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sábado, 30 de abril de 2016

FRAGMENTO DE ESTE


¿Recordáis este fragmento de ESTE? ;)



ESTE: http://www.bubok.es/libros/235082/Los-Cuatro-Puntos-Cardinales-Este-3-novela-de-la-saga


— NATHAN —

«La botella giraba sobre sí misma con velocidad, hasta que fue perdiendo fuerza y se detuvo. La boca apuntó a Lucy y al idiota de Liam se le iluminó la cara, aunque recuerdo que se puso rojo como un pimiento. Varios críos del pueblo nos habíamos encontrado en el parque y el pequeño círculo improvisado que habíamos formado estalló en voces, guasas y silbidos burlones. Normalmente pasaba de esos circos, pero resulta que July se encontraba allí, y no estaba dispuesto a que ninguno de esos chicos babosos le diera un beso. Ni hablar.

Al igual que yo, July estaba en el parque obligada, aunque por otro motivo. A Lucy le gustaba un chico llamado Corey Kinney que era tres años mayor que ella, y claro, éste se había apuntado al juego. A July no le había quedado más remedio que aguantar el chaparrón para no dejar a Lucy sola, además, no se fiaba de ese chico de catorce años asaltacunas que le tiraba los tejos a su prima de once. Mi hermano era tímido, sin embargo, el tío no lo dudó ni un segundo cuando le dio su primer pico a Lucy, la cual le sonrió con una inesperada grata sorpresa. Recibió más risitas, empujones en el hombro y más pitorreos, pero se quedó a gusto. Sentí envidia de Liam, me acuerdo como si fuera ayer, porque eso fue lo que hizo que, por primera vez, en ese mismo instante, me imaginara un primer beso entre July y yo. Bueno, a mis once años no es que no se me hubiese pasado por la cabeza ya, por supuesto que había pensado en ello alguna vez que otra, pero no con ese nuevo matiz. Todo lo que me había imaginado de un beso con ella era mucho más cándido e inocente, más infantil. Pero July ya empezaba a gustarme sexualmente, también, y el beso que acababa de pasar por mi cabeza no tenía nada que ver con algo pueril. Ese verano fue especialmente caluroso en Wilmington, y ya comenzaba a fijarme en las sensuales novedades que se dejaban entrever bajo su camiseta de tirantes y sus pantalones vaqueros cortos. Todavía no usaba sujetador, aunque los pequeños y redondos bultos que ya empezaban a delinearse como precoces senos se marcaban en la tela de algodón. Mi vista también se deleitaba con sus muslos, tersos y suaves al mismo tiempo.

Salí de mis calientes pensamientos abruptamente cuando el tal Corey se inclinó hacia mi hermano con malas pulgas. No le había hecho ni pizca de gracia que Liam le hubiera dado el beso a Lucy y le sujetó por la camisa para decirle algo.

Salté como una mina al pisarla.

―Suelta a mi hermano ―le advertí con voz agresiva.

Se hizo un abrupto silencio y los demás críos se quedaron tiesos, ya mirándome con temor. Mark, con quien de aquella no tenía más relación que la de conocerle del propio pueblo, estaba presente, junto a Luke, con el cual tampoco me trataba.

―Hey, tranqui, chaval ―se burló, aunque le soltó―. Sólo le iba a gastar una broma ―le clavé una mirada de advertencia que le dejaba claro que eso no me lo tragaba y él, tras observarme más serio, cogió la botella, si bien habló con la sorna y la autosuficiencia que le daba su superioridad por edad―. Bueno, ahora me toca a mí.

Hizo girar el vidrio, pero con muy poca fuerza, de modo que la botella, sin ni siquiera dar una vuelta completa, se paró justo donde ese cretino había pretendido. Un rayo explotó en mi estómago cuando vi que lo había hecho frente a July. Los demás gritaron y se rieron, incluida Lucy, que ahora parecía haber cambiado de candidato.

―¡Muy bien! ―exclamó, contento―. Vamos, preciosa, acércate, voy a regalarte un beso.

July arrugó el entrecejo con cara de asco, aunque no hubiera necesitado eso para que yo le parase los pies a ese idiota. Mientras Corey se inclinaba hacia ella, su torso fue interceptado de manera inminente y brusca por mi brazo. Otro mutismo silbó con la ayuda de la brisa cálida y ligera, y July, a la que ni siquiera le había dado tiempo de hablar, se sorprendió por mi acción.

―¿Qué coño haces, enano? ―protestó, apartándome el brazo.
―Has hecho trampa ―mascullé.

El tipo levantó las cejas con pitorreo.

―¿Trampa? He girado la botella y ha caído en la chica ―entonces, se percató del asunto y pasó a mirarme con más superioridad―. Ya entiendo… Al enano le gusta precisamente esa chica.

Mis ojos se fueron precipitadamente hacia July. Ella ya se había puesto roja por las risitas de los demás, y admito que a mí me dio una vergüenza que no veas. Regresé mi vista hacia ese imbécil.

―¡Claro que no! ¡Esa tonta no me gusta! ―chisté, mirándole de arriba abajo fingiendo un desagrado total.
―¿Cómo has dicho? ―resopló July, sacando humo por la nariz―. ¡El único tonto que hay aquí eres tú!
―Pero la botella casi no ha girado ―proseguí mientras tanto, tratando de ignorar el enfado de July―, has hecho que cayera en ella adrede, y el juego no es así.
―Oye, haré lo que me dé la gana ―gruñó ese abusón de Corey―. Ya estás empezando a hartarme.

Me puse de pie.

―El que me estás hartando eres tú, maldito salido de mierda ―le contesté, enfadado.
―¡Nathan, no empieces! ―me regañó July.
―Maldito enano ―farfulló él, levantándose.

Nos quedamos frente a frente mientras todo el círculo se ponía de pie, estupefacto y paralizado. Ese tipejo engreído me sacaba bastante más que la cabeza, pero no le tenía ni pizca de miedo. En las Cuatro Tierras entrenaba y luchaba con adultos a los que derribaba sin problemas. Liam, si bien desconocía ese dato y siempre prefería mantenerse al margen de mis líos, sabía que yo era capaz de ganarle, aunque aún así se quedó alerta, adoptando un secundario papel de hermano mayor.

―¿Quieres pelea? ―me retó Corey.

No se hable más, me bastaba con eso. Sin dejar que abriera otra vez esa bocaza, le sujeté del brazo y le hice una vertiginosa llave. El tío ni se dio cuenta de mis rápidos movimientos. En un abrir y cerrar de ojos su espalda se comía el suelo de un golpe brusco y seco que retumbó bajo nuestras deportivas.

Los demás críos ya me habían visto en acción muchas veces, pero eso no quitó para que me observaran con temor. Podía haber seguido moliéndole a palos, aprovechándome de su estado de shock y su caída, pero preferí esperar. Quería lucirme ante July, que me observaba con cierto asombro, y, aunque también se la veía algo molesta por mi reacción, eso era suficiente para motivarme más.

―¡Maldito enano! ―Corey se levantó, furioso, y arremetió contra mí, llevando su puño por delante.

Pude ver por el rabillo del ojo cómo a July le daba un respingo temeroso. Eso me gustó. Esquivé los nudillos con un diestro giro y le hice otra llave de artes marciales, una que Dick me había enseñado justo el día anterior y que era bastante chula. En esa ocasión, su boca se tragó la hierba.

Ese idiota se puso en pie, ya arrojándose a por mí con un gruñido rabioso. Parecía un toro salvaje, sin embargo, iba totalmente descoordinado, descontrolado. Mi tercera llave fue la definitiva, y la que le humilló del todo. Cuando levantó su trasero del terreno, me miró con una mezcla de miedo y desconcierto, apretó la dentadura y se marchó pitando de allí.

El resto de críos me contempló con ese respeto temeroso que mostraba la gente siempre ante mí, si bien la que me interesaba era July, por supuesto. La pillé mirándome abstraída, con cierta fascinación, y eso provocó que mi labio se curvara ligeramente. Se izó todavía más cuando se puso colorada y apartó la vista.

―Bueno, ¿seguimos jugando? ―propuso Liam dando una palmada, seguramente para que todo el mundo se olvidara de lo que acababa de ocurrir y dejara de observarme con miedo.
―Sí, vamos a seguir jugando ―sonrió Lucy, entusiasmada.

No sé cómo fue el tema, pero tras eso seguimos con el dichoso juego. Yo no estaba mucho por la labor, pero la peña insistió en continuar y July volvió a verse obligada por culpa de Lucy, con lo cual, yo también.

Y ahí me tenías. Después de haberle dado una lección a ese tipejo, me encontraba girando la botella como un idiota. Ésta dio varias vueltas y poco a poco fue bajando de velocidad. Adivina dónde se detuvo la boquilla. Sí, justo delante de July, y eso que no lo había hecho a propósito.

Los gritos y risitas de los demás sólo aumentaron el súbito nerviosismo que me entró de repente cuando hice que mis pupilas se encontraran con las suyas. Las mejillas de July se encendieron con más vergüenza, y a mí me pareció tan adorable…

Los dos nos quedamos paralizados.

―Venga, Nathan, te ha tocado Juliah ―me azuzó Liam, dándome una palmada en la espalda al tiempo que soltaba una risita―. Tienes que darle un beso. En la boca ―matizó el muy idiota, como si ya no supiese eso.
―¿Qué…? ―July estaba tan patidifusa, que no era capaz de reaccionar.
―Verás, yo no… ―intenté objetar, haciéndome el chulo.
―Vamos, has sido muy gallito con Corey, ¿es que te vas a rajar con una chica? ―me cortó Mark con una sonrisita pícara.

Le acribillé con una veloz mirada.

―Claro que no me rajo ―rebatí, ofendido―. Yo no me rajo ante nada ni nadie.
―Pues dale un beso en la boca ―la sonrisita estúpida de Mark se amplió.
―¡¿Y por qué tiene que darme un beso?! ―protestó July.

Pero yo apreté los labios, clavé el ceño sobre los ojos y volví a mirarla. Ella se sorprendió al ver mi determinación, se quedó de piedra, incluso llegó a ruborizarse un poco. Otra vez me pareció adorable… Pensé que esa era una buena oportunidad para besarla de una vez por todas, que podía sacar provecho de ese estúpido juego, que era una ocasión de lujo para que mi primer beso fuera con ella… Teníamos casi doce primaveras, ya era hora de tirarme a la piscina y darle un beso.

Me incliné para acercarme a ella, apoyando las manos en la hierba.

―Vamos, Juliah ―dijo su prima, riéndose con picardía, al tiempo que la empujaba hacia delante.

Las palmas de July, a la cual le había pillado por sorpresa el empujón, aterrizaron en el terreno y nuestros rostros se quedaron a un palmo, delante de las atentas miradas y las risitas de los demás.

Iba a besarla, iba a besarla… Pero entonces, cuando vi sus adorables ojos de color pardo tan cerca, almendrados, grandes, dulces y cristalinos, me acojoné. Nunca le temía a nada, nunca, lo juro, y siempre había hecho lo que me daba la gana, sin preocuparme, y tampoco era porque todos esos críos estuvieran delante, porque eso me importaba un bledo; sin embargo, ahora reconozco que ese beso me asustó. Me asustó mucho, muchísimo, nunca nada me había dado tanto miedo.

Me aparté de ella ipso facto.

―Bah, no pienso darle un beso a esta fea ―solté, fingiendo una cara de repugnancia total―. Prefiero dárselo a cualquier otra. A esta, por ejemplo ―y me incliné sobre la niña de mi lado.

Y ese fue mi primer beso. El beso más estúpido de toda mi vida.

Cuando terminé de dar ese pico, la chica se quedó embelesada observando mis ojos y se puso colorada. Ella y sus amigas soltaron unas risitas picaronas, pero July, de repente, se puso como una fiera.

―¡Este juego es tonto y aburrido! ―gritó, dejando atónito a todo el mundo, incluido yo.

Agarró la botella y, con toda su mala saña, la lanzó contra el tronco de un árbol cercano. El vidrio explotó en miles de pedazos, mientras ella ya se levantaba enrabietada y echaba a correr.

―¡Juliah! ―la llamó Lucy.

Eso no la detuvo.

Me puse en pie con precipitación y, dejando tirados a todos los demás, me largué de allí a toda prisa para seguirla.

En cuanto salí del parque, no tardé en divisarla. Aunque era muy rápida, logré ponerme a unos escasos metros de ella. Corrimos durante un buen trecho, llegando a la carretera de West Main Street, hasta que el río, que se encaminaba hacia el embalse, empezó a transcurrir a nuestro lado. El calor se hacía de notar en el asfalto, aunque el agua seguía su itinerario cadencioso y tranquilo, aportando una etérea sensación de frescura con el ruido de su corriente. July aminoró el paso y siguió con un paseo acelerado por el arcén. Me saqué la gorra del bolsillo trasero, me la puse, inserté las manos en los bolsillos laterales de mis pantalones cortos y caminé tras ella un buen rato más. Después de otros tantos minutos en los que dejamos atrás nuestras casas, aproveché para ponerme a su lado, procurando que ella anduviera en todo momento junto a la valla metálica que separaba el río de la carretera, para protegerla de los escasos coches que circulaban.

―No me sigas ―protestó.

Entonces, me percaté de que estaba sollozando.

―¿Por qué lloras? ―le pregunté, extrañado.

Idiota, ¿acaso no ves que es porque no la has besado a ella? Si hubiera una máquina del tiempo y pudiera estar allí como una voz en off, le hubiera espetado eso a ese Nathan de casi doce años. Pero de aquella no tenía ni idea de los laberínticos entresijos del amor, claro.

―Déjame en paz, no estoy llorando ―puso July de excusa, secándose las lágrimas con rabia.

No sabía qué hacer para que se animase, no me gustaba verla triste. Lo único que se me daba bien era hacerla de rabiar, así que eso hice.

―Sí, estabas llorando ―me burlé. Saqué las manos de los bolsillos y con un movimiento vertiginoso le quité la goma que sujetaba su cabello en esa coleta baja que llevaba siempre, echando a correr de nuevo―. Tonta llorica.
―¡Nathan! ―se quejó, comenzando a perseguirme.

Sí, me encantaba… Y más aún ver su media melena cayéndole sobre los hombros de esa forma salvaje y despeinada.

―¡Devuélveme mi goma! ―voceó a mis espaldas.
―¡Cógela, tonta llorica!
―¡Sucio apestoso! ―replicó ella, rechinando la dentadura.

Avanzamos a todo lo que daban nuestras piernas por el arcén durante un largo recorrido, sin que ella pudiera cogerme. July estaba enfadada, pero salté la valla de un ágil salto y bajé el pequeño terraplén del río.

―¡Nathan! ―chilló July, siguiéndome.
―¡Tonta llorica!
―¡Eres odioso! ¡Dame mi goma!

El río estaba bajo, por lo que se podía transitar por sus orillas sin ningún problema ni peligro. Correteamos por el empinado margen, entre los árboles que se distribuían a lo largo y cuyas copas pobladas de hojas formaban un entramado de sombrillas que nos protegían del sol, sorteando también las ramas y raíces que, de vez en cuando, asomaban más de la cuenta. Los árboles que arriba eran más dispersos y delineaban la carretera, además del bosque que se ubicaba en el otro extremo, le conferían un poco más de intimidad al curso del agua, aunque ya podía divisarse el embalse en lontananza, abriendo la vista al verde y azulado paisaje. July me perseguía, ofuscada, pero una risa excitada por la carrera terminó explotando, y eso fue música para mis oídos.

―¡Dame mi goma! ―repetía una y otra vez.

Cuando me cansé del juego fui disminuyendo de velocidad.

―Toma, llorica ―repuse en un tono más bien cantarín, de sorna, deteniéndome. Y le tiré la goma al suelo.
―Eres un idiota ―resopló ella, recogiéndola.

También volvió a recogerse el pelo, con ese adorable ceño fruncido.

Casi habíamos llegado al embalse, así, a lo tonto. No sé si ese fue el motivo de que July decidiera quedarse conmigo, porque estos rincones eran nuestros sitios favoritos, aunque la verdad es que siempre estábamos juntos, ya fuera con alguien a nuestro alrededor o no. Constantemente July decía que me odiaba, y eso parecía a menudo, sin embargo, tampoco hacía demasiado por deshacerse de mí, así que por alguna razón, uno nunca estaba sin el otro.

Recuerdo que cogí una pequeña piedra y la lancé al río, contando los botes que había pegado. July me retó, como de costumbre, y cuando nos dimos cuenta, estábamos tirando cantos al tranquilo cauce. Pasamos así el resto de la tarde, hasta que el astro rey empezó a enrojecer el cielo».



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