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NUEVA ERA II. COMIENZO 2ª Parte (Continuacion de "NUEVA ERA II. COMIENZO 1ª Parte").
Para leer este fic, primero tienes que leer el anterior "Despertar", que se encuentra en los 7 bloques situados a la derecha de este blog, "Nueva Era I. Profecía" y "Nueva Era II. Comienzo 1ª Parte". Si no, no te enterarás de nada 😏
= PARTE DOS =
NUEVA ERA
= RENESMEE =
PREFACIO
Llegué a mi forito y abrí
el maletero. Fui cogiendo las bolsas y las fui colocando en el interior del
mismo, hasta que me giré hacia el carro una vez más y agarré la última.
Entonces, cuando me estaba volviendo de nuevo, mis ojos se abrieron como
platos.
Razvan estaba frente a mí,
a unos metros, clavándome esa mirada carmesí, malvada. Decir que sentí
escalofríos se quedaba corto, porque esa sensación era punzante, y había
llevado tanto tiempo asaparecido. Razvan no había cambiado nada, seguía siendo
ese ser maléfico de siempre, pero mis sensaciones hacia él se habían
transformado un poco. Desde que me había encerrado durante un año, separándome
de Jacob, mi repulsión hacia él se había vuelto infinita, y si antes ya me daba
miedo, ahora le tenía pavor.
De repente, añadiéndose a
ese miedo que ya invadía mi mente, algo más me dejó paralizada totalmente. Y
era algo muy diferente. Muy, muy diferente.
ACAMPADA
Parece mentira, pero tres
años pasan volando. Sobre todo cuando tu vida es más que maravillosa, cuando
eres completamente feliz y te sientes totalmente completa, cuando ves que lo
tienes todo, todo lo que deseas en este mundo, todo. Así me sentía yo.
Mi vida con Jacob era
absolutamente perfecta, no encontraba otra palabra para definirla. Después de
todos los obstáculos que habíamos tenido que saltar, después de aquel horrible
año separados debido a mi largo encierro, después de aquella guerra con los
Vulturis, por fin parecíamos poder vivir en paz, por fin podíamos disfrutar de
lo nuestro sin que nada se interpusiese, por fin gozábamos de esa tranquilidad
y normalidad que tanto habíamos echado de menos.
No habíamos vuelto a saber
nada de Razvan, Nikoláy y Ruslán, ni de la sombra, ni siquiera sabíamos si los
Vulturis habían dado con ellos. Nosotros no sabíamos dónde estaban, no podíamos
ir a por ellos, y ellos tampoco habían aparecido por Forks o La Push, así que
simplemente lo dejábamos pasar. Jacob se moría por vengarse, por supuesto, pero
al final lo más importante para los dos era poder estar juntos sin que hubiera
ningún peligro alrededor. Lo más importante era que estábamos juntos.
También desconocíamos el
paradero de Vladimir y Stefan. Parecía mentira que me hubiesen caído tan bien
cuando era pequeña, jamás me hubiera imaginado que iban a utilizar así a parte
de mi familia, secuestrándola e hipnotizándola para conseguir sus objetivos. Sin
embargo, pasaba lo mismo con ellos que con Razvan, Nikoláy y Ruslán. Lo más
importante era que Jacob y yo estábamos juntos.
Desde aquella batalla con
los Vulturis, venían a La Push más vampiros nómadas. Tendría que ser al revés,
ya que la noticia de la victoria del Gran Lobo y del tratado con los de
Volterra había corrido como la pólvora en ese mundo oculto, pero ahora venían
muchos más vampiros nómadas. La diferencia con los años pasados era que la
mayoría de los que venían últimamente gozaban de algún don, y todos querían
medir sus fuerzas con Jacob. Era una soberana tontería, porque con aquella
batalla contra los Vulturis había quedado claro que Jake era invencible, sin
embargo, todavía quedaba algún iluso que se empeñaba en comprobarlo
personalmente, aunque también los había que solamente querían pelear en un
cuerpo a cuerpo con el resto de lobos gigantes, buscando emociones fuertes.
Teresa, Ezequiel y Mercedes
seguían viviendo en una zona boscosa de las afueras de Forks, en una casa de
dos plantas que no era mucho mayor que la nuestra, aunque tenía un dormitorio
más. La relación de Mercedes y Embry iba viento en popa, así como la de Ryam y
Helen, que ahora vivían juntos.
A las que veía mucho menos
era a las gemelas. Jennifer y Alison vivían en Vancouver, ya que estaban
estudiando en la universidad y residían en el Campus, así que solamente nos
veíamos algún fin de semana o en fechas señaladas, como el Día de Acción de
Gracias y Navidad.
Por eso hoy habíamos
organizado esta salida. Alison y Jennifer habían venido este fin de semana, y a
Brenda y a mí se nos ocurrió que podía ser divertido organizar una excursión por
el Parque Nacional de Olympic con algunos de los chicos. Jake y yo no nos
habíamos dado cuenta, pero al parecer, las gemelas se lo habían pasado muy bien
en nuestra boda.
―Nessie, ¿ya estás? ―me
preguntó Jake desde abajo.
―Sí, bajo ahora ―le
contesté con otra voz.
Cogí la chaqueta, le eché
un último vistazo a esa foto de nuestra boda que teníamos en la habitación,
sonreí y salí por la puerta.
Cuando bajé las escaleras
vi a mi chico esperándome en el vestíbulo. Después de ducharnos, habíamos
desayunado con el albornoz puesto, así que no había visto su ropa hasta ahora. Llevaba
unos vaqueros cortos de color claro, de esos cómodos y anchos, unas deportivas
blancas y una camiseta azul oscuro que no era ceñida pero que,
irremediablemente, a él le marcaba sus impresionantes músculos. Ya llevaba la
mochila a la espalda y su preciosa boca sostenía una maravillosa sonrisa que me
contagió al instante. Sonreí y, por fin, dejé el último escalón para llegar a
él.
No pude evitarlo. Lo
primero que hicieron mis brazos fue rodear su cuello para besarle, y Jake
correspondió mi entusiasmo encantado, agarrándome por la cintura para arrimarme
a su cálido cuerpo. No había dejado de besarle en toda la mañana, pero esto era
una fuerza casi sobrenatural que me llevaba hacia él sin remedio. No importaba
cuánto tiempo pasase, mis mariposas seguían igual de revolucionadas que
siempre, como el primer día, y mi corazón ya estaba acostumbrado a latir con
esa velocidad, acompasando al suyo, que también se aceleraba cada vez que me
besaba. Mi mano se aferró a su corto pelo azabache y nuestros labios ya
empezaron a moverse con más efusividad.
No sé cómo lo hice, pero
conseguí terminar ese efusivo beso. Los dos tomamos aire para recuperarnos y me
despegué un poco de él para poder hablar.
―Si seguimos, ya no
podremos parar ―musité, cogiendo aire de nuevo para que mi organismo volviese a
la normalidad.
―Has empezado tú ―sonrió
con esa sonrisa torcida que me volvía loca.
―Es que estás muy guapo
―confesé, uniéndome a su sonrisa.
―Tú sí que estás preciosa
―murmuró, mirándome anonadado.
―Pero si solo llevo unos
vaqueros cortos y una camiseta ―me reí.
―Bueno, lo mismo que yo
―sonrió él.
Le sonreí yo también y nos
dimos un beso corto.
―Vamos, o llegaremos tarde
―le azucé, separándome de él para abrir la puerta.
―Pero si has sido tú ―me
recordó con una risa, acompañándome.
Jake cerró la puerta a sus
espaldas y me cogió de la mano para encaminarnos hacia el Golf, el cual ya
había dejado fuera. Nos subimos al coche, Jacob tiró la mochila en el asiento trasero,
nos pusimos los cinturones y arrancó.
Iniciamos la marcha por el
sendero que llevaba a la carretera que unía La Push con Forks, pero Jacob se
detuvo un rato, dejando el motor a ralentí, delante de la casa de Billy, que se
encontraba en el porche junto al Viejo Quil. Se inclinó un poco sobre mí para
que le escuchasen mejor, pasando el brazo por detrás de mi asiento, y bajó la
ventanilla.
―¿Qué hacéis ahí? ―les
dijo, sonriéndoles―. ¿No vais a pescar o algo? Dentro de poco ya será
septiembre, tendríais que aprovechar.
―Los osos se han llevado
casi todos los salmones ―se quejó Billy, resoplando.
―Eso es porque son más
listos que vosotros ―se mofó Jake.
―No se puede intervenir en
el curso de la naturaleza ―afirmó el Viejo Quil―. Los salmones no han nacido
para ser pescados por el hombre, sino para alimentar a los osos.
Los tres quileute se
rieron.
―¿Dónde vais vosotros? ―nos
preguntó mi suegro.
―Nos vamos de acampada al
Parque Nacional de Olympic con algunos de los chicos ―le revelé.
―De acampada, ¿eh? ¿Y la
tribu? ―quiso saber el Viejo Quil, frunciendo el ceño.
―Tranquilo, está todo
controlado ―resopló Jake―. Sam se encargará de todo estos días, y yo me pondré
en contacto con él continuamente. Además, volveremos mañana. Déjame respirar,
¿quieres?
―Quién fuera joven de nuevo
―suspiró Billy, alzando la vista al cielo para recordar días mejores.
―Bueno, nosotros nos
piramos ya, que si no llegamos tarde ―les dijo mi chico.
―Claro, claro, pasadlo bien
―nos animó Billy.
―Dices que volverás mañana,
¿no? ―repitió el Viejo Quil.
―Adiós ―masculló Jake,
girando la manivela para subir la ventanilla.
Se incorporó para sentarse
bien en su asiento e iniciamos la marcha otra vez al tiempo que yo les sonreía
y les decía adiós con la mano.
Salimos a la carretera
asfaltada y el coche comenzó a encaminarse hacia Forks. No hacía sol, unas
nubes algodonosas cubrían el cielo, pero hacía calor y el día seguía siendo
claro, luminoso. Bajé mi ventanilla de nuevo, quería sentir ese aire cálido
dándome en la cara y agitando mi coleta hacia atrás. Esto no era como la Harley
ni las motos o el lomo de mi lobo, desde luego, sin embargo, era muy agradable.
Me asomé un poco, apoyando el codo en la ventana, y observé el hermoso paisaje
que iba pasando a mi lado. Jake encendió el estéreo del coche para poner algo
de música y también bajó su ventanilla.
―¿Con quién iban Jennifer y
Alison? ―me preguntó sin dejar de mirar a la carretera.
―Con Seth y Brenda ―le
desvelé, girando el rostro para verle―. ¿Quiénes vamos al final?
―Pues… ―entrecerró los ojos
y frunció los labios, pensando―, aparte de Seth, Brenda, Ryam, Helen y las
gemelas, van Leah y Simon, Embry y Mercedes, Jared y Kim, Canaan y Sarah, Aaron
y Eve, Shubael, Isaac, Cheran y Collin.
―Guau. Cuántos somos
―murmuré, pestañeando.
―Un montón, como siempre ―rio
él.
―No van a entrar las
tiendas de campaña ―bromeé, soltando una risilla.
―Bueno, si no, tú y yo
podemos acampar en otra parte, ya sabes ―afirmó, mirándome con una sonrisita
pícara―. Así tendríamos más intimidad.
―Jake ―le regañé, riéndome,
inclinándome sobre él para darle un manotazo en el brazo. Él se carcajeó―.
Siempre pensando en lo mismo.
―Vamos, nena, no me digas
que tú no ―y me dedicó otra mirada y otra media sonrisa pícara.
Pues sí, con un hombre como
él era imposible no pensar en eso a menudo, bueno, más bien, siempre, pero no
pensaba reconocérselo.
―Claro que no ―mentí,
intentando disimular.
―Venga ya ―rio, echándome
miradas fugaces mientras seguía conduciendo―. Ahora no vayas de puritana. Te
gusta tanto como a mí. Solo hay que ver cuando hacemos el amor y te pones sobre
mí, galopando como una leona salvaje. Uf, eso me vuelve loco, pequeña ―y me
miró con otra sonrisita.
Para qué hablaría yo…
―Bueno, vale ―reconocí,
algo ruborizada―. Tú también me vuelves loca, ¿contento?
Jake se carcajeó con
satisfacción.
―Sí, ya lo sabía ―sonrió,
volviendo la vista al frente.
―Eres un caso ―me reí,
arrimándome a él para darle un beso en la mejilla y agarrarme de su brazo.
Apoyé la cabeza en su
hombro y su sonrisa se amplió.
Seguimos el trayecto por
esa carretera y llegamos a Forks. Atravesamos el pueblo y salimos a la
autopista más adelante, escuchando música y charlando animadamente. El Golf
voló unos cuantos kilómetros y, cuando nos dimos cuenta, tomamos la salida
correspondiente.
La calzada asfaltada se
terminó pronto y el camino comenzó a ser la típica senda de un bosque. Los
árboles empezaron a acompañarnos con más asiduidad, hasta que el coche ya casi
no podía avanzar más. Entonces fue cuando vimos los vehículos de los demás.
Estaban aparcados sin orden alguno, más bien cada uno estacionó donde pudo. Y
Jake hizo lo mismo.
El sitio era un lugar
completamente apartado que no debía de conocer nadie que no fuera un lobo
enorme que patrullase por estas tierras de vez en cuando, un lugar inexplorado,
salvaje.
Todos nos esperaban de pie,
junto a la vieja furgoneta de Aaron. Nos bajamos del Golf, Jake cogió la
mochila del asiento trasero, se la cargó a la espalda y nos acercamos a ellos,
cogidos de la mano.
―Qué pasa, tío ―le saludó
Embry a Jake.
―Hola ―correspondió mi
chico, saludando también al resto.
Los dos chocaron los puños
a modo de saludo.
―Ya era hora ―protestó
Ryam, que se encontraba apoyado en la furgoneta, con los brazos cruzados―. A
ver si cambias de coche de una vez, llevamos aquí quince minutos.
Ryam y Helen iban de negro,
como todos los días, aunque la única diferencia es que los pantalones que
llevaban hoy eran unos vaqueros largos, eso sí, oscuros.
―Pues aguántate, idiota, no
haber venido tan pronto ―resopló Jacob, mirándole con cara de malas pulgas―.
Además, me encanta mi coche, ¿vale?
Suspiré. Helen y yo nos
miramos y las dos pusimos los ojos en blanco. Jacob y Ryam seguían igual que
hace tres años, no había cambiado nada.
―Hola ―sonreí yo,
dirigiéndome a todos nuestros amigos, aunque me acerqué a Helen, Brenda y a las
gemelas especialmente―. ¿Cómo estáis?
Jennifer, Alison y yo nos
abrazamos y nos dimos un beso.
―Bien ―me contestó la
última―. Bueno, a ti no te preguntamos, ya vemos que estás genial.
―Sí, se nota que te tratan
bien ―siguió su hermana, señalando a Jake, el cual desplegó una de sus
maravillosas sonrisas.
―¿Cómo os va? ―les preguntó
él.
―La vida en el Campus es muy
dura ―ironizó Jennifer.
―Ya, se os ve muy agobiadas
―dijo mi chico, siguiéndole la corriente.
El bosque se llenó de
risitas.
―Pues aquí lo vais a pasar
mejor, ya veréis ―afirmó Shubael, que ya estaba pegado a Alison.
Isaac le sonrió a Jennifer,
intentando que le saliera una especie de mueca seductora.
Como siempre, estos dos
intentando ligar. La verdad es que Isaac y Shubael no eran nada feos. A ver,
desde luego no eran tan guapos como Jake, por lo menos para mí, pero no estaban
nada mal. Isaac, como la mayoría de los lobos, tenía su pelo moreno corto y sus
ojos de color marrón oscuro. Sus facciones eran angulosas y su barbilla
afilada, confiriéndole a su cara una forma triangular que marcaba sus pómulos,
pero su rostro era muy varonil y tenía esa belleza típica de los metamorfos. El
semblante de Shubael tenía una forma más rectangular, y estaba bien enmarcado
por un cabello un poco más largo del que siempre se escapaban dos mechones para
caer sobre su frente, mechones que no llegaban a taparle los ojos pero que
siempre enviaba hacia arriba con un resoplido. Conclusión, que no ligaban nada
por culpa de esa bocaza que tenían. Cuando había chicas solteras y libres,
deberían de desplegarse unos carteles luminosos sobre las cabezas de Shubael e
Isaac que advirtieran del peligro que corrían ellas. Aunque, bueno, las gemelas
no parecían muy disgustadas con ellos, la verdad. Parecían bastante halagadas,
más bien, repasaban a los dos altos y fuertes quileute, eso sí con timidez.
―Bueno, ahora que estamos
todos ya podemos ponernos en marcha, ¿no? ―propuso Cheran, sujetándose las
tiras de su mochila al tiempo que se balanceaba de atrás hacia delante.
―Sí, buena idea ―aprobó
Jared, que sostenía la mano de su tímida Kim―. Cuanto antes empecemos, antes
llegaremos al lago.
―Pues venga, vamos ―apremió
Jake, tirando de mí para iniciar la marcha.
Comenzamos a caminar y los
demás hicieron lo mismo, dejando los vehículos a nuestras espaldas.
―¿Dónde queda ese lago?
―quiso saber Brenda, que andaba justo detrás de nosotros, al lado de Seth―.
¿Está muy lejos?
―No te voy a engañar ―le
respondió Jake sin girarse, ya que tenía que esquivar las ramas que se
presentaban a nuestro paso―. Queda al este, a bastantes kilómetros. Vas a tener
que patear bastante.
―Pero no te preocupes, pararemos
a descansar de vez en cuando, y a comer, y yo te llevaré en brazos si te cansas
―arregló enseguida Seth.
Por el rabillo del ojo vi
cómo Brenda le sonreía y le daba un beso corto en los labios.
―Si te cansas, yo también
puedo llevarte en brazos ―escuché que le decía Isaac a Jennifer, y por el tono
de voz, supe que sonreía con esa pretendida seducción.
―Ah, gracias ―le contestó
ella algo sorprendida y cohibida a la vez―. Pero creo que podré llegar yo sola.
A Jake se le escapó una
risilla maléfica.
El bosque nos acogía con
una brisa cálida que mecía las hojas con suavidad, aunque las ramas bajas de
los árboles y ese terreno lleno de montículos, helechos y espesa hierba querían
ponernos las cosas difíciles. Las diferentes aves que habitaban el boscaje se
hacían de notar con sus cantos y graznidos, otras con sus cortos vuelos de
árbol en árbol, y las ardillas correteaban por las cortezas de los troncos con
esos saltitos graciosos y ágiles. Algunas de las bajas rocas que teníamos que
atravesar estaban llenas de musgo, tal era el espesor de las copas arbóreas que
nos cubrían, y se resbalaba bastante, así que más de una chica aprovechó para
arrimarse más a su pareja, simulando torpeza, yo incluida, y ellos nos asistían
para caminar mejor encantados de la vida, creyendo que nos ayudaban.
Después de caminar un par
de horas, salimos a un claro desde el que ya se divisaban las montañas de
Olympic. Aunque era finales de agosto, la parte superior de sus cimas ya tenían
algo de nieve. Un estrecho sendero ya se abría paso entre la alta hierba y el
camino se hizo más llevadero y dócil, señal de que este era paso habitual de
excursionistas.
El calor ya llevaba un buen
rato notándose, así como el cansancio en la mayoría de las féminas, y decidimos
que era hora de parar a descansar y almorzar algo. Leah y yo estábamos como
rosas, aunque sí que teníamos hambre.
Sacamos las toallas de las
mochilas y las extendimos sobre esa pradera bien poblada, las unas junto a las
otras. Nos sentamos y nos pusimos a comer los bocadillos que habíamos
preparado. Por supuesto los lobos se habían traído media despensa. Yo me
repantigué junto a Jacob, bien pegadita a él.
―¿Qué tal va el tema de tu
taller? ―le preguntó Canaan a Jake, dándole un buen bocado a su bocadillo.
Mi chico masticó lo que
tenía en la boca y lo tragó.
―He encontrado un local que
no es muy caro ―le reveló―. ¿Recuerdas la antigua ferretería?
―Sí, ¿la del Viejo Uley?
―Sí ―ratificó Jacob. Le
arreó un mordisco a su bocadillo, lo tragó casi sin masticar y siguió
hablando―. Desde que el Viejo Uley la palmó, su familia no sabía qué hacer con
el local, así que después de todos estos años, lo venden.
―Es bastante grande, ¿no?
―dijo Leah.
―Es genial ―sonrió Jake―. Y
lo mejor de todo: barato. Con mis ahorros me llega de sobra para comprarlo y arreglarlo.
―Entonces, ¿lo vas a
comprar? ―inquirió Seth, cogiendo otro bocadillo de su mochila.
―Ajá ―y Jake se metió otro
trozo en la boca.
―Qué guay ―rio Aaron―. Ya
tenemos un garaje en La Push.
―Bueno, bueno, todavía
tengo que montarlo todo y eso ―le sosegó mi chico, abriendo nuestra mochila
para hacerse con otro bocadillo―. Tardaré unos meses en conseguirlo todo.
―El señor Farrow también le
va a vender algo de maquinaria a un precio muy módico ―añadí yo, orgullosa por
mi marido―. Será de segunda mano, pero todo funciona muy bien, ¿verdad, Jake?
―Sí. Mi jefe siempre ha
cuidado muy bien las cosas.
―Desde luego, el señor
Farrow te aprecia bastante ―opinó Sarah, sonriendo―. Siempre has sido su ojito
derecho, ¿no es cierto?
―Bueno, no tiene hijos.
Supongo que me ve como algo parecido, no sé. Es muy estricto y refunfuñón, pero
es un buen tipo ―afirmó Jake, hablando con cariño.
―¿Y tú? ¿Qué tal tus
estudios, doctora Black? ―me preguntó Eve, dándome un pequeño codazo en el
costado a la vez que me guiñaba el ojo.
―Todavía queda para eso de
doctora ―sonreí―. Carlisle es un profesor bastante exigente.
―Como dijo Emmett, es un
hueso ―se rio Jake, acordándose de aquello.
―¿Tan duro es? ―rio
Mercedes también.
―Sí, lo es ―suspiré,
sosteniendo mi sonrisa―. Pero sé que lo hace porque quiere lo mejor para mí. Y
eso que estoy estudiando medicina general, que si estuviese estudiando para
cirujano o algo así… ―reí.
―Es normal ―declaró
Brenda―. Todos los padres, abuelos, etcétera quieren lo mejor para nosotros.
―Oye, ¿qué os parece si
luego echamos un partidito? ―propuso Collin.
―¿Has traído un balón?
―preguntó Cheran.
El primero lo sacó de su
mochila y alzó su balón de rugby, exultante.
―Claro, tío, cuenta conmigo
―sonrió Jared, ya comiéndose lo que le quedaba de bocadillo a toda prisa.
―Conmigo también ―se apuntó
Embry, haciendo lo mismo.
―Puaj, yo paso ―dijo Seth,
estirándose―. Prefiero echarme una siestecita aquí ―y dejó caer su espalda
sobre la toalla para tumbarse.
―Yo creo que también paso
―dijo Simon, sonriendo―. No tengo ganas de que me machaquen ningún hueso.
―Pues yo sí voy ―aceptó
Jake. Luego, giró el rostro hacia mí―. No te importa, ¿no?
―Claro que no, no seas
tonto ―reí, llevando la mano a su mejilla para voltearle la cara de nuevo, en
broma.
―Pues, hala, vamos ―apremió
Collin, poniéndose en pie.
―Vengo enseguida ―aseguró
mi chico, dándome un beso corto en los labios antes de levantarse―. En cuanto
termine con estos en un santiamén.
―Ja, ni lo sueñes ―le
contradijo Embry, pegando un brinco desde su toalla para colocarse a su lado.
―Venga, venga ―azuzó
Cheran, empujando a ambos.
Se me escapó una risilla y
me quedé observando cómo los chicos se iban levantando poco a poco y cómo se
organizaban para jugar.
―¿Seguro que no quieres ir?
―le preguntó Leah a su prometido.
―No, paso ―ratificó él,
riéndose―. Prefiero quedarme entero.
Nos reímos y volvimos la
vista a ese partido que no tardó en comenzar.