ESTE ES EL SEGUNDO CAPITULO DE HOY, PARA LEER EL PRIMERO PINCHAD EN EL ENLACE DEL CAPITULO 47
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NUEVA ERA II. COMIENZO 1ª Parte (Continuacion de "NUEVA ERA. PROFECÍA")
Para leer este fic, primero tienes que leer "Despertar", que se encuentra en los 7 bloques situados a la derecha de este blog, y "Nueva Era I. Profecía". Si no, no te enteraras de nada 😉
CAPITULOS:
PARTE UNO: COMIENZO:
RENESMEE:
43. DESPEDIDA: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/07/nueva-era-capitulo-43-despedida.html
44. COMIENZO: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/07/nueva-era-capitulo-44-comienzo.html
45. CELEBRACION: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/07/nueva-era-capitulo-45-celebracion.html
46. FUEGO: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/07/nueva-era-capitulo-46-fuego.html
47. NADAR: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/07/nueva-era-capitulo-47-nadar.html
EXTRAÑO
Noté algo de frío y me sentí
rara, ya que no estaba abrazada a su cuerpo.
Mis párpados se abrieron
poco a poco, y lo primero que hicieron mis pupilas en cuanto se acostumbraron a
la luz fue mirar a mi lado para buscar a Jacob, junto con mi mano, que también
se unió, palpando.
Abrí los ojos del todo,
extrañada, al ver que no estaba y me incorporé, todavía torpemente, para
observar la habitación. La luz del baño estaba apagada, y en el vestidor
tampoco estaba. Entonces, escuché unos ruidos que provenían de la cocina.
Me mordí el labio,
sonriente.
Me levanté y cogí la corta
bata de seda rosa de la butaca para vestirme con algo, pues estaba desnuda. Me
la puse y até el cinturón.
Abrí la puerta, la cual solo
estaba arrimada, y salí del dormitorio en puntillas. Bajé los peldaños de la
escalera de igual modo, atravesé parte del salón y me detuve junto a la puerta
de la cocina, escondiéndome.
Asomé la cabeza y le vi.
Solamente llevaba puestos sus pantalones de pijama largos y no pude evitar
echarle un buen vistazo primero, después, ya me fijé en la encimera. Ya tenía
preparada una bandeja para llevarme el desayuno y estaba tostándome la última
rebanada de pan. Sonreí por su esfuerzo de darme una sorpresa, pero solté una
risilla sorda cuando sacó la tostada y consiguió dejarla en el plato después de
que esta saltara de una mano a otra, quemándole.
Cogió la bandeja y yo ya
eché a correr, otra vez de puntillas, hacia el dormitorio. Subí a toda
velocidad, aunque sigilosamente, entré en la habitación, arrimando la puerta
como antes, me quité la bata, tirándola en la butaca, y me metí en la cama
corriendo.
En cuanto me tapé con la
sábana, entró por la puerta. Cerré los ojos y me hice la dormida.
El olor a café y tostadas ya
invadía todo el dormitorio. Dejó la bandeja en su mesilla y se medio echó a mi
lado de costado para tenerme de frente, ayudándose de su brazo para mantenerse
algo erguido.
Se quedó un rato mirándome,
pensando que dormía plácidamente. Seguramente estaba dudando entre despertarme
o no. Casi me derrito cuando pasó sus ardientes y sedosos dedos por mi rostro
para apartar mi pelo y acariciarme, todo el vello de mi cuerpo se puso de punta
automáticamente, pero las mariposas de mi estómago aumentaron sus aleteos
cuando se acercó y me dio un beso en los labios que fue intenso y dulce a la
vez, muy, muy dulce.
Entonces, ya no pude evitar
abrir los ojos para observar ese hermoso rostro que me sonreía.
―Buenos días, preciosa
―murmuró.
―Buenos días ―sonreí yo
también.
Y volvió a acercar su rostro
para darme otro beso. A mis labios les costó dejar que los suyos se marchasen.
―¿Has dormido bien?
―inquirió, apoyándose sobre su brazo otra vez.
Mi mente aún tenía demasiado
frescas esas tórridas imágenes de hacía solo unas horas, pero lo poco que había
dormido lo había hecho en la gloria a su lado.
―Sí, muy bien ―y acerqué el
rostro para darle otro beso en los labios. Jacob sonrió―. ¿Y tú qué haces
levantado ya? ¿Y por qué huele tan bien? ―le pregunté, disimulando que no sabía
nada de su sorpresa.
―Genial, ya lo sabías ―se
dio cuenta.
Me conocía demasiado bien,
incluidos todos mis gestos, por mínimos que fueran.
―Noooo ―la negación, la cual
empecé oscilando la voz con un tono agudo y terminé en un tono más grave, y que
pretendía disimular mi pillaje, me salió un tanto exagerada. Jacob entrecerró
los ojos para acusarme con la mirada mientras un lado de su labio se elevaba,
esperando a ver cómo terminaba mi mentira―. No lo sabía. Bueno, es decir,
¿saber el qué?
―Venga ya, sabías de sobra
que te he preparado el desayuno ―rio.
―Huele mucho a tostadas y
café ―alegué, aunque no pude evitar morderme el labio.
Jake se rio más y finalmente
me dio un beso en los labios, agradeciendo mi intento de que su sorpresa no se
rompiera.
―Toma, anda ―dijo,
irguiéndose para coger la bandeja―. Nah, es poca cosa, pero bueno ―y se giró
hacia mí, portándola.
―Qué va, está genial
―sonreí, incorporándome para sentarme en la cama, tapándome con la sábana.
―Zumo, café y tostadas
―declaró con una sonrisa, poniéndome la bandeja sobre las piernas.
―Qué bien huele ―exclamé,
inhalando el olor a la vez que metía mi pelo detrás de las orejas―. Muchas
gracias, cielo ―y me incliné hacia él para darle un merecido beso que
correspondió de buena gana.
Mi chico cogió su zumo, yo
cogí el mío y chocamos los vasos a modo de brindis, riéndonos. Nos bebimos los
zumos de unos tragos y posamos los vasos vacíos en la bandeja otra vez.
Mientras él echaba azúcar en
su café y en el mío, yo cogí una tostada y comencé a untarla con mantequilla.
―¿Te apetece ir esta noche a
la isla de Santa Lucía? ―me propuso, revolviendo mi café.
―¿Por la noche? ―inquirí,
llevándole la tostada a la boca.
―Sí, podemos cenar allí y
salir un poco, ¿qué te parece? ―y le dio un bocado.
―Sí, vale, me apetece salir
y bailar ―acepté con una sonrisa, mordiendo la tostada yo también.
―¿Quieres bailar? ―rio.
Le ofrecí lo que quedaba de
tostada y se la metió en la boca, chupando mis dedos mientras yo los retiraba.
―Sí, no sé por qué, pero me
apetece mucho bailar contigo ―sonreí, cogiendo otra tostada para untarla.
―Bueno, nena, si eso es lo
que quieres, bailaremos toda la noche ―asintió con su preciosa sonrisa torcida.
―No, toda no. El resto de la
noche quiero reservarla para otras cosas ―confesé, sonriéndole con picardía
mientras le llevaba la tostada que acababa de untar hacia la boca.
―Ya me parecía a mí… ―sonrió
él también, y le dio un mordisco a la tostada.
Se me escapó una risilla
traviesa y le pegué un bocado a la misma.
Por supuesto, la noche no
era el único momento en el que dábamos rienda suelta a la pasión, también había
otros momentos, y ese día no fue una excepción. Tuvimos el momento de la orilla
de la playa, con sus olas bañando nuestros cuerpos, el momento del jacuzzi, con
todas aquellas burbujas y ese vaho que subía la temperatura aún más, el momento
de la chimenea al atardecer, esta vez sin pétalos sobre la alfombra… Aunque
también hicimos otras cosas entre medias, como montar en las motos, bañarnos en
el mar, relajarnos en la zona de spa, en la piscina…
Después de ese intenso día,
nos duchamos y nos arreglamos.
Yo elegí un vaporoso vestido
floreado en tonos celeste, crema y turquesa, de tirantes finos que dejaban un
escote recto. Iba abotonado por delante hasta arriba, así que dejé un par de
botones desabrochados para que mi escote fuera un poco más pronunciado. Aquí no
me conocía nadie, y quería que Jake no me quitase el ojo de encima, para qué lo
íbamos a negar, me encantaba que me mirase y me desease. La falda era corta,
pero sin pasarse, y mejoró aún más cuando me puse unas sandalias a juego que
tenían bastante tacón. En conclusión, si mi tía Alice me viera, estaría muy
orgullosa de mí. También elegí un bolso pequeño de color celeste que se podía
colgar en el hombro. Dejé mis rizos sueltos, tan solo amarré mi cabello con dos
horquillas a ambos lados de mi frente para que este no se me fuera a la cara, y
me maquillé ligeramente, yo no tenía la paciencia de Alice.
Aun así, Jake sonrió con
satisfacción cuando me vio, y yo cuando lo vi a él. Llevaba una ceñida camiseta
blanca que le sentaba realmente bien y unos pantalones cortos de color arena
que eran bastante pijos, por qué no decirlo, aunque sus pies calzaban unos
playeros de esos de vestir que hacían de su aspecto algo más informal. Estaba
guapísimo.
Los dos nos quedamos
mirándonos embelesados durante un rato, hasta que Jake reaccionó y se acercó a
mí. Rodeó mi cintura con sus brazos y me arrimó a él, haciendo que mi boca ya
suspirase.
―Estás preciosa ―murmuró con
una sonrisa.
―Tú también estás muy guapo
―sonreí, llevando mis brazos a su cuello―. Esa camiseta te sienta muy bien.
―Y a ti este vestido te
queda de fábula ―su mirada bajó automáticamente a mi escote―. Dios, te queda de
fábula ―repitió, y yo sonreí, satisfecha.
Ambos acercamos nuestros
labios para besarnos. Nos dimos un beso lento, deslizándolos bien para
sentirnos mejor, y después otro, y otro más... Mis mariposas explotaron para
acariciar las paredes de mi estómago con sus alas y mi mano ya quiso subir a su
nuca para aferrar su pelo, pero me contuve y separé nuestras bocas.
―Si seguimos, ya no podremos
parar… ―susurré en sus labios con una sonrisa―. Y Fernando ya nos está
esperando con su avioneta.
―Sí, tienes razón ―sonrió.
Inspiramos el aire
profundamente y conseguimos despegarnos.
Salimos del dormitorio,
bajamos esas escaleras en U, atravesamos el salón y, por fin, llegamos al
vestíbulo, donde cogimos las llaves del taquillón blanco y nos fuimos de la
casa.
El viaje en la avioneta pasó
rápidamente, la apenas media hora de trayecto se vio amenizada por la charla
del piloto sobre la isla de Santa Lucía, y también nos aconsejó varios sitios
para ir a cenar y tomar algo.
Cuando aterrizamos, ya lo
hicimos en una de las playas del sur de la isla, ante las atentas y curiosas
miradas de la gente que caminaba por el paseo de la misma, cosa que me dio una
vergüenza horrible. Jake insistió en llevarme en brazos hasta suelo firme, pero
me negué. Lo que me faltaba era llamar más la atención de esos viandantes. Me
descalcé para que no se me clavasen los tacones en la arena, y nos bajamos de
la avioneta.
Al llegar a la acera del
paseo, me sacudí los pies y me volví a poner las sandalias. Jake y yo no
habíamos soltado nuestras manos en ningún momento, así que solamente tuvimos
que ponernos en marcha, siguiendo las amables indicaciones que Fernando nos
había dado durante el vuelo.
Solo nos detuvimos en el
paseo para observar esa romántica puesta de sol que tanto nos recordaba a la de
nuestra boda. Después, seguimos caminando.
No tardamos mucho más en
llegar a un restaurante que quedaba en el puerto y que Fernando nos había
recomendado fervientemente si queríamos cenar buenos pescados. Fue allí donde
cenamos. Tuvimos que esperar un poco para que nos dieran una mesa, pero lo
hicimos tomando unas cervezas sin alcohol en la barra, en medio de una amena
conversación, así que cuando nos dimos cuenta ya nos sentaron.
En cuanto escuché: señores
Black, la cara se me iluminó, y no precisamente porque nos dieran la mesa.
La gente se quedó mirando algo extrañada al principio, por lo jóvenes que
parecíamos para ya estar casados, y alucinada después, mientras caminábamos
hacia la mesa, por nuestro aspecto, supongo. Bueno, yo también llamaba la
atención, tenía que reconocerlo, cosa que hacía que la sangre se me pusiese
toda en las mejillas, pero el que más miradas acaparaba siempre era Jake,
eclipsándome un poco a mí, para mi alivio. Mi espectacular marido ―qué bien
sonaba― era el centro de atención mayoritario allí donde iba. En los
restaurantes, en el aeropuerto… y es que, aparte de ese cuerpazo escultural que
no se lo quitaba nadie, parecía un jugador de la NBA y la gente siempre se
quedaba con el mismo semblante, ese que se pregunta dónde jugaría. Era muy divertido.
Eso sí, una vez que lo miraban a él, las miradas pasaban a mí. Ay.
Como nos había dicho
Fernando, se cenaba muy bien allí, aunque para mí la amena y divertida compañía
que tenía enfrente era lo mejor de todo.
Después de cenar y de salir
de ese restaurante, pasando por el mismo pasillo de miradas que para entrar,
nos fuimos a un chiringuito de moda que también nos había recomendado el
piloto. Quedaba en la playa, los farolillos que se extendían sobre el pequeño
complejo, consistente en una barra, mesas y un reducido escenario donde tocaba
un grupo local, se veían desde el paseo marítimo.
Llegamos sin problemas y
tuve la suerte de que unas tablas de madera se extendían sobre la arena con el
fin de que las féminas pudieran llevar sus tacones para bailar cómodamente.
Varias parejas ya se encontraban bailando esa música con ritmos de salsa.
Bajamos las escaleras que
daban a la arena y nos dirigimos a las mesas, otra vez ante las miradas de la
gente, sentándonos en una libre.
―¿Qué te apetece tomar? ―me
preguntó Jake.
―Un cóctel sin alcohol
―contesté con entusiasmo―. No sé, el que veas tú.
―Vale ―sonrió―. Espérame
aquí, vengo enseguida, ¿de acuerdo?
―Sí, tranquilo, no me voy a
marchar ―me reí.
Se rio también, se levantó,
me dio un beso y se fue a la barra.
Me percaté de cómo le
miraban las féminas de su alrededor, algunas descaradas se lo comían con la
mirada. No le di importancia, en cambio, sonreí con malicia en mi fuero
interno, orgullosa y feliz. Porque ese hombre, del que ellas solamente veían su
impresionante físico, ignorando lo maravilloso que era, además, en los demás
aspectos interiores, era mío y solo mío. Sí, qué felicidad.
Sin embargo, algo captó mi
atención, más bien, alguien.
Era un hombre, un extraño, y
también observaba a Jake atentamente. Me llamó la atención porque llevaba gafas
de sol en plena noche y vestía todo de largo, con el calor que hacía aquí. Su
camisa era de manga larga y sus pantalones también. Su pelo moreno era muy
longevo e iba atado en una coleta baja que le llegaba a la espalda. No estaba
consumiendo nada, solamente estaba sentado en una mesa, sin compañía alguna. Me
fijé en su rostro, pero, lo poco que dejaban ver sus gafas, no me delataba nada
raro. Su piel parecía de un color normal.
Jacob terminó de pagar al
camarero y cogió los dos preparados para regresar a mi lado. El hombre desvió
la vista y miró hacia el pequeño escenario, aplaudiendo como el resto del
personal al terminar la canción que había estado sonando. Ahora parecía más
normal…
Me quedé pensando. ¿Podía
ser que ya me obsesionase por cualquier cosa? Sí, claro que podía. Lo había
pasado tan mal durante ese año… En ese instante, me regañé a mí misma. Me había
prometido no recordar eso nunca más, y lo que tenía que hacer era calmarme un
poco, no todo tenía por qué ser peligroso. Si me preocupaba por cada personaje
raro que me encontrase, lo llevaba claro. Tomé aire y lo solté, relajándome
automáticamente. No le di más importancia, gente rara la había por todas
partes, además, estaba en mi luna de miel, quería disfrutarla a tope, y no
quería preocupar a Jake con tonterías.
Su sonrisa hizo que el
asunto se me olvidase rápidamente.
―Toma, preciosa ―posó mi
cóctel en la mesa―, a ver si te gusta.
Se sentó a mi lado, ya
bebiendo del suyo por la pajita.
Los dos cócteles estaban
servidos en dos enormes copas de cuello ancho que estaban a rebosar de cubitos
de hielo picado. El suyo era de color amarillo y estaba aderezado con una cuña
de lima, cuya corteza habían cortado para que cayese en un bucle, y el mío era
de un rosa intenso y estaba adornado con una rodaja de naranja que había sido
pelada con el mismo efecto.
―Gracias ―sonreí, observando
mi copa mientras revolvía mi cóctel entre todo aquel hielo para deshacer el
azúcar del fondo―. No me lo digas, por el olor ya me hago una idea. El tuyo es
de piña y el mío de fresa ―y acto seguido lo probé.
―Sí ―rio.
―Me encanta, está muy rico
―asentí, dándole un beso en la mejilla. Luego, cogí el suyo―. A ver cómo está
este…
―También está bueno ―afirmó
a la vez que yo lo probaba.
―Sí, tienes razón ―asentí,
dejando la copa en su sitio―. Pero me gusta más el mío.
―Ya lo sabía, por eso te lo
cogí de fresa ―declaró con una sonrisita.
Sí, me conocía demasiado
bien. Le sonreí y nos dimos un beso corto.
La noche era cálida, y la
suave brisa del mar te abrazaba para acogerte en un ambiente romántico y
veraniego.
Nos quedamos un rato
sentados, tomando nuestras bebidas mientras observábamos cómo bailaba la gente
ese merengue tan movido. Las féminas meneaban las caderas sin parar, dando
vueltas con su pareja, enredando sus brazos para desenredarlos después… Yo
miraba atenta para tomar nota, por si Jake se animaba luego y nos arrancábamos
en uno de esos bailes moviditos. Aunque él eso de menear las caderas…
Pero entonces, el grupo del
escenario comenzó a tocar una canción más lenta, siguiendo las pautas de esos
ritmos y sonidos caribeños.
Esta era la mía.
―Vamos a bailar ―le propuse,
tirando de su mano para levantarle.
―¿Bailar? ¿Ahora? ―inquirió,
aunque ya se estaba poniendo en pie, conmigo.
―Sí, vamos ―reí,
arrastrándole hacia la pista.
―Vale, vale ―rio él también.
Llegamos allí donde la gente
estaba bailando y rodeé su cuello con mis brazos para comenzar a bailar. Jake
enseguida me abrazó y me arrimó a él. Nuestros pies empezaron a moverse al son
de ese pausado ritmo, balanceándonos de un lado a otro sin dejar de mirarnos a
los ojos. Las mariposas de mi estómago ya no podían aletear más deprisa.
―Dime, ¿lo estás pasando
bien? ―interrogó con un murmullo, sonriéndome.
―Más que eso, soy la mujer
más feliz del universo ―murmuré, arrimando mi frente a la suya para
acariciarla―. Ojalá pudiéramos quedarnos aquí para siempre.
―Ya te digo ―sonrió, dándome
un beso en los labios que hizo que mi cuerpo ya se estremeciera. Después, dejó
mi boca para hablar de nuevo―. Pero, desgraciadamente, solo nos queda una
semana aquí.
―Bueno, La Push está muy
bien ―sonreí―. Para mí es el mejor sitio del mundo.
―Y ahora ya sabes nadar
―siguió él―. Podremos darnos algún chapuzón juntos de vez en cuando.
―Sí, qué guay ―sonreí otra
vez―. Aunque allí el agua está más fría, voy a tener que pegarme bien a ti
―insinué con voz sugerente, llevando mis labios a los suyos.
―Pégate todo lo que quieras,
cielo ―susurró en mi boca.
Y nos dimos un beso un poco
más largo y efusivo que el anterior, que, a poco más, hace que mis mariposas
saliesen despedidas hacia las estrellas.
Conseguimos terminar ese
beso, con el fin de no dar el espectáculo allí, y apoyé mi cabeza en su
clavícula para seguir bailando, a la vez que él me apretaba contra su cuerpo
con mimo.
Estaba en la gloria, en el
cielo, moviéndome con él en ese suave balanceo mientras esa cálida música nos
llevaba. Hasta que noté algo raro que me sacó de mi nube.
Era ese extraño otra vez,
pero ahora nos observaba a los dos, y no nos quitaba ojo. Empecé a sentirme
realmente incómoda, ¿por qué nos miraba así? Parecía un agente del FBI, o del
servicio secreto, un agente de esos que salen en las películas, lo único que le
faltaba era la gabardina. Y encima, nos observaba con una desaprobación clara,
la censura le salía hasta por las gafas. No le veía los ojos, pero su boca, en
gesto de hastío, lo decía todo.
Eso me puso más enferma. Me
recordó a Nahuel y su forma de mirarnos, con esa crítica y censura, pero, claro
él sabía que yo era un semivampiro y que Jake era un hombre lobo, todavía se
podía entender que tuviera algún prejuicio estúpido. Sin embargo, este hombre
no nos conocía de nada, y parecíamos despertar algún tipo de rechazo en él,
tanto, que no podía apartar sus ocultos y tontos ojos de nosotros. Mis dedos se
aferraron a la nuca de Jake con más fuerza, rabiados, y él se dio cuenta de que
algo me ocurría.
―¿Qué pasa? ―me preguntó,
claro, despegándose un poco de mí para mirarme.
Pero yo no quería que
nuestra maravillosa velada se nos estropease por culpa de un extraño con
prejuicios, y menos siendo mi luna de miel. Ni hablar. Así que le di un
puntapié a la imagen de ese hombre y me concentré en el único que me importaba.
―Nada, cielo ―le sonreí. En
ese momento, la música pasó a ser rápida de nuevo y la pista se llenó de más
gente para menear las caderas.
―Ay, madre ―rio, separando
su cuerpo del mío para tomarme de la mano―. Vamos a seguir tomando esos
cócteles.
―¿No quieres probar? ―me reí
mientras él ya tiraba de mí hacia la mesa―. Mira, solo hay que mover las
caderas y…
―¡Uf! Mis caderas y yo vamos
a ritmos diferentes, somos incompatibles ―bromeó―. Y encima, en este baile
tengo que llevarte yo, quita, quita.
―Que no, es muy fácil, ya
verás ―le detuve, ahora tirando yo de él para volver a la pista.
―Ay, no sé, Nessie… ―dudó.
―Yo aprendí a nadar, y tú
aprendes a bailar. Es justo, ¿no? ―le sonreí, poniéndome frente a él para
comenzar a danzar―. Mira, es así, ¿lo ves? ―le cogí de las manos mientras yo
llevaba los pies de un lado a otro con pasos rítmicos que hacían que mis
caderas se movieran solas.
―Tú lo haces muy bien, desde
luego ―afirmó con una sonrisa pícara, observándome de arriba abajo.
―Y ahora doy una vuelta. Tú
levanta el brazo así para que yo pase por debajo ―y se lo alcé yo para hacerlo.
Fui girando poco a poco,
meneando las caderas, y cuando mis ojos lo tuvieron en su ángulo de visión le
miré con seducción.
―Creo que esto ya me está
gustando más ―su sonrisa golfa se amplió.
―Venga, inténtalo tú ―le exhorté, sonriéndole, cuando terminé de
girar.
Sus pies comenzaron a moverse, no con mucha soltura, la verdad, pero
al menos lo hacían al ritmo de la música. En cambio, sus brazos y sus manos
seguían mis movimientos perfectamente.
―Me siento ridículo
―declaró, mordiéndose su sonriente labio.
―Que nooooo, lo estás
haciendo genial, mira ―y pasé a sujetar la parte superior de sus brazos para
menearme un poco más pegada a él.
―Bueno, esto no está tan
mal, tengo que reconocerlo ―sonrió, sujetando mi bailarina cintura con sus
grandes manos.
―Claro que no, nene, tú
suéltate ―le animé con un murmullo, acercando mi frente a la suya para seguir
con mi sugerente baile.
Y se soltó. Y no solo él.
Los dos nos soltamos tanto con esa música y esos bailes tan sensuales y
apasionados, que terminamos escondiéndonos donde pudimos para besarnos como dos
ardientes adolescentes.
Cuando llegamos a casa, ya
prácticamente nos íbamos comiendo por el camino. No nos dio tiempo a subir al
dormitorio. Jake abrió mi vestido de un tirón, haciendo que los pequeños
botones saliesen despedidos por todas partes, y terminamos de apagar esas
llamas en el mismo vestíbulo.
A la mañana siguiente, y
después de ducharme yo primero ―Jake quería dormir cinco minutos más―, bajé a
la cocina en albornoz para ir poniendo la mesa, puesto que el amable servicio
ya se había molestado en hacernos el desayuno. Cuando terminé de colocarlo todo,
no me pude resistir a coger una de las fresas que nos esperaban en una de las
bandejas.
Unos brazos fuertes y
protectores me rodearon por detrás y me atrajeron a su cuerpo cálido con mimo.
Al igual que yo, él llevaba su albornoz.
―Ya estoy aquí, preciosa
―susurró Jacob en mi oído, provocando a mi estremecido vello.
―Menos mal, porque ya te
echaba de menos ―le confesé, girando el rostro hacia él mientras acariciaba sus
antebrazos.
Mis adorados ojos negros se
engancharon en los míos, haciendo que mi corazón aumentase su ritmo
automáticamente.
―Pues ya me tienes aquí
―sonrió.
Me di la vuelta y rodeé su
cuello con mis brazos para darle un beso.
―Estaba pensando que
podíamos ir a una de las playas de Santa Lucía ―le propuse―. Por ver cómo es el
ambiente y eso.
―Vale ―aceptó, aunque no
parecía estar demasiado atento a eso, porque se dedicó a soltar mi cintura para
que una de sus manos cogiesen una fresa.
La acercó a mi boca,
clavándome esa mirada de fuego que ya me hizo entrar en otro estado metafísico,
y no pude evitar morderla mientras ya le miraba con ojos encendidos. Luego, él
se terminó de comer el fruto.
Llevó sus manos hasta el
cinto de mi albornoz y lo desató, abriéndolo después para que mi cuerpo quedase
al descubierto. Ya llevaba un rato hiperventilando, pero cuando me repasó con
sus intensos ojos y metió sus ardientes y sedosas manos para acariciar mis
caderas y tomar mi cintura, mi respiración se transformó jadeante en toda
regla.
Pero yo no iba a ser menos.
Desaté su cinto y también
abrí su albornoz, permitiéndole a mi privilegiada vista que observase su cuerpo
sublime. Sí, lo era, y su tez morena contrastaba con ese blanco de la prenda,
haciéndola todavía más hermosa. Llevé las manos a su impresionante torso y
comencé a acariciárselo, entonces, su respiración también se intensificó.
Me pegó a su cuerpo con un
movimiento enérgico y decidido, que hizo que mi piel se estremeciera al
contacto con la suya, y empezamos a besarnos con auténtica pasión.
Parecía mentira que
hubiésemos hecho el amor hacía unas pocas horas, pero nuestras manos se
deslizaban por nuestra piel ávidamente mientras nuestras bocas se entrelazaban
sin descanso entre jadeos alocados.
Jake obligó a que nuestros
cuerpos se girasen y mi cintura chocó con la encimera. Su brazo arrastró las
cosas que reposaban sobre la misma, creándose un estrepitoso y momentáneo
ruido, y me sentó en ella, donde mis piernas ya estaban abiertas para acogerle.
A partir de ahí, la locura
se desató.
Esta vez le dijimos a
Fernando que aterrizase en un sitio lo más desapercibido posible. Si ayer ya
habíamos llamado la atención con los transeúntes que caminaban por el paseo, no
queríamos ni pensar lo que pasaría hoy en una playa abarrotada.
Aterrizó en una cala, donde
se reunían más bien familias, y nos dirigimos a otra de las playas, cualquiera
nos servía.
No tardamos mucho en
encontrar una que nos gustase. Bajamos las escaleras que separaban el paseo con
la arena y comenzamos a pasear por la playa para buscar un sitio donde poner
las toallas.
Hacía mucho calor, así que
mi chico solamente vestía su bañador tipo bermudas y yo llevaba un corto pareo.
No me fijé si también yo era
objetivo de miradas, porque mi vista solo pudo reparar en cómo le observaban
las féminas mientras caminábamos. Se lo comían con la mirada, pero también lo
observaban con un poco de distancia. Jake tenía ese puntito canalla y rebelde
que hace que una mujer desconfíe pero se sienta atraída a la vez sin remedio.
Una vez más, me reí en mi fuero interno, porque era mío, mío, mío y solo mío.
Sonreí de felicidad y seguí caminando con mi chico de la mano, con la cabeza
muy alta, aunque también me di cuenta de que él tenía la misma expresión.
Encontramos un sitio y
extendimos las toallas.
Me daba un poco de vergüenza
quitarme el pareo de pie, a la vista de toda esa gente de alrededor, así que me
senté y me lo quité en la misma toalla. Lo guardé en la mochila que había
cargado Jake y saqué la crema para empezar con ese ritual de siempre. Por
supuesto, Jacob se ofreció para echármela por la espalda y yo acepté
encantadísima. Cuando terminó, le eché un chorrete en el pecho a traición.
―¡Puaj! ¿Qué haces? ―se
quejó.
―Ahora tú, aquí no tenemos
sombrilla, así que no te queda más remedio ―declaré, extendiéndole la crema por
el torso.
―Desde luego, ya no sabes qué
hacer para tocarme, ¿eh? ―sonrió con esa maravillosa sonrisa torcida mientras
se dejaba caer hacia atrás, apoyándose con los brazos estirados―. ¿Qué pasa?
¿No has tenido bastante con lo de la cocina? ―me recordó con voz sugerente.
―Jake…. ―le regañé, riéndome,
pegándole un manotazo en el brazo.
Aunque solo pensar en ello,
ya hacía que me estremeciera de nuevo. Él se rio con satisfacción y yo sonreí.
Seguí acariciando su
increíble pecho ante algunas miradas verdes de envidia, eso hizo que mi sonrisa
se ampliara aún más. Después, seguí por su espalda, su cuello y sus amplios
hombros. A poco más, y se me acaba el bote de crema.
―Toma, ahora échate tú por
el resto del cuerpo ―y se la pasé.
―Ay, qué asco ―se volvió a
quejar, poniendo una mueca―. Odio las cremas.
―Pero hay que echárselas
―rebatí, sentándome como había hecho él antes, con los brazos como apoyo.
Se hizo un momento de silencio
mientras terminaba de extenderse la crema en el que me fijé en él, aunque,
claro, eso no era nada difícil, teniendo ese cuerpazo a mi lado. Pero no fue en
eso en lo que puse mi atención, al menos, no del todo, sino en el color de su
piel. Su tez era más oscura, en cambio, la mía…
Puse mi brazo junto a él y
torcí el gesto.
―¿Qué pasa? ―rio, ya dándose
cuenta de lo que pasaba por mi cabeza.
―¿Cómo es posible? Tú estás
todo el tiempo a la sombra ―me quejé al ver mi pálido brazo igual de níveo que
cuando llegamos hacía una semana, contrastando con su morena piel.
―Es genética, nena ―declaró,
mostrándome esa preciosa sonrisa torcida―. Yo llevo sangre india en mis venas,
y tú…, bueno, tu madre siempre ha sido una piel pálida y tu padre…, en fin,
para qué hablar, no es transparente de milagro ―se burló, tirando el bote
encima de la toalla―. Es lo que hay, llevas genes de vampiro, y que yo sepa,
los vampiros no se ponen morenos ―cuchicheó, y su sonrisa se amplió.
―Pues yo me marcharé de aquí
morena ―le contradije, frunciendo el ceño.
―Vale, vale ―se rio. Luego,
miró a su alrededor y fijó su vista en un puesto de helados―. No sé tú, pero yo
me estoy achicharrando. ¿Te apetece un helado? ―terminó, mirándome a mí.
―Sí, vale ―acepté,
sonriente.
―De acuerdo ―asintió,
poniéndose en pie. Cogió la cartera de la mochila y se inclinó sobre mí―. Vengo
enseguida ―y me dio un beso en los labios que yo correspondí de muy buena gana.
Le sonreí cuando se
incorporó de nuevo y no le quité ojo mientras se dirigía al puesto de helados.
Había bastante cola, así
que, cuando Jake ya estaba a punto de pedir, ya llevaba unos cinco minutos
sola.
―Hola, ¿sabes que eres el
bombón de la playa? ―habló una voz en español, de repente, que hizo que me
sobresaltara y apartase la vista de mi chico para mirar.
―Y probablemente de toda la
isla ―siguió otro chico, sentándose en la toalla de Jake.
Era un grupo de cuatro
chicos que parecían bastante presuntuosos, por cierto. Lucían su palmito de
gimnasio con orgullo, ignorando que lo que yo tenía superaba a los cuatro
juntos, y todo natural, cien por cien.
―No estoy sola ―les advertí,
también hablando en español, aunque malo, echándole una mirada fulminante y
asesina a ese que se había atrevido a usurpar la toalla de Jacob.
―Yo te veo sola ―rebatió
otro de ellos.
―Pues no lo estoy ―respondí
con voz borde―. Mi marido va a venir ahora mismo.
―Ah, ¿estás casada?
―preguntó el cuarto con cierta duda.
―Sí ―le respondí sin más,
usando un tono firme y mostrándole mi alianza.
―Bueno, no somos celosos
―afirmó el primero que había hablado.
Idiotas, si ellos supieran…
―¿Qué pasa? ¿Hay algún
problema? ―intervino Jake en su lengua estadounidense, que se plantó frente a
ellos con unas pupilas amenazantes que lo decían todo.
Los cuatro abrieron los ojos
como platos. Aparte de su masa muscular, Jake les sacaba la cabeza.
―No, ninguno, tío… ―dijo el
tercero, ya en inglés, en un tono trémulo.
―¿Estáis molestando a mi
mujer? ―siguió él.
―No, no sabíamos… ―intentó
defenderse el primero, ya comenzando a iniciar la huida.
―¿Y tú qué haces ahí? ―bufó
Jake, cambiando la misma mirada hacia el tipejo que se había atrevido a
sentarse en su toalla―. Aparta, venga.
―Sí, perdón…
En cuanto ese se levantó,
los demás ya estaban caminando con presteza por la arena, con el rabo entre las
piernas.
―Menos mal que llegaste, no
sabía cómo quitármelos de encima ―resoplé.
―Qué pesados. Desde luego,
te dejo sola cinco minutos y los buitres ya te acechan, hay que ver ―gruñó.
Luego, suspiró y me ofreció mi helado―. Bueno, toma.
―Gracias, cielo ―lo cogí y
le di un merecido beso en los labios con una sonrisa más que orgullosa.
El helado estaba muy bueno,
y entraba bien, con ese calor no había quién estuviese.
Pero, de repente, mis ojos
se fijaron en algo y mi boca dejó de comer.
Era el extraño que había
visto la noche anterior, y como entonces, llevaba sus gafas de sol y vestía completamente
de largo. Pero, esta vez, había algo más que hizo que me quedase helada por un
instante. Era su olor. La suave brisa corría en nuestra dirección y me traía su
efluvio, su efluvio vampiro. El individuo estaba a la sombra de una palmera,
por eso su piel no destellaba.
―¿Qué pasa? ―quiso saber
Jake al ver mi cara. Su vista se fijó justo donde la mía, aunque su nariz ya
había detectado el olor antes―. Mierda, es un vampiro ―masculló―. Y nos está
mirando, como anoche.
Giré el rostro hacia él,
sorprendida.
―¿Ya lo sabías?
―Sí, ¿tú también te fijaste
ayer? ―inquirió él, volviendo el rostro hacia mí para mirarme con la misma
expresión.
No hizo falta que ninguno
asintiera. Nuestros rostros ya lo dijeron todo. Ninguno había dicho nada para
no preocupar al otro, pero los dos nos habíamos dado cuenta anoche.
Como ayer, su expresión era
de hastío total.
―No sé por qué nos mira así
―dije, mordiéndome el labio.
―No me gusta ni un pelo. Voy
a ver qué diablos le pasa ―gruñó, comiéndose lo que le quedaba de cucurucho de
un bocado mientras ya se ponía en pie con enfado.
―No, Jake, espera ―intenté
pararle, levantándome yo también.
Pero no hubo forma.
―No te separes de mí
―masculló sin quitarle ojo al extraño.
Me cogió de la mano,
apretándola con fuerza, y con paso firme y seguro se acercó al vampiro, que nos
esperó tranquilamente, apoyado en la palmera.
Hay no!!!! No me digas que mas problemas... Pero por lo visto creo que si, en fin espero que no les arruine su luna de miel y solo sea un vampiro caribeño hahaha ( :
ResponderEliminarNo es justo que los capítulos no los dejes así con tanto misterio estoy casi arrancandome las u~ñas por el capitulo de ma~ñana ya que estara emocionante eso creo por la pinta de hoy ( pelea, pelea, pelea... pelea) hasta el prox. comentario kiara.
Saludos par ti Tamara
Que fue eso un vampiro nomada ojala y nada mas serio espero....... que pena que no les deje disfrutar de la luna de miel .....que pasará ya quiero saber siiiiii esperar solo toca esperar noooooooooo.......:) Cuidate Tamara muchoo...
ResponderEliminarHay hay problemas por favor que no les pase nadaa aaa que emocionantee no queria que se acabara el cap!! Ya quiero saber que pasa con el vampiro D:
ResponderEliminarBesos.
Increible como siempre, opino lo mismo que los demas ojala que solo sea un nómada aunque recordando el inicio hablabas de una lucha por el poder espero que no empieza en plena luna de miel. Bueno saludos y cuidate mucho. Kelly
ResponderEliminarSigo en lo mismo tus libros son muy buenos y .....
ResponderEliminarADICTIVOS......
gracias
elsa
uh! Justi que venia un poco de paz- :C AY! Ya quiero saber que pasa.. que emocion!
ResponderEliminarSOL*
Hola, Sol!!!
ResponderEliminarPues sí, chica, no los dejan tranquilos ni en su luna de miel >.<
En fin, ya verás, ya...
Un lametón para ti!!!
JACOB&NESSIE