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NUEVA ERA II. COMIENZO 1ª Parte (Continuacion de "NUEVA ERA. PROFECÍA")
Para leer este fic, primero tienes que leer "Despertar", que se encuentra en los 7 bloques situados a la derecha de este blog, y "Nueva Era I. Profecía". Si no, no te enteraras de nada 😉
CAPITULOS:
PARTE UNO: COMIENZO:
RENESMEE:
43. DESPEDIDA: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/07/nueva-era-capitulo-43-despedida.html
44. COMIENZO: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/07/nueva-era-capitulo-44-comienzo.html
45. CELEBRACION: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/07/nueva-era-capitulo-45-celebracion.html
46. FUEGO: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/07/nueva-era-capitulo-46-fuego.html
47. NADAR: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/07/nueva-era-capitulo-47-nadar.html
48. EXTRAÑO: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/07/este-es-el-segundo-capitulo-de-hoy-para_26.html
49. REY Y REINA: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/07/nueva-era-capitulo-49-rey-y-reina.html
EN CASA
Lo primero que hicimos nada
más entrar en casa fue respirar tranquilos. El viaje había sido muy largo, y
otra vez sufrimos los retrasos de los vuelos. Así que cuando Seth y Brenda nos
dejaron en el jardín, se marcharon y entramos en nuestro hogar estábamos
bastante cansados.
Nos daba pena que nuestra
luna de miel se hubiera terminado, bueno, nuestra luna de miel oficial, claro,
porque nosotros no necesitábamos de eso para vivir nuestra pasión, pero por
otro lado ya nos apetecía llegar a nuestra preciosa casita roja, que sería
pequeña, pero era acogedora y formaba nuestro hogar.
Respiré hondo nada más
entrar por la puerta, inspirando los aromas que conformaban nuestra casa, ese
olor que estaba mezclado con nuestros efluvios, con el océano, los árboles, la
hierba del jardín, la tierra… Todo eso que nos hacía sentir tan a gusto, que
nos acogía, entremezclándose en completa armonía y que me recordaba cada día
que este era mi verdadero hogar.
Todavía recordaba todo lo
que había echado de menos mi casa.
Después de inspirar el olor
del interior, de sonreírnos y de darnos un beso en los labios, subimos las
maletas a nuestro dormitorio.
Las dejamos a un lado y me
tiré en la cama con los brazos en cruz, boca arriba, para sentir ese colchón
tan añorado en mi espalda. Jake gateó desde los pies del camastro y se acomodó
entre mis piernas con una enorme sonrisa dibujada en su rostro y yo rodeé su
cuello con mis brazos, correspondiendo su alegría.
―¿Contenta de estar en casa?
―preguntó.
―Me da pena que nuestra luna
de miel se haya terminado, pero sí, ya tenía ganas de llegar ―le contesté.
―Se acabaron los lujos
―suspiró.
―No, yo todavía tengo el
mayor de todos conmigo ―y mi sonrisa se amplió, junto a la suya.
Llevó sus labios a los míos
y nos besamos durante un rato, dejando que la energía fluyera despacio a
nuestro alrededor.
Después, terminamos ese
beso, tomando una buena bocanada de aire para recuperarnos.
―¿No tienes hambre? ―sugirió
cuando lo consiguió, sonriéndome―. Porque yo tengo un poco.
―Sí, yo también ―coincidí.
―Entonces vamos a hacernos
unos bocadillos ―propuso, despegándose de mi cuerpo para salir de la cama.
Me tomó de las manos y me
ayudó a incorporarme. Intenté hacer ese juego suyo de no dejarme levantar, pero
por más contrapeso que hice, me levantó con facilidad, entre las carcajadas de
los dos. Me estampé contra su cuerpo, que enseguida me acogió con sus fuertes
brazos, si bien los míos también rodearon su cuello.
―No puedes ganarme
―fanfarroneó a un palmo de mi rostro, con una enorme sonrisa.
―¿Tú crees?
Y me separé súbitamente de
él para iniciar una carrera hacia la cocina, aunque él ya había adivinado mis
intenciones, cómo no, y saltó casi a la vez para perseguirme, otra vez entre
las carcajadas de ambos.
―¡No vale, eso es trampa!
―se quejó a mis espaldas, riéndose, cuando conseguí salir la primera por la
puerta.
―¡No es trampa! ¡Es astucia!
―maticé, carcajeándome con malicia mientras ya corría por el pasillo con él
pisándome los talones.
―¿Ah, sí? Ahora verás.
De pronto, apoyó la mano en
la barandilla y, con un acrobático salto, pasó por encima de la misma,
aterrizando directamente en las escaleras.
―¡No, eso sí que es trampa!
―protesté entre risas, llegando al comienzo de la escalera para empezar a
descender a toda prisa.
―¡Ja, ja, ni hablar, nena!
―contradijo, bajando los peldaños de tres en tres con unas enormes zancadas.
Pero yo no me pensaba
rendir.
―¡Te voy a dar tu merecido,
tramposo! ―y pegué un brinco.
Logré encaramarme a su
espalda justo cuando ya estaba llegando al final de la escalera y se disponía a
girar para correr por el vestíbulo.
Uf, a tiempo.
―¡Eso sí que es trampa! ―rio,
aunque sus brazos se abrieron para que mis piernas se acomodasen mejor en su
cintura y me sujetaron; los míos rodearon su cuello.
Solté una risilla traviesa y
le di un beso en la mejilla.
Dejó de correr y bajó el
último peldaño. Caminó por el vestíbulo, dando un tranquilo paseo conmigo en su
espalda, y nos dirigimos al saloncito para entrar en la cocina, cuyo acceso
quedaba en el mismo.
Giró a la derecha y,
entonces, sus pies se quedaron clavados en el sitio, así como nuestros ojos.
―¿Qué es esto? ―inquirió,
parpadeando.
―Un piano ―exhalé,
sorprendida.
Sí, era un piano, un piano
de pared de estudio. Estaba junto a la puerta de la cocina, aunque no pegado a
ella, aún quedaban unos cincuenta centímetros que los separaban, y se ubicaba detrás
de uno de los butacones de la chimenea, mimetizándose perfectamente con el
mobiliario de la sala. Era de madera, pero estaba lacado en color gris,
haciendo juego con las alfombras y un banco acolchado que estaba colocado justo
delante del instrumento, puesto ahí para que solo me tuviera que poner a tocar.
Había una nota doblada sobre la tapa de las teclas.
Me bajé de la espalda de
Jake, todavía boquiabierta, y me acerqué al piano para coger la nota y leerla.
―Para que las notas que
salgan de tus dedos llenen vuestro hogar de música de verdad. Os queremos
―cité, sonriendo por la broma de mi padre―. Es el regalo de boda que mis padres
me han hecho.
―Guau ―murmuró Jake.
―Es precioso ―exclamé,
levantando la tapa para acariciar las teclas nuevas con mis dedos.
―Toca un poco ―me pidió,
llegando al butacón de dos zancadas.
Lo giró hacia mí y se
repantingó en él con una sonrisa enorme.
―No sé si me acordaré muy
bien ―reí, entrelazando los dedos para estirarlos.
―Claro que sí, ya verás ―me
animó.
Me senté, dándole la espalda
inevitablemente, y toqué una escala creciente.
―Está muy bien afinado
―comprobé, sonriendo.
―Si tú lo dices… ―rio.
Pensé durante un segundo lo
que iba a tocar y, cuando ya di con algo, me lancé a la piscina. No tenía
partitura, pero no me hacía falta, me la sabía de oído.
Comencé a hundir las teclas
con mis dedos y esas rápidas notas sonaron alegres y limpias, con un sonido
contundente, claro, vibrando en la caja del piano con rotundidad. Mis dedos se
movieron con total soltura, como si nunca hubiesen dejado de tocar, y mi
cerebro me iba redactando las notas musicales sin ningún problema, componiendo
a su paso esa pieza musical. La toqué entera, de pe a pa, y mis manos
detuvieron su movimiento, quedándose un rato en silencio.
Cuando me giré, Jake estaba
observándome, embelesado.
―Está claro que la música
amansa a las fieras ―bromeé con una risilla.
―Muy graciosa ―respondió
con retintín. Se me escapó otra risita―. ¿Y qué canción era esa?
―El Gran Vals Brillante, de
Chopin.
―Es divertida.
―Sí, no está mal ―asentí,
haciendo una mueca―. A ver qué te parece esta.
Llevé mis dedos por las
techas de nuevo y toqué una canción más elaborada y alegre. Las notas
resbalaban por mis yemas con agilidad y rapidez, fluyendo por todo el saloncito
para extenderse al resto de las estancias. Al terminar, me volví hacia Jake de
nuevo, que me miraba atontado una vez más.
―¿Qué te ha parecido? ―le
pregunté, exultante.
―Esa canción mola, ¿de
quién es? ―quiso saber.
―¿De verdad te ha gustado?
―Sí, ¿quién es el
compositor?
―Mi padre ―y se me escapó
una sonrisita orgullosa.
―No ―dudó con sorpresa.
―Sí ―me reí.
―Vaya, pues está guay,
tengo que reconocerlo ―admitió.
―Y ahora vamos a ver tu
regalo ―le dije, levantándome del banco acolchado.
―¿Mi regalo? ―entonces, se
dio cuenta de que a él también le esperaba algo, algo que llevaba deseando hace
mucho tiempo―. ¡Mi regalo! ―exclamó acto seguido, levantándose de la butaca
como un muelle.
Me cogió de la mano y tiró
de mí para echar a correr hacia la puerta de la casa, entre risas.
Salimos volando y nos
dirigimos al garaje de igual modo. Cuando entramos por la puerta, nos quedamos
patidifusos.
―¡Guau, es genial! ―clamó,
soltando mi mano para acercarse a la Harley Davidson con rapidez.
―¡Es preciosa!
Empezó a tocarla mientras la
observaba completamente alucinado, dando vueltas a su alrededor para no
perderse detalle. La Harley era de color negro, excepto el depósito del
combustible, que, además, tenía un dibujo en rojo; y el metálico del manillar,
el tubo de escape y los radios de las ruedas brillaban a rabiar.
―Mira esta preciosidad ―me
indicó, entusiasmado, sin dejar de acariciar la moto―. Depósito del combustible
acabado a mano, asiento de cuero… ¡Dios, y mira qué tubo de escape, esto va a
rugir que no veas! ¡Dios, y son 1.584 centímetros cúbicos!
Sus manos no hacían más que
pasar por encima de la Harley, acariciándola sin cesar.
―No sé si esto me gusta. Voy
a ponerme celosa de esa moto ―bromeé.
Jake se carcajeó y se lanzó
a mí para abrazarme. Me elevó por el aire y dio unas cuantas vueltas conmigo
colgando a la vez que nos reíamos, yo contagiada por su enorme entusiasmo.
―¡Es genial! ―y me dejó en
el suelo para darme un efusivo beso que, a poco más, y hace que mis mariposas
explotasen, de la emoción.
Soltó mis labios, aunque
algo a regañadientes, y ambos cogimos aire para volver a la realidad. Y qué
realidad.
―¿No vas a leer la nota?
―inquirí, señalándosela.
―Ah, sí, la nota.
Me reí, ni siquiera se había
fijado.
Cogió el papel que reposaba
sobre el asiento y lo leyó en voz alta.
―Como ves, lo prometido es
deuda. Ahora ten cuidado, lobo. Ah, y que Renesmee se ponga el casco. Os
queremos, otra vez ―citó―. Capullo… ―rio después, dejando la nota en una de las
estanterías.
―Es preciosa ―repetí,
mirándola alucinada.
Pasó la pierna por encima y
se sentó en la moto, llevando las manos a ese brillante manillar.
―¿Te apetece dar una vuelta,
nena? ―me propuso con voz seductora, clavándome esos ojazos negros con ganas.
Las mariposas de mi estómago
volvieron a agitarse. Estaba realmente guapo subido a esa Harley, mejor dicho, se
le veía muy, muy sexy.
―No sé, no te conozco de
nada ―le respondí, siguiendo con su juego de seducir.
―Vamos, lo pasarás muy bien,
te lo aseguro ―afirmó, mostrándome esa sonrisa torcida que me volvía loca.
Sí, estaba tan sexy…
―¿Correrás mucho? ―quise saber,
apoyándome en la enorme máquina junto a él para insinuarme.
―Correré todo lo que tú
quieras, preciosa ―aseguró, acercando su rostro al mío para besarme.
Me moría por besarle, pero
me contuve. También me gustaba jugar.
―Vale, pero en esto no
corras tanto ―le advertí con una sonrisa traviesa, apartándome de él. Se rio y
yo me fui a la parte trasera de la moto para montarme―. Primero quiero que me
demuestres lo que sabe hacer esta máquina ―pasé la pierna por encima y me senté
detrás de él, sujetándome a su cintura.
Le dio al pedal de arranque
y la moto rugió con ímpetu. Era ese rugido inconfundible que solo sabe hacer
una Harley Davidson.
―¿Sientes cómo ruge entre
tus piernas? Pues esto no es nada, pequeña, ya verás ―presumió.
La verdad es que, más que la
moto, a mí ya casi me apetecía más que rugiera otra cosa…
Jake hizo virar la moto para
dirigirla hacia la puerta y salimos del garaje entre ese mágico bramido de la
Harley.
La condujo, no muy deprisa,
por el sendero que daba a la carretera, pasamos por delante de la casa de
Billy, que no estaba porque se había ido a pescar, y, por fin, salimos a la
carretera asfaltada que comunicaba La Push con Forks.
Entonces, sí que aceleró.
Rodeé su torso con mis brazos y me pegué bien a su amplia espalda. La Harley
Davidson rugía con contundencia por el asfalto mientras se movía a una
velocidad extraordinaria.
―¡Qué pasada! ―grité con
entusiasmo entre el rugido del tubo de escape.
―¡Esto es la caña! ―aulló,
exultante.
Nos carcajeamos al unísono y
volvió a acelerar.
Nos movimos vertiginosamente
por la carretera de La Push, aunque no todo lo deprisa que a Jake le hubiera
gustado, ya que era peligroso si nos encontrábamos con otro vehículo. Los
árboles que dibujaban el trayecto eran borrones verdes que zumbaban en nuestros
oídos y el viento de la carrera azotaba nuestros rostros sin cuartel, mi melena
era abatida hacia atrás con virulencia, dándome latigazos en la espalda.
Recorrimos toda la carretera
de La Push y salimos a la de Forks, continuando con ese movimiento veloz y ese
sonido contundente. Ya en el pueblo, la gente se giraba para vernos, alertados
por el rugido inconfundible de la moto, y eso que Jake ya iba más despacio.
Después, dio la vuelta donde
pudo y comenzamos a dirigirnos a la reserva de nuevo. No tardamos mucho en
volver a tomar la carretera de La Push, girando a la izquierda en ese cruce.
Mis brazos ya no podían
abarcar más, estaban felices, rodeando ese torso con ganas, y mis manos se
posaban en su pecho con vehemencia, palpando todo lo que podían. Apoyé mi
mejilla en su espalda y sonreí de felicidad mientras me dedicaba a observar ese
bello paisaje que tanto había echado de menos.
―¿Te gusta? ―me preguntó,
girándose levemente hacia mí.
―Me encanta ―reí,
achuchándole otro poco más.
Jacob se carcajeó con satisfacción
e hizo que la moto aumentara las revoluciones, dejándose notar su gran
cilindrada.
El olor del mar no tardó en
aparecer en mi nariz y cuando me di cuenta nos metimos por la carretera de Mora
para quemar ese asfalto. Observé el brillante río Quillayute, que serpenteaba a
nuestro lado para acompañarnos bajo ese vago sol que se escondía en las nubes
de vez en cuando. Seguimos su curso, entre todos aquellos árboles, y finalmente
llegamos al parking de Rialto Beach.
Esta tarde estaba lleno, la
temporada de verano ya se había iniciado y los surfistas y demás turistas lo
tenían todo tomado. Pero la moto se aparcaba bien, así que Jacob estacionó en
un hueco que vio, apagó el motor y se giró hacia mí.
―¿Qué te ha parecido, nena?
¿Te ha gustado? ―inquirió, siguiendo con el juego de antes.
Me bajé de la moto y caminé
hacia delante, pasando mi mano por su hombro. Luego, me paré, me giré hacia él
y le empujé con suavidad para que se pusiese más atrás.
Movió su trasero,
mostrándome esa sonrisa torcida, y me dejó el hueco que yo quería, delante
suyo. Me senté, mirándole de frente, y pasé las piernas por encima de las suyas
para arrimarme lo más posible a su cuerpo. Rodeé su cuello con mis brazos y me
pegué bien a él. Los suyos enseguida me apretaron contra su torso.
Las mariposas de mi estómago
ya lo iban a hacer reventar.
―No ha estado mal ―contesté,
haciéndome la dura.
―Conozco una manera de
mejorarlo ―insinuó, mostrándome la misma sonrisa mientras ya acercaba su rostro
al mío.
―Eso quiero verlo ―jadeé ya
al notar su abrasador aliento en mis labios.
Los unió a los suyos y
comenzamos a besarnos con efusividad, en medio del sonido del océano y del
griterío de la gente que se encontraba en la playa, muy cerca del parking. Sin
embargo, ya no fui capaz de escuchar nada más, la energía nos rodeó y el tiempo
se detuvo; el sonido se apagó y la luz ahora era un velo rojo debido al impacto
de los rayos del sol en los párpados cerrados. Lo único que podía sentir eran
sus suaves y tórridos labios mezclándose con los míos, intercambiándose el
aliento, las mariposas acariciando las paredes de mi estómago con ímpetu y esa
energía que fluía al mismo ritmo.
No sé cuánto tiempo pasó, el
tiempo parecía haberse detenido, pero cuando conseguimos terminar ese beso el
sol ya se había movido un buen trecho en el cielo.
Como siempre nos pasaba,
tuvimos que esperar un rato hasta que conseguimos recuperar el aliento y la
razón.
―¿Te apetece dar un paseo?
―me propuso.
―Vale ―acepté.
Me despegué de él y me bajé
de la moto. Acto seguido lo hizo él. Cogió la llave, se la guardó en el
bolsillo de su pantalón corto y me tomó de la mano para empezar a caminar hacia
la playa.
Antes de pisar la arena, nos
descalzamos y cada uno cogió su calzado. Mientras paseábamos, nos quedamos
mirando las pericias de los surfistas, que galopaban sobre las olas con
maestría. Los niños correteaban en la orilla, cargando con cubos de juguete
repletos de arena húmeda para hacer sus castillos soñados, los chicos se
retaban con balones y demás artilugios de playa y las féminas se dedicaban a
intentar aprovechar los rayos de ese vago y ya escurridizo sol, en las toallas.
Dimos un largo y tranquilo
paseo en el que también conversamos y recordamos nuestra luna de miel, y
finalmente regresamos al parking para ir a casa.
Nos subimos a la Harley
Davidson, que ya tenía unos cuantos admiradores alrededor, y nos pusimos en
marcha de nuevo. Recorrimos la carretera de Mora, otra vez con el
acompañamiento del río, que ahora nos dejaba atrás al seguir su curso hacia el
mar, y Jacob giró a la derecha para continuar por la carretera de La Push.
Estaba tan a gusto amarrada a su ancha y cómoda espalda, que cuando me di
cuenta ya habíamos llegado a casa.
Jake aparcó la moto en el
garaje y nos bajamos.
Se quedó un rato mirándola,
acariciándola de nuevo.
―Creo que ya estoy celosa de
esa moto ―reí.
Despegó la vista de la
Harley para mirarme a mí y sonrió.
―No sé si dormir aquí esta
noche ―y su sonrisa burlona se amplió.
―Ja, ja ―articulé con
ironía―. Mira a ver lo que haces, o acabarás durmiendo en el sofá de verdad
―bromeé.
―Uf, vale, vale ―se rio―.
Nada de serte infiel con la moto.
―Más te vale ―me reí,
acompañando su risa―. Bueno, voy a conectarme para darles las gracias a mis
padres, y de paso para darles una reprimenda por lo de los móviles.
Les habíamos estado llamando
toda la semana para contarles el asunto de ese enviado de Aro y no habíamos
sido capaces de contactar con ningún miembro de mi familia. Ya sabíamos que no
habían querido molestarnos, pero una llamada de vez en cuando…
―Vale, yo voy ahora mismo
―declaró, observando la Harley otra vez―. Solo quiero verla un poco más
detalladamente.
―¿No tenías hambre? ―sonreí.
―No, ahora no ―rio él.
―Vale, pero no tardes ―reí
yo también.
―No, descuida.
Sin embargo, ya estaba
enfrascado con la moto.
―Os dejaré intimidad ―me
burlé.
―Ja, ja ―ironizó él, ahora
mirándome a mí.
Solté una risilla y me giré,
marchándome del garaje.
Entré en casa y subí a la
habitación del ordenador. Sonreí cuando entré, hacía tanto que no pasaba allí.
Me senté en la silla y encendí la computadora. Como siempre, no tardó mucho en
hacerlo, salieron las cuatro ventanas del antivirus y poco más, las cerré y me
conecté enseguida.
Escribí un hola y
esperé a la respuesta.
Nada.
Volví a escribirlo y, una
vez más, esperé.
Nada otra vez.
―Qué raro… ―murmuré para mí
misma.
Sí, lo era, porque
normalmente no tardaban nada en contestar. Pero entonces, otra persona de mi
familia apareció en la pantalla.
―Hola, cielo ―me saludó
Carlisle, algo serio.
Bueno, él también me venía
bien para regañarle.
―Hola, abuelo ―sonreí―.
¿Dónde os habéis metido todos estos días? Os hemos estado llamando, pero
ninguno teníais el móvil encendido. Es que queríamos comentaros una cosa.
―Yo también tengo algo que
contaros ―su voz y su rostro denotaban una gravedad que no me gustó nada.
―¿Qué pasa? ―quise saber,
ahora algo alarmada.
Se quedó en silencio un
momento, atravesándome con esa mirada seria que ya me heló a través de la
Webcam, como si me tuviese delante.
―Tus padres, Alice y Jasper
han desaparecido.
Y lo que se congeló entonces
fue mi corazón.
¡HOLA!SOY NOVIEMBRE:
ResponderEliminar¡VAYA! REGALO, CON LA MOTO, COMO LOS NIÑOS CUANDO LE COMPRAS UN JUGUETE,BUENO PERO COMO SE SUPONE QUE SON RICOS.
Y ES VERDAD COMO EN CASA NO SE ESTÁ EN NINGÙN SITIO. MUCHOS BESOTES PARA TÍ
Hombreeeessss.. excelente libro, yo me he leido hasta aqui en solo 5 dias o menos, me pique.. felicidades
ResponderEliminarMuchas gracias, zulema!! Me alegro mucho de que te guste. Muchas gracias por darme una oportunidad y leerme, espero que el resto de la historia te siga gustando.
EliminarUn beso.
Como es la motito de jacke
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