NUEVA ERA II. COMIENZO 1ª Parte (Continuacion de "NUEVA ERA. PROFECÍA")
Para leer este fic, primero tienes que leer "Despertar", que se encuentra en los 7 bloques situados a la derecha de este blog, y "Nueva Era I. Profecía". Si no, no te enteraras de nada 😉
CAPITULOS:
PARTE UNO: COMIENZO:
RENESMEE:
43. DESPEDIDA: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/07/nueva-era-capitulo-43-despedida.html
44. COMIENZO: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/07/nueva-era-capitulo-44-comienzo.html
45. CELEBRACION: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/07/nueva-era-capitulo-45-celebracion.html
46. FUEGO: http://jacobnessie.blogspot.com/2011/07/nueva-era-capitulo-46-fuego.html
NADAR
Estaba en la gloria.
Mi mejilla descansaba en su
ardiente pecho desnudo, mi cuerpo estaba pegado al suyo, piel contra piel, las
cuales aún estaban húmedas por aplacar nuestra última llamarada de la mañana,
la suya olía extremadamente y afrodisíacamente bien, y sus brazos me arropaban
con seguridad y mimo mientras sus manos jugueteaban con mi enredado cabello. La
verdad es que tenía bastante calor, pero no me importaba en absoluto. Estaba en
el paraíso, en mi paraíso particular y exclusivo, todo para mí.
Desde luego, no había nada
ni nadie mejor que Jacob en todo el universo.
Sonreí con satisfacción y
giré el rostro para inspirar su efluvio profundamente. Sí, cómo había echado de
menos esto durante mi largo encierro. La pulsera me había ayudado a mitigar
aquel dolor, soltando su fragancia por la noche, sin embargo, no era lo mismo
que inhalar su aroma de primera mano, obviamente, con mi nariz pegada a su
piel, con mi cuerpo sintiendo el suyo… Pero ahora lo tenía todo para mí, por
fin estábamos juntos de nuevo, y no merecía la pena perder mi valioso tiempo
junto a él recordando ese infierno que ya había terminado para siempre, y menos
en nuestra luna de miel, así que me prometí a mí misma no pensar en esos malos
momentos nunca más.
Volví a apoyar mi mejilla
en su cálido torso y escuché los potentes y calmados latidos de su corazón más
de cerca. Mientras entraba en un estado de trance total gracias a su vivo ritmo
cardíaco y a las continuas incursiones de sus prodigiosos dedos en mi pelo, me
dio por observar mi mano sobre su pecho. Mi blanca y pálida piel hacía un
bonito contraste con su preciosa tez cobriza, pero ahora, además, se le sumaba
esa alianza dorada que tanto había soñado. Esta brillaba con ganas, parecía el
reflejo de mi felicidad plena y absoluta.
Alcé el rostro para mirar
mis adorados ojos negros. El suyo ya llevaba un rato mirándome. Me sonrió con
ternura, observándome completamente embelesado, me apartó unos cabellos mojados
de la cara con sus sedosos y ardientes dedos y me dio un beso en los labios que
hizo que me estremeciera de nuevo.
Despegué mi mano de su
pecho y la posé sobre su mejilla, dejándole ver todo lo que le amaba, lo
maravillosas, increíbles y mágicas que eran todas las veces que hacíamos el
amor… Jacob cerró los ojos y jadeó al sentirlo, rozando su frente con la mía.
―Yo también siento
exactamente lo mismo ―murmuró, abriendo los párpados de nuevo para clavar esos
profundos e intensos ojazos en los míos.
―Lo sé ―sonreí.
Correspondió mi sonrisa y
llevó sus labios a los míos, besándome otra vez.
Me separé de él
momentáneamente para ponerme boca arriba, aunque mi costado siguió muy pegado a
su torso, y me quité el anillo para verlo mejor, con tanto trajín estos días no
había podido fijarme bien en él.
Bueno, no había mucho que
ver, la verdad, el aro de oro era muy sencillo, liso, no muy ancho… Pero era mi
anillo de casada y para mí tenía un valor incalculable.
Sin embargo, al girarlo
entre mis dedos, me fijé en que había una inscripción grabada en la parte
interior de la alianza.
Renesmee y Jacob, rezaba, junto con la fecha de nuestra boda. Pero había algo más. Que
quowle.
Giré mi rostro hacia él
para mirarle sorprendida.
―Espero que no te parezca
muy cursi ―rio.
―Mírate el tuyo ―le
indiqué, animada.
―¿El mío? ―preguntó, ya
sacándose su anillo del dedo.
Lo ladeó un poco y vio mi
inscripción.
Jacob y Renesmee, ponía, junto con la fecha de nuestra boda. Pero, otra vez, había algo
más. Que quowle.
Nos miramos y sonreímos de
oreja a oreja.
―¿Sabías que yo te había
puesto eso? ―inquirió, sorprendido.
―No ―confesé con una
risilla―. ¿Y tú?
―Qué va ―negó, sonriendo
aún más.
Nos reímos y nos abrazamos
con ímpetu. Después, me quedé de costado, pegada a su pecho de nuevo.
―Qué guay ―reí, poniéndome
el anillo.
Mi dedo ya lo echaba de
menos.
―Es por nuestro vínculo,
preciosa ―afirmó él. Yo no podía estar más de acuerdo―. Tenemos telepatía hasta
para esto ―y él también se puso su alianza de nuevo.
―Pues me encanta… ―murmuré,
dándole una serie de besos en los labios que él correspondió con ganas―. Me
encanta tu inscripción… ―le di más besos―, y sobre todo me encanta lo que
simboliza este anillo ―concluí, ya besándole efusivamente.
Jacob me apretó contra su
cuerpo, haciéndome estremecer.
―Que quowle… ―susurró en mi
boca.
Cada vez que me decía te
amo en quileute me derretía sin remedio.
―Que quowle… ―jadeé,
llevando mi mano a su nuca con fervor.
Comenzamos a besarnos con
pasión y…
…finalmente terminamos
haciendo el amor otra vez.
Y, otra vez más, acabé
entre sus brazos, con mi feliz mejilla apoyada en su ardiente pecho.
Mi rostro de felicidad lo
decía todo. Era la mujer más feliz del universo entero, porque estaba con el
hombre más maravilloso del planeta. Llevábamos un rato en silencio, escuchando
cómo latían nuestros corazones y el sonido del mar, en el exterior.
Sí, esto era el paraíso.
―¿Qué te parece si hoy
salimos un poco por la playa? ―me propuso, pasando sus dedos por mi pelo―. ¿Te
apetece?
Despegué mi cara de su
torso y la alcé para mirarle.
―Vale ―acepté, sonriendo.
―Genial, entonces vamos a
desayunar ―sonrió, haciendo el amago de incorporarse.
―Espera que se vaya el
servicio de limpieza ―le cuchicheé, parándole.
Después de pasarnos tres
días en la cama sin que prácticamente nos levantásemos ―tan solo lo habíamos
hecho para comer y poco más―, me daba una vergüenza horrible toparme con alguno
de ellos.
―Podemos ir duchándonos
―sugirió con su preciosa sonrisa torcida.
―Solo si lo hacemos juntos
―maticé yo, también levantando mis labios.
―Claro que sí, nena
―asintió, dándome un beso corto.
Nos sonreímos y nos
separamos el uno del otro para levantarnos de esa más que enorme cama.
Caminamos desnudos por la
habitación, cogidos de la mano, y pasamos por esa entrada de la pared para
acceder al cuarto de baño.
Nos duchamos en esa enorme
ducha, en la que, jugueteando a lo tonto, también terminamos apagando otra
llamarada, y nos pusimos esos albornoces blancos para dirigirnos al amplio y
surtido vestidor.
Habíamos traído bañadores,
pero Eleazar y Carmen nos habían regalado mucha ropa, entre ella, trajes de
baño, así que aprovechamos.
Jacob se puso un bañador
tipo bermudas de color azul, con un estampado abstracto, y yo elegí un escotado
bikini en motivos florales que no me hubiera atrevido a ponerme nunca si no
fuera porque estábamos en un islote desierto para nosotros solos. Jake sonrió
con gran satisfacción cuando me lo vio puesto y yo lo hice con más, pues la
prenda no solo me servía para ponerme morena, si es que lo conseguía, sino para
tener a mi chico contento. Yo tampoco pude evitar echarle un buen vistazo a ese
cuerpazo suyo, y eso que ya le había visto desnudo un montón de veces, pero es
que no me cansaba nunca, todo lo contrario, cuanto más le miraba, más perfecto
y espectacular le veía.
Los empleados del servicio
doméstico ya se habían ido, fue entonces cuando me puse un pareo, dejamos el
dormitorio y bajamos a la cocina.
Nos habían dejado el
desayuno preparado, así que fue llegar y desayunar tranquilamente. Después, nos
lavamos los dientes, cogimos las toallas, la bolsa y salimos a la playa.
Ya teníamos preparadas dos
tumbonas a unos metros de la casa, con una mesita de madera y una sombrilla
cerrada en medio de las dos. Caminamos hacia allí y extendimos las toallas
sobre ellas, donde ya nos tumbamos al sol. Saqué la crema de la bolsa y me la
eché por el cuerpo.
―Trae, yo te echo por la espalda
―se ofreció él con una enorme sonrisa, sentándose a los pies de mi tumbona.
―Qué amable ―reí, pasándole
el bote.
Me giré, de modo que mi
espalda quedase en su dirección, y aparté mi coleta hacia delante para dejar mi
piel libre.
Jake se echó un chorro de
crema en la mano, dejó el bote a su lado y comenzó a extendérmela por la
espalda. Cuando la crema tocó mi piel, ya estaba caliente, ya que su mano la
había caldeado. Sus grandes y sedosas palmas se movían por mi piel con soltura,
acariciando toda mi espalda. Las subió y las deslizó por mis hombros con gran
habilidad, haciéndome un pequeño masaje con los dedos. Su forma de tocarme me
estaba gustando tanto, que no ronroneaba de milagro.
―¿Sabes a qué me recuerda
esto? A aquel masaje que me diste en ese motel ―recordó mientras acariciaba mi
piel; y por su tono de voz pude deducir que sonreía con picardía.
Me ruboricé un poco al
acordarme de aquello, aunque yo también sonreí al evocarlo. Me volteé para
tenerle de frente.
―¿Y te gustó? ―le pregunté
para tontear un poco con él.
―Uf, ¿que si me gustó? Casi
salgo ardiendo de allí ―rio―. Entre el masaje y tu mini toalla, estuve a punto
de entrar en combustión. Con decirte que luego tuve que darme una ducha fría…
―Y, sin embargo,
desaprovechaste la oportunidad que te puse tan en bandeja ―le reproché en
broma―. Me llevé una desilusión horrible, ¿lo sabías? Ya no sabía qué hacer
para seducirte, a poco más, y me quedo desnuda directamente.
―Estaba confuso, en
realidad, mi tarro era un completo lío ―alegó. Entonces, se quedó pensando en
algo de mi frase y su sonrisa se volvió golfa―. Si te hubieras desnudado del
todo, ya no habría estado confuso.
―Ja, ja ―articulé con
ironía.
Jacob se rio y me dio un beso
en los labios.
Cogí el bote de crema y lo
abrí.
―¿Qué vas a hacer con eso?
―inquirió, mirándome con un cierto estado de alerta, ya apartándose un poco.
―Tú también tienes que
echarte crema ―le dije, llevando el bote hacia él para soltarle un chorretón en
el hombro.
―Puaj, ni hablar ―rechazó,
levantándose con rapidez para apartarse―. Mi piel ya está muy curtida.
―Aunque tu piel sea oscura,
tienes que protegerte igual ―rebatí, poniéndome en pie para echársela.
Jake interceptó mis manos
entre las risas de los dos.
―Mira, lo mejor para
protegerse del sol es la sombra ―soltó mis manos y desplegó la sombrilla―.
¿Ves? Así no me da el sol.
―Claro, y a mí tampoco
―fruncí el ceño.
―Espera, que la oriento para
que solo me de a mí, a ver ―la sacó de la arena, la cogió y la clavó al otro
lado de su tumbona―. Ya está, ¿ves?
―Eso está mejor ―sonreí.
Dejé la crema en la mesilla
de madera y, cuando estaba a punto de sentarme en la tumbona para echarme,
Jacob me cogió de la mano y me detuvo.
―Vamos al agua ―propuso,
tirando de mí hacia la orilla.
―¿Al agua? Pero yo quiero
tomar el sol.
―Eso luego, ahora vamos a
nadar.
―No sé nadar, ya lo sabes
―le recordé.
―Un vampiro que no sabe
nadar ―se burló, ya llegando a la orilla.
―Un semivampiro ―maticé―. Un
semivampiro metamorfo, para ser exactos.
Nuestros pies fueron bañados
por una de las suaves olas que llegaron para morir en la arena, mojándonos
hasta los tobillos. A diferencia de las playas de La Push, esta agua era
cálida.
―Bueno, me da igual ―siguió,
metiéndose en el agua conmigo colgando―. Eso es muy raro, ¿no te parece? Todos
los vampiros, o semivampiros ―apuntilló con intención, mirándome del mismo
modo―, saben nadar, y tú seguro que no eres una excepción.
―Jake, no sé nadar ―insistí,
caminando ya con cautela por esas aguas tan cristalinas de color turquesa que
me llegaban a las rodillas.
―Claro que sabes, lo que
pasa es que siempre le has tenido miedo al agua, no entiendo por qué, desde
niña. Cuando eras pequeña y te llevaba a La Push, solamente era capaz de
meterte en las charcas, porque en el mar no había quién te metiera.
―Sí que me metía ―rebatí,
observando esa agua que ya me alcanzaba la cintura mientras tragaba saliva.
―Sí, claro, pero solo si te
llevaba en mi cuello, no te digo ―chistó, riéndose―. Pero tú suelta, no había
manera.
―Bueno, en aquellos tiempos ya
era una chica lista ―confesé con una sonrisita pillina―. Me encantaba estar
ahí, ¿para qué iba a preocuparme por el agua?
―Ese es el problema, que
nunca te has enfrentado al agua tú sola y siempre le has tenido miedo, por eso
nunca has probado a nadar, pero ya verás como sí sabes.
El líquido salino ya
sobrepasaba mi pecho.
―Jake, creo que aquí ya está
bien, ¿no? ―le detuve, tirando de su mano para que no siguiera.
―¿Aquí? Pero si aquí no
cubre nada ―dijo, mirando alrededor.
―No te cubrirá a ti, pero a
mí sí.
―Vale, vale ―rio―. Pero yo
no me quedo aquí.
Soltó mi mano y saltó hacia
delante, sumergiéndose en el agua por un instante. Cuando salió, echó a nadar
con gran soltura y maestría, alejándose de mí para adentrarse más.
―Jake, ¿dónde vas? ―quise
saber, algo preocupada.
Se detuvo y se giró hacia
mí, quedándose de pie. El agua le llegaba al cuello, señal de que en esa zona
cubría mucho.
―Si vienes aquí, te doy un
beso ―afirmó con esa sonrisa torcida que me volvía loca.
―Ni hablar ―reí, negando con
la cabeza.
―Vamos, nena, solo tienes
que mover los brazos y las piernas, ya me has visto hacerlo.
―Estás muy lejos, y ahí
cubre mucho ―objeté.
―¿Qué pasa? ¿Es que no te
atreves? ―me pinchó, riéndose.
―Claro que me atrevo ―le
respondí, ya un poco picada.
―¿Entonces? ―volvió a reír―.
Venga, preciosa, si llegas a mí te prometo que te haré un masaje que no
olvidarás en la vida.
―¿Esta noche? ―sonreí.
―Esta noche o cuando quieras
―asintió―. Venga, lánzate. Yo estoy aquí, ¿ves? No voy a dejar que te pase
nada, confía en mí.
―¿Seguro?
―Seguro, te lo prometo. No
tengo pensado quedarme viudo ―rio.
―Más te vale ―le advertí en
broma.
Jake se carcajeó.
―Ven a mí, preciosa ―me
instó con una sonrisa, sacando las manos del agua para indicarme que me
acercase.
―Idiota ―mascullé, riéndome.
Y se volvió a carcajear.
Observé la distancia y la
profundidad de esa agua cristalina. Bueno, no era tan grave, ahogar no me iba a
ahogar, con ponerme de pie…
―Me voy a arrugar ―se burló.
―Voy, voy.
Pero sí que iba a hacer el
ridículo delante de Jake. Ya lo estaba viendo. Yo aquí toda mona con mi bikini
sexy en estas aguas cristalinas que bien merecían un anuncio de bañadores, y
ahora lo iba a estropear todo pataleando y haciendo aspavientos con los brazos para
intentar salir a la superficie.
Sin embargo, qué le iba a
hacer. Como decía Jake, algún día tendría que aprender a nadar, ¿no? Así que
tomé aire, lo expulsé con determinación y me lancé.
Yo no pegué un salto como
Jacob para sumergirme, simplemente me eché hacia delante, eso sí, con los pies
preparados por si tenían que intervenir en cualquier momento para erguirme.
Comencé a mover los brazos y las piernas, al igual que le había visto hacer a
Jake, pero no se manejaban con la misma soltura que los suyos y, a cada poco,
me hundía en el agua, teniendo que impulsarme con los pies para volver a salir
a la superficie.
―¡Venga, preciosa, tú
puedes! ―me animó Jacob, extendiendo los brazos hacia mí.
Conseguí avanzar un poco sin
que mi cabeza se hundiera en el agua, pero después tuve que volver a llevar los
pies sobre la arena de ese fondo que cada vez estaba más al fondo para tratar
de salir a la superficie. Sin embargo, con esa profundidad daba igual que ya
apoyase los pies, pues ya me cubría mucho, así que no me quedó más remedio que
seguir chapoteando para mantenerme a flote.
Al final, y a trompicones,
logré llegar a Jake, que me recibió con un abrazo y una risa orgullosa.
―¡Genial, nena! Lo has
hecho, ¿lo ves? ―me alabó.
―Sí, lo he hecho. Lo he
hecho fatal ―reí, contagiada por su entusiasmo, rodeándole con mis brazos y mis
piernas para encaramarme a él.
―Pero has nadado y has
llegado hasta mí ―me sonrió.
―Ahora quiero mi primer
premio ―exigí con otra sonrisa, ya arrimando mi rostro al suyo.
―Claro que sí ―aceptó.
Y empezamos a besarnos.
Mis mariposas ya se agitaban
con ganas. Sus ardientes labios sabían salados, debido al agua marina, pero su
aliento seguía siendo dulce y abrasador…
De repente, noté algo frío
rozándome la pierna a toda velocidad y separé mi boca de la suya, sobresaltada.
―¡Jake, me ha tocado algo!
―le dije, asustada, mirando al agua sin parar.
―Tranquila, cielo, solo son
tiburones.
―¡¿Tibu… tiburones?!
Entonces, vi las formas
grisáceas de los escualos nadando a nuestro alrededor. Se movían a gran
velocidad y eran cinco individuos de un tamaño relativamente pequeño.
Relativamente, porque su boca debía de ser lo suficientemente grande y debía de
estar bien dotada para darte un buen mordisco.
―¡Jake, hay que salir de
aquí! ―grité, aferrándome a él con fuerza.
―Shhhh, no grites, que les
atraerás más ―me aconsejó con una voz y una pose demasiado tranquilas para mi
gusto―. Además, tenemos que quedarnos muy quietos ―cuchicheó.
―Nos van a morder ―le
advertí en voz baja, con miedo.
―No te preocupes, yo te
protegeré y no te tocarán ni un pelo ―aseguró―. En todo caso me morderán a mí,
pero como me curo muy rápido ―entonces, frunció los labios, entornó los ojos y
se quedó pensativo―. Aunque, claro, el olor de mi sangre atraerá a más
tiburones…
―¡No, Jake, hay que salir de
aquí! ―chillé, revolviéndome sobre su cuerpo ya un poco presa del pánico.
Y, de pronto, un chorro de
aire salió por el lomo de uno de los tiburones cuando salió a la
superficie.
Sus manos me afianzaron con
confianza y rompió a reír con ganas. Sus carcajadas se podrían escuchar hasta
en la isla de Santa Lucía, seguro. Fruncí el ceño ante su graciosa bromita.
―Eres… eres… ―mascullé,
rabiada.
―Ay, qué bueno ―soltó entre
sus últimas risas.
―Idiota ―le pegué un
manotazo en el brazo, aunque no pude evitar contagiarme de su risa―. Menudo
susto me has dado.
―Deberías haberte visto la
cara ―sonrió con malicia.
―Sí, claro, debería marcharme
ahora mismo y dejarte aquí plantado ―le dije con retintín.
―Bueno, nena, no te enfades
―y me dio un beso en los labios―. Mira qué bonitos son los delfines.
La verdad es que sí que lo
eran. Nadaban a nuestro alrededor, jugueteando los unos con los otros.
―Son preciosos ―sonreí,
mirándolos―. Nunca los había visto así, ¿se dejarán tocar?
―Prueba, pero no creo.
Solté mis piernas de su
cintura y, sin dejar de rodear su cuello con mi brazo, dejé que mi cuerpo se
hundiera un poco más en el agua. Extendí la mano y esperé a que uno de los
delfines se acercase. Pasó como un auténtico bólido, pero uno se deslizó bajo
mi mano, permitiéndome sentir su piel.
―Se ha dejado ―exclamé,
entusiasmada―. Es muy suave.
―¿A ver?
Jake probó a hacer lo mismo
y otro delfín se acercó jugueteando, dejando que su mano rozase su lomo gris.
Los dos nos miramos y nos
reímos.
Los delfines nos acompañaron
durante un rato, jugando con nosotros, saltando y nadando a nuestro alrededor.
Parecían estar tan a gusto con nosotros, como nosotros con ellos, pero, de
pronto, se marcharon con precipitación, como si algo les hubiese espantado.
―¿Qué ha pasado? ¿Por qué se
van así? ―inquirí, extrañada.
―No sé, cualquier ruido
submarino, quién sabe ―manifestó, encogiéndose de hombros―. Los delfines tienen
un sónar muy potente, pueden detectar sonidos a muchos kilómetros de distancia.
Tal vez oyeran algún barco o algo.
―No será por un tiburón,
¿no? ―me mordí el labio.
―No, tranquila ―sonrió con
confianza―. Los tiburones van en solitario y aquí suelen ser bastante pequeños.
Los delfines van en grupo y saben defenderse muy bien de los tiburones.
―Ah.
―Bueno, venga, vamos a
practicar ―me apremió, quitando mi brazo de su cuello para tomarme de las
manos―. Estírate y trata de venir hacia mí.
Hice lo que me mandó,
tomando sus manos como apoyo. Jacob caminaba hacia atrás a la vez que yo
avanzaba en su dirección con la agitación de mis piernas, hasta que ya me fue
soltando las manos. Cuando me di cuenta, nadaba hacia Jake casi sin problemas
mientras él lo hacía de espaldas.
―¡Qué guay! ¡Estoy nadando!
―reí.
―¡Genial! ―se carcajeó, y se
puso a aullar.
Nos pasamos mucho tiempo en
el agua, practicando mi natación y jugueteando como los delfines hasta que casi
me convertí en una experta. Bueno, para ser sincera, todavía me quedaba
bastante que aprender, la verdad.
Después de esa hora larga,
nos detuvimos para descansar un poco, manteniéndome a flote como Jake me había
enseñado.
―Bueno, creo que ya estás
lista para la moto ―declaró con una sonrisa.
―¿Para la moto? ―pregunté
sin comprender.
Me hizo una señal con la
cabeza y su sonrisa se amplió. Me giré y vi dos motos de agua junto a la casa.
―Venga, vamos ―me azuzó,
echando a nadar hacia la orilla.
Le acompañé y nadamos unos
metros hasta que ya hacíamos pie, entonces seguimos nuestro camino andando como
podíamos entre el agua. Jake me mostró una sonrisa golfa y me tendió la mano.
―Ahora lo entiendo todo
―reí, cogiéndosela―. Por eso tenías tanto interés en que aprendiese a nadar. Lo
que querías era que montásemos en las motos.
―Bueno, quería que
aprendieses, era una vergüenza que un semivampiro como tú no supiera ―se burló.
Yo le dediqué un mohín―. Pero así, de paso, ya podíamos subirnos a la moto sin
que hubiese ningún peligro, ¿entiendes? Ahora si te caes por lo que sea, ya
estaré un poco más tranquilo pensando que por lo menos sabrás salir a la
superficie.
Torcí el gesto, pero no
podía rebatírselo, eso era verdad.
Salimos a la orilla y mis
piernas pesaban un quintal. Parecía que me hubiesen colgado cien kilos de cada
una de ellas.
Llegamos junto a las dos
motos acuáticas y nos fijamos en que había una nota sobre el sillín de una de
ellas. Jake la cogió, la sacó del sobre y la leyó en voz alta.
―Esperamos que os guste
nuestro regalo de boda. Seguro que en La Push son muy prácticas. No os
preocupéis, todos los trámites y gastos del envío corren de nuestra parte. Un
beso y que disfrutéis de ellas. Kate y Garrett. Guau ―esto último no venía en
la nota.
―Madre mía, entre la ropa y
las motos, ya no vamos a tener espacio en casa ―me reí.
―Ya te digo.
―Bueno, vamos a probarlas
―le insté, quitándole la nota de la mano para posarla en el sillín de la otra
moto.
―Sí ―sonrió con satisfacción
y con ansias por cogerla. Asió los dos chalecos naranjas que colgaban del
manillar―. Toma, ponte esto ―me mandó, pasándome uno―. Toda precaución es poca.
Me puse el chaleco y él
también lo hizo.
Se colocó en la parte de
atrás de la moto y la empujó, arrastrándola hacia la orilla. La metió un poco
en el agua y yo fui detrás de él, dando saltitos emocionados como una tonta.
Cuando el agua ya nos cubría por sus rodillas, se sentó en el sillín, dejándome
un hueco a mí.
―Vamos, nena ―me tendió la
mano y me ayudó a subir.
Me senté detrás de él,
arrimándome bien a su espalda, le rodeé con mis brazos, apretándole, y Jake
puso la moto en marcha. El motor rugió con fuerza al principio, pero después
pasó a ser un sonido continuo y llano, más suave.
―¿Lista? ―me preguntó, ladeándose
hacia atrás para mirarme.
―Sí ―reí con entusiasmo y
emoción.
―¡Pues allá vamos! ―exclamó,
ya iniciando la marcha.
Y la moto salió disparada
hacia delante, corriendo como un bólido entre los gritos emocionados de los
dos.
HERMOSO....ya era justo un poco de tranquilidad, y diversion......
ResponderEliminargracias
elsa
awwww que hermosoo me encanto! y me divertio un buen como cayo Nessie con los tiburones jajaja!!
ResponderEliminarMe gusto mucho estuvo muy tierno y divertido!
jajaj me encantaaan tus capitulosssssss =)
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