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martes, 26 de julio de 2011

NUEVA ERA. CAPITULO 48: EXTRAÑO



ESTE ES EL SEGUNDO CAPITULO DE HOY, PARA LEER EL PRIMERO PINCHAD EN EL ENLACE DEL CAPITULO 47


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NUEVA ERA II. COMIENZO 1ª Parte (Continuacion de "NUEVA ERA. PROFECÍA")
Para leer este fic, primero tienes que leer "Despertar", que se encuentra en los 7 bloques situados a la derecha de este blog, y "Nueva Era I. Profecía". Si no, no te enteraras de nada 😉


CAPITULOS:

PARTE UNO: COMIENZO:

RENESMEE:

43. DESPEDIDA: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/07/nueva-era-capitulo-43-despedida.html
44. COMIENZO: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/07/nueva-era-capitulo-44-comienzo.html
45. CELEBRACION: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/07/nueva-era-capitulo-45-celebracion.html
46. FUEGO: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/07/nueva-era-capitulo-46-fuego.html
47. NADAR: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/07/nueva-era-capitulo-47-nadar.html

EXTRAÑO


Noté algo de frío y me sentí rara, ya que no estaba abrazada a su cuerpo.
Mis párpados se abrieron poco a poco, y lo primero que hicieron mis pupilas en cuanto se acostumbraron a la luz fue mirar a mi lado para buscar a Jacob, junto con mi mano, que también se unió, palpando.
Abrí los ojos del todo, extrañada, al ver que no estaba y me incorporé, todavía torpemente, para observar la habitación. La luz del baño estaba apagada, y en el vestidor tampoco estaba. Entonces, escuché unos ruidos que provenían de la cocina.
Me mordí el labio, sonriente.
Me levanté y cogí la corta bata de seda rosa de la butaca para vestirme con algo, pues estaba desnuda. Me la puse y até el cinturón.
Abrí la puerta, la cual solo estaba arrimada, y salí del dormitorio en puntillas. Bajé los peldaños de la escalera de igual modo, atravesé parte del salón y me detuve junto a la puerta de la cocina, escondiéndome.
Asomé la cabeza y le vi. Solamente llevaba puestos sus pantalones de pijama largos y no pude evitar echarle un buen vistazo primero, después, ya me fijé en la encimera. Ya tenía preparada una bandeja para llevarme el desayuno y estaba tostándome la última rebanada de pan. Sonreí por su esfuerzo de darme una sorpresa, pero solté una risilla sorda cuando sacó la tostada y consiguió dejarla en el plato después de que esta saltara de una mano a otra, quemándole.
Cogió la bandeja y yo ya eché a correr, otra vez de puntillas, hacia el dormitorio. Subí a toda velocidad, aunque sigilosamente, entré en la habitación, arrimando la puerta como antes, me quité la bata, tirándola en la butaca, y me metí en la cama corriendo.
En cuanto me tapé con la sábana, entró por la puerta. Cerré los ojos y me hice la dormida.
El olor a café y tostadas ya invadía todo el dormitorio. Dejó la bandeja en su mesilla y se medio echó a mi lado de costado para tenerme de frente, ayudándose de su brazo para mantenerse algo erguido.
Se quedó un rato mirándome, pensando que dormía plácidamente. Seguramente estaba dudando entre despertarme o no. Casi me derrito cuando pasó sus ardientes y sedosos dedos por mi rostro para apartar mi pelo y acariciarme, todo el vello de mi cuerpo se puso de punta automáticamente, pero las mariposas de mi estómago aumentaron sus aleteos cuando se acercó y me dio un beso en los labios que fue intenso y dulce a la vez, muy, muy dulce.
Entonces, ya no pude evitar abrir los ojos para observar ese hermoso rostro que me sonreía.
―Buenos días, preciosa ―murmuró.
―Buenos días ―sonreí yo también.
Y volvió a acercar su rostro para darme otro beso. A mis labios les costó dejar que los suyos se marchasen.
―¿Has dormido bien? ―inquirió, apoyándose sobre su brazo otra vez.
Mi mente aún tenía demasiado frescas esas tórridas imágenes de hacía solo unas horas, pero lo poco que había dormido lo había hecho en la gloria a su lado.
―Sí, muy bien ―y acerqué el rostro para darle otro beso en los labios. Jacob sonrió―. ¿Y tú qué haces levantado ya? ¿Y por qué huele tan bien? ―le pregunté, disimulando que no sabía nada de su sorpresa.
―Genial, ya lo sabías ―se dio cuenta.
Me conocía demasiado bien, incluidos todos mis gestos, por mínimos que fueran.
―Noooo ―la negación, la cual empecé oscilando la voz con un tono agudo y terminé en un tono más grave, y que pretendía disimular mi pillaje, me salió un tanto exagerada. Jacob entrecerró los ojos para acusarme con la mirada mientras un lado de su labio se elevaba, esperando a ver cómo terminaba mi mentira―. No lo sabía. Bueno, es decir, ¿saber el qué?
―Venga ya, sabías de sobra que te he preparado el desayuno ―rio.
―Huele mucho a tostadas y café ―alegué, aunque no pude evitar morderme el labio.
Jake se rio más y finalmente me dio un beso en los labios, agradeciendo mi intento de que su sorpresa no se rompiera.
―Toma, anda ―dijo, irguiéndose para coger la bandeja―. Nah, es poca cosa, pero bueno ―y se giró hacia mí, portándola.
―Qué va, está genial ―sonreí, incorporándome para sentarme en la cama, tapándome con la sábana.
―Zumo, café y tostadas ―declaró con una sonrisa, poniéndome la bandeja sobre las piernas.
―Qué bien huele ―exclamé, inhalando el olor a la vez que metía mi pelo detrás de las orejas―. Muchas gracias, cielo ―y me incliné hacia él para darle un merecido beso que correspondió de buena gana.
Mi chico cogió su zumo, yo cogí el mío y chocamos los vasos a modo de brindis, riéndonos. Nos bebimos los zumos de unos tragos y posamos los vasos vacíos en la bandeja otra vez.
Mientras él echaba azúcar en su café y en el mío, yo cogí una tostada y comencé a untarla con mantequilla.
―¿Te apetece ir esta noche a la isla de Santa Lucía? ―me propuso, revolviendo mi café.
―¿Por la noche? ―inquirí, llevándole la tostada a la boca.
―Sí, podemos cenar allí y salir un poco, ¿qué te parece? ―y le dio un bocado.
―Sí, vale, me apetece salir y bailar ―acepté con una sonrisa, mordiendo la tostada yo también.
―¿Quieres bailar? ―rio.
Le ofrecí lo que quedaba de tostada y se la metió en la boca, chupando mis dedos mientras yo los retiraba.
―Sí, no sé por qué, pero me apetece mucho bailar contigo ―sonreí, cogiendo otra tostada para untarla.
―Bueno, nena, si eso es lo que quieres, bailaremos toda la noche ―asintió con su preciosa sonrisa torcida.
―No, toda no. El resto de la noche quiero reservarla para otras cosas ―confesé, sonriéndole con picardía mientras le llevaba la tostada que acababa de untar hacia la boca.
―Ya me parecía a mí… ―sonrió él también, y le dio un mordisco a la tostada.
Se me escapó una risilla traviesa y le pegué un bocado a la misma.
Por supuesto, la noche no era el único momento en el que dábamos rienda suelta a la pasión, también había otros momentos, y ese día no fue una excepción. Tuvimos el momento de la orilla de la playa, con sus olas bañando nuestros cuerpos, el momento del jacuzzi, con todas aquellas burbujas y ese vaho que subía la temperatura aún más, el momento de la chimenea al atardecer, esta vez sin pétalos sobre la alfombra… Aunque también hicimos otras cosas entre medias, como montar en las motos, bañarnos en el mar, relajarnos en la zona de spa, en la piscina…
Después de ese intenso día, nos duchamos y nos arreglamos.
Yo elegí un vaporoso vestido floreado en tonos celeste, crema y turquesa, de tirantes finos que dejaban un escote recto. Iba abotonado por delante hasta arriba, así que dejé un par de botones desabrochados para que mi escote fuera un poco más pronunciado. Aquí no me conocía nadie, y quería que Jake no me quitase el ojo de encima, para qué lo íbamos a negar, me encantaba que me mirase y me desease. La falda era corta, pero sin pasarse, y mejoró aún más cuando me puse unas sandalias a juego que tenían bastante tacón. En conclusión, si mi tía Alice me viera, estaría muy orgullosa de mí. También elegí un bolso pequeño de color celeste que se podía colgar en el hombro. Dejé mis rizos sueltos, tan solo amarré mi cabello con dos horquillas a ambos lados de mi frente para que este no se me fuera a la cara, y me maquillé ligeramente, yo no tenía la paciencia de Alice.
Aun así, Jake sonrió con satisfacción cuando me vio, y yo cuando lo vi a él. Llevaba una ceñida camiseta blanca que le sentaba realmente bien y unos pantalones cortos de color arena que eran bastante pijos, por qué no decirlo, aunque sus pies calzaban unos playeros de esos de vestir que hacían de su aspecto algo más informal. Estaba guapísimo.
Los dos nos quedamos mirándonos embelesados durante un rato, hasta que Jake reaccionó y se acercó a mí. Rodeó mi cintura con sus brazos y me arrimó a él, haciendo que mi boca ya suspirase.
―Estás preciosa ―murmuró con una sonrisa.
―Tú también estás muy guapo ―sonreí, llevando mis brazos a su cuello―. Esa camiseta te sienta muy bien.
―Y a ti este vestido te queda de fábula ―su mirada bajó automáticamente a mi escote―. Dios, te queda de fábula ―repitió, y yo sonreí, satisfecha.
Ambos acercamos nuestros labios para besarnos. Nos dimos un beso lento, deslizándolos bien para sentirnos mejor, y después otro, y otro más... Mis mariposas explotaron para acariciar las paredes de mi estómago con sus alas y mi mano ya quiso subir a su nuca para aferrar su pelo, pero me contuve y separé nuestras bocas.
―Si seguimos, ya no podremos parar… ―susurré en sus labios con una sonrisa―. Y Fernando ya nos está esperando con su avioneta.
―Sí, tienes razón ―sonrió.
Inspiramos el aire profundamente y conseguimos despegarnos.
Salimos del dormitorio, bajamos esas escaleras en U, atravesamos el salón y, por fin, llegamos al vestíbulo, donde cogimos las llaves del taquillón blanco y nos fuimos de la casa.
El viaje en la avioneta pasó rápidamente, la apenas media hora de trayecto se vio amenizada por la charla del piloto sobre la isla de Santa Lucía, y también nos aconsejó varios sitios para ir a cenar y tomar algo.
Cuando aterrizamos, ya lo hicimos en una de las playas del sur de la isla, ante las atentas y curiosas miradas de la gente que caminaba por el paseo de la misma, cosa que me dio una vergüenza horrible. Jake insistió en llevarme en brazos hasta suelo firme, pero me negué. Lo que me faltaba era llamar más la atención de esos viandantes. Me descalcé para que no se me clavasen los tacones en la arena, y nos bajamos de la avioneta.
Al llegar a la acera del paseo, me sacudí los pies y me volví a poner las sandalias. Jake y yo no habíamos soltado nuestras manos en ningún momento, así que solamente tuvimos que ponernos en marcha, siguiendo las amables indicaciones que Fernando nos había dado durante el vuelo.
Solo nos detuvimos en el paseo para observar esa romántica puesta de sol que tanto nos recordaba a la de nuestra boda. Después, seguimos caminando.
No tardamos mucho más en llegar a un restaurante que quedaba en el puerto y que Fernando nos había recomendado fervientemente si queríamos cenar buenos pescados. Fue allí donde cenamos. Tuvimos que esperar un poco para que nos dieran una mesa, pero lo hicimos tomando unas cervezas sin alcohol en la barra, en medio de una amena conversación, así que cuando nos dimos cuenta ya nos sentaron.
En cuanto escuché: señores Black, la cara se me iluminó, y no precisamente porque nos dieran la mesa. La gente se quedó mirando algo extrañada al principio, por lo jóvenes que parecíamos para ya estar casados, y alucinada después, mientras caminábamos hacia la mesa, por nuestro aspecto, supongo. Bueno, yo también llamaba la atención, tenía que reconocerlo, cosa que hacía que la sangre se me pusiese toda en las mejillas, pero el que más miradas acaparaba siempre era Jake, eclipsándome un poco a mí, para mi alivio. Mi espectacular marido ―qué bien sonaba― era el centro de atención mayoritario allí donde iba. En los restaurantes, en el aeropuerto… y es que, aparte de ese cuerpazo escultural que no se lo quitaba nadie, parecía un jugador de la NBA y la gente siempre se quedaba con el mismo semblante, ese que se pregunta dónde jugaría. Era muy divertido. Eso sí, una vez que lo miraban a él, las miradas pasaban a mí. Ay.
Como nos había dicho Fernando, se cenaba muy bien allí, aunque para mí la amena y divertida compañía que tenía enfrente era lo mejor de todo.
Después de cenar y de salir de ese restaurante, pasando por el mismo pasillo de miradas que para entrar, nos fuimos a un chiringuito de moda que también nos había recomendado el piloto. Quedaba en la playa, los farolillos que se extendían sobre el pequeño complejo, consistente en una barra, mesas y un reducido escenario donde tocaba un grupo local, se veían desde el paseo marítimo.
Llegamos sin problemas y tuve la suerte de que unas tablas de madera se extendían sobre la arena con el fin de que las féminas pudieran llevar sus tacones para bailar cómodamente. Varias parejas ya se encontraban bailando esa música con ritmos de salsa.
Bajamos las escaleras que daban a la arena y nos dirigimos a las mesas, otra vez ante las miradas de la gente, sentándonos en una libre.
―¿Qué te apetece tomar? ―me preguntó Jake.
―Un cóctel sin alcohol ―contesté con entusiasmo―. No sé, el que veas tú.
―Vale ―sonrió―. Espérame aquí, vengo enseguida, ¿de acuerdo?
―Sí, tranquilo, no me voy a marchar ―me reí.
Se rio también, se levantó, me dio un beso y se fue a la barra.
Me percaté de cómo le miraban las féminas de su alrededor, algunas descaradas se lo comían con la mirada. No le di importancia, en cambio, sonreí con malicia en mi fuero interno, orgullosa y feliz. Porque ese hombre, del que ellas solamente veían su impresionante físico, ignorando lo maravilloso que era, además, en los demás aspectos interiores, era mío y solo mío. Sí, qué felicidad.
Sin embargo, algo captó mi atención, más bien, alguien.
Era un hombre, un extraño, y también observaba a Jake atentamente. Me llamó la atención porque llevaba gafas de sol en plena noche y vestía todo de largo, con el calor que hacía aquí. Su camisa era de manga larga y sus pantalones también. Su pelo moreno era muy longevo e iba atado en una coleta baja que le llegaba a la espalda. No estaba consumiendo nada, solamente estaba sentado en una mesa, sin compañía alguna. Me fijé en su rostro, pero, lo poco que dejaban ver sus gafas, no me delataba nada raro. Su piel parecía de un color normal.
Jacob terminó de pagar al camarero y cogió los dos preparados para regresar a mi lado. El hombre desvió la vista y miró hacia el pequeño escenario, aplaudiendo como el resto del personal al terminar la canción que había estado sonando. Ahora parecía más normal…
Me quedé pensando. ¿Podía ser que ya me obsesionase por cualquier cosa? Sí, claro que podía. Lo había pasado tan mal durante ese año… En ese instante, me regañé a mí misma. Me había prometido no recordar eso nunca más, y lo que tenía que hacer era calmarme un poco, no todo tenía por qué ser peligroso. Si me preocupaba por cada personaje raro que me encontrase, lo llevaba claro. Tomé aire y lo solté, relajándome automáticamente. No le di más importancia, gente rara la había por todas partes, además, estaba en mi luna de miel, quería disfrutarla a tope, y no quería preocupar a Jake con tonterías.
Su sonrisa hizo que el asunto se me olvidase rápidamente.
―Toma, preciosa ―posó mi cóctel en la mesa―, a ver si te gusta.
Se sentó a mi lado, ya bebiendo del suyo por la pajita.
Los dos cócteles estaban servidos en dos enormes copas de cuello ancho que estaban a rebosar de cubitos de hielo picado. El suyo era de color amarillo y estaba aderezado con una cuña de lima, cuya corteza habían cortado para que cayese en un bucle, y el mío era de un rosa intenso y estaba adornado con una rodaja de naranja que había sido pelada con el mismo efecto.
―Gracias ―sonreí, observando mi copa mientras revolvía mi cóctel entre todo aquel hielo para deshacer el azúcar del fondo―. No me lo digas, por el olor ya me hago una idea. El tuyo es de piña y el mío de fresa ―y acto seguido lo probé.
―Sí ―rio.
―Me encanta, está muy rico ―asentí, dándole un beso en la mejilla. Luego, cogí el suyo―. A ver cómo está este…
―También está bueno ―afirmó a la vez que yo lo probaba.
―Sí, tienes razón ―asentí, dejando la copa en su sitio―. Pero me gusta más el mío.
―Ya lo sabía, por eso te lo cogí de fresa ―declaró con una sonrisita.
Sí, me conocía demasiado bien. Le sonreí y nos dimos un beso corto.
La noche era cálida, y la suave brisa del mar te abrazaba para acogerte en un ambiente romántico y veraniego.
Nos quedamos un rato sentados, tomando nuestras bebidas mientras observábamos cómo bailaba la gente ese merengue tan movido. Las féminas meneaban las caderas sin parar, dando vueltas con su pareja, enredando sus brazos para desenredarlos después… Yo miraba atenta para tomar nota, por si Jake se animaba luego y nos arrancábamos en uno de esos bailes moviditos. Aunque él eso de menear las caderas…
Pero entonces, el grupo del escenario comenzó a tocar una canción más lenta, siguiendo las pautas de esos ritmos y sonidos caribeños.
Esta era la mía.
―Vamos a bailar ―le propuse, tirando de su mano para levantarle.
―¿Bailar? ¿Ahora? ―inquirió, aunque ya se estaba poniendo en pie, conmigo.
―Sí, vamos ―reí, arrastrándole hacia la pista.
―Vale, vale ―rio él también.
Llegamos allí donde la gente estaba bailando y rodeé su cuello con mis brazos para comenzar a bailar. Jake enseguida me abrazó y me arrimó a él. Nuestros pies empezaron a moverse al son de ese pausado ritmo, balanceándonos de un lado a otro sin dejar de mirarnos a los ojos. Las mariposas de mi estómago ya no podían aletear más deprisa.
―Dime, ¿lo estás pasando bien? ―interrogó con un murmullo, sonriéndome.
―Más que eso, soy la mujer más feliz del universo ―murmuré, arrimando mi frente a la suya para acariciarla―. Ojalá pudiéramos quedarnos aquí para siempre.
―Ya te digo ―sonrió, dándome un beso en los labios que hizo que mi cuerpo ya se estremeciera. Después, dejó mi boca para hablar de nuevo―. Pero, desgraciadamente, solo nos queda una semana aquí.
―Bueno, La Push está muy bien ―sonreí―. Para mí es el mejor sitio del mundo.
―Y ahora ya sabes nadar ―siguió él―. Podremos darnos algún chapuzón juntos de vez en cuando.
―Sí, qué guay ―sonreí otra vez―. Aunque allí el agua está más fría, voy a tener que pegarme bien a ti ―insinué con voz sugerente, llevando mis labios a los suyos.
―Pégate todo lo que quieras, cielo ―susurró en mi boca.
Y nos dimos un beso un poco más largo y efusivo que el anterior, que, a poco más, hace que mis mariposas saliesen despedidas hacia las estrellas.
Conseguimos terminar ese beso, con el fin de no dar el espectáculo allí, y apoyé mi cabeza en su clavícula para seguir bailando, a la vez que él me apretaba contra su cuerpo con mimo.
Estaba en la gloria, en el cielo, moviéndome con él en ese suave balanceo mientras esa cálida música nos llevaba. Hasta que noté algo raro que me sacó de mi nube.
Era ese extraño otra vez, pero ahora nos observaba a los dos, y no nos quitaba ojo. Empecé a sentirme realmente incómoda, ¿por qué nos miraba así? Parecía un agente del FBI, o del servicio secreto, un agente de esos que salen en las películas, lo único que le faltaba era la gabardina. Y encima, nos observaba con una desaprobación clara, la censura le salía hasta por las gafas. No le veía los ojos, pero su boca, en gesto de hastío, lo decía todo.
Eso me puso más enferma. Me recordó a Nahuel y su forma de mirarnos, con esa crítica y censura, pero, claro él sabía que yo era un semivampiro y que Jake era un hombre lobo, todavía se podía entender que tuviera algún prejuicio estúpido. Sin embargo, este hombre no nos conocía de nada, y parecíamos despertar algún tipo de rechazo en él, tanto, que no podía apartar sus ocultos y tontos ojos de nosotros. Mis dedos se aferraron a la nuca de Jake con más fuerza, rabiados, y él se dio cuenta de que algo me ocurría.
―¿Qué pasa? ―me preguntó, claro, despegándose un poco de mí para mirarme.
Pero yo no quería que nuestra maravillosa velada se nos estropease por culpa de un extraño con prejuicios, y menos siendo mi luna de miel. Ni hablar. Así que le di un puntapié a la imagen de ese hombre y me concentré en el único que me importaba.
―Nada, cielo ―le sonreí. En ese momento, la música pasó a ser rápida de nuevo y la pista se llenó de más gente para menear las caderas.
―Ay, madre ―rio, separando su cuerpo del mío para tomarme de la mano―. Vamos a seguir tomando esos cócteles.
―¿No quieres probar? ―me reí mientras él ya tiraba de mí hacia la mesa―. Mira, solo hay que mover las caderas y…
―¡Uf! Mis caderas y yo vamos a ritmos diferentes, somos incompatibles ―bromeó―. Y encima, en este baile tengo que llevarte yo, quita, quita.
―Que no, es muy fácil, ya verás ―le detuve, ahora tirando yo de él para volver a la pista.
―Ay, no sé, Nessie… ―dudó.
―Yo aprendí a nadar, y tú aprendes a bailar. Es justo, ¿no? ―le sonreí, poniéndome frente a él para comenzar a danzar―. Mira, es así, ¿lo ves? ―le cogí de las manos mientras yo llevaba los pies de un lado a otro con pasos rítmicos que hacían que mis caderas se movieran solas.
―Tú lo haces muy bien, desde luego ―afirmó con una sonrisa pícara, observándome de arriba abajo.
―Y ahora doy una vuelta. Tú levanta el brazo así para que yo pase por debajo ―y se lo alcé yo para hacerlo.
Fui girando poco a poco, meneando las caderas, y cuando mis ojos lo tuvieron en su ángulo de visión le miré con seducción.
―Creo que esto ya me está gustando más ―su sonrisa golfa se amplió.
―Venga, inténtalo tú ―le exhorté, sonriéndole, cuando terminé de girar.
Sus pies comenzaron a moverse, no con mucha soltura, la verdad, pero al menos lo hacían al ritmo de la música. En cambio, sus brazos y sus manos seguían mis movimientos perfectamente.
―Me siento ridículo ―declaró, mordiéndose su sonriente labio.
―Que nooooo, lo estás haciendo genial, mira ―y pasé a sujetar la parte superior de sus brazos para menearme un poco más pegada a él.
―Bueno, esto no está tan mal, tengo que reconocerlo ―sonrió, sujetando mi bailarina cintura con sus grandes manos.
―Claro que no, nene, tú suéltate ―le animé con un murmullo, acercando mi frente a la suya para seguir con mi sugerente baile.
Y se soltó. Y no solo él. Los dos nos soltamos tanto con esa música y esos bailes tan sensuales y apasionados, que terminamos escondiéndonos donde pudimos para besarnos como dos ardientes adolescentes.
Cuando llegamos a casa, ya prácticamente nos íbamos comiendo por el camino. No nos dio tiempo a subir al dormitorio. Jake abrió mi vestido de un tirón, haciendo que los pequeños botones saliesen despedidos por todas partes, y terminamos de apagar esas llamas en el mismo vestíbulo.

A la mañana siguiente, y después de ducharme yo primero ―Jake quería dormir cinco minutos más―, bajé a la cocina en albornoz para ir poniendo la mesa, puesto que el amable servicio ya se había molestado en hacernos el desayuno. Cuando terminé de colocarlo todo, no me pude resistir a coger una de las fresas que nos esperaban en una de las bandejas.
Unos brazos fuertes y protectores me rodearon por detrás y me atrajeron a su cuerpo cálido con mimo. Al igual que yo, él llevaba su albornoz.
―Ya estoy aquí, preciosa ―susurró Jacob en mi oído, provocando a mi estremecido vello.
―Menos mal, porque ya te echaba de menos ―le confesé, girando el rostro hacia él mientras acariciaba sus antebrazos.
Mis adorados ojos negros se engancharon en los míos, haciendo que mi corazón aumentase su ritmo automáticamente.
―Pues ya me tienes aquí ―sonrió.
Me di la vuelta y rodeé su cuello con mis brazos para darle un beso.
―Estaba pensando que podíamos ir a una de las playas de Santa Lucía ―le propuse―. Por ver cómo es el ambiente y eso.
―Vale ―aceptó, aunque no parecía estar demasiado atento a eso, porque se dedicó a soltar mi cintura para que una de sus manos cogiesen una fresa.
La acercó a mi boca, clavándome esa mirada de fuego que ya me hizo entrar en otro estado metafísico, y no pude evitar morderla mientras ya le miraba con ojos encendidos. Luego, él se terminó de comer el fruto.
Llevó sus manos hasta el cinto de mi albornoz y lo desató, abriéndolo después para que mi cuerpo quedase al descubierto. Ya llevaba un rato hiperventilando, pero cuando me repasó con sus intensos ojos y metió sus ardientes y sedosas manos para acariciar mis caderas y tomar mi cintura, mi respiración se transformó jadeante en toda regla.
Pero yo no iba a ser menos.
Desaté su cinto y también abrí su albornoz, permitiéndole a mi privilegiada vista que observase su cuerpo sublime. Sí, lo era, y su tez morena contrastaba con ese blanco de la prenda, haciéndola todavía más hermosa. Llevé las manos a su impresionante torso y comencé a acariciárselo, entonces, su respiración también se intensificó.
Me pegó a su cuerpo con un movimiento enérgico y decidido, que hizo que mi piel se estremeciera al contacto con la suya, y empezamos a besarnos con auténtica pasión.
Parecía mentira que hubiésemos hecho el amor hacía unas pocas horas, pero nuestras manos se deslizaban por nuestra piel ávidamente mientras nuestras bocas se entrelazaban sin descanso entre jadeos alocados.
Jake obligó a que nuestros cuerpos se girasen y mi cintura chocó con la encimera. Su brazo arrastró las cosas que reposaban sobre la misma, creándose un estrepitoso y momentáneo ruido, y me sentó en ella, donde mis piernas ya estaban abiertas para acogerle.
A partir de ahí, la locura se desató.

Esta vez le dijimos a Fernando que aterrizase en un sitio lo más desapercibido posible. Si ayer ya habíamos llamado la atención con los transeúntes que caminaban por el paseo, no queríamos ni pensar lo que pasaría hoy en una playa abarrotada.
Aterrizó en una cala, donde se reunían más bien familias, y nos dirigimos a otra de las playas, cualquiera nos servía.
No tardamos mucho en encontrar una que nos gustase. Bajamos las escaleras que separaban el paseo con la arena y comenzamos a pasear por la playa para buscar un sitio donde poner las toallas.
Hacía mucho calor, así que mi chico solamente vestía su bañador tipo bermudas y yo llevaba un corto pareo.
No me fijé si también yo era objetivo de miradas, porque mi vista solo pudo reparar en cómo le observaban las féminas mientras caminábamos. Se lo comían con la mirada, pero también lo observaban con un poco de distancia. Jake tenía ese puntito canalla y rebelde que hace que una mujer desconfíe pero se sienta atraída a la vez sin remedio. Una vez más, me reí en mi fuero interno, porque era mío, mío, mío y solo mío. Sonreí de felicidad y seguí caminando con mi chico de la mano, con la cabeza muy alta, aunque también me di cuenta de que él tenía la misma expresión.
Encontramos un sitio y extendimos las toallas.
Me daba un poco de vergüenza quitarme el pareo de pie, a la vista de toda esa gente de alrededor, así que me senté y me lo quité en la misma toalla. Lo guardé en la mochila que había cargado Jake y saqué la crema para empezar con ese ritual de siempre. Por supuesto, Jacob se ofreció para echármela por la espalda y yo acepté encantadísima. Cuando terminó, le eché un chorrete en el pecho a traición.
―¡Puaj! ¿Qué haces? ―se quejó.
―Ahora tú, aquí no tenemos sombrilla, así que no te queda más remedio ―declaré, extendiéndole la crema por el torso.
―Desde luego, ya no sabes qué hacer para tocarme, ¿eh? ―sonrió con esa maravillosa sonrisa torcida mientras se dejaba caer hacia atrás, apoyándose con los brazos estirados―. ¿Qué pasa? ¿No has tenido bastante con lo de la cocina? ―me recordó con voz sugerente.
―Jake…. ―le regañé, riéndome, pegándole un manotazo en el brazo.
Aunque solo pensar en ello, ya hacía que me estremeciera de nuevo. Él se rio con satisfacción y yo sonreí.
Seguí acariciando su increíble pecho ante algunas miradas verdes de envidia, eso hizo que mi sonrisa se ampliara aún más. Después, seguí por su espalda, su cuello y sus amplios hombros. A poco más, y se me acaba el bote de crema.
―Toma, ahora échate tú por el resto del cuerpo ―y se la pasé.
―Ay, qué asco ―se volvió a quejar, poniendo una mueca―. Odio las cremas.
―Pero hay que echárselas ―rebatí, sentándome como había hecho él antes, con los brazos como apoyo.
Se hizo un momento de silencio mientras terminaba de extenderse la crema en el que me fijé en él, aunque, claro, eso no era nada difícil, teniendo ese cuerpazo a mi lado. Pero no fue en eso en lo que puse mi atención, al menos, no del todo, sino en el color de su piel. Su tez era más oscura, en cambio, la mía…
Puse mi brazo junto a él y torcí el gesto.
―¿Qué pasa? ―rio, ya dándose cuenta de lo que pasaba por mi cabeza.
―¿Cómo es posible? Tú estás todo el tiempo a la sombra ―me quejé al ver mi pálido brazo igual de níveo que cuando llegamos hacía una semana, contrastando con su morena piel.
―Es genética, nena ―declaró, mostrándome esa preciosa sonrisa torcida―. Yo llevo sangre india en mis venas, y tú…, bueno, tu madre siempre ha sido una piel pálida y tu padre…, en fin, para qué hablar, no es transparente de milagro ―se burló, tirando el bote encima de la toalla―. Es lo que hay, llevas genes de vampiro, y que yo sepa, los vampiros no se ponen morenos ―cuchicheó, y su sonrisa se amplió.
―Pues yo me marcharé de aquí morena ―le contradije, frunciendo el ceño.
―Vale, vale ―se rio. Luego, miró a su alrededor y fijó su vista en un puesto de helados―. No sé tú, pero yo me estoy achicharrando. ¿Te apetece un helado? ―terminó, mirándome a mí.
―Sí, vale ―acepté, sonriente.
―De acuerdo ―asintió, poniéndose en pie. Cogió la cartera de la mochila y se inclinó sobre mí―. Vengo enseguida ―y me dio un beso en los labios que yo correspondí de muy buena gana.
Le sonreí cuando se incorporó de nuevo y no le quité ojo mientras se dirigía al puesto de helados.
Había bastante cola, así que, cuando Jake ya estaba a punto de pedir, ya llevaba unos cinco minutos sola.
―Hola, ¿sabes que eres el bombón de la playa? ―habló una voz en español, de repente, que hizo que me sobresaltara y apartase la vista de mi chico para mirar.
―Y probablemente de toda la isla ―siguió otro chico, sentándose en la toalla de Jake.
Era un grupo de cuatro chicos que parecían bastante presuntuosos, por cierto. Lucían su palmito de gimnasio con orgullo, ignorando que lo que yo tenía superaba a los cuatro juntos, y todo natural, cien por cien.
―No estoy sola ―les advertí, también hablando en español, aunque malo, echándole una mirada fulminante y asesina a ese que se había atrevido a usurpar la toalla de Jacob.
―Yo te veo sola ―rebatió otro de ellos.
―Pues no lo estoy ―respondí con voz borde―. Mi marido va a venir ahora mismo.
―Ah, ¿estás casada? ―preguntó el cuarto con cierta duda.
―Sí ―le respondí sin más, usando un tono firme y mostrándole mi alianza.
―Bueno, no somos celosos ―afirmó el primero que había hablado.
Idiotas, si ellos supieran…
―¿Qué pasa? ¿Hay algún problema? ―intervino Jake en su lengua estadounidense, que se plantó frente a ellos con unas pupilas amenazantes que lo decían todo.
Los cuatro abrieron los ojos como platos. Aparte de su masa muscular, Jake les sacaba la cabeza.
―No, ninguno, tío… ―dijo el tercero, ya en inglés, en un tono trémulo.
―¿Estáis molestando a mi mujer? ―siguió él.
―No, no sabíamos… ―intentó defenderse el primero, ya comenzando a iniciar la huida.
―¿Y tú qué haces ahí? ―bufó Jake, cambiando la misma mirada hacia el tipejo que se había atrevido a sentarse en su toalla―. Aparta, venga.
―Sí, perdón…
En cuanto ese se levantó, los demás ya estaban caminando con presteza por la arena, con el rabo entre las piernas.
―Menos mal que llegaste, no sabía cómo quitármelos de encima ―resoplé.
―Qué pesados. Desde luego, te dejo sola cinco minutos y los buitres ya te acechan, hay que ver ―gruñó. Luego, suspiró y me ofreció mi helado―. Bueno, toma.
―Gracias, cielo ―lo cogí y le di un merecido beso en los labios con una sonrisa más que orgullosa.
El helado estaba muy bueno, y entraba bien, con ese calor no había quién estuviese.
Pero, de repente, mis ojos se fijaron en algo y mi boca dejó de comer.
Era el extraño que había visto la noche anterior, y como entonces, llevaba sus gafas de sol y vestía completamente de largo. Pero, esta vez, había algo más que hizo que me quedase helada por un instante. Era su olor. La suave brisa corría en nuestra dirección y me traía su efluvio, su efluvio vampiro. El individuo estaba a la sombra de una palmera, por eso su piel no destellaba.
―¿Qué pasa? ―quiso saber Jake al ver mi cara. Su vista se fijó justo donde la mía, aunque su nariz ya había detectado el olor antes―. Mierda, es un vampiro ―masculló―. Y nos está mirando, como anoche.
Giré el rostro hacia él, sorprendida.
―¿Ya lo sabías?
―Sí, ¿tú también te fijaste ayer? ―inquirió él, volviendo el rostro hacia mí para mirarme con la misma expresión.
No hizo falta que ninguno asintiera. Nuestros rostros ya lo dijeron todo. Ninguno había dicho nada para no preocupar al otro, pero los dos nos habíamos dado cuenta anoche.
Como ayer, su expresión era de hastío total.
―No sé por qué nos mira así ―dije, mordiéndome el labio.
―No me gusta ni un pelo. Voy a ver qué diablos le pasa ―gruñó, comiéndose lo que le quedaba de cucurucho de un bocado mientras ya se ponía en pie con enfado.
―No, Jake, espera ―intenté pararle, levantándome yo también.
Pero no hubo forma.
―No te separes de mí ―masculló sin quitarle ojo al extraño.
Me cogió de la mano, apretándola con fuerza, y con paso firme y seguro se acercó al vampiro, que nos esperó tranquilamente, apoyado en la palmera.

7 comentarios:

  1. Hay no!!!! No me digas que mas problemas... Pero por lo visto creo que si, en fin espero que no les arruine su luna de miel y solo sea un vampiro caribeño hahaha ( :
    No es justo que los capítulos no los dejes así con tanto misterio estoy casi arrancandome las u~ñas por el capitulo de ma~ñana ya que estara emocionante eso creo por la pinta de hoy ( pelea, pelea, pelea... pelea) hasta el prox. comentario kiara.
    Saludos par ti Tamara

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  2. Que fue eso un vampiro nomada ojala y nada mas serio espero....... que pena que no les deje disfrutar de la luna de miel .....que pasará ya quiero saber siiiiii esperar solo toca esperar noooooooooo.......:) Cuidate Tamara muchoo...

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  3. Hay hay problemas por favor que no les pase nadaa aaa que emocionantee no queria que se acabara el cap!! Ya quiero saber que pasa con el vampiro D:
    Besos.

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  4. Increible como siempre, opino lo mismo que los demas ojala que solo sea un nómada aunque recordando el inicio hablabas de una lucha por el poder espero que no empieza en plena luna de miel. Bueno saludos y cuidate mucho. Kelly

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  5. Sigo en lo mismo tus libros son muy buenos y .....

    ADICTIVOS......
    gracias
    elsa

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  6. uh! Justi que venia un poco de paz- :C AY! Ya quiero saber que pasa.. que emocion!
    SOL*

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  7. Hola, Sol!!!

    Pues sí, chica, no los dejan tranquilos ni en su luna de miel >.<
    En fin, ya verás, ya...

    Un lametón para ti!!!
    JACOB&NESSIE

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