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martes, 23 de octubre de 2018

LUCHA EN EL ESTE


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JULIAH.

«Daero caminó por ese pequeño salón, visiblemente inquieto, hasta que se detuvo ante mí.

―Sé lo que estáis haciendo.
―¿Qué? No os entiendo.
―Sé lo que hacéis con ese guerrero, lo que hay entre vos y él.

Mi cuerpo se petrificó al oír eso.

―No… no sé de qué me estáis hablando ―balbuceé con la mirada huidiza―. No tengo… nada que ver con ningún guerrero.

El príncipe se mostró más duro, y esta vez habló claro.

―Os he visto anoche con él, en las viejas cuadras.
―¿Qué? ―apenas pude pronunciarlo.

Fue aún más fulminante, me quedé paralizada. Daero… también lo sabía… Todo lo que había hablado anoche con Nathan, todo lo que habíamos decidido, se me vino encima como una catarata helada. Se cayó con estrépito, como un edificio demolido con explosiones. No podía ser… No podía ser que tuviéramos tan mala suerte. Si Daero contaba lo nuestro estábamos perdidos.

Pero la expresión del príncipe añadió algo más a ese impacto. Justo en el instante posterior, las imágenes de mi tórrido encuentro con Nathan destellaron como el rayo de una tormenta. No podía dejar de ver las veces en las que había susurrado su nombre con ardor, las veces que le había confesado que le amaba con el fervor encendido del placer… No quería ni imaginarme lo que todo eso podía estar suponiendo para Daero, el daño y la ofensa que podía estar provocándole.

Levanté la vista casi con urgencia.

―¿Hasta dónde… visteis? ―quise saber, sin apenas voz.
―Por Dios, Juliah, soy un hombre decente, no os he espiado, si es eso lo que queréis saber ―declaró, pasándose la mano por sus rizos con un disgusto todavía desasosegado―. Hace ya unos días que me percaté de vuestras ausencias en las cenas, y ayer decidí seguiros. Cuando ese guerrero comenzó a bajaros el vestido ya no me hizo falta ver más para comprender lo que iba a suceder, así que creí más conveniente que me fuera.
―Por favor, os lo suplico, no digáis nada ―imploré, angustiada.
―¿Cómo habéis podido? ―me reprochó, dolido―. Sois… amantes. Él es un guerrero y vos una sacerdotisa, es un deshonor para vos.
―No lo entendéis. Él me ama, y yo le amo. Nos amamos desde que éramos tan solo unos niños ―traté de explicarle.
―Ese guerrero no puede amaros, y vos a él tampoco, está prohibido ―Daero se giró con un ademán enojado, dando unos pasos que pretendían iniciar un paseíllo―. Y para colmo estáis prometida con Orfeo, vuestra infidelidad supone un delito muy grave.
―Vos también me pretendisteis, a pesar de que sigo prometida con Orfeo ―repliqué.

Sus pies se pararon en seco, virando hacia mí. Iba a responderme, pero su boca se quedó trabada ante esa verdad irrebatible.

Al ver su flaqueza, y ese viso bueno e indulgente en sus ojos, me dejé caer de rodillas ante él, quemando el último cartucho que me quedaba. No me importaba humillarme. Cualquier cosa con tal de proteger a Nathan. No me importaba lo que me hicieran a mí, pero a él…

―Os lo suplico, Daero, no le contéis nada de esto a nadie, por favor―rogué con voz queda―. Apelo a nuestra amistad, aunque después de esto ya no aceptéis la mía.
―Oh, por el amor de Dios, Juliah, poneos en pie ―me pidió, apurado, ayudándome a levantarme.
―Os lo suplico ―repetí a la vez que terminaba de enderezarme, implorándoselo con la mirada.

Daero me observó fijamente y, con un aire resignado, aunque disgustado, volvió a suspirar.

―Es él, ¿verdad? Ese hombre que robó vuestro corazón es ese guerrero, el Dragón ―adivinó.

Guardé un momento de mutismo, pero asentí, rendida.

―Sí ―admití finalmente.
―Dijísteis que destrozó vuestro corazón.
―No fue por su culpa. En ese momento yo estaba dolida y… Bueno, es un poco largo de explicar, os lo contaré todo más tarde, si queréis. Solo puedo decir que ahora él lo ha curado.

Otro silencio.

―Así que, eso significa que le habéis vuelto a entregar vuestro corazón.
―Él siempre lo ha tenido ―le recordé―. Mi corazón siempre ha sido suyo. Y lo será eternamente.
―Si no es con él, jamás será con nadie ―rememoró, asintiendo y soltando otra exhalación comprensiva―. No puedo competir con eso, no puedo competir con él».







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