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Capitulos: bloque 2

EL LIBRO AL COMPLETO ESTÁ COLGADO EN EL BLOG, JUSTO A LA DERECHA DE LA PANTALLA, DEBAJO DE LA PORTADA DE DESPERTAR. ESTÁ DIVIDIDO EN 7 BLOQUES. Para DESCARGAR la saga GRATUITAMENTE, pincha en el cuadro superior del lado izquierdo. ¡¡¡Gracias por leerla y darle una oportunidad!!! Espero que os guste tanto como me ha gustado a mí escribirla. ¡Un lametón lobuno!


INDICE CAPITULOS BLOQUE 2:

10. HOMERUN
11. PERSECUCIÓN
12. CITA
13. DESNUDO
14. VÍNCULO
15. LOBOS
16. ACORRALADA
17. DONACIÓN


HOMERUN

La mañana de ese sábado pasó bastante rápido.
Mi familia me dejó dormir hasta bien entrada la mañana y me levanté completamente fresca y descansada. Por supuesto, el hecho de que mi lobo durmiera en la puerta de mi habitación a pocos metros de mí influyó bastante para que esa noche enseguida cogiera el sueño.
Seth apareció en casa con una mochila con ropa para Jacob, al parecer, también lo había puesto a hacer recados. Mientras Jake se duchaba, la doblé bien y la coloqué en mi vestidor. No tuve que hacer mucho espacio, ya que no había traído demasiada, tan solo algunos pantalones cortos, camisetas y un par de deportivas.
Salió del baño silbando, solo con la toalla enroscada a la cintura. Lo metí a empujones en el vestidor para que hiciera lo propio allí dentro, aunque antes no pude evitar echar un buen vistazo a su cuerpo todavía mojado. Recé para que mi padre no hubiera llegado aún de la cabaña y le diera tiempo a leerme la mente. Desde que me había dado cuenta de que Jacob me atraía tanto, esos pensamientos revoloteaban a sus anchas por mi cabeza.
Una vez que estábamos duchados y arreglados, bajamos a la cocina para desayunar. Respiré tranquila cuando vi que mi padre no había llegado todavía. Jacob sonrió de oreja a oreja, porque Nahuel tampoco estaba por allí. Al parecer, nuestro invitado había preferido desayunarse un puma y mis padres lo habían acompañado. Se puso a freír los huevos y el beicon, silbando alegremente, y yo me dediqué a poner la mesa, contenta también por la ausencia de mi progenitor, o sea, libertad de pensamientos.
Después de desayunar, nos fuimos a casa de Charlie para hacerle una visita. Jacob se repantingó en el sofá para ver la tele con mi abuelo y yo me senté al lado de Sue, que también estaba allí. Charlie insistió en que nos quedáramos a comer y accedí gustosa.
Llamé a papá desde mi aborrecido móvil para avisarle y quedé con ellos en el claro donde solíamos jugar al béisbol.
Éramos cuatro, pero la pobre Sue tuvo que cocinar como para seis, ya que Jacob comía por tres, aunque con dos lobos en su casa, estaba más que acostumbrada. Jake y yo la ayudamos un poco en la cocina, pero a Charlie no le dejó ni pelar una patata, tal era su torpeza culinaria y con los utensilios de cocina. Así que este se dedicó a poner la mesa, cosa que le llevó bastante rato también.
Durante la comida, me fijé en cómo miraba Sue a Jacob cuando hablaba con él. Era la misma mirada de admiración y respeto con que le observaba toda aquella gente en casa de Sam y Emily. Eso hizo que yo clavara la vista en Jake mientras este conversaba. Había una grandeza en él, algo especial que no tenían los demás chicos quileute. No era porque fuera mi mejor amigo, pero incluso como lobo había una majestuosidad en él que el resto no tenía. Era el más grande con diferencia y el más fuerte, y también el más rápido. Solo su presencia, ya te abrumaba. Hasta Sam le tenía respeto. Jacob no quería verlo, pero estaba claro que tenía que ser la reencarnación del Gran Lobo, Taha Aki. Al menos, yo, no tenía ninguna duda. ¿Cómo no iba a escoger a este hombre tan maravilloso y especial?
Charlie carraspeó cuando me preguntó algo y yo seguía mirando a Jake absorta y fascinada. Me di cuenta de que todos habían terminado su plato ―sus platos en el caso de Jacob― y yo acababa de empezar el mío.
―Si no te gusta, puedes dejarlo, cielo ―me propuso Sue con amabilidad.
―Claro que me gusta, está buenísimo ―le contesté, sincera―. Es que estaba esperando a que se enfriara ―me inventé, metiéndome un bocado en la boca.
Terminé de comer y por fin nos pudimos levantar de la mesa para recoger la cocina.
Después de ver un poco la tele para que Jake reposara un poco toda la comida que se había tragado, nos despedimos de mi abuelo y de Sue, no sin antes prometer que lo repetiríamos, y nos marchamos.
Ya en el coche, le dije a Jacob que había quedado en el claro y nos dirigimos hacia allí. A medida que nos acercábamos al final del camino donde había que dejar el coche, se nos iban echando encima los nubarrones negros que anunciaban la tormenta.
Jacob aparcó al lado del brillante Ferrari rojo de Alice. No pudo evitar la mirada de comparación entre el coche de esta y el suyo, y suspiró con resignación.
―Prefiero el tuyo ―le dije mientras salíamos de su Golf.
―Sí, claro ―contestó con ironía, cerrando su puerta―. Bueno, al menos se parecen en el color.
―Pero el tuyo lo hiciste tú mismo. Para mí tiene más valor. Además, nunca te ha dado ni un solo problema, por algo será.
―Visto así ―asintió con una sonrisa.
―Te echo una carrera hasta el claro ―le reté.
―¡Vale!
 Y comenzó a correr a toda velocidad, sin esperarme.
―¡Eh! ¡Eso es trampa! ―chillé mientras ya le perseguía.
En salto y agilidad le ganaba, pero Jacob siempre había corrido más deprisa que yo. No tenía esa velocidad ultrasónica de mi familia vampiro, por supuesto, pero en su forma humana podía igualar a un coche que circulara por una carretera convencional perfectamente, sin cansarse. Siempre me pregunté por qué era así, ya que yo era mitad vampiro y tendría que correr más rápido que él.
Se empezó a reír mientras sorteaba los enormes pinos a toda mecha y yo aceleré el paso. Cuando se dio cuenta, ya me tenía pegada a su espalda. Ahora que había crecido, podía correr casi tan rápido como él.
―¡Ya eres mío! ―grité, saltando un tronco del suelo.
―¡Ni en tus sueños, nena!
Sus piernas empezaron a moverse más rápido y, con dos zancadas, se alejó de mí en un segundo. Agaché la cabeza para no darme con una rama y metí la quinta marcha. Le alcancé, pero me quedé otra vez detrás de él. Empecé a sentirme algo frustrada, ya que mis piernas no daban a más y él parecía tan tranquilo. ¿Por qué no podía correr más que él? Yo era un semivampiro, y se supone que tendría que correr más que un metamorfo en su forma humana, ¿no?
Con la distracción, mi pie se tropezó con la raíz de un árbol. Sin pararse, de espaldas y sin ni siquiera mirar, Jacob extendió su brazo hacia atrás y me cogió de la mano justo en el momento en que se iniciaba mi descenso. Tiró con la inercia de la carrera para incorporarme, como si estuviera cogiendo un relevo, pero a toda velocidad, y pude seguir corriendo. Se notaba que solía galopar con más gente, bueno, en este caso lobos, y que siempre estaba pendiente de todo. Seguimos corriendo cogidos de la mano. Me llevaba casi en volandas mientras esquivábamos todo a nuestro paso y la coleta de mi pelo se agitaba enérgicamente, dándome latigazos en el cuello y en la espalda. Sí, tenía que reconocerlo, era más rápido que yo, él era el Ferrari y yo el Golf.
Cuando divisamos el claro entre los árboles, empezó a aminorar la velocidad poco a poco, hasta que nos quedamos en un simple trote. Pasamos la última fila de pinos y salimos al campo abierto, donde ya nos esperaban todos. Aferró más fuerte mi mano y nos pusimos a caminar hacia mi familia, que ya había formado los dos equipos.
―¿Dónde os habíais metido? ―nos regañó Alice al llegar.
―Tranquila, la tormenta empezará dentro de unos cinco minutos ―le contestó Jake―, así que hemos llegado a tiempo, ¿no?
―Toma, ponla ―le respondió ella, arrojándole una camisa de béisbol gris con rayas azules a la cara.
―¿Qué es esto? ―gruñó Jake, mirando la prenda con desagrado.
―La camiseta de nuestro equipo, ¿qué va a ser? ―le explicó con un tono como si fuera lo más evidente del mundo.
―¡Puaj! Yo paso de estas pijerías ―exclamó él, lanzándole la camisa a la cabeza.
―¡Si no te la pones, no juegas! ¡Tú verás! ―bufó mi tía, toda ofendida por el rechazo.
―No te preocupes, Alice ―intervino Nahuel―. Es que tiene miedo a jugar porque no sabe, por eso pone la excusa de la camisa.
Jacob le clavó la vista con cara de pocos amigos y, de sopetón, cogió la prenda de las manos de Alice.
―Veo que tú estás en el equipo rojo ―le contestó con arrogancia, observando su camisa blanca de rayas rojas―. Te voy a demostrar cómo juega un quileute.
―Ah, ¿pero los perros saben coger un bate? ―preguntó Nahuel con altanería.
―Si te refieres a si sabemos conectar una bola, pues sí, algo sabemos.
No me gustaba nada el tono que estaba adquiriendo esta conversación.
Jake me pasó el uniforme y se quitó su camiseta. Por supuesto, los ojos se me fueron solos sin necesidad de que mi cerebro les diera la orden y todos los pensamientos que había tenido por la mañana, cuando lo vi mojado con la toalla, se plantaron sin pedir permiso en mi cabeza. Mi padre ya estaba en su puesto de exterior derecho y central, pero pude notar su mirada decepcionada y dolorida.
Le di la camisa de béisbol y la extendió para ponérsela.
―Este uniforme es de Emmett, ¿no? ―quiso saber mientras miraba la prenda con pesar.
―Claro, es la única talla que te vale ―le respondió Alice―. Por eso juega en el otro equipo, porque tú tienes su camisa azul ―se giró hacia mí―. Toma, cielo. Ponte la tuya.
―Genial. Aparte de que huele fatal, me queda enorme ―protestó Jacob cuando terminó de abrochársela―. Si me pusiera una gorra del revés y empezara a rapear, daría el pego.
―Pues, hala, empieza a practicar ―le dijo ella, dándole una gorra.
―¿Estás de coña? ¿También tengo que ponerme esto?
―Sí, todos la llevamos. Además, el béisbol se juega con gorra y queda muy bien estéticamente.
Jacob puso los ojos en blanco, pero se la puso.
―Menudo calor que voy a pasar ―farfulló.
―¿En qué equipo juegas tú, Renesmee? ―me preguntó Nahuel.
―En el azul ―le contesté, levantando mi camisa para mostrársela.
―Vaya ―hizo una pausa en la que fijó sus ojos en Jacob―. Bueno, algún día jugarás en mi equipo.
―Por supuesto que no ―le aseguró este con una media sonrisa chulesca―. Ella siempre estará en mi equipo, más te vale que te vaya quedando claro eso.
¿Pero de qué estaban discutiendo ahora? Suspiré, un poco cansada, y me quité la chaqueta del chándal para ponerme la camisa del uniforme. En cuanto Jacob me vio con la camiseta de tirantes ajustada que llevaba debajo, no pudo evitar que se le escapara una sonrisita de satisfacción, pero, a la vez, se colocó estratégicamente delante de Nahuel con los brazos en jarra para que este no pudiera ver ni un ápice. Se notaba que en ese momento estaba contentísimo de que su camisa le quedara grande.
―¿Cómo están repartidos los equipos? ―le pregunté a Alice cuando me ponía mi gorra.
―Edward, Bella, Rosalie, Emmett y Nahuel están en el equipo rojo ―explicó―. Carlisle, Jasper y nosotros tres estamos en el azul. Esme arbitra, como siempre.
Nos giramos todos hacia la citada y esta saludó con la mano mientras hablaba con Carlisle y Jasper en el otro extremo del claro.
―¿Y los puestos?
―Como somos insuficientes, tenemos que cubrir dos puestos. Rosalie es la lanzadora y cubre la zona entre el home y la segunda base, Emmett está de catcher, Bella está cubriendo la zona entre la segunda base y el home, Edward está de exterior derecho y central y Nahuel está de exterior izquierdo y central.
―Yo quiero ese ―exigió Jacob, mirando a Nahuel con una mirada provocadora.
―¿Quieres el mismo puesto que el mío? ―se rio este.
―¿Por qué no? ―contestó Jake, riéndose también con arrogancia.
―Requiere bastante potencia física, rapidez y muchos reflejos.
―A mí me sobra de las tres cosas ―fanfarroneó él sin vacilar ni un momento. Yo tampoco lo dudaba, la verdad―. En cambio, a ti, no estoy tan seguro.
―Apuesto a que no pararías uno de mis homeruns ―le retó Nahuel―. Has de saber que cuando fijo mi objetivo, soy imparable en todo ―matizó con segundas―. Donde pongo el ojo, pongo la bala.
Jacob se acercó, poniéndose en un cara a cara, mientras Alice y yo estábamos confundidas por el matiz que había en la discusión. Solamente les separaba la distancia que dejaban las viseras de las gorras. Papá estaba alerta, por si se tenía que acercar. ¿Qué estaban haciendo?
―Pararé tu homerun y lo que me pongas por delante. Te pararé a ti, te lo aseguro ―afirmó Jacob, muy irritado.
―No creo que puedas. Abre los ojos, Jacob. Hay cosas que no son para los perros y que no pueden ser. La naturaleza es sabia ―declaró el invitado con una intención que no comprendí.
―¡¿Qué quieres decir?! ―bufó Jake, encrespándose, a la vez que sonaba el primer trueno.
―Vale, vale, vale ―interrumpí, interponiéndome entre los dos mientras ellos seguían mirándose fijamente―. No sé de qué va esto, pero ya está bien, ¿no?
―Perdona, Renesmee ―Nahuel se dirigió a mí, cogió mi mano y la besó al tiempo que miraba a Jake con prepotencia.
―Juega tus cartas, maldita garrapata, que yo ya jugaré las mías ―murmuró este, rechinando los dientes con furia.
Al coger mi mano, me di cuenta de que la temperatura de Nahuel era más alta que la mía. Nuestro invitado también se percató de esto, aunque él no pareció darle más importancia. Su piel no llegaba a ser tan caliente como la de Jacob, pero sí más elevada que la mía. ¿Por qué? ¿Es que yo no era un semivampiro normal? Empecé a sentirme un bicho raro una vez más.
―Bueno, ¿podemos seguir? ―suspiró Alice, barriendo mis pensamientos―. La tormenta ya ha empezado.
Nahuel se marchó corriendo a su puesto de exterior izquierdo y central mientras Jacob le gruñía. Carlisle y Jasper se sentaron en una roca a modo de banquillo y Esme se colocó detrás del home para arbitrar.
―Estas son las posiciones: Jasper juega de catcher, Carlisle está de exterior derecho y central, Jacob se pondrá de exterior izquierdo y central, tú, Nessie, estarás en el puesto que tiene tu madre y yo como Rosalie. Empezamos bateando nosotros. El orden de bateo es el mismo que el de las bases. ¿Está todo claro?
―Perfectamente ―afirmó Jake, ansioso por empezar el partido.
Comenzamos a caminar hacia el banquillo.
―Relájate y trata de pasártelo bien, ¿vale? ―le di un beso en la mejilla para que lo hiciera y me adelanté.
Cuando nos sentamos en la roca, el beso ya había hecho efecto. Se apoltronó a mi lado totalmente relajado, parecía otra persona.
―Vaya mierda. Me toca batear el último ―se quejó.
―Solo somos cinco, no creo que te mueras ―me reí.
Alice era la primera en batear. Se colocó en posición con una postura muy refinada, casi de ballet. El bate parecía que flotaba en sus manos. Rosalie lanzó la bola estilo softball, pero a una velocidad de vértigo, tan solo se veía un borrón.
―¡Strike! ―gritó Esme.
―Guau ―exclamó Jacob―. Quién lo iba a decir, tu tía la Barbie lanza unos misiles increíbles. No sé si podré darle.
Rosalie curvó la comisura de su labio hacia arriba de forma pretenciosa, sin duda, había oído el comentario de Jake.
―Sí, ni siquiera Alice ha conseguido batear, y eso que ya sabe cómo le va a lanzar ―añadí con un suspiro―. Es muy buena.
―La verdad es que se pone tan sexy, que no sé si podré fijarme en la pelota ―cuchicheó, guiñándome el ojo, justo cuando Rosalie lanzaba.
El estruendo del bate de aluminio sonó como si de un trueno se tratara. Alice salió disparada y Rosalie siseó a Jacob. Todo sucedió demasiado rápido incluso para mis ojos de medio vampiro, aunque gracias precisamente a eso, pude distinguir algo la jugada. La bola se dirigió rauda hacia la zona que cubría mi padre. Este corrió como si de un guepardo se tratara y atrapó la pelota en el aire de un enorme salto.
―¡Eliminada!
Mi tía se acercó al banquillo con el rostro disgustado, murmurando algo por lo bajo.
Jasper se colocó en el puesto de bateo. Su postura perfecta era mejor que la de un profesional. Se quedó inmóvil como una estatua, a la espera del lanzamiento.
El borrón que lanzó Rosalie fue interceptado por el bate de aluminio con otro estallido y salió disparado a ras del suelo hacia la tercera base. Jasper ya estaba pasando la primera cuando mi madre atrapó el rebote de la pelota. Se la lanzó como un rayo a Rose, que se había colocado para cubrir la segunda base.
―¡Eliminado! ―chilló Esme.
―Rara Bella ―murmuró Jake.
Mi madre le oyó y le sacó la lengua.
―Esto no es justo ―lloriqueó Alice―. Tienen mejor equipo.
―¿Qué dices? ―protestó Jacob.
―Su equipo está formado por cuatro vampiros y un  semivampiro. El nuestro, en cambio, lo integran tres vampiros, un semivampiro y un chucho. ¿Cómo vamos a ganar así? ―explicó ella con pesadumbre.
―Ya veremos ―gruñó Jacob, ofendido.
―No le hagas caso, Jake. Bueno, me toca ―dije, levantándome.
―Ánimo, pequeña ―me alentó él.
Me acerqué al trote a la zona de bateo y Jasper me chocó la mano al cruzarnos por el camino.
Me coloqué en posición y observé a Rose con atención. Pensó la jugada durante un segundo y lanzó. La bola chocó casi instantáneamente en la mascota de Emmett.
―Vaya, sí que es rápida ―musité.
―No tenéis nada que hacer ―me advirtió Em con una sonrisa orgullosa de su novia.
Empecé a tener un sentimiento de desaliento. Darle a la bola de un vampiro que iba a la velocidad de la luz me pareció de repente una tarea más que imposible.
―¡Venga, Nessie! ―bramó Jacob, que se había puesto de pie sobre la roca―. ¡Tú puedes!
―¿Dónde se cree que está ese idiota? ¿En un estadio de verdad? ―criticó Rose desde el montículo.
Rosalie se podía reír lo que quisiera, pero a mí me infundó algo de confianza. Agarré el bate con fuerza y tensé los músculos de los brazos y las piernas. Mi tía se colocó en posición para impulsarse y, en una décima de segundo, soltó su segundo balazo.
Sin saber cómo, mi bate golpeó la pelota y la empujó a ras del suelo hacia la zona que cubría mi madre. Como mi fuerza no era igual que la de Jasper, la pelota se quedó un poco corta y mamá tuvo que correr para atraparla. Cuando se la lanzó a Rose, yo ya estaba en la primera base.
―¡Base! ―gritó Esme.
―¡Genial, Nessie! ―volvió a bramar Jake, aplaudiendo y aullando desde el banquillo.
Rosalie resopló, con los brazos en jarra.
El siguiente en batear era Carlisle. Rose parecía un poco tocada y le lanzó una piedra ―en este caso meteorito― que, por supuesto, mi abuelo no desaprovechó.
En cuanto oí el estruendo, salí disparada hacia la segunda base. Vi cómo la pelota volaba alta y chocaba contra un árbol. Nahuel agarró la bola y la lanzó con velocidad hacia mi madre. Esta ya estaba cubriendo la segunda base, pisándola con su pie.
―¡Base! ―escuché que gritaba Esme.
Carlisle ya había conseguido la primera. Yo tenía que llegar a la segunda y la bola estaba a punto de llegar hasta mi madre.
―¡Tú puedes, pequeña! ―gritó Jake de nuevo.
Metí el pie a la desesperada. Cuando pisé la almohadilla, la bola se estampó casi a la vez contra el guante.
―¡Base!
―¡Lo conseguí! ―exclamé con los brazos al aire, dirigiéndome a Jake, mientras este aullaba y se carcajeaba.
―¡Bravo, Nessie! ―se unió Carlisle.
―¿Tú también? ―se quejó Rose con los ojos en blanco.
Jacob cogió su bate, silbando, y se acercó lentamente ―a su paso humano― hacia el home. Iba tan despacio, que Rosalie suspiró exasperada.
Se quedó a un metro de lo que se suponía que era el cajón de bateo e hizo unos cuantos swings, bateando al aire.
―¿A qué esperas, idiota? ―se quejó Rose, ya histérica―. A este paso, se pasará la tormenta.
―El béisbol es un arte, una forma de ver la vida, y requiere concentración, ¿vale? ―le respondió él―. Mi bate y yo necesitamos conocernos mutuamente ―afirmó, señalándose a él y al palo con la otra mano libre.
Rosalie puso los ojos en blanco de nuevo.
―Como te lleve el mismo tiempo que con Nessie, lo llevamos claro ―me pareció que cuchicheaba ella, aunque lo dijo tan bajito, que apenas lo entendí.
Me salió una risilla al observarle, ahora que lo veía de lejos y de frente. Estaba muy gracioso con sus pantalones cortos, esa enorme camisa de béisbol y la gorra que le hacía sombra en los ojos y apenas dejaba ver su cara. Parecía un rapero de esos de la tele. Pero hasta así lo veía guapo.
Se colocó en el supuesto cajón de bateo y puso el bate en vertical, con el brazo estirado, como si estuviese midiendo algo. Rosalie empezó a dar golpecitos con el pie en el suelo, con los brazos cruzados. Jake chocó el bate con los pies como si se estuviese sacudiendo algo de las deportivas, separó las piernas tranquilamente, dando pisotones en el suelo, allanándolo, flexionó las rodillas y se inclinó hacia delante, agarrando el bate con las dos manos. Se quedó inmóvil, con la vista clavada en Rosalie.
―Ya puedes tirar ―dijo al fin.
―Aleluya ―escuché murmurar a mi madre.
―Recuerda que le tienes que dar con el bate, no cogerla con la boca ―se mofó Rosalie―. A saber qué podrían hacer tus mugrientas babas si se quedasen en la pelota y rozaran mi piel.
―Cuando termine el partido me transformaré y te daré un buen lametón para que lo compruebes, rubia ―le espetó sin moverse ni un milímetro de su postura.
Emmett se rio por lo bajo y Rose puso cara de repugnancia, chistándole enfadada. Tomó impulso y lanzó una bola rapidísima que se estampó con estrépito en el guante de su novio.
―¡Strike! ―cantó Esme.
―Ya la has puesto de mal humor. Ahora sí que te va a ser imposible darle ―le avisó Emmett.
Jacob no dijo nada, se limitó a seguir mirando a Rose fijamente, estudiando sus movimientos al lanzar. Ella levantó la pierna y la bola chocó casi instantáneamente con la mascota del catcher.
―¡Strike! ―repitió Esme.
―Te voy a eliminar ahora mismo ―amenazó Rosalie con la postura preparada―. Ni siquiera puedes ver la bola, idiota.
―Puede que no la vea ―murmuró Jake mientras Rose levantaba la pierna y se impulsaba―, pero puedo oírla.
Esta vez no sonó un estruendo, fue un clinck bastante parecido al que hace un bate de aluminio con un humano cualquiera, solo que mucho más fuerte. Carlisle y yo empezamos a correr. La bola salió disparada hacia arriba completamente en vertical, como un cohete, muy alta, hasta que disminuyó de velocidad y se paró. Hubo un momento en el que casi parecía que se iba a quedar flotando en el aire. Mamá y Rosalie se quedaron mirando a la pelota con los guantes preparados, esperando a que bajara. En el descenso, la exasperación acumulada de antes hizo que Rose se abalanzara ansiosa hacia la bola y tropezara con mi madre, que también se dirigía a cogerla. La pelota cayó y rodó por el suelo. Jake salió despedido del home. Cuando mamá la atrapó y Rose voló hacia la primera base para cubrirla, Jacob ya esperaba sonriente con un pie sobre esta y Carlisle ya estaba en la segunda. Mi madre se giró repentinamente hacia la tercera base, pero yo ya llevaba un buen rato sobre la almohadilla.
―¡Base!
―¡Genial! ¡Las bases llenas! ―aulló Jacob, dándole un codazo a Rosalie.
―He de reconocer que me has engañado ―admitió ella―. Pero esta vez has tenido mucha suerte. La próxima no será igual.
Rosalie se marchó con altanería a su montículo, mientras que Alice ya estaba preparada para batear de nuevo.
Los tres strikes zumbaron en el aire y se estrellaron con rabia en el guante de Emmett. Se agitó el pelo y se marchó hacia el banquillo, orgullosa.
―¡Tres eliminados, cambio! ―gritó Esme.
―Estupendo, Alice ―reprochó Jasper a su novia.
―Chuchos: uno, vampiros: cero ―le aguijoneó Jacob al pasar por su lado mientras se dirigía a su puesto de exterior izquierdo y central.
Mi tía le dedicó un mohín de odio.
Acompañé a Jake hasta que me coloqué en la tercera base para cubrir mi zona.
Alice lanzaba con la elegancia de una bailarina. Cuando alzaba la pierna, la estiraba completamente, en vez de jugar al béisbol, parecía que estuviera siguiendo una coreografía de ballet. Lanzaba rapidísimo, aunque no tanto como Rosalie. Eliminó a esta y a mi madre, pero Emmett y mi padre consiguieron dos bases. Nahuel se colocó en el cajón de bateo y observó a Jacob.
―Mándala aquí si te atreves, estúpida garrapata ―escuché que murmuraba Jake.
Alice lanzó la bola y otro clinck la mandó altísima en dirección a Jake. Nahuel se quedó clavado en el sitio, observando con vanagloria su homerun.
―¡No tan deprisa, parásito! ―exclamó Jake, iniciando su carrera.
―¡Déjalo, Jacob! ¡Es un homerun! ―gritó Jasper desde su puesto de catcher.
A una velocidad de vértigo, Jake corrió hacia uno de los pinos que delimitaba el claro y, con una habilidad increíble y acrobática, saltó hacia él, colgándose de una rama con el brazo derecho. Voló con las piernas por delante y se impulsó con otro árbol, lanzándose como una bala hacia la pelota. Atrapó la bola en el aire con una facilidad pasmosa, como si estuviese cazando una mosca. Hizo una pirueta en el aire para caer de pie y aterrizó en el suelo con suavidad.
Jasper se quedó boquiabierto.
―¡Tres eliminados, cambio! ―gritó Esme.
―Parece un mono salido del circo ―masculló Rosalie.
Jacob y Nahuel se cruzaron en el momento en que ambos se intercambiaban los puestos.
―Ya te dije que te pararía los pies ―le recordó Jake con arrogancia.
―Eso ya lo veremos ―le contestó Nahuel.
A partir de ahí, el partido se convirtió en un continuo duelo entre Jacob y Nahuel. Era tanta la competitividad, que parecía que jugábamos en partidos distintos. Cuando alguno de los dos conseguía llegar a la tercera base, se notaban las chispas que salían de las miradas que se dedicaban el uno al otro al girarse. Cada vez que les tocaba batear ―Jacob hacía el mismo ritual en cada turno al bate para poner de los nervios a Rosalie―, lanzaban la bola al mismo sitio para intentar hacer un homerun, pero ninguno lo consiguió.
Observé que en fuerza se igualaban, pero que Nahuel era más veloz que Jacob ―aunque mi mejor amigo siempre se las ingeniaba para llegar a la tercera base―, y volví a frustrarme. ¿Por qué Nahuel, que era un semivampiro como yo, podía correr tan deprisa y yo no? No lo entendía. ¿Es que a mis piernas les pasaba algo raro o qué? Eso sin contar con la temperatura de mi piel, que ya había comprobado que era más baja que la de nuestro invitado. Y tampoco era tan fuerte como ellos dos. Me pasé casi todo el partido con el ceño fruncido, pensando.
La tormenta terminó pronto y tuvimos que dejarlo antes de lo previsto, para disgusto de Jake.
Después de charlar un rato, mi familia empezó a marcharse con rapidez por el bosque, hacia los coches. Nahuel y Jacob se dedicaron una última mirada de afecto mientras mi mejor amigo se interponía de nuevo cuando empezaba a quitarme la camisa de béisbol, y nuestro invitado se perdió entre los árboles.
―Nosotros nos vamos ya ―me dijo mamá―. ¿Qué vais a hacer vosotros?
―Pues, no lo sé. Ya os llamo con lo que sea, ¿vale? Aunque lo más seguro es que vayamos a casa ―le contesté, quitándome la gorra.
―De acuerdo ―me dio un beso en la frente―. Cuida de ella y pórtate bien, Jacob.
―Yo siempre me porto bien ―le contestó este con una sonrisa angelical, tirando también su gorra al suelo y revolviéndose el pelo.
Mi madre suspiró y se alejó como el viento con mi padre, hasta que desaparecieron entre los árboles.
―¿Dónde está mi chaqueta? ―pregunté mientras miraba a mi alrededor, buscándola.
―Estaba ahí, junto a mi camiseta ―me ayudó él, señalando con la mano.
Miré y solamente estaba la camiseta de Jacob.
―Pues ahora no está.
―Bueno ―empezó a desabrocharse los botones de la camisa y se entretuvo con uno―, a lo mejor te la cogió Alice o algo… ¡Arf! ¡Mierda!
Puse los ojos en blanco ante tanta falta de pericia.
―Ven, que te lo desabrocho yo ―se acercó sin quitar ojo al botón mientras seguía intentándolo―. Hay que ver ―suspiré, quitándole las manos―, tan hábil haciendo pulseras y tallando figuritas de madera, y tan torpe para desabrocharse un botón ―me burlé.
―Se ha enredado con un hilo del ojal, ¿no lo ves?
La verdad es que a mí también me estaba costando lo suyo. El botón se había atascado bien con un hilo en el ojal roto y la escasa visibilidad del anochecer no ayudaba nada. Me acerqué más para ver por dónde se había metido la fibra.
―No sé cómo has abrochado esto para que se enrede de esta manera ―protesté a la vez que desenredaba el hilo.
Algo me hizo alzar la vista y la bajé al instante. Mientras me peleaba con el ojal y el botón, me percaté de que estaba muy cerca de su cuello y de su cara. Estaba sudado, y su maravilloso olor era más fuerte que nunca. El efluvio de su cuerpo me llegaba con mucha intensidad y empecé a desconcentrarme. Aun así, conseguí desabrocharle el botón.
―¡Uf! Gracias ―exclamó.
Subió sus manos hacia el siguiente ojal, pero ya estaba ocupado por las mías, que en ese momento se dejaban llevar por un instinto extraño.
―Ya… ya sigo yo. No hace falta que…
Le quité la camisa despacio, arrastrándola hacia atrás para acariciar sus hombros. Se quedó paralizado cuando mis manos se deslizaron hasta su nuca y su cuello y me pegué a él para olerle mejor, lentamente. Quería inhalar bien esa fragancia que me engatusaba, casi lo necesitaba como una droga. Al hacerlo, mis labios rozaron su cuello y pude sentir la humedad y la textura de su ardiente piel. Pude notar cómo se estremecía, y los fuertes latidos que hacían vibrar su yugular y que retumbaban en mi pecho en contacto con el suyo desnudo. Recorrí toda su garganta, rozándola con mi boca y respirando su fascinante esencia.

―¿Me… me vas a morder? ―se atrevió a preguntarme con un hilo de voz.


PERSECUCIÓN

¿Morder? ¿Era eso lo que quería?
―No lo sé ―susurré a duras penas―. Tu olor… me vuelve loca.
―¿Es… mi… mi sangre?
―Tu sudor… Hueles muy bien ―musité mientras mis labios seguían rozando su garganta.
―¿Tanto… como para… comerme?
¿Comerle? La parte minúscula de mi cerebro que en ese momento todavía era capaz de pensar se dio cuenta de que podría hacerlo si quisiera. Estaba acostumbrada a cazar animales de gran tamaño que se movían y se resistían con mucha fuerza, sería muy fácil con una presa quieta e indefensa.
Pero no era eso lo que quería. Su sangre no me daba sed, quería comérmelo de otro modo. Le deseaba. Le deseaba con ansia. Deseaba acariciarle y besarle, sí, incluso morderle.
―Quiero morderte… ―ronroneé, besándole el cuello muy despacio.
Jacob se estremeció de nuevo, aunque continuó petrificado.
―¿Quieres… quieres morderme? ―preguntó, un tanto asustado.
―Seré muy suave, te lo prometo ―le imploré con un susurro.
Se quedó un momento en silencio, sin moverse ni un centímetro.
―No me… no me muerdas la yugular… ni me chupes sangre, ¿vale? ―accedió al fin, con voz temblorosa.
Su corazón pegó un salto cuando rocé su piel con mis dientes, pero, aun así, permaneció inmóvil. Metí mi mano entre su pelo mojado y empecé a acariciarle el cuello con delicados y sutiles mordiscos, recorriéndolo muy despacio de arriba abajo, bordeándolo entero. Su respiración comenzó a agitarse conforme le mordía y le besaba y su aroma también se intensificó. Su hálito impetuoso y el aumento de su penetrante fragancia hicieron que el deseo que sentía por él se multiplicara por mil. Repté desenfrenadamente por su húmeda piel, resollando con ansia, y por fin sus manos se movieron hasta mi espalda más baja para apretarme contra él. Un sordo gemido se escapó por mi boca con ese contacto y todas las células de mi organismo se excitaron el doble. Él también se estremeció y nuestros jadeos se volvieron más fuertes. Escalé, besándole con avidez por el cuello, para seguir la línea de su mandíbula.
―Espera ―dijo de repente, con voz seca.
¿Que esperase? Ya era demasiado tarde para eso, mis cinco sentidos estaban puestos en él y no podía parar. Lo siguiente que iba a morder eran sus labios.
Se despegó de mí bruscamente, agarrando mis muñecas para separarlas de su cuello, y, sin darme tiempo a reaccionar, echó a correr a toda velocidad hacia el bosque, arrastrándome de la mano.
Su ritmo era demasiado acelerado y yo todavía estaba aturdida. Mis piernas no conseguían moverse como deberían y mis pies casi se levantaban del suelo por su carrera. Tardé un buen rato hasta que me despejé del todo.
―¡Corre lo más rápido que puedas, Nessie! ―gritó mientras nos adentrábamos entre los árboles.
―¡¿Qué pasa?! ―pregunté, asustada.
―¡Tú solo corre! ¡Tenemos que salir de aquí ya!
Aseguró mi mano con fuerza y aceleré todo lo que mis piernas eran capaces para igualar mi ritmo al suyo. El efluvio de Jacob me había embaucado tanto, que hasta ese momento no me había dado cuenta de lo que había anochecido y del extraño hedor que había por todo el bosque. Era un olor parecido al amoniaco y me quemaba la nariz. Un gruñido ansioso y jadeante se oyó a unos metros de nuestras espaldas y después desapareció. Los árboles pasaban a nuestro lado a toda velocidad y Jake los esquivaba con facilidad, apartando las ramas con el brazo libre para que yo pudiera correr sin problemas. Entre la negrura del bosque, atisbamos el claro que daba al coche.
Atravesamos los últimos árboles que lo delimitaban y llegamos volando hasta el Golf. Jacob me abrió la puerta del lado del conductor a toda prisa y me empujó hacia dentro para que me sentara en mi asiento. Mi cabeza chocó contra el borde de la ventanilla y él se subió al coche, cerrando de un portazo. Arrancó el motor y bajó los pestillos con la mano.
―Abróchate el cinturón ―me ordenó con voz firme, y acto seguido se giró para dar marcha atrás.
No me dio tiempo a abrochármelo. El vehículo se movió con tanta velocidad, que me fui hacia delante y tuve que poner las manos en el salpicadero para no volver a golpearme. Las ruedas derraparon con la gravilla, formándose una gran nube de polvo. Mi espalda se estampó contra el respaldo cuando Jacob metió primera y salimos disparados de frente. Me abroché el cinturón cuando la fuerza de la inercia cesó.
La cabeza me dolía y me llevé la mano al muy posible futuro chichón. Noté cómo empezaba a emerger un bultito y me lo toqué con los dedos para corroborarlo.
―Vaya, me está saliendo un chichón ―mascullé.
El primer chichón de toda mi vida.
Jacob me miró de refilón con gesto preocupado.
―Mierda, ¿te has hecho daño?
Bajé el parasol y me miré en el espejo. Un minúsculo bulto sobresalía en el límite lateral del pelo de mi frente.
―Bah, no es nada. Es un chichón pequeño, no te preocupes.
―Se me fue un poco la mano empujándote, lo siento ―murmuró, acariciándome la nuca.
Tragué saliva para poder coger aire de nuevo.
―No importa, en serio ―saqué un paquete de pañuelos de la guantera y presioné el chichón con uno doblado―. ¿Qué ha pasado? ¿Qué era ese olor y ese gruñido que nos perseguía?
El coche se movía rapidísimo por el estrecho camino sin iluminar que daba a la carretera. Solo los faros del Golf nos ayudaban a abrirnos paso entre la negrura.
―Es la misma peste que el rastro que encontramos en el bosque. Cuando tú y yo estábamos…, bueno, ya sabes…
Recordar de repente lo que había estado a punto de hacer hizo que la sangre que se concentraba en mi chichón bajase ipso facto para unirse a la del resto de mi cuerpo, que ya estaba en mi rostro. ¿Por qué había hecho eso? Bajé la ventanilla del todo para que me diera el aire.
―¿Estás mareada? ―me preguntó, alarmado.
―No, no. Sigue, ¿qué pasó cuando… ―tragué saliva otra vez―, bueno, eso?
―¿Tú no lo oliste ni lo escuchaste?
Lo único que yo podía oler y escuchar en aquel momento era esa fragancia suya y su apasionada respiración, que me habían vuelto loca. Casi me sentía ofendida por que a él no le hubiera pasado lo mismo, aunque de ser así, a saber qué nos hubiese ocurrido. Ahora su piel ya estaba seca y ese aroma había bajado bastante de intensidad, pero algo me decía que si me acercaba a él, todavía olería demasiado bien...
―No ―le contesté sin más.
―Me vino ese olor asqueroso y cuando levanté la vista escuché un gruñido en el otro extremo del claro. Entonces, vi una sombra entre los árboles que nos estaba observando.
―¡¿Un… mirón?! ―exclamé con repugnancia.
―No era humano. Tenía los ojos amarillos, gruñía y era demasiado grande. Y desde luego ese hedor es suyo, no tengo ninguna duda. El aire venía de su dirección y traía su efluvio. Después, echó a correr hacia nosotros. Me dio muy mala espina, por eso no me transformé. Si hubiera estado solo no me habría importado, pero tenía que traerte al coche para ponerte a salvo.
¿Que no le habría importado? Si le llegase a pasar algo, me moriría. Solo de pensarlo, mi cuerpo ya temblaba.
―Entonces, ¿qué es? ¿Un neófito? ―le pregunté para quitarme la idea de la cabeza.
―Un neófito no. Ya he luchado con unos cuantos y te aseguro que no son así.
―¿Y por qué nos perseguiría?
―No lo sé, pero corría como enloquecido.
Suspiré y me mordí el labio con desasosiego.
―No te preocupes, ya no hay peligro ―me alentó, cogiéndome la mano.
Nos detuvimos en el stop y salimos a la carretera asfaltada, esta vez con más calma, aunque tratándose de Jacob, nunca era de ese modo.
Me volvió a coger de la mano cuando ya no iba a meter más marchas, y entrelacé mis dedos con los suyos. La afianzó, apretándomela más fuerte, y nos dedicamos alguna mirada en silencio.
De pronto, unas luces aparecieron de la nada, deslumbrándonos por el espejo retrovisor, y se escuchó el rugido de un tubo de escape. Miré hacia atrás y vi cómo se acercaba un coche verde metalizado a toda velocidad.
―Ten cuidado con ese, Jake. Es mejor que dejes que te adelante, parece que tiene demasiada prisa.
Jacob miró por el espejo y se apartó un poco hacia la derecha. Pero el coche no se movió hacia la izquierda de la carretera, se pegó al Golf y aceleró, embistiéndonos por detrás. El cinturón hizo su trabajo y no me estampé contra el salpicadero, aunque me dejó sin aliento un par de segundos. Jake miró por el retrovisor, furioso, escupiendo toda clase de palabrotas y maldiciones, y, de repente, se quedó mudo.
―¡Mierda! ¡Es él! ―bramó.
El coche se fue otra vez hacia delante bruscamente cuando el vehículo de atrás nos volvió a golpear. Jake pisó a fondo el acelerador y las ruedas chirriaron en el asfalto, un olor a neumático quemado nos invadió al entrar por mi ventanilla. Miré de nuevo hacia atrás para ver si lo habíamos perdido, pero el coche seguía persiguiéndonos.
―¡Haz algo, Jake! ¡Sigue ahí! ―grité, aterrada.
―¡Ojalá tuviera ese Ferrari ahora!
Mi pelo se mecía violentamente con el viento que entraba por la ventana y los cabellos de mi coleta se me pegaban en la cara, impidiéndome ver bien el interior del vehículo que nos acosaba. Me aparté el pelo y un escalofrío me atravesó los pulmones cuando por fin lo avisté.
No era humano. Como había dicho Jacob, era muy grande, más incluso que Emmett, y sus ojos eran amarillos, brillaban en la oscuridad como si fueran reflectantes. Me quedé petrificada cuando reparé en que los tenía clavados en mí con una mirada alocada, obsesiva, y su boca salivaba como si quisiera comerme. Jacob también se dio cuenta al mirar por el espejo y un rugido retumbó en su pecho.
―¡Mira hacia adelante, Nessie! ―me mandó cuando vio mi cara horrorizada.
Le hice caso inmediatamente y me pegué al respaldo, agarrándome con fuerza al asiento.
Me acordé de mi móvil. Si llamara a mi padre, vendrían en nuestra ayuda. Palpé los bolsillos de mi pantalón de chándal, pero no encontré nada. Entonces, recordé que lo había dejado en la chaqueta para poder jugar más cómoda.
El coche que nos perseguía nos embistió de nuevo, levantando la parte trasera del Golf, y la luna de atrás saltó en mil pedazos. El estruendo fue ensordecedor y ahora el viento entraba por todas partes, atronaba al atravesar el coche.
―¡Cierra tu ventanilla! ―exclamó Jake.
Mis manos temblorosas se aferraron como pudieron a la manivela y la giré a trompicones mientras hiperventilaba del susto. El aire cesó al no haber corriente, aunque se oía escupir el tubo de escape de nuestro opresor desde la ventana trasera sin cristal. Cerré los ojos e intenté tranquilizarme haciendo ejercicios de respiración.
―Tranquila. Te sacaré de aquí, te lo prometo ―me dijo con voz firme.
Abrí los ojos ante la clarividente imagen que se presentó en mi cabeza de repente y le miré. ¿Y si era la última vez que le veía? El terror invadió mi cuerpo, me atravesó el corazón como si fuese una estaca y me quedé sin respiración. Si a Jacob le pasaba algo, no podría superarlo nunca, no podía vivir sin él, lo sabía. Él era lo más importante para mí. Las lágrimas brotaron sin control por mis mejillas mientras negaba con la cabeza.
Una explosión en el tubo de escape del coche hostigador me asustó y me hizo salir de mis horribles pensamientos, cortando mis lágrimas. Mis ojos se movieron en su dirección inconscientemente. Vi cómo se movía hacia la izquierda y aceleraba hasta ponerse a nuestra altura.
―¡Cuidado! ―chillé.
Pero ya era demasiado tarde. Aunque Jake ya se había percatado y trató de esquivarlo, el coche nos empujó brutalmente hacia la derecha y el Golf se salió hacia el arcén. Jacob pudo controlarlo a tiempo, evitando el inminente choque con los árboles que limitaban con el asfalto, y se dirigió furioso hacia la carretera para embestirlo.
―¡Sujétate bien!
Chocó su vehículo contra el lateral del verde y este perdió la dirección por un momento, derrapando en una curva.
―¡No! ¡Un coche! ―grité al ver que venía otro de frente.
―¡Mierda! ―gruñó Jake.
Hizo sonar el claxon con ímpetu y le dio las luces largas. El coche se apartó a su arcén justo cuando el otro se le echaba encima.
―¡Bien, Jake!
―Ahora se va a enterar ese hijo de puta ―murmuró, apretando los dientes―. Prepárate, nena, que esto se va a menear un poco.
Me aferré a la asidera sobre mi ventanilla y Jacob metió la quinta marcha otra vez. El coche aceleró en dos segundos en la recta y vi por el espejo lateral que el coche verde continuaba siguiéndonos, aunque estaba más lejos que antes. Redujo para seguir una curva muy abierta y las ruedas del coche volvieron a chirriar. Salimos a otra recta y Jake se desvió por una carretera en construcción.
―¡Esta carretera está cortada! ―le advertí, asustada.
―Ya lo sé. No te preocupes, sé lo que me hago ―dijo con determinación.
Yo no estaba tan segura, las luces volvían a verse por el espejo. A lo lejos empezó a divisarse una montaña que cortaba la calzada y el coche verde se pegaba cada vez más a nosotros. Jacob aumentó la velocidad y el perseguidor hizo lo mismo.
―¡Jake, la montaña! ¡Nos vamos a estrellar!
―Calma, preciosa. Confía en mí.
¿Qué le pasaba? ¿Era la adrenalina, que le gustaba? La montaña se acercó a nosotros vertiginosamente cuando Jake pegó un acelerón.
―¡Jacob! ―chillé.
Frenó repentinamente y tiró del freno de mano, girando a la vez el volante para que el coche hiciera un trompo en el gran arcén que había en el lado izquierdo de la carretera. El estridente chirrido de los neumáticos produjo una humareda que olía a goma quemada e inmediatamente después se escuchó el violentísimo choque del coche verde contra la piedra. El Golf giró sobre sí mismo varias veces, hasta que el lateral izquierdo del vehículo quedó mirando al paramento rocoso embestido.
Levanté la cabeza de mis manos temblorosas, espirando con dificultad, giré mi níveo semblante y vi el coche verde estampado en la pared de roca, con un humo gris oscuro saliendo por lo que quedaba del capó. La parte delantera estaba completamente destrozada y su descomunal ocupante yacía sobre el volante.
Nos quedamos en silencio, respirando agitadamente, y nos miramos. Él seguía ahí, junto a mí. Mi corazón empezó a acelerarse y el nudo de mi garganta saltó sin que pudiera evitarlo. Las lágrimas que antes habían rebosado de mis ojos ahora salían a borbotones. Me desabroché el cinturón y me lancé a sus brazos, que me rodearon con fuerza y seguridad.
―¿Estás bien? ―me susurró, apretando su abrazo―. Siento haberte asustado.
―Sí ―contesté entre sollozos.
Con él a mi lado, por supuesto que estaba más que bien, estaba feliz.
Me apartó un poco para enjugarme las lágrimas con los dedos, mirándome con sus penetrantes ojos negros, y acercó sus cálidos labios a mi mejilla para darme un beso tierno y dulce. Cerré los ojos cuando mi cuerpo palpitó en respuesta. Se quedó con el rostro pegado al mío y me decidí a girarlo, pero él lo retiró antes de que me diera tiempo.
―Te llevaré a casa ―volvió a susurrar mientras me metía el pelo que se me había soltado detrás de las orejas.
Asentí con la cabeza, embobada y confundida por todo lo que sentía con él. Me agarré a su brazo, apoyando la cabeza en su hombro, y Jacob se puso en marcha otra vez.
Sin saber por qué, miré por el espejo retrovisor, y pegué un bote en el asiento al ver cómo el ocupante del coche verde abría la puerta. Alertado por mi reacción, Jake se fijó también y nos alejamos a toda velocidad de la pesadilla.

―¡¿Estás bien?! ¡¿Qué te ha pasado en la cabeza?!
Nada más abrir la puerta de casa, mi madre ya estaba tocándome la cara ansiosamente con sus heladas manos.
―No es nada, estoy bien ―murmuré, cansada.
El día había sido largo. Con todo el ejercicio y la pesadilla vivida en el coche, lo único que me apetecía era irme a mi habitación y tumbarme en la cama.
Papá miró a Jake y asintió en gesto de agradecimiento, aunque con el rostro serio.
―Es el asesino del bosque ―dijo Jacob, dirigiéndose a Carlisle y a mi padre―. Tenía el mismo olor que el rastro que encontramos.
―Ojos amarillos, grande y alocado, ¿qué opinas, Carlisle? ―preguntó mi padre.
Por supuesto, ya lo había visto todo en nuestras mentes de la que llegábamos y mi familia estaba al tanto.
―No estoy seguro, pero creo que podría ser un Hijo de la Luna.
―¿Un licántropo? ―matizó mamá.
―Pero hoy no hay luna llena ―rebatió Jake.
―La hubo hace tres días, cuando encontrasteis la cabeza ―afirmó papá.
Me dio un escalofrío al recordarla.
―No era muy peludo, se-se parecía más a un humano gigante ―tartamudeé.
Antes ya estaba muy asustada, pero este nuevo dato hizo que hasta me destemplara y tuviera frío. Ni siquiera me salían bien las palabras.
Mi padre y Carlisle se quedaron pensativos.
―Lo investigaré ―habló este último, subiendo hacia su dormitorio―. Si no encuentro lo que busco en mis libros, tal vez vaya a Francia a hacerle una visita a mi amigo Louis. Él sabe mucho de licántropos, ya que tuvo que enfrentarse a unos cuantos hace unos siglos.
Esme siguió a su marido por las escaleras.
―¿Y qué demonios quiere? ―gruñó Jacob, mirando a Alice para que le diera la respuesta―. ¿Por qué anda por nuestros bosques?
―Yo… no vi nada ―contestó esta con los dedos en las sienes y el gesto contrariado.
―Alice tampoco puede ver a los licántropos ―intervino Jasper―. Parece ser que son tan inestables como vosotros ―dijo con un poco de sorna. Jacob le dedicó una mueca―. Tendremos que permanecer en guardia, es lo único que podemos hacer por ahora.
―Los licántropos son muy territoriales ―explicó mi padre―. Una vez que cazan en una zona, la consideran su territorio.
―¡Y una mierda! ―exclamó Jake, enfadado―. ¿Me estás diciendo que ese bicho quiere seguir por mis bosques matando excursionistas? ¡Lo liquidaremos en cuanto se nos ponga a tiro! ¡Yo me encargaré personalmente por lo que ha intentado hoy!
―No es tan fácil, Jacob ―le contestó papá―. Hasta Cayo tuvo problemas para acabar con ellos, y es el día de hoy que no los extinguió del todo.
―Ese bicho es uno y nosotros veinticuatro, no creo que nos sea muy difícil pillarlo ―replicó Jake con un punto de sarcasmo.
―No es eso. Son muy inestables, no siguen un patrón determinado, ni se rigen por reglas. Se mueven por instintos muy primitivos y actúan alocadamente, aunque son bastante inteligentes. Además, está el hecho de que solo se transforman cuando hay luna llena y el resto del tiempo parecen humanos normales, lo que dificulta el encontrar su paradero y cogerles ―mi mejor amigo apretó los dientes de la rabia―. Si es cierto que es un licántropo, no entiendo qué hace por estos bosques ahora. Normalmente, no suelen salir de su territorio.
―Puede que se le hayan acabado las presas y esté buscando nuevas reservas ―intervino Nahuel―. O tal vez sea un licántropo recién contagiado que acaba de llegar a la zona.
―Podría ser, no lo sé. Tendremos que estar alerta, como dijo Jasper, hasta que Carlisle lo averigüe todo ―finalizó papá.
Se hizo un momento de silencio en el que hubo un suspiro general y todos nos quedamos inmóviles en el sitio.
Tenía tanto miedo, que estaba muerta de frío. ¿Cómo iba a conseguir dormirme en esa cama tan grande, si estaba aterrada y helada? Una luz iluminó mi cerebro cuando se me ocurrió la idea. Si Jake durmiera a mi lado…
―Ni se te ocurra, señorita ―me cortó mi padre antes de que acabara de pensarlo.
Oh, oh…
―¿Qué pasa? ―quiso saber mamá.
―Es que me acaba de recordar un tema que quiero hablar con Jacob ―le respondió, señalando a este con su pálido rostro, imperturbable.
El resto de mi familia empezó a desalojar el salón, dejándonos solos con mis padres, mientras que Jake se cruzaba de brazos.
No, no, no, no…
Me concentré en pensar en lo del licántropo, muy a mi pesar, para que no viera lo que no tenía que ver.
Mi padre se acercó como una exhalación y se puso a un palmo de Jacob.
―Dime que eso que gritas en tu cabeza todo el tiempo desde que entraste por esa puerta es producto de tu imaginación ―le exigió, rechinando los dientes.
Mi madre se unió a él.
Jacob puso los ojos en blanco y se metió las manos en los bolsillos. Bordeó a mis padres y se dio un paseíllo por el salón hasta que se apoyó en la pared tan tranquilo, con las piernas cruzadas.
―Pues sí. ¿Qué pasa, no puedo tener intimidad ni para imaginar?
Mi concentración se vino al traste cuando, al caminar por delante de mí, me di cuenta de repente de que Jacob estaba semidesnudo. De lo asustada y confusa que había estado, no me había percatado hasta ese momento de que iba sin camiseta. Aunque era tan leve como en el coche, todavía seguía oliendo igual de bien que en el claro y el recuerdo saltó como un resorte en mi mente, cristalino y nítido.
―Entonces dime por qué ella está imaginando lo mismo que tú ―gruñó mi padre mientras giraba la cara lentamente para mirarme.
Sin duda, era un gruñido de dolor y decepción, más que de enfado. Mis mejillas se encendieron.
―¡¿Qué ha pasado?! ―bramó mi madre, haciéndose ya media idea al buscar respuestas en el torso desnudo de Jake y en mi escasa camiseta de tirantes.
Seguramente estaba encontrando demasiadas.
―Nada ―contesté, enfadada y cansada.
―Edward, cuéntamelo. Tengo derecho a saberlo, soy su madre ―le ordenó, cabreada.
―Es mejor que no lo sepas ―suavizó con una mueca de auténtico dolor.
Mamá se quedó más nívea de lo que era y se giró hacia Jake, furiosa.
―¡Jacob, ¿qué has hecho?! ―le gritó.
―¡Bueno, ya está bien, ¿no?! ―bufó este, poniéndose a mi lado―. ¡¿Qué es esto, un juicio o algo así?! ¡Creo que ya somos todos mayorcitos!
―¡Por Dios, Renesmee solo tiene diecisiete años! ¡Es menor de edad! ―le reprochó ella.
―¿Ah, sí? ¿Y dónde pone eso? ¿En ese carné que te hizo ese tal J en el que escribió la edad que tú quisiste? ―le escupió Jake con ironía―. Además, te recuerdo que tu marido también tiene diecisiete y tú prácticamente diecinueve ―le soltó, mordaz.
Mamá le siseó con rabia. No le gustaba nada que le recordaran ese dato.
―No ha empezado él, Bells ―se chivó papá. Entrecerré mis ojos para mirarle con cara de odio―. Aunque él también podía haberlo evitado ―el rostro de piedra pulida de mi padre era imperturbable y, por supuesto, censurador.
Jacob colocó los brazos en jarra y suspiró, poniendo los ojos en blanco.
―¿Has… has empezado tú? ―me preguntó mi madre, atónita y claramente decepcionada.
―Me voy a la cama ―dije, cansada.
No me apetecía nada tener que dar explicaciones de mi vida privada. Estaba rendida y muerta de miedo. Me acordé de ese posible licántropo y me dio un escalofrío. Todavía tenía su mirada clavada en mi cabeza, con esos ojos reflectantes y obsesivos. Otro temblor recorrió mi cuerpo al recordar que podía haberle pasado algo a Jacob y el nudo se agarró a ni garganta otra vez. Aferré mi mano a la suya cuando empecé a marearme.
―¿Te encuentras bien? ―me preguntó Jake, preocupado, al ver que mis piernas flaqueaban y mis ojos empezaban a lagrimar.
―Sí, sí, no te preocupes, es que estoy agotada ―medio mentí, tragando saliva para cortar el nudo―. Me voy a dormir.
―Espera un momento, Renesmee, quiero hablar contigo. Jacob, ¿puedes dejarnos a solas, por favor? ―le pidió mamá.
―Claro ―se puso frente a mí para mirarme fijamente con esa profundidad suya―. Te esperaré en tu habitación, ¿vale? ―me susurró, acariciándome la mejilla.
Se me puso el vello de punta solo con ese roce y me quedé mirándole embobada. Mi padre carraspeó y Jake soltó mis ojos para empezar a caminar hacia las escaleras.
―Jacob ―le llamó papá. El aludido se giró cuando ya había puesto un pie en el primer peldaño―. Dúchate antes de entrar en su dormitorio ―le mandó.
Mi mejor amigo frunció el ceño.
―¿Por qué? A Nessie le encanta mi olor.
―Por eso mismo ―le contestó papá en tono de advertencia mientras dirigía hacia mí una mirada acusadora―. Ah, y ponte una camiseta.
Jacob puso los ojos en blanco y suspiró antes de subir la escalera.
―¿Qué pasa? ―pregunté, mosqueada y colorada.
No pensaba contar nada de lo que había pasado en el claro, y mucho menos ponerle la mano en la cara para que lo viera.
―Nahuel quiere que salgas con él mañana ―me soltó mamá de sopetón, con un tono muy amable.
Me quedé cortada, no era la conversación que yo pensaba.
―¿Qué? ¿Salir… con él? ¿Como una…?
―Solo para conoceros ―me cortó ella.
―Es que yo… tenía pensado ir con Jacob a La Push. Tendrá que arreglar el coche y quería ayudarle.
―Vamos, Renesmee. A Jacob le ves todos los días. Nahuel ha venido desde muy lejos para tener una oportunidad contigo ―me dijo mi padre.
―¿Una oportunidad? ―inquirí, extrañada.
―A Nahuel le gustas mucho ―me reveló él.
¿Que le gustaba mucho? Pero si me acababa de conocer y apenas habíamos hablado.
―Se ha quedado prendado contigo ―siguió mi madre con una sonrisa pícara―. ¿A ti no te parece que es muy guapo?
―Bueno, es bastante atractivo… ―aunque al lado de Jake…, pensé―. Pero, no sé, salir con él, así de repente…
―¿Por qué no le das una oportunidad? Puede que acabe gustándote. Además, ¿no te has parado a pensar que es el único semivampiro como tú? ―me azuzó ella.
Por alguna razón, eso me molestó un poco.
―¿Y qué tiene que ver?
―Nada. Solo digo que es una bonita coincidencia, nada más ―corrigió. Se quedó mirándome, pensativa, y siguió hablando―. Sé que estás muy unida a Jacob, pero me gustaría que salieras con otros chicos. Siempre estás con él, estáis juntos a todas horas, y eso tampoco es bueno, hija.
¿Y me lo decía ella, que iba a estar pegada a mi padre por toda la eternidad y que se había vampirizado para ello? Intenté calmar mi mal humor.
―Jake es muy especial para mí ―ahora esa palabra tenía una connotación muy distinta de la que tenía antes, se quedaba corta y todo, pero ni siquiera yo era capaz de describir lo que me pasaba con él―. Y no le veo a todas horas. Cuando estoy en el instituto no estoy con él.
Y ya me costaba bastante.
―Es que… os miráis de esa forma tan… ―se paró a pensar la palabra―, con esa adoración mutua, que, no sé, me asusta un poco, la verdad.
¿Adoración mutua? Nunca lo había pensado. Pues, de ser así, a mí no me asustaba nada, más bien todo lo contrario.
―¿Y por qué te asusta? ―quise saber.
―¿Qué? ―por un momento, me pareció que se había puesto nerviosa, pero enseguida cambió la actitud―. Bueno, ya sabes que Jacob al estar…
―No sabe nada ―le paró papá con un cuchicheo casi inaudible.
Mamá se quedó estupefacta, extrañada, y yo más. No entendía nada.
―¿No se lo ha dicho? ―me pareció que decían sus labios cuando articulaban las palabras para mi padre, aunque se movieron tan deprisa, que apenas pude descifrarlas.
Este negó con la cabeza. Empecé a sentirme molesta ante tanto secretismo que no comprendía. Mi madre se quedó mirando al suelo, pensativa.
―Tu madre se está liando ―esta le dio un codazo en broma―. Lo que intenta decirte es que solo será una cita, ni siquiera eso. Míralo como un paseo con un amigo para conoceros, nada más ―me incitó papá―. Por conoceros, no pasa nada.
Lo pensé durante un rato. No me gustaba nada la idea de estar casi un día entero sin Jake, y tampoco entendía ese interés de mis padres por que saliera con Nahuel, si no le conocía. Pero me acordé de que Jacob tenía que irse con la manada a medio día. Podía salir con Nahuel durante ese intervalo y luego me reuniría con él. Así mis padres no me molestarían más y quedaría bien con nuestro invitado.
Mi padre ya estaba sonriendo antes de que yo hablara.
―Está bien ―suspiré―. Quedaré con él a mediodía, cuando se marche Jake.
―De acuerdo ―mi madre también sonrió de oreja a oreja―. Entonces se lo diré a Nahuel.
―Me voy a mi habitación ―suspiré de nuevo, dirigiéndome a la escalera.
―Que duermas bien ―me despidió mamá.
―Y descansa ―siguió mi padre.

Dije adiós con la mano y subí las escaleras hacia la tercera planta, donde estaba mi dormitorio.


CITA

Cuando entré en mi cuarto, Jacob estaba sentado en el escritorio, leyendo una vieja revista. Se había duchado y tenía puesta una camiseta de manga corta marrón, con un dibujo amarillo de esos tribales raros.
―Esta revista es mía ―me recordó con una sonrisa, levantándola.
―Ah, sí ―me senté en la silla de al lado―. Te la cogí el otro día en el garaje y se me olvidó devolvértela ―me mordí el labio, mirándole con cara de cordero degollado.
―Puedes quedártela, si quieres, no hace falta que me pongas esa cara ―me contestó, dándome un golpecito con la revista en la cabeza.
―¿Me la das? ―pregunté, sorprendida―. Es tu favorita, la de los coches clásicos.
―Bueno, si no la quieres…
―¡Claro que sí! ―exclamé, riéndome, quitándosela de las manos―. También es mi favorita.
Seguramente lo era porque era la suya.
―Ahora ya tengo una excusa para colarme en tu habitación por la noche ―bromeó con su sonrisa torcida.
―Tú no necesitas excusas para eso ―se me escapó.
Me ruboricé en cuanto me di cuenta, y se hizo un minuto de silencio en el que nos miramos tímidamente.
―¿Qué… qué hubiera pasado en el claro si no hubiese aparecido ese licántropo…? ―me preguntó de repente, con un susurro.
Me levanté de sopetón de la silla con las mejillas coloradas, haciendo que la revista se cayera al suelo, y miré hacia el ventanal.
―No… no habría pasado nada ―murmuré, incómoda, frotando mis manos con nerviosismo.
Jacob también se puso de pie y me giró con suavidad para que le mirase, sujetándome por los hombros.
―Pues yo creo que sí, Nessie ―me clavó su profunda mirada con determinación―. Sé que te gusto, y yo te… Tú también me gustas. No te imaginas cuánto.
El corazón comenzó a latirme atolondradamente al oír esas palabras, se me iba a escapar por la boca de un momento a otro, y las mariposas aleteaban alocadas en mi estómago. Cuando me empezó a faltar el aire, me quedé paralizada sin poder reaccionar. Me di la vuelta para evitar sus hipnotizadores ojos, a ver si así podía seguir respirando.
―No sabes lo que dices ―logré musitar.
Se acercó a mí por detrás, cogiéndome de las caderas, y me susurró al oído. Mi cuerpo tembló cuando le noté.
―Lo sé muy bien… ―arrimó su frente a mi sien―. Me gustas demasiado, Nessie.
Y él a mí. Empezaba a pensar que esto era más que una simple atracción. Esto era más intenso, solo con rozarme, conseguía ponerme todo el vello de punta. Jacob me gustaba tanto, que me volvía loca. Tanto, que no podía resistirme.
Me quitó la goma del pelo con suavidad y mi larga melena cayó en cascada. Me la colocó al otro lado de mi cuello, rozándomelo con el dorso de su mano, y me la echó hacia delante. Mientras hiperventilaba, la pulsera vibró, haciéndome cosquillas como aquel día en la cocina. Ya sabía lo que me decía. Me giré levemente hacia él, muy despacio, para que sus labios llegaran a los míos, y me clavó sus pupilas de nuevo. Me quedé atrapada en sus ojos y mi corazón y las mariposas se aceleraron otra vez, de lo cerca que lo tenía.
―Nessie… ―susurró mientras su rostro se pegaba al mío lentamente―, que quowle[1]
No sabía lo que significaba, pero todo mi cuerpo se estremeció al escucharlo, y al sentir esas abrasadoras palabras cerca de mi boca…
Alguien picó en la puerta y los dos pegamos un bote. Jacob se apartó de mí, aunque se quedó a mi lado.
La puerta se abrió y Nahuel apareció tras ella. Jake gruñó, molesto.
―Hola, Renesmee. ¿Estás ocupada? ―saludó con sus dientes de porcelana deslumbrando sobre su tostado rostro.
―Pues sí ―Jacob me rodeó la cintura con su brazo―. Estamos muy ocupados ―contestó, irritado.
―Solo venía a hablar con ella para concretar a qué hora vamos a quedar mañana ―le replicó Nahuel con una sonrisa altanera.
―¿Cómo que quedar mañana? ―preguntó Jake, un tanto descolocado, con el ceño fruncido.
―Sí, tenemos una cita ―le respondió Nahuel con arrogancia.
La mano de Jacob se soltó de mi cintura y se giró para mirarme con los ojos llenos de preguntas.
―Nahuel, ¿puedes dejarnos a solas un momento, por favor? ―le pedí.
―Por supuesto ―dijo, sonriéndole a Jacob con aires triunfales antes de salir y cerrar la puerta.
Jake comenzó a pasear intranquilo por la habitación, con los brazos en jarra, hasta que se paró frente a la pared del vestidor, mirando al suelo. Apoyó el peso de su cuerpo inclinado sobre las manos, con los brazos estirados, y se quedó inmóvil, sin decir nada.
Verle así, después de lo que me había confesado antes, me rompía el alma en mil pedazos. Ahora entendía todas las reacciones que había tenido con Nahuel. Me dieron unas punzadas en el estómago, de lo mal que me sentía.
―No es una cita ―le maticé después de unos segundos de silencio que se me hicieron eternos―. Solo vamos a comer juntos para conocernos mejor.
Se separó del paramento y se giró para mirarme.
―¿Y para qué quieres conocerle mejor? ―me preguntó, extrañado.
―No soy yo. Él les dijo a mis padres que quería salir conmigo mañana y ellos estaban empeñados en que lo hiciera para conocerle.
Jacob miró hacia la puerta con los ojos entrecerrados. Frunció el ceño y los labios, pero cambió la expresión al dirigirse a mí.
―Sin embargo, tú aceptaste ―me reprochó con un tinte de decepción en su mirada.
Me acerqué para abrazarle, pero me quedé anclada frente a él. Mis piernas y mis brazos no se atrevieron a moverse.
―Solo lo hice para que mis padres me dejaran en paz y no me insistieran más con este tema ―le expliqué―. Además, quedaré con él cuando tú estés con la manada. Cuando regreses, ya estaré en casa, te lo prometo ―mi mano se alzó sola para acariciarle la mejilla.
Se apartó, paseando otra vez nervioso, con las manos en su cintura y la cabeza hacia abajo, exploraba el suelo como si estuviera buscando algo.
―No me gusta ―gruñó al fin, sin dejar de moverse―. No me fío de él. Vas a estar a solas con esa garrapata y yo no voy a estar para protegerte.
―Jake, no va a pasar nada. De ser así, mi padre lo habría visto.
Se paró de repente y se quedó delante de mí.
―Hay cosas que no se pueden ver, pero que están ahí. El no verlas, no significa que no existan ―afirmó con seguridad. Luego, empezó a hablar con una grandeza que me dejó impresionada―. Hay cosas que no se ven porque son invisibles, y hay otras que, aunque lo parecen, siempre están ahí. Es el ejemplo de la luna o las estrellas. De día no se ven, parecen invisibles, sin embargo, cuando la noche llega y miras al cielo, te das cuenta de su impresionante existencia. Por otro lado, las cosas que sí son invisibles, como el viento o el calor o el frío, se sienten y actúan sobre ti, aunque, por mucho que abras los ojos y te concentres, nunca las verás. Pero existen. De igual modo ocurre con el alma. Todo ser tiene espíritu, no se puede tocar ni ver, aun así, todos sabemos que lo tenemos ―de pronto, cambió el tono de su discurso―. Y ese asqueroso parásito tiene su alma negra. Tu padre no lo puede ver, pero yo puedo sentirlo.
Me quedé estupefacta, hasta que mi mente reaccionó y pude pestañear. ¿Podía ser verdad lo que me decía Jake? Pero, ¿cómo me iba a poner mi padre en peligro? Eso era imposible.
―Tengo que ir, Jake, si no, mis padres se enfadarán mucho. Ya he aceptado y no me queda otro remedio ―dije con resignación―. No tienes de qué preocuparte, cuando vuelvas de patrullar, estaré esperándote en nuestro tronco.
―No sé, Nessie ―farfulló con el rostro lleno de dudas.
―Te lo prometo. Tienes que entenderlo, por favor ―le rogué―. Si mis padres se cabrean, no te dejarán dormir en mi puerta.
Se quedó pensativo, mirando al suelo, y luego levantó la cabeza para mirarme.
―Está bien ―aceptó a regañadientes―. Pero si se le ocurre hacerte el más mínimo daño, le mataré con mis propias manos ―murmuró, apretando la mandíbula con rabia.
―Eso no va a pasar, ya lo verás ―me senté en el escritorio―. Además, se irá pronto y mis padres dejarán de molestarme.
―No lo creo. Este ha venido para quedarse ―gruñó―. Es como una garrapata, se enganchará aquí todo el tiempo que pueda.
―¿Por eso le llamas así? ―no pude evitar que se me escapara una risilla.
Sabía que no debía reírme, pero los motes de Jacob siempre me hacían mucha gracia.
Él sonrió por fin, contagiado por mi gesto.
―Sí ―reconoció. Se echó en mi cama, boca arriba, con los brazos cruzados bajo su cabeza―. ¿A que le queda bien?
―Bueno, no sé ―me levanté de la silla y me dirigí al camastro―. Lo veremos con el tiempo ―le contesté.
Me acosté a su lado, boca abajo, apoyándome sobre los brazos.
―Ya lo verás ―dijo, riéndose y mirando al techo―. A este no le echamos ni con ácido, ha venido a por ti ―terminó con un rastro de amargura en la voz.
―Pues ya puede esperar ―afirmé, acomodándome sobre su cómodo y calentito pecho―. Nadie nos separará jamás.
Jacob bajó el brazo y empezó a acariciarme la cabeza, jugando con mi pelo. Eso me gustaba tanto y estaba tan cansada, que los ojos comenzaron a cerrárseme. Podía escuchar los rítmicos y tranquilos latidos de su corazón mientras su pecho subía y bajaba. Mi cuerpo se relajó solo. Intenté pelearme con mis párpados para que no cayeran, quería disfrutar un poco más de su compañía, como si no hubiera tenido bastante viéndole todo el día, pero un bostezo logró salir y sucumbieron sin poder remediarlo.

Esta vez me desperté entre jadeos. Me quedé observando el techo, diciéndome a mi misma que había sido una pesadilla, y después miré a mi lado. Jacob no estaba, me había puesto una manta por encima y se había ido a dormir al pasillo. Por una parte, me alegré de no haber gritado y haberle despertado, pero, por otra, hubiera dado un brazo por tenerle junto a mí para abrazarle como el otro día. Me sequé las lágrimas y, con las manos aún temblorosas, cogí el despertador para mirar la hora. Las cuatro y diez de la mañana. Lo posé en la mesilla y me tumbé boca arriba de nuevo.
Tenía las imágenes de la pesadilla grabadas en la cabeza, si cerraba los ojos todavía podía verlas nítidas. Esos ojos amarillos reflectantes, alocados y obsesivos, que me perseguían y que luego se lanzaban a Jake para atacarle y morderle. Respiré hondo y me obligué a mí misma a tranquilizarme.
Me levanté de la cama a oscuras, con la tenue luz que entraba por la cristalera se veía de sobra, me dirigí a la puerta de puntillas y me quedé quieta con la mano en la manilla. La giré muy despacio hasta que hizo tope y tiré suavemente de la hoja. Saqué la cabeza por la abertura y entonces vi a mi montaña de pelo rojizo frente a la puerta. Dormía con el hocico metido entre las patas delanteras y roncaba levemente. Se me escapó una risilla silenciosa. Me acerqué a él y le di un beso en la cabeza, entre las orejas. Volví a meterme dentro y cerré la puerta con el mismo cuidado que para abrirla.
Después de ponerme el camisón de algodón, me metí en mi enorme y fría cama. Pensé en lo calentita que estaría si Jake durmiera a mi lado. Me lo imaginé junto a mí como esa vez que había dormido conmigo, pero las mariposas de mi estómago revolotearon como locas cuando me lo imaginé como cuando nos habíamos despertado, solo que dentro de la cama.
¿Qué me estaba pasando? ¿Por qué no podía dejar de pensar en él, y además de esa forma? ¿Y qué me había pasado en el claro? ¿Por qué ahora me atraía tanto, si le conocía desde que era niña? Debería estar acostumbrada a verle y a estar con él, sin embargo, esa atracción crecía y crecía cada día más. ¿Es que el curso de mi vida tenía que ser siempre así de rápido? El viernes me había dicho a mí misma que me daría tiempo, que dejaría que las cosas siguieran su cauce, y ayer, sábado, en el claro casi...
Un gemido sordo de vergüenza salió por mi garganta mientras me llevaba el extremo de la almohada a la cara para tapármela. Aun estando sola y a oscuras, me ponía colorada. ¿Qué iba a pensar Jacob? Bueno, en realidad, él había seguido el juego. Y tenía razón, si no hubiera sido por culpa de ese licántropo o lo que fuera, habríamos tenido algo más que unas inocentes caricias. Desde luego, yo me habría entregado a él sin pensármelo dos veces, solo recordar ese aroma suyo, ya me ponía el vello de punta.
Me sorprendí yo misma de pensar en nosotros dos respecto a ese tema de esa manera tan natural. Me pregunté qué pensaría Jake de todo eso, aunque ya me hacía una idea, por lo que me había dicho antes y porque me había confesado que yo le gustaba mucho. Las mariposas volvieron a hacer de las suyas al recordar su susurro en mi oído: me gustas demasiado, Nessie. Dejé caer la almohada en su sitio para volver a respirar cuando mi corazón empezó a latir con fuerza. Y tú a mí, pensé. ¿Por qué no era capaz de decírselo?
Mi pregunta se respondió sola en mi cerebro. Era porque no me atrevía. No me atrevía porque eso suponía un cambio y yo quería que todo siguiera igual entre nosotros, por lo menos una temporada, hasta que yo aclarara mis propios sentimientos. ¿Y si solo era atracción física y nada más? No quería hacerle daño. Pensé en seguir el mismo plan que el viernes: darme tiempo e ir con calma.
Me giré y me aovillé para entrar en calor. Me acordé de Jake durmiendo con el hocico entre las patas y sonreí. Hasta de lobo me gustaba, era tan impresionante. Con la imagen de mi lobo durmiendo en mi puerta, el sueño vino solo y al cabo de unos minutos conseguí dormirme otra vez.

Jacob se marchó a La Push en su destrozado Golf para patrullar con las dos manadas, nada contento. Antes de salir por la puerta, le dedicó un sonoro gruñido de advertencia a Nahuel al pasar junto a él. Le acompañé hasta el coche y me dio un intencionado abrazo y un beso en la mejilla como despedida.
―Te veo en nuestro tronco a las cinco ―me recordó desde la ventanilla cuando se subió a su coche.
―Sí, allí estaré, no te preocupes.
Arrancó, me echó una última mirada preocupada e intranquila y empezó a avanzar hasta que se perdió entre los árboles, por el sendero.
Cuando me di la vuelta, Nahuel me esperaba en la puerta de casa con mis padres. Suspiré para mis adentros y me acerqué a ellos.
Por supuesto, Alice le había prestado su flamante Ferrari rojo. Tuve que poner cara de contenta ―más por educación y cortesía hacia Nahuel, que por otra cosa― y despedirme de mis padres con la mano mientras les miraba por la ventanilla, pero lo único que deseaba era llegar lo antes posible a nuestro destino para bajarme de ese escaparate.
Nahuel no era tan hablador como Jacob y no dijo ni una palabra hasta que no salimos del camino que daba a la casa de mi familia y llegamos a la carretera asfaltada. Yo tampoco sabía de qué hablar con él, así que aguanté ese silencio incómodo. A pesar de circular con un Ferrari, iba bastante despacio, se notaba que era muy prudente. Si ese coche lo llegara a coger Jake, ya estaríamos volando por el asfalto.
―¿Adónde vamos? ―le pregunté para romper un poco el hielo.
Ese silencio me estaba poniendo de los nervios.
―Había pensado en ir a Port Angeles a comer y después ir al cine o a dar un paseo por el puerto, si te parece bien.
―Sí, claro. El cine está bien ―le contesté―. Hace mucho que no voy a ver una película.
―Entonces, perfecto.
Se hizo otro momento de silencio y esta vez fue Nahuel el que lo rompió poniendo música.
―Tus padres me han dicho que tocas el piano. ¿Te gusta la música clásica? ―inquirió.
―Sí, bueno, toco de vez en cuando. Aunque ahora prefiero el rock y todo eso, ya sabes ―de repente, me vi a mí misma hablando como Jacob.
Nahuel se paró en el arcén para rebuscar entre los CDs que guardaba Alice en el departamento que había entre los dos asientos.
Sí, era muy prudente. Desde luego, Jake no se hubiera parado.
―Lo siento, pero no veo ninguno de rock.
―No importa. Podré soportarlo ―bromeé.
Se rio con una risa elegante y musical y volvimos a iniciar la marcha.
El trayecto hasta Port Angeles se hizo un poco más ameno cuando Nahuel se abrió un poco y me contó que vivía con su tía Huilen en una casita en la selva, cerca de la que había sido la tribu de ella, los mapuches, en Chile. También me explicó historias y anécdotas de su vida en Suramérica y todo lo que había sucedido cuando Alice y Jasper dieron con ellos hacía casi seis años.
Nos adentramos en la ciudad y aparcó en el puerto. Por supuesto, la gente se quedó mirando al coche y yo tuve que salir con todas las miradas puestas en mí.
Dimos un corto paseo por el puerto y llegamos a un pequeño restaurante italiano con vistas al mar. Me sorprendió un poco que no me llevara al típico restaurante de pescadores, pero luego me confesó que no le gustaba el pescado.
El local era un saloncito rectangular y estaba lleno de gente. Cuando entramos, nos dirigimos a la derecha, donde había una barra en la entrada, a lo largo de una de las paredes más cortas. Nahuel habló con la encargada para que nos dieran la mesa que había reservado. Todo el frente izquierdo por donde entramos y la esquina siguiente era cristalera, y daba al puerto y al mar. Las mesas cuadradas, con sus manteles de cuadros verdes y blancos, se distribuían metódicamente por toda la estancia. Nos sentaron en una de las mesas pegadas al ventanal que daba al puerto. Me apartó la silla para que me sentara y me ayudó a arrimarla, luego se sentó enfrente. La camarera nos entregó las cartas y, después de mirarlas un rato, Nahuel pidió macarrones a la carbonara y yo lasaña.
El chico no hablaba mucho, pero era muy educado y cortés, a pesar de haberse criado en la selva. Se notaba que Huilen le había enseñado muy buenos modales. Cuando nos trajeron los platos, se desplegó la servilleta en las piernas y se remangó las mangas de la camisa con un meticuloso cuidado. Le imité, pero solo para no quedar mal, ya que yo estaba acostumbrada a comer con Jake todos los días y no nos andábamos con estos refinamientos.
―¿Qué tal en el instituto? ―me preguntó.
―Ah, bien. Bueno, solamente llevo tres días, así que ahora mismo no puedo contar mucho.
―¿Y tienes pensado ir a la universidad?
―No sé. De momento, creo que voy a terminar el instituto y luego ya se verá ―me reí.
Nahuel sonrió y se metió un pequeño bocado de macarrones en la boca.
―¿Y tú? ¿Has ido al instituto?
―Hace ciento cincuenta años era un poco difícil, sobre todo para un nativo como yo ―me sonrió de nuevo.
Claro, ¿sería idiota? No me había acordado de su edad.
―Sí, es verdad ―me reí otra vez.
―Todo lo que sé me lo enseñó mi tía. Se esforzó mucho para conseguirme libros, en aquella época era bastante complicado.
Asentí mientras masticaba mi lasaña.
―¿Qué película tienes pensado que veamos? ―inquirí cuando tragué mi bocado.
―¿Te gustan las comedias románticas? Ponen una muy buena de Sandra Bullock ―propuso.
―Sí, aunque prefiero las de acción. Pero si quieres, vamos a esa, como tú quieras ―soplé y me metí otro poco de lasaña.
―Bueno, ya veremos qué más ponen en la cartelera y lo decidimos allí.
―Vale ―contesté, metiéndome el tenedor en la boca.
Nahuel apartó un poco su plato cuando todavía le quedaban algunos macarrones.
―¿No comes más? ―le pregunté, extrañada.
―Estoy lleno ―se encogió de hombros.
―Ya, te gusta más la otra comida, ¿no? ―apunté.
―Me has pillado ―se rio. Luego, habló con una voz muy baja para que solamente pudiera escucharlo yo―. Bueno, en realidad, me cuesta más comerme esto estando rodeados de tanta sangre fresca. ¿A ti no te pasa lo mismo? ¿No tienes sed?
―No. Bueno, sí, un poco, pero lo controlo perfectamente ―admití en su mismo tono. Entonces, me fijé en sus ojos. Su iris marrón oscuro estaba reducido por un pequeño aro escarlata que lo bordeaba―. A ti, en cambio, parece que te cuesta mucho ―se me escapó.
―Es difícil resistirse cuando ya la has probado y has comprobado lo deliciosa y extremadamente placentera que es. No hay nada mejor.
―¿Tú… has probado sangre humana? ―musité.
―No es algo de lo que me sienta orgulloso, pero, sí, hubo una época en la que me alimenté de sangre humana. Fueron unos años un poco difíciles, justo cuando empecé a madurar. Me sentía diferente a todo, no encajaba en ningún sitio y me sentía muy solo. Huilen fue la que me ayudó a salir de todo aquello y a darme cuenta de que no iba por el camino correcto ―observó mi rostro y sonrió―. Debo de parecerte un monstruo, ¿no?
Tenía que reconocer que el hecho de que Nahuel hubiese tomado sangre humana y, por tanto, matado a personas, fueran inocentes o no, me horrorizaba profundamente. Sin embargo, una parte de mí se identificaba un poco con él. Yo también me sentía un bicho raro, diferente, y eso me horrorizó aún más, porque me di cuenta de que yo misma podría caer algún día en esa horrible tentación. Aunque había una diferencia entre nosotros que podía salvarme. Yo no me sentía sola en absoluto. Tenía a Jacob, y él también me comprendía, aparte de que siempre me animaba y me hacía sentir como la mejor persona del mundo. Eso ayudaba bastante, la verdad. Además, también estaba mi familia.
―Yo no soy quién para juzgar a nadie ―sentencié finalmente en voz alta, también para él―. Mi propia familia está como tú. Aunque tengo que reconocer que, al igual que me pasa con ellos, me choca un poco y no me siento cómoda con ese pasado. Por eso no suelo pensar en ello ni les hago preguntas.
―¿Nunca te has planteado siquiera probarla para ver cómo sabe? ―espetó de pronto con una voz un tanto insinuante.
―Ya la he probado. Cuando era pequeña, me alimentaba de las reservas de sangre que Carlisle conseguía del hospital.
―Me refiero caliente y fresca ―matizó en el mismo tono.
El bocado de lasaña que me acababa de meter en la boca se me quedó atravesado en la garganta y tuve que beber un poco de agua.
―No. Nunca ―afirmé sin un atisbo de duda.
―¿Y no te gustaría probarla? ―insistió―. Hay muchos asesinos que andan sueltos, no nos sería difícil encontrar alguno para…
―Jamás probaré sangre humana de ese modo ―le corté, tajante y ahora molesta―, sean asesinos o no.
―Esos humanos han asesinado a seres de su misma especie, no se merecen vivir ―alegó, serio―. No haríamos nada malo si los quitáramos del medio, en realidad, le haríamos un favor al mundo.
―Nos convertiríamos en asesinos como ellos ―le repliqué con firmeza―. Eso no es lo que me han inculcado mis padres. Además, te recuerdo que yo tengo amigos humanos, mi propio abuelo lo es. Jamás lo haría.
También me vino a la mente la imagen de Jake, lo decepcionado y horrorizado que se quedaría…
―Está bien. Perdona, no quería ofenderte ni molestarte ―se disculpó con afabilidad―. Tienes razón. Solamente era una idea tonta que se me ocurrió. A decir verdad, yo no debería probar ni una gota ―de pronto, se echó a reír―. Soy como un alcohólico. Me parece que estar rodeado de tantos humanos, me ha trastornado un poco, lo siento.
Genial. Ahora me sentía culpable y todo, ya que, sin darme cuenta, le había llamado asesino a la cara.
―No importa ―dije con una sonrisa para quitarle hierro al asunto, aunque más bien por mí―. ¿Sabes? Deberías probar esta lasaña. Está increíble, de veras ―y me metí un enorme bocado en la boca.
―Veo que a ti te gusta bastante esta comida ―sonrió.
―Sí. Bueno, cuando era pequeña, no me hacia mucha gracia, pero Jacob me fue metiendo el gusanillo de la comida sólida poco a poco y ahora me gusta mucho. Aunque de vez en cuando prefiero un buen bistec poco hecho, ya sabes, que sangre un poco y todo eso.
Se quedó mirándome un rato, pensativo, con los codos apoyados en la mesa y las manos entrelazadas sujetándole la barbilla.
―¿Por qué haces eso? ―me preguntó de repente.
Dejé de comer, extrañada por su pregunta.
―¿El qué?
―Hablar como él.
Los colores se me subieron a la cara de sopetón y mi mano empezó a clavar el tenedor en la lasaña con nerviosismo.
―¿Como… como quién? ―aunque sabía de sobra a quién se refería, tuve que preguntarlo para darme tiempo a reaccionar.
―Ya lo sabes. Hablo de Jacob.
Las mariposas iniciaron el vuelo solo con oír su nombre.
―Yo… no… no hablo como él ―cogí mi vaso de agua y me metí un buen trago.
―Claro que sí. No te das cuenta, pero hasta tienes gestos suyos.
Posé el vaso vacío en la mesa.
―No sé…, su-supongo que es porque siempre estamos juntos y algo se me pegará de él ―murmuré, jugando con el tenedor.
―¿Y eso te gusta? Quiero decir, ¿no te agobia?
―¿Agobiarme? ―le miré sin comprender.
―Bueno, tener un amigo imprimado de ti debe de ser un poquito agobiante ―respondió, apoyándose en el respaldo.
―¿Impri…?
No pude terminar la palabra. La pulsera me hizo cosquillas y todas las mariposas se multiplicaron por cien en mi estómago. El tenedor se me resbaló de la mano, cayó sobre el plato de pie y luego rebotó de lado en la mesa. El ruido fue tal, que toda la gente se giró para mirarnos.
―¿No lo sabías? ―interrogó, sorprendido.
Pestañeé, confusa, con el corazón a mil por hora. La pulsera volvió a vibrar, haciéndome cosquillas en la muñeca, y un extraño sentimiento hizo que me levantara de la silla de repente, arrastrándola. Los mirones hicieron de las suyas otra vez. Paseé inquieta entre mi silla y las de al lado con el fuerte presentimiento de que tenía que salir urgentemente de allí para verle, metiendo mi mano en el pelo que nacía de mi frente y clavando la vista llena de dudas en el suelo, como si este fuera a darme una respuesta o algo. Bajé la mano al pecho para que no se me saliera el corazón y apoyé la espalda en la cristalera.
―Pensé que no había secretos entre vosotros ―dijo Nahuel.
Algo me llamó la atención en esa frase y salí de mi nube.
―¿Qué? ―conseguí murmurar al fin.
―No entiendo por qué no te lo ha contado.
Y yo tampoco lo comprendía. ¿Por qué no me lo había dicho nunca? Creía que siempre me había dicho la verdad, que era sincero conmigo. Siempre nos lo habíamos contado todo, o eso pensaba yo. La noche anterior me había dicho que le gustaba mucho, ¿por qué no me había dicho la verdad, que estaba imprimado de mí? ¿Es que me escondía algo? El primer sentimiento se empezó a transformar en enfado y decepción. Me senté en la mesa, todavía desconcertada.
―¿Tú lo sabías? ―quise saber, con un hilo de voz.
―Sí, Alice nos lo contó cuando vino a buscarnos por vuestro encuentro con los Vulturis. Nos dijo que íbamos a estar rodeados de enormes lobos, pero que no nos asustáramos, porque uno de ellos estaba imprimado de ti y eran aliados. Luego, nos explicó un poco todo eso de la imprimación para que lo entendiéramos. En cuanto vi a Jacob, supe que era él.
¿Ya estaba imprimado de mí hace seis años? Me acordé de Quil y Claire, y lo vi claro. Jacob se había imprimado de mí cuando yo era un bebé, por eso siempre había estado conmigo.
De pronto, mi cabeza se llenó de recuerdos. Yo solo tenía tres días, pero mi cerebro proyectó aquella escena en la que mi madre se lanzaba hacia Jake para atacarle y era interceptada por Seth, afortunadamente. La tenía en la cabeza grabada, porque, ya en aquel entonces, no me había gustado nada ver a Jake en peligro, y menos por culpa de mi propia madre. Y eso era lo que había hecho que yo centrara mi atención en el ataque y no reparara en el porqué de este. La verdad es que era tan pequeña, que no me había fijado en la discusión anterior. Ahora me daba cuenta y me acordaba. Mamá le había atacado al enterarse de su imprimación. Esa frase salió de lo más recóndito de mis recuerdos para sonar alta y clara. ¿Cómo has osado imprimar a mi bebe?, le había gritado ella en ese altercado. Y yo ni siquiera le había prestado atención, tan solo observaba con angustia a mi Jacob, indefenso y desprotegido.
También recordé las palabras de Leah, cuando me había confesado que había habido un tiempo en el que había sentido algo por Jake. Me había dicho que ella había desistido cuando a Jacob le había pasado una cosa muy importante y se dio cuenta de que él solo la iba a ver como una amiga toda la vida. Esa cosa muy importante era su imprimación de mí.
Entonces, me di cuenta de otra cosa. Si Alice se lo había contado a Nahuel y Huilen…
―Lo sabían todos menos yo ―seguí mis pensamientos.
―Lo siento mucho, Renesmee. He metido la pata hasta el fondo ―se lamentó.
―No, no pasa nada. Gracias a ti me he enterado. Tendré que hablar con Jake, eso es todo.
―Espero no causarte muchas molestias.
No tenía ninguna gana, pero, aun así, le sonreí para que se sintiera mejor.
―No te preocupes, de verdad. Es que ha sido un poco de shock, nada más ―eso se quedaba muy, muy corto. Me eché agua en el vaso y me lo bebí de unos pocos tragos―. ¿Qué te parece si damos un paseo antes de ir al cine? ―le propuse para cambiar de tema.
―De acuerdo ―aceptó, encantado, con una sonrisa.
Nahuel pagó la cuenta y nos marchamos, con una retahíla de ojos observándome curiosos.
Después de dar un largo paseo por el puerto, en el que me siguió contando historias de su país mientras yo le sonsacaba para que hablara de algo ―así me era más fácil no pensar en el tema de Jake―, fuimos al cine. Para mi desgracia, no había ninguna película de acción que mereciera la pena, así que entramos a ver esa comedia romántica que me había comentado él.
Insistió en pagármelo, pero al final conseguí comprarme una de palomitas pequeña para mí, ya que a él no le gustaban, y un botellín de agua. Cuando iba al cine con Jacob, teníamos que comprar el combo grande y lo pagábamos a medias. Me enfadé conmigo misma por caer en la tentación. No pienses en él, Nessie, me dije, no se lo merece, por mentiroso. Agarré mis palomitas y mi agua y empecé a caminar por el pasillo hacia nuestra sala, con Nahuel a mi lado.
La película no estaba mal, aunque apenas le presté atención, ya que esta enseguida me hizo recordar a mi mejor amigo. El tema iba sobre los líos que se formaban entre los protagonistas por una disparatada mentira de él. Por supuesto, con ese argumento era imposible no acordarme de Jacob, con lo cual, en la segunda escena me perdí en mis pensamientos.
No dejaba de preguntarme por qué no me lo había contado. Me había tenido engañada todos estos años, diciéndome que era mi mejor amigo. Yo creía que era por mí, no porque estuviera obligado a serlo por estar imprimado. Me invadió el desengaño cuando me di cuenta de que todo lo que había hecho por mí era solo por esa razón. Era igual que con Quil y Claire. Se podía ver a Quil dándole todos los caprichos habidos y por haber que esta le pedía. Incluso una vez Claire se había empeñado en un helado rarísimo que salía en la tele y Quil tuvo que llevarla de noche a Seattle para comprárselo porque era el único sitio cercano que lo tenía. Y lo mismo pasaba con Jacob, siempre me había dado todo lo que yo quería. ¿Cómo no me había dado cuenta antes? Si hasta se iba a dejar morder en el claro y todo. Si yo le hubiera pedido que se tirara de un puente, lo habría hecho. Se me clavó un nudo en la garganta, de la enorme desilusión, y tuve que tomar un trago de agua para no llorar. Le gustaba, sí, pero no como yo quería; le gustaba porque no tenía más remedio. Volví a beber de mi botellín. Y lo peor de todo era que, aun sabiendo eso, le echaba muchísimo de menos. ¿Sería tonta?
Cuando me di cuenta, las luces se encendieron y la gente empezó a levantarse de sus asientos. Me fijé en que había algunas personas emocionadas en la sala por la película. Eso hizo que me alegrara, podía disimular mis ojos humedecidos.
Inevitablemente, miré el reloj. Eran las cuatro y había quedado con Jake a las cinco en nuestro tronco. ¿Qué le iba a decir ahora? ¿O sería mejor hacer como que no sabía nada y esperar a que me lo contara él algún día? No, me dije, enfadada, me lo tiene que decir hoy. Ahora que se aguante y que me diga la verdad. Necesitaba saberla.
―¿Nos vamos a casa? ―le propuse a mi acompañante.
―Claro, te iba a llevar ahora ―me contestó con una sonrisa.





[1] Que quowle (pronunciado cue cuoule): te amo, en quileute.


DESNUDO

Nahuel me parecía un chico muy educado y agradable. No entendía por qué Jake decía eso de él, aunque, estando imprimado, todos los chicos que se me acercasen le caerían mal, por supuesto.
El trayecto a casa duró menos de lo que me había esperado y llegamos más pronto de la cuenta. No pude decir ni una palabra en el coche, estaba demasiado ensimismada pensando en el secreto de Jacob. Me dediqué a escuchar de fondo la agobiante ópera que Nahuel llevaba en el Ferrari, mientras miraba por la ventanilla.
Nada más bajarme del vehículo, me llegó el efluvio de Jake. Parece ser que él también se había adelantado. Sin embargo, su olor no venía de la casa, venía del bosque. Ya me debía de estar esperando.
―Me lo he pasado muy bien, gracias ―le dije a Nahuel.
―¿Quedarás conmigo otro día?
―Claro, por qué no.
Al fin y al cabo, me había gustado su compañía, y ahora sabía que Jake hablaba mal de él influenciado por su estado.
―Muy bien, ya hablaremos, entonces ―Nahuel sonrió, satisfecho.
―Entra, si quieres ―le señalé la casa―. Yo he quedado en el bosque con Jacob.
―Ah, de acuerdo. Nos vemos luego.
―Sí, hasta luego.
Nahuel se giró y subió las escaleras del porche para meterse en casa. Yo hice lo mismo para adentrarme en el bosque.
Mientras caminaba entre los enormes pinos y abetos, volví a rumiar todo el asunto y mi enfado aumentó. Lo único que me apetecía era agarrarle del pescuezo y hacerle hablar. Me puse a correr para encontrármelo lo antes posible y pillarle desprevenido. Empecé a olisquear su efluvio, oteándolo para ver de dónde venía. Al parecer, todavía no estaba en el tronco, el olor venía de otro sitio. Me dirigí hacia allí, echando humo por la nariz. Me percaté de que estaba cerca del río, ya que se escuchaba el sonido del agua. Estaba ahí, podía olerle. Divisé el río entre la vegetación y aceleré.
De pronto, mis ojos se abrieron como platos cuando le vi a través de los dos últimos y gruesos abetos. Mis piernas se detuvieron en seco, derrapando con las hojas caídas en el suelo, y me escondí detrás del gran árbol que estaba en primera línea, con el corazón retumbándome en la garganta. Recé para que no me hubiera visto, hasta que el ruido del agua sonó de nuevo y respiré aliviada. Me di cuenta de que tenía el viento a favor y que por eso no podía olerme.
¿Sería verdad lo que había visto? ¿Jacob estaba… desnudo? Mi estómago estaba invadido otra vez por esos insectos que ya empezaban a ser parte de mí. Me quedé un rato quieta, apoyada en el tronco en silencio para ver si me tranquilizaba y me podía ir de ahí sin que me oyera. Me concentré en el ruido de la corriente del agua, en los pájaros, en el viento que mecía las hojas y…
…en el chapoteo de Jake mientras se bañaba desnudo.
Mi cuerpo se giró solo y me encontré a mí misma tras el árbol, con la frente y las manos puestas en el tronco, preparada para moverme hacia un lado. ¿Qué tenía de malo si le echaba otro vistazo? Después de todo, ya le había visto… un poco. Sí, casi no le había visto nada. Me mordí el labio, indecisa, y se oyó otro chapoteo. Mi cabeza empezó a ladearse hasta que pude tener visión. Cuando mi mandíbula se cayó, apoyé mi boca en la mano y me arrimé bien al tronco para que no me descubriera. Ni siquiera le hice caso a las mariposas histéricas, ni a mi corazón a punto de estallar, ni a mis mejillas encendidas, cuando observé lo que tenía delante.
Jacob estaba sentado de frente, tan tranquilo, en una roca de la orilla más alejada, descansando el peso de su espalda sobre sus manos y con los pies metidos en el agua, jugando con la corriente, mientras miraba algo a su derecha, a lo lejos. De repente, se fijó en el río y se arrastró hasta que se metió de un salto en el agua. Me escondí de nuevo detrás del árbol, aunque no tardé mucho en volver a ladearme para mirar. El agua le llegaba por las rodillas y caminaba en mi dirección, hacia la orilla, sacudiéndose el pelo con la mano. Casi parecía que lo hacía a cámara lenta. El sol hacía brillar su cobriza piel mojada y creaba destellos en el agua que se reflejaban en su cuerpo, en su cara y en sus ojos negros. Su desnudez era hermosa y perfecta, todo él era músculo, fuerte y proporcionado. Le pude ver de espaldas cuando llegó a la orilla y se dio la vuelta. Se quedó quieto, con los brazos en jarra, esperando para secarse a tres metros de mí. Lo tenía muy cerca, pero mi cuerpo no se podía mover del sitio, mis pupilas no se podían alejar de él. Se volvió a revolver el pelo mientras se giraba para coger sus pantalones vaqueros cortos y su camiseta negra, que estaban colgados de una rama del enorme abeto en el que yo me ocultaba.
En cuanto empezó a vestirse, me giré para esconderme. Me había quedado tan absorta y fascinada, que no me había dado cuenta de que me tenía que ir de allí ya. Si Jacob pasaba la frontera del árbol, me olería y me descubriría.
Aproveché cuando se daba la vuelta y se ponía la camiseta para alejarme del tronco lentamente. Me cercioré de no pisar ninguna rama seca y de no hacer ningún ruido, casi ni respiraba, por si acaso. En cuanto me distancié lo suficiente para que no me oyera, eché a correr entre el resto de los árboles.
Después de galopar un rato, me paré a descansar. No era que estuviera cansada, sino que necesitaba asimilar todo lo que habían visto mis ojos. Estampé mi espalda en un pino y apoyé mi liada cabeza, mirando a las copas de los árboles. Toda mi determinación se había roto con la imagen de Jacob saliendo del agua. Ni siquiera me acordaba de lo que había ido a decirle, y lo peor es que tenía que ir a nuestro tronco dentro de unos minutos. Cuando lo tuviera delante, seguro que no podría ni respirar, en ese mismo momento no podía ni pensar.
Se hizo un placentero silencio en mi cabeza que me llenó de paz durante un instante. El aire bailó con mi largo pelo, elevándolo y haciendo que se meciera al son de las ramas y las hojas que observaba. Me relajé un poco y empecé a recapacitar con más claridad.
Había venido para hablar con Jake de su imprimación, quería saber por qué me había mentido durante estos años. Tomé aire y me separé del pino para caminar en dirección a nuestro rincón.
No tardé mucho en llegar y sentí cierto alivio. El tronco estaba vacío, Jake todavía no había llegado. Eso me daría tiempo para pensar en cómo se lo iba a soltar. Empecé a pasear algo aturullada, ideando las frases que le tenía que preguntar.
―¡Nessie! ―exclamó Jake a mis espaldas, haciéndome pegar un bote del susto.
Nada más girarme, le vi trotando hacia mí para abrazarme mientras se reía. Su pelo mojado me recordó a la escena del río y mis mariposas se agitaron, nerviosas. De dos zancadas, me alcanzó y me envolvió con un abrazo. Me apretó contra él y me olió el pelo. Me pilló tan desprevenida, que el instinto actuó solo y, sin poder evitarlo, le devolví el abrazo. Mis brazos se engancharon a su espalda y mi mejilla descansó en su pecho. Nuestros cuerpos se amoldaban tan bien, que parecía que estuvieran hechos para quedarse así para siempre.
―Te he echado mucho de menos ―me susurró, posando sus labios en mi cabeza.
Tuve que luchar conmigo misma y obligarme a recordar que eso me lo decía porque estaba imprimado.
―Lo sé ―le contesté mientras forzaba a mis obcecados brazos a despegarse de su cuerpo y me apartaba de los suyos.
―¿Qué te pasa? ―me preguntó, extrañado por mi reacción. De pronto, cambió la expresión de su rostro―. ¿Es que te ha hecho algo esa garrapata?
Se acercó a mí de nuevo y me cogió de la barbilla para examinarme la cara. Le quité la mano y me alejé.
―No, claro que no. Es un chico muy educado y agradable ―le reproché, cruzándome de brazos.
Se quedó en silencio, mirándome pensativo y con el ceño fruncido.
―Entonces, ¿qué te pasa?
Todas las preguntas y frases que me había dado tiempo a trazar en mi mente se me borraron de repente.
―No sé, dímelo tú ―fue lo único que se me ocurrió soltarle.
―¿Que te diga el qué? ―Jacob me miró sin comprender.
―¿No tienes nada que decirme? ―quise saber, dándole la oportunidad de que me lo contara él mismo.
―¿Decirte el qué? No te entiendo, Nessie. Como no te expliques…
―Tu secreto ―dejé caer, señalándonos a los dos con la mano.
―¿Mi… mi secreto? ―preguntó, inquieto.
Ajá. Ahora parecía que ya lo había pillado.
―Sí, ya sabes de qué secreto te hablo. ¿Por qué no me dijiste que estabas imprimado de mí? ―le espeté, enfadada, dejando caer los brazos a los lados.
Jacob se mordió el labio inferior y empezó a pasear nervioso, llevándose la mano a la nuca, escudriñando el suelo. Me quedé de brazos cruzados, esperando a que terminase la caminata.
―¿Cómo… cómo te has enterado? ¿Te lo ha dicho alguien? ―interrogó sin dejar de moverse de aquí para allá.
―Eso no importa. Lo que importa de verdad es que me has mentido, Jacob ―mi tono se tiñó de indignación.
―Sí, sí que importa. Porque no tenías que haberte enterado de esta forma, quería contártelo yo. Quería decírtelo de otra manera, en otra situación.
―¿Y por qué no lo hiciste? Me has tenido engañada todos estos años ―mi garganta volvió a anudarse como en el cine―. Creía que era tu mejor amiga porque te gustaba estar conmigo, no porque estuvieras obligado ―solo pude terminar la frase con la voz rota.
Se paró en seco y se giró para ponerse frente a mí con el gesto extrañado, pero parecía contento.
No me lo podía creer.
―¿Es eso todo lo que te preocupa? ―preguntó, ilusionado.
―¿Es que te parece poco? ―le contesté, enfadada, casi sin voz―. ¿Crees que no me duele que tus abrazos o cuando me coges de la mano no sea por mí, que lo hagas porque lo tienes que hacer?
Su rostro se puso serio y se acercó un paso para mirarme con los ojos llenos de decisión.
―Por supuesto que es por ti ―me aseguró, agarrándome la mano―. ¿Ves? Ahora te cojo la mano porque yo quiero, no me lo ha mandado nadie, ni siquiera tú. El que yo esté imprimado, no quiere decir nada. Tú sigues siendo la persona más maravillosa del mundo para mí ―alcé mis ojos llorosos tímidamente para fijarlos en los suyos―. No estoy obligado, como dices tú. Claro que tengo la necesidad de estar contigo por mi imprimación. No estar junto a ti me costaría muchísimo, sería casi imposible; para los que estamos imprimados es como una especie de droga, pero al final, siempre tendría elección. Aunque eso me haría el ser más desgraciado del mundo, podría escoger no estar a tu lado, si quisiera ―colocó mi mano en su corazón y me habló entre susurros―. Pero estoy aquí contigo, Nessie. Porque te he conocido y he elegido quedarme, estar junto a ti es lo mejor del mundo, me siento el hombre más afortunado del universo cuando estoy a tu lado. Y doy gracias a Dios todos los días por haberme imprimado de ti y no de Rosalie ―terminó con una mueca burlona.
Le sonreí el chiste y me lancé a abrazarle mientras mis ojos se rendían y dejaban caer las lágrimas contenidas. Nos quedamos abrazados durante un par de minutos.
―Todavía sigo enfadada porque no me lo hayas contado antes ―le susurré, hundiendo el rostro en su pecho.
―Estuve a punto varias veces, pero siempre me interrumpían ―me acordé entonces de todas esas veces en las que Jake me intentaba decir algo, como aquella vez en el coche cuando mi madre nos había interrumpido picando en la luna trasera; por eso se había enfadado tanto con ella―. Luego, pensé que era mejor esperar y decírtelo más adelante.
Separé mi frente de su pecho para mirarle.
―¿Por qué? ―quise saber.
Jake me secó las lágrimas con el dedo y me miró durante un rato, pensativo. Se despegó de mí y me llevó de la mano hasta el tronco. Pasó la pierna por encima para sentarse y dio unas palmaditas en la madera para que yo hiciera lo mismo. Nos quedamos sentados frente a frente y me volvió a coger la mano. Seguidamente, me clavó sus ojazos negros y me habló con entereza.
―Ya sabes lo que significa que yo esté imprimado de ti, ¿no? Quiere decir que somos almas gemelas, que estamos hechos el uno para el otro, que tu espíritu y el mío se complementan para que sean uno ―empecé a notar las palpitaciones en el pecho a medida que me daba cuenta de lo que me estaba diciendo. Estaba tan enfadada por que me lo había ocultado, que hasta ahora no me había parado a pensar en lo que eso suponía para él. La pulsera comenzó a hacer de las suyas―. Significa que yo estoy en este mundo para ti de la forma que tú quieras ―sus ojos me dieron un respiro y miraron hacia abajo―. Por supuesto, yo querría que fuéramos algo más que mejores amigos, ya te he dicho que me gustas demasiado.
Me quedé petrificada, sin saber qué decir, apenas podía respirar cuando sus pupilas volvieron a sujetar las mías. Noté otro cosquilleo en la muñeca a la vez que las mariposas de mi estómago se multiplicaban como en el restaurante cuando me había enterado de la noticia. Mandé a mis ojos que se despegaran de los suyos y que miraran al suelo, para que mi cabeza pudiera trabajar de nuevo. Me obligué a mí misma a recordar lo que había decidido esa misma noche: darme tiempo. Mi corazón imploraba que me lanzara a sus brazos y a sus labios, pero mi cerebro me decía que me lo tomara con calma. Ahora más que nunca tenía que ser cauta. Si hacía caso a mi corazón y luego solo era atracción lo que sentía hacia él, le haría mucho daño. Me acordé de las palabras de mi madre en el bosque cuando me decía que para él no era un juego, cuánto significado tenían en este momento.
―Jake, no sé qué decir… Yo…
No me dejó concluir la frase. Me soltó la mano para alzar el dedo y me lo puso en la boca para silenciarme.
―Déjame terminar ―me levantó el rostro para que le mirase y me habló despacio―. Después de pensarlo mucho, me propuse contártelo más tarde porque no quería que esto influyera sobre nosotros. Si decidieras llegar a más y estar conmigo, quería que fuera por mí, no porque yo estuviera imprimado, ¿entiendes? Quería que lo hicieras libremente. Además, no tengo prisa, esperaré lo que haga falta hasta que tú estés preparada. Aunque tampoco soy tonto, lucharé hasta el final para que estés conmigo, porque sé que por lo menos te gusto. No lo haría si no fuera así y viera que te agobiara.
Como siempre, Jake parecía que también me podía leer la mente. Así que, ¿qué sentido tenía ocultárselo? Él me había abierto su corazón y tenía derecho a que yo hiciera lo mismo. No solo le había visto desnudo en el río, ahora también había desnudado su alma.
―Sí, tú me… me gustas mucho. Tengo que reconocer que me atraes muchísimo ―le confesé en un susurro con las mejillas ruborizadas. La pulsera empezó a hacerme cosquillas otra vez y tuve que ponerle la mano encima para que parase―. Pero no sé si solo es eso, y no quiero hacerte daño si luego no surge nada más. Por eso necesito darme tiempo y que nos tomemos las cosas con calma ―aunque ahora mismo me lanzaría a tus brazos, pensé para mis adentros. Apreté mi muñeca para retener mis manos―. No te imaginas lo especial que eres para mí, y sé que es muy egoísta por mi parte, pero no quiero perderte. Estar sin ti, me aterra. Mi mundo estaría vacío si no estuvieras conmigo.
―Eso ya es un gran paso ―me dijo, sonriente. Posteriormente, su rostro cambió y me clavó su penetrante mirada―. Sea lo que sea lo que elijas, yo siempre estaré contigo, no tienes de qué preocuparte ―me acarició la mejilla y murmuró con voz firme―. Te prometo que nunca me iré de tu lado.
Peleé con todas mis fuerzas, pero fue imposible, mis brazos actuaron por su cuenta. Se alzaron solos para rodear su cuello y, sin querer, mi frente se acercó demasiado y se quedó rozando la suya. Empecé a respirar con dificultad al tener esos ojos y esos labios tan cerca.
―Si haces esto muy a menudo, me costará mucho tomarme las cosas con calma, Nessie ―me susurró con su sonrisa torcida―. Ahora mismo solo me apetece besarte.
Y yo me moría de ganas de que lo hiciera, pero sabía que tenía que ser fuerte y resistirme. Aun así, mi cuerpo no hizo amago de apartarse de él. Palpité cuando sus manos se colocaron en mi cintura, y empecé a quedarme sin aire. La pulsera me hizo cosquillas de nuevo, aunque esta vez lo hacía como loca, parecía que se iba a poner a dar vueltas en mi muñeca. Cállate, no le puedo besar, le contesté en mi mente. Empezaba a pensar que estaba chiflada, ¿por qué hablaba con una pulsera? Para colmo, no me hacía ni caso. Seguía vibrando, empujándome hacia sus labios.
―Si quieres, puedes besarme y probar a ver qué pasa ―murmuró con la misma sonrisa―. No me importa, es más, estaría encantado.
―Jake, no… no voy a hacerlo ―intenté que la voz pareciera lo más creíble posible.
―Entonces… ¿por qué sigues ahí?  ―me rebatió. Esperó a mi respuesta, pero yo no podía articular ni una palabra. Otra vez sentía esa fuerza hechizante que me llevaba a él sin remedio. Al ver que no me movía, sus manos me empujaron hacia él y me arrimó a su cuerpo, haciendo que nuestros rostros ya se tocaran. Las mariposas casi no entraban en mi estómago―. Lo siento, pero no puedo evitarlo ―me dijo entre susurros, acariciando el lateral de mi nariz con el suyo―, la tentación es demasiado fuerte para mí. Si no quieres que te bese, tendrás que apartarte tú.
No me alejé de él ni un milímetro. Me apretó contra él con firmeza y noté su abrasadora respiración en mis labios. Mi cuerpo se estremeció, haciendo que por mi boca saliera un jadeo tan suave como un susurro, y noté cómo toda mi voluntad se hacía añicos, las mariposas explotaban para extenderse por todo mi organismo. Ahora solo quería que me besase, lo deseaba con todas mis fuerzas, casi con urgencia. La pulsera dejó de vibrar al rendirme.
―Te gusto más de lo que crees… ―me susurró en los labios.
―Jake… ―le supliqué con un hilo de voz, para que me besase de una vez, atrayendo con fuerza su cuello y pegando más su rostro al mío.
De repente, se oyó un fuerte chasquido y giramos levemente nuestras caras para mirar en esa dirección, alertados, aunque ninguno tuvo intención de apartarse.
Me quedé helada cuando vi de dónde venía el crujido, y me separé de Jacob inmediatamente. Mi madre estaba detrás de un árbol, observándonos con el semblante horrorizado, y tenía una rama bastante gruesa en la mano. La había roto, de ahí el chasquido.
―¡Mamá, ¿qué haces ahí?! ―le pregunté, enfadada a la vez que sorprendida y algo apurada―. ¡¿Es que… es que nos estabas espiando?! ¡¿Cuánto llevas aquí?!
Mi cara se iba poniendo roja a medida que hacía las preguntas y yo misma me daba cuenta de la situación.
―Fue sin querer ―empezó a explicar ella mientras Jacob se cruzaba de brazos y miraba al otro lado con el ceño clavado en los ojos―. Nahuel me dijo que estabais aquí y vine para ver qué tal te había ido el día. Cuando me acerqué y vi que estabais… ocupados, me quedé detrás del árbol para no molestaros. Ya me iba a marchar, pero me apoyé demasiado en la rama y se rompió.
―Vamos, Bella ―se quejó Jake, mirándola con ojos acusadores―. ¿Un vampiro que se apoya en una rama y la rompe? A mí me parece que lo has hecho adrede para que no la besara ―soltó sin cortarse un pelo.
Mamá pareció ponerse nerviosa con la recriminación y yo me puse como un tomate.
―¿Por… por qué iba a hacer yo eso?
―Está más claro que el agua ―siguió hablando Jacob mientras mamá me miraba con gesto preocupado, mordiéndose el labio y frotándose las manos con nerviosismo―. No quieres ver que Nessie ya no es una niña.
Mi madre movió sus ojos extrañados rápidamente hacia Jacob al oír esas palabras, como si discutieran de temas diferentes, y luego se relajó un poco.
―Eso ya lo veo, pero…
Jake se levantó y se acercó a ella, mirándola de frente.
―Sé que esto es difícil para ti, pero tienes que aceptarlo. Ahora es una mujer, Bella, mírala ―me señaló con la mano y mi madre giró la cabeza para hacerlo―, prácticamente aparentáis la misma edad.
Mamá se quedó un rato en silencio, mirándome pensativa, y luego se volvió hacia él.
―Por eso mismo, Jacob ―dijo con inflexibilidad―. Deberías tener cuidado, y más en lo referente a tu…, ya sabes.
―Puedes decirlo abiertamente, acabamos de hablar del tema. Ya sabe que estoy imprimado de ella ―le contestó él, mirándome con el labio curvado hacia arriba.
No me quedó otro remedio que corresponderle con una sonrisa tímida.
―¿Ya… ya se lo has dicho? ―mi madre se puso nerviosa otra vez y empezó a pasear de aquí para allá, con las manos haciéndose un lío―. Pero… pero os ibais a… ¿Eso significa que… ella y tú…?
―Eso no es asunto tuyo, mamá ―le corté, enfadada, mientras me ponía de pie.
Ya estaba más que harta de que mi vida privada pareciera un tablón de anuncios con mis padres. ¿Es que también me tenía que desnudar yo, en sentido figurado,  delante de ellos?
―Tienes que confiar en mí, sabes que yo nunca le haré daño ―le respondió Jake―. Y también tienes que confiar en ella, ya es mayorcita. Lo siento, Bells, pero tienes que asimilarlo, no te puedo decir más.
Mi madre deambulaba a toda velocidad, mirando al suelo como si hubiese perdido algo.
―No quiero hablar más de este tema ―sentencié―. Es algo entre Jacob y yo, punto ―agarré a mi imprimado de la mano y me dirigí al tronco―. Ahora, si nos disculpas… ―le sugerí mientras me sentaba y tiraba de él para que hiciera lo mismo.
Cuando mi madre levantó el rostro, me di cuenta de que tal vez me había pasado.
―Sí, claro… ―me contestó con la voz temblorosa y sus dorados ojos, vidriados―. Tengo… tengo que irme.
Genial. Ahora me sentía culpable.
―Mamá, espera ―suspiré. Me levanté y me acerqué a ella―. Sabes que te quiero, pero tienes que entender que ya he crecido ―miré a Jake de reojo y cuchicheé―,  y que hay cosas que no te puedo contar ahora mismo.
Tomó aire, más tranquila, y empezó a hablar.
―Vale, no hace falta que me des explicaciones. Tienes razón, a veces me da la sensación de que todavía eres mi pequeña y no me doy cuenta de que eres toda una mujercita. Pero tú también tienes que entender que tener una hija de seis años que es adolescente, es un poco difícil ―le salió una sonrisa forzada, aunque sirvió para que yo le sonriera de verdad.
―Sí, debe de ser todo un coñazo, la verdad ―añadió Jake con otra burlona.
Le dediqué una mueca.
―En fin, me voy, ya os veo en casa ―me dijo mamá, dándome un beso en la frente―. No vengáis muy tarde, mañana tienes clase.
―Sí, hasta luego ―me despedí mientras mi madre se daba la vuelta y Jake decía adiós con la mano.
Me quedé de pie hasta que se perdió entre la espesura del bosque, en dirección a la gran casa.
Jacob dio otras palmaditas en el tronco para que me sentara a su lado, y así lo hice.
―Vaya, tu madre qué oportuna. Bueno, ¿por dónde íbamos? ―me insinuó con un tono pícaro, cogiéndome de la cintura.
―¡Jake! ―me quejé, despegándole las manos mientras se reía.
―Vale, vale. Lo siento, pero tenía que intentarlo. Es que no lo puedo evitar, ya sabes, la imprimación y todo eso.
―Me parece que lo que a ti te pasa es que eres un sinvergüenza ―le acusé, cruzándome de brazos con el ceño fruncido.
―Está bien, perdona. Tiempo, tiempo ―se recordó con su sonrisa torcida. Suspiré, con los labios curvados hacia arriba sin poder evitarlo―. ¿Qué tal tu cita con esa garrapata?
―No estuvo mal, la verdad es que me lo pasé bastante bien ―le restregué un poco como venganza―. Vamos a quedar otro día.
―No me fastidies, Nessie ―protestó, visiblemente molesto―. Sabes que ese tío no es de fiar.
―Pues a mí me parece un chico muy agradable y educado. Hasta me apartó la silla para que me sentase…
―¡Por favor! ―se rio―. Eso te lo puedo hacer yo a partir de ahora, si quieres. No me digas que vas a quedar con él solamente por eso.
―Y porque me parece un buen chico.
―¿Lo dices en serio? ¿Vas a volver a quedar con él? ―preguntó, incrédulo.
―Sí.
Se cruzó de brazos y miró al horizonte con las cejas hundidas sobre los ojos.
―Ese tío no me gusta ni un pelo, tiene el alma negra ―murmuró, enfadado.
―Lo que te pasa es que estás celoso, por eso no le puedes ver ―le achaqué, poniéndome de pie y quedándome frente a él.
―Por supuesto que lo estoy ―admitió, mirándome fijamente―. Pero, además, ese parásito ha venido para llevarte con él a la selva. ¿Crees que no lo sé? No pienso permitírselo.
―Yo no me voy a ir a ninguna selva ―afirmé, riéndome.
―Por eso quiere hacerlo a la fuerza ―explicó, apretando los dientes con rabia.
―¿A la fuerza? ¿Qué estás diciendo, Jacob? ―interrogué, escéptica.
―Piensa lo que quieras, pero a mí no me engaña. Lo presiento, sé que trama algo ―gruñó―. Veo cómo me mira, con esa cara de asco. Quiere separarte de mí porque piensa… ―se llevó la mano a la nuca, nervioso.
―Jake, ¿qué pasa? ―inquirí, ahora preocupada, sentándome en su pantorrilla derecha y agarrándome a su cuello con un brazo.
Me sujetó por la cintura y miró al suelo, pensativo, con cara de malas pulgas.
―Es asqueroso, no quiero que lo oigas ―dijo, sacudiendo la cabeza―. Solo te diré que piensa que somos especies diferentes.
―Qué tontería. ¿Por qué iba a pensar eso? Además, de ser así, mi padre lo sabría ―le sonreí para que se relajara―. Sigo diciendo que te dejas llevar demasiado por tus celos.
Tardó un poco, sin embargo, mi sonrisa pareció funcionar. Jake me cogió la mano derecha y entrelazó mis dedos con los de su mano izquierda.
―No me creas, si no quieres. Pero ya lo verás, algún día toda la verdad saldrá a la luz.
Nos miramos durante un instante y suspiré, cansada.
―¿Qué has hecho tú hoy? ―le pregunté para cambiar de tema.
―He ido a patrullar con las dos manadas. Ya tengo ganas de que vuelva Sam, no soporto cómo me tratan todos ―resopló―. Tanto respeto me pone de los nervios.
―¿Cuándo va a volver?
―Dentro de tres días, más o menos.
―¿Y por qué no te gusta cómo te tratan? Que te respeten, mola.
―¡Uf, qué va! No puedo estar tranquilo. Levanto una pata y ya los tengo a todos detrás de mí esperando una orden o algo. Imagínate a veintidós lobos mirándote con cara de alelaos.
―Eso es porque una orden del Gran Lobo es un gran honor ―declaré con una risilla.
―Sí, lo sería si yo fuera el Gran Lobo, pero como no lo soy…
―¡Qué pesado! ―exclamé, riñéndole―. El único que no lo ves eres tú.
―¿Y tú sí lo ves? ―murmuró, sonriéndome.
―Ya te he dicho muchas veces que sí ―le correspondí la sonrisa a la vez que le acariciaba la nuca con los dedos.
―¿Y qué te parece que el Gran Lobo se haya imprimado de ti? ¿También es un gran honor? ―me preguntó, flirteando.
―Por supuesto ―afirmé sin pensármelo dos veces. De pronto, yo misma me di cuenta de que así era y me quedé mirándole embobada, como una tonta―. Es el mayor de todos ―susurré, al hilo de mis pensamientos.
―Entonces, creo que a partir de ahora me empezará a molar ―me contestó, satisfecho.
Nos sonreímos y acerqué mi frente al pelo que nacía de la suya mientras él me daba una palmada en la cintura.
―Por cierto, no me ha dado tiempo de preguntarle a los ancianos lo de tu pulsera ―me dijo, soltándome la mano para acariciar el aro de cuero y darle vueltas con el dedo. Retiré mi frente de su cabeza para mirar la pulsera, sosteniendo la palma en el aire―. ¿Ha vuelto a vibrar o algo? ―quiso saber.
Su pregunta, y que fuera formulada por él, me hizo caer en ello. Nunca me había parado a pensarlo hasta ese momento. Me di cuenta, con absoluto asombro, de que la pulsera producía dos tipos de vibraciones y que eran completamente diferentes. Cuando había vibrado con mi madre, un vampiro, lo había hecho fuerte, como un móvil; era un aviso, aunque todavía no entendía de qué, y si notaba peligro, soltaba esa especie de explosión. Sin embargo, siempre que vibraba muy suave, como un cosquilleo, tenía que ver con Jacob. Lo había hecho hacía un rato, y podía sentirlo, la entendía perfectamente; la pulsera me pedía que me acercara a él, que me dejara llevar, que le besara. Me pregunté si sería porque era una pulsera de compromiso, aunque él no me la hubiera regalado exactamente en ese sentido. Yo misma me quedé perpleja ante mi descubrimiento. La pulsera me protegía de los vampiros completos, pero también me unía a Jacob.
―Bueno, no me ha vuelto a tocar ningún vampiro ―le contesté, encogiéndome de hombros, para evitar contarle lo que acababa de esclarecer mi mente y que me daba tanta vergüenza confesarle.
―De todos modos, mañana le preguntaré al Viejo Quil ―afirmó. Me cogió de la mano otra vez y suspiró―. Tenemos que irnos a tu casa, está oscureciendo.
―Sí, es verdad.

Me puse de pie y tiré de él para levantarle, pero pesaba tanto ―y encima él hacía fuerza para el contrapeso―, que ni lo moví. Se empezó a carcajear cuando lo agarré de las dos manos, apoyé el pie en el tronco para hacer más fuerza y, aun así, no podía con él. Otra vez me sentí un semivampiro raro. Nuestras fuerzas eran equivalentes, pero él seguía siendo más fuerte que yo; además, esa no era una de mis cualidades, precisamente. Al final, me reí yo cuando me lancé a su costado para hacerle cosquillas y se levantó de un brinco. Me pasó el brazo por el hombro y nos dirigimos a mi casa dando un tranquilo paseo entre bromas.


VÍNCULO

La verdad es que Nahuel no puso muy buena cara cuando nos vio entrar en casa agarrados. Por supuesto, Jacob le gruñó al pasar a su lado de camino a la cocina y yo tuve que regañarle un poco, pero en cuanto traspasamos la puerta de la misma, mi mejor amigo se puso a silbar y empezamos a preparar la cena como si nada. Le pregunté a Nahuel si quería cenar con nosotros, con el correspondiente medio enfado de Jake, aunque volvió a sonreír en cuanto escuchó a nuestro invitado decir que prefería ir de caza por la mañana. Cuando uno prefiere la sangre fresca, se puede aguantar mucho sin comer otra cosa, así que no me extrañó.
Después de cenar y recoger la cocina, subimos a mi habitación. Me puse mi camisón de Snoopy y, mientras yo hacía unos deberes que había dejado para última hora, Jake se puso a ver esa vieja revista de coches antiguos que ya había visto quinientas veces pero que le seguía encantando. Me dio un poco de pena quedármela, sabiendo que era su favorita, aunque él insistió en que lo hiciera.
Cuando Jake se quitó la camiseta para irse a dormir al pasillo, me percaté de que se tendría que desnudar para transformarse ―si no quería destrozar su ropa― y la imagen del río barrió cualquier otro pensamiento de mi mente. Le pregunté tímidamente, por curiosidad más bien, si se quitaba la ropa en pleno pasillo y se rio a carcajadas. Después de hacerme enfadar con sus típicas bromas, me explicó que se quitaba los pantalones en el baño y que se transformaba saliendo por la puerta por si a mi tía la Barbie se le ocurría pasar por allí.
Por la noche, ya en la cama, me costó mucho conciliar el sueño. No dejaba de pensar en la imagen de Jacob caminando desnudo por el río, en su imprimación, en la pulsera… Al final, me dormí por puro agotamiento.
Jake me llevó al instituto en la moto, aprovechando que había pocas nubes en el cielo. La había traído el día anterior, ya que tenía que reparar su coche. Me encantaba ir en su Harley Sprint negra, agarrándome a su cuerpo calentito y sintiendo la sensación de libertad, aunque en esta ocasión mi padre me obligó a ponerme el casco y ya no era lo mismo. Me despedí de él cuando vi a mis amigas y, por supuesto, Brenda no le quitó ojo hasta que entramos en el recinto.
Por alguna razón, ese día se me hicieron las clases larguísimas. Hasta que llegó la hora del almuerzo, casi me parecía que ya había pasado una semana entera. Hablamos de lo que habíamos hecho el fin de semana, aunque yo tuve que maquillar muchas cosas, como el partido de béisbol, y omitir otras, como la persecución de un posible licántropo. A Brenda casi se le cerraban los ojos de la rabia cuando le dije que había pasado toda la tarde del domingo con Jacob a solas, si le llegara a decir que le había visto desnudo y que estaba imprimado de mí, me hubiera clavado el cuchillo. Me reí con malicia en mi fuero interno.
Por fin, las clases terminaron, y cuando salí del centro con mis amigas y me despedí de ellas como era debido, me acerqué a Jake corriendo para abrazarle y olerle. Me di cuenta de que eso era lo que había estado esperando durante todo el día. Podía sentir la mirada de odio de Brenda clavada en mi espalda, eso hizo que lo abrazara más fuerte, para gusto de él ―y mío, para qué negarlo.
―He hablado con el Viejo Quil sobre tu pulsera y quiere verte ―me anunció mientras me daba el casco.
―¿A mí? ―pregunté, extrañada.
―Sí, quiere hacerte algunas preguntas, nada más. No te importa, ¿no? ¿O tenías algún plan?
―No ―me encogí de hombros―. En realidad, me apetecía ir a La Push para ayudarte en tu garaje, así que...
―Genial ―contestó él con una sonrisa.
Me puse el casco y me subí a la moto después que él. Brenda se moría de la envidia cuando me arrimé todo lo que pude a Jacob y le rodeé con mis brazos, palpándole el pecho con las manos. Esta vez no me reí, me carcajeé con maldad en mi interior. El casco me tapaba el rostro enrojecido pero lleno de satisfacción, y además Jacob estaba disfrutando de lo lindo. ¿A quién le iba a amargar un dulce de vez en cuando?
Salimos a toda velocidad del aparcamiento del instituto y nos encaminamos hacia La Push.
Enseguida divisamos la casa de Jacob, para mi desgracia; el viaje se me había hecho demasiado corto. Llevamos la moto al garaje y nos dirigimos caminando a casa del Viejo Quil. Mientras paseábamos, me fijé en una cicatriz curada, pero de un reciente color rosado, en el brazo de Jacob.
―¿Qué te ha pasado aquí? ―le cogí el brazo y se la señalé.
―Ah, nada. Hoy casi me muerde un vampiro ―me contestó tan tranquilo.
Yo me paré en seco y él tuvo que detenerse.
―¿Cómo que casi te muerde? ―le pregunté, asustada.
―Sí, bueno, solo me rozó un poco ―dijo, encogiéndose de hombros mientras miraba su cicatriz.
―¿Que te…? ¡¿Que te rozó?! ―mi voz empezaba a teñirse de miedo histérico.
―Nessie, tranquila ―se puso frente a mí y me sujetó por los hombros mientras yo seguía con la boca abierta y la cara horrorizada―. Al final no ha sido nada, ¿ves?
―Jake, si te llega a morder… te hubiera… envenenado… y habrías… ―mi boca se negaba a pronunciar la palabra.
―¿Crees que soy idiota? ―me respondió con una sonrisa―. No me iba a dejar morder, además, gracias a eso le cogimos y acabamos con él. No te olvides de que tengo a veintidós lobos a mi disposición.
Me pasó el brazo por el hombro y me obligó a caminar.
―¿Qué quieres decir con gracias a eso? ―algo me decía que no era nada bueno. Jacob se mordió el labio, pensativo, sin dejar de mirar al frente―. ¿Jake? ―le azucé.
―Está bien, pero no te asustes ni nada, ¿vale? ―solo esa frase ya me daba miedo. Me miró para ver si decía algo y volvió la vista al horizonte para seguir hablando―. Son estrategias de lobos. Normalmente nunca llegamos tan lejos, pero no tuvimos otro remedio que hacerlo así. Ese vampiro no hacía más que perseguirme, me quería a mí, así que me puse como cebo para que los demás le cogieran.
Un temblor empezó a recorrer mis piernas solamente con el flash de la imagen en mi cabeza.
―¿Como… como cebo? ―murmuré, parándome de nuevo.
―Ya te digo que nunca lo hacemos, pero como me perseguía a mí y no ponía en peligro a nadie, se me ocurrió engañarle y tenderle una emboscada. Cuando creía que me tenía, ¡zaca! ―gesticuló con el brazo libre―, mis hermanos salieron y se lo ventilaron ―comenzó a reírse con malicia―. ¡No veas la cara que se le quedó a ese chupasangres!
Y la mía en ese instante debía de ser todo un poema.
―¡No lo vuelvas a hacer nunca más, Jacob! ―le regañé, deshaciéndome de su brazo y poniéndome frente a él―. ¡Te has puesto en peligro a ti, ¿te parece poco?! ¡Podías haber muerto! ―al oír mis propias palabras, me invadió la misma sensación que el sábado en el coche cuando nos perseguía ese licántropo, y tuve que darme la vuelta para apoyarme en un árbol y ocultar mi rostro. Jacob se quedó detrás de mí, en silencio―. Ya sé que cazar vampiros es peligroso y que arriesgas tu vida todos los días ―murmuré con voz queda―. Y sé que es algo que tienes que hacer, has nacido para eso, lo acepto. Pero no acepto que te arriesgues innecesariamente hasta ese punto, me niego ―susurré con rabia, girándome hacia él para mirarle a los ojos―. Me niego a perderte, y mucho menos por eso.
―Lo… lo siento ―musitó, acercándose a mí.
―Prométeme que nunca más lo volverás a hacer ―le pedí con firmeza.
―Te gusto más de lo que crees ―me soltó de sopetón, con una sonrisa.
―¡Jake! ―protesté.
―Vale, vale. Te doy mi palabra ―me respondió, serio, levantando la mano.
―Bien ―resoplé.
Le cogí de la misma y tiré de él para iniciar la marcha. Anduvimos un rato en silencio por el camino que daba a la casa del anciano. El Viejo Quil vivía cerca de la playa y enseguida la divisamos al iniciar la senda que daba a la arena.
La casita era la típica edificación quileute hecha de madera. Era de una sola planta rectangular ―como la de Jacob―, bastante vieja, y tenía un color verde apagado por los efectos del mar y el tiempo. Tenía un pequeño porche que daba a la playa en una de las paredes menos cortas, salvado por dos escalones, y albergaba la puerta de entrada y dos pequeñas ventanas a cada lado sin adorno alguno.
Jacob dio dos toques a la puerta y me llevó de la mano al interior de la casita sin pedir permiso al propietario. Después de pasar por un diminuto vestíbulo que solo constaba de un estrecho taquillón de los años sesenta para dejar las llaves y un espejo, pasamos a la salita, donde nos esperaba el Viejo Quil sentado en una butaca tan vieja como él, junto a Billy, Sue y Sam, que también se encontraban allí.
Me empecé a poner nerviosa al ver demasiada gente, ya que solamente contaba con el anciano Quil Ateara, aunque acto seguido fue sustituido por el asombro. Los tres miembros del Consejo que podían caminar se levantaron nada más ver a Jacob, y Billy se quitó del medio para dejarle paso, lo cual me sorprendió el doble, tratándose de su padre.
Me di cuenta de que esto no iban a ser unas simples preguntas. Algo pasaba con mi pulsera, que levantaba tanta expectación entre el Consejo, y eso no era nada habitual. Miré a Jake para ver si su rostro me explicaba algo y lo único que vi es que él estaba tan perplejo como yo.
―¿Qué pasa? ―preguntó―. ¿Por qué estáis todos aquí?
―Sentaos ―nos invitó Billy, señalando el sofá.
Jacob asintió y me llevó con él hasta el asiento.
―¿Os apetece tomar algo? ―nos ofreció Sue.
―¿Quieres algo? ―me preguntó Jake.
―No, gracias ―les contesté a los dos mientras me sentaba.
―Nah, pues yo tampoco ―le dijo Jacob, haciendo lo mismo.
Me percaté de que los demás no tomaron asiento hasta que él lo hizo. Estaba alucinada. Sue, miembro del Consejo, y Sam, jefe de la tribu, nos habían dejado el sofá y habían cogido unas banquetas de la cocina para sentarse. Los cuatro estaban frente a nosotros con ojos intrigados y expectantes.
―Nessie, cuéntanos lo que puede hacer tu pulsera de compromiso, por favor ―me pidió el Viejo Quil con suma amabilidad, pronunciando las palabras lentamente.
Me arrepentí enseguida de no pedir un vaso de agua o algo. Solo escuchar compromiso de boca del Consejo, ya hizo que se me subiera la sangre a la cara y me latiera el corazón a mil por hora, puesto que esa pulsera tenía un significado algo diferente para ellos que para nosotros. Para colmo, el hecho de que yo estuviera sentada junto a Jacob con nuestras manos unidas, lo empeoraba. Pero era más la curiosidad que tenía de saber qué les pasaba con la pulsera, que todo lo demás, y no tenía fuerzas para soltar su mano, necesitaba tenerla aferrada para no salir corriendo. Al menos, Billy sabía que me la había regalado cuando era pequeña y que no había sido en ese sentido. Intenté no darle importancia. Tragué saliva y me concentré en el resto de la petición.
―La pulsera… ―miré a Jake y este me acarició la mano, infundiéndome confianza. Tomé aire y hablé―. La pulsera vibra y me protege de los vampiros completos cuando siente que estoy en peligro.
El Viejo Quil me observó con sus arrugados ojos, pensativo, mientras los demás se miraban unos a otros un poco perdidos.
―¿Cuántas veces lo hizo y cómo? ―me preguntó con la misma tranquilidad.
Su manera de hablar lenta y pausada hizo que me sintiera más relajada. Pensé que, después de todo, solamente era una conversación entre amigos y, de paso, yo me enteraría de por qué mi pulsera levantaba tanta curiosidad.
―Bueno, solo lo hizo una vez ―comencé a explicar―. Estaba en el bosque con mi madre, mostrándole con la mano unas… ―dudé― imágenes ―lo mejor era soltarlo todo seguido, así no me costaría tanto―. Ella me sujetó la muñeca demasiado fuerte sin darse cuenta y me hizo daño. Entonces, la pulsera reaccionó y vibró una sola vez, pero lo hizo con tanta energía, que produjo una especie de onda expansiva que le empujó la mano y el brazo hacia atrás.
Se hizo un mutismo.
―Dime, ¿esas imágenes que le mostrabas a tu madre eran de Jacob?
―Sí… ―reconocí, un poco avergonzada y extrañada de que lo supiera.
―Y dices que ella, cuando las vio, te hizo daño al apretarte la muñeca ―me repitió para ratificar lo que yo había dicho.
―Sí ―volví a afirmar.
Se hizo un murmullo generalizado que no comprendí y miré a Jake; este se encogió de hombros. El Viejo Quil permanecía con su rostro imperturbable mientras asentía con entendimiento.
―¿Qué más hace la pulsera? ―preguntó el anciano a la vez que todo el mundo se callaba para prestar atención―. Dices que vibra, ¿verdad?
―Ajá, de dos maneras diferentes, ¡uy! ―me tapé la boca con la mano inmediatamente al darme cuenta de que se me había escapado.
―Eso no me lo habías dicho ―me recordó Jake―. Ayer me dijiste…
―¿Cómo que de dos maneras? ―le cortó el Viejo Quil con los ojos abiertos de par en par por la sorpresa, casi parecía que le habían desaparecido las profundas patas de gallo.
No me quedaba otro remedio que decir la verdad. Ahora tendría que tragarme la vergüenza con Jacob y decirlo delante de toda esa gente.
―¿Me… me puedes traer un vaso de agua, por favor? ―le pedí a Sue.
―Claro, cielo.
Todo el mundo, incluido Jake, se quedó en silencio, con la mirada fija en mí, esperando a que yo hablase; hasta que Sue volvió con el vaso de agua. Le di dos buenos tragos, lo posé en la pequeña mesita de madera que había delante del sofá y respiré hondo para hablar.
―Vibra de dos formas: una fuerte, como un móvil, y otra muy suave, como un cosquilleo ―admití.
El Viejo Quil se quedó pensativo, con la mano en la barbilla.
―¿Cuándo vibra fuerte? ―preguntó al fin.
―Pues, también fue en una sola ocasión. Fue después de que la pulsera rechazara a mi madre empujando su mano ―Jacob me miraba alucinado, no se podía creer que no le hubiera contado nada de esto―. Mi madre estaba cabreada con Jake por haberme regalado una… pulsera mágica y dijo algo de él que me molestó. Luego, la pulsera vibró como un móvil.
―¿Qué sentiste cuando lo hizo?
Me empezaba a sentir como en un psicólogo o en un juicio de esos de la tele.
―No… no sé. Me… enfadé, creo. Me enfadé mucho.
Sin levantarse de la butaca, el anciano Quil Ateara colocó el bastón entre sus frágiles piernas y apoyó sus manos en él, con el gesto reflexivo otra vez.
―Bien, esta parte la tengo clara, pero hay algo que no comprendo aún. Me gustaría saber cuándo vibra suave ―dijo.
¡Uf! Ahora venía la parte de la que no quería hablar mucho. Cogí el vaso y bebí otro poco de agua.
―Cuando… cuando estoy con Jake ―murmuré con las mejillas ruborizadas.
―¿Ahora está vibrando? ―me preguntó Billy mientras todos se acercaban a la pulsera para mirarla.
―No, no ―contesté con una risa nerviosa, negando con las  manos―. Y nunca vibra literalmente ―le aclaré―. Creo que es algo que solamente noto yo, no sé, simplemente puedo sentirla. Aunque no estoy segura, cuando rechazó a mi madre, sí que pegó un bote de verdad ―pensé en voz alta.
―Dices que ahora no está vibrando. Entonces, cuando estás con Jacob, ¿cuándo lo hace? ―intervino el Viejo Quil.
Nunca imaginé que iba a pensar esto, pero echaba de menos la lectura mental de mi padre, así no tendría que explicarlo todo yo.
―No sé… ―cogí el vaso de la mesa―. Cuando… cuando está muy cerca.
―Es cuando te toca o te besa, ¿verdad?
―Puede ser, no sé… ―contesté, murmurando las palabras muy rápidamente.
Jacob dio un brinco en el sofá de la emoción y yo me tragué lo que quedaba de agua.
―¿Y te advierte de él o te acerca?
―¿Advertir de qué? ―preguntó Jake, indignado.
―Me… me acerca ―respondí con un susurro.
―¿Ves? Esa es mi pulsera ―mi mejor amigo se puso a frotar el aro―. Chica lista ―la dijo.
Quil Ateara se quedó meditando un minuto en silencio.
―Bueno, quiero hacer una prueba para comprobar una cosa ―propuso finalmente.
―¿Una prueba? ―repetí con ignorancia.
―Sí, para ver si vibra y por qué. Jacob, bésala ―le mandó el anciano.
Pasé del pálido al rojo absoluto en cuanto terminé de digerir esas palabras, y lo peor es que no me quedaba ni una gota de agua en el vaso.
―Bueno, es que nosotros no… ―intentó decir Jake.
―Todavía no son novios, Quil ―le interrumpió Billy con un cuchicheo.
¿Todavía? Iba a hablar, pero Jake me pisó el pie con intención para que no abriera la boca.
―¿Cómo que no? Ella lleva la pulsera de compromiso ―contestó el Viejo Quil, incrédulo, señalándome con el báculo.
―Sí, pero ya sabes que se la regaló cuando era una niña pequeña. No tiene el mismo significado para ellos que para nosotros ―le explicó Billy, para mi total agrado.
―¡Tonterías! ―bramó el anciano, golpeando con el bastón en la mesa y haciéndonos saltar a todos en los asientos, incluido a mi vaso, que estaba posado en el mismo mueble. Aunque estaba muy mayor, tenía una voz de lo más potente―. ¡Me imagino que ahora ella sabe de sobra el significado que tiene esa pulsera, ¿no?! ¡Si la sigue llevando será por algo! ¡¿Verdad?! ―me interrogó con los ojos furiosos.
―¿Eh? Ah, sí… Sí, claro ―le contesté, sonriéndole con nerviosismo.
Jacob me miró como si me fuera a matar, pero cualquiera le llevaba la contraria a ese anciano, ahora entendía que me hubiera pisado el pie antes.
―¿Lo ves? ―le reprochó Ateara a Billy; este puso los ojos en blanco―. Bien ―se volvió a acomodar en la butaca, más tranquilo―, ahora, bésala ―le dijo a mi mejor amigo, invitándole con la mano.
―Esto… Es que yo no… ―Jacob se llevó la mano a la nuca, incómodo―. Todavía… todavía no la he besado nunca ―soltó finalmente.
A Sam se le escapó una risa cortada mientras intentaba ponerse serio y Jake le sacó el dedo corazón, con cara de malas pulgas.
―Bueno, pues aprovecha ahora para hacerlo ―le instó Quil Ateara―. Dale tu primer beso, eso será aún mejor para lo que quiero comprobar.
Sam ya casi no podía aguantar la risa y estaba contagiando a Billy, que empezaba a curvar la comisura de su labio hacia arriba, aunque no sabría decir si era más bien alegría de que su hijo tuviera la oportunidad tan a tiro. Sue era la única que se comportaba como si fuera lo más normal del mundo. Le di un codazo a Jake para que hiciera algo.
―Es que aquí… delante de todo el mundo…
―¡Que la beses ya, demonios, no tengo toda la tarde! ―le bufó Ateara, alzándole el bastón―. ¡Hay que ver qué juventud, unos mucho y otros nada!
―Vale, vale ―le contestó Jake, intimidado.
Se giró hacia mí y carraspeó. Antes de que me diera tiempo a abrir la boca para protestar, me dio un pico en los labios rapidísimo que ni noté, para estupor de los allí presentes y mío, y volvió a su posición en el sofá.
Sam no pudo aguantar más y se le escapó la risa. Tuvo que agachar la cabeza y taparse con la mano, mientras negaba y se carcajeaba en voz baja.
―¡Por el amor de Dios, chico! ―exclamó Ateara, enfadado―. ¡¿De verdad tú estás imprimado de ella?!
―Sí, por supuesto ―respondió Jake, un poco ofendido por la duda.
―¡Pues dale un beso como Dios manda, diantre! ―volvió a gritar el Viejo Quil, amenazándole con el cayado―. ¡Si no la besas en condiciones, no podré comprobar lo de la pulsera, y tengo que hacerlo, es muy importante!
―Venga, hijo. Ahora no dejes mal el apellido. Un Black siempre cumple ―le pinchó Billy.
Qué bien, y ahora el otro.
Jake resopló y se giró de nuevo hacia mí.
―A veces estás mejor calladita ―me cuchicheó al oído muy bajito mientras se arrimaba a mí y disimulaba que se ponía cómodo―. Ahora cree que estamos prometidos, así que no puedo negarme y tengo que besarte. No sabes cómo es este viejo cuando se cabrea.
―Serás caradura ―murmuré entre dientes.
―Si quieres, voy a por Emily y te enseño cómo se hace ―le sugirió Sam, mofándose, al ver que tardaba.
―Vosotros haced como que no estamos ―azuzó Billy, guiñándonos el ojo.
Jake les echó una mirada asesina de reojo mientras colocaba la mano en mi mejilla.
¿Si rezaba mucho se abriría la tierra para que pudiera meterme dentro y pudiera salir huyendo de allí? Seguro que el centro de la tierra estaba menos caliente que mi cara. ¿De verdad me iba a besar delante de toda esa gente?
Dos, cuatro, seis, ocho. Podía notar los ocho pares de ojos puestos en nosotros, observándonos con suma atención. Iba a levantarme y salir corriendo de allí, pero Jake me clavó su decidida y penetrante mirada y me quedé paralizada. Entonces, ya no pude sentir nada más que la llamada de sus pupilas y su mano tocando mi cara. Era esa fuerza atrayente otra vez, me hechizaba y me dominaba por completo. Empezó a aproximar su rostro al mío y noté las taquicardias y las mariposas de siempre. La pulsera comenzó a hacerme las cosquillas, animándome a seguir, pero cuando su frente me rozó, vacilé un poco y me aparté unos centímetros. Me daba demasiada vergüenza que nos tuviéramos que dar nuestro primer beso delante de todas esas personas. Nuestro primer beso, me dije, asombrada por mi propio pensamiento. El aro de cuero rojizo me hizo cosquillas de nuevo y las personas que nos rodeaban empezaron a desaparecer una por una, hasta que quedamos él y yo, los dos solos. Ya no había nadie con nosotros, así que me pude perder del todo en mis adorados ojos negros. Seguí el impulso de esa fuerza mágica y me dejé llevar. Rodeé su cuello con mis brazos y pegué mi rostro al suyo con vehemencia. Jacob deslizó la mano hacia mi nuca y empezó a acercar sus labios a los míos…
―Bueno, ya es suficiente para ver lo que quería ver ―nos interrumpió el Viejo Quil.
Su repentina y alta voz hizo que los ocho pares de ojos aparecieran de pronto y con ellos sus propietarios. Me aparté de Jacob instantáneamente, con toda la sangre en la cara.
―Podías haber esperado un poco más, ¿no? ―gruñó Jake, molesto.
―Nunca he visto nada igual en toda mi vida ―murmuró el anciano Quil Ateara, levantándose con el semblante sobrecogido, sin hacer caso de la queja―. Es cierto ―se dirigió a mí―, no vibra a ojos de los demás, nosotros no la hemos visto, pero todos hemos observado cómo tú sí la sientes y, sobre todo, hemos notado la energía que desprendéis ―se llevó la mano a su cabello blanco―. Es increíble, esto último es impresionante, nunca había percibido una energía igual.
Pestañeé, estupefacta a la vez que muerta de vergüenza. ¿Ellos también habían notado esa fuerza, energía o lo que fuera, que me empujaba hacia a él?
―Ya sabes lo que significa todo esto ―le dijo Billy con el rostro sobrio.
―Sí, es la prueba definitiva ―confirmó el Viejo Quil.
―Es Taha Aki, ya no hay ninguna duda ―ratificó Sam, levantándose de su banqueta.
Los cuatro semblantes se giraron para mirar a Jake llenos de admiración y profundo respeto. De pronto, todo mi sofoco se vio sustituido por la misma sensación.
―¿Vais a empezar otra vez con eso? ―protestó Jacob.
―Hijo, la pulsera la hiciste con tus propias manos, yo mismo lo vi. Y esa energía es la prueba definitiva de tu gran poder espiritual ―le explicó Billy, visiblemente impresionado.
―Tú llenaste esa pulsera de tu amor ―intervino Sue, maravillada.
―La única pulsera que tenía poderes era la que Taha Aki le hizo a su esposa ―siguió el Viejo Quil―, y ahora la tuya también. Ya son demasiadas coincidencias, solo que esta tiene incluso más poder que la original. Es asombroso.
―¿Cómo? Yo no… ―Jacob se puso de pie mientras se llevaba la mano a la cabeza y miraba al suelo; se quedó pensativo, con una expresión de confusión y perplejidad en el rostro.
Me quedé muda ante lo que estaba viendo. Mis fascinados ojos estaban siendo testigos de parte de la Historia quileute y de sus leyendas. Estaba viviendo una, quizás la más importante.
El Viejo Quil volvió a su semblante imperturbable del principio y habló pausadamente de nuevo, dando muestras de su gran sabiduría.
―El Gran Lobo le hizo una pulsera a su tercera y última esposa, de la que estaba imprimado, para que esta no se sintiera sola cuando él se tenía que ir con los demás guerreros ―el anciano Quil Ateara empezó a explicar la historia que Jake me había contado hacía unos días―. La hizo de doble trenzado, que simbolizaba los lazos y el compromiso con ella, de cuero, que era fuerte y resistente como su amor, y del mismo color que su pelaje, para que su esposa siempre pudiera notarle con ella, lo recordara y no se sintiera sola. Tal era su poder espiritual, que la impregnó de su amor y la dotó de magia, casi nadie sabe esto último.
»La pulsera servía para que su esposa no se sintiera sola, pero, además, la protegía de todo aquel que quería separarlos, de toda amenaza a su profundo amor ―Ateara giró su viejo rostro para mirarme―. La pulsera vibraba fuerte para avisar a la esposa de que había algo o alguien que los quería alejar, de algo que afectara a la pareja, con el fin de que ella pudiera responder o actuar; y lo hacía impetuosamente, descargando su energía, cuando ya se convertía en un peligro claro.
Me quedé helada por lo que estaba escuchando, mientras que sus ojos hundidos me hablaban con seguridad. ¿Eso iba por mi madre? Pero, ¿por qué?
―Ante todo y sobre todo es una pulsera de amor, pues está llena de él ―continuó el Viejo Quil―. No utiliza la violencia, tan solo en esas ocasiones especiales usa su poder como protección. Pero no protege de vampiros, ni de nada más ―volvió a mirar a Jacob, que seguía con el rostro contrariado―. La vibración suave es un poder único, nunca se ha visto nada igual. No sé por qué vibra de ese modo, pero todos hemos notado la energía que desprendéis cuando os miráis ―de repente, me vino a la cabeza aquella frase de mi madre: “Es que… os miráis de esa forma tan…, con esa adoración mutua, que, no sé, me asusta un poco, la verdad”―. Eso quiere decir que vuestro vínculo es increíblemente fuerte. Tal vez por eso la pulsera le hace cosquillas, para acercarla a ti, aunque no estoy seguro. Se verá con el tiempo, si es que alguna vez sois novios y os besáis de una vez.
Estupendo, el Viejo Quil había sabido desde el principio que no estábamos prometidos ni nada y, aun así, nos había engañado para que nos besáramos. Reprimí mis ganas de pegar un puñetazo en la mesa y decirle cuatro cosas.
―Tienes que aceptarlo de una vez, Jacob ―le dijo Sam―. Ahora te corresponde a ti ser el jefe de la tribu.
Jacob levantó la vista súbitamente del suelo para fijarla en él.
―De eso ni hablar ―masculló, apretando los dientes con indignación.
―Es un deber y un honor, tienes que aceptar ―le respondió su hermano con firmeza.
―Sabes que lo es para mí, pero el único al que le corresponde es a ti, no pienso quitarle el puesto a nadie. Ni siquiera quería ser el Alfa de ninguna manada, así que mucho menos esto.
―No me estás quitando nada, estás cogiendo lo que es tuyo ―insistió Sam.
―Eres el heredero legítimo de Ephraim Black y el Gran Lobo, por lo tanto, serás el jefe de la tribu a partir de ahora mismo ―decretó el Viejo Quil, dando por zanjado el asunto.
Jake rechinó los dientes y observó al anciano con gesto disconforme. Me tendió la mano para que me levantara; se la cogí y me puse en pie de inmediato.
―Bien, se supone que ahora soy yo quien da las órdenes aquí ―les dijo.
―Por supuesto ―le contestó Ateara.
Miró a Sam a los ojos y habló con tono de mando.
―Te ordeno que sigas siendo el jefe de la tribu.
Me aferró la mano con fuerza y echamos a andar hacia la puerta del vestíbulo.
―¡Tienes que serlo tú, Jacob! ―rebatió Sam a nuestras espaldas.
―¡No puedes negarte! ―exclamó Billy.
―¡Es una orden! ―gritó Jake, furioso, dándose la vuelta para mirarles fijamente.
A Sam se le doblaron las piernas y cayó sentado en la banqueta, con el rostro impresionado por el poder de su voz de Alfa.
Jacob se dio la vuelta otra vez y seguimos la marcha hacia la puerta principal, hasta que por fin salimos.
Hicimos el camino de regreso a su casa en silencio. Él estaba demasiado confuso y contrariado, y yo estaba demasiado alucinada por todo lo que había pasado. Cuando entramos en su garaje, me soltó la mano y se sentó en las cajas de refrescos vacías y apiladas que utilizábamos como banco, apoyando la cabeza en la pared de bloque de hormigón.
No me gustaba nada verle así, parecía tan preocupado. Me acerqué con paso ligero y me quedé frente a él, mirándole. Sus angustiados ojos, que estaban observando las planchas de chapa del tejado, se movieron y se quedaron fijos en mí. Curvé mis labios hacia arriba y empecé a acariciarle la cabeza con una mano, metiendo mis dedos entre su corto pelo azabache. Cerró los ojos y por fin sonrió con una mueca.
―¿Qué te parece si le arreglamos algo a tu precioso Wolkswagen Rabbit del 86? ―le propuse.
Abrió un ojo para mirarme.
―Prefiero seguir así, la verdad ―lo volvió a cerrar y se cruzó de brazos―. Se está muy a gusto.
―Si te sigo acariciando te quedarás dormido, y luego, ¿quién me llevará a casa? ―le pregunté de broma.
―Te puedes quedar aquí a dormir ―murmuró, sonriendo.
―No hay camas ―repliqué.
―Puedes dormir en la mía ―sugirió.
―¿Y tú?
Jacob abrió los ojos y sonrió abiertamente.
―En la mía, por supuesto.
Retiré la mano de su pelo y me eché hacia atrás.
―Muy tentador, pero no, gracias ―le respondí con sarcasmo.
Se puso de pie y se desperezó.
―Qué pena ―suspiró, sonriente―. Bueno, nena, tú te lo pierdes.
Ya volvía a ser el de siempre, cosa que me alegró. Cogió dos refrescos tibios de la nevera portátil sin hielo y me pasó uno. Los abrimos y les dimos unos buenos tragos. Este ritual me encantaba.
―¿Por dónde vamos a empezar? ―le pregunté, posando mi lata en una de las estanterías y acercándome al vehículo para mirarlo.
―Lo primero es limpiar el coche por dentro, está lleno de cristales. Pero tengo que quitar los restos que quedaron en la ventana, espera ―y dejó su refresco junto al mío.
Se fue hacia su arcón de metal y sacó una camiseta vieja que dobló muchas veces sobre sí misma para retirar los trozos de cristal que habían quedado enganchados en la ventana trasera.
―Puedes usar ese recogedor y uno de esos cepillos ―me dijo, indicándomelos de lejos con el dedo.
Cogí el recogedor de mano, dos cepillos de la caja y le lancé uno que atrapó sin ningún esfuerzo.
―Tú también puedes usar uno ―le critiqué.
―Era para ver si colaba, pero ya veo que no.
Abrí la puerta del conductor, corrí el asiento hacia delante y me metí en el coche para limpiar el asiento trasero y el suelo. Le pasé a Jacob las alfombrillas traseras para que hiciera lo mismo con ellas y él sumó también las delanteras.
―Dime una cosa, ¿me habrías besado? ―me preguntó de repente, sin pelos en la lengua, a la vez que sacudía las alfombras.
Me empecé a poner colorada y le di más fuerte al cepillo.
―Jake, no empieces ―le advertí.
Las dejó en el capó, apoyó las manos en el techo del Golf, se inclinó y asomó la cabeza por la puerta abierta del copiloto para mirarme.
―Sí, ibas a hacerlo ―afirmó con su sonrisa torcida.
Arrastré unos cuantos cristales en su dirección para que se apartase, pero solo dio un saltito hacia atrás y luego volvió a su posición.
―Sabías que el Viejo Quil conocía la verdad y te ibas a aprovechar de la ocasión ―le acusé, mirándole con los ojos entrecerrados.
―Qué va, no lo sabía, en serio, pero por supuesto que iba a aprovecharla, no soy tonto.
―No, ya veo que eres demasiado listo ―le achaqué, retirando los trozos de vidrio de la bandeja trasera por la ventana sin cristal.
Se sentó en el asiento del copiloto y apoyó los brazos en el respaldo para mirar hacia atrás.
―¿De verdad te hizo cosquillas? ―volvió a preguntar.
―A ti qué más te da.
―O sea, que sí.
Me puse de rodillas en el asiento, ya limpio, y le di la espalda para seguir despejando la bandeja. Se levantó, corrió el asiento del copiloto hacia delante y se sentó detrás, a mi lado.
―¿Y qué sientes cuando te hace cosquillas?
―Pues, cosquillas, qué voy a sentir ―le contesté, impasible.
―El Viejo Quil dice que lo hace para acercarte a mí, porque nuestro vínculo es increíblemente fuerte ―insistió―. A lo mejor, lo que quiere la pulsera es que me beses ―adivinó con un tono de flirteo, poniendo los codos sobre el respaldo.
Me bajé del asiento y salí por la puerta. Corrí el del conductor a tope hacia atrás y me senté en el hueco, escondiéndome de su vista, para pasar el cepillo por el suelo y arrastrar los cristales que habían llegado a esa zona dentro del recogedor.
―Eso solo son conjeturas del Viejo Quil ―alegué.
―Entonces, lo de Taha Aki también ―afirmó, inclinándose hacia delante para asomar la cabeza por el lateral del asiento.
―No, eso es cierto ―le contradije, mirándole―. Eres el Gran Lobo.
―Si eso es cierto, lo demás igual ―me refutó con una sonrisita de autosuficiencia.
Ahí me tenía pillada.
―¿Vas a limpiar, o tengo que hacerlo yo todo? ―le reproché.
―Yo creo que ya está bastante reluciente ―contestó con su también reluciente sonrisa; le tiré el cepillo y se carcajeó.
―Pues ahora tienes que pasar la escoba ―le mandé mientras salíamos del coche.
―Oye, creo que Taha Aki no era un calzonazos, ¿sabes? ―se burló.
Agarré una tuerca de la estantería y se la lancé a la cabeza. No le di porque le dio tiempo de sobra a agacharse.
―Bueno, vale ―resopló, riéndose―. A sus órdenes.
Jacob agarró la escoba y se puso a barrer el suelo del garaje, alrededor del Golf.
―Ahora me toca a mí preguntarte ―dije, reclinándome sobre el lateral del capó.
―Dime.
―¿Por qué no quieres ser el jefe de la tribu?
―Porque ya lo es Sam ―contestó sin dejar de barrer.
―Pero él dice que te corresponde a ti. Y Quil Ateara tiene razón, eres el heredero de Ephraim Black y…
―El jefe de la tribu es Sam ―me cortó, molesto.
―No lo entiendo.
Dejó de barrer y me miró después de soltar un largo suspiro.
―A Sam le gusta serlo, le encanta, disfruta con ese trabajo, y a mí no me apetece nada. ¿Cómo voy a quitárselo? No lo haré nunca ―concluyó, pasando la escoba otra vez.
―Tú eres el Gran Lobo, el Alfa de todos los Alfa, no creo que le estés quitando nada ―discutí.
―Eso es lo que dicen ellos ―cogió el recogedor con palo que había en la esquina y empezó a amontonar los trocitos de cristal con la escoba.
―¿Es que no has tenido suficientes pruebas todavía? ―le corregí.
Jake se quedó en silencio, observando los cristales con una mirada distinta. Yo conocía muy bien esa mirada.
―Lo sabes ―exhalé con asombro―. Sabes que lo eres, Jake ―me separé del coche y me puse frente a él para mirarle a los ojos.
―Sí, vale, puede que lo sea ―admitió al fin, aunque a regañadientes.
―¿Y por qué no lo quieres reconocer delante de ellos? ―le pregunté, desconcertada.
―Ya lo has visto ―se quejó, señalando la puerta del garaje con la mano―. Quieren que sea el jefe de la tribu.
―Pero…
La voz de Billy a lo lejos nos interrumpió. Me llamaba a mí desde su casa. Salimos del garaje y nos dirigimos allí. Billy nos esperaba en el porche.
―¿Querías algo? ―inquirí.
―Acaba de llamar tu padre ―en un principio me extrañó que no me hubiera llamado al móvil, pero enseguida recordé que lo había perdido el sábado junto con la chaqueta del chándal―. Dijo que fuerais hasta tu casa, quiere hablar con vosotros.

Jake y yo nos miramos sin comprender.


LOBOS

Toda mi familia y Nahuel nos estaban esperando en el salón de mi casa con gesto grave. Cerramos la puerta y nos quedamos frente a ellos, sin entender nada.
―¿Qué pasa? ―pregunté, preocupada.
―Alice ha tenido una… especie de visión ―me dijo papá.
Miré a Alice extrañada.
―¿Una especie de visión? No entiendo.
―No son visiones completas ―empezó a explicar esta―. Son más bien como flashes en mi cabeza, fogonazos que no tienen mucho sentido y que cambian de uno a otro sin control ni orden…
―Espera ―le corté―, ¿visiones?
―Alice lleva una temporada viéndolas ―desveló mi padre.
―¿Y tú lo sabias? ¿Por qué no lo dijisteis antes? ―quise saber, sorprendida.
―Nosotros también acabamos de enterarnos de todo esto hace un momento ―declaró mamá, mirando a mi padre con los ojos llenos de reproche.
―No sabíamos lo que querían decir y no dijimos nada para no preocuparos ―se defendió él, acariciándole la mejilla con dulzura.
―¿Y ahora ya lo sabéis? ―preguntó Jacob.
―Más o menos ―contestó mi padre.
―¿Qué quiere decir más o menos? ―protestó él―. ¿Lo sabéis o no?
―He visto a Aro decidiendo algo ―respondió Alice, mordiéndose el labio.
Jake y yo nos quedamos mirándola para que siguiera.
―Bueno, ¿y qué es? ―la azucé, al ver que no hablaba.
―Ese es el problema, Alice no puede verlo ―siguió mi padre.
―¿Y para qué nos llamáis entonces? ―se quejó Jake.
―Porque si Alice no puede ver bien las visiones, es porque se trata de Renesmee ―soltó papá―. Recuerda que no puede verla.
Se hizo un incómodo silencio lleno de alarma. Noté cómo a Jacob le subía el calor por la espalda y le cogí de la mano para tranquilizarle, aunque yo también me había asustado.
―Creemos que quiere venir a ver a Nessie, ahora que ya ha alcanzado la madurez ―habló Alice, interrumpiendo el mutismo.
Miré a mi madre, que permanecía callada, con el semblante pensativo y preocupado.
―Si vienen a por ella, no se lo permitiré ―gruñó Jacob con los dientes apretados.
―Lo más seguro es que solamente vengan a verla para verificar que no es peligrosa y después se marchen ―le dijo mi tía.
―Alice ―susurró mi madre.
―¿Cómo lo sabéis? ―siguió Jake―. Ni siquiera puedes ver la decisión que ha tomado.
―¿Para qué otra cosa iba a ser? ―le replicó Alice―. La otra vez se quedaron con las ganas y quieren venir a comprobarlo de nuevo. Pero verán lo mismo que hace seis años y se marcharán.
―Alice ―repitió mamá.
―¿Qué pasa si se la quieren llevar a Volterra para aprovecharse de su don? ―rebatió mi mejor amigo.
―Llamaremos a nuestros aquelarres amigos. Si eso es lo que quieren, no se la podrán llevar.
―Nosotros también estaremos ―apuntó él, severo.
―Alice, tú tampoco puedes ver a los lobos ―intervino mi madre, haciendo que todos se giraran para mirarla―. A Renesmee no la puedes ver porque está muy vinculada a Jacob, de un modo u otro, siempre estarán unidos.
Y tanto que estábamos vinculados. Según el Viejo Quil, increíblemente vinculados.
―¿Qué? ―Alice parecía confusa.
―¿Qué es lo que más le llamó la atención a Aro cuando vinieron hace seis años? ―preguntó mamá, mirando a mi padre con intención.
Este se quedó boquiabierto, con una expresión como si acabara de descubrir algo obvio.
―Los lobos ―contestó.
―Sí, se quedó impresionado con ellos ―recordó Emmett.
Ahora era yo la que mantenía la mano de Jake aferrada con fuerza para tranquilizarme a mí misma.
―¿Cómo? ―Jacob se quedó perplejo.
―El don de Renesmee no les es útil, y ya comprobaron que no había peligro en ella. Sin embargo, una manada de enormes lobos leales a su servicio es algo muy tentador para Aro ―explicó mi madre.
―Probablemente no se lo ha quitado de la cabeza, aunque ya le advertí de que eran independientes y que actuaban por su cuenta ―ratificó papá, llevándose la mano al pelo de su frente mientras caminaba inquieto.
―Aun así, seguramente querrán convencerles para que les sirvan ―siguió ella.
―¿Servir? ―se rio Jake―. Pueden venir y esperar sentados.
―Bella ―mi padre se paró y la miró a los ojos con el rostro serio, sujetándola por los hombros―, no vienen para convencerles. Vienen para llevárselos a la fuerza.
Un relámpago gélido recorrió mi cuerpo de arriba abajo y las piernas me empezaron a temblar. Envolví mi estómago con el brazo al sentir un agudo pinchazo que me dejó sin respiración. Jake se dio cuenta y me sujetó por la cintura. Mis padres me observaban afligidos.
―No te preocupes, cielo ―me susurró Jake en el pelo―. No podrán con nosotros.
―No se lo permitiremos ―afirmó Emmett, levantando la cabeza con decisión―. Si lo que quieren es pelea, van a tener una buena.
Rosalie le cogió de la mano, secundando la decisión de su novio. La miré extrañada. ¿Rosalie ayudando a Jacob y a los lobos? Ella se dio cuenta de mi expresión.
―Solo lo hago por ti ―me aclaró, ladeando la cara como quitándole importancia.
―Tenemos que planearlo bien ―dijo Carlisle―. Habrá que llamar a nuestros aliados de nuevo.
―No hace falta que nos ayudéis ―interrumpió Jake con gesto serio―. No quiero que corra peligro nadie más.
―Jacob, ¿qué dices? ―desaprobó mamá.
―No podréis con ellos vosotros solos ―intervino Alice―. En uno de mis fogonazos vi a su ejército, como aquella vez en el claro. Creo que vendrán todos de nuevo.
―Eso no lo sabes ―respondió él―. Tú misma has dicho que tus visiones son muy confusas y que cambian sin orden ni control.
―Lo sé, pero vale más que nos fiemos de lo poco que veo, que no hacer caso de nada, ¿no te parece? ―replicó, enfadada.
―Déjanos ayudaros, Jacob ―le pidió papá―. Déjanos pagaros la deuda que tenemos con vosotros.
―No hay ninguna deuda que pagar ―entrelazó sus dedos con los míos y apretó mi mano―. He ganado mucho más de lo que podía pedir.
―Pues no lo pierdas por tu orgullo ―le criticó mi padre con su rostro de mármol más tenso.
―Si Alice tiene razón, os atraparán o moriréis todos ―le advirtió Jasper―. No menosprecies a los Vulturis. Ir solos es un suicidio.
Me dio otro escalofrío y un nudo se agarró a mi garganta al escuchar esas palabras.
―Jake, por favor ―murmuré, poniéndome frente a él―. Creo que tienen razón. Es mejor que vayamos todos con vosotros.
―No, no. Tú no irás ―me contestó, nervioso, apretando los dientes―. Si vienen a por nosotros, nos enfrentaremos a ellos solos. No voy a poner a nadie más en peligro, y mucho menos a ti.
―¡Y yo no quiero que te pase nada a ti! ―vociferé, angustiada. Se quedó mudo cuando vio las lágrimas que ya se deslizaban por mis mejillas, al igual que los demás. Nadie se atrevió a moverse cuando rodeé su cuello con mis brazos y pegué mi frente a la suya. Nos clavamos la mirada el uno al otro y deslizó sus manos hasta mi cintura. Nos quedamos así unos segundos, con mi estómago a punto de salir volando de la revolución de alas revoloteando que tenía dentro. Noté esa energía hechizante y las cosquillas en la muñeca, pero no las hice caso, este no era el momento―. Por favor, no vayáis solos ―le rogué con un hilo de voz―. Sé que tienes que ir por tu condición de Gran Lobo, por eso no te pido que te quedes conmigo. Pero deja que mi familia os ayude. Si ellos están a vuestro lado, tendréis más posibilidades de vencer. Solo con el escudo de mamá ya estaríais muy protegidos.
―Nessie… ―protestó con un susurro.
―Me prometiste que no te ibas a poner en peligro a propósito nunca más. Esto es lo mismo, es como ponerse de cebo ―musité.
―Lo sé, pero…
―Hazlo por mí, te lo suplico ―susurré con los ojos llorosos―. Si te pasara algo, yo me… Yo no querría vivir…
Las lágrimas volvieron a rodar por mis mejillas y Jacob quitó las manos de mi cintura para secármelas.
―Eso no lo digas ni en broma, ¿me oyes? ―me regañó en voz baja mientras me sujetaba la cara con sus calientes manos.
―Eres lo que más me importa del mundo, ¿cómo voy a vivir sin ti, si te pasara algo? Me prometiste que nunca te irías de mi lado ―sollocé, mirándole fijamente a los ojos.
―Nessie… ―susurró, al tiempo que empujaba mi nuca y me arrimaba a él para abrazarme―. De acuerdo ―accedió por fin―. Tú también eres lo que más me importa y no puedo verte así. Aceptaré su ayuda.
Me aferré con fuerza a su cuello y él también apretó su abrazo.
―Gracias ―le bisbiseé al oído.
Me aparté un poco y le di un beso en la mejilla. Iba a separarme de su cara, pero entonces Jake la giró un poco para clavarme esos penetrantes ojazos suyos, haciendo que nuestras frentes volvieran a rozarse, y ya no me pude separar de él. Lo único que quería ahora era estar más cerca…
Hasta que me dio por mirar de reojo a mi alrededor al percatarme de tanto silencio. Todos los colores se me subieron a la cara.
No me había dado cuenta hasta ese momento de que mi familia había estado ahí mirando y escuchando toda la conversación.
Esperaba encontrar en el rostro de mi padre el reflejo de la decepción y el dolor de siempre por vernos tan juntos, pero, para mi sorpresa, estaba sonriendo, casi diría que con regocijo, y nos miraba con el mismo semblante deslumbrado que el resto de mi familia. En cambio mi madre tenía una cara de desencanto que me extrañó un poco. No me dio tiempo a pensar en ello, al observar fugazmente a Nahuel. Me quedé helada cuando vi su mirada de repugnancia. Eso me hizo recordar lo que Jacob me había dicho la tarde anterior en nuestro rincón sobre lo que pensaba de nosotros. Según él, Nahuel pensaba que éramos especies diferentes. ¿Sería eso verdad? ¿Por eso nos miraba con esa cara de aversión?
Papá se giró para mirar a Nahuel, después de leerme la mente, y este cambió de expresión al instante. Mi padre se volvió de nuevo y me negó ligeramente con la cabeza con total seguridad. Tal vez Jacob se equivocaba con él por sus celos. Papá asintió, suspirando. Me separé de Jacob y le cogí de la mano.
―Está bien, acepto vuestra ayuda ―dijo Jake, sesgando el mutismo general.
―Sí, ya lo habíamos escuchado ―señaló papá en un tono un tanto burlón.
―Pero lo haré como cobro de ese favor que dijiste antes, no quiero que se convierta en uno que después os debamos nosotros ―siguió Jacob, haciendo caso omiso de su comentario.
Mi familia al completo puso los ojos en blanco.
―Bien, de acuerdo ―contestó mi padre―. Con eso quedaremos en paz.
―¿Sabes cuándo tienen pensado venir, Alice? ―preguntó Carlisle.
―Por el flash que vi de su ejército, creo que podría ser en primavera o verano, aunque no estoy segura. Lo único que sé es que no había nieve y los árboles tenían hojas.
Carlisle se quedó pensativo.
―¿Qué más viste en tus visiones? ―quiso saber mamá.
―No demasiado ―suspiró Alice con decepción―. Creo que pude ver que Aro había decidido algo porque nosotros también estamos implicados indirectamente, pero, al estar junto a los metamorfos, esos fogonazos no son nada concretos y me complica mucho las cosas. En las visiones nunca veo a los lobos, pasan de unas a otras descontroladamente y sin cronología ninguna. La única que tengo clara es la del ejército, pero tampoco se ve nada específico, tan solo un montón de encapuchados grises y negros y que, por los árboles, me parece el claro.
―Si es así como dices, Aro se preparará bien ―declaró Carlisle.
―Por lo menos, sabemos que como mínimo tenemos unos seis meses, ¿no? ―dijo Jacob―. Nosotros también nos organizaremos.
―Por supuesto ―respaldó Emmett con una sonrisa de oreja a oreja―. Les daremos una paliza.
―Sí ―continuó Jake con idéntico gesto―. Se marcharán con el rabo entre las piernas.
Ambos se carcajearon al unísono.
Increíble. ¿Por qué le gustaba tanto la adrenalina y las sensaciones temerarias? Y yo muerta de miedo y de preocupación por él. A Jacob seis meses le parecían suficientes, a mí se me pasarían volando, seguro.
―Habrá que esperar a ver si Alice puede ver algo más en sus visiones ―concluyó mi abuelo―. No podemos planificar algo si no sabemos nada.
Hubo un asentimiento y un suspiro general. Al cabo de un momento, el ambiente se fue volviendo cada vez más distendido y mi familia se fue dispersando por las diferentes partes de la casa.
―Bueno, entonces, ¿ya es oficial? ―le preguntó de repente Emmett a Jacob con una sonrisa que casi se le salía de la cara.
Empecé a ponerme colorada al darme cuenta de a qué se refería.
―Más o menos ―contestó Jake con otra.
―¿Cómo que más o menos? ―protesté.
―Tienes razón, es más que menos ―aseguró con una sonrisa torcida.
―¡Jake! ―le di un manotazo en el brazo y se echó a reír.
Rosalie se cruzó de brazos a la vez que negaba con la cabeza.
Se sentaron en el sofá y yo me quedé de pie, descansando mi espalda en la pared, mirando a Jacob mientras bromeaba y se reía con Emmett y Rose. Adoraba su sonrisa, verle feliz y contento, pero mi cabeza no podía olvidar esos seis meses de plazo. ¿Qué pasaba si las cosas salían mal? Me empecé a sentir un poco culpable por haber apoyado la intervención de mi familia. Ellos también iban a estar en peligro, y si les ocurriera algo, sería como arrancarme el corazón, sobre todo si era a alguno de mis padres. Sin embargo… Mi Jacob. Mis ojos no podían apartarse de Jacob. Entonces, me sorprendí yo misma de lo que mi mente no dejaba de repetir en lo más profundo de mi subconsciente. Me lo decía una y otra vez, muy bajito, como si fuese un secreto inconfesable: mi corazón se quedaría destrozado por algo tan terrible como la pérdida de alguien de mi familia, pero no podía separarse de Jacob jamás. Sí, tenía que admitir que, mejor o peor, con todo el dolor de mi corazón, aunque me costara casi la vida, podría sobrevivir sin alguien de mi familia, pero no sin mi Jacob. Eso hacía que me sintiera fatal, hasta una mala hija. Desde luego, no me merecía una familia como la que tenía. Sin embargo, ¿qué otra cosa podía hacer? No podía dejar que Jake se fuera solo con su manada y se los llevaran o los mataran. Esto me convertía en una persona horrible y en una egoísta, pero no podía vivir sin Jacob, lo sabía, lo sentía. Solo imaginarlo, ya hacía que me quedara sin aire, mi propio cuerpo se negaba a respirar si no era a su lado. El anciano Quil Ateara tenía razón, ahora podía sentir lo fuerte que era nuestro vínculo. Nuestras vidas estaban entrelazadas para siempre, hasta el punto de no poder vivir el uno sin el otro, literalmente.
Un brazo frío y duro como la piedra me envolvió el hombro, haciéndome volver de mi nube. Papá me arrimó a él y me dio un beso en la cabeza.
―No tienes que preocuparte por nosotros ―me cuchicheó muy bajito―, y tampoco por tu Gran Lobo ―me echó una mirada llena de intención con una mueca a modo de sonrisa y yo empecé a notar cómo mis mejillas pasaban del color rosado al rojo―. He de reconocer que me tiene impresionado, la verdad, nunca pensé que fuera a encontrar esa grandeza en él.
―Sí, no entiendo por qué no quiere ser el jefe de su tribu ―le respondí sin quitarle ojo a Jake.
―Quiere estar contigo el mayor tiempo posible ―me reveló―. Ser jefe de la tribu conlleva muchas responsabilidades y le quitaría horas. Además, cree que no se merece el puesto y que no lo haría tan bien como Sam.
Un lector de mentes era muy útil de vez en cuando.
―Es demasiado humilde ―suspiré.
―Por cierto, algún día me tendrás que explicar qué es eso de vuestro vínculo, aunque ya me lo imagino por cómo os miráis.
Mi cara se volvió a encender. ¿Él también habría notado esa energía de la que había hablado el Viejo Quil?
―La hemos notado todos ―dijo con agrado, haciéndose eco de mis pensamientos―. Desde que creciste, siempre os habéis mirado de una forma especial, pero últimamente hay algo diferente y asombroso. Estamos alucinados, sinceramente.
Menos mal que mi padre estaba helado y apagaba un poco el fuego de mi rostro, si no, hubiera salido volando como un cohete.
―¿Puedo hacerte una pregunta? ―soltó de repente.
―Papá ―me quejé.
―Solo es una cosa ―me calmó. Saqué el aire, cansada―. ¿Por qué se tuvo que poner como cebo?
Respiré con alivio en mi fuero interno y papá sonrió.
―Le perseguía un vampiro y al muy idiota no se le ocurrió otra cosa que engañarle para tenderle una trampa.
Rememoré la conversación de esa misma tarde, en la que Jacob me contaba lo que había pasado, para que mi padre la viera. Qué fácil era así. Se quedó callado unos segundos.
―¿Por qué perseguiría solo a Jacob? ―preguntó con gesto reflexivo.
―Supongo que querría el trofeo más grande.
―Puede ser ―asintió con un movimiento de cabeza.
Se hizo un silencio corto en el que los dos nos quedamos pensando.
―Ah, otra pregunta ―dijo de pronto. Volví a ponerme rígida ante la posibilidad de otra cuestión sobre Jacob y yo―. ¿Por qué tienes el móvil apagado? ―me regañó.
Se me había olvidado por completo el tema de la chaqueta.
―Es que no sé dónde está ―confesé con cara de remordimiento―. El sábado me lo dejé en la chaqueta del chándal, debió de quedarse sin batería…
―Alice no se llevó tu chaqueta ―se adelantó, después de leer mis recuerdos―. Nadie te la cogió, así que la debiste de perder en el claro ―exhaló, enfadado―. Tendré que ir mañana a buscarla.
Me mordí el labio, extrañada. Estaba segura de que la había dejado junto a la camiseta de Jacob, ¿cómo la iba a perder?
―Eres medio humana, no te extrañes de esos pequeños defectos ―me achacó con sarcasmo.
Le hice una mueca.
―Bueno, tengo que hacer los deberes ―zanjé, dándole un beso en su mejilla pétrea.
―Me parece muy bien ―me pellizcó la mía suavemente―. Yo llevaré a tu madre a la cabaña para…
Puse los ojos en blanco antes de que acabara la frase.
―Que lo paséis bien, hasta mañana ―y me alejé de él para ir junto a Jacob.
Mamá se acercó a mí para darme un beso y salieron disparados por la puerta como meteoritos. ¿Es que no se cansaban nunca?
Me senté en el brazo del sofá, al lado de Jake, y este me abrazó por la cintura.
―Eh, Doc ―Carlisle, que en ese momento estaba pasando por delante, se paró y se giró para mirarle―. ¿Sabe algo de la cosa esa que nos persiguió el otro día?
―En realidad, no mucho ―admitió―. Todo lo que he leído de los licántropos es lo que ya sabíamos, más o menos. Me desconcierta que no hubiera luna llena cuando os topasteis con él. He llamado a mi amigo Louis y va a investigarlo. Creo que el fin de semana pediré permiso en el hospital y me iré a hacerle una visita para ver qué ha encontrado.
―Si ese tío sabe algo, cuanto antes nos lo diga, mejor ―exigió Jacob―. No quiero a ese bicho rondando por nuestros bosques, ya tenemos bastante con todos esos estúpidos chupasangres.
―Veré lo que puedo hacer ―le contestó Carlisle con resignación.
Menos mal que mi abuelo ya estaba acostumbrado a sus maneras. Se marchó haciendo mutis hacia su habitación.
―¿Es que van muchos? ―le preguntó Emmett con curiosidad.
―¡Buf! ¡Últimamente no paran de venir! ―exclamó Jake―. Cada día aparecen más, pero tendrías que ver la cara que se les queda cuando nos ven ―se empezó a reír con maldad y yo me puse a reflexionar―. ¡Corren como conejos!
―Hay algo que no me encaja ―intervine. Los tres se giraron para mirarme―. Hace mucho que nadie viene a visitarnos, a excepción de Nahuel, claro, ¿cómo es que van tantos vampiros a vuestro bosque?
―Está claro que se ha corrido la voz ―respondió―. Ya sabes, hay algunos a los que les gustan las emociones fuertes y quieren medir sus fuerzas con nosotros.
―Seguramente ―afirmó Emmett―. Enfrentarse a veinticuatro lobos tan grandes como caballos es muy tentador ―se quedó mirando al frente, fingiendo que lo estaba considerando.
―Ni lo pienses ―le avisó Jake, siguiéndole la broma―. Te haríamos picadillo en un abrir y cerrar de ojos.
―¡Ja! ―se rio Em.
―En serio, tío. Ya nos hemos enfrentado con varios a la vez y los destrozamos. Imagínate lo que haríamos contigo ―Jake se quedó mirándole con una sonrisa maquiavélica.
―¿Con varios? ―pregunté, un poco alarmada.
―¿Con cuántos? ―interrogó Emmett en el mismo tono socarrón.
―Han venido grupos de hasta doce vampiros y los pulverizamos fácilmente.
Jacob se reía, pero a mí no me hacía ni pizca de gracia. Emmett y Rosalie pusieron los ojos como platos.
―¡¿De doce?! ―espeté, asustada―. ¡Esos… esos son muchos!
―Vaya, sí que despertáis expectación ―declaró mi tío, más serio.
―Tranquila ―Jake apretó un poco su abrazo―. Estamos muy organizados, somos como un ejército de lobos. Con unas cuantas estrategias, terminamos con ellos.
―¿Y desde… desde cuándo van tantos? ―quise saber.
―Desde hace un mes o así ―me respondió tan tranquilo―. Pero no te preocupes, está todo controlado ―aseveró, dándome unas palmaditas en la cintura.
―¿Y por qué van aquelarres tan grandes solo para pelearse con un ejército de lobos? ―pregunté, confusa.
―No son aquelarres ―matizó él―. Creemos que son nómadas, y vienen de distintos sitios para enfrentarse a nosotros. Son grupos que se conocen de hace poco tiempo. No confían los unos en los otros, por eso no nos cuesta nada engañarlos. Lo más seguro es que coincidan en algún punto y decidan unirse para pelear, nada más.
―¿Y por qué quieren enfrentarse a vosotros?
―Terminar con una manada tan grande de lobos que se dedica a acribillar vampiros, supongo que debe de ser algo así como una medalla para ellos ―se encogió de hombros.
―Los nómadas suelen buscar ese tipo de emociones fuertes, por eso vagan por el mundo ―me explicó Rosalie―. Cuando se les presentan oportunidades como esta, no las desaprovechan. Cualquier cosa vale para un chute de adrenalina, y ese tipo de peleas les encanta. Tu perro tiene razón ―Jacob le dedicó una mueca―, lo más seguro es que se haya corrido la voz.
―Por lo que veo, últimamente la gente está muy encaprichada con los lobos ―opinó Emmett.
―Sí, ya ves. Es lo malo de ser tan guay ―afirmó Jake con una enorme sonrisa.
Me daban ganas de arrancarle la cabeza. Mientras yo estaba que me moría de los nervios, él  parecía que estaba encantado.
―Bueno ―suspiré, cansada, mientras me levantaba―, me voy a la habitación. Tengo que hacer los deberes.
Cogí a Jake de las manos y tiré de él para que se pusiera de pie, pero, al igual que el día anterior en nuestro tronco, no fui capaz de levantarlo.
―¿De verdad tienes sangre de vampiro? ―cuestionó él, riéndose―. No tienes nada de fuerza.
―Te vas a enterar ―le respondí, también entre risas.
Tiré con todas mis ganas y lo levanté un poco del sofá. Sin embargo, mi impulso no fue suficiente, Jacob se cayó de nuevo en el asiento, tirando de mí a propósito. Mi cuerpo se estampó contra el suyo y me encarceló con sus brazos. Apoyé las manos sobre sus hombros y me aparté todo lo que me dejó, para mirarle enfadada.
―¿Te has hecho daño? ―preguntó con su sonrisa burlona.
―Soy más dura de lo que piensas ―le contesté.
―¿Ah, sí? Eso quiero verlo ahora ―insinuó con un murmullo, mirándome fijamente sin cortarse un pelo por la compañía.
Me puse colorada y Emmett carraspeó.
―Os dejamos solos ―dijo, levantándose junto con Rosalie―. Nosotros también tenemos cosas que hacer ―anunció.
Mi tía le dio un manotazo, sonriéndole, y él la cogió en brazos para subirla como una auténtica bala a su dormitorio.
¿Pero qué pasaba en esta casa? ¿Ellos igual que mis padres?
―Genial ―resoplé―. Con lo ruidosos que son esos dos, ya no puedo ir a mi cuarto para hacer los deberes. Será imposible concentrarse.
―Podemos quedarnos aquí, así, hasta que acaben ―sugirió Jacob.
―Así estoy incómoda. Quiero sentarme.
Retiró de mi espalda uno de sus brazos y lo pasó por debajo de mis piernas con rapidez, obligándome a sentarme en las suyas.
―¿Así mejor?
―Me siento como una niña pequeña ―objeté.
―Bueno, conozco otra manera ―se mordió el labio, sonriente―. Puedes ponerte mirándome de frente, las niñas grandes se sientan así.
Demasiado tentador.
―Ni lo sueñes ―le repliqué, intentando que mi voz sonara firme, aunque mis mejillas ya me delataban.
―¿Por qué no? ―preguntó con una mirada penetrante―. ¿De qué tienes miedo? No te voy a comer, Caperucita.
―Eso ya lo sé. Te daría un puñetazo, si lo intentaras.
―¿Entonces?
―Te recuerdo que esta casa está llena de gente. Podrían vernos y pensar lo que no es.
―Ahora estamos solos ―rebatió con una de sus mejores sonrisas torcidas.
―Puedo quedarme así, no estoy tan incómoda ―afirmé.
―Ya, pero estarías mucho más cómoda de la otra manera ―discutió.
―Estaría mejor sentada en el sofá, como las personas normales.
―Vamos, ¿no te gusta estar cerca de mí? ―cuchicheó.
Ese era el problema, que me gustaba desmesuradamente.
―Venga, no voy a intentar nada ―imploró al ver que mi máscara empezaba a resquebrajarse―. Solamente quiero charlar contigo y me gusta tenerte de frente.
No me veía encima de Jacob solamente charlando. Seguramente mi cuerpo se lanzaría sobre él cuando la pulsera se pusiera a hacerme cosquillas como una loca, y a saber cómo terminaba la cosa. Solo pensar en la escena, ya me ponía mala. Tiempo, Nessie. Tómate las cosas con calma, me obligué a decirme a mí misma.
―Pero yo no puedo charlar, porque tengo que hacer los deberes ―le contesté, reteniendo toda la amargura que me quemaba por dentro al tener que perder tal ocasión―. Voy a mi habitación a por la mochila ―dije, bajándome de sus piernas.
―Ay ―suspiró con un tono deliberadamente elevado―. Bien, como no ha colado, me pondré a ver la tele.
―Sí, mejor ―asentí mientras empezaba a subir las escaleras.
Cuando bajé de mi cuarto, él estaba viendo un partido, repantigado en el sofá. Me senté en la enorme mesa de cristal y saqué mis libros para hacer los deberes.

Esa noche no dormí mucho. Tuve una pesadilla en la que salían los Vulturis. Los lobos estaban en el claro, junto con mi familia, enfrentándose al poderoso ejército de túnicas grises y negras, pero no estaba mi Gran Lobo, y yo tampoco. De pronto, me vi otra vez en el suelo, sobre la nieve, paralizada, sin poder moverme, y temblaba de frío. Entonces, mis ojos se quedaron aterrados con la escena que presenciaron. Mi colosal lobo rojizo se enzarzaba en una pelea a muerte con un monstruo de ojos amarillos, afiladas garras y enormes colmillos.
Jake entró en mi dormitorio apresuradamente cuando grité su nombre. Me incorporé para abrazarle con fuerza y me desahogué llorando sobre su cuello.
―¿Ya estás mejor? ―me preguntó con un susurro al cabo de un rato mientras seguía peinándome el pelo con los dedos. Asentí con la cabeza y me separé un poco de él para tocarle el rostro, cerciorándome de que estaba allí conmigo de verdad―. ¿Podrás dormir?
―Si duermes conmigo, sí.
―Nessie… ―empezó a objetar.
―Por favor ―imploré entre sollozos, abrazándole de nuevo―, esa pesadilla ha sido horrible. Soñé que te enfrentabas a esa criatura que nos persiguió el otro día. Necesito tenerte cerca, por favor, por favor…
Se quedó unos segundos en silencio y luego expulsó un suspiro de rendición.
―Vale, hazme un sitio ―me separé con júbilo, dándole un beso en la mejilla, y me moví hacia mi izquierda para dejarle hueco―. Tus padres van a terminar echándome de esta casa ―murmuró.
Como la semana pasada, me arropó y se echó boca arriba, encima de la colcha. Pero esta vez yo no me conformaba con eso, así que me acerqué a él, me incorporé y le cogí de la mano derecha. Tiré de ella para que se girase hacia mí y me acomodé en su pecho desnudo, entre sus brazos. Inspiré su más que agradable efluvio y sonreí de felicidad.
―Vaya, cuando decías cerca, no pensaba que te refirieras a esto ―cuchicheó con mi adorada sonrisa torcida―. ¿En el sofá no querías, y ahora sí?
―Cállate y duerme ―le contesté, achuchándole otro poco.
Me olió el pelo y también apretó su abrazo.

Jacob me esperaba apoyado en la moto. Lloviznaba levemente, pero el coche aún no estaba en buen estado, todavía le faltaba la luna trasera, así que no le quedó otro remedio que venir a buscarme en su Harley Sprint.
―Bueno, chicas. Mañana nos vemos ―me despedí de mis amigas.
―Espera, Nessie ―me paró Helen cuando ya tenía el pie preparado para salir disparada hacia Jake―. Se me olvidó decirte que mañana después de clase vamos de compras a Port Angeles, ¿te apetece venir?
―Sí, vente ―me animó Jennifer―. Lo pasaremos bien.
―Puede venir Jacob, si quiere ―Brenda le saludó con la mano y le guiñó el ojo.
―Vale, iré ―maticé.
―Genial ―mi compañera de pupitre sonrió, contenta. Luego, miró a Jake―. Será mejor que te vayas ya. Se está cogiendo una buena mojadura ―me aconsejó, señalándole con la cabeza.
―Sí, es verdad ―me reí―. Hasta mañana.
Me marché, diciéndoles adiós con la mano, y troté hacia Jake.
En el momento en que nos abrazamos, me di cuenta de que Helen tenía razón.
―Estás empapado ―le dije, aunque no me despegué de él, lo justo para mirarle y pasarle los dedos por el pelo.
―Bueno, es que llevo un rato aquí esperándote ―me contestó con su adorable sonrisa.
―Lo siento, me he entretenido un poco con mis compañeras.
―Nah, no importa, esto no es nada para mí. Además, ya me había mojado viniendo en la moto. Me parece que tendré que arreglar el coche lo antes posible, por lo menos el asunto del cristal. Lo que más rabia me da es que te tengas que mojar tú también.
―No pasa nada. Tengo el casco, y a tu lado no creo que pase mucho frío ―le sonreí.
―No, eso seguro ―me ratificó con otra sonrisa―. Venga, será mejor que nos vayamos o sí que te mojarás ―dijo, despegándose de mí para darme el casco.
―¿Adónde vamos? ―le pregunté mientras me lo ponía.
―A casa de Emily y Sam. Tengo que hablar con las manadas sobre la visita de los Vulturis.
―¿Están todos ahí?
―Casi. Cheran, Thomas e Ivah estarán vigilando el bosque, por si acaso. He convocado una reunión para organizarnos ―de repente, se quedó mirándome con el rostro un tanto arrepentido―. Perdona, es que no he tenido tiempo de hacerlo antes. Si lo prefieres, puedo llevarte a tu casa y después ya voy yo.
―No, vamos. Así veré a los chicos ―le contesté con alegría.
Jacob también sonrió y se subió a la moto después de secarme el asiento con la mano. Me monté y me agarré fuerte, adosándome bien a él para no pasar frío. Arrancó con el estrepitoso estruendo de siempre y salimos a toda mecha hacia la reserva.
Cuando entramos en casa de Sam y Emily, ya estaban las dos manadas esperando. Shubael ―el cuarto más joven junto con los otros tres que Jake había puesto de guardia― se encontraba en su forma lobuna, seguramente para hacer de transistor con sus compañeros del bosque. El resto: diecisiete enormes chicos, Sam y Leah, se sentaban repartidos entre la mesa del comedor y la barra de la encimera, apretujados. Parecían un equipo de baloncesto al completo.  La silla del anfitrión estaba vacía, preparada para que se sentara Jacob.
Nada más que pasamos la puerta, se hizo un silencio y todos se pusieron en pie. Jake resopló y yo me quedé fascinada otra vez por esa sensación de profundo respeto que flotaba en la pequeña estancia. Me di cuenta de que, además de Emily, también estaban Kim, Rachel y otras cinco chicas que no conocía. Por lo menos, tendría con quien hablar. Me acerqué a ellas en cuanto saludé a todo el mundo con un hola. Jacob se sentó en su silla y los demás le siguieron.
Emily estaba en el tresillo junto a Kim y otra de las chicas. Las otras cinco se encontraban en el suelo, haciendo una especie de corrillo. Sabía que si podían estar aquí, se debía a que eran las parejas de los imprimados. Me acomodé en la alfombra al lado de Rachel, entrelazando las piernas. Todas tenían los ojos puestos en mí. Seguramente sabrían que yo era un semivampiro, pero, para mi asombro y agrado, sus miradas no eran de cautela o miedo, en realidad, no parecía importarles mucho ese detalle, sino que más bien me observaban con curiosidad. Era la chica nueva.
―Mira, Nessie, te presento a Eve, novia de Aaron, Ruth, novia de Brady, Sarah, novia de Canaan, Martha, novia de Daniel y Jemima, novia de Jeremiah ―me dijo Emily, señalándome a cada una con la mano.
―Hola, encantada ―les hice un gesto con la cabeza.
Todas eran chicas de la reserva y, por tanto, tenían el pelo negro, la tez cobriza y los ojos oscuros. No eran unas chicas extraordinariamente hermosas, sin embargo, las cinco tenían algo que las hacía bellas. Eve se sentaba al lado de Kim. Llevaba el pelo liso, por la barbilla, era bastante delgada, si bien no la afeaba para nada, y era muy alta, mediría 1,80, como poco. Aunque estaban sentadas, podía calcular la longitud de sus piernas perfectamente. Ruth era la más baja, tenía una melena recta, lisa, y era menuda. Sarah mediría 1,70 más o menos, como yo, y su pelo largo lucía un rizo de permanente. Era una mujer ancha, pero proporcionada, y su rostro era bastante agraciado. Martha era un poco más baja que Sarah, tenía el pelo corto, a la moda, era la única que tenía unas mechas ―de color caoba― y sus facciones eran perfectas. Jemima mediría lo mismo que la anterior, tenía el pelo liso, por los hombros, llevaba un tupido flequillo que le tapaba hasta las cejas y sus pestañas sobresalían larguísimas. También era bastante bonita.
Me fijé en que todas llevaban sus pulseras de compromiso, con los colores de sus correspondientes lobos.
―Así que tú eres la chica del Gran Lobo ―me comentó Sarah con una blanca sonrisa y los ojos iluminados de la emoción.
―Bueno, no… no soy su… chica ―desmentí, llena de vergüenza.
―¿No eres la semivampiro que imprimó a Jacob? ―me preguntó Martha, extrañada, mirando mi pulsera.
―Sí, es ella ―le confirmó Rachel, mirándome de reojo con travesura―, pero todavía está en la primera fase, ya me entendéis.
Las demás asintieron con un aaaah generalizado.
―¿Primera fase? ―quise saber.
―Es la fase de la negación ―declaró Eve―. Casi todas hemos pasado por eso.
―Todas menos Kim ―matizó Jemima.
Esta se puso tan roja como yo y bajó la mirada tímidamente.
―Sí, a mí ya me gustaba Jared en el instituto ―admitió.
―Yo no estoy pasando ninguna… negación, ni nada ―les contradije, riéndome.
―Oh, ya lo creo que sí ―siguió Ruth―. Pero al final caerás, como todas.
Empezaron a reírse, llamando por un momento la atención de los metamorfos, que enseguida volvieron a su discusión.
―Ya hemos oído lo que pasó en casa del Viejo Quil, así que no disimules ―cuchicheó Rachel, guiñándome el ojo y dándome un codazo.
Fenomenal. Que eso saliera de boca de la hermana de Jake, me daba el triple de vergüenza. Ahora mi cara parecía un tomate.
Leah tenía razón. Al parecer en La Push las noticias corrían como la pólvora. Miré a Jacob un tanto enfadada, seguramente esos pensamientos no se los había ocultado a sus hermanos, lo que no me quedaba claro era si había sido a propósito o no. Aunque también podía haberlo contado Sam o Billy.
―Yo ya me di cuenta el día que viniste a conocer a Ethan ―afirmó Emily, sonriendo con convicción―. Cuando Jacob lo tenía en brazos, se quedaron atontados, mirándose como tortolitos ―les explicó a las demás.
La sangre volvió a  invadir mi cara al acordarme de aquello.
Hubo otra risotada y los chicos se volvieron a girar para mirarnos durante dos segundos. Leah estaba en la mesa con ellos y se mordía el labio como con envidia. Se notaba que le hubiera gustado más sentarse a cotillear con nosotras, que estar ahí hablando de emboscadas y estrategias. En ese momento, yo daría un brazo por todo lo contrario, ya que el chismorreo iba sobre mí.
―¿Dónde están Joshua y Ethan? ―le pregunté a Emily para iniciar otra conversación.
―Con sus abuelos, pero no me cambies de tema ―se incorporó hacia las que estábamos sentadas en el suelo, todavía con las molestias por su reciente parto.
Kim y Eve hicieron lo mismo y se arrimaron a ella para escucharla. El círculo se cerró más.
―Mira, al principio cuesta asimilarlo ―bisbiseó muy bajito―. Un día estás tan tranquila y al día siguiente te enteras de todo esto de los lobos porque uno de ellos está imprimado de ti. Aunque en tu caso es diferente, tú ya estabas al corriente de todo y le conoces de toda la vida.
―¿Qué sientes cuando te mira Jacob? ―me preguntó Martha, toda emocionada.
―¿Cómo? Yo, no sé… ―empecé a jugar con mi pelo con nerviosismo, ruborizada otra vez.
―Venga, puedes decírnoslo ―me animó Rachel con un cuchicheo―. No saldrá de aquí, te lo prometo. Vamos, sé que te gusta mi hermano.
Oh, no. Mi cara ya iba a explotar.
―¿Cómo es eso de la energía cuando os miráis? ―quiso saber Sarah, con los ojos muy abiertos del entusiasmo.
―Sí, eso. ¿Cómo funciona? ―azuzó Eve.
―¿Qué sientes? ―siguió Ruth.
Por fin, se quedaron mudas. No obstante, fue para mirarme expectantes, esperando mi respuesta con fervor.
Llegados a este punto, me pareció una tontería disimular más, sabían demasiadas cosas y, además, sabían que eran ciertas. Sus novios les debían de haber contado todos los pensamientos que Jacob les había dejado oír o que no había podido ocultar. Me lo tomé como una especie de terapia de grupo de chicas de imprimados, total, me venía bien hablar de esto con gente que hubiera pasado por lo mismo. Tragué saliva, cogí otro mechón y me lancé.
―Pues… yo… noto una energía que me atrae hacia él. Bueno, es más bien como… magia, un hechizo, no sé. Como si me quedase hipnotizada ―reconocí tímidamente con un susurro bajísimo para que Jacob no lo oyera, aunque estaba muy ocupado hablando, con un plano enorme encima de la mesa―. Me… me cuesta mucho apartar la vista de sus ojos y… despegarme de él.
Miré a Rachel de soslayo y esta me cogió del brazo, sonriéndome orgullosa por mi confesión.
―¿Tan fuerte es? ―exclamó Jemima, impresionada.
―A mí nunca me ha pasado eso ―dijo Ruth con una mueca.
―¿No? ―me sorprendí―. Pensaba que a vosotras os pasaba lo mismo.
―Yo me quedé alucinada cuando vi por primera vez a Canaan ―intervino Sarah, sonriendo al recordar―, y me enamoré de él, porque, claro, es mi media naranja, pero nunca me he quedado hipnotizada de esa forma al mirarle.
―Yo tampoco, la verdad ―admitió Eve, echando un vistazo a Aaron.
―No seáis tontas ―intervino Emily―. ¿Cómo os va a pasar lo mismo? Jacob es el Gran Lobo y solo él tiene ese poder espiritual.
Las demás asintieron al unísono, observando a sus respectivas parejas, incluida Kim, que lo hizo como con encogimiento.
De pronto, sus rostros cambiaron de expresión. Pasaron de la alegría a la preocupación en dos latidos de corazón.
―¿Saldrá todo bien? ―preguntó Jemima con el desasosiego pintado en sus ojos de color chocolate.
―No os preocupéis ―afirmó Emily, otra vez adoptando el papel de madre de todas ellas―. Sam y Jacob saben lo que hacen. Además, contamos con la ayuda de los Cullen.
Todas se giraron para mirarme. Me empecé a sentir un poco responsable por todo lo que estaba pasando. Sabía de sobra que era una tontería, puesto que yo no tenía la culpa, pero lo cierto es que si Aro se había encaprichado con los lobos, era porque ellos habían estado en el claro para defenderme a mí.
―Lo siento ―murmuré, agachando la cabeza―. Si no hubierais tenido que enfrentaros a los Vulturis hace seis años…
―Jake se imprimó de ti y, desde ese mismo momento, formas parte de nuestra gran familia ―me cortó Emily, levantándome la cara con suavidad―. Nadie tiene la culpa, excepto esos Vulturis.
Rachel me acarició el brazo para animarme y darle la razón a Emily.
Asentí, intentando sonreír, pero solo me salió una ligera curva hacia arriba. Aunque yo no era la novia de Jacob, podía identificarme perfectamente con ellas. Le observé mientras debatía con Sam y el resto de sus compañeros. Podía adivinar lo que sentían ellas al mirar a sus lobos. Yo con mirar al mío, ya me temblaban las piernas solamente con imaginármelo enfrentándose al ejército de los Vulturis, y eso que era mi mejor amigo, si fuera mi novio…
En ese preciso instante, mi corazón pegó un bote cuando me di cuenta de que si fuera mi novio sentiría exactamente lo mismo, por eso las comprendía tan bien. Me quedé mirándole fijamente. ¿Qué pasaría si fuéramos novios? Escuchar la palabra, dicha por mí misma en mi mente, hizo saltar las mariposas de mi estómago. ¿Por qué siempre le llamaba mi lobo? La pulsera empezó a hacerme cosquillas y me quedé de piedra, ya que me las hacía ahora y no estaba pegada a Jacob. Entonces, recordé que también me las había hecho en el restaurante cuando a Nahuel se le había escapado que Jake estaba imprimado de mí. ¿Qué me intentaba decir la pulsera? Ahora no me pedía que le besara. ¿Es que me decía que fuera la novia de Jacob? Mi aro de cuero vibró suave otra vez para confirmármelo. Por supuesto, eres la pulsera de Jake, qué me vas a decir, le critiqué para mis adentros. Sentí las cosquillas de nuevo en mi muñeca. ¿Qué me dices ahora? No te entiendo, la contesté. Ya estaba hablando con la pulsera una vez más, me estaba volviendo loca de verdad.
―Todo va a salir bien, ya lo verás ―me dijo Martha, interrumpiendo mis chaladas cavilaciones.
―Sí ―le respondí, aunque yo no las tenía todas conmigo, y eso que conocía el poder de mi familia y de sus aliados.
Las chicas empezaron a contarme cómo se habían enterado de la imprimación de sus novios para cambiar un poco de tema. Algunas historias y situaciones eran realmente divertidas. Como había dicho Emily, es un poco fuerte descubrir que el chico del que te has enamorado se puede transformar en un enorme lobo, aunque, como habían mencionado antes, todas sucumbieron finalmente.
Mientras charlábamos, miré a mi alrededor y me sorprendí de lo integrada que me encontraba en ese grupo que acababa de conocer. Era muy cómodo y fácil no tener que esconder ni fingir nada.

Sin embargo, y aunque sí fingíamos estar tranquilas, todas volvíamos la vista de vez en cuando hacia nuestros lobos, pensando en los seis meses que quedaban para la llegada de la batalla.


ACORRALADA

Se hizo tarde y Jacob me llevó a su casa para cenar allí. Billy no contaba con nosotros y él ya lo había hecho, así que nos preparamos algo rápido y lo comimos en la cocina los dos solos.
Después de llamar a mi casa y recogerlo todo, nos fuimos a su pequeño cuarto para tirarnos un rato encima de la cama, puesto que no había otra cosa para sentarse.
Jacob se echó boca arriba y levantó el brazo para que yo me acurrucase junto a él. Me eché de lado y me acomodé en su costado de buena gana, colocando mi mano sobre su torso.
―¿De qué os reíais todas? ―me preguntó mientras empezaba a pasar los dedos entre mi pelo.
―De nada. Cosas de chicas lobo ―le contesté con una risilla al recordar algunas de las anécdotas.
―Veo que te lo has pasado bien.
―Sí, son todas muy simpáticas. La verdad es que me sentí muy a gusto con ellas ―admití.
Jacob giró el rostro para mirarme. Lo tenía tan pegado al mío, que empecé a notar las fuertes y aceleradas palpitaciones en mi caja torácica.
―¿Cómo de a gusto? ―quiso saber, con una sonrisa.
Ya sabía por dónde iba, y no quería arriesgarme a mantener mi mirada con la suya para no caer en la tentación, así que me obligué a mirar hacia abajo.
―Pues lo mismo que con mis amigas del instituto ―le señalé.
Mientras él suspiraba audiblemente y miraba al techo de nuevo, me acordé de algo.
―Por cierto, mañana después de clase voy a ir de compras a Port Angeles con ellas.
―Vale, me parece bien. Así podrás renovar tu pequeño vestuario ―me dijo con su sonrisa burlona.
―Ja, ja ―le respondí con sarcasmo―. Pues puede que me compre algo, no sé.
―Podías comprarme algo a mí, ¿no? Ya sabes, como tu familia es rica y eso… ―me propuso.
―Claro, ¿qué quieres?
Volvió a girar el rostro para mirarme, sonriendo.
―Tonta, era una broma ―miró al techo otra vez y habló más serio―. Nunca aceptaría el dinero de tus padres.
Me coloqué boca abajo y me apoyé en su torso para verle mejor la cara.
―¿Y si te quisiera hacer un regalo? ―le pregunté por curiosidad.
―Ya me los haces en mi cumpleaños.
―Sí, pero todavía queda mucho para el catorce de enero. ¿Y si quisiera regalarte algo antes? Sería con la paga que me dan mis padres.
―Podrías hacérmelo tú o regalarme algo más personal, no tendrías por qué gastarte dinero en mí ―respondió, sin dejar de peinarme la melena―. Ese tipo de regalos me encantan. Aunque, bien pensado, tú no sabes tallar figuritas, ni hacer pulseras, ni nada de nada ―se mofó―, así que igual sería mejor que me lo compraras, siempre y cuando no fuera muy caro, claro ―afirmó, sonriéndome abiertamente―. Bueno, pensándolo bien, si lo que quisieras fuera regalarme un Ferrari, tampoco le haría ascos para nada. Y si quisieras regalarme una Harley Davidson…
―Vale, vale ―le corté, taponándole la boca con la mano―. Veo que tendría muchas opciones.
Se la destapé y nos reímos.
―En serio ―siguió, ya sin reírse―, podrías regalarme lo que quisieras, mientras no te costara mucho dinero ―la mano que acicalaba mi pelo se quedó en mi espalda y la otra la subió para acariciarme la mejilla con sus sedosos y cálidos dedos―. Viniendo de ti, me encantaría seguro ―susurró, enganchándome con sus pupilas.
Mi voluntad y mis ojos cedieron al notar cómo mi vello se levantaba, no pudieron evitar cerrarse, y mi rostro rotó ligeramente por sí solo para rozar la punta de sus dedos con mis labios. Todas sus ardientes yemas tomaron la iniciativa y tocaron mi boca, una por una, de su dedo meñique al pulgar, haciéndome quedar sin el poco aire que mis pulmones se acordaban de inspirar. Alcé un poco la cabeza en el momento en que sus dedos comenzaron a deslizarse por mi mandíbula y bajaron, acariciando mi garganta lentamente, estremeciéndome de punta a punta. Mi respiración se agitó aún más cuando se abrieron paso por el escote de mi blusa, hasta que se detuvieron en la parte superior de mi pecho. Volvieron a reptar, pero esta vez hacia arriba. Pasaron por mi cuello y se quedaron en mi nuca.
La pulsera ni siquiera tuvo que vibrar. Abrí los párpados y clavé mis pupilas en sus intensos ojos negros, que también me miraban fijamente. Rocé sus labios con las yemas de mis dedos, del mismo modo que había hecho él. Eran muy suaves y calientes. Su respiración también se aceleró cuando bajé la mano, palpando todo su torso, y la metí por debajo de su camiseta para acariciar sus músculos con los dedos, sintiendo su tórrida y tersa piel.
Billy picó a la puerta, sobresaltándome. Saqué la mano de allí inmediatamente y me tumbé boca arriba, un poco más lejos de Jacob, con las mejillas más que ruborizadas.
―Hasta mañana, chicos. Me voy a la cama ―voceó desde fuera.
Jacob se puso de pie de un salto y se acercó para abrir la puerta.
―Nosotros nos vamos ahora ―le oí decir con un cuchicheo.
―Como queráis. Hasta mañana, Nessie ―se despidió, asomando la cabeza.
―Hasta mañana, Billy ―le respondí, incorporándome hasta quedarme sentada.
―Mañana estaré por aquí más tiempo ―le anunció Jake―. Nessie se va de compras a Port Angeles con sus amigas después de clase.
―De acuerdo ―oí las ruedas de la silla de Billy alejándose―. Hasta mañana, hijo.
―Hasta mañana ―le contestó Jacob, cerrando la puerta. Se giró hacia mí, me miró durante unos segundos y después suspiró con desilusión―. Bueno, ¿nos vamos?
―Sí ―le contesté, levantándome de la cama.
Me cogió de la mano y me llevó hasta la puerta de la entrada, apagando las luces a su paso.
Salimos al exterior y caminamos en silencio durante un rato, en dirección al garaje.
―Estoy pensando que mañana te puedo ir a buscar al instituto cuando vuelvas de Port Angeles ―me dijo, ya llegando―. Así tus amigas no se tendrán que desviar tanto para llevarte a casa y yo me quedaré más tranquilo, ¿qué te parece?
―Es buena idea. Te llamaré después del almuerzo para decirte una hora.
―Vale ―aprobó, pasándome el casco.
Jake sacó la moto, la llevamos hasta la carretera y nos montamos para encaminarnos hacia mi casa.

Helen y yo salimos de la última clase y esperamos al resto en el pasillo. Las primeras que aparecieron de entre el bullicio fueron las gemelas, que estaban litigando para ver quién de ellas conducía en la ida y quién en la vuelta, pues íbamos a hacer el viaje en su coche. Brenda tardó un poco más en llegar. Estaba en el servicio, se había retocado porque sabía que Jacob me vendría a buscar a nuestra llegada. Salió como un pincel del baño, con su ropa ceñida y sus tacones de aguja. Ahora me explicaba la bolsa que había traído, lo había hecho para cambiarse, la muy descarada.
―Bueno, ¿nos vamos ya? ―protestó Helen―. Si tardamos tanto, no nos dará tiempo a nada.
―Tranquila, las tiendas no se van a mover ―le replicó Brenda, taconeando hacia la entrada.
Helen y yo pusimos los ojos en blanco y las gemelas resoplaron a la vez.
Salimos al aparcamiento y nos dirigimos al coche de Alison y Jennifer, que también lo compartían.
Qué vacío me parecía ese aparcamiento sin la presencia de Jacob. Ya le había echado de menos desde el mismo momento en que le dejé en su moto por la mañana y esto me recordaba que no le iba a ver hasta la noche, demasiado tiempo.
El vehículo era un Ford Explorer estilo Ranger verde metalizado, de segunda mano y con cinco puertas. Por su aspecto, parecía bien cuidado.
Finalmente, Jennifer tomó el mando y Alison se tuvo que conformar con ser el copiloto en el viaje de ida. Me senté la primera, junto a la ventanilla, detrás de Alison, y después de una pequeña discusión, Helen consiguió la otra, así que Brenda se sentó a mi lado, para mi desgracia. Se había puesto mucho perfume y el olor era muy fuerte para mi sensible olfato. Abrí un poco la ventanilla para poder respirar.
Brenda no dejó de hablar durante todo el viaje. Se la notaba emocionada por tener la oportunidad de saquear todas las tiendas que pudiera. Acabó haciéndome gracia y todo cuando empezó a contar sus anécdotas con sus innumerables exnovios y chicos que iban a verla al Ocean, pero la sonrisa me desapareció de sopetón cuando me preguntó si Jacob iría ese jueves por allí.
Por fin, llegamos a la ciudad y Jennifer consiguió aparcar el coche en una calle cercana a Webster Park.
Nada más salir del vehículo, Brenda localizó unas cuantas tiendas en las que quería echar un vistazo. La seguimos, ya que empezó a desfilar delante de nosotras meneando las caderas sin parar, y entramos en la primera tienda a la que nos llevó.
Todas nos repartimos por el local, como si del despliegue de una tropa se tratase, y empezamos a buscar prendas. Brenda lo hacía como loca, a los cinco minutos, su brazo ya no podía aguantar más trapos. Helen no ponía muy buena cara, su estilo era muy diferente al tipo de ropa que se vendía allí.
―Voy a probarme esto, chicas ―proclamó Brenda, alzando el montón de vestimentas que portaba.
Cogí dos camisetas y dos pantalones a juego y entré en el probador de al lado.
Ahora ya me había acostumbrado por completo a mi cuerpo, incluso me gustaba. Me alegré cuando probé los conjuntos que había elegido y me quedaban bien.
―Toma ―me dijo Helen, metiendo la mano entre la cortina para pasarme un vestido cuando estaba a punto de vestirme―. Pruébalo, creo que te quedará guay.
―¿Y tú? ―le pregunté, agarrándolo―. ¿No te quieres probar nada?
Metió la cabeza para hablar conmigo.
―Este tipo de ropa no me va, pero he visto este vestido y creí que te quedaría bien ―me miró de arriba abajo y pestañeó―. Sí, definitivamente te quedará de lujo con ese cuerpazo. Pruébalo.
Sacó la cabeza y yo pude ponerme colorada tranquilamente.
―Luego iremos a otra tienda que te guste a ti ―le sugerí.
―Eso espero ―exhaló.
Extendí la prenda roja, desabroché la cremallera y me lo puse. El cierre estaba por el lateral del vestido, así que no me hizo falta llamarla para que me ayudara. Me miré bien por delante y por detrás. La tela era imitación a la gasa, el pico del escote se formaba al cruzarse en el pecho y se unía a la espalda por medio de unos gruesos tirantes que dejaban al descubierto los hombros. Iba ceñido hasta la cintura, cayendo después natural sobre los muslos, y llevaba un cinturón ancho de color negro que resaltaba la figura. Me quedaba bastante bien, tenía que reconocerlo.
―¿Te gusta? ―Helen volvió a introducir su cabeza por la ranura de la cortina para mirar cómo me quedaba―. ¡Guau, te queda de cine! ―exclamó―. Tía, pareces una top model. Te lo llevarás, ¿no?
―No sé si me atreveré a ponérmelo ―reconocí, mirándome en el espejo y mordiéndome el labio, indecisa―. ¿No es un poco atrevido?
―Por Dios, Nessie ―resopló―. Solamente enseñas un poco las piernas y casi no se te ve nada de canalillo. Además, las que tenemos bastante pecho tenemos que lucirlo de vez en cuando, ¿no te parece? Tendrías que ver algunos de los míos ―miró a su lado y se metió conmigo en el probador―. Piensa en la cara que pondría Jacob si te viera con este vestido ―me cuchicheó al oído―. Seguro que lo dejas boquiabierto y ya no se despega de ti.
No pude evitar sonreír ante esa idea.
―¿Tú crees? ―murmuré.
―Si no tienes cuidado, puede que hasta te lo arranque ―me soltó en un tono pícaro.
Me puse tan roja como el vestido.
―Helen ―la regañé, empujándola suavemente mientras se reía con una risa traviesa que me contagió sin que lo pudiera evitar.
―Venga, llévalo ―cogió la etiqueta y miró el precio―. Además, como no es de temporada, está rebajado, mira.
―Está bien ―suspiré con una risa―. Me lo voy a llevar, pero tendré que comprarme una chaqueta y unos zapatos a juego, ¿no crees?
―Voy a buscártelos ahora mismo ―se ofreció, saliendo disparada del probador.
Empezó a recordarme a Alice, en estilo gótico, y me reí.
No me podía creer que me fuera a llevar el vestido solo por ese argumento. En realidad, yo no debería seducir a Jacob, sino más bien todo lo contrario, sobre todo porque no quería hacerle daño. Pero la imagen de Jake rozándome con sus dedos mientras llevaba este vestido, se me antojó más que apetecible, casi como un deseo imparable que inundó mi mente y barrió cualquier otro pensamiento.
Helen era muy buena, enseguida me encontró una chaqueta negra que combinaba perfectamente con mi vestido.
Salí con las dos camisetas, los dos pantalones, el vestido y la chaqueta. En la primera tienda ya me había gastado más de la mitad del presupuesto que me había fijado. Ahora tendría que reprimirme en el resto de los locales, había hecho bien en traer el dinero justo para no gastar demasiado.
Hicimos una ruta con las tiendas que nos gustaban a todas. Empezamos con las que le gustaban a Brenda, seguimos con las que nos gustaban a Jennifer, Alison y a mí y terminamos con las que le gustaban a Helen.
Cuando nos marchamos de la última, de estilo gótico, íbamos todas cargadas de bolsas. Terminé comprándome un par de sudaderas y unos zapatos de tacón negros a juego con el vestido, para exprimir lo que me quedaba de presupuesto.
Mientras caminábamos, ya llegando al coche, me di cuenta de que me faltaba una bolsa. Al final mi padre iba a tener razón con eso de mis pequeños defectos de medio humana.
―Genial. Me he dejado la bolsa de los zapatos en la última tienda. Tengo que ir a buscarla.
―¿Te acompaño? ―se brindó Helen.
―No, no hace falta, gracias ―le contesté, dándole mis otras bolsas―. Vengo enseguida, esperadme en el coche.
―¿Estas segura? Ya es de noche, no deberías ir tú sola ―me dijo mientras me alejaba.
―¡No te preocupes, sé defenderme! ―voceé sin mirar atrás.
Giré la esquina corriendo a velocidad humana y aceleré a lo semivampiro cuando no vi a nadie. Llegué a la vacía calle de la tienda gótica, que estaba a punto de cerrar, y entré. La dependienta ya estaba con las llaves en la mano.
―Disculpa, creo que me he dejado aquí una bolsa con unos zapatos hace cinco minutos.
―Ah, sí ―la chica se acercó al mostrador y sacó mi bolsa―. ¿Es esta?
―Sí ―suspiré, aliviada, cogiéndola―. Gracias.
―De nada.
Salí contenta de la tienda y la dependienta cerró la puerta con llave a mis espaldas.
Inicié la vuelta caminando ―había llegado demasiado pronto a la tienda con mi velocidad de semivampiro para que me diera tiempo antes de que cerrasen y ahora tenía que hacer un poquito de tiempo, para que no me vieran hacer un trayecto de cinco minutos en uno― y avancé tranquilamente hasta que crucé la esquina.
Pasé por delante de un grupo de chicos que me importunaron y me dijeron guarrerías de toda clase, pero ni me inmuté. Si a alguno se le ocurriera intentar algo, lo alzaría con una sola mano y lo lanzaría a los cubos de la basura. Uno de ellos llegó a levantarse y me siguió durante unos metros mientras el resto se reía y continuaba con sus piropos. Seguí caminando sin alterar lo más mínimo mi paso y giré a la otra calle.
Ya me empecé a irritar de verdad cuando escuché que los pasos continuaban detrás de mí. Esto ya pasaba de castaño a oscuro. Le iba a dar una lección a ese tipejo. Le quitaría las ganas de meterse con nadie más haciéndole una llave que me había enseñado Jasper para este tipo de situaciones. Me giré con rapidez para pillarle por sorpresa, sin embargo, la que se quedó con los ojos como platos fui yo cuando le vi.
La bolsa se me cayó al suelo de la impresión y un escalofrío se me incrustó en el estómago, dejándome paralizada. Sus ojos amarillos reflectantes estaban clavados en mí, de igual modo que en mis peores pesadillas. Brillaban como el iris de un gato en la oscuridad y me observaban, obsesivos y depredadores. Su monstruoso cuerpo y su desfigurado semblante estaban bastante cubiertos de un vello largo y negro, pude verlo a través de su camisa y sus pantalones rasgados, aunque seguía teniendo el aspecto más parecido al de un humano peludo y descomunal. No podía olerle por la brisa marina que él tenía a su favor, había esperado bien el momento para intentar atacarme por la espalda. Abrió su boca y me enseñó sus enormes y puntiagudos dientes mientras salivaba, hambriento. Avanzó un paso hacia mí con su gigantesco pie descalzo y yo retrocedí automáticamente. Cuando volvió a pisar en mi dirección, eché a correr por instinto.
Galopé lo más deprisa que pude, pero estaba tan aterrorizada, que lo hacía sin rumbo ni dirección, ni siquiera sabía dónde me encontraba. Las calles estaban vacías y algo oscuras, podía escuchar sus pasos muy cerca de los míos y sus gruñidos se me metían por el oído, horrorizándome más.
Sin saber cómo, me encontré de frente con un callejón sin salida. Me di la vuelta y le vi acercándose a mí a toda velocidad. Mis piernas decidieron solas y tomaron impulso para saltar por encima de él, dejándole otra vez a mis espaldas. Eso le enfadó y me persiguió de nuevo, resollando con ansia.
Conseguí alejarme un poco de él y salir de esa calle. Sin embargo, todo se me vino abajo cuando me topé con otra cerrada. La escapatoria en esta era casi imposible, dada su estrechez y los altísimos muros lisos que la cercaban, sin un relieve ni saliente para poder escalar. Estaba acorralada.
Apreté los dientes y me giré para hacerle frente. No tenía otro remedio. Si quería sobrevivir, tenía que defenderme y luchar. Estaba sola y muerta de miedo, pero, desde luego, no tenía pensado ser el aperitivo de ningún licántropo o lo que fuera.
Se abalanzó sobre mí, estampándome la espalda contra la pared. El impacto fue tal, que el estruendo hizo eco en los paramentos colindantes y el muro se agrietó, desparramándose en el suelo trozos del enfoscado y la pintura blanca. Me quedé sin respiración durante unos segundos, del golpe, y me mareé, tiempo que él aprovechó para sostenerme por el cuello y deshacerse de mi cazadora de pana; quería abrirme el torso para comerse mis órganos y la prenda era un estorbo. La rasgó con sus afiladas uñas con impaciencia, reduciéndola a unos retales que cayeron sobre la calzada, y empezó a olerme con voracidad mientras jadeaba como un animal.
De repente, mi pulsera vibró. Lo hizo fuerte, como un móvil, y entonces me espabilé como si me hubieran echado un cubo de agua helada. Intenté zafarme con todas mis fuerzas, pero me apresó otra vez contra la pared. Aunque luché para impedirlo, sus manos eran tan enormes, que le bastó una para sujetarme las muñecas. Lo hizo con tanta presión, que no podía moverme. Noté su asquerosa y agitada respiración en mi cuello mientras me arrancaba el primer botón de mi blusa.
La pulsera vibró de nuevo para avisarme y, de pronto, me acordé de por qué lo hacía. Comprendí, horrorizada y asqueada, lo que ese horrible monstruo quería en realidad. No quería comerme. Quería separarme de mi lobo tomándome por la fuerza, creyendo que así me haría suya. Una explosión de fuego me atravesó entera de la cabeza a los pies y la lucidez se presentó en mi cerebro con absoluta certeza. No sabía de qué forma ni por qué era así, pero todo mi ser, cada célula de mi organismo, cada parte de mi cuerpo, le pertenecía a Jacob. Yo era solamente de Jacob, toda de Jacob.
Mi fuerza vital respondió instintivamente a la llamada de mi aro de cuero de una forma salvaje y feroz. Sentí cómo el calor desaparecía de un ramalazo, mi sangre de vampiro se hacía con mis venas y se volvía helada. Mi corazón ralentizó al máximo el número de latidos y cada músculo de mi cuerpo se tensó hasta volverse duro como el mármol. Por primera vez en mi vida, era casi vampiro y apenas humana. Por supuesto, lucharía por mí, pero sobre todo iba a hacerlo por Jacob. Él me daría fuerzas; en cierto modo, siempre estaba dentro de mí, incluso ahora me parecía olerle. Ese monstruo no me tocaría, jamás, no tocaría lo que no era suyo. Mi labio superior se retiró como un acto reflejo para mostrar mi implacable dentadura y un potente rugido retumbó en todas las paredes de alrededor cuando salió por mi garganta.
―¡Déjame! ―le escupí con un gruñido agresivo.
Se paró en seco cuando iba a arrancarme el tercer botón, y me miró con sus ansiosos ojos amarillos. Los observé fijamente con una mirada llena de odio y le enseñé mis dientes de forma amenazante para ver si se rendía, sin embargo, en vez de apartarse, eso le entusiasmo más y se echó sobre mí.
Con un movimiento enérgico y enfurecido, separé mis muñecas de su garra y conseguí apartarlo hacia atrás, empujándolo con una inusitada fuerza.
Permaneció quieto, mirándome de una forma maníaca y neurótica, emitiendo unos sonidos profundamente guturales. Ese monstruo no había contado con esta transformación que a mí también me había dejado perpleja, aunque no tenía tiempo para pensar en ello.
Desplacé mi cuerpo unos pasos lateralmente y él hizo lo mismo para quedarse delante. Estaba claro que no iba a dejarme marchar.
Me puse en posición de ataque, agazapándome, y se quedó frente a mí para esperarme, sin dejar de jadear. Era repulsivo.
Tenía que salir de allí como fuera, aprovechar cada oportunidad, así que corrí hacia él y me lancé a su cuello con un salto más grácil y preciso de lo normal. Aulló de dolor cuando le clavé los dientes con saña, pero no pude engancharle la yugular. Me alejé de un brinco y volví a intentarlo con extremada rapidez, tomando impulso con el muro que tenía a mi izquierda.
Esta vez se retorció con un rugido estremecedor cuando hinqué mi dentadura y le rompí el hueso del brazo. Tuve que esquivar su gigantesco puño, ya que lo arremetió contra mi cabeza, saltando a un lado.
Se abalanzó sobre mí, furioso. Finté el ataque de sus fauces con un movimiento veloz y ágil y me arrojé hacia él de nuevo.
Aunque le asalté con toda mi potencia, era una presa demasiado grande para mí incluso como vampiro, y consiguió agarrarme por el cuello.
Me incrustó contra el paramento, sujetándome por la garganta con una sola mano, y me levantó del suelo. Se disponía a rasgar mi blusa, pero no le di opción. Enganché mis manos a la suya y tiré de sus dedos hasta que oí el crujido de sus falanges. Me soltó súbitamente, gimiendo por el daño, y caí de pie en la calzada. Levanté mi pierna, girando con un movimiento vertiginoso para hacerle una de las llaves que mi padre me había enseñado, y lo lancé hacia el muro de enfrente.
Inicié la huida, sin embargo, saltó enloquecido en mi dirección y, de un manotazo, salí despedida de frente hacia la pared, colisionando estrepitosamente y produciendo un enorme boquete. No me dolió, pero antes de que me diera tiempo a reaccionar, me aplastó contra el paramento y se pegó a mí por detrás. Le separé un poco, haciendo fuerza con mi hombro y mi espalda, y le puse la mano derecha en la cara para que no se arrimara más y no me echara su aliento de amoniaco. Pero era imposible, yo seguía sin ser un vampiro completo y él estaba fuera de sí; me clavaba su mirada obsesiva y alocada mientras resollaba salvajemente, luchaba con mi otra mano para intentar rajarme los pantalones.
En ese momento, entendí por qué el poderoso Cayo no había podido exterminar a los licántropos.
―¡NOOOOO! ―le chillé con todas mis ganas.
Entonces, la pulsera reaccionó de nuevo. Vibró una sola vez con una energía extraordinaria e impresionante. En esta ocasión, la onda expansiva fue colosal, ardiente como el fuego, y estalló en su cara, haciéndole salir despedido de espaldas hasta que se estrelló en una de las paredes con otro ruido atronador.
Mientras seguía en el suelo retorciéndose y gimiendo con las manos en su cara quemada, yo eché a correr a toda velocidad. Ahora mis piernas no corrían, volaban. Lo único que escuchaba era el zumbido de los edificios pasando a la velocidad del sonido a mi lado.
Percibí el leve golpeteo de varios latidos de corazón y me dirigí hacia allí. Llegué rápidamente a una calle más iluminada y con gente, estaba llena de restaurantes y locales.
Me apoyé en una farola con mis manos temblorosas e intenté relajarme respirando profundamente. Seguí mi avance a un trote humano.
Un olor familiar se me metió por la nariz y lo seguí durante varios metros. Cuando giré la esquina, encontré a mis amigas, el aroma del perfume de Brenda era inconfundible.
―¡Nessie, ¿dónde estabas?! ―exclamó Helen―. ¡Estábamos buscándote preocupadas!
―Lo… lo siento ―murmuré, confundida y desorientada.
Se quedaron mirándome atónitas, en silencio.
―¿Qué te ha pasado? ―me preguntó Helen, acercándose a mí para tocarme la cara. Me atusé el pelo para que no lo hiciera y se detuvo a observarme―. Estás muy pálida, ¿te encuentras mal?
―Sí, me… me he desmayado ―me inventé―. Si no os importa, me gustaría irme a casa, por favor.
―Claro ―contestó Alison con el rostro todavía perplejo.
―Espera ―dijo Helen, obligándome a pararme para no tocarla―. ¿Dónde está tu bolsa con los zapatos? ¿Y tu cazadora?
La esquivé y empecé a caminar hacia el coche, si ese monstruo me había seguido, mis amigas estarían en peligro.
―La tienda estaba cerrada, y la cazadora la perdí cuando me desmayé ―volví a mentir.
―¿Cómo que la perdiste? ―quiso saber Brenda, intrigada.
―Sí, me la quité cuando me empezó el sofoco, y cuando me desperté, ya no estaba ―abrí la puerta y me subí al coche―. Creo que me la han robado, así que mañana tendré que ir a poner la denuncia.
A diferencia de mi madre, a mí se me debía de dar muy bien mentir, porque todas se tragaron la sarta de mentiras.
―¡Pues menudo susto nos has dado! ―se quejó Brenda, sentándose a mi lado.
―La próxima vez, no vayas tú sola ―me regañó Helen, cerrando su puerta―. Has tenido suerte de que solo te hayan robado la cazadora. No te imaginas la de depravados que hay por ahí sueltos.
Y tanto que lo sabía.  Todavía me temblaba el cuerpo entero, incluso empezaba a sentirme débil.
Alison conducía en el viaje de vuelta, así que se sentó en el asiento del conductor y, por fin, arrancó el coche para iniciar la marcha.
No me quedé tranquila hasta que salimos de la ciudad, anduvimos algunos kilómetros y comprobé que esa bestia no nos seguía en coche.
Sin embargo, mi cuerpo no dejaba de temblar, y cada vez me notaba más y más débil. De pronto, algo llamó mi atención, quemándome la garganta. Se clavó en mi cerebro como un cuchillo candente.
Brenda estaba hablando de algo, pero ni siquiera presté atención a su voz. Tan solo podía escuchar el bombeo de la sangre que pasaba por su cercana yugular. Y no solamente el de ella, podía oír y oler a la perfección los cuatro flujos de sangre que me rodeaban. Distinguía los ritmos cardíacos, los latidos, la tensión arterial. La boca se me hizo agua y la garganta me quemaba por la sed, parecía que me la estuvieran raspando por dentro con un palo.
Mi cuerpo estaba muy debilitado y necesitaba sangre, tenía que beber, apagar toda mi sed. Pero la pequeñísima parte de mí que aún era humana consiguió hacerme ver y me di cuenta de que no las tenía que hacer daño, eran mis amigas, mis compañeras.
Luché con todas mis fuerzas contra ese deseo asesino que me atraía como un potente imán. Bajé mi ventanilla y miré por ella para inhalar el aire del exterior, tenía que entretener mi olfato con otros olores.
―¡Nessie, por Dios! ¡Cierra esa ventanilla, qué frío! ―me pareció que exclamaba Brenda.
―Déjala, ¿no ves que no se encuentra bien? ―escuché que decía Helen.
Empecé a marearme y se me nubló la vista. Mis manos temblaban de debilidad y de frío, tenía muchísimo. Apoyé la cabeza contra el respaldo y vi cómo todo me daba vueltas.
Pom, pom, pom, pom…
Pom, pom, pom, pom...
… sonaban los cuatro órganos acompasados como si de cuatro bombos se tratasen. Cuatro flujos bombeados, danzando la misma canción. Tragué saliva y cerré los ojos, apretando mis párpados. Mi corazón latía cada vez más y más lento, se iba parando como un reloj que se queda sin cuerda, podía sentirlo, y también cómo mi propia sangre apenas fluía por mis venas.
El esfuerzo de mi organismo al transformarme en casi vampiro había sido extremo, eso añadiendo la energía perdida en la pelea con el licántropo y que llevaba mucho tiempo alimentándome de comida humana. No tenía reservas de sangre y mi cuerpo estaba consumiendo la suya propia a un ritmo brutal, igual que le había hecho a mi madre en su vientre. Y parte de mí seguía siendo humana, no era un vampiro completo, mi organismo no disponía de ponzoña para transformarme del todo y no viviría. Si no aliviaba mi sed pronto, mi corazón acabaría sucumbiendo al quedarse sin sangre para bombear y me moriría sin remedio.
Y lo estaba haciendo. Mi corazón seguía apagándose a cada minuto, cada vez más. Respiraba con fatiga, el aire me hacía daño en los pulmones y el mareo aumentó. Mi cerebro quería centrarse solo en no morirse, pero ya era demasiado tarde. Ya ni siquiera podía oír ni oler los flujos de sangre, mis sentidos se embotaron. Mi organismo ya no luchaba por sobrevivir.
Estaba a punto de desfallecer, cuando mi mente proyectó la imagen de Jacob frente a mis párpados. Mi corazón pegó un salto y me espabilé un poco, lo justo para no desmayarme. Pensé en él, en que si me tenía que morir, por lo menos tenía que verle una vez más. Tenía que aguantar hasta el aparcamiento del instituto, si moría entre sus cálidos brazos, besándole, viendo su rostro por última vez, sería una muerte dulce, la mejor de todas. Podría despedirme de él, decirle que fuera feliz por mí, y mi alma dejaría este mundo en paz para velar por él desde el más allá para siempre.
Aguanté gracias a esa idea el resto del viaje.
―Ya hemos llegado al aparcamiento, Nessie ―oí la voz lejana de Jennifer.
―Jacob te está esperando ―me dijo Helen.
Al escuchar su nombre, mis células y neuronas se llenaron de adrenalina para cumplir su última misión y pude incorporarme.
Entonces, le vi por la ventanilla de Helen y mi corazón saltó de nuevo; todo mi cuerpo exprimió lo que le quedaba de energía, tenía que intentar llegar a él.
―¿Es que ese chico nunca tiene frío? ―preguntó Alison, sorprendida de que solo llevara sus pantalones negros cortos y su camiseta verde oscuro en este último día de septiembre.
―La verdad es que no ―logré contestar con una sonrisa apagada.
―Te acompaño ―se ofreció Brenda, acicalándose y mirándose en el espejo retrovisor de delante.
―No hay tiempo ―le avisó Alison―. Se nos ha hecho muy tarde y nos tenemos que ir ya.
―Sí, nuestros padres nos van a matar ―se quejó Jennifer.
―Bueno, ya… me voy, entonces ―dije con un hilo de voz, abriendo la puerta del Ford.
―Nos vemos mañana ―se despidió Helen.
―Sí ―murmuré con un nudo en la garganta ante esa imposible perspectiva.
No tenía fuerzas para despedirme, parecía mentira, pero en los pocos días que las conocía, ya las había cogido cariño.
Me puse en pie como pude, cerré la puerta y les dije adiós con la mano mientras se alejaban.



DONACIÓN

Cuando me giré y lo vi de cerca, mi corazón consiguió latir a trompicones muy lentos y torpes. Eso hizo que pudiera moverme y caminar hacia él.
Por supuesto, enseguida notó que me pasaba algo y se acercó a mí corriendo. En cuanto llegó, impulsé mis brazos para rodear su cuello con mis pocas fuerzas y me sostuve en su cuerpo. Ya era feliz.
―¡Nessie, ¿qué te ha pasado?! ―exclamó, apartándome la cara de su pecho y sujetándomela entre sus suaves palmas para mirármela―. Mierda, tus ojos… Y estás helada ―murmuró, alarmado, con las pupilas llenas de preocupación y ansiedad.
―Jake… ―susurré a duras penas mientras me acariciaba el rostro impacientemente con sus cálidas manos y me metía el pelo detrás de las orejas; ahora su tacto era más tórrido que nunca.
―Tu propio olor es diferente, pero… ―de repente, se quedó paralizado. Frunció el ceño y empezó a mascullar con furia creciente―, este otro efluvio… ¡es de esa cosa! ¡¿Te ha hecho algo?! ―escupió, apretando la dentadura, a la vez que el calor le subía como un rayo por la espalda mientras estudiaba mi rostro.
Entonces, bajó la mirada y se fijó en mi blusa. Su mandíbula se cerró audiblemente y sus dientes rechinaron cuando comprendió el significado de mis botones arrancados. Su semblante cambió y pasó de la furia a la ira incontrolada en una fracción de segundo. Pude notar cómo su cuerpo se erguía para mirar al horizonte y empezaba a temblar, desprendiendo fuego por todos sus costados. Su respiración se aceleró cada vez más hasta volverse en amenazantes gruñidos y sus ojos negros se llenaron de odio y agresividad, clamando venganza.
Sin embargo, antes de que le diera tiempo a levantar un pie para ejecutarla, mis piernas cedieron y se doblaron. Jacob me sujetó por la cintura, me alzó y me apoyó en su cuerpo, sosteniendo de nuevo mi cara entre sus manos.
―¡Nessie! ¡¿Qué te pasa?! ¡¿Qué te ha hecho?! ―exclamó, alarmado y angustiado, mezclado con la furia que aún había en su mirada.
Los ojos se me cerraban y apenas podía respirar, podía oír los silbidos de mis bronquios cuando intentaban coger oxígeno.
―No… no ha podido… tocarme ―murmuré a duras penas entre la fatiga―. Me… transformé… en vampiro… y pude… escapar ―cogí aire y descansé un par de segundos para seguir hablando―. Pero ahora… mi cuerpo… consume… mi sangre…, como… hice… con mamá ―pude abrir mis párpados y las lágrimas rodaron por mis mejillas cuando por fin observé mis adorados ojos negros, que me miraban desesperados. Arrastré mi mano de su nuca a su rostro para tocarlo―. Jake…, mi corazón… está… dejando… de latir… Me… estoy… muriendo ―jadeé, aproximando mi rostro al suyo para besarle.
―¡No! ¡No lo permitiré! ―murmuró con rabia contenida. Deslizó sus manos hacia mi nuca, entre mi pelo, y acercó sus ardientes labios a los míos―. Yo también me niego a perderte, ¿me oyes? ―me susurró―. Te quiero.
Sus palabras se clavaron en mi alma en el mismo momento en que mi organismo empezó a desvanecerse, y no me dio tiempo a contestarle; me escurrí y no pude llegar a su boca para cumplir mi último deseo.
―Sé feliz por mí ―fue lo único que conseguí exhalar con un hilo de voz mientras caía.
―¡NO! ―gritó, tomándome en brazos.
Echó a correr a toda velocidad, con mi cuerpo ya casi inconsciente colgando. Me levantó un poco para arrimarme a él y mi cabeza cayó sobre su hombro. Me la sujetó, poniéndome la mano en la mejilla, y aceleró. Su cuerpo caliente y cómodo me reconfortó, podía morirme allí y sería muy dulce.
Pero Jacob era muy rápido. Al cabo de un minuto, estábamos en el bosque que había cerca del instituto, podía oler la tierra húmeda y la vegetación mojada. Se adentró otro poco y me dejó con sumo cuidado en el suelo, sentada, con la espalda y la cabeza descansando en un árbol.
Se quitó la camiseta y se alejó veloz entre los grandes pinos y abetos.
―Jake… ―le llamé sin apenas voz.
Me quedé sola en el bosque, acompañada solamente por los sonidos típicos de la naturaleza en la noche. Mi corazón apenas latía ya, mi cuerpo no podía moverse y estaba congelado, temblaba, tenía muchísimo frío. Mis ojos se cerraban, rindiéndose a lo inevitable.
Un ruido de pisadas hizo que mis párpados se levantaran. Era Jacob en su forma lobuna. Corría de aquí para allá a toda velocidad, buscando algo con su nariz. Se paraba a rastrear y después solo se veía un borrón marrón bermejo que se alejaba como una exhalación. Cuando volvió a aparecer ante mi vista, le llamé de nuevo.
―Jake…
Levantó del terreno su enorme cabeza y se acercó a mí, raudo. Me acarició la cara con su hocico y me dio varios lametones.
―Quédate… conmigo… hasta… el final ―jadeé, afónica.
Me lamió y me frotó con su cabeza, emitiendo unos profundos y agudos gimoteos. Sus expresivos y llorosos ojos negros se clavaron en los míos y me observaron durante un rato, angustiados. Quería acariciarle, pero no tenía fuerzas para levantar la mano.
De pronto, su expresión cambió. Se incorporó y se puso a dar vueltas, nervioso, con la mirada en el suelo, moviendo la cola con ansiedad. Se paró frente a mí para mirarme de nuevo y dio un pisotón en el suelo con su inmensa zarpa para girarse y adentrarse una vez más entre los árboles a la velocidad del viento.
―Jake… ―sollocé al ver que se había ido.
En unos segundos, se presentó ante mí a dos piernas. Se sentó a mi lado, giró el torso para agarrarme de la cintura y pasó mi pierna por encima suyo para ponerme de frente, sobre él. Estaba tan débil, que parecía una muñeca de trapo. Tuvo que sostenerme la cara con sus manos para que pudiera mantenerla erguida.
―Vale, esto es lo que vamos a hacer ―me habló con decisión, mirándome a los ojos fijamente―. Vas a chupar mi sangre.
Me quedé más helada de lo que estaba.
―¿Qué…?
―Tu organismo está absorbiendo su propia sangre porque tu lado vampiro la necesita. Lo veo en tus ojos, son rojo escarlata. Tienes que tomar sangre para que tu cuerpo no tenga que hacer eso. Pues bien, vas a beber de la mía.
―No, Jake… ―mis ojos volvieron a cerrarse.
―Mírame ―me ordenó, meneando mi cara. Así lo hice―. No hay tiempo, Nessie ―acarició mi rostro con vehemencia―. Ya he buscado presas, pero de noche es muy difícil encontrarlas, lo sabes. Necesitarías un animal considerable, y lo único que encuentro son alimañas y animales nocturnos. Yo estoy aquí, soy grande y fuerte, y mi condición de metamorfo me permitirá recuperarme pronto. Puedes sacarme un par de litros tranquilamente, con eso será suficiente para que te recuperes y pueda llevarte a casa. Allí Carlisle te dará más sangre.
―Pero… si empiezo…, no… no podré… parar… ―musité casi sin aire, asustada―. Nunca… he tomado… sangre… humana… así de… fresca...
―Bueno, la mía es un poco animal ―bromeó en un intento de relajarme. Al ver que no surtía efecto, pegó su frente a la mía y me habló con un susurro, clavándome sus intensas pupilas con determinación―. Sé que puedes hacerlo. Confío en ti.
Mi corazón quería latir con fuerza al tenerlas tan cerca, lo intentó, pero no pudo.
―Si… te muerdo…
―No pasará nada, tú no eres venenosa. De lo único que tienes que preocuparte es de no abrirme la yugular del todo y de parar a tiempo ―¿y le parecía poco? Mis manos empezaron a temblar y me acarició la cara otra vez―. Te he visto atacar desde que eres pequeña, sé que puedes ser muy cuidadosa y precisa, yo te lo he enseñado. Luego la tendrás que tapar con los dedos para que no salga la sangre a borbotones y pueda curarse pronto. Con que la tapes un minuto, servirá. Pero recuérdalo bien, la herida no se cerrará si es un torrente continuo y me moriré desangrado.
Con tanto rajar, borbotón y torrente mi instinto de vampiro se despertó de su agonía y empecé a oler su sangre.
―No puedo… No puedo… hacerlo, ni… beber… tu… sangre ―solo con decirlo, ya se me hacía la boca agua. Podía escuchar el potente latido en su cuello, pero la idea de tomar el plasma de Jacob me asustaba, olía demasiado bien. Demasiado―. No… estaría… bien ―resollé ya con ansia.
―Sí, sí que puedes. Tómatelo como una donación de sangre para una transfusión ―Jacob observó mis ojos sedientos y acercó del todo mi rostro al suyo para susurrarme en los labios con seducción―. Vamos, nena. Seguro que mi sangre es muy caliente y apetitosa.
Con un jadeo salvaje, me lancé a su cuello, haciendo que su cabeza chocara contra el tronco. Le hice una pequeña muesca en la yugular con mi colmillo y le clavé los dientes alrededor de la herida para fijarme y empezar a succionar. Jacob apretó la mandíbula y se retorció un poco, agarrándose a las raíces del árbol con tensión; emitió un gemido sordo, pero no se movió ni se quejó más.
Empecé a beber su sangre en sonoros tragos, estaba muy, muy caliente y extremadamente deliciosa, era lo mejor que había tomado en mi vida. Tan pronto como me llegó al estómago, este empezó a absorberla y su vida se mezcló con mi escasa sangre. Todo mi cuerpo se revitalizó al instante y sentí cómo cada célula de mi cuerpo se volvía vigorosa y fuerte. Me arrimé todo lo que pude a él para sorber más, aferrando sus hombros con mis manos para que no se moviera ni un centímetro. La energía me subió como un chute de adrenalina y la excitación que su sangre me producía me dominó, su sangre me volvía loca. Mis vísceras y mi propio plasma, mezclado con el suyo, ardían, de lo hirviente que estaba su líquido; todo mi organismo entró en calor, noté cómo mi corazón renacía, latiendo con vigor y potencia, y cómo mis músculos se volvían blandos y carnosos, medio humanos.
―Nessie…, me estoy… mareando… ―murmuró sin apenas voz.
Pero yo no podía parar, aún no. Tenía que tomar un poco más, lo necesitaba como un drogadicto necesita su dosis. Tomé unos cuantos tragos más…
… hasta que sus manos dejaron de sujetarse a las raíces y su cabeza cayó sobre mi clavícula.
Entonces, un chispazo de discernimiento emergió en mi cerebro humano; recordé que era mi Jacob al que le estaba quitando la vida y me aparté de su cuello urgentemente.
―¡Jake! ―chillé, angustiada, a la vez que un chorro de sangre salía disparado hacia mi blusa, poniéndomela perdida.
Me apresuré a taparle la yugular con los dedos, presionando la raja bien para que no se escapara ni una gota de sangre más.
Un minuto, un minuto, me indiqué nerviosamente a mí misma en mi mente.
Le levanté la cabeza con la otra mano y se la sostuve contra el árbol.
―Jake, por favor… ―supliqué entre lágrimas mientras le acariciaba la frente y la sien.
Me cercioré de que había pasado más de un minuto y retiré mis dedos con mucha prudencia, por si acaso la herida no se había curado del todo. Cuál fue mi sorpresa cuando vi que solo tenía una pequeña cicatriz rosada, incluso mi mordisco casi había desaparecido. El corte se había cerrado completamente.
―¡Jake! ¡Jake! ―le imploré, llorando, acariciando su rostro ansiosamente con las dos manos―. ¡Aguanta! ¡No me dejes, por favor!
Su cuerpo yacía en la tierra sin un atisbo de vida y su rostro estaba completamente pálido y manchado por la sangre que había en mis manos. Me eché sobre su pecho desnudo a llorar desconsoladamente, rezando para que no fuera demasiado tarde.
―Tengo… que… comer algo ―balbuceó casi mudo.
Levanté la cabeza súbitamente, con el corazón latiéndome, por fin, a mil por hora.
―¡Jake! ―me arrojé a su cuello, pero esta vez para abrazarle.
Rodeó mi espalda con sus debilitados brazos.
Me separé y le toqué la cara con inquietud, atestiguando que estaba bien de verdad; ya tenía algo de color.
―Lo conseguiste, pequeña ―susurró apenas, sonriendo con una frágil sonrisa torcida.
―No. Lo conseguimos ―le corregí, correspondiéndole la sonrisa y pegando mi frente a la suya.
―Sí ―aceptó.
Abrí mi blusa de un tirón y me la quité para limpiarle la cara con la parte de tela que estaba limpia, quedándome en sujetador.
―Guau ―quiso exclamar, aunque solo le salió un murmullo sin brío.
―Cállate ―murmuré, escapándoseme una sonrisilla.
Mientras le limpiaba el rostro, me repasó de arriba abajo y después se quedó mirándome a los ojos, maravillado.
―Eres tan preciosa… ―susurró a duras penas.
―Shhhh, no hables ―le contesté en voz baja.
Seguí frotando su cara ansiosamente durante un buen rato, aunque ya estaba limpia, como si borrando su inexistente sangre también fuera a eximirme de mi culpa. Tenía un enorme nudo en la garganta que no se iba, casi había matado lo que más me importaba del mundo. Después de observarme otro poco, me sujetó la muñeca y me quitó la blusa de la mano para que dejara de limpiarle. Tiró suavemente hacia él y mi pecho se unió al suyo, fundiéndonos en un abrazo. Notar su tórrida y sedosa piel pegada a la mía me estremeció e hizo revivir a todas mis mariposas y mis taquicardias. El nudo saltó y se escaparon las lágrimas que había intentado contener delante de Jacob; las descargué sobre su hombro y él apretó frágilmente su abrazo. Nos quedamos así unos minutos, en silencio, sintiendo el pálpito de nuestros corazones en nuestros pechos y escuchando los sonidos del bosque nocturno.
―Lo siento ―sollocé cuando ya fui capaz de hablar.
―Lo has hecho muy bien ―murmuró.
Me despegué para mirarle.
―Pero si casi te mato ―me lamenté.
―La verdad es que casi me dejas seco ―intentó bromear con entusiasmo, pero se quedó a las puertas―. Te dije un par de litros y tomaste mil, por lo menos.
No pude evitar sucumbir a su gran esfuerzo de quitarle hierro al asunto.
―Tengo que reconocer que tu sangre me vuelve loca ―admití con una sonrisa.
―Eso ya lo sé. Todo yo te vuelvo loca ―sonrió como pudo.
Pues sí, pero eso no tenía pensado reconocérselo.
―De momento, solo tu sangre ―entonces, mi rostro cambió y se puso serio―. Te has arriesgado demasiado.
―Paraste a tiempo y tú estás bien, que es lo que realmente importa ―afirmó con un murmullo, acariciando mi mejilla con el dorso de su mano―. Además, yo confiaba en ti, sabía que lo conseguirías.
Me eché sobre su hombro y le abracé de nuevo, se estaba tan bien ahí.
―¿Te das cuenta de que me has salvado la vida? ―musité.
―Bueno, tú salvaste la mía ―me respondió con un susurro.
―¿Yo? ¿Cuándo? ―quise saber, extrañada.
―Cuando me imprimé de ti ―confesó―. Tú eres mi ángel.
Mi garganta se vio bloqueada por un instante.
―Y tú el mío ―murmuré finalmente, apretando mi abrazo―. Siempre has sido mi ángel de la guarda.
Sus brazos me estrecharon aún más y estuvimos así otros pocos minutos, sin hablar.
―¿Ves cómo estás más cómoda así? ―espetó de repente.
―¿Así? ―me separé para mirarle sin comprender.
―Sentada como las niñas grandes ―me contestó, mordiéndose el labio, sonriente.
Me fijé en nuestra postura. Yo estaba despatarrada sobre Jacob, en sujetador, rodeándole el cuello con mis brazos frente a su pecho desnudo mientras él me sujetaba por la cintura. Mi nueva sangre se me subió de golpe a la cara.
―Ya veo que te has recuperado del todo ―le reproché, poniéndome de pie al instante.
―Todavía estoy un poco mareado ―alegó, quejumbroso.
―¿Puedes levantarte? ―le pregunté, preocupada, agachándome en cuclillas.
―Sí, creo. Pero necesito comer algo para recuperarme.
―Hay una hamburguesería por aquí cerca ―recordé―, podemos ir ahí.
Se quedó mirándome y me echó otro repaso.
―Será mejor que te limpies ―me señaló el pecho con el dedo y me miré sorprendida. Yo también tenía algo de sangre que había traspasado la tela―. Luego puedes ponerte mi camiseta.
Agarré mi blusa y me limpié a fondo. Si entraba en mi casa llena de vampiros con la sangre de Jacob… Me froté bien hasta que me cercioré de que no quedaba ni un rastro y recogí su camiseta del suelo.
―¿Puedes traerme las deportivas? ―me pidió mientras me la estaba poniendo―. Están detrás de aquel abeto de allí.
―Claro.
Me dirigí a ese sitio y las vi tiradas en la tierra. Se las cogí y me acerqué a él para ponérselas.
Le ayudé a levantarse, poniendo su brazo por encima de mis hombros, y él se apoyó en el tronco para no caerse. Aun así, se tambaleó y no me dio tiempo a sujetarle. Se echó encima de mí, estampándome en el árbol que tenía detrás.
―Lo siento, ¿te he hecho daño? ―me preguntó, alarmado, separándose un poco de mí para mirarme.
Si supiera que en ese momento estaba en el Cielo… Tuve que obligarme a respirar.
―No…, no te preocupes ―solo me salió un susurro.
Asintió y se despegó de mí para iniciar la marcha de nuevo. Volví a poner su brazo sobre mis hombros y empezamos a andar. Parecía que estuviera sosteniendo a un borracho, no tenía fuerzas ni para aguantarse en pie. Caminábamos haciendo eses por el bosque, hasta que finalmente vimos la carretera.
―Espérame aquí ―le dije, asistiéndole mientras se sentaba detrás del primer pino del bosque, junto al asfalto. Me quedé de rodillas, a su lado―. Voy a por las hamburguesas, ¿cuántas quieres?
―¿Invitas tú? ―me preguntó con una sonrisa.
―Por supuesto. Es lo menos que puedo hacer, ¿no te parece? ―le sonreí, acariciándole la cabeza con los dedos―. ¿Cuántas?
―No sé. Diez o así ―propuso, encogiéndose de hombros.
―¡¿Diez?! ―exclamé, alucinada.
―Dobles ―especificó con otra sonrisa.
Pestañeé, perpleja, aunque no sé de qué me sorprendía, con lo que comía él. Además, con tal de verle esa sonrisa suya para siempre, sería capaz de comprarle la hamburguesería entera, si quisiera.
―De acuerdo, diez hamburguesas dobles ―le di un beso en la frente y me levanté.
―No tardes, ya te echo de menos ―me dijo cuando estaba caminando hacia la carretera.
―Vuelvo enseguida ―le calmé, satisfecha de que ya me echara en falta.
―Sí, por favor. Estoy muerto de hambre ―me contestó a mis espaldas.
Genial. O sea, que era solo por las hamburguesas. Resoplé para mis adentros, un poco desilusionada. Aunque también entendía que tuviera hambre, con la donación que me había hecho…
Crucé la calle y entré en el establecimiento. Nada más entrar, la gente ya se me quedó mirando. La camiseta de Jacob me quedaba muy grande, tenía los pantalones manchados de tierra y estaba despeinada. A saber lo que estaban pensando. Esperé, nerviosa, a que prepararan mi enorme pedido, no quería dejar a Jake tanto tiempo solo. Por fin, me lo entregaron, pagué y me fui por piernas de allí.
Cuando llegué junto a él, tenía los ojos cerrados y me asusté. Tiré la bolsa al suelo y me arrodillé a su lado otra vez.
―¡Jake! ¡Jake! ―voceé, dándole palmadas en la cara para que se despertara.
Abrió los párpados poco a poco y me miró con los ojos apagados. Respiré aliviada.
―Tengo mucho sueño y estoy muy cansado ―balbuceó casi sin aliento.
Cogí la bolsa, saqué una hamburguesa y le quité el papel que la envolvía.
―Toma, come ―se la arrimé a la boca, sujetándola con las dos manos para que no se me desparramase ni un trozo de lechuga.
El pobre no tenía fuerzas ni para cogerla por sí solo, tenía los brazos extendidos sobre sus piernas como si no tuvieran vida. Le dio un gran mordisco y apenas lo masticó, lo tragó casi entero.
―Eres una buena enfermera ―murmuró con un amago de sonrisa, mirándome atontado.
―Antes me diste de comer tú y ahora te doy de comer yo ―le susurré―, así que come y calla.
Se rio sin fuerzas y le dio otro mordisco a la comida.
En unos segundos, se la terminó de cuatro mordidas, así que le saqué otra, con la que hizo exactamente lo mismo. A la cuarta hamburguesa, ya levantó los brazos para sujetarla él mismo.
Me senté a su lado, más tranquila, y le observé mientras comía una tras otra. Ya no tenía ni una señal de cicatriz, pero verle en esa situación por mi culpa me dolía como si me clavaran un cuchillo en el corazón y le dieran vueltas.
―¿Te hice daño? ―le pregunté con un hilo de voz, avergonzada.
―Bueno, no es agradable, la verdad ―me contestó, ya más reanimado. Se metió otro trozo de hamburguesa y lo tragó, masticándolo muy poco―. El mordisco duele lo suyo, pero lo que más cosa da es la succión, me dejaste el cuello machacado ―le dio un respingo―. ¡Uf! Solo de acordarme, ya me produce escalofríos y todo ―comió otro bocado y siguió hablando―. Y luego está cuando tragabas mi sangre como si fuera agua, menos mal que tengo un buen estómago ―paró de comer para mirarme―. Después, me llegó tu olor de siempre y ya no me importó nada, fue entonces cuando me desmayé ―se encogió de hombros como si fuera lo más normal del mundo y abrió la novena hamburguesa―. ¿Quieres? ―me ofreció.
Mi cuerpo vibró de felicidad cuando le vi tan recuperado, casi parecía que me habían invadido unos fuegos artificiales. La comida había funcionado.
―No, gracias. Estoy llena ―bromeé, palmeando mi barriga.
―No me extraña ―contestó, dándole un bocado a su comida.
―Es que estás muy rico, bueno, quiero decir, que sabes muy bien ―admití con una sonrisa, siguiendo la broma.
―No disimules ―se rio, esta vez con más brío―. Tú lo acabas de decir, estoy muy rico. Lo has dicho, ¿no?
―Sí ―asentí con una risilla.
―¿Ves? ―mordió otro trozo y se lo tragó―. Te gusto más de lo que crees ―afirmó, mirándome con una gran sonrisa―. Estás loca por mí, lo sé.
―Cállate y come ―le empujé la cara con la mano mientras yo también me reía.
Se carcajeó con satisfacción y se comió la última hamburguesa de dos mordiscos.
―Qué bien, también me has traído una botella de agua ―dijo, sacándola de la bolsa.
La abrió y se bebió la botella entera de dos litros, de unos pocos tragos.
―Hay que ver cómo engulles ―me mofé.
―Así, así es como tragabas tú ―me contestó, burlándose y gesticulando con la botella.
Me puse de pie para quitársela y le arreé con ella en la cabeza, entre risas. Cuando le iba a dar otro golpe, me sujetó otra vez por la muñeca y tiró de mí de tal manera que me caí de nuevo espatarrada sobre él. Me arrimó tanto, que nuestras frentes se rozaban; me clavó su intensa mirada de siempre y la botella se me resbaló de la mano. Colocó mis brazos sobre sus hombros y desplazó sus manos hasta mi cintura. Mi corazón ya no podía latir más deprisa, las mariposas aleteaban como locas y las cosquillas ya estaban instaladas en mi muñeca derecha. Empecé a hiperventilar cuando hundió su rostro en mi pecho y lo subió para olerme el cuello. Mi alma entera se estremeció en el momento en que me apartó el pelo y sus calientes labios rozaron mi piel. Sabía que debía pararlo, pero la atracción que sentía por Jacob era tanta o más que la que sentía por su sangre. Una vez que había probado el roce de sus dedos, de sus labios, de su aliento, ya no me podía controlar. Nunca me había imaginado lo mucho que me iba a costar no sucumbir a la tentación, el deseo que sentía por él era demasiado irrefrenable. Yo era una adicta y él era mi dulce y ferviente droga. Una droga imposible de rechazar, porque no podía ni quería hacerlo. Y ese era el problema, que aunque sabía que tenía que dominarme, no quería. Mi cuerpo y mi mente se negaban en rotundo. Todo mi ser se moría por sentir sus tórridas manos, su abrasadora boca y su ardiente piel sobre mi piel. Alcé un poco la barbilla para que pudiera recorrerme el cuello más fácilmente, y así lo hizo, rozando su boca con suavidad, casi como un susurro. Introdujo sus calientes manos por debajo de la camiseta y las deslizó por mi espalda para acariciarla. El aire se me escapó audiblemente de los pulmones y metí mis dedos entre su pelo para acercarle más a mí.
―Me encanta tu olor de siempre ―susurró en mi cuello.
Entonces, cuando ya iba a entregarme a mis deseos, levantó el rostro para clavarme su mirada de nuevo.
―Dime la verdad ―murmuró con el semblante serio. Me puse  nerviosa, todavía no estaba preparada para darle una respuesta respecto a mis confusos sentimientos. Comencé a arrepentirme y a sentirme culpable por dejar que el ambiente se calentase―. ¿Te tocó? ―me preguntó de repente.
Parpadeé, confusa.
―¿Qué?
―Quiero saber si ese hijo de puta te hizo algo ―masculló, apretando los dientes con furia retenida. Sentí sus manos temblando en mi espalda y noté cómo le subía el calor por la columna vertebral―. Porque si a esa cosa se le ocurrió rozarte un solo pelo, le buscaré, le perseguiré y le torturaré arrancándole cada parte de su asqueroso cuerpo para que se lo trague él mismo.
―No, no me tocó ―contesté con un susurro.
―Pero lo intentó, ¿no? ―farfulló con rabia.
Si le contestaba que sí directamente, sabía que saldría corriendo para ir tras ese monstruo, le conocía demasiado bien. Tenía que suavizarle la verdad.
―Me transformé en vampiro y pude defenderme. Luego, la pulsera estalló a tiempo y conseguí escapar ―le contesté con toda la tranquilidad que pude, intentando transmitírsela a él.
―Estalló. ¿Como aquel día con tu madre? ―quiso saber.
―Sí, pero esta vez lo hizo mucho más fuerte. Lo lanzó de espaldas y le quemó la cara y todo.
Se quedó un rato pensativo, mirando a un lado con ojos incisivos.
―Bien ―asintió finalmente, con un movimiento de cabeza.
De pronto, se enderezó; fue tan repentino y tan rápido, que tuve que sujetarme a su cuello para no caerme hacia atrás.
―Tenemos que irnos ―advirtió con gesto grave, rechinando los dientes―. Viene hacia aquí, puedo olerle.
―¡¿Viene… hacia aquí?! ―mis manos temblorosas se aferraron a él con más fuerza.
―Tranquila. Primero te sacaré de aquí.
Estaba tan asustada, que mis piernas ni siquiera me respondían. Se levantó, sosteniéndome en brazos, y echó a correr hacia el aparcamiento del instituto a toda velocidad mientras yo escondía el rostro en su hombro.
Al minuto, estábamos junto a su moto. Me dejó en el suelo y se montó.
―Vamos, sube.
Extendió su mano y me ayudó a sentarme tras él. Me agarré a su cuerpo lo más fuerte que pude y salimos a toda mecha de allí.
El repugnante olor a amoniaco me llegó enseguida y después escuché los gruñidos a nuestras espaldas. Me negué a mí misma a mirar atrás, ya sabía de sobra que nos intentaría seguir. Hundí mi aterrorizada cara en la espalda de Jacob y este aceleró. Los bramidos y aullidos se fueron alejando cada vez más, hasta que ya no pude oír ni oler nada.
El trayecto hasta mi casa se me hizo largo, a pesar de la gran velocidad a la que nos desplazábamos. Durante el viaje por el sendero, se escuchó un estruendo que me asustó y me hizo pegar un bote en el asiento. Al llegar por fin, Jacob me tomó en brazos otra vez y me llevó presuroso hasta el interior del edificio.
Le dio una patada a la puerta para abrirla y mi madre vino tras nosotros inmediatamente, pero yo ni siquiera escuché lo que decía.
No levanté el rostro de su cuello hasta que me dejó tendida en el sofá. Mamá se puso delante de él y empezó a tocar mi cara frenéticamente con sus frías manos para verificar mi estado. Estaba angustiada, papá ya le había contado lo que había pasado.
―¡¿Estás bien?! ―me preguntaba, estudiándome con sus ojos dorados, ansiosos y afligidos.
―Sí…
De repente, se escuchó un portazo y mamá y yo nos volvimos a la vez, sobresaltadas, en dirección a la puerta. Miré a mi alrededor, alarmada, y Jacob no estaba. En ese momento, recordé su frase y me di cuenta de su significado: primero te sacaré de aquí. Me había traído a casa para ponerme a salvo y ahora se había ido tras ese monstruo.
―¡No! ¡Jake! ―grité, levantándome para dirigirme a la puerta.
Cuando la abrí y salí al exterior, vi sus pantalones negros y sus deportivas destrozados en el suelo, delante del porche. Mamá me sujetó justo en el momento en que salté para perseguirle.
Intenté zafarme, pero sus pétreos brazos eran demasiado compactos y fuertes para mí. Me abrazó y me eché a llorar en su hombro, atormentada, mientras ella me acariciaba el pelo para tranquilizarme.
―¡No puede ir! ¡Todavía está débil por salvarme! ―sollocé, apretando mi abrazo con rabia.
No dijo nada, me llevó dentro de la casa. Al entrar de nuevo, me di cuenta de que faltaban todos. Giré la cabeza y vi el porqué de ese estruendo que me había asustado de camino. La enorme mesa de cristal estaba hecha pedazos. Mi padre la había destrozado y la había reducido a miles de trocitos de vidrio, seguramente al ver las imágenes grabadas en mi mente de lo que había pasado.
―Tu padre se puso como loco cuando vio lo que te había intentado hacer esa bestia ―explicó mamá, aún consternada―. Salió en su busca para matarla. Emmett, Jasper y Nahuel le siguieron. Alice y Rose están de guardia en el bosque, por si se le ocurriera buscarte por aquí ―me quedé muda, mirando espantada a lo que quedaba de la mesa―. Carlisle y Esme se han ido al aeropuerto para ver si pueden conseguir unos billetes a Paris y visitar a su amigo Louis. Carlisle quiere averiguarlo todo sobre los licántropos.
―Pero ahora… ―murmuré, taciturna.
―Tranquila, todo va a salir bien ―me calmó con voz serena―. Tu padre y tus tíos son fuertes, no podrá con ellos.
Eso lo sabía de sobra, pero a mí quien más me preocupaba era Jacob. Aún no se había recuperado del todo y él se había marchado en solitario. ¿Qué pasaba si se topaba con ese monstruo él solo? ¿Cómo iba a enfrentarse a él? Sabía que no llamaría a ninguno de sus hermanos, porque esto se lo tomaría como algo personal, no querría poner en peligro a nadie más; se guardaría sus pensamientos para que no se enteraran de nada o les daría una orden con su voz de máximo Alfa. Esas horribles pesadillas me vinieron a la cabeza y mis piernas empezaron a temblar. Tuve que apoyarme en la pared cuando sentí en mi estómago el enorme pinchazo.



25 comentarios:

  1. Tamara, gracias por colocar estos capítulos nuevos. Debo confesarte que la historia me tiene "enganchada".
    Coincido desde todo punto de vista con el comentario de Luci, especialmente con el de las personalidades de Nessie y Jacob, "ella una chica dulce, humilde, amable, valiente y él...el chico perfecto".
    ¡Disfruté mucho leyendo el capítulo con el Viejo Quil, aunque la verdad es que todos estan fantásticos!...
    Haz hecho un trabajo de calidad, te felicito!
    Estoy segura que al igual que yo, el resto de las personas que leen tu relato lo harán hasta el final.

    Un abrazo

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  2. Me encanta cada nuevo capitulo que publicas!
    Espero que esta extraordinaria historia se ponga mas interesante de lo que ya es (:
    Todos los dias me paso por tu blog para ver si ya publicaste los nuevos capitulo jajaja
    Bueno no me queda mas que felicitarte por realizar un excelente trabajo, y seguiré esperando con ansias los próximos capítulos….
    Chaio (:

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  3. ¡Hola a las dos!
    Muchisimas gracias por vuestros comentarios!! No sabeis la ilusion que me hace que alguien lea mi libro, y ya si le gusta, ni os cuento! jaja XDD
    No os preocupeis, que yo, mientras haya una sola persona que lo lea, voy a seguir colgando capis ;)
    Espero que la historia no os decepcione y que os guste ^^ Todavia quedan muchas sorpresas por venir, porque este libro trata del despertar de Nessie pero tambien es un despertar de Jacob, ya lo vereis ;)
    Por cierto, podeis preguntarme lo que querais, que yo contestare a todo con mucho gusto, ¿vale? ;P
    Bueno, y nada mas, seguire poniendo capis mientras os gusten XD
    ¡¡MUCHAS GRACIAS POR LEERLO!!

    UN BESAZO

    PD: y perdonad este desastre de blog, es que es el primero que hago y todavia no lo entiendo muy bien XP

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  4. gua no sabes como me encanta la historia tambn me engancho a mi, me hace irme de la realidad y guaauu es genial tu historia en definitiva creo que es la mejor que eh leido :D sigue asi y no dejes de subir capitulos :3

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  5. ¡Muchas gracias a ti tambien, albajamille! XD

    UN BESAZO!

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  6. ¡hola! me he enganchado hace poco, cuando descubri vuestra pajina.Me abeis hecho leer despues de tanto tiempo, un libro; y sentir que mi vello se pusiera de punta con el relato de estos capitulos. Me he emocionado, reido y suspirar como lo hace Nessie.
    Enhorabuena, estoy sedienta de más capitulos, ya no podre parar hasta el final

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  7. ¡Muchas gracias!
    Muchas gracias por darle una oportunidad a mis libros!!! Me alegro de que te gustasen =) Y también de que haya sido un aliciente para que leyeses!!! Si quieres seguir leyendo, también tienes la continuación, que se llama Nueva Era, también en este blog ;)

    Lametones!!!

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  8. Hola Tamy.
    Soynina vieja lectora tuya. Y he estado leyendo otra vez tu libro y me sigue encantando.
    No te digo lo que ya sabes y tantas veces te dije. Eres una súper escritora espero terminar de leer pronto que me ha enganchado otra vez. Un saludo y un abrazo enorme de Kiara.

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  9. Hola tamara...

    Soy de colombia y quiero agradecerte por estos hermosos capitulos y por mantener vivas nuestra obsecion por la saga ahora estoy leyendo con una amiga y nos a encantado esta super lindo

    Queria hacerte una pregunta ... En que libro o capitulo se casan jacob y nessie? Te Agradesco de antemano la respuesta :) y muchas felicitaciones eres una muy buena escritora

    Xoxo

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    1. ¡Hola, guapísima!

      Muchas gracias a ti por darme una oportunidad y leerme, me hace muy feliz tener nuevos lectores =) Y muchas gracias por tus hermosas palabras, me halagas un montón =)

      Bueno, pues la boda está en "Nueva Era II. Comienzo", en el capítulo que también se llama "Comienzo" ;) Te dejo el enlace aquí, por si no lo encuentras, aunque si vas a la página principal, verás que siempre dejo una lista con los capítulos ;)

      http://jacobnessie.blogspot.com/2011/07/nueva-era-capitulo-44-comienzo.html

      Espero haberte ayudado. Muchas gracias por leerme!!!
      Lametones!

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  10. Debo decir que me tienes en un hilo! Mil gracias, la historia es fantastica y rescata bastante la personalidad de los personajes, no es dificil imaginarse una continuacion de crepusculo con tu libro.:)

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    1. Hola, *T*A*L*I*S*M*A*N*!!!

      Muchísimas gracias por darme una oportunidad y leerme, me encanta tener nuevos lectores =) Muchas gracias por tu comentario, me alegro de que te esté gustando mi historia, me hace muy feliz que a la gente le guste mi particular continuación. Pues sí, he tratado de que los personajes sean los de siempre, sin cambiarlos, bueno, la única cambiada es Bella, pero tiene un por qué, ya lo verás ;) Y el Jacob que vemos aquí también es algo diferente (aunque mantiene su personalidad, por supuesto), porque es un Jake feliz, porque por fin está con su alma gemela, con su verdadera alma gemela ;)

      Espero que te siga gustando la historia y también leas Nueva Era =)

      Lametones!!!

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  11. Tienes razon, ver a Jacob feliz es maravilloso, un hombre como ese no se podia quedar solo, claro Bella cambio; pero responde tambien a una de las preguntas que podria hacerse cualquier vampiro y tambien es una forma de entender mejor a Edward y porque no queria transformar a su esposa. :)

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    1. Pues sí, Jacob ahora por fin es felíz!!! *-* Y Bella, bueno, no todo iba a ser tan fácil, ¿no? Alguna cosa mala tenía que tener ser eternamente joven, jaja. No, en serio, creo que no todos los vampiros viven su transformación con tanta felicidad, de hecho, Rosalie o Edward, por ejemplo, no es que lo pasaran muy bien, precisamente, y aún en la época actual de la saga Crepúsculo Rosalie no le desea a Bella que se transforme, por algo será ^^ Yo sí creo que, pasados unos años de la transformación, y después de ver cómo todo el mundo sigue con el transcurso normal de su vida, con el transcurso natural y todo eso, y me refiero a la gente que quieres, a tu familia, incluso, de la cual te tienes que separar para siempre, tiene que resultar raro y difícil para un vampiro, por eso hice lo de la turbación =P

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  12. Hola!! Ayer empecé a buscar si habría una continuación de la saga crepúsculo después de amanecer de Jacob y Renesmee y no te imaginas la ilusión que me hizo encontrar tú libro que es es fantástico y encima con un montón de capítulos y cosas por descubrir *-* Empecé ayer y ya voy por el Bloque 2. Me emociona tiene de todo, es perfecta de verdad. Muchas gracias por dar vida a esta maravillosa pareja *-* ES PERFECTO TU LIBRO! Solo deseo llegar a casa y empezar a leer verdad! Gracias! Iré comentando conforme vaya leyendo! Un beso!

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    1. Hola, Noemí!!!!

      Muchísimas gracias por darme una oportunidad y leerme, me encanta tener nuevos lectores =) Muchas gracias por tu comentario, me alegro de que te esté gustando mi historia, me hace muy feliz que a la gente le guste mi particular continuación. Y guau, qué cosas tan bonitas me has puesto, eres todo un sol, como Jake =º) Espero que te sigan gustando los capítulos ;)

      Lametones!!!

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  13. Respuestas
    1. Hola, Ler182!!!!

      Oooh, muchas gracias, me halagas un montón =º) Muchísimas gracias por darme una oportunidad y leerme, tener nuevos lectores me hace muy feliz =) Espero que te sigan gustando los capítulos ;)

      Lametones!!!

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  14. Amiga estoy encantada con tu maravillosa historia, no puedo parar de leer todo es tan interesante y lleno de tantas emociones ... Te felicito y gracias otra vez por compartir esta historia, ME FASCINA...

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    1. Gracias a ti, preciosa!!! Ya vi tu comentario posterior ;)

      Lametones!!

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  15. ups..!! x venir comentando ya despues que lo lei muxas peces pera la verdad es que me facina escribes muy bien y esta historia encaja a la perfección con la cotinuacion este capi me encanta..!! bss..!! saludos desde mexico!! atte: val!!

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  16. Muchas gracias, preciosa!!!! Guau, qué cosas tan bonitas me ponéis siempre, me siento realmente halagada =) Eres un sol!!!!

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  17. No me dejen así !!!!!!
    Bueno ya me calme...…q suductivo este libro ;D
    Sigue así bueno voy x el 3 libro

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  18. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

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  19. 2019 y me leo este libro por cuarta vez. Es una tradición... ¡me encanta!

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