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sábado, 30 de abril de 2016

UN TROCITO DE NUEVA ERA I. PROFECÍA


NUEVA ERA I. PROFECÍA.

JACOB:

«Adopté mi forma humana bajo la lluvia, saqué mi ropa de esa dichosa cinta y me puse los pantalones empapados.

Cuando entré en la casa, ella salía de mi cuarto al mismo tiempo. No pude evitar que mi corazón se acelerase de nuevo. Pero olía estupendamente. No me había dado cuenta del hambre voraz que tenía hasta que olí esa comida. 

Nuestras pupilas se encontraron por un sólo instante, ya que yo las aparté como el rayo que acababa de caer allí fuera, aunque por el rabillo del ojo pude ver cómo ella me repasaba con la mirada y su corazón también aumentaba de ritmo. Eso hizo que volviera a clavarlas en las suyas, y entonces fue ella quien las apartó, girando el rostro, ruborizada.

Vaya. Ahora se ponía tímida conmigo. ¿Qué te parece?

―Llegas a tiempo ―declaró Billy, con una sonrisa, quitándome la camiseta mojada que chorreaba desde mi mano―. Nessie ha hecho la cena, íbamos a ponernos a comer ahora mismo ―y entró en el cuarto de baño para meterla en la lavadora.

Iba a decir que no tenía hambre, pero mis tripas rugían ruidosamente con ese olor, era demasiado evidente que estaba famélico. Me di cuenta de que olía a uno de mis platos favoritos, sólo ella sabía prepararlo así, y ella lo sabía, ella sabía cuánto me gustaba. ¿Qué era esto? ¿Acaso… acaso había cocinado para mí? Mientras ella ya ponía mi plato en la mesa, y aprovechando que alzó la vista hacia mí, me arriesgué y enganché mis extrañados ojos en los suyos para estudiarlos. 

Qué preciosos eran…

―Bueno, a cenar ―interrumpió Billy, saliendo del baño a toda velocidad para colocar su silla en la mesa y haciendo que yo apartara la vista con precipitación.
―Tengo… tengo que ponerme algo seco ―dije, llevando la mano a mi pelo mojado para revolvérmelo con nerviosismo y echando a andar hacia mi cuarto.

Atravesé la sala a toda prisa, pasando junto a ella sin mirarla, aunque ese maravilloso efluvio no pasó desapercibido para mi nariz, que volvió a inspirarlo profundamente, y entré en mi habitación, cerrando la puerta a mis espaldas.

Apoyé la espalda y la cabeza en la misma, cerrando los ojos, estrujando los párpados para no pensar, pero, maldita sea, ya era demasiado tarde. Esa película ya empezaba a abrirse paso. Desde luego era un auténtico idiota. Era seguro que había hecho ese plato solamente para ser amable, un gesto de agradecimiento por dejar que se alojase aquí. Pero todo este rollo de la comida volvía a traerme esos recuerdos que ahora me dolían tanto, no podía evitarlo. 

―Jake, estamos esperando por ti ―voceó Billy.

Me despegué de la puerta, un poco sobresaltado por esa inesperada y molesta voz.

Mi padre también tenía un hambre canina, no era de extrañar, con ese olor ya debía de llevar un buen rato salivando. Ella era una cocinera excelente.

Gruñí.

―Ya voy ―le contesté, de mala gana.

Resollé por las napias y me dirigí al armario para coger lo primero que pillé. Me puse unos pantalones de chándal y una camiseta gris y salí de mi habitación para cenar, pasando primero por el cuarto de baño para meter los pantalones en la lavadora.

Cuando regresé a la sala, mi padre y ella ya estaban esperándome, sentados a la mesa. No quería mirarla, así que desvié la vista hacia cualquier otro lado, entonces, vi el sofá. 

―Nessie te ha preparado el tresillo para que duermas más cómodo ―me aclaró Billy, que se había dado cuenta de mi careto de estupefacción.

Y ahora me hacía la cama, ¿a qué se debía tanta amabilidad?

―No hacía falta ―gruñí, sentándome―. En cuanto pase la tormenta, me voy a largar de aquí.

Sí, porque esta situación era muy incómoda para mí, y totalmente surrealista.

Pero cenar, iba a cenar. Ya sabes, el hambre es el hambre. Bueno, ya que ella se había quedado y yo tenía que soportar su presencia, podía aprovecharme un poco de la situación. Y, la verdad, para ser sinceros, esto olía demasiado bien como para desperdiciarlo. No me iba a morir por cenar algo tan rico, aunque lo hubiese hecho ella. Eso sí, lo comería lo más deprisa que pudiera para pirarme de aquí cuanto antes, y tampoco tenía pensado dirigirle la palabra.

―Pues tiene toda la pinta de que no va a parar ―declaró ella, cogiendo sus cubiertos para comenzar a zampar.

Bueno, sólo una frase.

―Puede que la lluvia no pare, pero la tormenta pasará. Y eso es suficiente para que pueda dormir afuera ―alegué, con acidez. 

Bueno, vale, eran dos frases.

―A veces los rayos caen y, sin embargo, nunca ha llovido ―afirmó, mirándome con una intención que no pillé.

¿A qué venía esa frase tan tonta? 

―Pues si no llueve, más fácil me lo pones ―respondí, metiéndome un buen bocado de comida en la boca.

Que estaba riquísima, por cierto, había que reconocérselo.

―La verdad es que no tiene pinta de parar. Deberías dormir dentro ―me aconsejó.
―La lluvia es lo que menos me preocupa, créeme ―le contesté, de mal rollo.
―Pues ya te he preparado el sofá.
―Pues no haberlo hecho.

Mierda. Sin darme cuenta, ya estaba conversando con ella. Bueno, conversando no, esto se parecía más a una discusión estúpida.

Billy nos miraba a los dos con un poco de prudencia. El muy idiota intentaba disimular, fijando la vista en el televisor como si no pasase nada, pero podía ver cómo nos observaba por el rabillo del ojo.

―Pues si no duermes dentro, me iré fuera contigo ―espetó, con terquedad.

Giré el rostro hacia ella y la fulminé con la mirada.

―Ni se te ocurra ―gruñí.
―Pienso hacerlo.

Clavó esos ojazos en los míos con esa determinación que conocía tan bien. Esta era capaz de seguirme y todo si me largaba por ahí, o peor, si me piraba lejos y ella se perdía al seguirme o algo, sabía que terminaría dando la vuelta para buscarla como un imbécil. Eso me haría parecer más patético todavía, y, encima, delante de ella.

Solté todo tipo de maldiciones en mi fuero interno. ¿Por qué me tenían que pasar a mí estas cosas?

Dejé que continuase ese silencio que había quedado y volví mi enfrascada y malhumorada cara al plato para seguir cenando.

―¿Dormirás en el sofá? ―preguntó, al ver que yo no le contestaba.

¿Pero a ella qué le importaba? No se había preocupado por mí en todo un año.

―Sí, dormiré en el dichoso sofá, ¿contenta? ―refunfuñé, resoplando.
―Eso está mejor ―sonrió.

Otra vez su sonrisa me pareció perfecta, dulce y cariñosa…

Percibí cómo el labio de Billy se elevaba ligeramente por uno de sus lados. Me dieron ganas de lanzarle algo para borrarle esa estúpida mueca de satisfacción.

Carraspeó y volvió la atención a la mesa.

―Esto está riquísimo, ¿verdad, Jake?

Genial. Ya empezaba. Esto ya me lo temía yo…

―Sí, muy rico… ―mascullé, de mala gana, clavando el tenedor en un trozo de carne.

La verdad es que lo estaba. Lo estaba como siempre lo habían estado todas sus recetas, pero este plato era mi favorito. No pude evitar que mi chamuscado cerebro volviese a preguntarse por qué lo había hecho.

―Gracias ―asintió ella, sonriendo otra vez.

Me empeñé en fijarme en la pantalla de la tele, pero mi desobediente vista se me iba, se me iba.

―Dicen que a un hombre se le conquista por el estómago ―rió Billy.

¿Sería idiota…?

Llevé mi mano hacia delante para coger mi vaso de agua, intentando fingir indiferencia mientras veía la televisión.

―Lo sé ―sonrió ella de nuevo; y llevó sus ojazos de café a los míos para engancharlos con una mirada llena de intenciones.

El espasmo que me dio hizo que mi mano calculase mal y empujase el vaso. Éste cayó, chocando con mi plato, lo cual produjo un ruido un tanto estrepitoso, y el agua se desparramó por mi comida y por el mantel, llegando incluso a salpicarme algo en la camiseta.

―Mierda, genial ―protesté, levantándome de la silla con rapidez para que el agua no llegase a mis pantalones, mientras me secaba la camiseta con las manos.
―Vaya por Dios ―murmuró Billy, tirando su servilleta encima del charco del mantel para que el líquido dejase de gotear en el suelo.
―Deja que te ayude ―se ofreció ella, poniéndose de pie.

Se acercó a mí y comenzó a secarme la camiseta con su servilleta.

―No, deja ―me aparté, con nerviosismo―. No… no es nada, ya secará.
―Te cambiaré el plato y te echaré otro poco ―dijo, dejando la servilleta en la mesa para recogerlo.
―No, no hace falta ―le paré, cogiendo el plato yo―. Ya cené bastante. Seguid… seguid cenando vosotros.

Y corrí hacia la cocina. Dejé el plato en el fregadero y apoyé las manos en la meseta, inclinándome un poco hacia delante.

Me sentía un poco aturdido y desconcertado. ¿A qué venía tanta amabilidad ahora? Rechiné los dientes cuando me di cuenta del por qué. Era evidente que intentaba ser simpática para que la llevase a esa dichosa montaña de Canadá. Pues lo llevaba claro, porque no pensaba hacerlo.

Salí de la cocina y me dirigí al sofá para ver la televisión.

―¿No te sientas con nosotros? ―quiso saber mi viejo―. Aún no hemos terminado.
―Pero yo sí ―respondí, cogiendo el mando de la mesita.
―No seas maleducado, Jacob ―me regañó.
―Bah, déjame en paz ―mascullé, dejándome caer en el tresillo, que estaba cubierto con sábanas y una manta.
―Este chico ―farfulló primero―. Creo que todavía no ha pasado la adolescencia ―afirmó después para hacerle la gracia a ella.

Le dediqué una mirada asesina mientras hacía zapping.

―No importa ―sonrió ella.

Se hizo un placentero momento de silencio en el que sólo se escucharon los cubiertos trabajando sobre los platos.

―Dime, Nessie, ¿quién te está persiguiendo y por qué? ―inquirió Billy.
―No puedo… decirlo ―declaró ella, bajando la mirada.

Ja. Genial. Encima, no nos decía nada.

―¿Es por seguridad? ―siguió mi viejo.

¿Es un secreto?, pensé yo, con retintín.

―Sí ―asintió―. No puedo desvelar nada, lo siento. Tenéis que confiar en mí ―y llevó sus pupilas a las mías, solicitándolo.

¿Confiar en ella? ¿Después de lo que me había hecho? ¡Ja!

No dije nada, volví la vista a la televisión y la obligué a quedarse allí tiesa, aunque eso me costara que se me secasen los ojos y se me cayesen rodando por el suelo.

―Bueno, si es así, lo haremos ―aceptó el ingenuo de Billy. Que hablase por él―. Supongo que tu familia tendrá una buena razón para eso. 
―Gracias, Billy. Oye, ¿qué tal están los chicos? ―preguntó ella, se notaba que para cambiar de tema.
―Bien, hoy tenían una fiesta en First Beach, ¿no es así, Jacob? ―y giró medio cuerpo para mirarme.
―Tenían ―maticé, simulando un completo pasotismo.
―Sí, bueno, con esta lluvia seguro que han tenido que cancelarla ―afirmó, volviéndose hacia ella de nuevo. 
―Vaya, pobrecitos ―rió ella.

Sí, pobrecitos. Me reí en mi fuero interno con un poco de malicia. Les había caído bien, por insistirme tanto con el tema. Se les acabaron las chicas por hoy. Mañana tendría material para meterme con el pesado de Embry.

―Es una lástima. Si no hubiese llovido, podíais haber ido hasta allí.

Sí, claro, cogiditos de la mano, no te digo… Este hombre estaba chalado.

―Bueno, no sé si hubiera sido buena idea ―declaró ella, llevando la vista hacia su plato.

Mira, ya estábamos de acuerdo en algo.

―Ellos no están enfa…

Mi fuerte carraspeo le puso en sobre aviso. Como abriera más la bocaza, le tiraría el mando a esa cocorota dura que tenía. Billy entendió mi mensaje a la perfección y cerró su pico de oro. Al menos en este asunto, porque ella le preguntó cómo le iba y Billy se puso a hablar sobre sus hazañas de pesca, cosa que no le interesaba ni a él.

Intenté prestar la menor atención posible a la conversación que siguió, pero de vez en cuando mis estúpidos oídos se empeñaban en poner la parabólica.

Después de ese rato de charla, recogieron la mesa y la cocina, y regresaron a la sala.

Ella se metió en mi dormitorio y Billy colocó su silla junto al sofá para ver la televisión conmigo.
No llevábamos ni tres minutos de esa serie policíaca que mi viejo solía ver, cuando ella volvió a salir de mi cuarto.

Mi primer medio giro de cabeza fue para dedicarle una mirada recelosa, pero mi rostro volvió a voltearse súbitamente cuando la miré mejor. Mi corazón sufrió otro espasmo y el mando bailó un segundo en el revoltijo que mis torpes y nerviosas manos formaron de repente, hasta que no pude impedir que se me cayese al suelo.

Se había puesto una de mis camisetas, que le quedaba bastante amplia y le llegaba a los muslos, aunque debajo solamente vestía unos shorts de esos cortitos en color rosa pastel. 

Tuve que respirar bien hondo y tragar mucha saliva para conseguir que mi vista regresara al televisor.
Mierda, mierda.

Sí, esto era una equivocación, debería largarme de aquí ahora mismo.

Pero el idiota de mí no lo hizo.

Recogió el mando del suelo y se sentó junto a mí, acomodándose de lado, doblando las piernas para ponerlas sobre el sofá y reposando su codo en el respaldo para apoyar su cabeza en esa mano que se metía por su espeso cabello, éste se esparcía por todo su brazo.

Esto era surrealista.

―Espero que no te importe que te cogiera una de tus camisetas, no tenía nada para dormir ―me dijo, ofreciéndome el mando.
―Haz lo que te de la gana ―refunfuñé.

Eso hizo que no tuviera más remedio que mirar en su dirección para cogerlo.

Dios. ¿No había nada más sexy en el armario? Aunque a ella le quedaría bien cualquier cosa, claro, estaría sexy hasta con un harapo. No pude evitar que mis ojos actuasen con autonomía propia y le echasen un buen repaso. Sí, yo lo sabía muy bien, estaba muy, muy buena, como un tren, más que eso, estaba tremenda. Vaya, que mis hormonas estaban muy revolucionadas, vamos, hacía un año que yo no…, bueno, que no… Y, encima, sólo tenía ojos para ella. Y ella estaba aquí, justo a mi lado, a un solo movimiento mío…

Me pregunté si llevaría algo debajo de esa camiseta…

¡Arg! ¡Mierda! ¡Basta, basta! 

Agarré el mando con precipitación y, del mismo modo, me eché a un lado para apartarme de ella, apoyándome entre el respaldo y el brazo del sofá. Peleé con mis tercas pupilas para que se despegasen de ese cuerpazo, aunque no podía dejar de echarle vistazos de reojo de vez en cuando.

Tenía que tener cuidado, ella era como una de esas sirenas que embelesan al marinero para después arrastrarlo al fondo del mar con el fin de ahogarle.

Me pasé el resto de la serie de esta guisa, peleándome conmigo mismo para no sucumbir a sus más que evidentes encantos. Para colmo, yo tenía que dormir aquí, en este incómodo tresillo, y no me quedaba más remedio que quedarme y esperar a que Billy y ella se fueran a la cama.

Volví a replantearme seriamente lo de pirarme para dormir fuera, pero fue entonces cuando ella decidió que era hora de irse a la cama.

Aleluya.

―Hasta mañana, Billy ―se despidió, con una sonrisa, poniéndose en pie.

Mi vista se escapó hacia ella otra vez. Maldita sea…

―Hasta mañana, que descanses ―le contestó Billy.
―Hasta mañana, Jake ―murmuró, con voz más dulce.

Se quedó mirándome para ver si yo le decía algo, pero opté por no hacerlo. Sólo me limité a mirarla con ese recelo que le tenía reservado antes.

Respiró hondo y se dio la vuelta para caminar hacia mi dormitorio.

Y mi vista volvió a clavarse donde no debía. ¡Maldita sea!

En cuanto arrimó la puerta de mi cuarto, mis ojos pudieron tomarse un respiro, pero a mi pobre cerebro le vino trabajo por otro lado. Billy giró sus ruedas con brío y se acercó a mí.

Fruncí el ceño, a la defensiva. ¿Es que esta tortura no iba a parar?

―Tienes que ayudarla ―empezó, bisbiseando las palabras―. Tienes que llevarla a esa montaña de Canadá.
―¿Qué dices? ―mis cejas se hundieron más―. No pienso hacerlo.
―Piénsalo, hijo ―me cuchicheó el muy tonto, como si así ella no fuera a escucharlo―. Serán varios días, estaréis a solas, es una buena oportunidad para volver a…

¿Qué demonios decía? ¿Había bebido o qué?

―Para, para, para ―le corté, enfadado, haciendo aspavientos con las manos―. Ni hablar. Ni hablar, ¿me oyes?
―Pero, escucha, si tú…
―Se acabó ―volví a interrumpirle, levantándome―. Si no dejas este tema ya, me piro.
―Vale, está bien ―resopló él, moviendo las ruedas para alejarse―. Haz lo que quieras, pero creo que estás perdiendo una oportunidad de oro. Luego no digas que no te lo he dicho.

Y se metió en su dormitorio, cerrando la puerta a sus espaldas.

Rechiné los dientes. Oportunidad de oro, decía. Chisté. 

Apagué la televisión y la luz, y me tiré en el sofá de nuevo, recostándome».



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