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sábado, 30 de abril de 2016

ADELANTO DE OESTE


Aquí tenéis un último adelanto de OESTE. Deciros que espero tenerlo (más me vale por mi seguridad, jajajaja) a finales de primavera. ¡Ya queda menos! En fin, aquí tenéis el adelanto, espero que os guste ;)


NATHAN.

«Todos nos giramos para mirar al unísono, aunque fueron los caballos los que intuyeron primero el peligro que estaba a punto de cernirse sobre nosotros. Su inquietud se transformó en un soplo de fuertes relinches cuando una gran rama se lanzaba en nuestra dirección, y justo en ese momento, un sinfín de chasquidos más resonaron con estrépito. Los árboles estaban siendo arrasados por una fuerza invisible y devastadora, la cual los despedazaba en cientos de pedazos que eran engullidos con ferocidad. En un parpadeo, vimos cómo un tsunami enmarañado de puntiagudas ramas se abalanzaba hacia nosotros.

―¡Corred! ―voceé, azuzando ya con los talones a mi compañero de cuatro patas.

Más relinches acompañaron a los gritos de los protectores, y a éstos, el fragor de los cascos de los caballos y el estruendo de esa masa de ramaje que nos perseguía.

Ya estaba comenzando a galopar cuando mi vista se escapó a mi lado, hacia la sacerdotisa. No estaba, así que volví a dirigir la mirada hacia delante. Un momento, ¿no estaba? Viré la cara de sopetón. Mis ojos se abrieron del todo al descubrir que se estaba dando la vuelta y se estaba quedando atrás.

¡¿Qué cojones hacía?!

―¡¿Qué estás haciendo?! ―la increpé.
―¡Retenerlo para que os dé tiempo a escapar! ―contestó, tirando de las riendas de su caballo para calmarlo. Milagrosamente, logró que el animal fuera contra todos sus principios naturales y se mantuviera lo bastante sereno como para poder realizar la hazaña que tuviera en mente.

La sacerdotisa llevó sus palmas hacia delante y las dirigió de inmediato a ese azote de aspecto implacable que se arrojaba hacia nosotros. De pronto, todas las ramas, hojas y pedazos de troncos se estamparon contra un escudo transparente, aunque parecían empujarlo con una fuerza bestial. Sin embargo, los árboles seguían siendo despedazados por ese tornado invisible y se unían a los otros al chocar contra la barrera, por lo que el peso que soportaba aumentaba a cada instante. Ella arrugó la frente, del esfuerzo.

Otra vez sentía ese extraño impulso…

Joder, ¡al diablo! Pasaba. Que le dieran por el…

Estrujé los labios.

¡Arg! Pero no podía, ese impulso era demasiado fuerte. Mierda, ¡mierda!

Detuve mi marcha a regañadientes y di media vuelta.

―¡¿Adónde vas?! ―me regañó Mark, sesgando su estupefacto semblante en mi dirección.
―¡Oh, señor! ¡Juliah! ―voceó el príncipe, que acababa de darse cuenta del percal.

¿Y todavía se enteraba ahora?

―¡No os detengáis! ¡Nos reuniremos ahora! ―les mandé, sin mutar lo más mínimo mi actividad.

Mark rechinó los dientes con impotencia, pero también sabía que poco o nada iba a conseguir intentando convencerme, así que obedeció mi orden, junto con los demás. El principito hizo el amago de girarse también. Frunció los labios y su expresión se tornó en algo parecido a la valentía y determinación.

―¡No, alteza! ―le pidió Oliver.

No hizo falta más. Al segundo, todo ese gesto de su rostro fue barrido por la cobardía, y en otro, ya estaba siguiendo con la huida.

Mejor, lo que me faltaba era estar pendiente de él también.

Llegué junto a la sacerdotisa y, al igual que ella, logré calmar a mi caballo.

―Ve con los demás ―me exigió.
―Yo no obedezco órdenes de nadie ―le recordé.
―No te necesito.
―¿Ah, no? ¿Y cómo coño piensas salir tú de esta? Sabes que no puedes retener esto eternamente…
―No, puedo deshacerme de esto…
―…y cuando eso pase, toda esa mierda te arrastrará con ella ―continué sin escucharla.

La sacerdotisa tenía la boca abierta para rebatírmelo, pero de repente pareció caer en algo y la cerró.

―Está bien, ¿qué hacemos? ―preguntó.

Miré a mi alrededor, buscando un plan. Lo encontré.

―Ese agujero parece una cueva ―le señalé. Luego la miré a ella―. Bien, ahora escucha. Tendremos que bajarnos de los caballos. Te sujetaré por detrás, y cuando cuente hasta tres, tiraré de ti con todas mis fuerzas para que podamos saltar. Con un poco de suerte podremos refugiarnos en la cueva a tiempo.
―De acuerdo ―asintió―. Espero que los demás hayan encontrado un refugio.

Me bajé del caballo y le di un azote en sus cuartos traseros para que emprendiera la huida. Después, me acerqué al equino gris, posicionándome a un lado de la sacerdotisa.

―Déjate caer ―le exhorté, dejando mis brazos abiertos―. No te preocupes, te cogeré.
―¿Seguro? ―dudó.
―Sí, confía en mí.

La sacerdotisa clavó sus ojos en los míos.

―Claro que confío en ti ―aseguró.

Mi estómago fue recorrido por una corriente extraña.

Carraspeé.

―Pues venga ―la azucé, abriendo mis brazos un poco más.

Asintió. Miró al frente y, sin dejar de extender su escudo, se dejó caer hacia mi lado. Mis brazos la recibieron sin problemas y la ayudé a apearse de su caballo.

―Mi bastón ―me avisó.

Reparé en que lo tenía enganchado en una de las cintas que sujetaban el mantón.

―Ah, sí.

Entonces, cuando lo cogí, me fijé en la empuñadura. Esta vez mi estómago fue sacudido por un chispazo gigantesco. No me había fijado hasta ahora, pero era un dragón. Un dragón. Y lo peor es que ese bastón me resultaba tan familiar…

―¿A la de tres? ―inquirió la sacerdotisa.

Sacudí la cabeza y me guardé el bastón en la espalda, junto a mis armas. El caballo gris ya estaba corriendo en dirección opuesta, siguiendo la estela del mío.

―Eso es, a la de tres ―ratifiqué, engarzando su cintura con fuerza.

Otra vez la calidez de su cuerpo. Su coronilla alcanzaba mi nariz, y su aroma a jazmín ya empezaba a engatusarla.

Genial.

―Cógeme bien ―imploró.
―Sí, sí, te tengo bien cogida ―le calmé, soltando un suspiro cansado―. Oye, ¿podrás saltar con esa pierna?

Mi duda pareció ofenderla.

―Tengo la otra, ¿recuerdas?

Ese aire refunfuñón me hizo un poco de gracia, aunque he de admitir que la chica tenía garra.

―Vale, vale. Bueno, ¿preparada?
―Sí.
―Bien, pues vamos allá ―ambos tomamos aire y lo retuvimos un par de segundos―. Uno, dos y… ¡tres!

Tiré de ella y… ¡un buen salto!

Ya estábamos cayendo en el agujero, cuando de repente, en un instante fugaz, vi cómo un par de columnas de fuego se espetaban contra el tsunami de ramas. Todo sucedió en una fracción de segundo. El voraz tsunami era volatilizado y los pedazos encendidos de troncos y ramas saltaban en todas direcciones, quemándose y extinguiéndose por completo.

¿Qué demonios había sido eso?

Sin embargo, un montón de ramas se dirigió en nuestra dirección de una extraña forma. Salieron de ese caos con total independencia para abalanzarse a por nosotros, como si fuesen atraídas por un imán. En un abrir y cerrar de ojos las teníamos justo encima de nosotros. De pronto la oscuridad lo invadió todo, y al instante, sentí el golpe de mi cuerpo contra el suelo. Tenía a la sacerdotisa bien sujeta, sin embargo, no pude evitar que termináramos rodando por el impulso de la caída.

Un muro de piedra fue lo que consiguió que nos detuviéramos. Terminé boca arriba, con la sacerdotisa sobre mí, aunque no se veía absolutamente nada. Una chispa me cegó momentáneamente, hasta que vi que se trataba de una llama de fuego que emergía de la nada, iluminando el lugar. La sacerdotisa estaba sentada sobre mí, y el halo de fuego se hallaba por encima de su cabeza, flotando. La flamante llama anaranjada creaba un efecto óptico en su rostro, arropándolo en una especie de nebulosa mágica que suavizaba aún más sus facciones ya de por sí dulces. Su cabello, peinado con un intrínseco trenzado, resbaló sobre su hombro justo cuando clavó esos ojos almendrados en los míos. Tan sólo las gemas de su diadema brillaban tanto como ellos.

Entonces, algo sucedió. Algo que me dejó petrificado.

La nebulosa que perfilaba su rostro se transformó en niebla, y en un suspiro los dos estábamos envueltos por ella. Exhalé con desconcierto, porque de repente me vi en un sueño extrañamente familiar.

Pero eso no fue todo.

El soplo de una brisa cálida y frágil se llevó la bruma, ocultando a la sacerdotisa durante un momento, y cuando desapareció por completo, ella volvió a resurgir ante mis pupilas. Esta vez no pude evitar soltar un jadeo. Estaba desnuda. Su larga melena caía libre, enmarañada y salvaje sobre sus hombros y sus senos mientras ella se mecía sobre mi cuerpo con pasión. Ahora eran sus ojos los que flameaban como el fuego, fijos en mí.

Me incorporé súbitamente, sobresaltado, y con tanta fuerza que la sacerdotisa se cayó hacia atrás. Parpadeé varias veces al ver que todo había vuelto a la normalidad.

―¿Qué fue eso? ―pregunté, aún con el corazón a mil por hora.
―¿El qué? ―ella frunció el ceño con extrañeza, frotándose la espalda con una mano quejumbrosa por el golpe―. ¿Qué te pasa?

Eso quisiera saber yo.

―Na-nada ―le respondí, poniéndome de pie rápidamente».


UN TROCITO DE NUEVA ERA I. PROFECÍA


NUEVA ERA I. PROFECÍA.

JACOB:

«Adopté mi forma humana bajo la lluvia, saqué mi ropa de esa dichosa cinta y me puse los pantalones empapados.

Cuando entré en la casa, ella salía de mi cuarto al mismo tiempo. No pude evitar que mi corazón se acelerase de nuevo. Pero olía estupendamente. No me había dado cuenta del hambre voraz que tenía hasta que olí esa comida. 

Nuestras pupilas se encontraron por un sólo instante, ya que yo las aparté como el rayo que acababa de caer allí fuera, aunque por el rabillo del ojo pude ver cómo ella me repasaba con la mirada y su corazón también aumentaba de ritmo. Eso hizo que volviera a clavarlas en las suyas, y entonces fue ella quien las apartó, girando el rostro, ruborizada.

Vaya. Ahora se ponía tímida conmigo. ¿Qué te parece?

―Llegas a tiempo ―declaró Billy, con una sonrisa, quitándome la camiseta mojada que chorreaba desde mi mano―. Nessie ha hecho la cena, íbamos a ponernos a comer ahora mismo ―y entró en el cuarto de baño para meterla en la lavadora.

Iba a decir que no tenía hambre, pero mis tripas rugían ruidosamente con ese olor, era demasiado evidente que estaba famélico. Me di cuenta de que olía a uno de mis platos favoritos, sólo ella sabía prepararlo así, y ella lo sabía, ella sabía cuánto me gustaba. ¿Qué era esto? ¿Acaso… acaso había cocinado para mí? Mientras ella ya ponía mi plato en la mesa, y aprovechando que alzó la vista hacia mí, me arriesgué y enganché mis extrañados ojos en los suyos para estudiarlos. 

Qué preciosos eran…

―Bueno, a cenar ―interrumpió Billy, saliendo del baño a toda velocidad para colocar su silla en la mesa y haciendo que yo apartara la vista con precipitación.
―Tengo… tengo que ponerme algo seco ―dije, llevando la mano a mi pelo mojado para revolvérmelo con nerviosismo y echando a andar hacia mi cuarto.

Atravesé la sala a toda prisa, pasando junto a ella sin mirarla, aunque ese maravilloso efluvio no pasó desapercibido para mi nariz, que volvió a inspirarlo profundamente, y entré en mi habitación, cerrando la puerta a mis espaldas.

Apoyé la espalda y la cabeza en la misma, cerrando los ojos, estrujando los párpados para no pensar, pero, maldita sea, ya era demasiado tarde. Esa película ya empezaba a abrirse paso. Desde luego era un auténtico idiota. Era seguro que había hecho ese plato solamente para ser amable, un gesto de agradecimiento por dejar que se alojase aquí. Pero todo este rollo de la comida volvía a traerme esos recuerdos que ahora me dolían tanto, no podía evitarlo. 

―Jake, estamos esperando por ti ―voceó Billy.

Me despegué de la puerta, un poco sobresaltado por esa inesperada y molesta voz.

Mi padre también tenía un hambre canina, no era de extrañar, con ese olor ya debía de llevar un buen rato salivando. Ella era una cocinera excelente.

Gruñí.

―Ya voy ―le contesté, de mala gana.

Resollé por las napias y me dirigí al armario para coger lo primero que pillé. Me puse unos pantalones de chándal y una camiseta gris y salí de mi habitación para cenar, pasando primero por el cuarto de baño para meter los pantalones en la lavadora.

Cuando regresé a la sala, mi padre y ella ya estaban esperándome, sentados a la mesa. No quería mirarla, así que desvié la vista hacia cualquier otro lado, entonces, vi el sofá. 

―Nessie te ha preparado el tresillo para que duermas más cómodo ―me aclaró Billy, que se había dado cuenta de mi careto de estupefacción.

Y ahora me hacía la cama, ¿a qué se debía tanta amabilidad?

―No hacía falta ―gruñí, sentándome―. En cuanto pase la tormenta, me voy a largar de aquí.

Sí, porque esta situación era muy incómoda para mí, y totalmente surrealista.

Pero cenar, iba a cenar. Ya sabes, el hambre es el hambre. Bueno, ya que ella se había quedado y yo tenía que soportar su presencia, podía aprovecharme un poco de la situación. Y, la verdad, para ser sinceros, esto olía demasiado bien como para desperdiciarlo. No me iba a morir por cenar algo tan rico, aunque lo hubiese hecho ella. Eso sí, lo comería lo más deprisa que pudiera para pirarme de aquí cuanto antes, y tampoco tenía pensado dirigirle la palabra.

―Pues tiene toda la pinta de que no va a parar ―declaró ella, cogiendo sus cubiertos para comenzar a zampar.

Bueno, sólo una frase.

―Puede que la lluvia no pare, pero la tormenta pasará. Y eso es suficiente para que pueda dormir afuera ―alegué, con acidez. 

Bueno, vale, eran dos frases.

―A veces los rayos caen y, sin embargo, nunca ha llovido ―afirmó, mirándome con una intención que no pillé.

¿A qué venía esa frase tan tonta? 

―Pues si no llueve, más fácil me lo pones ―respondí, metiéndome un buen bocado de comida en la boca.

Que estaba riquísima, por cierto, había que reconocérselo.

―La verdad es que no tiene pinta de parar. Deberías dormir dentro ―me aconsejó.
―La lluvia es lo que menos me preocupa, créeme ―le contesté, de mal rollo.
―Pues ya te he preparado el sofá.
―Pues no haberlo hecho.

Mierda. Sin darme cuenta, ya estaba conversando con ella. Bueno, conversando no, esto se parecía más a una discusión estúpida.

Billy nos miraba a los dos con un poco de prudencia. El muy idiota intentaba disimular, fijando la vista en el televisor como si no pasase nada, pero podía ver cómo nos observaba por el rabillo del ojo.

―Pues si no duermes dentro, me iré fuera contigo ―espetó, con terquedad.

Giré el rostro hacia ella y la fulminé con la mirada.

―Ni se te ocurra ―gruñí.
―Pienso hacerlo.

Clavó esos ojazos en los míos con esa determinación que conocía tan bien. Esta era capaz de seguirme y todo si me largaba por ahí, o peor, si me piraba lejos y ella se perdía al seguirme o algo, sabía que terminaría dando la vuelta para buscarla como un imbécil. Eso me haría parecer más patético todavía, y, encima, delante de ella.

Solté todo tipo de maldiciones en mi fuero interno. ¿Por qué me tenían que pasar a mí estas cosas?

Dejé que continuase ese silencio que había quedado y volví mi enfrascada y malhumorada cara al plato para seguir cenando.

―¿Dormirás en el sofá? ―preguntó, al ver que yo no le contestaba.

¿Pero a ella qué le importaba? No se había preocupado por mí en todo un año.

―Sí, dormiré en el dichoso sofá, ¿contenta? ―refunfuñé, resoplando.
―Eso está mejor ―sonrió.

Otra vez su sonrisa me pareció perfecta, dulce y cariñosa…

Percibí cómo el labio de Billy se elevaba ligeramente por uno de sus lados. Me dieron ganas de lanzarle algo para borrarle esa estúpida mueca de satisfacción.

Carraspeó y volvió la atención a la mesa.

―Esto está riquísimo, ¿verdad, Jake?

Genial. Ya empezaba. Esto ya me lo temía yo…

―Sí, muy rico… ―mascullé, de mala gana, clavando el tenedor en un trozo de carne.

La verdad es que lo estaba. Lo estaba como siempre lo habían estado todas sus recetas, pero este plato era mi favorito. No pude evitar que mi chamuscado cerebro volviese a preguntarse por qué lo había hecho.

―Gracias ―asintió ella, sonriendo otra vez.

Me empeñé en fijarme en la pantalla de la tele, pero mi desobediente vista se me iba, se me iba.

―Dicen que a un hombre se le conquista por el estómago ―rió Billy.

¿Sería idiota…?

Llevé mi mano hacia delante para coger mi vaso de agua, intentando fingir indiferencia mientras veía la televisión.

―Lo sé ―sonrió ella de nuevo; y llevó sus ojazos de café a los míos para engancharlos con una mirada llena de intenciones.

El espasmo que me dio hizo que mi mano calculase mal y empujase el vaso. Éste cayó, chocando con mi plato, lo cual produjo un ruido un tanto estrepitoso, y el agua se desparramó por mi comida y por el mantel, llegando incluso a salpicarme algo en la camiseta.

―Mierda, genial ―protesté, levantándome de la silla con rapidez para que el agua no llegase a mis pantalones, mientras me secaba la camiseta con las manos.
―Vaya por Dios ―murmuró Billy, tirando su servilleta encima del charco del mantel para que el líquido dejase de gotear en el suelo.
―Deja que te ayude ―se ofreció ella, poniéndose de pie.

Se acercó a mí y comenzó a secarme la camiseta con su servilleta.

―No, deja ―me aparté, con nerviosismo―. No… no es nada, ya secará.
―Te cambiaré el plato y te echaré otro poco ―dijo, dejando la servilleta en la mesa para recogerlo.
―No, no hace falta ―le paré, cogiendo el plato yo―. Ya cené bastante. Seguid… seguid cenando vosotros.

Y corrí hacia la cocina. Dejé el plato en el fregadero y apoyé las manos en la meseta, inclinándome un poco hacia delante.

Me sentía un poco aturdido y desconcertado. ¿A qué venía tanta amabilidad ahora? Rechiné los dientes cuando me di cuenta del por qué. Era evidente que intentaba ser simpática para que la llevase a esa dichosa montaña de Canadá. Pues lo llevaba claro, porque no pensaba hacerlo.

Salí de la cocina y me dirigí al sofá para ver la televisión.

―¿No te sientas con nosotros? ―quiso saber mi viejo―. Aún no hemos terminado.
―Pero yo sí ―respondí, cogiendo el mando de la mesita.
―No seas maleducado, Jacob ―me regañó.
―Bah, déjame en paz ―mascullé, dejándome caer en el tresillo, que estaba cubierto con sábanas y una manta.
―Este chico ―farfulló primero―. Creo que todavía no ha pasado la adolescencia ―afirmó después para hacerle la gracia a ella.

Le dediqué una mirada asesina mientras hacía zapping.

―No importa ―sonrió ella.

Se hizo un placentero momento de silencio en el que sólo se escucharon los cubiertos trabajando sobre los platos.

―Dime, Nessie, ¿quién te está persiguiendo y por qué? ―inquirió Billy.
―No puedo… decirlo ―declaró ella, bajando la mirada.

Ja. Genial. Encima, no nos decía nada.

―¿Es por seguridad? ―siguió mi viejo.

¿Es un secreto?, pensé yo, con retintín.

―Sí ―asintió―. No puedo desvelar nada, lo siento. Tenéis que confiar en mí ―y llevó sus pupilas a las mías, solicitándolo.

¿Confiar en ella? ¿Después de lo que me había hecho? ¡Ja!

No dije nada, volví la vista a la televisión y la obligué a quedarse allí tiesa, aunque eso me costara que se me secasen los ojos y se me cayesen rodando por el suelo.

―Bueno, si es así, lo haremos ―aceptó el ingenuo de Billy. Que hablase por él―. Supongo que tu familia tendrá una buena razón para eso. 
―Gracias, Billy. Oye, ¿qué tal están los chicos? ―preguntó ella, se notaba que para cambiar de tema.
―Bien, hoy tenían una fiesta en First Beach, ¿no es así, Jacob? ―y giró medio cuerpo para mirarme.
―Tenían ―maticé, simulando un completo pasotismo.
―Sí, bueno, con esta lluvia seguro que han tenido que cancelarla ―afirmó, volviéndose hacia ella de nuevo. 
―Vaya, pobrecitos ―rió ella.

Sí, pobrecitos. Me reí en mi fuero interno con un poco de malicia. Les había caído bien, por insistirme tanto con el tema. Se les acabaron las chicas por hoy. Mañana tendría material para meterme con el pesado de Embry.

―Es una lástima. Si no hubiese llovido, podíais haber ido hasta allí.

Sí, claro, cogiditos de la mano, no te digo… Este hombre estaba chalado.

―Bueno, no sé si hubiera sido buena idea ―declaró ella, llevando la vista hacia su plato.

Mira, ya estábamos de acuerdo en algo.

―Ellos no están enfa…

Mi fuerte carraspeo le puso en sobre aviso. Como abriera más la bocaza, le tiraría el mando a esa cocorota dura que tenía. Billy entendió mi mensaje a la perfección y cerró su pico de oro. Al menos en este asunto, porque ella le preguntó cómo le iba y Billy se puso a hablar sobre sus hazañas de pesca, cosa que no le interesaba ni a él.

Intenté prestar la menor atención posible a la conversación que siguió, pero de vez en cuando mis estúpidos oídos se empeñaban en poner la parabólica.

Después de ese rato de charla, recogieron la mesa y la cocina, y regresaron a la sala.

Ella se metió en mi dormitorio y Billy colocó su silla junto al sofá para ver la televisión conmigo.
No llevábamos ni tres minutos de esa serie policíaca que mi viejo solía ver, cuando ella volvió a salir de mi cuarto.

Mi primer medio giro de cabeza fue para dedicarle una mirada recelosa, pero mi rostro volvió a voltearse súbitamente cuando la miré mejor. Mi corazón sufrió otro espasmo y el mando bailó un segundo en el revoltijo que mis torpes y nerviosas manos formaron de repente, hasta que no pude impedir que se me cayese al suelo.

Se había puesto una de mis camisetas, que le quedaba bastante amplia y le llegaba a los muslos, aunque debajo solamente vestía unos shorts de esos cortitos en color rosa pastel. 

Tuve que respirar bien hondo y tragar mucha saliva para conseguir que mi vista regresara al televisor.
Mierda, mierda.

Sí, esto era una equivocación, debería largarme de aquí ahora mismo.

Pero el idiota de mí no lo hizo.

Recogió el mando del suelo y se sentó junto a mí, acomodándose de lado, doblando las piernas para ponerlas sobre el sofá y reposando su codo en el respaldo para apoyar su cabeza en esa mano que se metía por su espeso cabello, éste se esparcía por todo su brazo.

Esto era surrealista.

―Espero que no te importe que te cogiera una de tus camisetas, no tenía nada para dormir ―me dijo, ofreciéndome el mando.
―Haz lo que te de la gana ―refunfuñé.

Eso hizo que no tuviera más remedio que mirar en su dirección para cogerlo.

Dios. ¿No había nada más sexy en el armario? Aunque a ella le quedaría bien cualquier cosa, claro, estaría sexy hasta con un harapo. No pude evitar que mis ojos actuasen con autonomía propia y le echasen un buen repaso. Sí, yo lo sabía muy bien, estaba muy, muy buena, como un tren, más que eso, estaba tremenda. Vaya, que mis hormonas estaban muy revolucionadas, vamos, hacía un año que yo no…, bueno, que no… Y, encima, sólo tenía ojos para ella. Y ella estaba aquí, justo a mi lado, a un solo movimiento mío…

Me pregunté si llevaría algo debajo de esa camiseta…

¡Arg! ¡Mierda! ¡Basta, basta! 

Agarré el mando con precipitación y, del mismo modo, me eché a un lado para apartarme de ella, apoyándome entre el respaldo y el brazo del sofá. Peleé con mis tercas pupilas para que se despegasen de ese cuerpazo, aunque no podía dejar de echarle vistazos de reojo de vez en cuando.

Tenía que tener cuidado, ella era como una de esas sirenas que embelesan al marinero para después arrastrarlo al fondo del mar con el fin de ahogarle.

Me pasé el resto de la serie de esta guisa, peleándome conmigo mismo para no sucumbir a sus más que evidentes encantos. Para colmo, yo tenía que dormir aquí, en este incómodo tresillo, y no me quedaba más remedio que quedarme y esperar a que Billy y ella se fueran a la cama.

Volví a replantearme seriamente lo de pirarme para dormir fuera, pero fue entonces cuando ella decidió que era hora de irse a la cama.

Aleluya.

―Hasta mañana, Billy ―se despidió, con una sonrisa, poniéndose en pie.

Mi vista se escapó hacia ella otra vez. Maldita sea…

―Hasta mañana, que descanses ―le contestó Billy.
―Hasta mañana, Jake ―murmuró, con voz más dulce.

Se quedó mirándome para ver si yo le decía algo, pero opté por no hacerlo. Sólo me limité a mirarla con ese recelo que le tenía reservado antes.

Respiró hondo y se dio la vuelta para caminar hacia mi dormitorio.

Y mi vista volvió a clavarse donde no debía. ¡Maldita sea!

En cuanto arrimó la puerta de mi cuarto, mis ojos pudieron tomarse un respiro, pero a mi pobre cerebro le vino trabajo por otro lado. Billy giró sus ruedas con brío y se acercó a mí.

Fruncí el ceño, a la defensiva. ¿Es que esta tortura no iba a parar?

―Tienes que ayudarla ―empezó, bisbiseando las palabras―. Tienes que llevarla a esa montaña de Canadá.
―¿Qué dices? ―mis cejas se hundieron más―. No pienso hacerlo.
―Piénsalo, hijo ―me cuchicheó el muy tonto, como si así ella no fuera a escucharlo―. Serán varios días, estaréis a solas, es una buena oportunidad para volver a…

¿Qué demonios decía? ¿Había bebido o qué?

―Para, para, para ―le corté, enfadado, haciendo aspavientos con las manos―. Ni hablar. Ni hablar, ¿me oyes?
―Pero, escucha, si tú…
―Se acabó ―volví a interrumpirle, levantándome―. Si no dejas este tema ya, me piro.
―Vale, está bien ―resopló él, moviendo las ruedas para alejarse―. Haz lo que quieras, pero creo que estás perdiendo una oportunidad de oro. Luego no digas que no te lo he dicho.

Y se metió en su dormitorio, cerrando la puerta a sus espaldas.

Rechiné los dientes. Oportunidad de oro, decía. Chisté. 

Apagué la televisión y la luz, y me tiré en el sofá de nuevo, recostándome».



FRAGMENTO DE ESTE


¿Recordáis este fragmento de ESTE? ;)



ESTE: http://www.bubok.es/libros/235082/Los-Cuatro-Puntos-Cardinales-Este-3-novela-de-la-saga


— NATHAN —

«La botella giraba sobre sí misma con velocidad, hasta que fue perdiendo fuerza y se detuvo. La boca apuntó a Lucy y al idiota de Liam se le iluminó la cara, aunque recuerdo que se puso rojo como un pimiento. Varios críos del pueblo nos habíamos encontrado en el parque y el pequeño círculo improvisado que habíamos formado estalló en voces, guasas y silbidos burlones. Normalmente pasaba de esos circos, pero resulta que July se encontraba allí, y no estaba dispuesto a que ninguno de esos chicos babosos le diera un beso. Ni hablar.

Al igual que yo, July estaba en el parque obligada, aunque por otro motivo. A Lucy le gustaba un chico llamado Corey Kinney que era tres años mayor que ella, y claro, éste se había apuntado al juego. A July no le había quedado más remedio que aguantar el chaparrón para no dejar a Lucy sola, además, no se fiaba de ese chico de catorce años asaltacunas que le tiraba los tejos a su prima de once. Mi hermano era tímido, sin embargo, el tío no lo dudó ni un segundo cuando le dio su primer pico a Lucy, la cual le sonrió con una inesperada grata sorpresa. Recibió más risitas, empujones en el hombro y más pitorreos, pero se quedó a gusto. Sentí envidia de Liam, me acuerdo como si fuera ayer, porque eso fue lo que hizo que, por primera vez, en ese mismo instante, me imaginara un primer beso entre July y yo. Bueno, a mis once años no es que no se me hubiese pasado por la cabeza ya, por supuesto que había pensado en ello alguna vez que otra, pero no con ese nuevo matiz. Todo lo que me había imaginado de un beso con ella era mucho más cándido e inocente, más infantil. Pero July ya empezaba a gustarme sexualmente, también, y el beso que acababa de pasar por mi cabeza no tenía nada que ver con algo pueril. Ese verano fue especialmente caluroso en Wilmington, y ya comenzaba a fijarme en las sensuales novedades que se dejaban entrever bajo su camiseta de tirantes y sus pantalones vaqueros cortos. Todavía no usaba sujetador, aunque los pequeños y redondos bultos que ya empezaban a delinearse como precoces senos se marcaban en la tela de algodón. Mi vista también se deleitaba con sus muslos, tersos y suaves al mismo tiempo.

Salí de mis calientes pensamientos abruptamente cuando el tal Corey se inclinó hacia mi hermano con malas pulgas. No le había hecho ni pizca de gracia que Liam le hubiera dado el beso a Lucy y le sujetó por la camisa para decirle algo.

Salté como una mina al pisarla.

―Suelta a mi hermano ―le advertí con voz agresiva.

Se hizo un abrupto silencio y los demás críos se quedaron tiesos, ya mirándome con temor. Mark, con quien de aquella no tenía más relación que la de conocerle del propio pueblo, estaba presente, junto a Luke, con el cual tampoco me trataba.

―Hey, tranqui, chaval ―se burló, aunque le soltó―. Sólo le iba a gastar una broma ―le clavé una mirada de advertencia que le dejaba claro que eso no me lo tragaba y él, tras observarme más serio, cogió la botella, si bien habló con la sorna y la autosuficiencia que le daba su superioridad por edad―. Bueno, ahora me toca a mí.

Hizo girar el vidrio, pero con muy poca fuerza, de modo que la botella, sin ni siquiera dar una vuelta completa, se paró justo donde ese cretino había pretendido. Un rayo explotó en mi estómago cuando vi que lo había hecho frente a July. Los demás gritaron y se rieron, incluida Lucy, que ahora parecía haber cambiado de candidato.

―¡Muy bien! ―exclamó, contento―. Vamos, preciosa, acércate, voy a regalarte un beso.

July arrugó el entrecejo con cara de asco, aunque no hubiera necesitado eso para que yo le parase los pies a ese idiota. Mientras Corey se inclinaba hacia ella, su torso fue interceptado de manera inminente y brusca por mi brazo. Otro mutismo silbó con la ayuda de la brisa cálida y ligera, y July, a la que ni siquiera le había dado tiempo de hablar, se sorprendió por mi acción.

―¿Qué coño haces, enano? ―protestó, apartándome el brazo.
―Has hecho trampa ―mascullé.

El tipo levantó las cejas con pitorreo.

―¿Trampa? He girado la botella y ha caído en la chica ―entonces, se percató del asunto y pasó a mirarme con más superioridad―. Ya entiendo… Al enano le gusta precisamente esa chica.

Mis ojos se fueron precipitadamente hacia July. Ella ya se había puesto roja por las risitas de los demás, y admito que a mí me dio una vergüenza que no veas. Regresé mi vista hacia ese imbécil.

―¡Claro que no! ¡Esa tonta no me gusta! ―chisté, mirándole de arriba abajo fingiendo un desagrado total.
―¿Cómo has dicho? ―resopló July, sacando humo por la nariz―. ¡El único tonto que hay aquí eres tú!
―Pero la botella casi no ha girado ―proseguí mientras tanto, tratando de ignorar el enfado de July―, has hecho que cayera en ella adrede, y el juego no es así.
―Oye, haré lo que me dé la gana ―gruñó ese abusón de Corey―. Ya estás empezando a hartarme.

Me puse de pie.

―El que me estás hartando eres tú, maldito salido de mierda ―le contesté, enfadado.
―¡Nathan, no empieces! ―me regañó July.
―Maldito enano ―farfulló él, levantándose.

Nos quedamos frente a frente mientras todo el círculo se ponía de pie, estupefacto y paralizado. Ese tipejo engreído me sacaba bastante más que la cabeza, pero no le tenía ni pizca de miedo. En las Cuatro Tierras entrenaba y luchaba con adultos a los que derribaba sin problemas. Liam, si bien desconocía ese dato y siempre prefería mantenerse al margen de mis líos, sabía que yo era capaz de ganarle, aunque aún así se quedó alerta, adoptando un secundario papel de hermano mayor.

―¿Quieres pelea? ―me retó Corey.

No se hable más, me bastaba con eso. Sin dejar que abriera otra vez esa bocaza, le sujeté del brazo y le hice una vertiginosa llave. El tío ni se dio cuenta de mis rápidos movimientos. En un abrir y cerrar de ojos su espalda se comía el suelo de un golpe brusco y seco que retumbó bajo nuestras deportivas.

Los demás críos ya me habían visto en acción muchas veces, pero eso no quitó para que me observaran con temor. Podía haber seguido moliéndole a palos, aprovechándome de su estado de shock y su caída, pero preferí esperar. Quería lucirme ante July, que me observaba con cierto asombro, y, aunque también se la veía algo molesta por mi reacción, eso era suficiente para motivarme más.

―¡Maldito enano! ―Corey se levantó, furioso, y arremetió contra mí, llevando su puño por delante.

Pude ver por el rabillo del ojo cómo a July le daba un respingo temeroso. Eso me gustó. Esquivé los nudillos con un diestro giro y le hice otra llave de artes marciales, una que Dick me había enseñado justo el día anterior y que era bastante chula. En esa ocasión, su boca se tragó la hierba.

Ese idiota se puso en pie, ya arrojándose a por mí con un gruñido rabioso. Parecía un toro salvaje, sin embargo, iba totalmente descoordinado, descontrolado. Mi tercera llave fue la definitiva, y la que le humilló del todo. Cuando levantó su trasero del terreno, me miró con una mezcla de miedo y desconcierto, apretó la dentadura y se marchó pitando de allí.

El resto de críos me contempló con ese respeto temeroso que mostraba la gente siempre ante mí, si bien la que me interesaba era July, por supuesto. La pillé mirándome abstraída, con cierta fascinación, y eso provocó que mi labio se curvara ligeramente. Se izó todavía más cuando se puso colorada y apartó la vista.

―Bueno, ¿seguimos jugando? ―propuso Liam dando una palmada, seguramente para que todo el mundo se olvidara de lo que acababa de ocurrir y dejara de observarme con miedo.
―Sí, vamos a seguir jugando ―sonrió Lucy, entusiasmada.

No sé cómo fue el tema, pero tras eso seguimos con el dichoso juego. Yo no estaba mucho por la labor, pero la peña insistió en continuar y July volvió a verse obligada por culpa de Lucy, con lo cual, yo también.

Y ahí me tenías. Después de haberle dado una lección a ese tipejo, me encontraba girando la botella como un idiota. Ésta dio varias vueltas y poco a poco fue bajando de velocidad. Adivina dónde se detuvo la boquilla. Sí, justo delante de July, y eso que no lo había hecho a propósito.

Los gritos y risitas de los demás sólo aumentaron el súbito nerviosismo que me entró de repente cuando hice que mis pupilas se encontraran con las suyas. Las mejillas de July se encendieron con más vergüenza, y a mí me pareció tan adorable…

Los dos nos quedamos paralizados.

―Venga, Nathan, te ha tocado Juliah ―me azuzó Liam, dándome una palmada en la espalda al tiempo que soltaba una risita―. Tienes que darle un beso. En la boca ―matizó el muy idiota, como si ya no supiese eso.
―¿Qué…? ―July estaba tan patidifusa, que no era capaz de reaccionar.
―Verás, yo no… ―intenté objetar, haciéndome el chulo.
―Vamos, has sido muy gallito con Corey, ¿es que te vas a rajar con una chica? ―me cortó Mark con una sonrisita pícara.

Le acribillé con una veloz mirada.

―Claro que no me rajo ―rebatí, ofendido―. Yo no me rajo ante nada ni nadie.
―Pues dale un beso en la boca ―la sonrisita estúpida de Mark se amplió.
―¡¿Y por qué tiene que darme un beso?! ―protestó July.

Pero yo apreté los labios, clavé el ceño sobre los ojos y volví a mirarla. Ella se sorprendió al ver mi determinación, se quedó de piedra, incluso llegó a ruborizarse un poco. Otra vez me pareció adorable… Pensé que esa era una buena oportunidad para besarla de una vez por todas, que podía sacar provecho de ese estúpido juego, que era una ocasión de lujo para que mi primer beso fuera con ella… Teníamos casi doce primaveras, ya era hora de tirarme a la piscina y darle un beso.

Me incliné para acercarme a ella, apoyando las manos en la hierba.

―Vamos, Juliah ―dijo su prima, riéndose con picardía, al tiempo que la empujaba hacia delante.

Las palmas de July, a la cual le había pillado por sorpresa el empujón, aterrizaron en el terreno y nuestros rostros se quedaron a un palmo, delante de las atentas miradas y las risitas de los demás.

Iba a besarla, iba a besarla… Pero entonces, cuando vi sus adorables ojos de color pardo tan cerca, almendrados, grandes, dulces y cristalinos, me acojoné. Nunca le temía a nada, nunca, lo juro, y siempre había hecho lo que me daba la gana, sin preocuparme, y tampoco era porque todos esos críos estuvieran delante, porque eso me importaba un bledo; sin embargo, ahora reconozco que ese beso me asustó. Me asustó mucho, muchísimo, nunca nada me había dado tanto miedo.

Me aparté de ella ipso facto.

―Bah, no pienso darle un beso a esta fea ―solté, fingiendo una cara de repugnancia total―. Prefiero dárselo a cualquier otra. A esta, por ejemplo ―y me incliné sobre la niña de mi lado.

Y ese fue mi primer beso. El beso más estúpido de toda mi vida.

Cuando terminé de dar ese pico, la chica se quedó embelesada observando mis ojos y se puso colorada. Ella y sus amigas soltaron unas risitas picaronas, pero July, de repente, se puso como una fiera.

―¡Este juego es tonto y aburrido! ―gritó, dejando atónito a todo el mundo, incluido yo.

Agarró la botella y, con toda su mala saña, la lanzó contra el tronco de un árbol cercano. El vidrio explotó en miles de pedazos, mientras ella ya se levantaba enrabietada y echaba a correr.

―¡Juliah! ―la llamó Lucy.

Eso no la detuvo.

Me puse en pie con precipitación y, dejando tirados a todos los demás, me largué de allí a toda prisa para seguirla.

En cuanto salí del parque, no tardé en divisarla. Aunque era muy rápida, logré ponerme a unos escasos metros de ella. Corrimos durante un buen trecho, llegando a la carretera de West Main Street, hasta que el río, que se encaminaba hacia el embalse, empezó a transcurrir a nuestro lado. El calor se hacía de notar en el asfalto, aunque el agua seguía su itinerario cadencioso y tranquilo, aportando una etérea sensación de frescura con el ruido de su corriente. July aminoró el paso y siguió con un paseo acelerado por el arcén. Me saqué la gorra del bolsillo trasero, me la puse, inserté las manos en los bolsillos laterales de mis pantalones cortos y caminé tras ella un buen rato más. Después de otros tantos minutos en los que dejamos atrás nuestras casas, aproveché para ponerme a su lado, procurando que ella anduviera en todo momento junto a la valla metálica que separaba el río de la carretera, para protegerla de los escasos coches que circulaban.

―No me sigas ―protestó.

Entonces, me percaté de que estaba sollozando.

―¿Por qué lloras? ―le pregunté, extrañado.

Idiota, ¿acaso no ves que es porque no la has besado a ella? Si hubiera una máquina del tiempo y pudiera estar allí como una voz en off, le hubiera espetado eso a ese Nathan de casi doce años. Pero de aquella no tenía ni idea de los laberínticos entresijos del amor, claro.

―Déjame en paz, no estoy llorando ―puso July de excusa, secándose las lágrimas con rabia.

No sabía qué hacer para que se animase, no me gustaba verla triste. Lo único que se me daba bien era hacerla de rabiar, así que eso hice.

―Sí, estabas llorando ―me burlé. Saqué las manos de los bolsillos y con un movimiento vertiginoso le quité la goma que sujetaba su cabello en esa coleta baja que llevaba siempre, echando a correr de nuevo―. Tonta llorica.
―¡Nathan! ―se quejó, comenzando a perseguirme.

Sí, me encantaba… Y más aún ver su media melena cayéndole sobre los hombros de esa forma salvaje y despeinada.

―¡Devuélveme mi goma! ―voceó a mis espaldas.
―¡Cógela, tonta llorica!
―¡Sucio apestoso! ―replicó ella, rechinando la dentadura.

Avanzamos a todo lo que daban nuestras piernas por el arcén durante un largo recorrido, sin que ella pudiera cogerme. July estaba enfadada, pero salté la valla de un ágil salto y bajé el pequeño terraplén del río.

―¡Nathan! ―chilló July, siguiéndome.
―¡Tonta llorica!
―¡Eres odioso! ¡Dame mi goma!

El río estaba bajo, por lo que se podía transitar por sus orillas sin ningún problema ni peligro. Correteamos por el empinado margen, entre los árboles que se distribuían a lo largo y cuyas copas pobladas de hojas formaban un entramado de sombrillas que nos protegían del sol, sorteando también las ramas y raíces que, de vez en cuando, asomaban más de la cuenta. Los árboles que arriba eran más dispersos y delineaban la carretera, además del bosque que se ubicaba en el otro extremo, le conferían un poco más de intimidad al curso del agua, aunque ya podía divisarse el embalse en lontananza, abriendo la vista al verde y azulado paisaje. July me perseguía, ofuscada, pero una risa excitada por la carrera terminó explotando, y eso fue música para mis oídos.

―¡Dame mi goma! ―repetía una y otra vez.

Cuando me cansé del juego fui disminuyendo de velocidad.

―Toma, llorica ―repuse en un tono más bien cantarín, de sorna, deteniéndome. Y le tiré la goma al suelo.
―Eres un idiota ―resopló ella, recogiéndola.

También volvió a recogerse el pelo, con ese adorable ceño fruncido.

Casi habíamos llegado al embalse, así, a lo tonto. No sé si ese fue el motivo de que July decidiera quedarse conmigo, porque estos rincones eran nuestros sitios favoritos, aunque la verdad es que siempre estábamos juntos, ya fuera con alguien a nuestro alrededor o no. Constantemente July decía que me odiaba, y eso parecía a menudo, sin embargo, tampoco hacía demasiado por deshacerse de mí, así que por alguna razón, uno nunca estaba sin el otro.

Recuerdo que cogí una pequeña piedra y la lancé al río, contando los botes que había pegado. July me retó, como de costumbre, y cuando nos dimos cuenta, estábamos tirando cantos al tranquilo cauce. Pasamos así el resto de la tarde, hasta que el astro rey empezó a enrojecer el cielo».



CANCIÓN DE SUR


Creo que ya la puse una vez, pero por si acaso vuelvo a colgarla. Esta canción me sirvió para escribir la parte de SUR en la que July corre a caballo junto con Charlize para ir a despedirse de Nathan, cuando va a partir hacia las Islas de la Muerte. Espero que os guste ;)




DESPERTAR


«El viento templado de finales de septiembre me golpeaba la cara con velocidad, arrastrando hacia atrás mi pelo, y, aunque yo podía correr tan rápido como la moto negra, la sensación de libertad era enorme. Tal vez porque sólo tenía que centrar mi atención en el viento y no tenía que fijarme en otras cosas, como ir por dónde iba. O tal vez era el hecho de ir junto a Jake. Siempre me sentía más libre a su lado».






LA MÚSICA DE NATHAN


Uno de los grupos favoritos de Nathan, estos malotes de barbas kilométricas llamados ZZ Top. ¡Viva el rock sureño!




♥ UN FRAGMENTO DE DESPERTAR ♥


Recordamos un fragmento de DESPERTAR ♥


<<Intentó que sus palabras sonaran dulces, pero se clavaron en mi pecho una por una, como si cada una de ellas me hubiera dado una profunda puñalada en el corazón, produciéndome una enorme herida.

El dolor era tan intenso, que me dejó sin respiración y no podía ni hablar. No quería ni mirarle, me hacía daño. Me di la vuelta y salí disparada del garaje hacia el bosque, sin rumbo ni dirección. Lo hice tan deprisa, que las playeras se quedaron por el camino.

La lluvia caía con una fuerza brutal, me golpeaba, casi pinchaba, y el viento de la carrera azotaba mi pelo, pegándolo a mi rostro, pero yo sólo quería correr. Quería correr para borrar esa imagen que ya había empezado a formarse en mi mente y que no se iba.

La herida era tan grande, que hubiera salido la sangre a borbotones, pero, en vez de eso, entraba frío por ella. Un frío que congelaba mi corazón y empezaba a extenderse por los demás órganos.

Oí sus pasos corriendo detrás de mí y aceleré. Él también lo hizo.

―¡Nessie! ¡Nessie, espera! ¡No lo has entendido! ¡Ya no siento nada por ella! ¡Escúchame, por favor! ¡Deja que te lo explique! ―gritó.

Ya era demasiado tarde. Mi mente había corrido una tupida cortina frente a mis ojos y ya no veía otra cosa. Lo único que veía era a mi madre y a Jacob juntos, abrazándose, besándose. El frío se apoderó de un ramalazo de todo mi cuerpo, desde mi tronco hasta mi cabeza y mis miembros, como un latigazo, tan helado, que parecía que quemaba y, aunque corría aún más rápido, la imagen no se iba. Podía sentir cómo mi parte de vampiro reclamaba su parte. Se hacía cada vez más fuerte. Mi sangre se volvía gélida a cada instante, con cada latido de mi roto corazón.

―¡Nessie!

La ira sustituyó al dolor. Así podía soportarlo mejor. Sentía odio. Odio por mi madre. No quería ni llamarla así. Porque tenía lo que yo más quería en el mundo. Sí, ahora lo sabía con certeza. Ya no había dudas. Yo amaba a Jacob, estaba locamente enamorada de él, lo había estado desde que era una niña y lo estaría mi vida entera. Todas las neuronas de mi cerebro lo sabían.

Pero el darme cuenta de eso sólo consiguió que el dolor resurgiera de nuevo, porque Jacob no podía ser mío. Nunca lo sería, porque él seguía enamorado de ella. Ella lo tenía. Volvió la intensa ira y un rugido retumbó en mi garganta al pensar esta última palabra, salió desde mi estómago hasta mi boca, raspándome la faringe y la lengua a su paso.

Jacob me había mentido todo el tiempo. No me quería a mí. Se había imprimado porque yo le recordaba a ella. Cuando me miraba a mí, la miraba a ella.

Noté que la pulsera me llamaba. Otra vez. Vibraba como nunca lo había hecho y ahora quemaba, ardía. Ardía como si fuera de fuego y apretaba mi muñeca como si quisiera sujetarme.

Intenté quitármela. El nudo parecía normal, sin embargo, fui incapaz de deshacerlo. Cuando tiraba de un extremo para aflojarlo, el otro se apretaba solo, además, me quemaba los dedos. Lo dejé por imposible. Ya la cortaría o la arrancaría después.

―¡Nessie, espera!

Empecé a divisar la playa y me dirigí hacia allí. No sabía a dónde iba, pero tenía que huir. Huiría lejos, muy lejos. Nadie sabría de mí jamás, no volverían a verme.

Ahora la lluvia la sentía caliente al contacto con mi helado cuerpo. Estaba tan gélido, que el frío ya formaba parte de mí. Incluso la arena mojada, que ya empezaba a pisar, me parecía un suelo lleno de brasas. Oí a Jacob a unos pasos detrás de mí, me estaba alcanzando.

―¡Nessie, te quiero! ¡Te quiero a ti, sólo a ti, siempre has sido tú! ¡Estoy enamorado de ti!

Las palabras fueron de un impacto tal, que fui reduciendo la velocidad hasta pararme por completo en mitad de la húmeda y blanda playa. Él también se quedó quieto a mis espaldas. Parecían sinceras, ya que habían sonado cálidas cuando se metieron en mi oído, pero no me deje engañar. Sabía que no me las estaba diciendo a mí. Sólo estaba fingiendo.

Me volví hacia él con rapidez y le siseé con rabia.

―¡Mentiroso! ―gruñí entre dientes. 
―¡Es verdad y lo sabes! ¡Si no, ¿por qué te has detenido?! ―gritó, enfadado.

¿Es que no iba a parar de mentirme? ¿Por qué no me dejaba en paz, sola con mi dolor? La ira tomó mi mente y quería hablar por mí. Mi cuerpo se negaba a soltar aquellas palabras, ni pensarlas podía, pero me obligué a decirlas aunque me arrancaran las cuerdas vocales a su paso y no pudiera volver a hablar en la vida. Sin saber cómo, las escupí con los dientes apretados.

―Te odio, Jacob Black. ¡Te odio!

Su rostro se llenó de furia y empezó a caminar hacia mí.

Cuando dio la segunda zancada, empecé a girarme. Me iría corriendo para siempre y no le volvería a ver jamás.

Antes de que me diera tiempo a levantar el pie, me agarró de la muñeca y tiró hacia él, obligando a mi cuerpo a estamparse contra el suyo. Me sujetó la cintura con una mano y la espalda con la otra, encarcelándome con sus enormes brazos para que no pudiera retroceder, y pegó sus labios a los míos sin que me diera tiempo a reaccionar.

Sus labios eran tan ardientes, que me abrasaban, pero los míos no hicieron amago de apartarse de ellos. En vez de eso, mis brazos se lanzaron para rodear su cuello con una violencia inusitada y mis dedos se agarraron con avidez a su pelo mojado para acercarle más a mí. Nuestros labios se movían juntos con ferocidad e intensidad mientras jadeábamos con la misma fuerza. Los suyos actuaban con furia, los míos con ira. Ira, porque no me besaba a mí, quería besarla a ella, de ahí su enfado.

Volví a ver la imagen de la cortina. Algo instintivo estalló celoso dentro de mí de repente. Un pensamiento, una certeza. La certeza de que él tenía que ser mío. No. Él era mío. ¡Mío, mío, mío!, se repetía de manera enfermiza una y otra vez en mi cabeza. Estaba imprimado de mí, así que no lo dejaría para nadie. Podía tenerle, si quisiera. Podía pertenecerme. Pero no así. Él tenía que amarme a mí. Tenía que corresponderme el beso a mí. Le obligaría, si hacía falta. Seguí besándole con ira para llevar a cabo mi propósito.

Se produjo un cambio en mi cuerpo cuando algo caliente empezó a correr por mis venas. Me estremecí cuando lo sentí y, de pronto, helada como era mi piel en ese instante, tuve la sensación de que en realidad tenía muchísimo frío. Sin embargo, ese calor no quemaba, me aliviaba. Sus labios ya no se movían con furia, pero yo seguía viendo la imagen de la cortina delante de mis ojos y solamente ese calor la hacía vacilar. Anhelaba ese calor, lo quería, lo necesitaba, lo deseaba.

Metí mi fría lengua en su boca, buscando con ansia algo más ardiente, y él no se opuso, sino que hizo lo mismo con la suya. Su lengua calentó la cavidad de mi boca y su aliento abrasador se introdujo por mi laringe, llegando hasta mi estómago. Un gemido sordo salió de mi garganta al notar el placentero calor. La cortina comenzaba a desvanecerse un poco.

Empecé a notar la calidez de su cuerpo adosado al mío. Bajé las manos hasta su cintura y las metí por debajo de su camiseta empapada, las arrastré para tocar la piel de su espalda. Todo él estaba mojado, pero estaba muy caliente. Me pegué más a Jacob, apresándole con mis manos, con tanto ímpetu, que le clavé las uñas sin darme cuenta. Aún así, no se movió ni un centímetro. Metió sus manos bajo mi blusa y me estremecí cuando las deslizó con suavidad, acariciando mi cintura y subiendo por mi espalda hasta que me apretó con fuerza contra él. Ya no había ni un milímetro entre nosotros, no podíamos estar más juntos.

El calor fue extendiéndose poco a poco, ganando la batalla al frío. Lo noté mezclándose con mi sangre, descongelándola, corriendo por mis venas, hasta que llegó al corazón, que era lo único que seguía helado. Mi corazón empezó a calentarse lentamente mientras nos seguíamos besando. Los labios de Jacob eran tan suaves como la noche anterior y se movían sin furia ninguna. No había rastro de ella. Ahora era otra cosa, algo muy cálido y extremadamente placentero.

La cortina empezó a ondularse, como queriendo abrirse. El calor llevaba algo consigo, un mensaje. Llevaba un sentimiento. Un sentimiento que era lo único que podía curar a mi herido corazón. Eran los sentimientos de Jacob, lo que sentía por mí. El calor se clavó en mi corazón, obligándole a sentir ese mensaje. La fina capa de hielo que quedaba se quebró y estalló en miles de cristales gracias al entendimiento. El sentimiento era amor. Amor verdadero. Jacob me amaba. Estaba imprimado, pero, además, estaba enamorado de mí. De ti, repitió y recalcó el calor. En ese mismo instante, me di cuenta de que Jacob no era el que me correspondía el beso. Era yo la que le correspondía el suyo, porque había sido él el que lo había empezado.

Retiré mis manos de su espalda y las subí a su cuello para abrazarle y acariciarle con deseo. Ahora nos besábamos con amor y pasión. Esa energía mágica y hechizante que nos envolvía era intensísima. Nuestros labios se movían muy juntos, acompasados, entrelazados, sin errores ni dudas. Parecía que mi boca estuviera hecha para la suya, y viceversa. Mi cuerpo estaba invadido por las mariposas, que volaban histéricas, y ahora mi corazón latía con tanto furor, que mi pecho palpitaba con cada acelerado latido>>.