un segundo, frotándome las manos nerviosamente, y las envié de regreso a las demás―, ha detectado… un olor.
―¿También los hay por aquí? ―adivinó Jemima, siguiendo mi juego del disimulo.
Brenda me miraba sin entender nada y Claire entendiendo demasiado.
Asentí con la cabeza y se hizo un silencio tenso en el que podía distinguir mejor la lucha que estaba teniendo lugar en el bosque.
Mis puños se cerraban cada vez que veía a través de los ojos de mi lobo cómo algún vampiro se abalanzaba sobre él, aunque también descubrí con mucho agrado y alivio lo bien que se defendía de los ataques. Los demás parecían estar bien, tampoco se protegían nada mal.
¡Hay uno por aquí!, gritó Embry de pronto. ¡Ha detectado los efluvios de la cueva y quiere ir! ¡Voy a por él!
¡No le dejes!, le ordenó Jacob.
Mis manos volvieron a frotarse, nerviosas.
¡¿Qué son estas jaulas?!, exclamó Cheran en el bosque.
―¡¿Jaulas?! ―no pude evitar decirlo en voz alta.
Todas mis amigas, excepto Brenda, que no se enteraba de nada y seguía arrinconada en la pared, abrieron los ojos como platos con horror.
―Sí, jaulas.
Nuestras cabezas se giraron súbitamente hacia la entrada de la caverna, espantadas. En cuanto escuché ese acento francés, olí su asqueroso efluvio y le vi, mi cuerpo se puso rígido y me puse en posición de ataque automáticamente.
―¡Un vampiro! ―gritó Eve.
―¡Moïse! ―mascullé con los dientes apretados.
A Brenda se le pusieron los ojos en blanco y se desmayó de nuevo. Moïse solo le dedicó una mirada curiosa, para retornarla a mí.
―¿Creíais que iba a marcharme con las manos vacías? ―se rio con arrogancia―. Ya os dije que aquello solamente fue un aviso ―entonces, su semblante marmóreo de mofa se transformó y sus ojos escarlata adquirieron un color más oscuro, volviéndose extremadamente agresivos―. Vengo a terminar lo que empecé, y comenzaré por aquí ―afirmó, relamiéndose mientras miraba a mis amigas.
¡No, no, no…!
―¡No! ―grité al hilo de mis pensamientos.
Antes de que el vampiro se arrojase hacia ellas, me abalancé sobre él con una implacable rabia; la fuerza de mi impacto fue tal, que los dos salimos disparados de la cueva y caímos sobre la arena.
¡¿Qué está pasando, Nessie?!, reclamó saber Jake.
Claro, él también podía ver a través de mis ojos. Pero ahora no podía ni contestarle.
Ambos nos pusimos en pie de inmediato y nos agazapamos uno frente al otro, fintando entre los leños empujados por la marea.
La luz del sol hacía destellar su nívea piel, creando reflejos en la mía. Parecería angelical, si no fuera por sus pupilas encarnadas y despiadadas.
¡Nessie!
―Es inútil que luches. Terminaré con esas humanas y contigo y me llevaré a los lobos para entregárselos a Aro ―amenazó Moïse.
―Tendrás que pasar por encima de mi cadáver ―le advertí, rechinando los dientes.
―Como quieras.
¡Nessie, contesta!, volvió a pedirme mi novio.
Es Moïse, está aquí, le desvelé, moviéndome hacia un lado para no dejar que el vampiro encontrara un hueco por donde entrar a la cueva.
¡Hijo de…! ¡Aguanta, ya vamos!, me dijo. Sin embargo, sus pupilas me mostraban el intenso acoso al que estaban siendo sometidos todos los lobos en el bosque, por lo que sabía que tardarían más de lo que quisieran. ¡Embry, ¿dónde diablos estás?!
¡Estoy en ello!, protestó. ¡Este chupasangres se me está resistiendo!
Por el rabillo del ojo podía ver a Embry. Estaba peleando con un vampiro enorme, era tan fuerte como Emmett.
¡Tranquila, Nessie! ¡Acabaré con él enseguida!, afirmó Embry. ¡Sigue fintándole!
¡No te preocupes por mí, sé defenderme! ¡Tú no te distraigas y céntrate en lo tuyo!
¡Cuidado!, escuché que me gritaba Jake.
Sin darme tiempo a reaccionar, Moïse se lanzó hacia mí vertiginosamente, empujándome al fondo de la cueva. El impacto de mi espalda hizo un enorme boquete en la pared de piedra y mis amigas gritaron, sobresaltadas. Antes de que pudiera incorporarme, sus manos de hormigón se aferraron a mi cuello y me levantaron del suelo.
¡NESSIE!
Las imágenes de mi cabeza del bosque me mostraron la cólera que se desató en mi Gran Lobo, le arrancó la cabeza a varios vampiros casi a la vez con una saña increíble, mientras escuchaba toda una lista de insultos inconfesables. El rugido que siguió retumbó hasta en la roca en la que nos alojábamos.
―Parece que tu lobo ya se ha dado cuenta ―manifestó Moïse en un tono mordaz, presionando mi cuello.
Intenté romperle los dedos, como había hecho aquella vez en Port Angeles con el licántropo, pero estaban demasiado apretados en mi garganta, no los podía separar, y además eran rígidos y duros como el acero.
¡Ya voy, aguanta!, bramó Jacob, apretando la dentadura, mientras los árboles que pasaban a toda velocidad a su lado ya eran borrones verdes y marrones y no se distinguían.
¡Te seguimos, Jake!, le comunicó Seth.
―¡Suéltala! ―voceó Claire, pegando puñetazos en la espalda de Moïse.
―¡No, Claire! ―la reñí para que no provocase más al vampiro y no la hiciera daño a ella.
―Tranquila, la siguiente serás tú ―la amenazó, y de un manotazo la lanzó hacia la pared.
¡Claire!, gritó Quil con agonía.
¡Solo era una niña! ¡¿Sería miserable?!
Afortunadamente, Ruth, Eve y Jemima pudieron cogerla a tiempo y no se dio un golpe fuerte.
―¡No la toques! ―gruñí―. ¡Y nunca le quites la vista a los pies!
Le propiné una férrea y enérgica patada en sus partes nobles ―aun siendo dura como el mármol, me hice daño― y sus manos me soltaron instantáneamente.
¡Muy bien, Nessie! ¡Ahí, donde más duele!, aclamó Quil, riéndose con malicia.
La siguiente patada que le pegué fue con una llave y le di en el estómago, lanzándole al exterior.
¡Guau, qué tía!, exclamó Jeremiah.
¿Qué puedo decir? Es mi chica, declaró Jake con orgullo.
Dale las gracias a mi padre, recuerda que fue él quien me lo enseñó todo en defensa personal, intervine.
Enseguida le cambió el tono y el humor.
¡Bueno, eso ha estado muy bien, pero no te confíes! ¡Ten cuidado! ¡Ya vamos!
―¡Eres uno de ellos! ―chilló Brenda, que debía de haberse despertado.
Los gritos histéricos de mi amiga sonaron a la vez que el vampiro rugía con furia desde la boca de la cueva.
Claire le dio una bofetada y Brenda se calló ipso facto.
¡Ay!, lamentó Seth.
Vaya, además de lista, una niña muy madura y efectiva.
¿Ves?, es una chillona, reiteró Embry mientras estaba fintando con el vampiro gigante.
Cállate, Embry, repitió Seth en el mismo timbre de antes.
―¡Desgraciada! ¡Pagarás por esto! ―berreó Moïse.
Se precipitó hacia mí de nuevo e iniciamos una pelea consistente en forcejeos, en sus embates y mis bloqueos, hasta que nos separamos de un brinco para quedarnos frente a frente.
Sus ojos se apartaron de mí durante una milésima de segundo en la que miró a su alrededor, hambriento. La sed hacía mella en él y pronto comenzaría a dominarle. Tenía que sacarle de la cueva, alejarle de las humanas, o terminaría lanzándose hacia ellas sin cuartel y sería una carnicería.
Jake y los chicos ya estaban muy cerca.
―¡No te distraigas! ―vociferé, empujándole hacia la salida―. ¡Ven a por mí!
¡No, Nessie!, me regañó Jake, cabreado, cuando vio mi plan.
Salí disparada de la cueva y me arrojé a su cuello para morderle, sin embargo, seguía siendo más rápido que yo y, de un manotazo, me mandó volando hacia los árboles lindantes.
¡NESSIE!, bramó Jacob, acelerando el paso todavía más; podía escuchar hasta el chirrido de sus dientes.
Por suerte, fui capaz de sujetarme y ponerme de pie sobre una rama.
Como si fuera un cohete, el vampiro arremetió contra mí; yo no era tan fuerte, pero era rápida y ágil. Le esquivé con unos reflejos sobrenaturales, me enganché a otra rama y me balanceé para dar una vuelta a la velocidad de la luz, pateándole de nuevo.
Entonces, me quedé como una piedra de hielo cuando mis ojos aprovecharon el momento de su caída para mirar hacia abajo. Lo hicieron en un segundo, puesto que Moïse cayó de pie como un gato, dispuesto a atacar de nuevo, y no podían distraerse demasiado, pero la imagen se quedó grabada en mi retina como una fotografía a todo color, lo suficiente para que se fijase en mi cerebro.
Pasé la mirada al vampiro que tenía debajo mientras mi cerebro me plantaba la foto para que la viera y la asimilara bien.
Entre los árboles que limitaban la zona de la caverna, se encontraban diez vampiros a la espera, con una inmensa jaula y una red de cables de acero en las manos.
Moïse había venido a por los lobos, sí, cogería a todos los que pudiera, si podía, pero sobre todo estaba interesado en uno solo, el mayor de todos, el líder, quería llevarse su mayor botín: Jacob. Y para ello había preparado toda esta farsa con el fin de atraerle, me había utilizado como cebo y tenía bien entretenidos al resto de lobos para que no pudieran ayudarle.
No obstante, algo no me cuadraba, Moïse no me parecía tan listo como para planear algo así.
No me hizo falta pensar mucho. Algo naranja resaltó en mi fotografía mental de entre los árboles limítrofes, a unos metros más atrás de la línea de diez vampiros, como el General que observa la batalla de sus filas.
Enguerrand.
Él lo había organizado todo. Él era el jefe. Probablemente, nos había estado espiando, esperando a un día de distracción como este, o tal vez lo había planificado sobre la marcha, quién sabe. Mi padre ya nos lo había dicho, era muy inteligente, y seguramente tenía muchos años de experiencia en guerras, había estado grabando muchas para Aro y había participado en otras tantas.
Moïse se encaramó al tronco del árbol y lo agitó hacia los lados para hacerme caer.
¡Jake, no vengáis! ¡Es una trampa!, le advertí con urgencia, aunque ya lo debían de haber visto todo en mi cabeza.
Pero ya era demasiado tarde. Mi lobo apareció raudo y veloz a mi rescate junto con el resto de lobos imprimados que tenían a sus novias en la caverna.
¡Nessie!, gritó al verme, con un rugido.
El vampiro logró quebrar el árbol y, con la distracción, me precipité hacia el vacío. No llegué al terreno, mi cuerpo chocó con sus brazos duros como el hierro y fue como caer en una losa de hormigón, aunque no me hice daño, mi cuerpo también era duro. La copa arbórea verde se quedó atravesada, las ramas de dos árboles contiguos impidieron su caída.
―¿La quieres, lobo? ―le provocó Moïse a la vez que reculaba hacia atrás, poniéndome como escudo y sujetándome el cuello con su brazo.
Por mucho que intentaba zafarme, me tenía completamente inmovilizada.
Él solo escuchó el potente rugido que atronó por todo el pueblo y se perdió en el horizonte marino; el resto de lobos y yo escuchamos y sentimos su ira y su cólera enloquecida.
―¡Pues ven a por ella!
¡Es una trampa, no te acerques!, le avisé.
¡Hay más vampiros por aquí, Jake!, reveló Embry, poniéndose a su lado. ¡Los he visto mientras machacaba a ese chupasangres!
¡Me importa una mierda!, bramó, ya lanzándose a por Moïse con arrebato.
―¡No! ―chillé, horrorizada, cuando vi salir a los diez vampiros con la red desplegada, cogiendo impulso con los árboles para volar por encima de él.
Sus hermanos saltaron instintivamente para protegerle y alzaron momentáneamente la enorme y gruesa malla de acero, dándole una fracción de segundo extra que le permitió escapar por debajo, aunque los que quedaron atrapados fueron ellos y las que se sobresaltaron acto seguido fueron sus novias, que miraban aterradas desde la cueva.
Jacob se quedó a un metro de nosotros, inclinado hacia delante mientras profería unos rugidos estremecedores y mostraba sus implacables colmillos.
¡Suéltala, hijo de puta!, fue lo más suave que le dijo.
Enguerrand salió de entre el arbolado para colocarse frente al escenario que había preparado y su boca se torció en una sonrisa orgullosa y costosa, parecía que no hubiera sonreído en mil años. Sus ojos no eran mates, eran de un escarlata brillante, sagaces, perspicaces, por lo que Jacob y yo dedujimos que no estaba grabando.
―¿Qué vas a hacer ahora? ―interrogó Moïse con el labio curvado con prepotencia―. A tu hembra la tengo yo, y a tus lobos mis compañeros ―la cabeza de Jacob se giró un poco para mirar a sus espaldas de reojo―. ¿No crees que un intercambio sería justo? Te devuelvo a tu hembra y a tus lobos si te metes en la jaula y te vienes con nosotros.
―¡No le hagas caso! ―protesté con energía.
¡Que se vayan al infierno!, bramó Jeremiah.
¡Sí, no se te ocurra meterte ahí, o te daremos una paliza!, siguió Embry.
¡Mierda! ¡Callaos todos!, gruñó. ¡¿Qué otra cosa puedo hacer?!
―No tengo mucho tiempo, lobo ―le advirtió Moïse, apretando su brazo contra mi garganta―. Si no lo haces, le partiré el cuello en dos.
―¡Jake, no lo hagas, por favor! ―le supliqué mientras las lágrimas ya rebosaban por mis ojos.
Las pupilas negras y brillantes de mi lobo se clavaron en mí durante un instante.
―¡NO! ―chillé con una voz que hizo eco en los acantilados, estirando el brazo para alcanzarle, cuando Jacob se giró y empezó a caminar lentamente hacia la jaula.
La sonrisa de Enguerrand se amplió.
Los lobos comenzaron a aullar y a gimotear, intentando escaparse de la malla sujetada con solidez por ocho de los fulgentes vampiros. Relucían tanto con el sol, que cegaban.
Los otros dos, una mujer de largo cabello rubio y un rostro más pálido que la porcelana, y un corpulento hombre moreno de pelo muy corto, aguardaban junto a la jaula.
―Así me gusta, lobito.
La dicción de Moïse sonó despreciativa y me hizo rechinar los dientes.
Si se llevaban a Jacob, yo me iría con él. Sí, yo tenía que estar con él, aunque fuera en el mismísimo infierno. Tenía que convencer a Enguerrand y a Moïse como fuera para que me llevaran también.
¿Cómo va todo por ahí, Sam?, quiso saber Jake de repente, sin dejar de andar.
Oh.
El viento bochornoso que llegó desde el mar me trajo consigo una nota de esperanza, junto a las imágenes de Sam y los otros lobos, que corrían hacia aquí. Jacob estaba fingiendo y tenían una emboscada preparada.
Ya estamos de camino. Lo del bosque está hecho, solamente quedan ocho, así que Leah y yo hemos dejado a un grupo allí. ¿Qué está pasando por ahí, Jacob?, preguntó.
¡Quieren llevarse a Jake!, le informé.
¡Tienen la jaula preparada, y nosotros estamos atrapados en esta maldita red!, continuó Seth.
¿Os queda mucho?, quiso saber Jacob.
Estamos ahí en un minuto, afirmó Sam.
Bien. ¿Y vosotros qué hacéis ahí parados? Haced un poco de teatro, diablos, les dijo a los lobos atrapados.
Y así lo hicieron, continuaron revolviéndose y gimoteando bajo la espesa red de acero.
―Entra ya ―le atosigó Moïse, nervioso, al ver que Jacob se tomaba su tiempo.
Jake llegó sosegadamente a la jaula y les dedicó un sonoro y torvo gruñido a los dos guardianes mientras entraba. La mujer le siseó con rabia y bajó la reja, quitando la tranca que la sostenía en alto.
No les dio tiempo a poner el pestillo.
¡Ahora!, escuché que gritaba Sam.
Este, Paul, Leah y Jared salieron de la nada y se abalanzaron sobre ellos con una fuerza brutal mientras los demás se arrojaban a por los vampiros que sujetaban la malla.
Aproveché el momento de confusión y sorpresa en el que se encontraban Moïse y Enguerrand para hacerle una llave evasiva al que me apresaba y le estampé la espalda en el suelo.
Mi lobo seguía enjaulado, dando vueltas, tratando de encontrar una solución para salir.
¡Te sacaré de ahí!, le dije.
¡No, ve a la cueva a refugiarte con las demás!
No fue una orden, más bien una advertencia.
De un elevado salto, llegué hasta la jaula y me planté frente a la puerta. Tiré hacia arriba de la reja que la cerraba, pero estaba hecha de un material muy fuerte y pesado, los barrotes tenían diez centímetros de grosor, por lo menos, y no era capaz de levantarla. La jaula estaba hecha a conciencia, preparada para aguantar la letal mordedura de los colosales lobos.
Ve a la cueva, por favor, no me obligues a ordenártelo, me avisó nerviosamente, aunque con voz dulce.
¡Pesa mucho!, me quejé, haciendo caso omiso a su comentario, tirando de la puerta con todas mis fuerzas.
Cuando conseguí alzarla unos quince centímetros…
¡Salta!
Eso sí fue una orden en toda regla, decretada con su voz de Alfa, y mis piernas lo hicieron sin que hiciera falta que mi cerebro actuase.
Sin embargo, mi salto no fue suficiente, o puede que Moïse ya se conociera el truco, y me atrapó en el aire, cogiéndome por los pies.
Me estrellé de morros en el suelo y Moïse cayó encima de mí.
¡NESSIE!, gritó Jacob.
Escuché su escalofriante rugido y unos estrepitosos y ensordecedores golpetazos metálicos.
Cuando Moïse me giró y me quedé boca arriba mientras forcejeábamos para que no me mordiera, lo vi. Mi Gran Lobo estaba dando golpes con la cabeza al hueco que había quedado al levantar la puerta con una potencia bestial para tratar de salir, y se meneaba en su cárcel como si de un tiburón blanco se tratase, cuando atacan a las jaulas de los buceadores.
Mis manos trataban de apartar al monstruo sediento que tenía encima, pero él era más fuerte que yo y estaba fuera de sí, sus ojos rojos se clavaban devoradores en los míos, y yo empezaba a estar algo débil, necesitaba sangre. La lucha era muy dura y mi transformación ya había durado demasiado. El agotamiento y la debilidad que se habían hecho cargo de mi cuerpo hicieron que el vampiro consiguiera aferrarme contra el suelo por las muñecas y me inmovilizara.
Sam se deshizo de uno de los pocos vampiros que quedaban y se lanzó en mi ayuda, pero no llegó, otro se interpuso en su camino.
¡Ya eres mía! afirmó Moïse con ansia, preparando los dientes para morder mi cuello.
¡NOOOOO!, bramó Jacob.
El grueso metal produjo un ruido estridente y atronador al salir volando y, antes de que la verja tocara el suelo, el cuerpo de Moïse fue alzado de mí y balanceado con furia, cayendo troceado y ya sin vida. La reja se estampó en el piso estruendosamente a la vez que la cabeza del vampiro rebotaba y rodaba unos metros.
¡¿Estás bien?!, me preguntó Jacob con preocupación, metiéndome el hocico con ansiedad para olerme e inspeccionarme la cara y el cuello.
Me levanté con rapidez y abracé a mi lobo con vehemencia.
Sí, ¿y tú?, el olor no me engañaba, mis manos se toparon con sangre al acariciar su cabeza y me separé de su cuello para mirarle. ¡Jake, estás sangrando!, exclamé, apartando la pelambrera de su frente para verle mejor la herida.
No es nada, se curará rápido. Lo importante es que tú estás bien. Sus enormes ojazos negros se clavaron en mí, todavía con el susto reflejado en ellos. Ven aquí. Y me empujó con el hocico para llevarme detrás de un árbol.
Adquirió su forma humana y se pegó a mí rápidamente para besarme con pasión, lo hizo con tanto ímpetu, que mi espalda se apoyó en el tronco. Ahora sus labios me quemaban, pero no me importaba en absoluto, también eran más sedosos que nunca. Mis manos enseguida rodearon su cuello y su nuca para corresponderle como se merecía, aunque lo hice con más cuidado que normalmente, para no hacerle daño. Aun así, sentir sus labios moviéndose con los míos, sus manos acariciándome y la energía de siempre, hizo que las lágrimas, fruto de toda la tensión, la preocupación y la angustia acumuladas, brotaran de mis ojos sin que pudiera evitarlo. Pero él estaba conmigo, sano y salvo, y eso me hizo sentir una felicidad inmensa e indescriptible. Cuando logramos que ese intenso beso terminara, llevó sus manos a mi rostro, sin despegar nuestras caras.
Tengo que volver a transformarme susurró en mis labios, secando mis lágrimas con los pulgares.
Asentí y me dio dos besos cortos y muy, muy dulces, hasta que separó su cálido rostro del mío. Cambió de fase otra vez y salimos de nuestro escondite para reunirnos con el resto.
¡Esa sanguijuela se ha escapado, y ni siquiera sabemos por dónde!, anunció Sam con mal humor, poniéndose a nuestro lado. Es muy bueno, no ha dejado ni un rastro que podamos seguir.
Jacob y yo giramos las cabezas para mirar alrededor.
Todo había acabado, los tres vampiros que quedaban no tenían nada que hacer contra catorce enormes lobos; los ocho que faltaban se habían quedado en el bosque para acabar con el resto.
Mierda, Enguerrand ha huido, lamentó Jacob con desagrado.
Se ha ido con el rabo entre las piernas, se rio Leah.
¿Crees que volverá con más ayuda?, inquirí con temor.
Seguro, afirmó Jacob. No creo que se rinda tan fácilmente.
Estaremos preparados, declaró Sam.
¿Cómo va todo por el bosque?, quiso saber.
Esto está limpio, le contestó Nathan. Estamos quemando la porquería.
La columna de humo púrpura ya empezaba a asomar por el follaje de las copas de los árboles.
Bien, quedaros ahí para vigilar, por si acaso.
De acuerdo.
Jake, tengo sed, le dije.
Todos los lobos, excepto los que estaban terminando con los dos vampiros que se resistían, se giraron para mirarme con cautela.
Vamos a cazar algo, me propuso mientras iniciaba la andadura hacia el bosque. Seth, le llamó.
Pero Seth no contestaba.
Seth, le volvió a llamar.
Isaac carraspeó.
Está un poco ocupado, manifestó Shubael.
¿Ocupado?, se extrañó Jacob.
Nos volvimos para buscar a Seth con la mirada, hasta que lo encontramos en la entrada de la cueva con la cabeza agachada.
Me había olvidado de ella completamente.
¡Brenda! exclamé en voz baja, llevándome las manos a la boca sin creerme lo que estaban viendo mis ojos.
Mi amiga estaba acariciando a su lobo del color de la arena entre las orejas, eso sí, sus dedos temblorosos lo hacían con mucha reserva y precaución, y su cuerpo se mantenía alejado por si tenía que echar a correr de un momento a otro, aunque noté un matiz de fascinación en su mirada que su novio también debió de percibir.
Seth se acercó otro poco a ella, la miró a los ojos durante un instante y le dio un pequeño y suave lametón en la mejilla. Brenda puso un poco de cara de asco, pero cuando miró a los ojos a su lobo y este le sacó la lengua contentísimo, su labio se curvó hacia arriba y lo acarició con más ánimo.
Jacob suspiró.
Shubael, encárgate tú de quemar todo esto, anda.
¡A la orden!
Supe el momento en que Jacob se desconectó de todos al oír el zumbido monocorde en mi cabeza.
El interpelado se alejó para recoger los restos de los cuerpos desmembrados y comenzó a apilarlos en una zona un poco más apartada.
Mientras lo observaba, mis ojos se toparon con los de Brenda. Su mirada me sorprendió tanto como su reacción con Seth. Tenía el ceño fruncido sobre sus ojos entornados y los labios arrugados, sin embargo, no era una mirada de odio o de repulsa. Era una mirada de enfado, más bien de reproche, seguramente por no haberle contado yo misma mi secreto con anterioridad.
Junté mis palmas como pidiéndole perdón y ella se cruzó de brazos, girando el rostro al otro lado, enojada.
Bueno, era una actitud muchísimo más buena de lo que me había imaginado, más de lo que hubiera podido pedir, y muy valiente por su parte, nunca lo hubiera dicho; sí, se había desmayado, pero no había salido corriendo espantada, ni nada de eso. Y parecía que no me odiaba por lo que era, aunque probablemente seguía sin entender nada. Ojalá mi padre hubiera estado aquí para saber qué le estaba pasando por la cabeza en estos momentos.
Lo más seguro es que se esté haciendo un montón de preguntas sobre la existencia de vampiros y lobos monstruosos. Estará muy confusa y asustada, como las otras chicas de los imprimados cuando se enteraron de todo, supuso Jacob, haciéndose eco de mis reflexiones. Pero te conoce, sabe que eres buena, y no creo que pueda odiarte después de que las hayas defendido tan bien de esa sanguijuela. Lo aceptará, no te preocupes, igual que acaba de hacer con Seth. Creo que tu amiga no le volverá a tener miedo a los perros nunca más, se rio.
Sus palabras me calmaron y yo también me reí.
Sí, pero tendré que explicárselo todo más tarde, suspiré, mordiéndome el labio con resignación.
No obstante, estaba feliz. Tenía la intuición de que iba a comprenderlo todo, en realidad, creo que ya lo había hecho. Sí, Leah y Jake tenían razón. Si Seth se había imprimado de ella, era por algo. Esa Brenda que se veía en el instituto era una fachada que ella misma se había puesto por alguna razón que también me tendría que aclarar algún día. Y Seth le había hecho mucho bien, la había ayudado, como una terapia personal, había hecho que ella exteriorizase su verdadera personalidad. Brenda iba a formar parte de mi gran familia de lobos y, aunque pareciera increíble e inédito hacía unos meses, eso me hacía feliz, porque ahora empezaba a conocerla de verdad y lo que estaba descubriendo me gustaba. Me gustaba mucho. Y también estaba alegre por ella, por que hubiera encontrado su camino junto a Seth.
¡Nessie! gritó Claire.
¡Bravo, Nessie! vitorearon el resto de mis amigas, excepto Brenda, que seguía junto a Seth, luchando contra su miedo para que triunfase el amor. Todas habían salido de la cueva y, después de sus respectivos abrazos a sus lobos, se acercaron a mí corriendo para hacer lo mismo conmigo. En un santiamén, me vi rodeada de brazos y cabezas, como los jugadores de un equipo cuando celebran un tanto.
¡Has estado genial! aclamó Eve.
¡Menuda patada! siguió Ruth.
En realidad, no ha sido para tanto… murmuré, un poco sobrepasada por todo esto.
Eres muy buena y Claire se enganchó a mí para darme un abrazo fuerte.
Sí, gracias por salvarnos secundó Jemima, con los posteriores asentimientos y sonrisas de las demás.
Claire levantó el rostro y me sonrió mientras me miraba con sus infantiles ojitos marrones llenos de admiración.
Oh, no, esto ya me superaba. Como siguieran así, iba a ponerme a llorar. Ya notaba el incómodo nudo en mi garganta.
De… de nada musité con voz queda.
Bueno, ¿qué? ¿Vamos?, me azuzó Jacob. No tengo ganas de que te lances a mi yugular, bromeó.
, contesté, aliviada, aunque en honor a la verdad, también contenta por la reacción de mis amigas, incluida Brenda.
Me despedí por el momento de ellas, después de explicarles que me tenía que marchar para reponer sangre instante en el cual Claire se separó de mí ipso facto, y me reuní junto a Jacob.
Se echó en el suelo, me subí a su lomo de un ágil salto y nos alejamos al trote hacia el bosque.



20 comentarios:

  1. ¡HOLA!,SOY TU GRAN AZMIRADORA,NOVIEMBRE.
    MADRE MIA, VAYA SEMANA DE ENCELO DE NESSIE; QUE ENVIDIA YO TAMBIEN QUIRO ESTAR ENCELO CON ESE LOBO. LA EMAGINACIÓN A VOLADO Y YO TAMBIEN HE DISFRUTADO DE CADA ROCE, LO SIENTO SOY MUY SENSIBLE.
    ME A GUSTADO LOS PROYECTOS DE LA CASA, Y LA PELEA QUE SE HAN FORJADO.EN FIN ERES MUY BUENA EN ESTO PORQUE ME HACES TRANSPORTARME Y SENTIR COMO NESSIE. UN BESO

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  2. Hola, Noviembre!!

    Muchas gracias!!! Me alegro mucho de que te esté gustando tanto y de que te sientas como Nessie, jeje, quién pudiera ser ella...
    En fin, espero que la historia te siga gustando y que lo pases bien leyéndola =)

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  3. wow! Tamara, soy una admiradora de tu historia! muchas gracias por estos increibles capitulos, perdoname por no comentar anteriormente, pero me encontraba tan fascinada mientras iba avanzando capitulo, tras capitulo que no me dí el tiempo de comentar... Eres una escritora fantástica, sabes envolver e interesar a las personas a lo que escribes, eso es verdaderamente llamativo, te agradezco nuesvamente por compartir esta maravillos historia con nosotras.
    Espero que te encuentres de maravilla junto a familia y amistades, te dejo un abrazo cariñoso, bendiciones :)
    MARIA JOSE P... CHILE

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    1. Hola, Maria José!!!!

      Perdona por no contestarte antes, pero o no lo he visto o es que estaba ocupadilla y no pude O-O

      Guau, qué comentario tan bonitoooooo!!! =º) Muchísimas gracias por darme una oportunidad y leerme, me encanta tener nuevos lectores =) Muchas gracias por tu comentario, me alegro de que haya gustado tanto mi historia, guau, me hace muy feliz que a la gente le guste así mi particular continuación. Repito, qué cosas tan bonitas me has puesto, eres todo un sol, como Jake =º)

      Bendiciones para ti!!!

      Lametones!!!

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  4. Hola, ya te deje un mensaje en el chat del foro jacob-black.foroactivo.net me gustaria que me mandaras un mail para poder hablar contigo, besos y enhorabuena ;)

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    1. Hola, Nessie!

      Sí, ya lo vi. Ya te mandé un email ;) Muchas gracias por darme una oportunidad y leerme!!! =)

      Lametones!!

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  5. este capitulo esta recontra xvre amiia tienes una imaginacion estupenda sigue asi .................

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    1. Hola, Lvis!!!

      Muchísimas gracias, eres un sol!! Muchas gracias por leerme y darme una oportunidad!! Qué bien, ya tengo otro lector!!!!

      Lametones!!!

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  6. Me as matado de sustos!!! Q parecía q lo vivía , ya casi creía q si c iban a llevar jack
    Pero todo fue cool al final
    Te quiero
    K=D

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  7. me encantaaaaaaaa tiene acción, amor... lo tiene todo, de verdad muy bueno el fic

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  8. Me tiene enfrascada esta historia me ha encandilado tanto que en dos días me lo he leído todo gracias por continuar con esta saga que tanto me gusta eres maravillosa y te doy ánimo para que sigas escribiendo así!! En serio me ha encantado y me puedo meter en la piel de todos los personajes gracias!!! Rocio España!!!

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    1. Muchas gracias, me alegra de que te guste tanto. Muchas gracias a ti por darle una oportunidad a mi humilde y particular continuación de la saga Crepúsculo con mi Jake y mi Nessie. Espero que el resto de mis libros también te gusten ;)

      ¡Lametones lobunos para ti!

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  9. Me gustaría hacerte una pregunta estos libros están publicados? Me refiero a que si se pueden comprar en alguna librería si es así me podrías indicar donde puedo conseguirlos?

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  10. ¡Hola!

    Lo primero, muchas gracias por darle una oportunidad a mis libros de Jake y Nessie. Ahora a tu pregunta. Estos libros los tengo publicados en Bubok gratuitamente (ya que la mayoría de personajes pertenecen a Stephenie Meyer y no puedo comerciar con ellos), te dejo el enlace de Despertar: http://www.bubok.es/libros/217299/DESPERTAR-Continuacion-de-Amanecer-saga-Crepusculo-18
    Allí también podrás encontrar los enlaces de Nueva Era ;) De todas formas, también los envío yo misma. Si me dejas aquí tu correo electrónico te los envío enseguida. Bueno, como quieras. Muchas gracias por leerme.

    ¡Un lametón lobuno para ti!

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  11. Muchas gracias aquí te dejo mi corereo rocyodomin18@Gmail.com bss

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  12. WAO deverian hacer una pelicula con todo esto es extraordinario

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  13. Hola me fasina tu despertar, encontré de casualidad tu blog porfis mandame al gmail.!! Dahianabrito1993@gmail.com gracias!!!!

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  14. Me encantan !!! Leo todos los libros una y otra vez ... Gracias a ti ! Este es mi email : irenefajidi@gmail.com , me preguntaba si podría encontrar los libros en algún sitio que no sea online.

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  15. Me encantan !!! Leo todos los libros una y otra vez ... Gracias a ti ! Este es mi email : irenefajidi@gmail.com , me preguntaba si podría encontrar los libros en algún sitio que no sea online.

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