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viernes, 25 de julio de 2014

PRIMER CAPÍTULO DE ESTE

¡Hola a todos!

Bueno, lo prometido es deuda, así que aquí tenéis el PRIMER CAPÍTULO de ESTE. Espero que os guste ;)





EN SU BUSCA
NATHAN
El terreno estallaba una y otra vez en violentas nebulosas de polvo que se mezclaban con las briznas de hierba arrancadas bajo los cascos frenéticos de los caballos. La agitada respiración de éstos tan sólo era acompasada por los sonidos nocturnos y por las ahuecadas pisadas del galope, que parecían arrasar en los propios ecos del bosque. Hacía horas que los árboles se habían transformado en manchas alargadas de distintas tonalidades gracias a la vertiginosa velocidad, que zumbaba con furia mientras nos abríamos paso y esquivábamos diestramente todo cuanto se interponía.
Sí, nada se iba a interponer en mi camino. Nada se iba a interponer entre July y yo. Volví a hacerme ese juramento al tiempo que mi dentadura se apretaba con furia cuando recordaba a ese cabrón de Orfeo. No, él no me la arrebataría. Jamás.
Sin embargo, inevitablemente, y mezclándose con mi furia en una amalgama extraña y desconcertante, también volví a hacerme las mismas preguntas que había estado haciéndome desde hacía cuatro días, desde que había recibido esa carta. ¿Qué coño quería Orfeo de mí? ¿Para qué me había llamado? ¿No era de locos? Se llevaba a July a la fuerza y después me hacía llamar. ¿Acaso no era eso toda una provocación? Sabía de sobra que yo iría a por ella de todas formas, entonces, ¿para qué esa estúpida invitación? Sí, tenía que ser eso. Quería provocarme. Quería que explotase de cólera en su propio reino a fin de tener la excusa perfecta para apresarme. ¿Qué otra cosa podía ser, si no? Hijo de mala madre… Rechiné los molares de nuevo. No tenía muy claro cómo iba a controlar toda la ira que se revolvía dentro de mí, ni tampoco si lo conseguiría del todo, pero tenía que ser precavido y tener cuidado con eso.
Afortunadamente, y aunque al principio la idea no me había hecho ni pizca de gracia, no estaba solo en este viaje. Mark y los chicos ―todos menos Danny, que seguía curándose de su pierna quemada― habían insistido en venir conmigo, ofrecimiento con el que Igor se mostró totalmente de acuerdo, claro. Creían que así iban a poder controlarme.
―Deberíamos hacer una parada para descansar ―opinó Mark de pronto.
―Nada de paradas. Ya queda menos ―hice crujir mi dentadura mientras mantenía la mirada fija en esa senda que conducía a la pasarela del Sur.
―No conseguiremos nada con las mentes y el cuerpo agotados. Sería mejor…
―Tenemos que seguir, ya estamos llegando ―corté a mi amigo sin quitar la vista del frente.
―Todavía nos quedan unas cuatro horas, por lo menos ―discutió Tom, aunque en tono precavido―. Llevamos muchas horas galopando, todos estamos cansados, incluso tú lo estás.
―El plazo eran cinco días, y ya es de noche ―rebatí.
―Nathan, los caballos deben descansar y tomar agua ―me recordó Luke.
Fue entonces cuando despegué mis pupilas del camino para llevarlas hacia atrás. La piel de los equinos estaba humedecida por el sudor del esfuerzo, aunque ellos continuarían corriendo hasta morir exhaustos, lo llevaban en las venas. Pero también me percaté de otra cosa. Me di cuenta de cómo se miraban todos entre sí, de cómo me observaban a mí. Se podía ver la preocupación por todo esto en sus caras, sin embargo, el respeto que sentían hacia mí les impedía desobedecerme. Seguirían tras mis pasos hasta caer agotados, al igual que los caballos, me seguirían al mismísimo infierno aun sabiendo que iban a desfallecer, si yo no consentía parar.
Mierda. No podía quitarme a July de la cabeza, ella era lo primero y más importante para mí, pero también sabía que me estaba pasando.
Viré hacia delante y solté un resollado.
―Está bien ―accedí, tirando de las riendas con suavidad para que mi caballo se fuera deteniendo progresivamente.
Él también resolló por los ollares mientras acataba mi petición y mis compañeros me imitaban.
―Sólo será media hora, te lo prometo ―me calmó Mark, mirándome con complicidad―. Echaremos unas meadas, cenaremos algo y cuando los caballos terminen de reponerse, reanudaremos la marcha, ¿de acuerdo?
Asentí, con un suspiro que se sumaba al desborde de intranquilidad que se escapaba por todos mis poros, y Mark concluyó con una palmada en mi espalda.
Nos detuvimos en un rincón situado en el margen de la senda, ocultos tras unos cuantos árboles de copa baja, y nos disgregamos para atender a la primera proposición de Mark. Al final no había sido tan mala idea. No me di cuenta de las ganas que tenía de mear hasta ese momento. Mientras que los caballos bebían toda el agua que podían, yo parecía estar desalojando todo el líquido de mi cuerpo.
Después de estirar un poco las piernas, nos sentamos a cenar. No tenía ni gota de hambre, la ansiedad y los nervios podían conmigo, pero Luke se había molestado en poner los conejos que habíamos cazado a mediodía en las brasas, así que me senté a cenar más por compensarle a él que por otra cosa.
Estábamos cenando aprisa para continuar con el trayecto lo antes posible cuando, de repente, algo interrumpió el mutismo que nos rodeaba. Todos nos pusimos en pie de inmediato y llevamos la mano a la espalda para tentar a nuestras armas. Nos quedamos a la espera.
El repiqueteo sosegado de una marcha paralizó a los sonidos de la noche. Entonces, un grupo de seis hombres apareció en el camino, montando en sus caballos. Sus ropajes, de tela gruesa y color verde oscuro, eran elegantes, aunque lo que delató realmente su identidad y procedencia fue la bandera que portaban. Un árbol frondoso, de ramas largas y pobladas, regía en el centro del estandarte. Lo reconocimos al instante, por supuesto. Era el emblema de las Tierras del Este. Los protectores no se habían detenido en un principio, sino que proseguían con su misteriosa andadura, pero sus rostros se giraron hacia nosotros cuando nos descubrieron, y terminaron parando.
Tanto ellos como nosotros nos quedamos quietos, mirándonos. Los protectores lo hicieron con curiosidad, y nosotros con cierta tensión. No llevábamos la montera puesta, aunque eso no fue impedimento para que ellos también supieran enseguida que éramos guerreros del Norte. El hombre que iba en cabeza me contempló a mí especialmente, observándome fijamente, con aire arrogante. Le clavé una mirada amenazante, por si acaso. No sabía qué pintaban estos aquí ni qué se traían entre manos, pero no podía dejar que se entrometieran en nuestros asuntos. Sin embargo, el hombre regresó la vista al frente y, sin más, hizo proseguir la marcha, acompañado por sus compañeros.
Observamos cómo se alejaban en silencio, sin quitarles ojo. Me extrañó su presencia por estas tierras, pero al fin y al cabo ninguno de nosotros estábamos en nuestro territorio, así que, fuera cual fuera el motivo de su paso por el Sur, supongo que ambos bandos decidimos evitar preguntas y problemas.
―¿Qué demonios vendrían a hacer aquí esos protectores de las Tierras del Este? ―inquirió Mark, frunciendo el entrecejo con extrañeza.
―Ni idea ―respondí con la mirada también enrarecida.
Suspiré y me senté de nuevo para terminar con la cena lo antes posible. Mis amigos me imitaron al segundo. Como era mi intención, acabamos con los conejos al poco. Seguidamente, preparamos a los caballos y reanudamos nuestro veloz galope hacia el castillo del Sur.
Tardamos algo más de tres horas en acceder a Boca Escarpada. Al atravesarlo, sus puntiagudos dientes se veían más tenebrosos aún con el fulgor de la luz lunar que ya asomaba desde el exterior. Apreté la dentadura y el paso para salir de la caverna cuanto antes y, por fin, esa maldita pasarela se extendió ante nosotros. El castillo de ese cabrón todavía estaba en lontananza, pero sus luces se vislumbraban como fluctuantes brillos de color anaranjado. Mis ojos no dudaron en fijarse en la torre más alta, en su parte más elevada. La ventana de la celda de July estaba iluminada, pasando a velar a todas las demás luces; ahora esa ventana era todo un faro para mí.
Azucé las riendas de mi caballo, suplicándole que hiciera un último esfuerzo para mí. Pobre amigo, tendría que recompensárselo más adelante, pero tenía que llegar a July ya, no aguantaba más.
July… ¿cómo estaría? ¿Estaría bien? ¿Le habría hecho algo malo ese hijo de mil zorras? Mis muelas crujieron. Como ese desgraciado hubiera osado a ponerle un solo dedo encima… esta vez no le arrancaría sólo una oreja; esta vez sería hombre muerto.
No lo soportaba. No soportaba esta incertidumbre, esta espera… Llevaba cuatro días conteniéndolas dentro de mí, pero ahora ya no estaba seguro de poder seguir haciéndolo. Lo único que podía ver mi mente en estos momentos era el rostro de July, mis últimos recuerdos junto a ella: su cuerpo desnudo, sobre el mío, su largo cabello cayendo sobre su espalda húmeda, sobre sus hombros, sus pechos, su sedosa piel, sus labios, sus preciosos ojos clavándose en los míos, su risa, sus besos… Ella lo era todo para mí, y ese hijo de puta se la había llevado a la fuerza casi delante de mis narices.
Rugí en mi interior.
Esa endiablada pasarela se me hizo más larga que todo el trayecto al completo, aunque finalmente, ¡al fin!, llegamos a nuestro destino.
Los guardias nos abrieron la verja de la puerta en cuanto nos vieron, ni siquiera tuvimos que frenar. Bien, ya estaban al tanto de mi visita. Pasamos al interior de la fortaleza de inmediato, continuando con el mismo galope, hasta que alcanzamos el patio. Allí, aminoramos la marcha y, justo delante de la torre principal, nos detuvimos.
Me apeé de mi caballo ipso facto, seguido de Mark y los chicos, y, corriendo, me dirigí directamente a la atalaya.
―¡Eh, tú, ¿dónde vas?! ―me increpó un protector del Sur, saltando delante de mí para interrumpir mi rápido paso.
―Apártate de mi camino ―gruñí, notando un rayo de fuego que atravesaba mi estómago y que ya anunciaba la pérdida de la poca cordura que me quedaba.
El protector se envaró, desenvainando su espada, y mis compañeros respondieron a esa amenaza como acto reflejo, sacando sus katanas de la espalda con un chillido metálico. Otros protectores se unieron a la fiesta, acercándose con un brinco espasmódico. La tensión danzó a nuestro alrededor, jugando con una suave brisa que despeinaba nuestros cabellos mientras todos nos clavábamos la mirada.
El robo del Fuego del Poder todavía estaba demasiado presente.
―Basta ―se oyó de repente.
Esa asquerosa voz regia y mandona no sólo hizo que el protector se quedase inmóvil, sino que también provocó que mi pie se quedase trabado en el sitio. Giré medio cuerpo lentamente, ya sintiendo cómo empezaba a regurgitar la cólera almacenada en mi estómago, y al fin me topé con ese malnacido. Se acercaba hacia mí con paso seguro, levantando el mentón con esa arrogancia suya.
¡Maldito!
Mis compañeros se guardaron las armas con prisas al verme. Me arrojé hacia él, pero el inoportuno de Mark interceptó mi embuste, ayudado por Tom y Luke. Los protectores que había por allí se pusieron alerta otra vez, aunque al ver mi fuerte amarre no intervinieron.
―¡¿Dónde está July?! ―exigí saber, lleno de ira.
―Cálmate ―me pidió Mark, forcejeando con mis hombros.
Ese desgraciado de Orfeo izó su barbilla un poco más, esta vez con autoridad.
―Vendrá conmigo ―le mandó al protector, que se quedó estupefacto.
¿Es que se hacía el sordo?
―¡Ya me tienes aquí, así que quiero ver a July! ―grité.
Orfeo me miró fijamente, hasta que por fin contestó:
―Juliah no está en la torre.
Mi vista se quedó clavada en la suya, recelosa.
―¿Dónde la has encerrado, entonces? ―quise saber, raspando las palabras todavía con furia.
Se quedó callado un par de segundos, observándome con una intransigencia próxima al dominio.
―Acompáñame ―dijo al fin.
Y se dio media vuelta.
Mis muelas chocaron entre sí. ¿A qué venía tanto misterio?
Me deshice de mis amigos de un brusco tirón y comencé a seguirle. Sentía unas ganas tremendas de aniquilarle, sin embargo, primero tenía que ver a July. Mark y los chicos acompañaron mis pasos.
―Tú solo ―añadió de pronto, sin ni siquiera virar la cara.
Volví a machacar los molares por esa prepotencia.
―Quedáos aquí ―les ordené a mis amigos, yo sesgando el rostro para dirigirme a ellos.
Mis compañeros tuvieron que quedarse en el sitio, mirándose los unos a los otros con resignación, al tiempo que Mark observaba mi marcha y se mordía el labio inferior con inquietud por lo que yo pudiera hacer.
Continué detrás de Orfeo, sin quitarle ojo. Me condujo hasta ese emperifollado palacio y, una vez allí, recorrimos el ancho pasillo del ala derecha del edificio. Empecé a escudriñarlo todo con frenetismo, buscando alguna puerta que diera a la prisión de July, pero la decoración de las paredes era tan sobrecargada, que lo que parecía ser una entrada resultaba ser un simple marco de adorno. A medida que avanzábamos, mi nerviosismo y ansiedad por reencontrarme con July aumentaban. Lo único que deseaba era tenerla entre mis brazos de una vez, a salvo.
Mi impaciencia por fin se vio recompensada cuando se divisó una puerta al fondo. La única puerta de todo el pasillo. Me adelanté a ese desgraciado, aprovechando para darle un intencionado embiste con mi hombro, y corrí hacia ella. La abrí con celeridad, pasando al interior de igual modo.
―¡July! ―exclamé con preocupación, buscándola con la mirada.
Pero ese despacho estaba vacío.
―Juliah tampoco se encuentra aquí ―declaró ese bastardo a mis espaldas.
Me giré hacia él, furioso.
―¡¿Qué mierda es esto?! ¡¿Por qué me has hecho venir?! ¡¿A qué coño estás jugando?! ―voceé, cerrando las manos en puños apretados que a punto estuvieron de arrojarse a su petulante cara.
No sé cómo me contuve. Bueno, sí, porque en ese instante recordé mis sospechas acerca de una posible trampa para provocarme.
―Calma, guerrero, la verás, pero antes debemos hablar ―dijo, cerrando la puerta con una tranquilidad que hasta me resultó insultante.
Eso esperaba, porque si él no me la traía, iría por todo el castillo cargándome a quien fuera para ir en su busca, incluido él. Sin embargo, el final de su frase llamó ligeramente mi atención.
―¿Hablar? ―mis cejas se extrañaron.
―Créeme, a mí también me resulta muy difícil olvidar nuestro último encuentro… ―aseveró con voz y gesto rabioso, alzando la mano hacia la cabeza. 
No me había fijado hasta este momento. Su peinado había cambiado, ahora lo llevaba de lado, cubriendo el lateral de su cara. Sus dedos retiraron un mechón, donde apareció la ausencia de su oreja y una cicatriz reciente que la delineaba.
Vaya, al parecer no habían podido injertársela de nuevo. Tengo que reconocer que eso me hizo sentir un poquito mejor, dentro de lo que cabe, claro.
―Por tu culpa perdí la oreja ―masculló con dientes comprimidos.
―Debería haber apuntado a otra zona ―y mi vista bajó a su entrepierna para que lo pillase.
Se recolocó el pelo y respiró hondo.
―No obstante, en la carta que te envié dejé claro que esto era una pequeña tregua ―me recordó, si bien su semblante seguía mostrando su arrogancia y esa mirada que me observaba por encima del hombro―. Sólo quiero dialogar contigo de un asunto que te atañe.
―¿Acaso vas a reclamarme una oreja para que te la pongan a ti? ―me burlé, aunque con expresión seria.
Ese desgraciado me fulminó con la mirada, sin embargo, se acercó al escritorio que presidía el despacho y cogió un sobre.
―Mira esto ―dijo, sobrio, y me lo lanzó.
Lo atrapé sin problemas y lo observé. Era un sobre de color hueso, elegante, grueso, áspero, con un sello rojo que ya había sido abierto. Cuando me fijé en el emblema del remitente, mis ojos se abrieron con sorpresa.
―Es… de las Tierras del Este, del… Rey Damus ―murmuré sin levantar la vista del sobre.
―Léela ―me exhortó.
Abrí el sobre y, a pesar de que me irritaba obedecer una orden suya, la curiosidad pudo más y leí lo escrito en el rugoso papel.

Yo, Damus, el gran Damus, el grandísimo Damus, el omnipotente, excelentísimo y divino Damus, Rey y dios todopoderoso de las ilustres, grandiosas, poderosas y excepcionales Tierras del Este, escribo esta carta de mi propio puño y letra para hacerle una revelación a las Cuatro Tierras.

Yo, Damus, por la autoridad que me otorga mi linaje divino, y ante los lamentables acontecimientos ocurridos en las últimas fechas de los cuales he tenido constancia, revelo que me he visto obligado a hallarme en posesión del Fuego del Poder. De todos es sabido, y yo tomo parte en dicha aseveración, que el fuego siempre ha pertenecido a las Tierras del Norte, no obstante, la incompetencia e impericia manifiestas en sus funciones del Rey Eudor para velar y conservar su propio elemento, así como la peligrosa avaricia y ambición de quienes han osado robarlo, me han forzado a tomar la determinación que relataré más adelante a fin de evitar males mayores, he aquí, pues, expuestos mis motivos. Es de ley que el poderoso Fuego del Poder pertenezca a quien merezca tal honor de verdad, cuyo hecho debería quedar demostrado de forma fehaciente y palpable ante los pueblos de las Cuatro Tierras.

Por tanto, resuelvo lo siguiente:

Yo, Damus, Rey y dios todopoderoso de las Tierras del Este, anuncio que en la próxima luna nueva tendrá lugar el inicio de unos juegos de lucha que se celebrarán en el anfiteatro de mi castillo. Los reyes y representantes de las Cuatro Tierras, entre los que se incluye mi reino, deberán llevar un séquito de sus guerreros más fuertes y audaces para combatir en la arena, los cuales lucharán entre sí a muerte. El número de dicho séquito será de doce guerreros máximo. Sólo el vencedor será digno de llevarse el Fuego del Poder. Así pues, quedáis convidados a participar con esta misiva.

Espero vuestra participación. Atentamente,


Damus, Rey y dios todopoderoso de las Tierras del Este.

2 comentarios:

  1. Oh, dios me ha encantado este capitulo *-* Sigue escribiendo como lo haces Tamara, eres genial, en cuanto salga Este no dudaré de comprarlo pero en formato de libro, tambien compré asi Sur, Este está disponible así?

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    Respuestas
    1. Hola, Karima.

      Me alegro de que te gustara este capítulo de ESTE, muchas gracias por tu apoyo. Sobre tu duda, sí, ESTE también estará disponible en formato papel ;) Saldrá a la venta mañana, si no tengo problemas otra vez con los ISBN.

      ¡Un besazo!

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