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domingo, 3 de enero de 2021

ESTAS NAVIDADES REGALA LOS CUATRO PUNTOS CARDINALES

 NORTE.


«Las cejas de Nathan se hundieron con sospecha. Otro rayo se hizo de notar, añadiendo su peculiar sonido.

―¿Por qué estás tan esquiva conmigo?

Mi estómago se llenó de un nerviosismo repentino.

―No estoy esquiva ―negué, ladeando el rostro. 

―Entonces, siéntate aquí conmigo ―insistió, sagaz.

Mis ojos se clavaron en los suyos, desconfiada.

―¿Por qué insistes tanto en que me siente cerca de ti?

No sé por qué lo dije. Bueno, sí, porque la palabra “solos” no hacía más que parpadear en mi mente con luces luminosas.

Un gesto de sorpresa dominó el semblante de Nathan.

―¿Acaso estás insinuando que quiero intentar algo contigo?

Que soltase eso tan directamente, sin cortarse un pelo, y con ese tono de estupefacción, hizo que la sangre se me subiera a la cara de sopetón.

―No, claro que no ―negué, volviendo mi semblante de nuevo para esconderlo un poco.

Se hizo un silencio bastante incómodo, para mi gusto, aunque fue peor cuando Nathan volvió a hablar.

―Oye, lo de antes… ―mis latidos aumentaron de ritmo―. Bueno, ya te dije que fue sin querer, no sabía que estabas desnuda.

―Lo sé, pero deberías haber tenido más cuidado. Tenías que haberme avisado de que te acercabas ―le reproché sin mirarle.

―¿Avisarte? ¿Y cómo iba a avisarte? ¿Picando en el tronco de un árbol? ―ironizó. Luego, se puso a escenificar para recalcar su sarcasmo―.  Ya lo estoy viendo. Toc, toc, ¿se puede pasar? ―simuló, haciendo como que picaba con la mano―. Ah, ¿estás desnuda? Entonces perdona, vendré más tarde ―concluyó, y se quedó observándome con una mueca de autosuficiencia.

Volví el rostro para mirarle y le dediqué un gesto de odio simulado.

―Muy gracioso.

―La culpa es tuya, por darte un baño en un momento y en un sitio como ese ―contrapuso―. Eres muy impulsiva, July, siempre haces las cosas sin pensar.

―Mira quién va a hablar ―rebatí, molesta―. El que me pilló desnuda por no pararse a pensar en que tenía que avisar de su llegada.

―Venga, no te enfades ―intentó calmarme, mostrándome una sonrisa torcida―. No es para tanto.

―¿Que no es para tanto? No, claro, seguro que para ti no lo es ―le eché en cara con segundas.

Para mi sorpresa, mientras la tormenta seguía haciendo acto de presencia, Nathan se rio cuando pilló mi indirecta.

―No me voy a asustar por ver un culo más.

¿Un culo más? Eso sí que me ofendió en el alma.

―Pues para no gustarte mi culo, bien que lo miraste ―le recriminé, cruzándome de brazos mientras giraba la cara.

―Yo no he dicho que no me gustase ―me corrigió, manteniendo su sonrisita―. Si te soy sincero, creo que tienes un culo perfecto, el mejor que he visto, en serio.

El color rojo tomó mis mejillas, aunque me daba la impresión de que esto era otra de sus bromas. 

―Vale, tú ganas. Deja de quedarte conmigo.

―No me estoy quedando contigo, es la verdad ―afirmó, más serio―. Tienes un cuerpo precioso. 

Que un hombre como él dijera eso de mi cuerpo, y encima con esa seguridad, me impactó de una manera extraña. Noté el rojo fuego por todo mi semblante.

―¿Y tú qué sabes? Solo me has visto por detrás ―refuté, no obstante.

―Es suficiente ―aseguró, mostrándome una sonrisita.

―O sea, que te has fijado bien ―le critiqué, volviendo el semblante hacia él, irritada.

―Sí, para qué te voy a mentir ―confesó sin cortarse un pelo, ampliando esa estúpida sonrisa de satisfacción.

¿Sería… sinvergüenza?

―Eres un cretino ―dije, rechinando los dientes.

―¿Qué quieres? Estabas desnuda, y yo no soy de piedra, ¿sabes? ―se defendió, aunque sin dejar esa estúpida expresión―. Además, lo que tenía delante merecía la pena.

Volví a ruborizarme, si bien mis labios se apretaron con rabia.

―Bueno, déjalo ya ―traté de zanjar, mirando a un lado por enésima vez.

―¿Por qué? Tienes un cuerpo perfecto, no sé por qué estás tan acomplejada.

¿Mi cuerpo le parecía… perfecto? ¿A él?

―Yo no… no estoy acomplejada ―debatí, más que nerviosa.

Una vez más, me puse a la defensiva. Esta conversación me hacía sentir muy violenta, eso sin contar con que me daba una vergüenza horrible. 

―¿Ah, no? ¿Y por qué le das tanta importancia a que te haya visto desnuda? Ha sido un accidente, no es para tanto ―refutó, tan aprisa, que no me dio tiempo a pensar en mi próxima posible respuesta.

―Porque eres tú el que me ha visto ―espeté sin pensar, volviendo el rostro hacia él para mirarle con enfado. Nathan se quedó petrificado, sorprendido, y de pronto me di cuenta de lo que acababa de soltar. Miré a mi lado otra vez, súbitamente, ruborizada y llena de nervios―. No… no me gusta que tú me hayas visto desnuda ―intenté arreglar».

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