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jueves, 30 de junio de 2011

NUEVA ERA. CAPITULO 18: SOMBRA

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17: PLANTACION: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/06/nueva-era-capitulo-17-plantacion.html



SOMBRA

Sonreí con satisfacción cuando entré en el pequeño invernadero. En solo dos semanas y media, la mayoría de las semillas habían germinado y las jóvenes plantas cada vez crecían más, cada día eran unos milímetros más altas.
―¿Qué temperatura hay? ―quiso saber Helen, agachándose para mirar las plantas.
―Voy a mirarlo ―contestó Brenda, cogiendo el medidor de la mesita que habíamos puesto junto a la plantación para dejar todos los útiles de jardinería.
El día era lluvioso, pero dentro de la lona de plástico hacía una temperatura muy agradable gracias al poco sol que había lucido ayer.
―Cada día están más bonitas ―sonreí, agachándome yo también para observarlas.
De pronto, me entró un conocido y enorme sofoco y tuve que levantarme para quitarme la chaqueta, aunque al poco rato se me pasó. Ya esa mañana, en el instituto, me había dado otro golpe repentino de calor que se había ido a los pocos minutos. Y esto solo podía ser una cosa, esos golpes de fiebre precedían y anunciaban algo. Mañana era uno de abril, y mi reloj biológico no fallaba: mi semana de celo ya se acercaba.
―Todo está bien ―reveló Brenda, que estaba mirando el medidor.
―Esto…, chicas ―interrumpí, pasándome la mano por el pelo con un poco de apuro―, ¿podéis hacerme un favor? ―mis amigas alzaron los rostros para mirarme―. ¿Os importaría encargaros vosotras de las plantas esta semana? Sería a partir de mañana.
―¿Y eso? ¿Qué pasa? ―preguntó Helen, extrañada.
―Nada, es que estos días no voy a poder ―expliqué vergonzosamente.
―Ya, tu… alergia, ¿no? ―adivinó Brenda con una risita.
Mi cara se torció en una mueca que ya la mataba.
―Claro, se me olvidaba que ya es primavera, ¿es que ya notas que te vas a encontrar mal estos días? ―interrogó Helen, preocupada, con ignorancia.
Si ella supiera lo mal que me iba a encontrar…
―No te preocupes, no creo que se vaya a encontrar muy mal ―soltó Brenda por esa bocaza.
Mi amiga explotó en un ataque de risa que, lógicamente, Helen no comprendió, y yo miré a la primera matándola directamente.
Ahora Helen sí que no entendía nada.
―Bueno, vamos a regar las plantas ―dije para cambiar de conversación.
Le quité el medidor a Brenda mientras esta seguía riéndose y lo posé en la mesita. Cogí las tres regaderas y le di una a cada una. Salimos de la plantación por la abertura de la lona de plástico transparente y las llenamos de agua con la manguera que estaba enganchada en el garaje. Volvimos al invernadero y comenzamos a regar planta por planta, distribuyéndonos por el pequeño jardín.
Teníamos que tener cuidado, ya que no podían recibir más agua de la estipulada por el dossier que nos había entregado Carlisle, aunque ya le habíamos cogido la medida y más o menos nos apañábamos bastante bien.
Cuando terminamos con esas tareas, dejamos las regaderas en su sitio y salimos una vez más de la plantación. La lluvia caía con más fuerza esta vez.
―¿Vamos a tomar un café al Olympic? ―propuso Helen.
El Olympic era una cafetería nueva que ahora estaba muy de moda entre la gente joven de Forks.
―Sí ―aceptó Brenda.
―Yo no puedo, tengo que hacer unos recados ―declaré.
―¿Seguro? ¿No quieres venir un rato? ―insistió Helen.
―No, no puedo, de verdad ―sonreí.
―Venga, vamos, que me estoy mojando ―azuzó Brenda, meneando el brazo de Helen.
―Sí ―asintió esta―. Bueno, Nessie, a ver si te libras de la alergia y no tienes nada. A lo mejor, con este mal tiempo no te afecta tanto.
―No creo que quiera eso… ―murmuró Brenda muy bajito.
Por suerte, Helen no lo escuchó.
―No sé ―reí por educación, aunque fruncí el ceño para Brenda―. Ya veremos.
―Venga, vamos ―repitió Brenda, tirando de Helen.
―Hasta pronto ―se despidió esta, acompañada por los gestos de la mano y las risillas pícaras de Brenda.
―Hasta pronto ―respondí, sonriendo.
Ambas se montaron en el coche de Brenda, este arrancó y se marcharon por el camino sin asfaltar que pasaba por delante de la casa de Billy y que llevaba a la carretera.
Caían chuzos de punta, así que corrí hacia mi preciosa casita roja y pasé al interior. Me sacudí un poco el pelo mojado con la mano y me dirigí a la cocina.
Arranqué una hoja del bloc de notas que colgaba de la nevera por medio de un imán, cogí el bolígrafo que sostenía el mismo bloc y me senté en la mesa para escribir la lista de la compra. Cuando ya no se me ocurrió más que apuntar, hice un presupuesto mental aproximado de todos los artículos y me levanté para dirigirme a uno de los armarios. Abrí la puertecita y cogí el bote donde guardábamos el dinero para comprar la comida y otras cosas. Lo destapé y saqué un poco más de dinero del que mi cerebro había calculado para tener un margen de error, por si acaso había subido algún precio. Estos presupuestos eran importantes, puesto que nuestra economía no era nada boyante, que digamos. Guardé el bote en su sitio, la nota en el bolsillo de mi chaqueta, cogí el bolígrafo de la mesa y me acerqué a la nevera otra vez.

Jake, he ido al supermercado a
hacer la compra. Volveré pronto.
Te quiero.
Nessie.

No sabía si Jacob llegaría antes que yo de patrullar con la manada, así que le dejé esa nota en la nevera.
Dejé el bolígrafo en su sitio y salí de la cocina. Cerré la puerta de casa con un portazo y corrí hacia mi forito para no mojarme más de lo que ya estaba. Entré en mi vehículo con celeridad, arranqué y puse ese CD de ACDC en el estéreo para iniciar la marcha con algo de caña.
Recorrí la distancia que había entre nuestra casa y la de Billy, di dos bocinazos a modo de saludo y salí a la carretera, viendo por el espejo retrovisor cómo mi futuro suegro sonreía tras su ventana.
Sonreí yo también y seguí mi recorrido escuchando ese rock que tanto me gustaba, canturreando.
No tardé mucho en llegar al supermercado. Aparqué justo delante, apagué el motor y me bajé corriendo.
Cogí un carro en la entrada y me interné en los pasillos del pequeño establecimiento. Saqué la nota de mi bolsillo y comencé a recopilar los artículos que había apuntado. Casi todo era comida, y todo en cantidades industriales, pues un hombre lobo come por tres y tenía que llegar para toda la semana.
No tardé nada en llenar el carro. Entre carne, pescado, fruta, verdura y otros alimentos básicos, ya estaba a rebosar.
Pagué en la caja, satisfecha de no haberme pasado de mi presupuesto, lo metí todo en bolsas de papel y lo volví a depositar en el carro para poder llevarlo al coche.
Seguía lloviendo a cántaros.
Galopé hacia la parte trasera de mi forito, abrí el maletero y miré a ambos lados. No había moros en la costa, así que fui colocando las bolsas en el maletero a mi velocidad de medio vampiro y bajé la puerta. Después tuve que correr como humana hacia el supermercado, ya que llegó otro coche, y dejé el carro en su sitio.
Ya en el forito, puse mi música de nuevo y arranqué para dirigirme a casa.
Los limpiaparabrisas trabajaban sin descanso; cuando acababan de realizar una pasada por el cristal, el agua ya chorreaba de nuevo por él.
Los árboles eran vapuleados por una brisa que comenzó a agitar sus verdes hojas, esta también arrojaba la lluvia contra el parabrisas, aunque no era lo único, las pequeñas flores que ya habían nacido en los árboles y que eran arrancadas por el viento también se estampaban contra el cristal, haciendo que la visión fuera muy escasa y nada nítida.
Desde luego, el tiempo se estaba poniendo realmente feo, y cada vez peor.
Empecé a preocuparme por mi Jacob. Por supuesto, sabía que él no iba a pasar ni una gota de frío por mucho que lloviera, y ya podía nevar como en Anchorage, pero, como imprimada, la pulsión de sentir esa necesidad de protegerle y de dotarle de completo bienestar era imposible de frenar.
Recordé esa pelea de bolas de nieve de Anchorage y mi labio se curvó en una risilla. ¿Cómo iba a pasar frío?
De repente, una extraña sombra negra pasó por delante de mi coche en forma de borrón y me asusté. Mi pie se clavó en seco en el pedal del freno y el vehículo se caló, haciendo que el mismo diera una embestida hacia delante bruscamente.
El cinturón me apresó contra el asiento y estranguló mi pecho, aunque eso no consiguió que mi respiración dejase de salir agitadamente cuando logré que mis pulmones volvieran a coger aire.
Mi cabeza se giró instantáneamente al ver a la sombra entre los árboles y un calambre helado recorrió mi cuerpo, atravesándolo como una estaca de hielo. Había algo en ella que no me gustaba nada, algo oscuro y maléfico que no escapó a mi intuición.
La sombra era un individuo que iba entero de negro, me pareció que vestía una especie de capa con capucha que le tapaba el rostro completamente. Estaba observándome, aunque no pude vislumbrar su semblante, los limpiaparabrisas se habían quedado bloqueados y el agua que chorreaba por el cristal apenas me dejaba distinguir su silueta.
Mis bronquios pasaron a soltar el aire con virulencia al ver cómo la sombra se movía, pero fui capaz de reaccionar para bajar los pestillos y arrancar el coche. Pegué un pequeño bote en el asiento cuando la alta música irrumpió en el habitáculo repentinamente, y apagué el estéreo. Sin embargo, la sombra no se desplazó hacia mí, sino que desapareció súbitamente entre los árboles del bosque.
Me quedé a la espera, quieta, mientras escuchaba el sonido de la lluvia restallando con fuerza en el capó y azotando todas las partes de mi coche, así como mi asustada respiración y el traqueteo del motor.
Agucé el oído para ver si captaba más allá, pero lo único que ese sentido escuchaba era la lluvia golpeando las hojas, la vegetación y la tierra.
Respiré hondo para tranquilizarme un poco e inicié la marcha de nuevo, haciendo chirriar las ruedas sobre el asfalto. Esta vez me moví con más velocidad por la carretera, hasta los limpiaparabrisas parecía que iban más deprisa. Llegué al desvío que daba a mi casa y en pocos minutos aparqué frente al garaje.
Salí de mi coche, saqué las bolsas del maletero, ahora utilizando toda mi fuerza y maña de medio vampiro sin tapujo alguno, y corrí hacia casa a todo lo que daban mis piernas.
―¡Jake! ―le llamé, por si ya había llegado, cerrando la puerta a mis espaldas.
Pero Jacob no estaba en casa.
En cuanto posé la compra en la meseta de la cocina, salí disparada de la misma para cerrar la puerta con llave.
Llevé mis manos a mi cabeza y metí los dedos entre el pelo de mi frente, nerviosa, mientras mis pies me hacían moverme de aquí para allá. Jake no había llegado aún, seguramente no tardaría mucho más, pero sin él, yo me sentía tan desprotegida.
Intenté relajarme, haciendo profundas inspiraciones, y pareció funcionar. Poco a poco, a medida que notaba el aire llenando mis pulmones, mis nervios se iban templando.
¿Qué había sido eso? Mejor dicho, ¿quién? Recordé ese escalofrío que había recorrido todo mi ser y volví a sentirlo. Era lo mismo que había notado cuando vi a Razvan la primera vez, sin embargo, no podía ser él, era imposible.
La manada estaba demasiado atenta, olerían su efluvio y enseguida lo detectarían, tenían ese olor grabado a fuego, así como el de cualquiera de sus secuaces. Y el hecho de que no se hubiera acercado a mí me había desconcertado. Si hubiese sido Razvan, habría hecho mi coche pedazos para sacarme de allí, pues ya había visto que yo era amiga de Helen. Sin embargo, se había dado la vuelta y se había ido.
Exhalé. Lo más seguro es que fuera algún vampiro nómada que había conseguido colarse en los bosques de La Push. Y seguramente ahora mismo ese vampiro fuera presa de las fauces de alguno de mis amigos los lobos. Aunque, si fuese un vampiro nómada, ¿por qué no me había atacado? ¿Acaso no había olido mi sangre?
Otro golpe de calor repentino hizo que mi organismo sintiese que tenía fiebre. Menudo momento para eso. Me quité la chaqueta con celeridad y la dejé en la barandilla de la escalera a la vez que mi mano intentaba abanicarme para aliviar ese asfixiante ardor.
Volví a suspirar y me dirigí a la cocina para abrir el congelador. Saqué la cubitera y eché unos cuantos hielos en un paño para envolverlos con el mismo. Metí la cubitera en el congelador de nuevo y utilicé el trapo a modo de bolsa para pasarlo por mi piel y aliviar mi tremendo calor.
Ni con esas. Esto parecía que se estaba adelantando. Puede que fuera porque toda la casa estaba impregnada del efluvio de Jacob, esa fragancia que ya empezaba a volverme loca; ya comenzaba a notar esos matices diferentes que destacaban sobre el resto y que me llamaban.
Para mi alivio, el calor se fue con la misma rapidez con la que había venido, la temperatura de mi organismo regresó a su estado normal, aunque en esta ocasión el intervalo en que había estado encendido había durado más que las veces anteriores, por lo que sabía que la entrada de mi celo era inminente.
Sin embargo, el regreso a la normalidad de mi organismo hizo que también volviera el susto de antes. Y Jacob estaba ahí fuera…
Empecé a guardar todo lo que había comprado. Pensé que, hasta que llegara Jake, lo mejor era tener la mente ocupada en otras cosas. Organicé el congelador para que me cupiese la carne y el pescado, y almacené el resto de alimentos en la nevera y los armarios de la cocina.
Una vez que terminé de almacenarlo todo, me dirigí al saloncito con mi bolsa de hielo improvisada, por si me volvía a dar otro golpe de calor.
Fue posarla en la mesita roja, cuando el cerrojo de la puerta me avisó de la llegada de mi chico.
Corrí hacia el vestíbulo.
―¡Jake! ―voceé.
Jacob pasó al interior y cerró la puerta. Solo vestía unos viejos pantalones cortos de color negro y estaba completamente empapado.
―¿Por qué has cerrado con llave? ―le dio tiempo a preguntar, extrañado, antes de que me abalanzara sobre él para abrazarle con fuerza.
―Jake… ―murmuré, todavía con el miedo en el cuerpo, apretando mi abrazo.
Qué bien se estaba entre sus brazos, me hacían sentir tan segura. Automáticamente, me sentí más relajada solo con tenerle a mi lado…
―¿Qué pasa? ―inquirió al verme asustada, despegándome de su cuerpo con delicadeza para mirarme―. ¿Es que ha pasado algo?
Las palabras comenzaron a salir por mi boca atropelladamente.
―Fui al supermercado, porque quería llenar la despensa, ya que mi celo está al caer, y cuando regresaba a casa, vi una sombra en la carretera. No le pude ver bien por culpa de la lluvia, pero me dio muy mala espina, y él se quedó quieto, mirándome, y después se marchó, y…
―Para, tranquilízate, preciosa ―me calmó, llevando sus aún húmedas pero cálidas manos a mi rostro para acariciar mis mejillas con los pulgares. Me quedé algo embobada al ver mis adorados ojos negros tan de cerca, aunque terminé asintiendo―. Ahora, dime, ¿qué fue exactamente lo que viste? ¿Una sombra? ¿Una sombra de qué?
No sabía cómo explicárselo con palabras, así que llevé mi mano a su rostro y le dejé ver mis recuerdos. El semblante de Jacob se puso más serio al ver las imágenes que mi mente le mostraba, y, por supuesto, también percibió ese sentimiento frío que me atravesó al ver a ese individuo extraño. Sus ojos se quedaron fijos por un momento en los míos, que los buscaban asustados.
―¿Ese tipo te atacó? ―quiso saber.
Pasé a mostrarle cómo la sombra se daba la vuelta súbitamente y se perdía entre los árboles, sin acercarse a mí siquiera.
Jacob asintió, tranquilo.
―No tienes de qué preocuparte ―murmuró, repasando mi rostro con el dorso de su mano―, ya hemos acabado con él.
―¿Ya… habéis acabado con él? ―repetí, asombrada.
―Era un chupasangres nómada que se nos había escapado ―explicó―, pero lo alcanzamos cerca del río Dickey.
Mi mano seguía en su mejilla, así que instantáneamente mi cerebro le plantó la imagen de esa especie de capa negra al pensarlo yo misma.
Era una sudadera con capucha me aclaró, llevando sus manos a mi cintura, y también vestía unos pantalones negros.
Suspiré, completamente aliviada, y sonreí.
Mis brazos rodearon su cuello y volví a abrazarle con fuerza, acto que él correspondió de la misma forma.
―¿Estabas asustada? ―susurró.
―Sí.
―La próxima vez que te asuste algo llama a cualquiera de la manada para que se transforme y me avise, ¿vale? Yo vendré enseguida ―murmuró con voz dulce―. No quiero que estés sola.
―No se me había ocurrido ―declaré, dándome cuenta en ese instante de que podía haber hecho eso.
Me despegó de nuevo con mimo y enganchó sus preciosas y brillantes pupilas en las mías.
―Yo siempre te protegeré ―murmuró, deslizando las suaves yemas de sus dedos por mi mejilla.
Me quedé sin aire por un instante y luego este salió en un suspiro precipitado cuando su rostro comenzó a acercarse al mío. Empecé a hiperventilar al notar el roce de su frente sobre la mía y mis párpados cayeron, rindiéndose a todo ese remolino de sensaciones y sentimientos que me embargaban y que me hacían volar. Esa energía espiritual y mágica emergió de nosotros al instante, envolviéndonos como una ligera y cálida brisa. Jacob llevó su mano hacia mi nuca y por fin sentí el roce de sus labios sobre los míos.
Mi boca se entreabrió con la suya al sentir cómo estos se mezclaban lentamente, y un suave jadeo se escapó de mis pulmones. Su abrasador aliento también besaba mis labios, los acariciaba como tórridos susurros.
Ya empecé a arder, mi cuerpo entró en combustión y su efluvio comenzó a llamarme. Sus pausadas respiraciones ya me encendían con desenfreno, solo notar el ardor de su piel, de su aliento, de sus manos, su cuerpo, su boca, ya me ponía todo el vello de punta y me volvía completamente loca.
Pero entonces, sus labios se separaron de los míos, aunque no se fueron muy lejos.
―Tenemos toda la semana para nosotros… ―susurró en mi boca―. Ya lo he arreglado con el señor Farrow. Me ha costado un poco, pero en cuanto le he dicho que era el jefe de mi tribu y que tenía que arreglar algunos asuntos locales, me ha dado la semana sin problemas. No sé qué ha debido de creer que soy ―rio con una risa silenciosa―. Eso sí, la semana que viene tendré que echar horas por un tubo.
―Pensaba que mi celo entraría mañana, pero creo que ya está aquí… ―revelé entre suspiros mientras una de mis manos se aferraba a su pelo.
Su olor pasó a ser algo extremadamente intenso, de modo que esa llamada se transformó en un deseo salvaje e incontrolable.
―Lo sé… ―murmuró él con ansias―. Esta mañana ya olías algo diferente, pero ahora empiezas a volverme completamente loco, nena…
Abalanzó su boca contra la mía con una pasión exagerada y la mía le respondió del mismo modo. Nuestros labios se movían con auténtico frenetismo, al igual que la energía, mientras el vestíbulo se llenaba con los ansiosos jadeos. Me arrimé a él con tanto afán, que estampé su espalda contra la pared que tenía detrás.
No perdí el tiempo. Llevé mis manos a su torso y empecé a acariciárselo con avidez, parándome a sentir bien sus impresionantes y fuertes músculos, con esa piel sedosa y tersa, ardiente, aromática. Hoy era más aromática que nunca. La respiración de Jacob se agitó aún más cuando desabroché su pantalón y arrastré mi mano dentro para deleitarme un rato. Sus manos pasaron a moverse por mi espalda y mi pelo con fervor, ya estaba completamente encendido y su boca exhalaba gemidos sordos, eso me excitó el triple.
Mi lengua se abrió paso y se enredó con la suya entre jadeos salvajes, hasta que la dejé libre. Separé mi boca y subí mi mano para que se uniera a la otra. Volví a acariciar su pecho y pasé mi lengua por sus labios lentamente; una, dos, tres veces, eso le volvía loco. Los dos jadeábamos incesantemente y sus pupilas ya llevaban esa llama de fuego flameando en ellas. Le miré con ojos más que hambrientos y mi boca bajó para besar la línea de su mandíbula. Descendí por su cuello, resollando con ansia, y seguí descendiendo por su pecho, lamiéndolo y besándolo con fervor. Pero yo quería más.
Mi boca continuó bajando, besando su abdomen, junto con mis manos, hasta que le quité los pantalones y por fin llegué a mi objetivo. Jacob gimió y su cabeza se apoyó en la pared a la vez que sus manos se metían por mi pelo para acariciarme con efusividad. Mientras mi lengua gozaba, notaba cómo se estremecía; alcé la vista y él bajó el rostro para mirarme. Eso nos excitaba el doble a los dos, así que le dediqué más tiempo.
En cuanto me levanté, Jacob me estampó en la pared. Nuestras bocas volvieron a encontrarse con salvajismo y mis manos se perdieron por su fuerte espalda y sus amplios hombros. Me quitó la camiseta con un arrebato desmedido y lo mismo hizo con mi sostén. Llevó su boca por mi cuello con desenfreno y mis manos se aferraron a su pelo, aunque lo hicieron con fervor cuando pasó a recorrer todo mi pecho con su tórrida lengua. Ahora fui yo quien apoyó la cabeza en la pared, con mis pulmones trabajando sin parar.
Su boca se unió a la mía de nuevo para besarla con pasión. Bajó sus manos y abrió el cierre de mis pantalones. Con un movimiento enérgico, me los arrastró hacia abajo y estos cayeron al suelo junto con mi ropa interior. Su mano se deslizó por el interior de mi muslo y llegó justo a donde yo quería que llegase. Gemí en sus labios y mis manos se aferraron a su pelo con más ansia mientras mi cuerpo acompasaba sus movimientos, completamente desbocada. Él también jadeó con intensidad, excitado.
Cuando terminó, me quité las playeras con los mismos pies y me abalancé hacia él para besarle, haciéndole caminar de espaldas. Nos dirigimos al saloncito dando tumbos, besándonos y acariciándonos sin control. Soltó mi boca y me dio la vuelta, arrimándose a mí por detrás a la vez que su mano apartaba mi pelo a un lado y sus labios recorrían mi cuello.
Mi respiración ya no podía ser más agitada, giré mi rostro y su boca bebió de la mía una vez más. Me friccioné contra él y me pegué a su cuerpo con ansia, ya no aguantaba más, pero lo hice con tanta, que Jacob se cayó sentado en el sofá, arrastrándome con él.
Mi espalda estaba pegada a su pecho, pero eso no pareció importarle en absoluto, me apretó contra él y siguió besándome el cuello con desenfreno mientras sus manos pasaron a acariciar mis senos. Su lengua ya me estremecía, pero su tacto me entusiasmó enormemente, mis bronquios trabajaban sin cesar. Apoyé la cabeza en su hombro y me dejé hacer a su antojo. Yo era suya, y lo sería para siempre.
Me ayudó a alzarme un poco. Pude sentir cómo su poderosa hombría se unía a mí despacio, lentamente, saboreándolo bien. El placer invadió todo mi ser y mi rostro se giró hacia el suyo para gemir en sus labios. Mi mano se alzó para retener su pelo y nuestras bocas se pegaron del todo, aunque permanecieron quietas.
Con sus manos en mis caderas, empezó a moverse para deslizarse dentro de mí al tiempo que mi pelvis le seguía el compás y la excitación llegó a su punto álgido. La energía que nos rodeaba se convirtió en algo desenfrenado. Lo hacia con ese ritmo pausado, sin prisa, disfrutando de cada roce, y nuestros labios continuaban juntos, acariciándose, intercambiándose el aliento. Mis jadeos ya eran en voz alta y los suyos eran tan ardientes como él.
Mientras se movía, sus suaves palmas volvieron a tocar mi pecho y sus labios besaron a los míos muy despacio, aunque espirando con un deseo desenfrenado. Mi cuerpo se estremecía con intensidad y el placer ya comenzaba a ser impaciente. Una de sus manos bajó por mi estómago y llegó más allá de mi vientre. Entonces, todo enloqueció.
Mis piernas se abrieron más y mi cuerpo se unió a todos sus movimientos de una forma febril. El fuego me invadió como si una llamarada me hubiese prendido y ambos respiramos con mucha más fuerza. La mano que estaba en mi pecho se aferró a mi pelo para que mi boca no se alejara ni lo más mínimo de la suya y su cadencia aumento de ritmo.
El enorme placer que ya sentía se volvió mas intenso y la energía explotó del todo. Note cómo esa brisa prodigiosa, maravillosa y cálida tomaba todo mi cuerpo, era su alma, que se unía a la mía, y eso hizo estallar ese clímax que tomó todo mi ser, llevándome a otro mundo que no era terrenal. Gemimos más fuerte con el orgasmo, sin despegar nuestros labios en ningún momento, y esa mezcla de sensaciones indescriptibles hizo que dos lágrimas rodaran a ambos lados de mi cara mientras mi mano encerraba su corto cabello en un puño ansioso.
Nos quedamos quietos, mirándonos a los ojos a la vez que nuestros pulmones trabajaban sin descanso, y después nos besamos con dulzura durante un rato. Pero sabíamos que esto ni mucho menos había acabado. Esto era el principio, el principio de nuestra fabulosa luna de miel. Jacob pasó su brazo por debajo de mis piernas, se levantó conmigo y me llevó en brazos a nuestro dormitorio.

martes, 28 de junio de 2011

NUEVA ERA. CAPITULO 17: PLANTACION


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PLANTACIÓN

En el aeropuerto no solo se encontraba mi familia, Louis y Monique, Tanya y su aquelarre de Denali también estaban allí. Los franceses iban a prolongar su estancia una temporada más, y los últimos habían llegado el miércoles, así que todavía tenían tres días más de visita por delante.
La semana se me había pasado volando, habíamos llegado el lunes y, sin darme cuenta, ya era domingo. Nuestra semana de viaje a Anchorage se había terminado.
Con mi familia de Denali, a los cuales también consideraba como mis tíos, habíamos vuelto a visitar la ciudad de Anchorage, pero además habíamos conocido las localidades de los alrededores, aunque ellos ya se resabían toda la zona, por supuesto.
Y ahora ya era domingo y nos encontrábamos en el aeropuerto, esperando para embarcar. Me daba pena tener que despedirme de mi familia, aunque, en honor a la verdad, tenía que reconocer que me moría de ganas por llegar a casa. Esa semana de respeto había sido muy dura…
Em y Rose también se marchaban hoy a Australia, aunque su vuelo salía más tarde que el nuestro, así que para el resto de mi familia tocaba despedida doble.
La pantalla anunció el embarque y acto seguido la voz femenina del megáfono hizo lo mismo.
El ritual de las despedidas comenzó.
―Bueno, ya os tenéis que ir ―nos dijo mamá con una sonrisa bucólica en la cara.
―No empieces, ¿vale? ―le regañó Jake―. Mañana mismo nos veremos por la Webcam.
―¿Mañana? ―preguntó ella, extrañada―. ¿No os vais a conectar esta noche?
―Mañana mismo nos veremos por la Webcam ―repitió él, metiéndose las manos en los bolsillos de su cazadora para hacerse el distraído.
―Bella, parece mentira para ti. ¿No te das cuenta de que tienen que recuperar el tiempo perdido? ―intervino Emmett con un tono burlón―. Jacob ha aumentado de temperatura estos días, y no lo digo por el frío, precisamente.
Lo que sí aumentó fue la intensidad del color de mis mejillas. ¿Hacía falta que lo supieran todos?
El resto de mi familia carraspeó con una sonrisa dibujada en la cara.
―Eres muy gracioso, ¿lo sabías? ―ironizó mi chico.
Las carcajadas de mi tío retumbaron en las paredes del edificio, haciendo que pareciesen aún más altas, y mis mejillas se encendieron el doble. Aunque cuando vio la cara de mi padre, su risa se apagó ipso facto.
―Tenéis que daros prisa, la gente ya está embarcando ―nos comunicó papá.
―Sí ―le abracé con fuerza y le di un beso en la mejilla―. Te quiero.
―Y yo a ti ―me correspondió el beso, apretó su abrazo y me soltó para que pudiera ir con mamá.
―Bueno, cielo, que tengáis buen viaje ―me dijo ella, abrazándome.
―Gracias ―le di un beso en la frente y ella se alzó para dármelo en la mejilla―. Mamá ―le llamé antes de que se despegase de mí del todo.
―Dime.
Me separé un poco más para verle el rostro.
―Ya he decidido cuál será mi vestido de novia, y quería decírtelo en persona ―murmuré, cogiéndole las manos―. Será el de la página 42, el que te gustaba a ti.
Mamá se quedó paralizada por un momento y juraría que vi sus ojos un poco vidriosos.
―Pero…, cielo, tiene que ser el que te guste a ti ―declaró con un murmullo.
―Tú dijiste que si te volvieras a casar con papá, ese sería el vestido que elegirías. Por eso lo escojo ―sonreí―. Ya que no tengo el que usaste para el día de tu boda, tomaré ese vestido como si lo hubiera sido.
―La verdad es que no sé qué fue de ese vestido ―se rio con emoción. Entonces, me miró―. ¿Estás segura de que ese es el vestido que quieres llevar en tu boda? Hoy en día ya no está de moda eso de ponerse el vestido de novia de tu madre ―volvió a reír.
―Estoy completamente segura ―afirmé―. Estaba en duda entre varios vestidos y ese estaba entre ellos. Tú has hecho que ese vestido se convirtiera en el más especial para mí, por eso es el que más me gusta. Me has ayudado a decidirme, eso es todo ―y me encogí de hombros para quitarle importancia.
En un abrir y cerrar de ojos, me vi de nuevo entre sus brazos, que me estrechaban con fuerza.
―Mi pequeña pateadora… ―susurró con un nudo en la garganta.
―Mamá, vas a hacerme llorar… ―me quejé con otro atasco en la mía.
Se despegó de mí y llevó sus manos a mi rostro para acariciarlo.
―Tengo unas ganas tremendas de verte ese día ―manifestó, sonriéndome―. Vas a estar preciosa.
―Bella, tienen que embarcar ―habló papá.
―Oh, sí ―asintió, mirándole igual que si se hubiese olvidado de la presencia que teníamos alrededor. Luego, dirigió la vista otra vez hacia mí y me dio otro pequeño abrazo―. Pasadlo bien, pero dormid algo, ¿eh? ―me cuchicheó en el oído muy bajito con una risilla, como si el resto de vampiros que había alrededor no fueran a escucharlo.
Emmett ya estaba mostrando esa sonrisa socarrona.
―Mamá ―le regañé entre dientes con otro murmullo que seguro que también oyeron.
Mi madre se separó de mí, riéndose, y se acercó a Jake para darle otro efusivo abrazo a él.
―Bueno, Jake, pórtate bien, ¿vale?
―Yo siempre me porto bien ―rio él, irguiéndose hacia atrás para levantarla del suelo.
Ella se rio y Jacob la dejó sobre terreno firme otra vez.
―Te quiero ―le dijo mamá mientras le daba un cariñoso beso en la mejilla.
―Y yo a ti ―contestó él, haciendo lo mismo.
Se despegaron el uno del otro y comenzamos a despedirnos de los demás, aunque esta vez más deprisa, puesto que ya llegábamos tarde al embarque.
―Os habéis olvidado de los anillos que os ha regalado Aro ―habló Alice, sacando la cajita de terciopelo azul de su bolsillo.
―No los olvidamos ―aclaró Jacob―, es que no los queremos.
―Jacob, sería bueno que los aceptaseis, Aro se sentirá ofendido si no lo hacéis ―opinó mi padre―. Ya sé que no vais a usarlos, pero por lo menos podíais guardarlos para aparentar que…
―Yo no tengo que aparentar nada ―replicó mi chico, ofendido―. No pienso aceptar nada de esa momia.
El rostro de mi padre se tiñó de preocupación.
―Trae ―intervine, cogiéndolos―. Los guardaré, pero solo para que te quedes más tranquilo.
Jacob resopló con desagrado, pero mi progenitor se relajó.
―Gracias, hija ―sonrió papa.
―Bueno, Jacob, ha sido un placer volver a verte ―se despidió Eleazar, dándole la mano―. Ya sabéis que nosotros también estamos aquí para cualquier cosa que necesitéis vosotros y tu manada.
―Sí, lo sé ―sonrió mi chico―. Lo mismo digo.
Eleazar asintió y le dejó paso a Carmen, a la vez que venía hacia mí para abrazarme.
―Esperamos veros pronto ―me dijo.
―Sí, no tardaremos mucho en venir ―prometí.
Tanya se estaba despidiendo de Jacob cuando Garrett vino a mí.
―En fin, linda, no dudéis en llamarme si alguna vez os veis envueltos en alguna batalla. Últimamente estoy bastante aburrido ―y Kate le lanzó una mirada asesina―. Bueno, me refiero a que, de vez en cuando, un poco de acción está bien, no digo que me aburra ―matizó con una risa nerviosa.
―Lo tendremos en cuenta ―asentí, riéndome.
Kate y Tanya se acercaron las dos a la vez mientras que Garrett se iba hacia Jacob, seguido de otra mirada amenazante de su pareja.
―Os deseamos un feliz viaje ―habló Tanya, cogiéndome de las manos.
―Gracias.
―Ya no os veremos antes, me imagino, así que hasta el día de vuestra boda ―me dijo Kate.
¡Ups! El detalle de mi familia de Denali se nos había olvidado por completo. ¿Y ahora qué les decía?
―Ah, sí, claro ―ahora era yo la que me reía con nerviosismo―. Hasta… hasta el día de nuestra boda.
Las dos hermanas me sonrieron y ambas me dieron un beso.
Genial. A ver cómo solucionaba esto, porque ahora eran cinco vampiros más que colar en La Push.
Apenas me enteré cuando Louis apareció ante mí con esos ricillos locos moviéndose a todos lados. Agarró también a Jacob y nos dio un abrazo conjunto.
―Bueno, mis metamorfos favoritos, sabéis que siempre tendréis un sitio en París.
―Gracias, Louis ―contestó Jacob.
―Carlisle y yo iremos por La Push cuando nos hagamos con esas semillas, para adecuar bien el terreno y ayudaros a plantarlas correctamente ―nos anunció―. Bueno, si tú nos das permiso ―le dijo a Jake.
―Claro ―asintió él.
Monique se acercó a nosotros y nos dio un beso.
El ambiente siguió llenándose de más abrazos y despedidas en un momento, incluso Rose le dio un beso en la mejilla a Jake, eso sí, no sin las respectivas frases:
―Tendré que desinfectarme la boca al llegar a casa ―de mi tía.
―Anda, si lo estabas deseando, Barbie ―de mi chico.
A Emmett y a Jacob les dio tiempo de gastarse un par de bromas extra y por fin conseguimos terminar con todo ese proceso para recoger la mochila del suelo y dirigirnos a la puerta de embarque.
―¡Llamad al llegar a casa, por lo menos! ―nos pidió mamá a nuestras espaldas.
―Sí ―le respondí, diciéndole adiós con la mano.
Me giré hacia delante con Jake, pasamos por el control sin problemas, me despedí con la mano otra vez y nos metimos por el pasillo que daba al avión.

Mientras Jake cumplía su turno de despedida de Seth y le daba las gracias por habernos ido a buscar al aeropuerto, yo abrí la puerta de casa y encendí la luz del vestíbulo. Observé mi preciosa casita y suspiré con alegría.
Saqué mi móvil con prisas y marqué el número de mi madre a toda velocidad.
―Hola, cielo ―respondió nada más descolgar.
―Hola, mamá. Ya hemos llegado ―le anuncié.
―Genial.
―Oye, no tengo mucho tiempo de hablar, tengo que hacer muchas cosas por aquí, ya sabes, deshacer la maleta y eso ―le comuniqué, echando un vistazo atrás para ver si Jacob ya había terminado su conversación con Seth―. Nos vemos mañana, ¿vale?
―Vale ―rio ella, como si supiese más que yo―. Hasta mañana.
―Hasta mañana ―sonreí.
Las dos colgamos y dejé el móvil sobre el taquillón de la entrada.
―Hogar, dulce hogar ―murmuró Jacob, abrazándome por detrás y dándome un beso en la sien que me puso todo el vello de punta.
Tiré la mochila al suelo y me di la vuelta para abrazarle.
―Vamos arriba ―le dije, arrastrando la maleta hacia dentro con una mano y cerrando la puerta de un pequeño puntapié.
―¿Ya? ¿No quieres deshacer la maleta primero? ―preguntó con una de sus mejores sonrisas torcidas.
―Eso puede esperar ―afirmé con ansia, quitándole la camiseta.
Me abalancé hacia él para besarle con pasión, cosa que Jacob correspondió de la misma forma, apretándome contra su cuerpo con verdaderas ganas. La energía ya nos rodeaba por todas partes, mi corazón y el suyo latían a mil por hora y mis mariposas no podían estar más agitadas.
Dejé su boca para que la mía recorriera la línea de su mandíbula e iniciara un descenso hacia su cuello. Lo recorrí fervientemente, tocando su torso de igual modo, mientras los dos jadeábamos sin descanso y sus manos bajaban a la parte inferior de mi jersey. Lo arrastró hacia arriba, estremeciéndome al acariciarme con las dos manos, alcé los brazos y mis labios se despegaron de su garganta para que pudiera sacármelo bien.
Lo tiró en el suelo, junto a su camiseta, y me cogió en brazos para comenzar a subir las escaleras a la vez que nuestras bocas se comían la una a la otra. Ni siquiera encendimos la luz. Jacob me posó en la cama y allí empezamos a dejarnos llevar por esa energía que ya era completamente desenfrenada. Por fin…

No me enteré de que la luz ya entraba por la ventana hasta que mi garganta dejó de gemir, conseguí recuperar el aliento y bajé un poco del cielo; entonces mis dedos aflojaron su pelo y su piel y fue cuando mis párpados se abrieron para mirarle.
Jake estaba entre mis piernas, y yo al amparo de sus fuertes brazos, con su pecho sobre el mío, rozándome. Su frente reposaba en la mía, no se había movido de ahí en ningún momento, nos miramos a los ojos un instante, todavía respirando con agitación, y después llevó sus labios a los míos para besarme con amor y dulzura durante un rato.
Su portentoso cuerpo aún estaba unido al mío, y mis manos se negaban a dejarle ir, no quería separarme de él jamás. Se movían por su tórrida y mojada piel con ahínco, por su húmedo pelo, todo con tal de retenerle. Mi cuerpo seguía palpitando solo con sentirle dentro y el olor de su sudor me volvía completamente loca, era un afrodisíaco demasiado potente como para poder resistirlo. Mi boca pasó a entrelazarse con la suya con más pasión, buscando su ardiente lengua con ansias. Esta acompasó a la mía sin poder evitarlo, sin embargo, fue por un corto espacio de tiempo. Jacob consiguió controlarse y despegó sus labios, eso sí, solo lo justo para que pudieran moverse y hablar.
―Mierda… ―se quejó con un murmullo que frotaba mis labios―. Cielo…, tengo que irme a trabajar… ―suspiró.
Sus brazos hicieron el amago de incorporarse para separar su cuerpo del mío.
―No, no te vayas… ―le detuve, susurrando con fervor, a la vez que mis manos lo aferraban.
―Dios, Nessie, sabes que daría un brazo por quedarme aquí contigo ―aseguró, encendido―, pero el señor Farrow me matará si llego tarde el primer día después de darme esta semana de vacaciones.
―Solo será un ratito más… ―ronroneé en sus labios, besándole muy despacio.
―Esta es la tercera vez que oigo eso… ―bisbiseó con su sonrisa torcida, correspondiendo mis besos.
―Solo un ratito… ―imploré entre suspiros, acariciando su espalda húmeda para llegar a su corto pelo azabache.
Su mirada de fuego se clavó en la mía, que también ardía.
―Nena… ―jadeó ya, pasando a besar mi cuello con pasión.
Y mi garganta volvió a gemir cuando empecé a sentir cómo también comenzaba a deslizarse lentamente dentro de mi cuerpo...

El Golf frenó precipitadamente al llegar frente a la puerta del pabellón del instituto.
―Te veo cuando salgas de clase, preciosa ―me dijo Jake, incorporándose sobre mí para besarme, sin apagar el motor y con la mano en la palanca de cambios.
Me desabroché el cinturón y me arrimé a él. Nos dimos un beso de apenas tres segundos, aunque apasionado, y me despegué de él con prisas y a regañadientes.
―Hasta luego ―me despedí, abriendo la puerta del vehículo.
Cuando saqué una pierna, me di la vuelta para mirarle y terminé arrojándome otra vez a él para darle otro corto y apasionado beso que él correspondió.
―Hasta luego ―sonreí al dejar sus labios.
―Venga, vamos, ya llegas tarde ―rio, haciéndome gestos con la mano que tenía apoyada en el volante para que saliera del coche de una vez―, y yo también.
―Sí ―me uní a su risa. Le di un último beso corto, este normal, y me despegué de él para salir del Golf―. Hasta luego ―me despedí, cerrando la puerta.
Miré hacia atrás para decirle adiós con la mano y vi cómo Jacob se reía mientras él también se despedía. Me reí y me giré hacia delante para echar a correr.
En cuanto entré en el edificio, escuché el motor de ese Wolkswagen Rabbit del 86 rugir, saliendo del aparcamiento a toda mecha.
Yo hice lo mismo por los pasillos vacíos del centro, preparándome psicológicamente para la regañina que me esperaría en clase, pero mi rostro se alegró cuando vi al señor Berty hablando con uno de mis compañeros fuera del aula, dándole un sermón a él.
Me metí en clase disimuladamente y el señor Berty ni se dio cuenta. Sonreí con satisfacción, no se podía tener más suerte.
Corrí hacia mi pupitre, saludé a Brenda, la cual me sonrió, y me senté al lado de Helen.
―Por fin ―rio―. Ya creí que no venías.
―Bueno, se me ha hecho un poco tarde ―admití.
―Pareces muy contenta, ¿te lo has pasado bien en Anchorage? ―se fijó.
La razón de mi desbordante alegría no era esa precisamente, pero ¿qué le iba a decir?
―Sí, no ha estado mal ―entonces, me acordé de lo importante―. Por cierto, tengo buenas noticias.
Los ojos de Helen se iluminaron, sin embargo, cuando iba a seguir hablando para contarle lo que Carlisle y Louis habían descubierto, el señor Berty y ese compañero entraron en el aula y todo el mundo se calló.
Tuve que esperar a la hora del almuerzo para contárselo todo, eso sí, solamente pude hacerlo durante el camino hacia la cafetería, el cual hicimos despacio para que me diera tiempo a soltárselo todo, y con Brenda como testigo, pues ella también tenía interés por saber si el problema de su amiga tenía cura.
Helen estuvo a punto de gritar de alegría cuando terminé de contarle toda la parrafada, menos mal que Brenda y yo le paramos a tiempo. No se lo podía creer, aunque también le advertí de que todo el tema de las orquídeas era difícil. Ella se ofreció para ayudarme en el cuidado y mantenimiento de la plantación, junto con Brenda. No me pude negar, sabía que Helen necesitaba hacer eso como agradecimiento, yo hubiera hecho lo mismo, y Brenda también quería ayudarla, así que acepté ambas ofertas.
Antes de llegar a la cafetería, a Helen también le dio tiempo a contarme que Ryam le había llamado esa semana. Al parecer, no se encontraba en Estados Unidos, aunque no quiso decirle dónde se encontraba ni qué era lo que estaba investigando, por seguridad.
Las gemelas nos echaron un buen rapapolvo cuando por fin llegamos a la cafetería.
Después de almorzar, las clases ya pasaron más rápidamente, aunque no todo lo que a mí me hubiese gustado. Ya en la última, mi pie no hacía más que moverse, haciendo que mi rodilla subiera y bajara incesantemente. Hasta que por fin sonó el timbre.
Me levanté la primera de mi silla, haciendo que Helen y Brenda se rieran por mis evidentes ganas de ver a mi chico. Guardé mis cosas en la mochila a toda prisa y sin orden ninguno, y dejé mi pupitre.
Alguien abrió la puerta para salir y el maravilloso efluvio de mi chico llegó a mi nariz como un rayo.
―Hasta mañana, chicas ―me despedí, caminando con presteza por el pasillo que quedaba entre las mesas.
―Hasta mañana ―rieron ellas.
Salí como una exhalación humana por la puerta y vi a mi chico apoyado en la pared, justo de frente. Su preciosa y blanquísima sonrisa se amplió nada más verme y la mía se contagió. Tiré la mochila a su lado y me lancé a sus brazos para abrazarle. Me levantó del suelo y dio varias vueltas conmigo colgando mientras ambos nos reíamos. Entonces, me bajó y nuestros labios se abalanzaron para besarse.
―Señor Black ―interrumpió el señor Greene de pronto, matizando ese apellido con mal humor y haciendo que Jake y yo nos despegásemos automáticamente.
―Ah, hola, señor Greene ―le saludó mi chico con una sonrisa un tanto insolente.
―Le he dicho mil veces que si volvía a entrar en mi escuela, llamaría a la policía ―volvió a advertirle por enésima vez, bajando tanto sus espesas cejas que prácticamente no se le veían los ojos.
―Solo venía a buscar a mi chica, señor Greene ―intervino Jake en su defensa, con esa sonrisa de fingida inocencia que le salía tan bien, a la vez que cogía mi mano.
Esto ya empezaba a ser un ritual. Los demás alumnos ya ni siquiera se paraban para cotillear, pues siempre se trataba de la misma historia.
―Puede esperarle fuera, no tiene por qué entrar en el edificio ―repitió el director, como siempre hacía―. La próxima vez llamaré a la policía. ¿Me ha entendido?
―Sí, señor ―contestó Jake, haciendo el saludo militar con otra sonrisa, esta dicharachera.
El señor Greene espiró todo el aire por la nariz, rechinando los dientes. Cogí la mochila del suelo y tiré de mi novio para salir de allí. Pude escuchar los murmullos malhumorados del director a nuestras espaldas.
―¿Ves? En el fondo le caigo bien ―se rio Jake con satisfacción.
―Si tú lo dices… ―cuchicheé, aunque yo no las tenía todas conmigo.
Cualquier día, el señor Greene cumpliría con sus amenazas.
Salimos del centro y nos encaminamos hacia el Golf rojo. Nos subimos al coche, puse algo de música y Jake arrancó, avanzando por el aparcamiento y alejándonos del instituto.

Esa semana no tardamos en tener noticias de Emmett y Rosalie. A los cuatro días de estar en Australia, ya se habían hecho con una buena cantidad de semillas. Ventajas de ser vampiros, las semillas eran pequeñísimas, pero no para un ojo superior que puede ver hasta las moléculas del aire, por lo que no les costó excesivamente el localizarlas y recolectarlas. Rose las mezcló con unos polvos de maquillaje facial y lo metió con el resto del equipaje de mano. Cuando la bolsa pasó por el escáner, los agentes de policía ni se enteraron. Ya en su casa en Anchorage, mis tíos, con la ayuda de los demás miembros de mi familia, separaron los polvos de las semillas también sin ningún problema.
Así que ese domingo regresamos al aeropuerto para recoger a Carlisle y a Louis, que llegaron con un dossier que explicaba los cuidados de las orquídeas y las condiciones que tenía que tener la plantación.
Helen y Brenda no fueron las únicas que ayudaron, Jake puso a trabajar a algunos miembros de la manada, que fueron los encargados de traer arena de la playa. En menos de media hora, había una montaña de tierra mezclada con arena en la parte trasera de nuestra casa. Nosotros, los chicos y mis amigas ayudamos a Carlisle y a Louis a extender la mezcla, y poco después esa zona de nuestra preciosa casita se convirtió en un jardín sin flores, una extensión rectangular de tierra llena de montículos donde mi abuelo y su amigo habían plantado las semillas a toda velocidad. Plantaron bastantes más de las necesarias, por si alguna de las plantas no sobrevivía o no llegaba a florecer.
También fue una buena ocasión para que Helen por fin conociera a Carlisle y a Louis. Se quedó realmente impresionada, si bien se notaba el respeto cauto que dos vampiros le provocaban, y se pasó todo el día dándoles las gracias, eso sí. Brenda también se presentó, aunque esta prefirió mantenerse un poco al margen.
Louis no supuso ningún problema para la manada, venía con Carlisle, el Gran Lobo había dado su consentimiento y habían entrado por el sendero que llevaba a la parte posterior de nuestra casa y que marcaba el nuevo tratado.
Mi abuelo y su amigo cubrieron la plantación con un plástico transparente que iba sujeto en las esquinas mediante unos postes y así fue como terminamos de instalar esa especie de invernadero.
―Bien, acordaros de vigilar la temperatura y la humedad de la plantación ―nos recordó Carlisle a Helen, Brenda y a mí, pasándome un aparato que medía todas estas cosas.
―Sí ―asentí.
―No tendréis que prestarles demasiada atención ―siguió Louis―, ya que estas orquídeas crecen en estado salvaje y no necesitan de más cuidados especiales.
―¿Y por eso nos dais este ladrillo? ―ironizó Jake, alzando el dossier.
―Eso es por si tuvierais algún problema ―se defendió mi abuelo―. Me refiero a posibles enfermedades de las plantas, parásitos, plagas, etcétera. Solamente es una guía para indicaros qué hacer en tales casos.
―Menos mal que no había que prestarles mucha atención ―chistó mi chico.
―Con media o una hora que les dediquéis al día será suficiente ―intervino Louis, sonriendo.
―Lo haremos ―afirmé, cogiéndole el dossier a Jacob.
―Sé que lo haréis muy bien ―asintió Carlisle―. Bueno, nosotros nos vamos ―anunció.
―¿Ya? ¿No os quedáis a… cenar?
Era una forma de hablar, por supuesto, pero lo dije para que se quedasen un poco más de tiempo.
Mi abuelo sonrió.
―No, nuestro vuelo sale dentro de media hora. Mañana tengo que trabajar.
―¿Media hora? No vais a llegar a tiempo ―le advirtió Helen.
―No te preocupes, llegarán ―declaró Seth, riéndose.
―En fin, gracias por todo ―le dije, abrazándole―. Llamadnos cuando lleguéis.
―Lo haremos ―contestó, dándome un cariñoso beso en la frente.
El jardín de nuestra casa se llenó de despedidas entre mi abuelo, Louis, los chicos de la manada, mis amigas, Jacob y yo, hasta que los dos vampiros se dieron la vuelta y se marcharon por el sendero a la velocidad de la luz.
―Bueno, ¿qué os parece una barbacoa aquí y ahora? ―propuso Jake con una enorme sonrisa.
―Eso ni se pregunta ―exclamó Shubael, frotándose el estomago.
―¡Yo estoy muerto de hambre! ―siguió Isaac.
―Pues, venga, ayudadme con esto.
Y Jacob y los chicos se dirigieron al garaje para coger la barbacoa y las mesas.