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sábado, 21 de octubre de 2017

SUR. JUEGO PELIGROSO


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«Me retiré hacia atrás con mi marcado renqueo, me acicalé un poco el cabello suelto que caía bajo esa diadema que seguía pareciéndome extraña y estiré bien ese camisón blanco que se extendía hacia mis pies descalzos. Después, me quedé a la espera. 

Mis bronquios no podían estar más nerviosos. Mis pupilas tampoco se despegaban de esa ventana abierta, por poco me creo que eran capaces de ver entre la negrura, como los gatos.
Pero Nathan no terminaba de aparecer.

¿Habría apagado la luz demasiado tarde? ¿O es que al final la nota se refería al mundo de ahí fuera? Claro, qué tonta era, ¿cómo iba a venir hasta aquí?

Ya estaba a punto de encerrar mi flequillo en la mano otra vez, claramente desilusionada y desconcertada por mi revuelto de sentimientos, cuando algo se vislumbró en la oscuridad.

Era una silueta. La silueta de un sigiloso y casi invisible ninja. La silueta de mi guerrero. Mis nervios se dispararon, así como los latidos que rebotaban en el interior de mi pecho.

Nathan pasó a través del hueco de la ventana con una maestría y una destreza increíbles, prácticamente no hizo ningún ruido. No portaba ninguna arma, seguramente Orfeo había ordenado despojar a los guerreros del Norte de ellas, lo que se sumó a mi preocupación. Se quedó ante mí y se quitó la montera, la cual guardó en uno de sus bolsillos, haciendo que mi organismo se volviera loco del todo cuando vi la totalidad de su hermoso rostro. Estábamos a oscuras, sin embargo, esos ojazos se empeñaban en reclamarme…

Antes de que me diese tiempo de reaccionar, Nathan se acercó a mí de dos zancadas y, decidido, me atrajo hacia su pecho para darme un efusivo abrazo. Exhalé. Las mariposas de mi abdomen saltaron con ahínco y mis brazos obedecieron a su petición ciegamente, rodeando su cuello para corresponderle. Ambos nos apretamos el uno al otro y yo me estremecí al sentir sus manos conquistando casi la total plenitud de mi espalda. Hundí el rostro en su cuello e inspiré con ganas para oler su maravilloso aroma. Él también aprovechó para olerme el cabello.

Viendo que yo era incapaz de moverme, Nathan se despegó un poco de mí para mirarme.

―¿Estás bien? ―quiso saber, dejando mi espalda desamparada para que fuera mi cara la que pasara a tener el privilegio de sentir el tacto de sus manos.

Su rostro estaba muy próximo al mío, y podía seguir oliéndole con intensidad. El dorso de sus dedos acariciaron mis mejillas y todo el vello se me puso de punta, eso sin contar con el alocado hormigueo de mi estómago.

Me obligué a tomar oxígeno.

―Sí ―solo fui capaz de emitir un susurro. Era consciente de que mis ojos estaban totalmente hechizados por los suyos, así que, ahora sí, me forcé a reaccionar―. ¿Cómo… cómo has…?
―Soy un ninja, ¿recuerdas? ―se adelantó, y su sonrisa torcida se mostró con algo de presunción.

Oh, Dios, qué guapo era...

―Sí, pero… ¿cómo has conseguido subir hasta aquí? ―pregunté, aún alelada―. No… no te habrá visto nadie, ¿no?

Sus manos dejaron mi rostro desnudo y Nathan se separó de mí, empezando un lento paseo por la habitación.

―No, tranquila, no me ha visto nadie ―me calmó mientras le echaba un vistazo a todo lo que le rodeaba―. Escalé hasta la segunda planta, me metí por una de las ventanas del vestíbulo y de ahí subí por las cuerdas del ascensor. Como en esta planta el hueco del ascensor tenía una rejilla bastante consistente, tuve que salir por una de las ventanas del piso inferior, pero repté por la fachada hasta la tuya. Fue bastante fácil, la verdad ―y se encogió de hombros a la vez que se giraba hacia mí. Pestañeé, alucinada, pero él se apoyó en uno de los mástiles del dosel de la cama, observó el dormitorio con otra mirada rápida y torció el gesto―. Oye, vaya horterada de cuarto que tienes, ¿no?

No pude evitar que se me escapase una corta y sorda risa. Puede que también influyeran mis nervios.

―Sí, es horripilante ―coincidí. Nathan me miró y sonrió, complacido de que su medio chiste hubiera surtido efecto―. ¿Cómo sabías que me encontraba aquí?
―Las princesas suelen estar en la torre más alta ―bromeó, guardando las manos en los bolsillos de su pantalón ninja. Le hice una mueca y él soltó una risa―. No, en serio. Vi cómo entrabas en esta torre con dos de esos protectores.
―Y la nota. ¿Cómo sabías que…?
―La nota era para el mundo de ahí fuera, pero Orfeo me lo puso en bandeja ―me aclaró, manteniendo esa preciosa sonrisa.

Señor, sí, qué guapo era…

―Pero ¿cómo sabías que yo iba a ir a esa reunión?
―No lo sabía. La verdad es que tenía pensado improvisar para dártela una vez que termináramos de atravesar la pasarela mañana, aunque no sabía si lo iba a conseguir. Ya te digo que Orfeo me lo puso en bandeja ―repitió, sonriente.
―Ah ―fue lo único que se me ocurrió decir. 

Sus respuestas habían sido breves, pero suficientes para resolver todas mis dudas a ese respecto. 

Mi guerrero le echó otro vistazo a la habitación.

―Este dormitorio es una horterada, pero no está mal. Por lo menos está mejor que el antro en el que nos han metido a nosotros.
―¿Dónde os ha alojado Orfeo? ―quise saber, ya temiéndome algo malo.

Su vista regresó a mí.

―En una de esas torres bajas que quedan atrás. Tendrías que verlas por dentro. Son como calabozos húmedos y llenos de mugre por todas partes. Orfeo ha sido muy generoso ―remarcó con sarcasmo.

La palabra “calabozo” me recordó al sótano de esta torre y por poco me pongo a temblequear.

―¿Y cómo has conseguido salir de ahí sin que te vean?

Antes de terminar la pregunta, su semblante algo presumido ya me había contestado.

―Soy un…
―Sí, sí, ya, eres un ninja ―caí, asintiendo varias veces.

Su sonrisa se ensanchó. Nos quedamos mirándonos durante unos segundos con nuestros labios curvados y yo terminé escondiendo mi mirada y mi rostro sonrojado en el forjado inferior otro corto intervalo de tiempo.

Nathan fue el primero que consiguió despertarse y prosiguió.

―No sé cómo tratarán aquí a sus guerreros, pero la verdad es que esos calabozos no tienen nada que ver con las cabañas donde vivimos nosotros, desde luego.
―Nunca te he preguntado, ¿cómo son? ―interrogué, realmente interesada.

Había sentido curiosidad muchas veces, aunque nunca había tenido la oportunidad de preguntárselo a él.

―Son todas iguales. Pequeñas, de madera ―se encogió de hombros.
―¿Nada más?
―¿Qué quieres que te cuente? ―rio.
―No sé, cuántas plantas tienen, por ejemplo. 
―Una ―me desveló, sonriendo.
―¿Solo una?
―Solamente las utilizamos para dormir y poco más, así que no necesitamos una cabaña grande. Además, una cabaña de una sola planta se oculta mejor en el bosque.
―¿Y dónde quedan? 
―¿Para qué quieres saberlo?
―Bueno, soy tu mejor amiga, pero nunca me has llevado a conocer tu cabaña ―le reproché un poco―. No sé dónde vives aquí en las Cuatro Tierras.
―¿Es que vas a ir a visitarme algún día? ―su sonrisa torcida se amplió y yo tuve que coger aire.

Ojalá pudiera hacerlo.

―Puede ―respondí, jugueteando con mi pelo.

Oh, no, mierda. No me lo podía creer. ¿Acababa de tontear con Nathan?  No, no, no, no… No podía, no debía… Sin embargo, aunque era consciente de lo que estaba haciendo, mi cuerpo no podía dejar de enviarle señales. Estupendo. ¿Por qué me traicionaba así?

―Están escondidas en el bosque que forma parte de nuestro territorio, a las afueras del pueblo, hacia el este, aunque esa zona ya no pertenece al Bosque de los Cuatro Puntos Cardinales ―reveló, clavándome una de sus penetrantes miradas.

Mi cerebro se apresuró a almacenar esos datos al instante, y eso que traté de centrarme.

―Tomo nota ―sonreí tímidamente».

La banda sonora de SUR: https://www.youtube.com/watch?v=XStm67vJL9Q





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