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CAPITULOS:
PARTE UNO: HORIZONTE:
RENESMEE:
1. MAS HUMANA: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/05/nueva-era-capitulo-1-mas-humana.html
RENESMEE:
1. MAS HUMANA: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/05/nueva-era-capitulo-1-mas-humana.html
2. SAGRADOS: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/05/nueva-era-capitulo-2-sagrados.html
3. PRACTICAS: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/05/nueva-era-capitulo-3-practicas.html
4. HELEN: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/05/nueva-era-capitulo-4-helen.html
5. ANIVERSARIO: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/05/nueva-era-capitulo-5-aniversario.html
3. PRACTICAS: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/05/nueva-era-capitulo-3-practicas.html
4. HELEN: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/05/nueva-era-capitulo-4-helen.html
5. ANIVERSARIO: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/05/nueva-era-capitulo-5-aniversario.html
EXCURSIÓN
En
cuanto el timbre sonó, atravesé la puerta de clase corriendo. Respiré tranquila
al ver que el profesor todavía no había llegado y me dirigí a mi pupitre.
El
asiento de Helen otra vez estaba vacío, el lunes no había venido a clase, y
ayer, martes, tampoco. Suspiré con preocupación y seguí caminando para llegar
al casi final del pasillo, donde se encontraba mi mesa.
Brenda
me enseñó tres dedos de la mano con una sonrisita pícara. Sí, vale, el lunes
había llegado justa, y ayer y hoy lo mismo. Le hice un mohín y me senté en mi
silla. Ella se rio y llevó su vista al frente.
Antes
de que me diera tiempo a sacar las cosas de la mochila, el señor Grant apareció
como una exhalación por la puerta con esa animosidad y pasión que siempre ponía
para todo, sin embargo, esta vez no cerró la puerta.
―Hola, chicos. No desempolvéis las mochilas, porque hoy nos vamos de
excursión toda la jornada ―anunció,
dando una gran palmada y quedándose con las manos juntas mientras observaba la
clamorosa reacción de la clase, que empezó a parecerse más a una jauría de la
manada de Jake que a otra cosa. Alzó las manos para calmar a la muchedumbre y,
entre todos esos gritos, siguió hablando―. He arreglado los horarios con el resto de profesores para que no
perdáis ninguna clase, así que lo que queda de semana y la siguiente, tendréis
otras clases que sustituirán a la mía para compensar ―un ooooooh generalizado
cambió el ambiente por completo, pasando de la locura colectiva por poder airearse
de estas cuatro paredes en las que nos veíamos encerrados todos los días, a la
desilusión total por no ver posibilidad alguna de perder el resto de las
aburridas clases. Las voces pasaron a ser un murmullo y el señor Grant pudo
continuar hablando con normalidad―.
Vamos a recoger hojas para confeccionar una biblioteca de los diferentes tipos
de bosques de Norteamérica. Cuando terminemos esa biblioteca, tendréis que
encontrar las semejanzas y diferencias entre ellos, así como la fauna y la
flora que los habita, etcétera. Ya lo iré explicando a medida que avancemos el
trimestre. Por supuesto, esto entrará en el examen y contará para la nota. Hoy
empezaremos con los bosques que están cerca del mar. Las mochilas podéis
dejarlas aquí, pero tendréis que llevar algún cuaderno para tomar notas. Iremos
con el otro grupo al que le doy clase, que ya está fuera. El autocar nos está
esperando, así que saldremos en silencio y ordenadamente.
No
le dio tiempo ni de terminar la frase. Mientras la amplia mayoría de las
féminas de la clase esperaban pacientemente a que él acabase de hablar, los
chicos ya comenzaron a arrastrar las sillas y a desfilar por los pasillos de
entre los pupitres para salir del aula.
―Señor Grant, ¿y adónde nos vamos de excursión? ―quiso saber una de mis compañeras,
tímidamente.
Me
dio la sensación de que lo que menos le importaba era saber el sitio, sino que
lo que le interesaba en realidad era hablar con él, más bien obtener una contestación
que fuese dirigida a ella.
―A los bosques de La Push ―respondió
él.
Brenda
y yo giramos los rostros automáticamente para mirarnos alarmadas.
Si
el bosque se llenaba de gente, no sería tan difícil que alguno pudiese ver a
los enormes metamorfos; no es que pasasen desapercibidos, precisamente. Y no solo
eso, los bosques quileute eran invadidos continuamente por docenas de vampiros
sedientos de sangre.
El
profesor se dio la vuelta y las alumnas que se habían quedado empezaron a
levantarse para salir junto a él.
―Esto…, Señor Grant, no… no se puede ir ―intervine yo, haciendo que se volviese hacia mí.
El
séquito que le seguía se detuvo detrás.
―¿Cómo dices?
Mi
amiga y yo nos miramos de nuevo por un instante.
―En esos bosques hay… osos, animales salvajes y… lobos ―murmuré, frotándome las manos con
nerviosismo.
Aunque
no los lobos que él se imaginaba.
Para
mi asombro, el señor Grant se echó a reír.
―No te preocupes, Renesmee, iremos con un guarda que actuará en caso de
que se nos acerque algún animal salvaje ―se rio―. Lleva la
pistola cargada de dardos sedantes ―apuntilló sin dejar de sonreír.
Su
séquito acompañó su risa.
Contra
los animales
salvajes
que había allí, no creo que los dardos sedantes pudieran hacer nada, ni
siquiera una bala de plata podría terminar con un vampiro.
El
profesor ya volvía a girarse hacia la puerta.
―Señor Grant ―le llamé
otra vez. El aludido volvió a girarse y me miró algo extrañado―. ¿No podríamos a ir a otro bosque?
―¿Por qué? ¿Qué le pasa a ese?
―No, nada ―se me escapó
una risilla nerviosa―. Es que,
no sé, hay otros que también quedan cerca del mar, ¿no?
―Pero ninguno está tan cerca como los de La Push ―alegó él―. De aquí a allí solo hay una media hora, y tenemos que aprovechar bien
la mañana para recopilar el mayor número de datos posible.
Fruncí
los labios, con el gesto claramente disconforme. Brenda tenía la misma cara que
yo. Esto no me gustaba nada, iban a meterse en la boca del lobo, nunca mejor
dicho. Sin embargo, el señor Grant no parecía dispuesto a cambiar de ruta,
probablemente estaba supeditado al presupuesto que el director le había dado
para la excursión. La Push no solo quedaba cerca para ahorrar tiempo, también
ahorraba dinero en gasolina.
Dado
que iba a ser imposible modificar el peligroso destino de la salida lúdica, tendría
que cambiar al no menos arriesgado plan B. No veía otra solución.
―¿Y dice que vamos a estar allí toda la mañana? ―le pregunté.
―Sí, exacto ―asintió con
alegría―. Tenemos que coger el
mayor número de hojas, y también semillas, que en esta época algunos árboles ya
empiezan con la germinación y…
―¿Vamos a estar en una sola zona en concreto o vamos a recorrer varios
kilómetros? ―quise saber,
cortándole.
El
señor Grant pestañeó, un poco confuso por mi pregunta.
―Pues sí, recorreremos varios kilómetros, puesto que ese bosque tiene
una fauna y una flora muy concreta y variada, ya que no solo está el mar, el
río Quillayute también lo cruza ―sí,
desde luego la fauna era muy, muy concreta y variada, no se imaginaba cuánto. Mi
mirada se volvió a encontrar con la de Brenda―. Pero no te preocupes, el autocar os traerá de vuelta al instituto
antes de que suene el último timbre, aunque, según creo, tú vives en La Push,
¿no? Bueno, si quieres a ti te puede dejar cerca de tu casa. ¿Era por eso?
―¿Eh? Ah, no, ya tengo quien me lleve a casa, gracias ―le contesté con otra risita nerviosa por la
situación que se nos echaba encima.
Aunque
me había examinado para sacar el carné de conducir el lunes y había aprobado,
prefería que Jake me trajese y me llevase siempre que pudiese. Le quedaba de
paso, y así nosotros también ahorrábamos en gasolina y aprovechábamos la media
hora de trayecto para estar más tiempo juntos.
―Como quieras ―aceptó
con una sonrisa.
Los
pasos del profesor iniciaron su andadura hacia la puerta de nuevo, con el resto
de pies que le seguían.
Cogí
el cuaderno, un bolígrafo y mi móvil y me acerqué a Brenda con premura. Nosotras
también empezamos a caminar mientras hablábamos.
―¿Puedes llamar a Seth para avisarle? ―le pedí―. Yo voy a
llamar a Jake, aunque está trabajando, no sé si me lo podrá coger.
―Claro ―asintió, sacando
su móvil del bolsillo de su cazadora.
Brenda
calcó el botón de la última llamada y yo marqué el teléfono de Jake a una
velocidad ultrasónica.
Mi
móvil llegó primero a mi oreja y, según caminábamos por el pasillo hacia la
calle, escuchamos los tonos de las llamadas.
Al
sexto en mi móvil, saltó el buzón de mi chico.
―Hola, soy Jake. Ahora da la casualidad de que no me puedo poner, pero
si me dejas un mensaje después del pitidito, puede que te llame más tarde,
¿vale? Pues eso, chao.
Piiiiiiiiiiiii.
―Jake, soy yo. Escucha, el señor Grant nos está llevando de excursión a
los bosques de La Push ―comencé
a explicar lo más deprisa que pude para que me diera tiempo a decirlo todo
antes de que se cortara―. Vamos
a salir hacia allí ahora mismo, que es la primera hora de clase. Ya sé que tú
no puedes venir, pero si tuvieses un rato para, no sé, transformarte o algo y
avisar a la manada ―miré a mi
amiga, que también estaba dejándole un mensaje a su novio―. Brenda está intentando contactar con Seth,
y yo haré lo que pueda en el bosque, pero…
Piiiiiiiiiiiii.
―Mierda ―mascullé―. Bueno, por lo menos me ha dado tiempo a
decirle lo importante. Espero que lo oiga.
―Yo también le he dejado un mensaje a Seth en el buzón ―declaró Brenda―. Pensé que todavía no había llegado a La
Push, pero ya debe de estar patrullando ―entonces, frunció el ceño―.
Mira que le digo que no corra con el coche…
―Voy a llamar a Sam ―dije,
buscando su número en la agenda del teléfono―. Hoy le tocaba el turno de mañana a Leah, así que seguro que está en
casa.
―Igual está durmiendo.
―Pues que se aguante.
Empujamos
la puerta de salida y continuamos caminando detrás del grupo formado por el
profesor y ese gran número de alumnas, que se dirigían hacia un autocar
estacionado en el aparcamiento. El resto de estudiantes de las dos clases
estaban esperando junto al mismo mientras charlaban entre ellos, produciendo un
murmullo eufórico.
El
cuarto tono sonó y Sam descolgó el teléfono, a la vez que llegábamos a donde se
encontraba el largo vehículo estacionado.
―¿Diga?
Sí,
estaba durmiendo.
―Sam, soy Nessie.
―Nessie, ¿qué pasa? ―su
voz sonó más despierta, como si se hubiera incorporado de sopetón.
El
señor Grant empezó a pasar lista.
―Tienes que avisar a la manada ―comencé a advertirle en voz baja para que la gente de alrededor no me
escuchara―. Mi clase y la de al
lado estamos a punto de subirnos a un autocar para ir a los bosques de La Push
de excursión. Brenda y yo ya les hemos dejado un mensaje en el buzón de voz a
Seth y Jake, pero uno está patrullando y el otro en el trabajo, así que no creo
que puedan escucharlos a tiempo.
―De acuerdo, ahora mismo aviso a Leah. ¿Por dónde vais a estar?
―No lo sé, ese es el problema ―Brenda me dio un codazo para avisarme de que el señor Grant me estaba
nombrando―. Ah, aquí ―voceé, levantando la mano para que el maestro
me viera―. Perdona, el profesor
está pasando lista ―volví a
cuchichear.
―Bien. Le diré a Leah que mande a alguien para que os vigile. Así el
resto siempre sabrá dónde estáis y podrán entretener a los vampiros que vayan
hoy por el bosque, para desviarlos de vuestro camino. Con eso la lucha estará
lejos de vosotros hasta que la manada termine con ellos y nosotros no correremos
el riesgo de que nos vea nadie. Cuando sepas adónde vais, avísame. Yo te
mantendré informada de todo. No te preocupes, todo saldrá bien.
Respiré,
más aliviada. La voz de Sam sonaba tan madura y sabia, tan serena, que era
imposible no sentir tranquilidad.
―Gracias, Sam.
―Gracias a ti por avisar.
―Dales un beso a Emily y a los niños de mi parte.
―Lo haré. Hasta luego.
―Hasta luego.
Colgué
y volví a exhalar el aire, más relajada.
―¿Qué te ha dicho? ―quiso
saber Brenda.
―Vaya, Nessie, qué casualidad ―interrumpió Matt Hoffman de repente, saliendo de nuestras espaldas y
apartando a Brenda para posar su descarado brazo sobre mis hombros―. Parece que iremos juntos, ¿eh? Te dejo
sentarte conmigo.
Genial.
Lo que me faltaba.
―Me voy a sentar con Brenda ―afirmé, cogiéndole por la manga de esa cazadora que lucía siempre y
tirando su brazo hacia atrás para quitármelo de encima.
Agarré
a mi amiga de la mano ―desde que ella lo sabía todo, podía tocarla― y la llevé con rapidez a los peldaños del
autocar para subir.
―Es odioso ―masculló
Brenda, dirigiéndole una cara que reflejaba ese sentimiento, mientras subíamos.
―Solo espero que no nos dé problemas ―resoplé, ya avanzando por el estrecho pasillo.
En
medio de un tumulto de alumnos que ya se encontraban sentados, había justo dos
asientos que estaban vacíos. Era el sitio ideal para que Matt no pudiera
sentarse cerca. Aceleré y me dirigí hacia allí.
―¿Qué te ha dicho Sam? ―repitió
Brenda.
Esperé
hasta que nos sentamos para explicárselo, otra vez hablando con una voz muy
baja, tanto, que a mi humana amiga le costó un poco oírme.
Matt
tuvo que conformarse con sentarse a varios asientos de nosotras, aunque,
afortunadamente, estaba rodeado por su grupo de amigotes, que le distrajeron lo
suficiente para que por fin pasara de mí.
El
autocar enseguida salió de Forks y giró a la izquierda para iniciar la andadura
por la carretera de La Push, recorrido tan familiar para mí. Siguió por este
trayecto durante unos cuantos kilómetros y giró a la derecha en el cruce para
seguir por la carretera de Mora. Al poco de rodar por esta calzada, atravesamos
el puente de hormigón que cruzaba el tramo final del río Soleduck, justo donde
se unía con el río Quillayute. La vegetación y los densos y enormes árboles que
suscribían las distintas carreteras no nos abandonaron en ningún momento desde
que salimos del instituto.
Nada
más saber adónde nos dirigíamos, llamé a Sam para que avisase a Leah.
La
carretera de Mora pasaba justo por el medio de los bosques de La Push,
seguramente la manada estaba moviéndose ahora mismo por ellos, luchando contra
algún vampiro nómada. Mientras el resto de alumnos chillaban y charlaban
animadamente, Brenda y yo no dejábamos de mirar por la ventanilla para ver si
veíamos alguna sombra sospechosa que se moviese.
Seguimos
unos cuantos kilómetros más por esa calzada más bien recta que parecía un
pasillo interminable entre todos aquellos altos árboles y el autocar empezó a
recorrer la parte final del trayecto, ese tramo que acompañaba una zona de la
desembocadura del río Quillayute y que terminaba en Rialto Beach.
Atravesamos
el viejo y medio oxidado puente metálico de color grana que se elevaba por el
río Dickey y que lo cruzaba; esa tranquila corriente también se abría paso
entre los prominentes y tupidos pinos, haciendo las veces de pasillo acuático,
para morirse en el río Quillayute, un poco más allá de su curso.
Los
árboles que limitaban la carretera a nuestra izquierda pasaron a distribuirse
por un empinado terraplén que colonizaban junto con helechos y demás vegetación
―esta
pendiente era lo que separaba la carretera del río― y comenzaron a ser más escasos, por lo que
los claros que quedaban entre ellos en algunos intervalos por fin dejaron ver el
ancho y caudaloso río Quillayute.
La
extensa península a modo de isleta que quedaba entre este y el desenlace final
del río Dickey también quedó a la vista, unos pocos árboles la vestían y estaba
cubierta de verde hierba. Un águila volaba en círculos por encima de los
gigantescos pinos y abetos que formaban el bosque que también limitaba con el
río al otro lado del cauce.
Los
árboles de nuestra izquierda desaparecieron en su totalidad cuando el autobús
comenzó a recorrer la cerrada curva hacia la derecha que seguía bordeando el
agua y que solo estaba cercada por una barandilla metálica cuyo cromatismo era
idéntico a la del puente del río Dickey. El poderoso río Quillayute apareció
esplendoroso a nuestro lado sin que nada obstruyera a nuestros ojos, llenaba el
paisaje con su plácido, apacible e impresionante caudal, acompañado de las
vistas de las islas de La Push al fondo. Le quedaba poco para llegar al mar.
En
cuanto salimos de esa curva tan amplia, la barandilla desapareció y los escasos
árboles regresaron para taparnos un poco el hermoso paisaje, hasta que
finalmente llegamos al aparcamiento de Rialto Beach.
Nos
bajamos del autobús y empezamos a deshacer a pie el trayecto que había hecho el
vehículo para llegar al parking, caminando por esa carretera tan conocida por
mí y que ya me sabía de memoria y siguiendo la entusiasmada marcha del señor
Grant, que no dejaba de parlotear sobre los tipos de árboles y arbustos que
había en la zona. Nos internamos en el bosque que limitaba con la calzada y
seguimos la marcha.
El
guarda forestal iba en cabeza, seguido por el joven profesor, su séquito de
alumnas, a las que se les había unido las de la otra clase, y los descontrolados
chicos, que no hacían más que vocear mientras se gastaban bromas. Brenda y yo
manteníamos una distancia prudencial del grupo, vigilando los alrededores, aunque
sin alejarnos demasiado del mismo.
Mi
olfato no me engañaba, y mi oído tampoco, esos potentes latidos resaltaban
sobre el resto de corazones que bombeaban a ritmos muy entremezclados; y había
varios, cinco. Leah ya había dado la orden y teníamos a cinco lobos vigilándonos.
Cuando miré de reojo, vi la cabeza de Embry escondida entre las sombras de la
vegetación del boscaje. Asintió levemente para recordarme que iban a estar
cerca y yo le correspondí asintiendo también.
Brenda
y yo nos dedicamos una mirada cómplice de tranquilidad y nos aproximamos más al
grupo.
―Por favor, chicos, no arméis escándalos aquí, ¿de acuerdo? ―nos pidió el señor Grant, caminando hacia
atrás mientras hablaba. El griterío se convirtió en un murmullo más bajo―. Tenemos que procurar que nuestra presencia
perturbe la paz del bosque lo menos posible.
Paz,
lo que se dice paz, no es que fuera lo que abundase por estos bosques,
precisamente…
El
joven e informal profesor desprendía una especie de camaradería que siempre
conseguía que los alumnos le hicieran caso sin mayores problemas. El grupo siguió
caminando en silencio, si bien se oían cuchicheos y murmullos de charlas y
cotilleos.
Después
de una caminata de unos veinte minutos, el profesor y el guarda se detuvieron, obligándonos
al resto a hacer lo mismo, que formamos una especie de corrillo alrededor de
ambos.
Mientras
el guarda se puso a darnos una disertación sobre estos bosques y todos
comenzamos a apuntar en nuestros cuadernos, el pesado de Matt aprovechó para
acercarse junto con dos de sus amigotes. Puse los ojos en blanco y resoplé cuando
se colocó a mi lado.
―La semana que viene voy a dar una fiesta en mi casa. Voy a concederte a
ti el privilegio de asistir como invitada preferente ―me anunció con esa estúpida sonrisa presuntuosa
suya.
―¿Es que nunca te cansas de dar fiestas? ―le criticó Brenda, poniéndole cara de asco.
Cualesquiera
que fuesen las palabras que Matt tenía pensado soltar, fueron cortadas por el
señor Grant, que nos mandó callar para que prestáramos atención a la
explicación del guarda.
¡Uf!
Menos mal.
Después
de la charla de ese hombre y de los apuntes que tomamos, el profesor nos dio
vía libre para distribuirnos en un reducido perímetro que había acordado con el
guarda para que comenzásemos a recoger hojas, semillas y todo lo que
encontrásemos relacionado con el hábitat que nos rodeaba.
Ese
perímetro facilitaba mucho las cosas a los metamorfos, y Brenda y yo nos
relajamos más.
Las
horas que conformaban la mañana transcurrieron con más rapidez, al encontrarnos
tan ocupados. Hicimos un descanso a medio día para tomar unos bocadillos que el
guarda llevaba en su enorme mochila, y seguimos con la jornada.
Matt
parecía un moscardón, revoloteaba a mi alrededor para intentar llamar mi
atención mientras soltaba por esa boca todo tipo de lindezas, pero, por más muestras
que le daba yo y más que le recordaba que tenía novio, se negaba a darse por
enterado.
Y
entonces, cuando mi paciencia tocó la campana de su límite y me giré para
gritarle que me iba a casar, escuché un sonido que me sobresaltó e hizo que mis
cuerdas vocales se quedasen mudas.
Los
oídos humanos que me rodeaban no oyeron nada, puesto que el aullido de uno de
los lobos que nos vigilaban y protegían, y que dio la voz de alarma, fue
emitido a una frecuencia muy baja, pero yo lo escuché perfectamente, y lo
descifré con igual facilidad.
El
mensaje era muy claro: había vampiros cerca.
No
tardé en verlo ratificado. Entre toda aquella vegetación, mis ojos de medio
vampiro pudieron distinguir la cabeza de Embry, que volvió a hacerme un gesto,
esta vez para que me acercase a él. Luego, se ocultó de nuevo.
Esquivé
a Matt, que seguía dándome la tabarra para que fuera a su fiesta, y me acerqué
a Brenda. La cogí de la mano y nos alejamos un poco de ese pelmazo.
―¿Qué pasa? ―preguntó,
frunciendo el ceño con preocupación al ver mi semblante.
―Quédate aquí. Voy a ir a hablar con Embry ―bisbiseé.
―¡¿Hay vampiros?! ―adivinó.
―¡Shhhh, baja la voz! ―le
regañé con un cuchicheo.
La
risa arrogante de Matt, que empezaba a aproximarse a nosotras, nos interrumpió.
―Sé que necesitáis mi ayuda ―espetó sin dejar de reírse―. ¿O es que estáis hablando de mí?
―Entretén a ese pelmazo mientras yo voy junto a Embry ―le cuchicheé al oído―. No quiero que me siga.
―¿Yo? Pero, pero, Nessie… ―protestó
ella igual de bajito a la vez que yo empezaba a caminar hacia la zona donde
había visto a mi hermano lobo.
―¿Adónde vas? ―quiso
saber Matt, aunque yo no le hice ni caso.
Me
giré hacia atrás para cerciorarme de que el señor Grant y el guarda no me veían
y entonces vi que ese presumido ya comenzaba a seguirme con una sonrisa
engreída.
¿Pero
qué estaba entendiendo el muy imbécil? Si no fuera porque la situación me urgía
hacia otro asunto, me hubiese dado la vuelta para darle una patada en el trasero.
A ver si así salía volando y se caía en el río para que se le enfriaran las
ideas. Qué asco…
―Va al baño ―respondió
Brenda, malhumorada, cogiéndole del brazo para pararle.
Resoplé
con indignación, negando con la cabeza, y seguí mi camino con celeridad,
metiéndome entre los árboles y avanzando unos cuantos metros más de donde
estaban mis compañeros del instituto.
Embry
me estaba esperando en su forma humana; no parecía excesivamente preocupado. Me
aproximé corriendo.
―Dime ―le dije nada más
llegar a su lado.
―Escucha, vamos a tener que alejarnos de aquí un rato ―me empezó a explicar―. Hay un grupo de vampiros que ha conseguido
escapar de la otra parte de la manada y vienen hacia aquí atraídos por el olor
a sangre humana. Algunos de los nuestros les están siguiendo, pero van a
necesitarnos, Leah y los otros todavía están muy ajetreados y no ha podido mandar
más gente. Vamos a acorralar a esos vampiros lejos para terminar con ellos
antes de que puedan acercarse por aquí.
―Vale ―asentí con
preocupación.
―No te preocupes, Sam ya se ha unido con más refuerzos y vienen hacia
aquí ―declaró, llevando su pie
hacia un lado para echar a correr de un momento a otro―. Estarán cubriendo la zona en un periquete.
Y Jake ya salió del taller, está de camino.
―¿Jake ya viene hacia aquí? ―mi cara se iluminó.
―Sí. Ah, por cierto ―siguió,
empezando a caminar sin dejar de mirarme―, te estuvo llamando, pero tu móvil está apagado, así que tuvo que
llamar a Sam. Se lo dijo a él para que me lo dijese a mí y yo te lo dijera a ti
―se rio de su propio
trabalenguas y echó a trotar―. Bueno,
hasta luego, y no te preocupes, todo saldrá bien ―se despidió, con medio cuerpo girado hacia
mí y agitando la mano en el aire.
―Hasta luego.
Se
volvió del todo y desapareció entre la espesura del bosque.
Saqué
el móvil del bolsillo de mi cazadora. Efectivamente, estaba apagado. Intenté
encenderlo, sin embargo, la pantalla enseguida me avisó con un mensaje y esos molestos
e inoportunos pitidos. Se había quedado sin batería. Menudo momento que había
elegido para desconectarse.
Me
disponía a regresar con el grupo de la excursión, cuando la suave brisa que
llevaba soplando toda la mañana pegó un giro repentino, haciendo una especie de
bucle invisible, y por un momento cambió de rumbo. El aire regresó a su dirección
de antes, pero ese pequeño instante fue suficiente para que percibiese una
mezcla de olores que me hizo quedarme tiesa en el sitio.
No
muy lejos de allí, distinguí el olor de varios vampiros, aunque no fue eso lo que
más me alarmó. Del mismo sitio, y mezclado con esos olores, también había otro
efluvio. Estaba demasiado tapado con la esencia de los vampiros, pero ese
diminuto matiz no engañaba a mi olfato y mi oído. Un plasma era bombeado por el
rítmico latido de un corazón, un corazón humano, y latía a un ritmo
completamente acelerado, estaba aterrado.
―¡Embry! ―le llamé con
una voz, aunque no tan alta como a mí me hubiese gustado, puesto que no quería
que mis compañeros lo oyesen.
Pero
no me había oído, y los latidos cada vez se aceleraban más, su cadencia se
volvió vertiginosa. Esa persona estaba en grave peligro, estaba a punto de
morir si alguien no hacía nada para impedirlo. Embry no me había escuchado, seguramente
ya estaba lejos, con los lobos que estaban demasiado ocupados ahora mismo
intentando terminar con ese puñado de vampiros que habían olido nuestras
sangres, Leah y su grupo lo estaban con el resto de vampiros nómadas que habían
venido para enfrentarse a ellos, Jake aún estaba en su coche, de camino a La
Push, y Sam y sus refuerzos todavía no habían llegado. Y aunque lo hicieran
rápido, no les iba a dar tiempo para salvar a ese humano.
Solo
quedaba yo.
El
corazón humano pegó un salto, despavorido.
No
me lo pensé dos veces.
Eché
a correr a toda velocidad para dirigirme al sitio de donde procedía esa
mezcolanza de efluvios que había percibido gracias a la ráfaga de aire.
Busqué
la lengua de fuego en mi interior y me transformé en plena carrera. Mis latidos
se ralentizaron al mínimo, mi sangre se heló, mis músculos se volvieron duros
como el acero y mi olor pasó a ser idéntico al de mi lobo. Mi cabeza no tenía
ruido alguno, ni siquiera el zumbido monocorde que quedaba cuando Jake se
desconectaba del resto, señal de que él todavía no había llegado a La Push.
Tenía
el viento en contra, aunque tampoco soplaba rumbo a los efluvios. Más bien era
una brisa lateral. Eso me daba cierta ventaja para el factor sorpresa, ya que
los vampiros tampoco podrían olerme a mí y podría actuar sorpresivamente. También
me tranquilizó un poco que no pudieran oler a mis compañeros, por lo menos, de
momento no lo habían hecho, si no, ¿por qué iban a ir a por un humano solo si
tenían a un grupo bien grande un poco más allá?
Sabía
que yo tenía un hándicap; bueno, dos. Yo era una, y ellos varios, y encima solo
era mitad vampiro. Bueno, tres, porque, además, aunque me transformase no
llegaba a ser un vampiro completo, y ellos seguían teniendo ventaja numérica.
Sin
embargo, seguía sin dudarlo ni un segundo. Tenía que salvar a esa persona como
fuera. Era un riesgo, porque iba a descubrir mi secreto, y tal vez el de los
metamorfos, pero ya había visto a los vampiros, así que eso ahora tenía poca
importancia. ¿Cómo iba a permitir que asesinaran a alguien casi delante de mis
narices? Mi conciencia no podría soportarlo. Además, en cierto modo, yo era una
loba encerrada en un cuerpo de vampiro, y los lobos estábamos hechos para
proteger a los humanos luchando contra los vampiros malos. Yo era una más de la
manada. No sabía cómo iba a hacer, pero tenía que actuar, una maniobra de
distracción o algo hasta que a Sam y a los suyos les diera tiempo a llegar. Sin
Jake, no podía comunicarme con ellos mentalmente, pero ya encontraría alguna
solución para avisarles.
Seguí
galopando por el bosque, esquivando con agilidad los árboles que se plantaban a
mi paso. Entonces, escuché las agresivas voces de los vampiros, que me
alertaron todavía más. Eran unas voces masculinas.
―¡Si no vienes con nosotros, morirás! ―chilló una de las voces con un acento extraño que no conseguí
identificar.
―¡¿A qué esperamos, Razvan?! ¡Matémosla! ―siguió otro; este tenía una voz grave―. No nos sirve para nada, y yo me muero de sed ―su tono se volvió aún más oscuro y ansioso.
―¡Sí, a por ella! ―gritó
uno más.
Por
fin, los árboles dejaron un hueco por el que pude ver cómo el último que
hablaba ya tomaba impulso para arrojarse sobre su víctima, que profirió un
chillido de pánico.
¡No!
Apreté
los dientes y agrandé las zancadas de mis piernas a todo lo que daban, para que
pudieran llegar a tiempo.
Para
ellos, salí de la nada. En cuanto atravesé los abetos que me quedaban para alcanzar
mi meta, pegué un salto enorme y me abalancé sobre la chica. Caí encima de ella
y conseguí apartarla justo en el mismo momento en que el vampiro aterrizaba en
el suelo, en el sitio donde debería de estar ella para ser devorada.
Rodamos
unos pocos metros, hasta que la fuerza de la inercia cesó y nuestro movimiento
centrífugo paró, quedando las dos tendidas en el suelo, de lado.
Mi
instinto me hizo incorporarme automáticamente, y cuando mis pupilas se toparon
con lo que tenían enfrente, casi se me salen del sitio.
Y
no solo por tener a esa persona delante, es que sus ojos, que se habían clavado
en los míos también con asombro, no eran los dorados de siempre, no tenían
lentillas, y eran de un color extraño, muy parecido al fucsia.
―Helen…
―murmuré
con sorpresa y perplejidad.
―Nessie…
―musitó
ella de igual modo.
HOLA!! Soy JACOB&NESSIE
ResponderEliminar(es que no se por que no me deja identificarme)
Aqui os dejo otro capitulo!!
Espero que os guste ^^
Un besazo!!
me encaantaa! mil gracias por publicarlos! ya muero por saber que le ocurrio a helen! besos para ti!
ResponderEliminarAAAAh! Ya quiero saber que le paso a Helen tambn! Emm.. Que bueno! A partir de hoy puedo leer desde tu blog. Este me gusta mas! Deciq ue justo lei en un comentario tuyo el link de tu blog. Que buenoo.! Ahora te puedo llenar de comen aaca! xD Genia! Besos! Y gracias por seguir publicando.. Ya estoy re obseciva con tu historia. La trama es genial. :P Cuidate Hermosa!
ResponderEliminarSimplemente espectacular!!, llevo 3 semanas lleyendo esto y lla estoy en el segundo libro quiero agradecerte por mantener nuestra obsecion viva :) gracias gracias gracias nunca dejes de escribir ;) me encanta como escribes
ResponderEliminarNat :)
No se pasen OMG!!!
ResponderEliminarQ hacia Helen hay???
Ya descubrió su secreto, q va a pasar aora,q hará Nessie
Te quire
K=D