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lunes, 13 de noviembre de 2017

EL FRAGMENTO PROMETIDO DE ☀️SOL Y LUNA🌙


Buenos días, mis guerreros.

Soy una mujer de palabra, así que aquí tenéis ese pequeño pedacito de ☀️SOL Y LUNA🌙 que os prometí 😏 Ya he avanzado mucho en la historia, así que, aunque todavía no os puedo dar fechas concretas, sí que os puedo decir que ¡ya queda menos! De momento, espero que os guste este trocito 😉 Todavía está en fase de borrador, con lo que podría haber alguna corrección en el futuro, aunque yo soy poco dada a demasiadas correcciones; a veces, de tanto repasar, quitar y poner, lo único que haces es manosear la historia, desgastarla, y al final pierde esa esencia y esa pasión que tiene un escrito en su forma original. En fin, que aquí os lo dejo 😂

Ahí va una canción inspiradora para vuestra lectura: https://www.youtube.com/watch?v=liuX0C5vx7A

☀️ SOKA ☀️

«Me puse a inspeccionar todo cuanto me rodeaba, al igual que él. Cada rincón oscuro, cada montículo, cada bulto.

Entonces, entre la oscuridad de la maleza, vislumbré unos ojos rojos como el carmín. 

―Sephis… ―fue lo único que me dio tiempo a murmurar debido al horror.

El hambriento noqui salió despedido de su escondite, abalanzándose sobre nosotros con un rugido estremecedor. 

―¡Nos ha seguido hasta aquí! ―exclamó mi exnovio.

Los caballos entraron en pánico, aunque Sephis fue capaz de controlar al suyo. El mío, en cambio, elevó sus patas delanteras con pavor y me tiró hacia atrás.

―¡Soka! ―gritó Sephis, bajándose de su equino.

Mientras los caballos trotaban descontrolados, me caí sobre el fango, si bien tuve suerte y lo hice sobre unos helechos embarrados que amortiguaron el golpe. Cuando me incorporé, vi las garras del noqui prácticamente encima de mí.

Sin embargo, el noqui se detuvo bruscamente cuando la lanza de Sephis le alcanzó en la espalda. No lo mató, pero sirvió para que la bestia se detuviera y se girase hacia atrás. 

―¡Huye! ―me pidió Sephis.

Mi horrorizado semblante se movió con unas asustadas negaciones. No, no podía dejarle ahí…

El noqui se dio la vuelta con súbita rapidez, utilizando sus seis patas para el potente salto. 

―¡Noooo! ―chillé, impotente por no ser capaz de moverme.

Por suerte Sephis estaba acostumbrado a la acción y brincó hacia un lado, esquivando a la bestia. Sacó su lanza de la joroba del noqui y la dirigió hacia el peludo costado, pero este se dio cuenta y él también se zafó, dándose la vuelta en mi dirección. Al hacerlo, sus ojos rojos otra vez se encontraron conmigo, y con un movimiento incontrolado, el noqui se arrojó a por mí de nuevo.

Con un grito, me aovillé para cubrirme con los brazos. Las fauces del noqui solamente me rozaron el cabello. Cuando descubrí mis pupilas para mirar qué ocurría, vi cómo Sephis tenía una encarnizada lucha contra esa bestia hambrienta. 

Sephis… Si le pasara algo no me lo perdonaría jamás. Si le pasara algo, yo…

El terreno comenzó a temblar de repente, y con él, se escuchó un extraño retumbar. El noqui derrapó al detenerse de forma drástica, estaba tan sorprendido y desconcertado como nosotros. Pero también asustado.

¿Por qué?

Mi pregunta pronto se respondió. 

Para nuestro asombro, una estampida de noquis apareció entre los árboles. Eran más de cien, más de doscientos… 

Antes de que pudiera pestañear, Sephis ya estaba corriendo hacia mí. Se tiró a mi lado para cubrirme con su cuerpo, protegiéndome. 

Sin embargo, esas bestias no nos miraron. Ni siquiera se percataron de nuestra presencia.

El noqui que nos asediaba se asustó aún más, pero no por sus congéneres. Lo que le daba miedo era el motivo por el cual corrían. Se unió a ellos, mezclándose entre todos esos cuerpos alargados de los cuales solo se veían continuos borrones rayados. 

Sephis se incorporó, dejando mi espalda triste y desamparada.

―Están huyendo ―se sorprendió.

Me icé para mirar lo que pasaba.

―¿De qué?
―No lo sé.
―Son muchos noquis ―todavía no daba crédito―. ¿De qué pueden estar huyendo, y de esa manera?
―No lo sé ―repitió Sephis con el mismo desconcierto―. Parece un éxodo. Un éxodo a toda prisa.

El último noqui desapareció entre la maleza, dejando un rastro de silencio y tranquilidad enrarecidos. Ni las diferentes aves de la selva quisieron hacer sonar sus cánticos. 

Me levanté, asistida por Sephis, quien me tendió la mano gentilmente. Miramos a un lado y al otro, comprobando que ya no había noquis cerca.

―Parece que ya se han ido ―dijo, llevando la vista a la vegetación que teníamos enfrente.

Los caballos aparecieron, resoplando por sus fosas nasales con los restos de su nerviosismo. Sephis avanzó un paso y de pronto su mano tiró de mí. Ambos miramos el amarre con sorpresa. No nos habíamos dado cuenta de que seguíamos cogidos. Le solté, ruborizada y apurada. Sephis mantuvo sus ojos negros sobre mí largo rato, lo que me incomodó bastante.

Otro ruido nos alertó, llamando toda nuestra atención, y los caballos emprendieron otra despavorida huida.

El brazo se Sephis me sujetó por la cintura y me escondió detrás de un tronco precipitadamente. Su cuerpo húmedo pero cálido se quedó pegado al mío por detrás y me quedé sin respiración.

―¿Qué ocurre? ―inquirí con temor.
―Hay… varias luces ―me desveló él, estupefacto.

¿Varias luces? Asomé la cabeza para poder verlo con mis propios ojos. Se abrieron como platos al ver lo que estaba sucediendo, aunque tuve que entrecerrarlos enseguida. 

Efectivamente, varias luces, brillantes como el mismísimo sol, flotaban con rapidez entre los árboles, iluminándolo todo con un fulgor cegador».




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