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sábado, 29 de octubre de 2011

NUEVA ERA. CAPITULO 103: PACIENCIA



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NUEVA ERA II. COMIENZO 2ª Parte (Continuacion de "NUEVA ERA II. COMIENZO 1ª Parte").

Para leer este fic, primero tienes que leer el anterior "Despertar", que se encuentra en los 7 bloques situados a la derecha de este blog, "Nueva Era I. Profecía" y "Nueva Era II. Comienzo 1ª Parte". Si no, no te enterarás de nada 😏


CAPITULOS:

PARTE DOS: NUEVA ERA

RENESMEE:

77. ACAMPADA: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/08/nueva-era-capitulo-77-acampada.html
78. EL LAGO: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/09/nueva-era-capitulo-78-el-lago.html
79. EN MEDIO: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/09/nueva-era-capitulo-79-en-medio.html
80. LICÁNTROPO: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/09/nueva-era-capitulo-80-licantropo.html
81: DECISIÓN: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/09/nueva-era-capitulo-81-decision.html
82. CUMPLEAÑOS: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/09/nueva-era-capitulo-82-cumpleanos.html
83. IRRUPCIÓN: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/09/nueva-era-capitulo-83-irrupcion.html
84. REENCUENTRO: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/09/nueva-era-capitulo-84-reencuentro.html
85. GRIPE: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/09/nueva-era-capitulo-85-gripe.html
86. FALLO: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/09/nueva-era-capitulo-86-fallo.html
87. GIRO: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/09/nueva-era-capitulo-87-giro.html
88. BUENA Y MALA: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/09/nueva-era-capitulo-88-buena-y-mala.html
89. FELICITACIONES Y PLANES: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/09/nueva-era-capitulo-89-felicitaciones-y.html
90. APOYO: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/09/nueva-era-capitulo-90-apoyo.html
91. CARTA: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/10/nueva-era-capitulo-91-carta.html
92. INTERESES: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/10/nueva-era-capitulo-92-intereses.html
93. BENEFICIO COLATERAL: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/10/nueva-era-capitulo-93-beneficio.html
94. ECOGRAFÍA: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/10/nueva-era-capitulo-94-ecografia.html
95. FANTASMAS: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/10/nueva-era-capitulo-95-fantasmas.html
96. MANIOBRA: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/10/nueva-era-capitulo-96-maniobra.html
97. "NO PUEDO": http://jacobnessie.blogspot.com/2011/10/nueva-era-capitulo-97-no-puedo.html
98. SANGRE: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/10/nueva-era-capitulo-98-sangre.html
99. HERIDOS: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/10/nueva-era-capitulo-99-heridos.html
100. PRUEBA: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/10/nueva-era-capitulo-100-prueba.html
101. ENTRENAMIENTO: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/10/nueva-era-capitulo-101-entrenamiento.html
102. 6 DE FEBRERO: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/10/nueva-era-capitulo-102-6-de-febrero.html


PACIENCIA


Nessie…
―¡Mi bebé!
Mis ojos observaban aterrorizados cómo mi vientre había manchado mis manos de sangre.
Nessie, despierta…
―Ahora ya serás mía ―aseguró Razvan con su voz de ultratumba, clavándome esa mirada malvada, escalofriante.
Pero yo solo podía prestar atención a mi ensangrentada barriga, mis horrorizadas pupilas no se podían despegar de ella.
―¡NOOOOO, MI BEBÉ! ―mi alarido fue tan desgarrador, que me hizo daño en la garganta.
Nessie…
Comencé a sentir unos leves balanceos, aunque lo único que buscaba con desesperación era notar las pataditas de mi bebé. Ya no las sentía…
Nessie…
Era la voz de mi salvador, él podía salvarnos...
―¡Jake! ―grité en mi sueño, sin despegar mis manos de mi vientre lleno de sangre, escudriñando los alrededores con ansiedad para dar con él.
Nessie…
El balanceo fue un poco más fuerte y todo empezó a difuminarse a mi alrededor.
―Nessie, despierta ―esa voz ronca me hizo salir disparada de la tormenta de arena que ya se había levantado en torno a mí.
Me desperté sobresaltada y todavía algo desorientada, pero mis ojos enseguida se encontraron con Jacob.
―¡Jake! ―jadeé, incorporándome súbitamente para lanzarme a sus brazos.
―Ya pasó, pequeña ―me susurró mientras me abrazaba―. Estoy aquí ―y me dio un beso en la cabeza.
Me apreté contra él. Me sentía tan segura y protegida entre sus brazos. Nadie de mi familia subió, porque sabían que no hacía falta. Esta noche mi padre estaba en casa, por lo que seguramente ya sabía de mi pesadilla y que Jake ya me tenía muy bien atendida.
―¿Estás mejor? ―me preguntó con un murmullo.
―Sí.
Se despegó un poco de mí para mirarme y me clavó sus ojazos negros con certidumbre y seguridad.
―Esa pesadilla no se cumplirá ―afirmó, acariciando mi rostro―. No quiero que te preocupes, ¿de acuerdo?
Esta era la tercera vez en los dos últimos de mis seis meses de embarazo que seguía teniendo la misma pesadilla, solo que se había modificado un poco. Desde hace tiempo, Razvan no solo me lanzaba ese puñal que no lograba alcanzarme, sino que añadía esa frase, sin embargo, hoy había otro cambio más. La voz de Jake siempre había aparecido cada vez que intentaba despertarme, pero en esta ocasión había adquirido un nuevo protagonismo. Un protagonismo muy revelador.
―Tú eres la clave ―me percaté, sorprendiéndome a mí misma por ese descubrimiento.
―¿Qué? ―inquirió, extrañado por mis palabras.
―En esta pesadilla te vi como nuestro salvador ―le revelé, mirándole a los ojos fijamente―. Tú puedes salvar al bebé si Razvan le hace daño.
―Eso no pasará. No podrá acercarse a vosotros, estáis muy protegidos ―aseguró, firme.
―Vamos, Jake, mientras Razvan siga vivo, sabes tan bien como yo que el peligro sigue ahí ―discutí, hablándole con suavidad―. Por eso continúo teniendo estas pesadillas.
Jake miró a un lado y resopló por la nariz. Sabía que tenía razón. Aunque pronto volvió a clavar sus pupilas en las mías.
―Daremos con él antes y le mataremos ―manifestó en un tono seguro y contundente.
―Sí, cielo, ya sé que todos haréis todo lo posible por atraparle y matarle, y yo no dudo de vosotros en absoluto, confío al cien por cien en todos ―dije, sincera―. Pero tenemos que reconocer que Razvan, Nikoláy y Ruslán son muy poderosos, y si eso pasara, si Razvan consiguiera hacer realidad mi pesadilla… ―solo recordarla, hacía que se me parase el corazón―, el único que podría salvarnos eres tú.
Su mano se posó en mi abultada barriga.
―Claro que os salvaré, porque terminaré con esos malditos magos antes de que se les ocurra acercarse a vosotros ―afirmó, haciendo salir sus palabras con una confianza teñida de rabia―. Ese maldito Razvan jamás os hará daño, te lo prometo.
Me quedé atontada mirando esos ojos de ébano que reflejaban la blanca luz de la luna, decididos, seguros, y no fui capaz de rebatírselo. Desplazó su mano hasta mi cintura y, lentamente, acercó su rostro al mío, uniéndolos del todo. Rozó nuestros labios una y otra vez, deslizando los suyos con extremada suavidad y calma. La energía comenzó siendo una brisa ligera, sin embargo, mis mariposas ya se revolvían por mi organismo con emoción. Su abrasador y dulce aliento jugaba con el mío cuando ambos salían en forma de bajos suspiros. Su labio inferior acarició los míos una última vez, repasando toda mi boca de abajo arriba, haciéndome jadear en silencio, elevando mi labio superior, y, entonces, Jacob terminó el beso.
Mi chico dejó mi boca, aunque mantuvo nuestras frentes unidas. Tomó aire, momento en el cual yo también aproveché para acordarme de respirar, y habló.
―¿Te encuentras mejor? ¿Más tranquila? ―me susurró.
Asentí, porque en estos momentos no era capaz ni de hablar.
―Bien, entonces será mejor que duermas y descanses ―siguió, separando nuestros rostros del todo.
Asentí otra vez.
Nos tumbamos en la cama y me ayudó a que me acurrucase en sus brazos. Inspiré su maravilloso efluvio y sonreí, aunque su nariz también olió mi pelo. Sus dedos enseguida comenzaron a trabajar con mi cabello, ayudando a que me relajara. Los minutos pasaron en silencio mientras sentía sus engatusadoras caricias por mi melena. Mi barriga ya era más abultada, pues estaba de poco más de seis meses, y esta se interponía entre Jake y yo, aunque él parecía amoldarse muy bien. A mí me encantaba sentir a nuestro bebé entre los dos, como si lo acunásemos juntos. Me hubiera dormido al instante si no fuera porque de pronto comencé a sentir otra cosa que reclamaba ser saciada ya. En cuanto la imagen vino a mi cabeza, ya no pude refrenarlo. No hubiera dicho nada si Jake hubiera estado dormido, pero sus dedos me indicaban que aún no lo estaba, así que...
―Me muero por unas cerezas ―confesé con un murmullo mientras me mordía mi labio inferior.
Jake dejó de peinar mi cabello y se separó un poco de mí para mirarme.
―¿Ahora? ―parpadeó―. No tenemos cerezas ―se giró para echarle un vistazo al despertador de su mesita y después volvió a hacerlo para observarme a mí―, y son las tres de la mañana.
―Sí, lo sé ―hinqué los dientes en mi labio de nuevo y le miré con cara de cordero degollado.
―Vaya unas horas para un antojo ―se burló―. ¿No puede esperar?
―No, tiene que ser ahora, no puedo evitarlo ―le dije con voz y ojos implorantes, arrimándome más a él―. Si no como unas cerezas ahora, me moriré, en serio. Tengo que comerlas, por favor, te prometo servidumbre eterna.
Mi chico se rio por esta reacción exagerada, que lo era, incluso yo misma me daba cuenta y lo reconocía, pero ahora mismo necesitaba esas cerezas como si fuese el último vaso de agua que hubiera en un desierto.
―Nessie, el supermercado está cerrado, y estamos a finales de marzo, ni siquiera sé si es temporada de cerezas ―objetó, sonriéndome con dulzura.
Las hay, las vi esta mañana ―le desvelé. Eran un poco caras, pero un antojo es un antojo.
Hoy Esme no había ido sola a la compra. Jake y yo la habíamos acompañado para que no tuviera que ocuparse de todo. Bastante hacía ya con prepararnos el desayuno, la comida y la cena. Sabíamos que le encantaba hacerlo, pero aun así decidimos ayudarla un poco, al menos con la tarea de llenar nuestra despensa.
―¿Y dónde consigo yo unas cerezas a estas horas, eh? ―se preguntó, dándome un toque en la punta de la nariz con la yema de su ardiente dedo.
―Hay un supermercado de veinticuatro horas en Port Angeles, lo vi la noche que fuimos al Wolf a celebrar nuestro aniversario ―recordé.
Me sentía mal por intentar convencerle, por obligarle a que se levantara de la cama para que me fuera a buscar unas cerezas hasta Port Angeles a las tres de la mañana, pero es que de verdad que las necesitaba. Solo pensar en esas cerecitas rojas, gordas, dulces, jugosas…
―¿Tan lejos? ―se sorprendió.
―No querrás que nuestro hijo salga con una mancha en la mejilla con forma de cereza, ¿no? ―le pinché, sonriéndole―. Sería el hazmerreír de todos sus amigos, y cuando fuera un chaval, las chicas se mofarían de él. No ligaría nada con eso en la cara, te lo aseguro. A las chicas una mancha en la mejilla con forma de cereza no nos parece nada sexy.
―Eso es chantaje emocional ―se rio.
―De ti depende que nuestro hijo tenga éxito con las chicas o no, tú verás ―azucé con una sonrisita.
―Ay ―suspiró, intencionadamente alto, con una sonrisa de satisfacción que se le salía de la cara―. Está bien, te conseguiré esas cerezas, ya que te pones así.
Entonces, por su entonación y su cara, me di cuenta de que me había estado tomando el pelo.
―Eres un tonto ―reí―. Ibas a hacerlo igual, pero me has hecho decir todo esto para hacerte de rogar.
―Bueno, es que a veces me gusta hacerte suplicar, nena, qué quieres que te diga ―y me mostró su maravillosa sonrisa torcida.
―Idiota ―reí otra vez, empujando su rostro con mi mano para ladearlo, aunque luego no pude evitar darle un beso corto en los labios.
Se carcajeó, se separó de mí y se levantó de la cama.
―Voy abajo. Me transformaré y avisaré a alguien de la manada para que vaya a Port Angeles a por tus cerezas ―declaró, caminando hacia la puerta.
Me incorporé para quedarme sentada.
―¿Vas a molestar a alguien de la manada para que me vaya a buscar cerezas? ―inquirí, ahora sintiéndome un poco culpable.
Jake se paró y se giró para mirarme.
―Claro, no pretenderás que vaya yo, ¿no? ―sonrió.
―Jacob Black, eres un caradura ―le regañé, frunciendo el ceño―. Y luego dices que no te gusta mandar ―chisté, mirando hacia otro lado.
Puso los ojos en blanco.
―No se trata de eso ―se defendió―. No quiero separarme de ti. Si fuera yo a buscarte las cerezas, tendrías que venir conmigo, y no quiero que te levantes de la cama, ¿entiendes?
Vale, ahora me sentía peor. ¿Por qué tenía que liar tanto las cosas? Sin embargo, no podía evitarlo. Si iba él, me sentía mal, y si iba alguien de la manada, también. Menudo lío mental.
―Ah, claro ―asentí, algo avergonzada por mi metedura de pata―. ¿Y por qué no te transformas aquí? ―le pregunté.
―Es que así, de paso, me bebo un vaso de agua, que estoy muerto de sed ―se encogió de hombros.
―Ah.
―Bueno, vengo ahora ―me sonrió, y se dio la vuelta hacia la puerta.
―No tardes ―le dije mientras la abría, al tiempo que yo me tumbaba en la cama de nuevo―. Ya te echo de menos.
Se giró una vez más en el umbral para observarme.
―Tranquila, pequeña, me tendrás aquí en un plis ―aseguró, siguiendo con esa sonrisa.
Le correspondí la sonrisa, se dio la vuelta y salió de la habitación.
Me quedé pensando en las cerezas, en estos estúpidos y absurdos antojos que nos daban a las embarazadas, y en lo que hacíamos trabajar a los pobres y sufridos padres por culpa de eso. Se me escapó una risita sorda.
No habían pasado ni dos minutos, cuando Jake volvió a entrar en el dormitorio.
―Pues sí que has sido rápido ―pestañeé.
Mi chico cerró la puerta y se rio.
―Sí, es que ya está todo arreglado.
―¿Ya? ―volví a pestañear.
Llegó hasta la cama y se metió dentro, arrimándose bien a mí.
―Al parecer, tu padre ya hace un buen rato que está de camino a Port Angeles ―me reveló, acogiéndome entre sus brazos―. En cuanto pensaste en las cerezas, ya se piró a buscártelas.
―Qué bien ―sonreí.
Y lo hice con una sonrisa muy amplia, porque ahora nadie de la manada iba a tener que molestarse en ir. Bueno, se había tenido que molestar mi padre, pero total, como él no dormía ni tenía que descansar… Alguna ventaja tenía que haber en tener un padre vampiro, ¿no?
Me acurruqué, feliz, en el pecho de Jacob y esperamos a que mi padre llegase con mis jugosas y deliciosas cerezas.

Una ligera bruma cubría la playa de First Beach. Las olas que nos traía el océano se arrastraban por la orilla con suavidad, las conducía sutilmente desde mar adentro y apenas las empujaba, dejando que ellas mismas muriesen sobre la arena con lentitud. La marea estaba baja, y estas alargaban su muerte sin prisas, con una marcha lenta y cadenciosa. Se limitaban a dejarse llevar por la inercia de los ritmos que marcaba la bajamar, recorriendo esa orilla que ahora era más larga, extendiéndose todo lo que podían, hasta que se convertían en una fina capa de agua y espuma que lamía la arena y que ya no podía estirarse más, entonces iniciaban un retroceso de vuelta al océano igual de tranquilo.
Un grupo de gaviotas revoloteaba cerca del espigón de madera, parecían concentradas en un mismo sitio, donde se posaban y chillaban, peleándose por algún tipo de presa, seguramente por algún pez que había acabado siendo arrastrado por el mar a causa de los fuertes oleajes de estos días, producidos por el último temporal.
Jake y yo paseábamos por la arena con la misma calma con la que se movían las olas. Esta tarde habíamos decidido salir a pasear, ya que a mí me venía bien caminar un poco. Por supuesto, llevábamos escolta, sin embargo, todos estaban bien escondidos y daba el suficiente pego como para sentir cierta intimidad. Los troncos blanquecinos se dispersaban en la parte alta de la playa, dejando una huella clara de la longitud que alcanzaba el mar cuando había marea alta, mientras que nosotros caminábamos por ese terreno extra que el océano nos había concedido temporalmente hasta que se decidiera a recuperarlo de nuevo.
El día estaba nublado, aunque esas nubes eran más bien blancas y no tenía pinta de que fuera a llover. La temperatura no es que fuera muy agradable, pero esa ropa que me había regalado Esme era de lo más cómoda y abrigaba bastante. Como había engordado y ya no me servía mi ropa, mi abuela se había encargado de comprarme una surtida gama de prendas que abarcaba todos los meses que me quedaban de mi embarazo. Tuve que guardar mi ropa normal en el garaje para que esta otra me entrase en el armario.
Nuestros pies avanzaban con calma al tiempo que manteníamos una conversación muy amena, consistente en diversas anécdotas de Jacob con la manada, cuando distinguimos dos siluetas lejanas entre la bruma. Esta no era nada densa, así que enseguida vimos que se trataba de Quil y Claire, que se encontraban cerca del extremo norte de la media luna de la playa.
―Mira quién está ahí ―sonrió Jake.
Supuse que a Quil le tocaba el turno de noche y que estaba aprovechando su tiempo libre para pasarlo con Claire. Quil no tardó en vernos también y alzó el brazo para saludarnos.
Nos acercamos con paso presto y llegamos a ellos.
―Qué pasa tío ―le dijo Quil, sonriente, ofreciéndole el puño.
―¿Cómo va todo? ―le correspondió Jake, haciéndolos chocar a modo de saludo―. ¿También paseando por aquí?
―Sí, ya ves, hemos tenido la misma idea ―rio su hermano de manada.
―Hola ―saludé yo, en general, con una sonrisa.
―Hola, Nessie ―me sonrió Claire.
Mientras que yo llevaba una blusa de manga larga y una chaqueta, la joven Claire iba ataviada con una ajustada camiseta de tirantes y una fina chaqueta que no es que tapase mucho. Me pregunté si no tendría frío, sin embargo, la respuesta no era muy difícil de deducir. Se había soltado su larga y lisa melena negra y se había maquillado, dando el aspecto de alguien más mayor, aunque tenía que reconocer que Claire no aparentaba catorce años, sino unos dieciséis o diecisiete. Eso sí, aún quedaba un matiz algo infantil en su rostro que la delataba. Por supuesto que tenía frío, pero a esa edad todo vale con tal de conquistar al chico que te gusta.
―Hola, Ness ―me saludó Quil―. ¿Cómo lo llevas hoy?
Jake se colocó detrás de mí y rodeó mi barriga con sus manos para acariciarla.
―Pues genial ―su mejilla estaba pegada a mi sien y no le veía el rostro, pero por la entonación supe que lo había dicho sonriendo―. Cada día crecemos un poco más, ¿a que sí?
―Sí ―solté una risilla.
Mi chico me dio un beso en la sien que levantó mi vello.
―Me alegro ―asintió Quil con una sonrisa.
―Bueno, os dejamos tranquilos ―dijo Jake, poniéndose a mi lado para cogerme de la mano otra vez.
El labio de Claire se curvó hacia arriba con satisfacción. Estaba claro que quería quedarse a solas con Quil.
―No, quedaros un rato más con nosotros ―espetó él. Parecía un poco nervioso.
El labio de Claire se cayó en picado y su vista se fue hacia su imprimado con una extraña mezcolanza que recorría un amplio espectro de emociones, desde la desilusión hasta las ganas de matarle.
Jacob se percató de esto.
―Eh…, no, tío, creo que será mejor que nos piremos.
―Que no, hombre ―insistió Quil, soltando una risa nerviosa. Luego, se puso a mirar a su alrededor con rapidez, buscando algo. Y con ese algo debió de dar―. ¡Ah! ―exclamó, mirando a los cantos de la orilla―. Lancemos esas piedras al mar, a ver quién llega más lejos ―y sujetó a Jacob del brazo para tirar de él―. Te apuesto cinco dólares a que yo la mando más lejos.
Mis cejas bajaron con extrañeza ante esta actitud tan rara de Quil.
La mano de Jacob se vio obligada a soltarme y él me miró con dolor, aunque también pidiéndome comprensión. Le sonreí y asentí para que no se preocupase.
―Estoy aquí al lado ―me dijo al tiempo que caminaba junto a su amigo―. No te muevas de ahí, ¿vale?
Volví a asentir, sonriéndole, y terminó dándose la vuelta para llegar a la orilla con Quil, que ya estaba cogiendo una piedra de la arena húmeda y pesándola con la mano para comprobar que tuviera un peso y tamaño adecuados. Mi familia estaba en el bosque que quedaba justo a mis espaldas y Jake estaba tan solo a unos metros, nada que un enorme lobo bermejo no pudiera salvar de un salto, así que el bebé y yo seguíamos bien protegidos.
Quil lanzó el canto hacia el océano con todas sus fuerzas, simulando el lanzamiento de un pitcher de béisbol. El pedrusco voló como un misil, en línea recta, hasta que hizo una pequeña parábola y se insertó en el mar con el mismo ímpetu.
―¿Se puede saber qué demonios te pasa? ―escuché que le cuchicheaba Jake con una voz inaudible para un humano.
―Nada ―masculló Quil, igual de bajo―. Te toca a ti.
Volví a fruncir el ceño, extrañada.
―¿Puedo tocarla? ―me preguntó Claire de pronto, haciendo que desviara mi atención de ellos para mirarla.
―¿Qué? Ah, ¿te refieres a mi barriga?
―Sí. Bueno, si no te importa ―murmuró acto seguido, algo apurada―. Seguramente estarás un poco harta de que todo el mundo quiera tocarte la barriga.
―No te preocupes ―reí―. Las barrigas de las embarazadas parecen un imán para la gente, pero ya estamos acostumbradas. Puedes tocarla, no me importa ―le sonreí después, girándome hacia ella para que llegase mejor.
Claire posó su palma en mi vientre y, justo cuando lo hizo, el bebé la saludó con un par de pataditas. Claire no fue la única que sonrió, yo todavía me emocionaba cuando las sentía.
―Qué guay, se ha movido ―exclamó, mirándome con unos ojos de sorpresa enormes.
―Sí, es bastante inquieto ―reí de nuevo.
Jake se giró al escucharlo, y su cara decía claramente lo que le fastidiaba habérselo perdido, aunque Quil no tardó en darle codazos para que prestara atención a su nuevo lanzamiento.
―Dicen que da suerte, a ver si me la da a mí ―murmuró Claire, ahora observando mi panza mientras la frotaba.
―¿Acaso la necesitas para algún examen? ―aventuré, sonriendo.
―No, no es para ningún examen. Me va muy bien en la escuela ―entonces, sin levantar la vista, su rostro se puso más serio, melancólico―. Es para otra cosa ―y sin querer, sus ojos se escaparon hacia Quil.
Ups. ¿Y ahora qué le decía yo?
―Ah ―a la tonta de mí solo se me ocurrió decir eso.
La quileute dejó mi vientre y se volvió para observar mejor a los chicos, que ya estaban enzarzados en una cómica competición para ver quién lanzaba las piedras más lejos. Sonreí cuando vi que el canto de mi chico llegaba más allá que el de Quil y este último quería tomarse la revancha de nuevo a toda costa, pues ya iban dos veces que Jake le ganaba.
―¿Sabes? Te envidio ―declaró sin apartar la vista de Quil―. Tú no has tenido que esperar por Jake, creciste tan deprisa ―me quedé un poco parada al oír eso y no supe qué contestarle, porque tenía razón―. En cambio, yo tengo que esperar por Quil. ¿No es irónico? ―se rio con una risa desganada―. Quil lleva imprimado de mí desde que yo era un bebé, todos estos años, sin embargo, soy la única chica que tiene que esperar por su imprimado. Señor, tengo a mi alma gemela, al chico que amo delante de mis narices, y sé que es para mí, sé que no encontraré otro como él, que estamos hechos el uno para el otro y que terminaremos juntos, pero no puedo tenerle todavía porque él aún me ve y me trata como una niña ―protestó―. Es bastante frustrante, la verdad.
Claire siempre había sido una niña muy lista, y ahora, a sus casi quince años, me sorprendía su madurez. Seguía teniendo esos comportamientos propios de la adolescencia, como el empeñarse en vestirse así para aparentar más edad, pero era evidente que para otras cosas era muy madura. Tal vez se debía a que siempre había estado rodeada de gente adulta.
Aunque a mí no me había ocurrido lo mismo, la comprendía perfectamente. Jake no había pasado por esa etapa en la que estaba ahora mismo Quil, no exactamente, porque sí que había necesitado de un tiempo de adaptación cuando yo pasé de tener doce años a tener diecisiete en solo un mes y medio. Todavía recordaba aquellos dedos trémulos que casi no se atrevían a tocar mi mejilla en aquel entonces, como si Jacob aún no terminara de creerse que ya podía acceder a mí y tratarme como a una mujer, como si no terminara de creerse que ya lo fuera. Mi rápido paso de niña a mujer también había sido muy raro para él, y había tenido que asimilarlo. Eso sí, lo había hecho muy deprisa, claro, la atracción que siempre existió entre los dos era demasiado fuerte como para poder resistirse y esta había ayudado bastante.
Los chicos estaban lo suficientemente entretenidos como para no prestarnos atención. Observé a Claire. No lo dudé ni un instante, ya era lo bastante madura como para comprender lo que significaba.
―¿Estás enamorada de él? ―le pregunté.
―Sí ―asintió sin titubeos.
Vaya, además de madura, era decidida.
―Debes tener paciencia ―le aconsejé, mostrándole una sonrisa amigable por sincerarse conmigo―. Para Quil ahora es muy pronto.
―Yo estoy preparada, le quiero ―afirmó, mirándome sin ninguna duda―. Y sé que jamás amaré a otro.
―Sí, lo sé, pero escucha. Dentro de uno o dos años tal vez las cosas cambien. Eres una chica muy guapa y muy madura, Claire, te lo digo en serio, así que puede que no tengas que esperar tanto ―observé a Quil con un aire analizador y yo misma me di cuenta de a qué se debía su extraña actitud―. Creo que Quil está nervioso porque ya no te ve tan niña y está algo perdido, no sabe muy bien cómo debe actuar contigo ―opiné, cambiando la vista hacia ella de nuevo―. Tómate las cosas con calma, dale tiempo, y ya verás como un día Quil se lanzará ―y le guiñé el ojo.
Claire miró a Quil y sonrió.
―¿Tú crees que está nervioso por eso?
―Claro, tonta ―la animé, dándole un suave codazo.
Su sonrisa se amplió.
―Gracias ―murmuró, bajando la mirada tímidamente hacia la arena.
―No tienes que dármelas, solamente te estoy diciendo la verdad.
―¡Hey, chicas, ¿queréis jugar?! ―gritó Jake desde la orilla, haciendo un aspaviento con el brazo.
Ambas nos miramos y sonreímos.
―Sí, vale ―aceptó Claire, ya correteando hacia Quil.
Fui detrás de ella y me acerqué a Jake, que me recibió con una sonrisa, un abrazo y me dio un beso corto, lo cual correspondí encantada.
Quil y Claire se pusieron a hacerse bromas con la arena de la orilla.
―Voy a tirar una piedra ―me lancé, despegándome de Jacob para coger una de la arena.
―Ten cuidado y no te esfuerces mucho ―me advirtió―. Lánzala despacio.
―Sí, papá ―me burlé.
Jake puso los ojos en blanco.
Sopesé el canto, haciéndolo saltar en mi mano.
―Mmm, esta no. Pesa demasiado ―y tiré la piedra.
Repasé la arena de mis pies con la vista para coger otra, pero no veía ninguna adecuada.
―Como sigas así, subirá la marea y no habrás lanzado la piedra ―se mofó Jake.
―Ja, ja… ―mascullé con ironía al tiempo que le cogía de la mano y le hacía avanzar conmigo para buscar un canto mejor―. La culpa es vuestra, habéis terminado con las mejores piedras.
Seguí caminando por la orilla, escudriñando la arena, y cuando me di cuenta, ya casi estábamos llegando al espigón. No me percaté de esto hasta que no vi a las gaviotas que antes habíamos divisado, a un par de metros de nosotros.
―Mira, ¿no te sirve esta? ―Jake se agachó y me cogió una.
―Sí, esa está bien ―aprobé, estirando la mano para cogerla.
Pero Jake la escondió detrás de su cintura, sonriendo con travesura.
―Si la quieres, tendrás que cogerla.
―¿Ah, sí?
Corrí a su espalda para quitársela de improviso, sin embargo, mi barriga ya me hacía más torpe y él consiguió darse la vuelta a tiempo. Nos reímos y lo intenté de nuevo, pero, una vez más, esquivó mi movimiento con facilidad.
―¿Qué pasa? ¿No puedes cogerla? ―sonrió, burlón.
―Ahora verás ―reí, lanzándome a por él.
Él escondió la piedra tras su cintura, creyendo que iba a por ella, pero se equivocaba. Mi objetivo era diferente. Arrojé mis manos a su abdomen y comencé a hacerle cosquillas. En cuanto inicié esta acción, empezó a carcajearse y a revolverse sin control. Tanto, que soltó la piedra para que ya parase.
El canto voló unos metros hasta que aterrizó justo donde se encontraba ese grupo de atareadas gaviotas, que salieron despedidas hacia el cielo, asustadas.
Entonces, nuestras risas cesaron de sopetón cuando vimos lo que estaban comiendo realmente.
Allí, delante de nosotros, reposaba la pierna de un cadáver. Una pierna humana.
Jadeé con horror y me giré para esconderme en los brazos de Jacob, que me acogieron con fuerza para calmarme, pero ya había sido demasiado tarde, la imagen de esa pierna destrozada, azulada e hinchada se me había quedado bien grabada en la retina.
―Mierda ―masculló Jake, apretando los dientes y su abrazo.
―¿Qué pasa? ―inquirió Quil desde su posición, extrañado.
Jacob se dio la vuelta con precipitación hacia él.
―¡No os acerquéis! ―le advirtió―. Es mejor que Claire no vea esto.
Quil asintió, alarmado, y abrazó a Claire, que nos miraba con preocupación.
―Será mejor que llame a Charlie ―murmuró Jake, serio.
Y mi chico sacó el móvil del bolsillo de su pantalón.


jueves, 27 de octubre de 2011

NUEVA ERA. CAPITULO 102: 6 DE FEBRERO



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NUEVA ERA II. COMIENZO 2ª Parte (Continuacion de "NUEVA ERA II. COMIENZO 1ª Parte").

Para leer este fic, primero tienes que leer el anterior "Despertar", que se encuentra en los 7 bloques situados a la derecha de este blog, "Nueva Era I. Profecía" y "Nueva Era II. Comienzo 1ª Parte". Si no, no te enterarás de nada 😏


CAPITULOS:

PARTE DOS: NUEVA ERA

RENESMEE:

77. ACAMPADA: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/08/nueva-era-capitulo-77-acampada.html
78. EL LAGO: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/09/nueva-era-capitulo-78-el-lago.html
79. EN MEDIO: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/09/nueva-era-capitulo-79-en-medio.html
80. LICÁNTROPO: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/09/nueva-era-capitulo-80-licantropo.html
81: DECISIÓN: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/09/nueva-era-capitulo-81-decision.html
82. CUMPLEAÑOS: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/09/nueva-era-capitulo-82-cumpleanos.html
83. IRRUPCIÓN: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/09/nueva-era-capitulo-83-irrupcion.html
84. REENCUENTRO: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/09/nueva-era-capitulo-84-reencuentro.html
85. GRIPE: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/09/nueva-era-capitulo-85-gripe.html
86. FALLO: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/09/nueva-era-capitulo-86-fallo.html
87. GIRO: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/09/nueva-era-capitulo-87-giro.html
88. BUENA Y MALA: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/09/nueva-era-capitulo-88-buena-y-mala.html
89. FELICITACIONES Y PLANES: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/09/nueva-era-capitulo-89-felicitaciones-y.html
90. APOYO: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/09/nueva-era-capitulo-90-apoyo.html
91. CARTA: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/10/nueva-era-capitulo-91-carta.html
92. INTERESES: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/10/nueva-era-capitulo-92-intereses.html
93. BENEFICIO COLATERAL: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/10/nueva-era-capitulo-93-beneficio.html
94. ECOGRAFÍA: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/10/nueva-era-capitulo-94-ecografia.html
95. FANTASMAS: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/10/nueva-era-capitulo-95-fantasmas.html
96. MANIOBRA: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/10/nueva-era-capitulo-96-maniobra.html
97. "NO PUEDO": http://jacobnessie.blogspot.com/2011/10/nueva-era-capitulo-97-no-puedo.html
98. SANGRE: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/10/nueva-era-capitulo-98-sangre.html
99. HERIDOS: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/10/nueva-era-capitulo-99-heridos.html
100. PRUEBA: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/10/nueva-era-capitulo-100-prueba.html
101. ENTRENAMIENTO: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/10/nueva-era-capitulo-101-entrenamiento.html


6 DE FEBRERO


Me encontraba en cuclillas sobre la alta hierba, junto a Jake. Mi vestido de color cielo cubría mis pequeñas piernas completamente y llegaba hasta el suelo, poniendo los bajos perdidos con esa tierra húmeda. Jacob tendría que soportar la regañina de Rosalie cuando llegásemos a casa, pero no parecía importarle. Había estado lloviendo toda la mañana en ese bosque que pertenecía al territorio de mis padres, pero había escampado y hacía un buen rato que ya había salido el sol, por lo que Jacob quiso aprovechar para sacarme un poco de esa vivienda que para él olía tan mal.
No nos encontrábamos lejos de ese tronco que ya habíamos hecho nuestro y en el que siempre estábamos para jugar, sin embargo, Jake había visto algo que le llamó la atención y prefirió que echásemos un vistazo antes de que nos dirigiésemos a ese rincón.
―No te muevas ―me cuchicheó con su voz ronca―. Está a punto de salir.
Todavía no me gustaba hablar en alto, así que asentí. Me quedé muy quieta, observando esa cosa extraña con forma de capullo que tenía justo delante con suma atención, como si se me fuera la vida en ello. A mis ocho meses de edad, y aunque en realidad era como si tuviese unos seis años, jamás había visto semejante cosa antes.
Sin dejar de mirar eso, coloqué mi mano en su mejilla. Le hice ver que no sabía lo que era a la vez que acercaba el rostro un poco más a esa cosa extraña y entrecerraba los ojos para analizarla mejor.
―Se llama crisálida ―bisbiseó.
Le pregunté para qué servía.
―Ya lo verás ―cuchicheó de nuevo―. No le quites ojo, va a pasar una cosa mágica, te lo aseguro.
La crisálida era de un color marrón claro y colgaba de la afilada hoja de una planta que tendría unos veinte centímetros de alto, pero no me parecía que pasase nada especial, es decir, me preguntaba cómo habría podido ir a parar eso ahí, pero nada más. Aparté mi cara infantil de la planta, le miré, sin despegar la mano de su rostro, y fruncí el ceño, algo decepcionada.
―Espera, espera un poco, ya verás ―insistió sin dejar de observar la crisálida, alzando la mano para dejarla suspendida en el aire, a la espera de que pasase algo―. Antes he visto cómo se movía. Tiene que salir ya.
¿Pero salir el qué? Puse los ojos en blanco y suspiré.
―¡Ah, mira! ―exhaló de repente, en voz baja, aunque con entusiasmo, señalándome la cosa esa con el dedo.
Giré el rostro hacia allí, no muy segura de que fuera a pasar nada del otro mundo.
Pero pasó.
Esa cosa extraña llamada crisálida empezó a moverse, primero fue un ligero temblequeo y luego los movimientos pasaron a ser un poco más fuertes. Entonces, me di cuenta de que parecía tener algo en su interior que se movía y empujaba hacia fuera para romper ese envoltorio marrón. No sé cuánto tiempo estuvimos acuclillados en la hierba esperando, pero, finalmente, lo que fuera que estaba dentro consiguió quebrar la crisálida y liberarse. Ese envoltorio cayó al suelo, sin embargo, lo que contenía se quedó en el tallo de la hoja.
Jadeé, con mis ojos abiertos de par en par observando ese bicho desconocido mientras apretaba la mano contra la mejilla de mi mejor amigo. Le mostré la multitud de insectos que conocía, pero que ese no encajaba con ninguno.
―Es una mariposa ―me reveló, sonriéndome.
Esta vez aparté la vista para mirarle y retiré la mano de su mejilla.
―¿Una mariposa? ―repetí en voz alta.
Noté cómo Jacob se maravillaba al escucharme, todavía no estaba muy acostumbrado a oír mi voz, ya que hablaba muy pocas veces.
―Sí, una mariposa ―me ratificó con una amplia sonrisa―. Pero sigue mirando, aún no ha terminado ―y volvió a señalarla.
Volví a mirarla ipso facto. La mariposa tenía dos alas, pero estaban arrugadas y parecían mojadas. Dudé de que pudiera volar con eso. Estas eran negras y se encontraban enganchadas a su alargado cuerpo, que también era de color negro y estaba lleno de un fino pelo humedecido. Las patitas eran finas y largas, se pegaban al tallo de la planta con total naturalidad. La cabeza del insecto era grande y disponía de dos antenas y unos grandes ojos que, en realidad, estaban formados por centenares de minúsculos cristalitos oscuros, pero lo que más llamó mi atención de la cabeza fue ese tubo finísimo que se desplegaba de ella y que se enroscaba en su final, formando una espiral retráctil.
Iba a llevar mi mano a la mejilla de Jake de nuevo para preguntarle por qué no se movía, cuando la mariposa lo hizo. Sus alas se agitaron con un movimiento mínimo y se estiraron un poco. Fue cuando pude apreciar que no eran negras del todo, sino que también estaban teñidas con un color azul celeste en su interior.
Giré el rostro hacia Jacob y le sonreí con ganas. Él me correspondió, observándome con algo de engatusamiento, y después llevé la mirada hacia la mariposa otra vez.
Poco a poco, progresivamente, el pelo de su cuerpo se fue secando y las alas de la mariposa se fueron estirando. Me quedé mirando maravillada cómo lo hacían y descubrí con asombro que no eran dos alas, sino cuatro. Las de arriba tenían una forma más triangular y eran más grandes, en cambio las de abajo eran más redondeadas y eran de menor tamaño. Las tenía entrecerradas a la espalda y cuando por fin las abrió y las desplegó completamente, vi cómo eran en todo su esplendor.
Jadeé de nuevo, asombrada, y la sonrisa de Jacob se ensanchó.
Claro que podía volar con eso, y maravillar al mundo entero. Las alas eran negras en todo su borde exterior, por eso me habían parecido de ese color al principio, sin embargo, todo el extenso interior era de una intensa tonalidad azul celeste que resplandecía. Cada ala formaba un todo, un cuadro con forma irregular de color azul con su marco negro. Las alas superiores también tenían un ribeteo consistente en unos puntitos blancos que se disponían en hilera, dentro de la parte negra que coloreaba los bordes.
Ahora sí. Coloqué la mano en su mejilla y le mostré lo preciosa que me parecía la mariposa a la vez que seguía observándola, maravillada.
Antes era una oruga ―afirmó Jake.
La mariposa batió sus alas, como pavoneándose con orgullo ante tal declaración.
Le miré, extrañada. Proyecté la imagen de lo que yo recordaba que era una oruga. La fotografía mental que yo tenía en mi cerebro de ese bicho no cuadraba nada con el de una preciosa mariposa.
Jacob se rio.
―Verás, las orugas son las hijas de las mariposas, ¿entiendes? ―me aclaró, sonriéndome con esos dientes tan blancos que destellaban con los rayos del sol. Entonces, siguió explicándomelo, haciendo gestos sin parar al tiempo que hablaba con entusiasmo―. Mira, las mariposas ponen los huevos, de ellos salen las orugas. Las orugas se dedican a ponerse las botas comiendo todas las hojas y plantas que pueden, y cuando crecen y engordan lo suficiente, se… bueno, digamos que se meten en esas crisálidas. Una vez dentro, empieza la magia. Nadie sabe cómo, pero esas orugas tan feas y repelentes comienzan a transformarse. Cuando pasa un tiempo, salen y ¡tachán!, son mariposas.
Solté una risilla con mi voz infantil y su sonrisa se amplió una vez más.
―¿Quieres cogerla? ―me propuso.
Asentí con ilusión.
―Vale. Dame tu mano ―me pidió, aunque él ya la estaba retirando de su mejilla para cogerla. Luego, me hizo estirar el brazo hacia la mariposa―. Ahora tenemos que hacerlo muy, muy despacito, ¿de acuerdo? ―bisbiseó.
Asentí de nuevo, si bien esta vez con un ligero movimiento de cabeza a la vez que observaba al insecto con atención, bien seria y concentrada.
Mi mano ya estaba a un palmo de la mariposa, que volvía a tener las alas entrecerradas, así que la abrí para cogerla por ellas. Sin embargo, Jake detuvo el movimiento con suavidad.
―Las alas de las mariposas están llenas de polvos mágicos para que puedan volar, como las de las hadas ―cuchicheó con una entonación llena de misticismo y misterio―. Si las tocas con la mano, ya no podrá hacerlo ―le miré y puse los ojos en blanco. Hacía tiempo que ya no me creía esas cosas―. En serio ―aseguró, alzando las cejas hacia arriba de forma exagerada y asintiendo con la cabeza―. Están llenas de polvos. Toca las alas de esa mariposa, y jamás probará lo que es volar.
Pero eso sí que me lo creía. Mis dedos se retrajeron automáticamente y mi vista se fue hacia la mariposa con temor. Menos mal que me había avisado.
―Acércate muy, muy despacio y deja que se pose en tu dedo ―sugirió, soltando mi muñeca para que lo hiciera yo sola.
Y así lo hice. Arrimé mi dedo muy lentamente y lo pegué al tallo, dejando a la mariposa por debajo. Lo arrastré, iniciando un descenso con mucha cautela y delicadeza, y las patitas delanteras del insecto se subieron a mi falange. El resto no tardó en hacer lo mismo cuando deslicé mi dedo un poco más abajo. Separé la mano de la planta y porté la mariposa en mi dedo hasta que la tuve delante de los ojos.
Sonreí, entusiasmada, al ver a la mariposa tan de cerca. Ella parecía estar tan a gusto como yo, abría y cerraba sus preciosas alas celestes frente a mí, como si quisiera mostrarme toda su belleza.
―¿Te gusta? ―me preguntó Jake, observándome con las pupilas centelleantes.
Las mías prefirieron mirarle a él un billón de veces más, un trillón, y se fijaron a las suyas con alegría.
Entonces, de una manera totalmente sincronizada, me lancé a sus receptores brazos de un salto para abrazarle y darle un beso en la mejilla, haciendo que la mariposa alzase el vuelo por encima de nuestras cabezas, a la vez que ambos nos reíamos.
Continué observando ese marcador de libros con una sonrisa bobalicona mientras este maravilloso recuerdo terminaba de desvanecerse de mi memoria. El susodicho marcador me lo había hecho Jake a la semana siguiente de lo acontecido en ese recuerdo, puesto que, por aquel entonces, y pese a ser tan joven, ya me había leído unos cuantos libros. Estaba hecho de una madera muy clara. Era fino, rectangular y alargado en la parte que tenía que quedar entre las hojas, y la zona superior estaba coronada por una mariposa también plana, aunque mas gruesa. Jake la había tallado a un tamaño casi idéntico y la había pintado exactamente igual a la mariposa que habíamos visto ese día. Cuando me regaló el marcador me había encantado, y seguía encantándome ahora. Mi madre había hecho bien en traérmelo de mi antigua casa. Creía que lo había perdido y me había llevado un disgusto enorme, sin embargo, debió de haberse quedado metido en alguno de mis tantos libros y ahora que mi familia había redecorado la vivienda seguramente mamá lo había encontrado.
Contentísima de tenerlo de nuevo, lo inserté en el último libro que estaba leyendo y retiré ese simple marcador de papel.
Dejé el libro sobre el escritorio y me di la vuelta hacia la cama de ese dormitorio que dentro de poco ya sería el del bebé. La colcha estaba repleta de cosas que no nos había dado tiempo a guardar todavía, puesto que aún no había vaciado el armario para hacerle sitio. Me acerqué y me senté en la cama.
Cogí la ropita del niño y la posé en mi regazo para mirarla. Era un montón bastante grande, gracias a la tía Alice, y ya tenía una amplia variedad para los tres primeros meses. Fui pasando prenda por prenda, desdoblándola para observarla con una sonrisa, y la fui dejando de nuevo doblada a mi lado. Había ropa interior de bebé, camisetas minúsculas, pantaloncitos enanos, gorritos, patucos…
―¿Qué haces? ―me preguntó Jake de repente con una sonrisa, entrando por la puerta.
No me asustó, porque ya había percibido sus pasos.
―Estaba mirando la ropita del bebé ―le revelé, sonriéndole.
Jacob sonrió también. Arrastró una de las sillas del escritorio y se sentó frente a mí. Cogió una camiseta del montón de mi regazo y la desplegó. La prenda era tan pequeña, que cabía en una de sus manos, sin embargo, estas la sujetaban con mucha delicadeza y ternura. Me quedé mirando embobada cómo él observaba la camiseta del bebé, entusiasmado, y cómo la doblaba sobre su pantorrilla.
Alice no era la única que le había comprado ropa al niño. Desde que le habíamos dado la noticia a Renée, estaba contentísima e ilusionadísima, así que ella también había comprado alguna cosa. Renée había venido a Forks por Navidad para vernos y, por primera vez en muchos años, ella había pasado la nochebuena con nosotros, en casa de Charlie. Phil había sido bastante indulgente con Renée y había accedido a no pasar las Navidades juntos, al menos este año. Se pensaba que mi madre estaba metida en una secta o algo así que impedía su relación con más personas que no fueran sus familiares más íntimos. En fin, era un poco estrambótico, pero Renée podía ser muy imaginativa y persuasiva, así que Phil se lo había tragado. Al pobre no le quedó más remedio que irse a casa de sus padres solo, aunque comprendía que su mujer quisiera aprovechar para venir y pasar ese día tan especial con su hija después de tantos años sin hacerlo.
Mamá ya le había dado la noticia a Renée por teléfono la misma semana en que nos enteramos de mi estado y ella ya nos había dado la enhorabuena, pero en nochebuena nos felicitó personalmente y nos dio sus regalos, entre los que se encontraba ropa de bebé. Parecía que ya iba asimilando todo nuestro mundo, es más, me sorprendió la naturalidad con la que lo hacía, se notaba que mi madre y ella hablaban por el Messenger todos los días y nos veíamos todos por la Webcam, ahora sin secretos ni limitaciones, eso hacía que mi abuela materna lo viera con más normalidad, podía comprobar por sí misma lo feliz que era su hija y que esta vida era la que había escogido, así que supongo que eso la hacía feliz a ella también. Lo único que le importaba era saber que su hija se encontraba bien y que podía verla siempre que quisiera, eso era suficiente para ella. Además, tengo que reconocer que Renée era una mujer muy abierta y moderna, receptiva a toda clase de ideas, por raras que estas pareciesen. No era así con Charlie. Aunque ya sabía de sobra todo lo que se cocía y no le había quedado más remedio que escuchar la verdad sin tapujos el día en que se lo contamos todo a Renée, él prefería hacer como que esa tarde no había oído nada y continuar con su no pensar, no pensar, era por eso que mamá seguía poniéndose esas lentillas marrones en su presencia.
Esa pequeña camiseta que Jacob sostenía en su pierna era una de las prendas que Renée le había comprado al niño. Mientras miraba a Jacob engatusada, mi mano rodeó mi pequeña pancita. Todavía quedaban cinco meses para que tuviéramos a nuestro bebé en brazos. No me hacía falta, porque tenía toda mi infancia como testigo, pero tan solo tenía que evocar el recuerdo de la mariposa de nuevo para ver con absoluta certeza lo buen padre que iba a ser. Mi estómago se llenó de su cosquilleo habitual instantáneamente.
También observé lo guapo que estaba, por supuesto. Hoy era 6 de febrero, y celebrábamos nuestro aniversario, por eso se había puesto esos pantalones de vestir de color marrón y esa camisa de color blanco que le quedaba tan, tan bien. Entonces, me di cuenta de que se nos hacía tarde y dejé la ropita del bebé a un lado para levantarme. Si seguía mirándola, no saldría de casa en toda la noche.
Yo llevaba un elegante vestido negro que se sujetaba a mi cuerpo con un corpiño que se ceñía a mi pecho, dejando que la tela cayese libre hacia abajo. Tenía que disimular un poco mi barriga, porque estaba en esa fase intermedia en la que la gente te mira y se pregunta si es que estás embarazada o es que te has zampado demasiados bollos últimamente. Siempre era mejor evitar eso. La caída del vestido no llegaba a mis rodillas y hacía un efecto vaporoso que sentaba bastante bien. Los zapatos y el bolso, claro está, me los había regalado Alice. Como mi vientre todavía no estaba muy hinchado y no afectaba a mi espalda, los zapatos tenían un tacón de aguja considerable, si bien tenían un poco de suplemento que te hacían ver, cuando te los ponías, que en realidad no era tanto como aparentaba. Aun así, esperaba saber caminar con eso y no matarme por el camino. Estaban revestidos de tela negra y tenían un lacito en el empeine a modo de adorno que quedaba muy bonito. El bolso también llevaba un lazo, haciendo juego con los zapatos.
Jacob alzó la vista en cuanto me puse de pie, y se quedó maravillado al observarme mejor. Sus ojos me repasaron de arriba abajo con deslumbramiento.
Estás… estás…
―Gracias ―le contesté, ruborizada, ahorrándole más balbuceos. Jacob se levantó y se quedó frente a mí, sin dejar de mirarme del mismo modo―. Tú también estás muy guapo ―y mis labios se curvaron hacia arriba con satisfacción cuando le hice todo un chequeo visual.
Sí, estaba muy, muy guapo. El reflejo níveo de su camisa sentaba realmente bien sobre su cobriza piel, y encima se le ceñía a ese impresionante torso…
Me quedé muda hasta en mis pensamientos. Sus pupilas se engancharon a las mías y ya comenzaron a hipnotizarme, junto con la energía que ya empezó a envolvernos, aunque no me dio tiempo a más. Me tomó por la cintura y, con un movimiento enérgico, me arrimó a su cuerpo para besarme con entusiasmo. Mis mariposas internas se revolucionaron a la vez que mis brazos se iban solos hacia su cuello y mis labios respondían a sus besos, entregándose a ellos sin remedio.
―Venga, dejadlo ya ―nos interrumpió Emmett, riéndose, haciendo que nos sobresaltáramos y nos despegásemos―. Ya tendréis tiempo para eso. Toca después de la cena, ¿no es así?
Soltó tal carcajada, que hasta las paredes vibraron. Mi rostro sufrió un baño de sangre.
―Muy gracioso ―mascullé entre dientes.
―Vale, vale, ya vamos ―aceptó Jake, un poco molesto porque nos interrumpiera.
Me cogió de la mano para empezar a seguir a Em, que ya estaba saliendo por la puerta, sin dejar de reírse.
―Espera, tengo que ponerme el abrigo ―me coloqué delante de él y lo llevé hasta nuestro dormitorio.
Una vez allí, solté su mano, saqué el abrigo de tres cuartos del armario y me lo puse. Escogí un chaquetón de color azulote, ya que no quería ir de luto total.
―¿No pasarás frío con ese vestido? ―opinó Jacob, repasándome otra vez.
Sus ojos seguían maravillados, pero ahora tenían una motita de preocupación flotando en ellos.
―No te preocupes, solo es por abrigarme un poco ―le calmé, agarrando su mano de nuevo―. Emmett nos va a llevar en su Jeep y nos va a dejar en la misma puerta del restaurante.
―¡Servicio de limusina privado! ―exclamó Em desde abajo.
―Ah, bueno, genial ―sonrió mi chico, tirando de mí para salir de la habitación.
Bajamos al vestíbulo, donde ya nos esperaban mis padres, Alice, Jasper, Rosalie y el propio Emmett, y todos nos marchamos de casa despidiéndonos de Carlisle y Esme según salíamos por la puerta.
El Jeep de Em volaba por la autopista que llevaba a Port Angeles y Jake y yo íbamos sentados en el centro de los asientos, rodeados por mis padres, Alice y Jazz. Menos mal que el coche de mi tío era muy amplio, porque si no, no hubiéramos entrado todos, aunque Alice ocupaba lo mismo que una niña pequeña.
―Me siento como esos famosos de la tele que van acompañados por los guardaespaldas a todas horas y por todas partes ―refunfuñó Jake en el trayecto.
―Aguanta un poco, chucho ―le respondió Rosalie desde el asiento del copiloto, fingiendo esa cara de hastío de siempre que se reflejaba en el espejo de su parasol, el cual había bajado con rapidez para mirarle―. Pronto estaréis a solas. Además, nosotros también tenemos que soportar la peste que dejas en el coche.
―Y yo la vuestra por nuestra casa ―contestó él con una sonrisita de autosuficiencia―. Tardaremos meses en ventilarla, no sé si no tendremos que acabar mudándonos.
―Si te mudas, hazlo bien lejos, por favor ―replicó ella.
―¿Sabes lo que voy a hacer? ―la sonrisa de Jacob ya era toda una provocación―. Voy a frotarme contra los asientos, para dejar mejor mi efluvio y marcar mi nuevo territorio.
Emmett soltó otra carcajada.
―Ni se te ocurra, perro ―le advirtió Rosalie, mirándole con cara de pocos amigos.
 ―¿Prefieres que lo marque de otra manera? ―su sonrisa se amplió con malicia.
Se me escapó una risilla.
―Guarro… ―murmuró Rose, dedicándole una mirada de desagrado total.
―Si lo haces, te la cortaré ―le amenazó Em en broma.
Jake se carcajeó.
―Ya basta ―se quejó mi madre.
―Esto empieza a parecerse a un parvulario ―opinó papá.
―Tu hijo ya es más maduro que tú ―le dijo Rosalie a Jacob, haciendo negaciones con la cabeza.
―¿Te cuento el último chiste de rubias que me sé?
Mi tía subió el parasol de inmediato.
―Pasa de mí, Lassie ―replicó ella, haciéndose la indiferente.
―¡Lassie! ―se rio Emmett―. Eso ha estado bien.
Jake también se rio.
―Reconozco que te ha venido un halo de inspiración, pero, mira, te iba a contar ese chiste, sin embargo, ahora te voy a contestar a eso con otro. ¿Qué hay que hacer cuando una rubia te lanza una granada? ―Jacob esperó dos segundos para ver si alguien se lo sabía. Como nadie contestó, lo soltó―. Sacarle el seguro y devolvérsela.
A mamá y a mí nos dio la risa y Jasper intentaba ponerse serio, pero se le escapó la comisura de su labio hacia arriba. Rosalie puso los ojos en blanco.
―Ja, ja, qué gracioso ―ironizó ella.
―Otro.
―Oh, por favor ―protestó papá, haciéndose el intelectual.
―¿Qué hay que hacer para que una rubia se calle? ―siguió Jake, haciendo caso omiso a mi padre. Esperó otro par de segundos―. Preguntarle en qué está pensando.
Las carcajadas de Jacob ahora fueron acompasadas por las de Emmett, mamá, Alice, Jasper y yo.
―¿Quieres otro? ―preguntó Jacob.
―¿Te cuento yo alguno de perros sarnosos? ―resopló Rosalie.
―Este te va a encantar.
Jacob continuó sin hacerle caso, y siguió haciéndolo todo el trayecto, que estuvo muy amenizado por sus chistes y las réplicas cada vez más furiosas de Rosalie. Sin darnos apenas cuenta, llegamos a nuestro destino, para alivio de mi tía. Emmett nos dejó justo en la puerta del Wolf y, mientras él se iba en el Jeep con el fin de buscar aparcamiento, el resto de mi familia se quedó con nosotros para vigilar todos los alrededores.
―Pasadlo bien, y no tengáis prisa, nosotros esperaremos el tiempo que haga falta ―nos sonrió mamá, acariciando mi mejilla.
―Gracias ―asentí, dirigiéndome a todos.
―Vamos dentro, no quiero que cojas frío ―me instó Jake, ya tirando de mi mano.
Sí, será mejor que entréis ―coincidió mi padre.
―Bueno, nos vemos luego ―les dije al tiempo que ya caminaba con Jacob hacia la puerta.
Mi padre asintió.
―No te olvides de sacudirte las pulgas antes de entrar ―le espetó Rosalie a mi chico, aún enfurruñada.
Él se giró y le lanzó una serie de besitos.
―Sabes que te quiero, Rose, eres mi Barbie favorita, en serio ―admitió Jake, dándose la vuelta hacia la puerta―. Aunque seas rubia y huelas fatal ―apostilló después con esa sonrisa torcida que mi tía no vio.
Me di la vuelta y vi que Rosalie se había quedado un poco sorprendida, aunque también algo descolocada. No sabía si tomarse eso como un cumplido o como otra broma. Sonreí y me giré hacia delante para entrar en el Wolf con Jake.
Otro año más, Joseph nos dio la misma mesa de siempre y nos atendió de maravilla. La cena fue estupenda, y la compañía de la que gozaba infinitamente mejor. Estuvimos un par de horas en el restaurante, ya que Joe quería invitarnos a algo por mi embarazo, y cuando salimos, mi familia dejó su escondite para escoltarnos hasta el coche.
Este año no hubo paseo por la playa, sin embargo, eso no hizo que se estropeara nuestro aniversario. Nuestra velada romántica siguió en casa, donde la radio sonó durante buena parte de la noche.
Otro 6 de febrero más, juntos.