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jueves, 11 de agosto de 2016

PRIMER CAPÍTULO OESTE


¡Hola, mis guerreros!

Quiero daros las gracias por vuestros comentarios de apoyo, muchas gracias por ser tan comprensivos conmigo y mi situación. Quiero anunciaros que OESTE ya está muy, muy cerca, solo os pido una pizca más de paciencia (si es que no me matáis primero, jajaja).

Como recompensa, y tal y como os dije, os dejo un adelanto del primer capítulo por tanta espera y tanta paciencia. Espero que os guste ;)


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— JULIAH —


«Mi cuerpo seguía congelado y paralizado.

―Nathan… ―jadeé, atónita y perdida.

Él terminó de volverse hacia mí con rapidez, mostrándome su desconfianza con la mirada.

―¿Cómo sabes mi nombre? ―me repasó de arriba abajo, hasta que sus pupilas se fijaron en mi diadema y parecieron llegar a una conclusión―. Claro, una sacerdotisa ―chistó. Pero entonces, sus ojos volvieron a estudiar mi frente y la suya se arrugó con extrañeza―. ¿La… sacerdotisa del Norte?

Por un momento me obligué a pensar en la posibilidad de que se tratase de una broma.

―Venga, déjalo ya ―sonreí con ciertos reparos―. Esta broma ya me está asustando.
―¿Broma? ¿Es que tengo cara de estar de broma?

La pincelada que subrayaba su mirada se presentaba de una manera tan inusitada para mí, y hablaba tan claro, que ni siquiera me dio la oportunidad de sentir el alivio que me hubiera ofrecido un mínimo conato de duda. Nathan hablaba en serio. Muy en serio.

Mi sonrisa se vino abajo en picado y el latigazo helado que me había fustigado cuando le había escuchado preguntar quién era yo volvió a azotarme.

―Nathan, soy… soy Juliah. July ―murmuré, tratando de que sus ojos reconocieran a los míos.

Sus cejas bajaron más.

―¿Quién?

Exhalé con un nerviosismo y un terror que rozaba el pavor. Mi corazón se puso a latir a mil por hora, de una forma caótica y desordenada. No podía creerlo… ¿Qué estaba pasando? ¿De verdad no se acordaba de mí?

―Ah, ya estáis aquí.

La voz de Mark hizo que Nathan desviase su atención hacia él. Tras nuestro amigo, caminaban Tom y Danny. Me quedé a la espera, escudriñando la reacción de Nathan.

―¿Qué pasa, tíos? ―saludó, y los cuatro chocaron las manos al igual que hacían siempre.

¿De ellos no se había olvidado?

―¿Preparados para lo que os espera? ―nos preguntó Mark, contemplándonos a los dos.

Nathan se percató de esa observación. Me miró a mí con extrañeza y después se dirigió a Mark.

―¿Lo que nos espera? ―señaló, enrarecido y mosqueado―. ¿De qué hablas? ¿Es que ha pasado algo?

Mark, Tom y Danny se quedaron algo perplejos. Me adelanté dos pasos, ya neurótica, y me puse frente a ellos.

―No se acuerda de mí, no sé qué le pasa ―les revelé con un nudo gigante en la garganta que estaba a punto de romperse.
―¿Cómo? ―la frente de Mark se llenó de arrugas.
―Dice que no me recuerda ―sollocé ya, muy nerviosa.

Los ojos de Mark se posaron en Nathan y luego volvieron conmigo.

―Estáis de coña, ¿no? ―sonrió.
―Ojalá, pero es la verdad ―le respondí entre lágrimas desesperadas. Mis manos se enredaban con temblores―. Antes… antes estábamos paseando por el jardín de casa con total normalidad, pero cuando entramos al otro lado dejó de reconocerme.

Tanto Danny como Tom y Mark se quedaron atónitos.

―¿No… te acuerdas de ella? ―inquirió Mark, dirigiéndose a Nathan con unos ojos abiertos como platos.

Mi guerrero, que seguía con el ceño fruncido de extrañeza, le miró como si estuviera loco.

―No, claro que no. 
―¿De verdad? ¿De verdad no te acuerdas de ella? ¿Ni un poco?
―Ya te he dicho que no. ¿Qué te pasa? No la conozco de nada ―farfulló Nathan, chistando.

Mis bronquios comenzaron a moverse con ansiedad. Mark frunció los labios y le contempló un rato con ojos analizadores y pensativos.

―Ven, vamos fuera un momento ―le propuso de repente, agarrándole del brazo.
―¿Fuera? ¿Para qué? ―desaprobó Nathan, aunque Mark le arrastraba―. ¿Qué te pasa, tío?

La salida hacia el otro lado se presentó a unos pocos metros de nosotros.

―Juliah, tú ven también.

Pegué un bote cuando reparé en lo que quería hacer.

―Sí.

Corrí hacia allí y los tres cruzamos al mundo de fuera.

―¿Qué cojones quieres? ―resopló Nathan, soltándose de su mano.
―Mírala ―le indicó Mark, y me cogió de los hombros para ponerme frente a mi guerrero.

Nathan me observó, si bien sus perplejas pupilas se alejaron hasta la cara de su amigo.

―¿Qué?
―¿No te acuerdas de ella? ―parpadeó Mark.
―¿Otra vez? ―se quejó―. No.

Mi desesperación volvió a desalojar mi caja torácica. ¿Tampoco me recordaba aquí?

―Espera, vamos a cruzar de nuevo ―decidió Mark, y le sujetó del brazo para hacerle ir al círculo semi invisible.

Una vez más, los tres cruzamos a las Cuatro Tierras. Danny y Tom observaban con expectación y desconcierto. Entre tanto, Mark me ponía frente a Nathan de nuevo.

―Mírala.
―No me jodas, tío, ¿otra vez? ―bufó Nathan, esquivándonos para alejarse un poco de ese acoso―. Anda y déjame en paz, llegaremos tarde por culpa de tus chorradas.
―Pues no, no se acuerda de ti ―concluyó Mark, pestañeando.
―¡Dios mío, Mark! ―lloré, llevándome las manos a la cara con desconsuelo. Me caí de rodillas―. ¡Dime que esto no está pasando! ¡Que es una pesadilla!

En ese momento pasé a ser yo la loca para Nathan.

―Vamos, tranquila, habrá una explicación, seguro, y también una solución ―intentó calmarme Mark, tirando de mí para ponerme de pie.

Lo logré a duras penas.

―Tiene que ser un hechizo ―manifestó Tom.
―Sí, tiene que ser eso ―coincidió Danny mientras ambos le analizaban con la mirada.
―Joder, ¿de qué cojones estáis hablando? ―resopló Nathan.

Me volví hacia mi guerrero con precipitación y me tiré en su pecho.

―¡Nathan, soy July, dime que me reconoces! ―le dije, desesperada, buscando una complicidad en sus ojos―. ¡Nos conocemos desde que éramos unos bebés, y ahora… ahora somos novios!

Pero esa complicidad no apareció por ningún lado. Al revés.

―Oye, mira, guapa… ―sus manos sujetaron mis muñecas y las despegaron de su camisa ninja―. No te conozco de nada. Además, yo no tengo ni tendré novia. Y menos una novia de una clase superior ―añadió con ese tono rencoroso y chulesco con el que solía hablarle a las altas esferas.

Mi corazón estalló y se desperdigó en un millón de gélidos trozos, mientras él se alejaba de mí ante los estupefactos ojos de nuestros amigos.

―No… ―musité con un frágil murmullo de voz, negando con la cabeza, y mis lágrimas saltaron otra vez.
―Tranquila, esto tiene que tener una explicación ―me dijo Tom con un cuchicheo para tratar de calmarme, acercándose a mí junto a Mark y Danny.
―Puede que sea un hechizo o algo así ―intervino Mark―. Puede que Yezzabel le hiciera alguno antes de huir de la arena.

¿Un hechizo? El episodio en que esa bruja había intentado hacerse con el corazón de Nathan a través de mí emergió en mi mente de inmediato. Sin embargo, ella no había obtenido lo que quería. Y una vez terminada la batalla Yezzabel había huido cuando Nathan se levantaba resucitado. ¿Le habría dado tiempo a crear un hechizo? Necesitaba de nuestro amor para sus propósitos. ¿Se habría servido de nuestro beso? Pero yo no había notado nada, y estaba segura de que hubiera sentido un hechizo maligno insertándose en Nathan, de haber sido así.

―Quizá los Siete Sabios sepan de qué se trata ―añadió Danny.
―Igor nos dirá qué le pasa ―asintió Mark―. Nos dirá qué le pasa y daremos con la solución, tranquila ―agregó para mí.
―Bueno, ¿nos vamos ya? ―protestó Nathan a unos metros de nosotros.

Eché el aire con desazón, confusa y aturdida por todo esto.

―Será mejor que le sigamos la corriente hasta que hablemos con Igor ―sugirió Mark.
―¿Seguirle la corriente? ―cuestioné, inquieta.
―Ya sé que es difícil, pero no sabemos qué le pasa, y si insistimos demasiado, puede que sea peor. Creo que es mejor que tengamos paciencia y esperemos a lo que nos diga Igor. A lo mejor él sabe el remedio, te dice cómo solucionarlo con tu magia y esto solamente le dure unas horas.

Exhalé, aunque nada tranquila. No me gustaba nada la idea de pasarme todo el camino a su lado actuando como si fuera una extraña para él, pero Mark tenía razón. Y tampoco iba a conseguir nada poniéndome histérica.

―Está bien.

Mark asintió y comenzó a andar para seguir a Nathan. Los demás acompañaron sus pasos, así que yo también empecé a caminar. Me quedé mirando la espalda de Nathan con un sentimiento de desconcierto total, sintiéndome de lo más rara por esta situación tan extraña y chocante, y por no hacer nada, en tanto Mark se ponía a su lado.

―¿Quién es? ―le preguntó Nathan a su amigo con un cuchicheo, echándome un fugaz vistazo que dirigió por encima del hombro.

Mi pulso se resquebrajó una vez más.

―Es… la sacerdotisa del Norte.

Mi guerrero sesgó su rostro hacia atrás y me regaló otra mirada de reojo.

―¿Y desde cuándo tenemos sacerdotisa? Nadie me ha dicho nada ―reprochó, observando lo que tenía delante de nuevo.
―Desde… hace poco.
―Pues vaya sacerdotisa. Está un poco desequilibrada, ¿no?

Mi alma se llenó de una zozobra negra. Tenía unas ganas de llorar horribles.

―Bueno, yo no diría eso…

Nathan me echó otro vistazo, y no se quedó nada conforme.

―¿Es que va a venir con nosotros? ―gruñó. 
―Tenemos… tenemos órdenes de acompañarla hasta Palacio ―se inventó Mark.
―Órdenes ―chistó―. Nosotros ya no obedecemos órdenes de nadie, ¿recuerdas? Que llamen a los protectores, ¿no están ellos para eso?
―Sí, pero ahora no podemos dejarla sola por el bosque. Sería peligroso para ella.
―¿Peligroso para ella? Es una sacerdotisa. Digo yo que sabrá defenderse de sobra ella sola, ¿no?
―Vamos, Nathan, enróllate un poco ―le pidió Mark―. Tampoco nos cuesta nada que nos acompañe en el camino. Además, no es como obedecer una orden ni nada de eso. Al contrario. Si dejamos que nos acompañe es porque nos da la gana. Aquí mandamos nosotros.

Nathan le dedicó una mirada que mezclaba enfado con incredulidad.

―¿Te crees que soy tonto?
―Vamos, Nathan ―le suplicó Mark―. Ahora ya no podemos dejarla sola por el bosque.

Los ojos de plata de Nathan oscilaron en mi dirección de nuevo. Por primera vez, se insertaron en los míos, provocando en mi estómago el hormigueo de siempre. Después de un rato en el que mi corazón se aceleró, giró el semblante hacia delante y gruñó.

―Está bien, pero esto sólo será una excepción ―claudicó a regañadientes.
―Claro ―aceptó Mark con una sonrisa. Y me brindó un guiño».


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